Revista de Lenguas ModeRnas, N° 16, 2012 / 285-291 / ISSN: 1659-1933 Resumen Dios es la Belleza Suprema. Lo que existe en el mundo y lo que crea el ser humano con su ingenio es “lo bello” que participa en parte de la belleza. El cristiano debe descubrir y dar a conocer la alegría y la belleza de su fe en los diversos ámbitos de la vida cotidiana. El arte es una manifestación del ser de la persona: de sus ideales, de sus alegrías y preocupaciones, en fin, de los valores y experiencias que conducen su existencia. Palabras claves: belleza, Dios, Gabriel Dondo, arte, cristianismo Abstract God is the Supreme Beauty. What exists in the world and what the hu- man being creates with his wit is “beauty”, a beauty that participates in beauty. The Christian artist must discover and aknowledge the joy and beauty of his faith in the various areas of everyday life. Art is a manifes- tation of the human being, of his ideals, joys, concerns, purpose, values and experiences that lead his life. Key words: beauty, God, Gabriel Dondo, art, christianity La belleza: anotaciones para apuntar a una visión más unitaria de Gabriel Dondo Juan Luis GaLLardo Pirovano Academia del Plata (Argentina) jlgallardo@boschyasoc.com.ar Recepción: 24-10-11 Aceptación: 5-12-11 N o es fácil tarea analizar el libro de Gabriel Dondo (2011). Y digo que no es fácil tarea presentar este libro porque tiene una enorme densi- dad y transita temas de gran profundidad, hasta el punto de tornar arduo su abordaje por parte de alguien que, como yo, no sea teólogo ni filósofo, lo cual limita sus aptitudes a la de narrador con cierto oído poético. Pero en fin, he aceptado la amable invitación del autor para ocuparme de su libro. Revista de Lenguas ModeRnas, n° 16, 2012 / 285-291 / issn: 1659-1933286 * Señalaré, por lo pronto, que la obra no se llama solamente La Belleza sino que cuenta con un subtítulo que se las trae, pese a la modestia de su tono tentati- vo. Aclara ese subtítulo lo siguiente: “anotaciones para apuntar a una visión más unitaria”. Declaración que, con aparente inocencia, previene sobre las dificultades que nos aguardan, ya que no es sencillo descubrir en qué puede consistir la unidad en lo que a la belleza atañe. Aspecto que, en realidad, sintetiza lúcidamente Jorge Mario Cabrera Valverde cuando, en el prólogo, nos informa que “el autor asegura que el primer paso para llegar a la belleza es conocer y acercarse a Dios” (Dondo: 9), Dondo se pregunta luego respecto de la ubicación de la belleza y se responde que está en toda la realidad y en cada cosa, pues en ellas se halla la impronta del Creador. Para fundar su afirmación aporta cinco testimonios disímiles y eminen- tes: San Josemaría Escrivá, Platón, Aristóteles, Plotino y Leopoldo Marechal. Respecto a la labor del artista, trae a colación una sentencia de Dante, ex- presiva y original, que dice: “Vuestro arte es de Dios nieto” (Dondo: 16). Y aclara Dondo: “El hijo es lo creado, la belleza natural y el artista o artesano recrea con ese material regalado algo que resulta ‘nieto’ de Dios” (Dondo: 17) y agrega ense- guida: “Cuando en la ‘generación’ del ‘nieto’ se rechaza el vínculo real, se puede afirmar que queda de alguna manera empobrecido el resultado” (Dondo: 17); este es el rumbo general que sigue el libro. Y en el fluir de su desarrollo aparecen aciertos que me gustaría poner de manifiesto, a manera de muestra e incluso con independencia de la totalidad del discurso. Por ejemplo, dice el autor al final de una extensa nota: “Urge, por eso, el despertar alegre e inteligente de la normalidad cristiana” (Dondo: 23). Párrafo delicioso vinculado al fondo de la crisis que padece el arte de nuestro tiempo, carcomido por la incertidumbre, la angustia y la fealdad. ¡Sí, señor!, repito con Dondo, ¡urge el alegre e inteligente despertar de la normalidad cristiana! Y, más adelante, emplea otra expresión oportunísima, que llena la boca y con- forta el corazón, la cual aparecerá varias veces a lo largo del texto. Menciona, en efecto, la “vida