key: cord-1013154-kfs9nzsv authors: VERICK, Sher; SCHMIDT‐KLAU, Dorothea; LEE, Sangheon title: ¿Es realmente distinto esta vez? Impactos comparados de la crisis de la COVID‐19 y de la crisis financiera mundial de 2008–2009 en los mercados de trabajo date: 2022-03-11 journal: Revista Internacional del Trabajo DOI: 10.1111/ilrs.12233 sha: 1087a852abb902d4771228099b11ade76fad3c39 doc_id: 1013154 cord_uid: kfs9nzsv En 2020 la pandemia causó una crisis del mercado de trabajo más profunda que la generada por la crisis financiera mundial de 2009. Las medidas de contención fueron la principal causa del daño a los mercados de trabajo, que afectó particularmente a las economías de ingreso mediano, así como a ciertos sectores, como las actividades de alojamiento y servicio de comidas, y determinados grupos poblacionales, como las mujeres jóvenes. Frente a los procesos de ajuste del empleo impuestos en la crisis financiera mundial, durante la crisis de la COVID‐19 la inactividad ha aumentado más que la desocupación. Deben mantenerse las políticas de apoyo para evitar la desigualdad en la recuperación. Tras la caída de Lehman Brothers en 2008 y la subsiguiente contracción del crédito, la crisis financiera surgida en los Estados Unidos adquirió una dimensión global, penetró en la economía real y sus ondas expansivas sacudieron el mundo entero. A causa de esta crisis, 2009 fue el primer año desde la Segunda Guerra Mundial en que se produjo una contracción de la economía mundial, que supuso un giro repentino tras el periodo de bonanza económica de 2002-2007 . El comercio mundial se redujo en un 11 por ciento (Baldwin 2009 ), mucho más que la producción. En general, durante la crisis, la producción, el comercio y el consumo de bienes, especialmente de productos manufacturados, disminuyeron más que los servicios. El estallido de las burbujas inmobiliarias y la contracción del crédito golpearon duramente al sector de la construcción, causando una gran pérdida de empleo, especialmente entre los trabajadores jóvenes y poco calificados. La crisis financiera mundial se precipitó no solo por la acumulación de los riesgos asumidos (a través de préstamos de alto riesgo en los Estados Unidos y su posterior reagrupación en obligaciones de deuda garantizadas que se hacían pasar por activos de alta calidad y bajo riesgo), sino también por la laxitud de la regulación financiera, la relajación de la política monetaria y el colapso de las burbujas inmobiliarias en diversos países (como España, Estados Unidos e Irlanda), entre otros factores. 1 Los años que precedieron a la crisis se caracterizaron también por un aumento de la desigualdad en muchos países, exacerbada por deficiencias en los marcos de políticas y en la gobernanza que incrementaron la vulnerabilidad de las economías y los mercados de trabajo (véase, por ejemplo, Chowdhury y Żuk 2018). Aunque en 2007 las dificultades financieras ya eran evidentes en los Estados Unidos, pocos economistas avistaron la recesión de escala mundial que estaba a punto de producirse y la mayoría de los comentaristas esperaba que los años dorados de la década del 2000, un periodo de crecimiento económico sincronizado en la mayoría de los países, 2 continuaran. Los responsables de la formulación de políticas respondieron a la crisis financiera mundial mediante diversas herramientas macroeconómicas anticíclicas como: la reducción de las tasas de interés para promover el crédito y la inversión; los rescates y las inyecciones de capital al sistema financiero para paliar la crisis crediticia, y paquetes de estímulo fiscal para apoyar la demanda agregada (Verick e Islam 2010) . Según estimaciones de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), el apoyo fiscal anunciado durante 2008-2010 representó alrededor del 3,5 por ciento del producto interior bruto (PIB) de 2008 en las economías avanzadas para las que hay datos disponibles (OCDE 2009 ). En los países del grupo del G20, el valor aproximado de los estímulos económicos fue de alrededor de 692 000 millones de dólares de los Estados Unidos en 2009, es decir, aproximadamente el 1,4 por ciento de su PIB combinado (Prasad y Sorkin 2009) . En cuanto al apoyo en materia de políticas posterior a la crisis, los debates en torno a la magnitud de los multiplicadores fiscales y los efectos relativos