Un recorrido por el imaginario vasco: representaciones culturales ligadas a lo identitario A journey through the Basque imaginary: cultural representations linked to the identity Reseña de: de Pablo, Santiago (coord.), 100 símbolos vascos. Identidad, cultura, nacionalismo, Madrid, Tecnos, 2016, 292 pp. JUAN JOSÉ ECHEVARRÍA PÉREZ-AGUA Universidad Complutense de Madrid juanjoseechevarria@hotmail.com Entre los abundantes frutos del giro culturalista historiográfico cabe destacar la aparición de 100 símbolos vascos. Identidad, cultura, nacionalismo, obra coordinada por Santiago de Pablo, en la que también intervienen otros quince reconocidos historiadores, que han hecho de la temática vasca la prioridad de su investigación. Una aportación inserta, pues, en esta corriente de estudio de todas las Ciencias Sociales que en las últimas décadas ha ofrecido interesantes trabajos como el aquí analizado. La obra objeto de recensión presenta a lo largo de cien entradas un recorrido por el imaginario vasco, en la senda que abrió hace cuatro años el Diccionario ilustrado de símbolos del nacionalismo vasco, obra colectiva en la que repiten el propio de Pablo así como nueve historiadores más. Se trata, pues, de una obra de continuidad con respecto a la anterior, pionera en la historiografía vasca por centrar su estudio en los signos, símbolos, rituales y en general en todas las representaciones culturales del nacionalismo vasco y dejar de priorizar los aspectos materiales del proceso histórico. El motivo de la nueva publicación, según afirma en la presentación su coordinador, incide en el hecho de que aquella obra se limitó a la simbología del nacionalismo, no a la de los vascos en general. Por ello, la finalidad de esta nueva aportación pasa, pues, por Recibido: 29 de noviembre de 2017; aceptado: 10 de enero de 2018; publicado: 27 de marzo de 2018. Revista Historia Autónoma, 12 (2018), pp. 313-317. e-ISSN: 2254-8726; DOI: https://doi.org/10.15366/rha2018.12. 314Revista Historia Autónoma, 12 (2018), e-ISSN: 2254-8726 ampliar el espectro a iconos representativos de otras culturas políticas como la de la derecha española y la de la izquierda no nacionalista, cuya aceptación como parte constitutiva de lo vasco ya no provoca rechazo. Pero, conviene precisar que el equilibrio perseguido no ha quedado plenamente reflejado en las páginas de la obra. Sin duda ello es debido a algo advertido por Santiago de Pablo: ni de lejos tales sensibilidades son capaces de emular al nacionalismo, que desde su origen ha acreditado una gran capacidad para crear símbolos exitosos, entre los que cabe destacar, como máxima expresión de lo dicho, la ikurriña, que como señala la entrada de la misma, obra de Jesús Casquete, goza hoy en día de gran consenso popular, cuestión que la historiografía ya confirma como irrefutable, gracias a aportaciones de otros historiadores, entre los que cabe destacar a Félix Luengo, pionero en estas investigaciones. No obstante, el análisis de tales símbolos efectuado por el equipo de historiadores responsable de la obra no se limita a constatar tales hechos, sino que ahonda en las diversas interpretaciones de los sentimientos identitarios, al calor de los estudios culturales que reclaman una atención de lo subjetivo y del sentimiento, en la medida en que las naciones no solo se piensan sino también se sienten. Así, los autores valoran la pluralidad vasca, recordando que la propia bicrucífera todavía esté sujeta a diversas interpretaciones sobre la identidad que quiere expresar, según sea descifrada tal ambigüedad por vascos de la derecha y de la izquierda no nacionalista, o por nacionalistas. Inciden así, además de en la diversidad interpretativa del símbolo y su mutación temporal, en la relevancia de la dimensión cultural a la hora de configurar la autocomprensión de los sujetos, de su acción y, por tanto, de su identidad. Entradas sobre el bertsolarismo, el caserío, la txapela, el Olentzero, la pelota o el ciclismo vasco redundan en ello, así como la amplia atención a los aspectos musicales que acertadamente ofrece esta obra: danzas, txistu, txalaparta, Txoria Txori y rock radical vasco, entre otras. El debate identitario ocupa, pues, el aspecto central de 100 símbolos vascos, obra en la que también participan expertos en el carlismo y en el nacionalismo radical durante el tardofranquismo y la transición democrática, así como en el exilio del gobierno vasco, en la particularidad navarra y en aspectos eminentemente culturales, como la aportación del cine al proceso identitario, lo que sin duda ha revertido en mayor riqueza y amplitud de miras en el trabajo analizado. El mencionado desequilibrio a favor de una determinada simbología en la obra reseñada no solo es imputable a los méritos constructivos de la narrativa nacionalista. También se echan en falta, entre el elenco elegido por los autores, algunos de los símbolos no nacionalistas que tuvieron una repercusión indudable, como el lazo azul, icono de la libertad, creado en las manifestaciones contra el secuestro de Julio Iglesias Zamora y que prendido en las solapas evidenció la rebelión ciudadana contra el nacionalismo armado. 315 En la presentación de la obra, el coordinador del equipo de historiadores que seleccionó los cien símbolos incluidos (tras muchos debates, como señala) admite el carácter discutible de los que finalmente aparecen, cuestión irremediable cuando entre los objetivos de la obra se encuentra su carácter divulgativo, aspecto que no desmerece en ningún caso su propósito. Es más, tal intención es sumamente loable, en la medida en que nos encontramos con una temática donde no solo abundan las narrativas ahistóricas, sino que son propagadas sin recato alguno amparadas en procesos de ideologización determinados, asociados a evoluciones identitarias. Argumento que redunda en la oportunidad de la aparición de 100 símbolos vascos, no solo para un público especializado, sino en general de todo tipo, en la medida en que puede contrarrestar memorias colectivas que, propiciadas por una literatura histórica de carácter militante, condicionan el debate popular. El carácter divulgativo de la obra ha eximido a los autores de consignar las fuentes empleadas, cuestión reseñable pero ciertamente menor a la luz de la amplia y contrastada bibliografía que cada uno de ellos atesora. Además, parte de dicha bibliografía es citada en cada una de las entradas y al final del libro. El coordinador de la obra remite además al Diccionario ilustrado de símbolos del nacionalismo vasco, donde quedaron reflejadas las referencias documentales; cuestión que evidencia aún más la continuidad de 100 símbolos vascos respecto a la obra anterior. Los autores ahondan también en el giro espacial que la historiografía vasca empieza, tímidamente, a desbrozar, atendiendo a un equilibrio en los símbolos escogidos entre los territorios históricos que componen la hoy unidad vasca, reconociendo en esa medida la diversidad provincial preexistente y que tantas veces ha quedado obviada, circunstancia también propiciada por determinadas historiografías. Entradas como las dedicadas a San Miguel de Aralar o a otros santuarios como Arantzazu, Begoña, Estíbaliz y Leyre permiten vislumbrar la complejidad que bajo el topónimo vasco se esconde, ahondando en la constitutiva multiplicidad territorial, ya sea alavesa, guipuzcoana, navarra o vizcaína (por no entrar en las del otro lado de la frontera). Tal empeño no ha alcanzado, en cambio, símbolos ineludibles como son por ejemplo los Sanfermines para el universo identitario navarro, tal como el propio coordinador reconoce. Cuestión, la territorial, que también pende a la hora de establecer los límites de tal conjunto y que los autores han circunscrito a la Comunidad Autónoma Vasca, a la Comunidad Foral de Navarra y a Iparralde, dejando libertad a cada uno de ellos a la denominación resultante de la suma de ellos, decantándose generalmente por dos topónimos: el latino Vasconia y el euskaldún Euskal Herria, no sin advertir que este último ha sumado en el último cuarto de siglo un matiz ideológico que no tenía anteriormente, limitado hasta entonces a un significado Juan José Echevarría Pérez-Agua, “Un recorrido por el imaginario vasco...” 