buena” (Dondo: 11). Es decir, la vida tal y como debe ser, acorde con lo que Dios manda y la naturaleza propone. La “vida buena” resultaría contrafigu- ra de la “buena vida” en su acepción corriente. ¿Qué es la buena vida? Pues, como dirían en España, “pasársela pipa”. O, como dice el tango, pasarla “panza arriba en la catrera”. O, acudiendo a la metáfora evangélica, buena vida sería la que se prometía aquel chacarero que, ampliados sus galpones para contener una cosecha extraordinaria, instaba a su alma al gozo y a la holganza sin saber que moriría esa noche. ¿Y qué es la “vida buena”? Ya lo dije: una existencia sobria y fecunda, acorde con lo que Dios manda y la naturaleza propone. Pues, como señala Claudel, en cita recogida por Dondo, “la naturaleza no es ilusión sino alusión” (Dondo: 31). En esta línea explica el autor más adelante: En síntesis, cuando se acepta la Encarnación y la Redención, las posibi- lidades de dar y captar mayor belleza son evidentes: lo comprueba –si no se dan prejuicios en el análisis– la historia de la cultura. El despliegue GALLARDO. La beLLeza: anotaciones paRa ... 287 fantástico e incomparable del arte occidental como resultado de la acep- tación admirada del plan de la salvación ofrecido por la revelación judeo cristiana es difícil de rebatir con seriedad. (Dondo: 26) Y poco después, se interna en una temática ardua y profunda cuando ex- presa: “La belleza, al ser derivada –esplendor de– conserva cierta fragilidad que ha permitido y permite ‘desglosarla’ de la verdad y el bien: ese es su riesgo y su desafío…” Completa, luego, esta idea al señalar: Por libre, el artista es responsable. No existe, por tanto, el arte ‘aséptico’, totalmente ‘neutro’, el ‘arte por el arte’. De lo cual se deriva que “el mal uso de ese don (el don artístico) depende de la categoría técnica del traba- jo, del mejor o peor hacer del instrumento; y de su calidad de vida, de las virtudes y también del pecado y sus huellas en el artista. (Dondo: 39, 37). Alberto Boixadós trató la cuestión en un libro importante llamado Arte y subversión, que leí hace mucho y que ignoro si todavía se puede conseguir. Tam- bién la consideré yo en algún momento, vinculándola con dos grandes cuadros de sendos maestros españoles que vivieron separados por varios siglos. Uno de esos cuadros es La Rendición de Breda, también conocido como Las Lanzas, pintado por Diego Velázquez en el siglo XVII. Curiosamente, se trata de un motivo bélico, o al menos post-bélico, ya que representa la capitulación de una plaza asediada largamente por los tercios españoles durante las Guerras de Flandes. Sin embargo, pese a presentar una escena guerrera, es un cuadro apa- cible, equilibrado, cuya escena central transmite elegancia y misericordia. Allí, en efecto, se ve al General Ambrosio Spínola que, con gesto amable, invita a er- guirse a su rival vencido, Justino de Nassau, quien le ofrece la llave de la ciudad, todo ello con un fondo de picas simétricas (que son picas de infantería y no lanzas de caballería, a despecho de lo que diga el nombre del lienzo). Admito haberme detenido largamente ante él, en el Museo del Prado, más de una vez. Mientras venían a mi memoria algunas estrofas de aquel poema de Eduardo Marquina, también referido a las Guerras de Flandes, donde menciona a un capitán de “tor- cida espada”, cierta “espiga tronchada” y “los extraños reflejos del fosco cielo ale- mán”. Pues bien, dicho cuadro bélico trasunta paz y armonía, sugiere la nobleza de un jefe victorioso y, veladamente, habla bien del artista que lo pintó, caballero de Calatrava a juzgar por cómo se retrató a sí mismo en Las Meninas. En cambio, el que le contrapongo es un cuadro que representa un motivo apacible y burgués, pero que produce en el espectador un violento desasosiego y puede ser definido como una incitación a la rebeldía. Me refiero a Las señoritas de Aviñón, conocida obra de Pablo Picasso respecto a la cual me detendré breve- mente. Parecería que hasta el título del cuadro tiene una intención