de la consolidación fiscal dominaron el discurso, en particular en el contexto de la crisis de la deuda soberana europea (véase, por ejemplo, Gornicka et al. 2020 ). El concepto de «consolidación fiscal expansiva» se veía como una justificación para la austeridad, aunque luego haya sido ampliamente criticada (Chowdhury e Islam 2012) . Aunque se calificara de «global», la crisis tuvo implicaciones diferentes para las diversas economías y mercados de trabajo del mundo. De hecho, en 2009, su impacto fue mayor en las economías avanzadas, cuyo PIB se redujo en un 3,3 por ciento, frente al crecimiento del 2,8 por ciento de los mercados emergentes y los países en desarrollo (aunque estas cifras agregadas escondan las considerables variaciones que hubo en el seno de estos grupos). 3, 4 A diferencia de lo sucedido en las economías de los mercados emergentes, los países en desarrollo sí experimentaron una deceleración en 2009; aun así, lograron mantener una tasa media de crecimiento relativamente sólida, del 5,1 por ciento, 5 lo cual indica que estas economías no se encontraban tan integradas en la economía global y, por lo tanto, se vieron menos afectadas por las crisis comercial y crediticia. Las economías emergentes, especialmente China y la India, recuperaron un fuerte crecimiento económico en 2010, lo que generó una gran demanda de productos básicos en todo el mundo y, a su vez, benefició a los exportadores, en especial de los países en desarrollo, en los años posteriores. Aunque en los años que siguieron a la crisis financiera la tasa de desocupación mundial fue disminuyendo progresivamente, durante la década siguiente no volvió al mínimo del 5,3 por ciento previo a la crisis. Para los jóvenes, la situación fue aún más devastadora: la tasa mundial de desocupación juvenil siguió incrementándose hasta alcanzar el punto máximo del 13,8 por ciento en 2016 (14,1 por ciento para los hombres jóvenes). En 2019, la tasa de desocupación juvenil se mantenía todavía en el 13,6 por ciento, alrededor de 1,3 puntos porcentuales por encima de la de 2008, lo que demuestra la persistencia del daño a los mercados de trabajo, especialmente para los jóvenes. Aunque el mercado de trabajo también se había ralentizado en anteriores crisis financieras (Reinhart y Rogoff 2009), las malas decisiones políticas, concretamente la prematura vuelta a la austeridad en varias economías avanzadas (por ejemplo, en la Unión Europea), prolongaron el proceso de recuperación (véase, entre otros, House, Proebsting y Tesar 2020). En general, la producción perdida no se recuperó después de la crisis y, en diversas economías, la inversión y la productividad total de los factores se mantuvieron por debajo de los niveles previos a la crisis (Chen, Mrkaic y Nabar 2019). La crisis de 2020 originada por la COVID-19 es muy diferente de la crisis financiera mundial en cuanto a su origen, canales de transmisión e impacto. Aunque antes de 2020 ya preocupaba la posibilidad de una pandemia mundial, 3 En el presente artículo se utilizan diferentes términos para describir las agrupaciones de países. El Banco Mundial utiliza la división entre países de «ingreso bajo», «ingreso mediano» e «ingreso alto», mientras que el Fondo Monetario Internacional (FMI) los agrupa en «economías avanzadas» (que equivalen a los países de ingreso alto), «economías de mercado emergentes» y «países en desarrollo de bajo ingreso». Según las clasificaciones del Banco Mundial, los umbrales para la clasificación según el nivel de ingresos son: país de ingreso bajo: 1036 dólares EE.UU. o menos; país de ingreso mediano bajo: entre 1036 y 4045 dólares EE.UU.; país de ingreso mediano alto: entre 4046 y 12 535 dólares EE.UU.; país de ingreso alto: más de 12 535 (RNB per cápita en dólares actuales, utilizando los tipos de cambio del método Atlas). tras la experiencia de los brotes del síndrome respiratorio agudo severo (SARS) y el Síndrome Respiratorio de Oriente Medio (MERS), la pandemia de COVID-19 llegó de forma inesperada, sin vinculación explícita a ninguna señal de aviso (económica o de otro tipo). Lo que había comenzado como una emergencia sanitaria mundial a principios de 2020, fue evolucionando a lo largo del año hasta transformarse en una grave crisis económica y del mercado de trabajo, aunque esta evolución fue compleja e incierta