316Revista Historia Autónoma, 12 (2018), e-ISSN: 2254-8726 cultural y lingüístico, tal como recoge la entrada ad hoc. La cuestión identitaria, referida a un aspecto crucial como es la nomenclatura, vuelve a incidir sobre la obra recensionada. En este sentido, se echan en falta otras denominaciones que no solo no gozan de entrada propia, sino que ni siquiera se recogen a lo largo de sus páginas como la de Euskaria (o sus variantes Euskeria y Eusqueria) del Renacimiento de las letras vascas, que en la segunda mitad del siglo xix competía con Euskalerria. Tampoco figuran en el Diccionario ilustrado de símbolos del nacionalismo vasco, salvo para hacer mención a colectivos que hoy en día reivindican su legado. El éxito indudable del término Euskal Herria ha oscurecido también el de Euskadi, que hace solo unas décadas parecía ser el llamado a triunfar. Cuestión polémica hoy en día y que recoge la entrada sobre el Equipo Euzkadi, que aunque referida a la selección futbolística que tras la guerra propagó por el mundo la idea de la existencia de una entidad unitaria vasca, Santiago de Pablo amplía hasta 2007 cuando desde el nacionalismo radical se impulsó el cambio de denominación a selección de Euskal Herria, contando con el beneplácito de un buen número de jugadores, algunos de los cuales compartían presencia en la selección española. La denominación unitaria resultante, cuestión no resuelta entre los vascos, pende sobre 100 símbolos vascos, así como sobre toda la historiografía al respecto, circunstancia de extrema relevancia a nivel identitario. La presente obra dedica una entrada a Euskadi/Euskal Herria, obra de Ludger Mees, donde se evidencia las profundas dimensiones sobre la disputa de la denominación y se recuentan, aun sin agotarlas, hasta una docena de ellas. Tal pleito revela, indudablemente, el trasfondo político e ideológico que subyace en esta crucial e irresuelta cuestión. Otro aspecto difícil de afrontar para esta obra y en general sobre todas aquellas de la historiografía vasca es conciliar la coherencia y la inexistencia de anacronismos a la hora de las denominaciones geográficas, en concreto de la toponimia; cuestión polémica que tampoco oculta el coordinador de la obra. El equipo de autores ha optado, como criterio general, por las grafías actuales oficiales en euskara, lo que pese a las prevenciones no deja de ser convencional y presenta dificultades con el objetivo de no incurrir en anacronismos. Los diversos autores han gozado aquí igualmente de libertad, lo que repercute irremediablemente en la coherencia pretendida. La entrada Estella/Lizarra salva esos difíciles escollos, aunque se echa en falta en otros tal prevención de utilizar también las denominaciones en castellano o en vasco con la escritura más tradicional y cercana a la primera lengua, aunque solo fuera por atestiguar una mayor antigüedad; por ejemplo, Maya en la entrada de Amaiur, o incluso en la de Gernika, recuperar la grafía de Guernica, como ya solo uno de los mayores iconos del siglo xx acredita, el célebre cuadro de Pablo Picasso. En ese sentido y en aras de la coherencia temporal, cabría criticar 317 que el himno más popular entre los vascos, el Gernikako arbola, no haya tenido en la obra recensionada una mención a como fue más conocido en las décadas siguientes a su composición: el Guernicaco arbola, circunstancia acreditada aunque tal vez no suficientemente divulgada. Dificultades que en ningún caso son imputables a la obra aquí reseñada, sino de las que adolecen todas aquellas que pretenden desbrozar una temática tradicionalmente objeto de utilización política, no más que otras, pero sí más supeditada a ella. La hidra de mil cabezas que condiciona la historiografía vasca desde hace más de dos siglos y que una obra cultural como la presente refleja a lo largo de sus cien entradas de símbolos, con relevantes aportaciones que ayudarán, si no a extirparla, sí a desenmascararla, encomiable objetivo de la Historia. Juan José Echevarría Pérez-Agua, “Un recorrido por el imaginario vasco...”