provocadora pues, de manera casi inevitable, si a uno le mencionan Aviñón lo más probable es que recuerde aquella vieja canción infantil referida al puente de esa ciudad, Revista de Lenguas ModeRnas, n° 16, 2012 / 285-291 / issn: 1659-1933288 donde “todos bailan y yo también”. Y ocurre que dicha obra, sobre un tema apaci- ble y burgués, vinculado por asociación de ideas con un cantito de chicos muestra un grupo de mujeres espantosas, de caras asimétricas, con los dos ojos del mismo lado del rostro como ciertos bichos que yacen en las profundidades marinas y entre las cuales se destaca, nítidamente, la que ocupa el extremo izquierdo del grupo, o sea a la derecha del espectador. No puede afirmarse en realidad que di- cho personaje sea también una mujer o no, ya que su aspecto es, explícitamente, el de un horrible demonio negro que nada tiene que hacer allí. ¿Qué quiso trans- mitir Picasso con ese cuadro? No lo sé. Aunque estoy seguro de que nada bueno. Dondo afirma, según dije, que no hay un arte neutro ni aséptico. Y agrega que el uso del don artístico revela la calidad de vida, las virtudes o las huellas del pecado en el artista. Es por ello que mencioné la condición de Caballero de la Orden de Calatrava que investía a Velázquez y menciono ahora la turbulenta vida de Picasso, a quien sus mujeres presentaban como un dechado de soberbia y egoísmo, según nos informara un artículo aparecido hace poco en la revista ADN Cultura, del diario La Nación. * No permanece Dondo, sin embargo, en las alturas donde se aposentan el arte y el espíritu. Por el contrario, en su libro asienta algunas cuestiones prác- ticas que conviene atender. Por un lado, propicia que el Estado asuma el “inteli- gente fomento de lo valioso”, al llevar adelante “políticas de aliento cultural más selectivas” (Dondo: 51), lo cual merece de mi parte un estruendoso ¡bravo! Por otro lado, se mete con los críticos y les pide “profundidad y aplomo, claridad”. ¿Por qué? Porque “la crítica es exigente o termina por no ser crítica” (Dondo: 52). Nuevamente ¡bravo! Insta, además, a discernir con valentía. O sea, dicho de otro modo, a discriminar, con perdón de la palabra. Pues, glosando a San Agustín, expresa que “las cosas no responden sino al que las interroga como juez”. ¡Bravo! Y, por último, con ánimo docente invita a que los guías de turismo cumplan ade- cuadamente su cometido. Un ¡bravo! final. * Pero ya es hora de manifestar que Gabriel Dondo no aparece en este cam- po de las artes por generación espontánea. Lejos de ello, es “hijo ‘e tigre”, como dirían en el oeste de la provincia de Buenos Aires. Su padre, en efecto, fue Os- valdo Dondo, poeta relevante de los Cursos de Cultura Católica. Pariente a su vez de Miguel Ángel Etcheverrigaray, también magnífico vate de los Cursos, al igual que Marechal, Fray Vallejos, Castiñeiras de Dios, Jacobo Fijman, Bernár- dez y Anzoátegui. Constelación de poetas casi desconocidos a la fecha. Omisión que, dicho sea de paso, resulta de justicia remediar lo antes posible. Pero ¿qué fueron los Cursos de Cultura Católica? En un libro ameno y conciso se ocupó de ellos Raúl Rivero Olazábal, a quien recuerdo con afecto como seguramente lo recordará también Gabriel Dondo. Pero, para hacerlo de manera más sintética, GALLARDO. La beLLeza: anotaciones paRa ... 289 transcribiré lo que dijo mi amigo Juan Manuel Medrano sobre los Cursos, en una conferencia que pronunció en algún momento sobre Leopoldo Marechal. Escribió Medrano: Años atrás Tomás Casares convocaba a un grupo de amigos con la inten- ción de restaurar los estudios católicos. Exponía la necesidad de reinser- tar a la Argentina en la Cristiandad a la cual siempre había pertenecido. Pero que, particularmente entre los hombres, vivía sólo con vida latente. Con esta consigna el mencionado Casares, Atilio Dell’Oro Maini, César Pico, Samuel W. Medrano, Faustino Legón y otros hicieron esa memorable creación que habría de incidir tanto en la vida pública como la privada de la Nación. En el erial del pasado, desde las