por la constante evolución de la pandemia. El impacto económico de la crisis pandémica en todo el mundo se ha debido principalmente a los confinamientos y otras medidas de contención que han sido necesarias para controlar la propagación del virus. Desde marzo de 2020, los cierres de los centros de trabajo han afectado a la gran mayoría de los trabajadores y trabajadoras, con variaciones entre los distintos países y los diversos momentos de la pandemia. A finales de agosto de 2020, la proporción de trabajadores que residían en países con cierres de centros de trabajo era del 94 por ciento (OIT 2020a). A pesar del relativo alivio de la situación a mediados de año, varias economías tuvieron que restablecer las medidas en el último trimestre de 2020, ante el repunte del número de casos, especialmente en el hemisferio norte (con la llegada del invierno y la irrupción de una segunda ola de infecciones). En enero de 2021, diversos tipos de cierre de centros de trabajo todavía afectaban al 93 por ciento de los trabajadores y trabajadoras, aunque las medidas estuvieran restringiéndose a determinadas zonas geográficas y sectores específicos (OIT 2021a). En 2020 los cierres de fronteras y las restricciones de viaje paralizaron el turismo internacional (y, en muchos casos, también el nacional). Según la Organización Mundial del Turismo, las llegadas internacionales disminuyeron en un 72 por ciento en los primeros 10 meses del año (OMT 2020), lo que supuso un duro golpe para las economías dependientes del sector. Los confinamientos y otras medidas de contención provocaron una fuerte caída de la demanda (el consumo y la inversión) y del suministro de bienes y servicios a lo largo de 2020, especialmente durante el segundo trimestre. Estas medidas fueron las causantes de la interrupción de los suministros, al impedir la actividad empresarial, particularmente en los sectores donde se requiere la interacción directa con la clientela (por ejemplo, el comercio minorista y las actividades de alojamiento y servicio de comidas). Esto dio lugar a una disminución de la demanda de bienes y servicios producidos por otros sectores (vinculados a puntos anteriores o posteriores de la cadena de suministro). Las disrupciones también afectaron al suministro en diversos sectores, aunque la producción y el comercio de mercancías fue recuperándose a finales de 2020 y durante la primera mitad de 2021. Del lado de la demanda, las medidas de contención disminuyeron considerablemente el consumo de muchos bienes y servicios, especialmente en restaurantes, lugares de ocio, comercios minoristas y espacios similares. Las pérdidas de empleo e ingresos intensificaron la crisis de la demanda, al reducir aún más el consumo. Finalmente, se estima que el alto nivel de incertidumbre tuvo un efecto negativo adicional sobre las decisiones de consumo e inversión (véase, por ejemplo, Altig et al. 2020; Baker et al. 2020) . En consecuencia, incluso en los países con un menor número de casos de COVID-19, en 2020 hubo una crisis económica y de empleo debida a las medidas de cierre de fronteras, lugares de trabajo, centros de venta minorista y de ocio, y otras intervenciones que restringieron fuertemente la actividad económica. La crisis de la COVID-19 no tardó en afectar gravemente a la producción en la gran mayoría de países, y en el segundo semestre de 2020 tuvo lugar la caída más pronunciada de la producción y de las horas de trabajo. Las últimas estimaciones del FMI indican una disminución global de la producción económica del 3,3 por ciento en 2020 (una cifra revisada al alza con respecto a las estimaciones publicadas anteriormente ese mismo año), con una tasa de crecimiento estimada del -4,8 por ciento en las economías avanzadas y del -2,2 por ciento en los mercados emergentes y los países en desarrollo (gráfico 1, a)). Este resultado contrasta con lo sucedido durante la crisis financiera mundial, que también dio lugar a una recesión de escala internacional (en 2009 la tasa de crecimiento del PIB fue de -0,1 por ciento), pero en la mayoría de los países de ingreso bajo y mediano no produjo un crecimiento económico negativo. En conjunto, en 2009 el crecimiento del PIB fue negativo en 92 países, el 47,9 por ciento de la muestra disponible para ese año (gráfico 1, b)). Frente a ello, se estima que la tasa de crecimiento del PIB en 2020 fue negativa en 164 países, es decir, en el 85,4 por ciento de la muestra. Así pues, solo unos pocos países crecieron más rápido (o, más bien, decrecieron menos) en 2020 que en 2009, como muestra el número de observaciones que se encuentran a la izquierda de la línea de 45 grados del gráfico 1, b). En respuesta al impacto de la crisis de la COVID-19, los responsables políticos, incluso de países emergentes y en desarrollo, han llevado a cabo intervenciones monetarias y fiscales a menudo sin precedentes para evitar el derrumbe de las economías. El uso de herramientas macroeconómicas en respuesta a la crisis de la COVID-19 se basa en las experiencias de la crisis financiera mundial, sin embargo, en esta ocasión, ciertas preocupaciones que tenían un gran peso en 2009 y 2010 no han restringido tanto los estímulos, aunque ahora se esté poniendo a prueba el alcance de estas políticas (por ejemplo, el límite inferior cero de los tipos de interés en las economías avanzadas y el espacio fiscal en los países en desarrollo). En esta ocasión no se ha hecho tanto hincapié en los niveles de deuda, al menos en las economías avanzadas, donde los créditos han contado con el apoyo de unos tipos de interés históricamente bajos, que se espera mantener durante cierto tiempo. Los importantes recursos que se han asignado en 2020 a programas de conservación del empleo, superiores a las dotaciones de 2009, han mantenido a millones de trabajadoras y trabajadores en sus puestos de trabajo, en ocasiones con programas nuevos e innovadores aplicados fuera de las economías avanzadas. Se ha ampliado la duración y la cobertura de los regímenes de protección social, que en algunos casos incluyen a personas que trabajan por cuenta propia o a través de plataformas, o que habitualmente no estaban cubiertas por las medidas existentes. El apoyo mediante medidas de política fiscal ascendía a 16 billones de dólares de los Estados Unidos el 17 de marzo de 2021, lo que representa alrededor del 18 por ciento del PIB de 2019, 6 distribuido entre gasto adicional y renuncia a ingresos fiscales (10 billones de dólares de los Estados Unidos), e inyecciones de capital, garantías y préstamos gubernamentales (6 billones de dólares de los Estados Unidos). Sin embargo, el gasto no se ha distribuido de forma equitativa. La mayor parte se ha producido en las economías avanzadas, que representan más de 9,02 billones del gasto adicional y los ingresos no percibidos, además de casi la totalidad de las inyecciones de capital, garantías y préstamos gubernamentales. Como porcentaje del PIB de 2020, el apoyo fiscal en las economías avanzadas (únicamente el gasto adicional y la renuncia a ingresos fiscales) representaba el 16,4 por ciento, frente al escaso 4,2 por ciento de los mercados emergentes y el 1,7 por ciento de los países en desarrollo de ingreso bajo. Esta disparidad en las políticas de apoyo no solo ha afectado a la capacidad de los países para responder de forma inmediata a la crisis (es decir, para dar respuesta a la dimensión sanitaria y evitar el colapso de la economía), sino que también ha limitado su capacidad para avanzar hacia la recuperación. En este contexto, el presente artículo se centra en las repercusiones de la crisis de la COVID-19 sobre el mercado de trabajo, a partir de los modelos disponibles y los datos de las encuestas sobre la fuerza de trabajo, con especial atención a los cambios en la ocupación, incluidos los cambios por sector, género y edad. Cuando es posible, los datos a escala mundial (estimaciones modelizadas) y a nivel de país (de encuestas sobre la fuerza de trabajo) para 2020 se comparan con las estimaciones de 2009, a fin de ilustrar tanto las similitudes como las diferencias entre la crisis financiera mundial y la crisis de la COVID-19. El resto del artículo se estructura como explicamos a continuación. En el segundo apartado se presenta una visión general de los efectos agregados sobre el mercado de trabajo de la crisis financiera mundial y de la crisis de la COVID-19, basada en el análisis de datos de múltiples países. En el tercer apartado se ofrecen posibles explicaciones de las variaciones en cuanto a pérdida de empleo entre los países. En el cuarto apartado se documenta el hecho de que casi toda la disminución de la ocupación