luchas de Estrada, Goyena y Achával Rodríguez, diríase que triunfaba el propósito laicista de eliminar a Dios revelado de la escuela y de todos los ambientes. Ferry y Combes, redivivos, extendían, a través de sus prosélitos de logia, esta guerra contra la religión de nuestra Patria y de nuestros padres, que tanto éxito había tenido en territorio francés. Juan B. Terán, Ernesto Padilla, Tomás Cu- llen, Indalecio Gómez y otros pocos más defendían la ciudadela católica, devastada por las andanadas del tiempo. De modo que la irrupción en escena de los Cursos de Cultura Católica constituyó la reaparición –im- portante, organizada y significativa– del pensamiento católico en el pano- rama nacional. Pero no sólo en el plano del pensamiento influyeron los Cursos. También lo hicieron en el de la plástica, a través de Ballester Peña, Spotorno, Buitrago, Fornieles. Y hasta podría decirse que acuñaron un estilo gráfico propio, que se revela en sus ediciones tuteladas por Enrique Lagos y en la revista Sol y Luna que dirigía Juan Carlos Goyeneche. Allí está la fuente cultural en que abreva Dondo. Una fuente que quizá cons- tituyó uno de los factores determinantes de la inesperada explosión de fe que se manifestó en el Congreso Eucarístico de 1934, el cual modificó profundamente el alma de los argentinos. Acorde con el sesgo de su trabajo, Gabriel Dondo lo remata con un poema suyo vinculado con los temas tratados. He aquí una de sus estrofas: Bendito secreto luminoso que estás en todo lo que llega; dichoso caminar de lo insondable; saber con sosiego que sólo me aproximo, que me acerco, que rondo, que vislumbro; que siempre hay más, detrás de esbozos, esquemas y señales… ¡Oh, verdad!... con tu aspereza sola no llegas: te urge, siempre, el aliento primordial de la belleza… (Dondo: 64) Revista de Lenguas ModeRnas, n° 16, 2012 / 285-291 / issn: 1659-1933290 Con Gabriel Dondo nos unen varias afinidades. Una es la adscripción a cierta espiritualidad específica. Otra es el tenis, que hemos practicado quizá con más empeño que pericia. Otra, contarnos entre los seguidores de San Lorenzo del Almagro. Y, por último, determinadas inclinaciones concordantes en materia artística. Para acreditarlas acudiré a algunos dísticos incluidos en un pequeño volumen que titulé Las Cosas, aparecido en 1977: Detesto los poemas herméticos, presiento que encubren casi siempre la falta de talento. Detesto esa pintura donde cada detalle pareciera burlarse del hombre de la calle. Pintura incomprensible, sin forma ni belleza, rebelde a la armonía de la naturaleza. Celebro a Miguel Ángel contemplando a través de un gran bloque de mármol su futuro Moisés. Celebro al dibujante cuyos trazos precisos poblaron Altamira de bisontes rojizos. Celebro al arquitecto del templo de Luxor, en Chesterton celebro su docto buen humor. Celebro a Fray Angélico poniendo en su pintura la dimensión flamante del relieve y la hondura. Celebro a William Shakespeare, a Dominico Greco y a don Segundo Sombra, de los pagos de Areco. Celebro a quien conoce la humana condición y procura no obstante lograr la perfección. Con esto pensaba concluir con mi parte en esta presentación. Pero ocurre que casualmente tropecé luego con un poema que otro amigo común, Jorge Ma- zzinghi, dedicara a la memoria de nuestro querido Paqui Fornieles, al cual men- cioné hace un rato como pintor de los Cursos de Cultura Católica. Y, por coincidir con el pensamiento expuesto en su libro por Gabriel Dondo, elijo dos cuartetas de dicho poema como cierre de mi participación de esta tarde. Dicen así: ¿Cómo hilvanar tercetos fugitivos? ¿Y cómo aprisionar en el papel la brisa que conmueve los follajes y resiste la traza del pincel? GALLARDO. La beLLeza: anotaciones paRa ... 291 ¿Dónde está lo importante y lo superfluo? ¡Quién pudiera decirlo con certeza! Paqui bien lo sabía: sólo importan las cosas en que Dios se hace belleza. Bibliografía Dondo, Gabriel. 2011. La belleza: anotaciones para apuntar a una visión más unitaria. San José, Costa Rica: PROMESA.