durante la crisis de la COVID-19 se ha traducido en un aumento de la inactividad. En los apartados quinto y sexto se investiga qué ha sucedido en el seno de los mercados de trabajo, prestando atención al impacto sectorial y a las diferencias según edad y sexo. En el séptimo apartado presentamos un resumen de las conclusiones y ofrecemos diversas recomendaciones en materia de políticas. Toda crisis económica provoca un ajuste de la demanda de trabajo a través de canales internos y externos, como la reducción de las horas trabajadas, del número de trabajadores, de los salarios o de las prestaciones no salariales. En última instancia, el ajuste del mercado de trabajo no solo dependerá de la naturaleza de la crisis, sino también de las repercusiones de las políticas y las instituciones. Entre estas últimas figuran los programas de conservación del empleo, que incluyen los subsidios y han tenido un papel importante en ambas crisis para el mantenimiento de trabajadoras y trabajadores en sus puestos de trabajo, así como la legislación de protección del empleo, que regula cómo las empresas pueden ajustarlo. A causa de la naturaleza singular de la crisis de la COVID-19 y de la suspensión de la actividad económica durante los confinamientos, las horas de trabajo perdidas han sido un buen indicador de síntesis del impacto general de la pandemia en el mercado de trabajo, que ha reflejado tanto los ajustes internos (en otras palabras, la reducción de las horas de trabajo de las personas que conservan su empleo) como las pérdidas de puestos de trabajo resultantes de la crisis. Las estimaciones publicadas por la OIT el 25 de enero de 2021 (OIT 2021a) muestran que en 2020 se perdió el 8,8 por ciento de las horas de trabajo a nivel mundial (respecto al cuarto trimestre de 2019), el equivalente a 255 millones de empleos a tiempo completo (con arreglo a la hipótesis de una semana laboral de 48 horas). La disminución de la ocupación fue más acusada en América Latina y el Caribe, Europa Meridional y Asia Meridional. En total, la reducción de las horas de trabajo en 2020 fue cuatro veces mayor que la registrada durante la crisis financiera mundial. En cuanto a la pérdida de empleo, según las estimaciones de la OIT, en 2020 la ocupación a escala mundial disminuyó en 114 millones de puestos de trabajo, es decir, en un 3,5 por ciento (gráfico 2), en contraste con el aumento general de la ocupación que se produjo a escala mundial en 2009 (+0,4 por ciento). La caída de la ocupación en 2020 fue mucho más notable en los países de ingreso bajo y mediano, en los que la tasa de crecimiento fue del -3,8 por ciento, frente a la tasa de crecimiento positiva de 2009 (+0,9 por ciento). En las economías avanzadas, la ocupación disminuyó tanto durante la crisis financiera mundial como durante la crisis de la COVID-19, pero la caída de 2020 (-3,0 por ciento) fue considerablemente mayor que la de 2009 (-1,7 por ciento). La disminución de la ocupación en 2020 concuerda en gran medida con la reducción de la producción económica, salvo en el caso de las economías emergentes y en desarrollo, donde el cambio en el nivel de ocupación sucedido en 2020 fue mayor que el de la producción (el -3,8 por ciento frente al -2,2 por ciento). Al examinar una muestra de países con datos anuales para 2020, observamos que la ocupación disminuyó en todos los países de ingreso alto (normalmente entre el 0 y el -2 por ciento), menos en Chipre, Luxemburgo, Macao (China), Malta y Nueva Zelandia (gráfico 3, a)). Las mayores caídas en las economías avanzadas se produjeron en Chile, los Estados Unidos y el Canadá, que se caracterizan por unos mercados de trabajo más flexibles (véase también, más adelante, un análisis del efecto de la legislación de protección del empleo en los ajustes del mercado de trabajo). En general, la disminución de la ocupación fue mucho más importante en los países de ingreso mediano, especialmente en América Latina, y en otros como Montenegro y Sudáfrica, donde el hundimiento del empleo alcanzó y hasta superó el 8 por ciento (gráfico 3, b)). La disminución de la ocupación en 2020 fue más pronunciada en las economías de ingreso mediano, que se caracterizan por un mayor nivel de desigualdad. De hecho, existe una fuerte correlación negativa entre el crecimiento de la ocupación y la desigualdad, de acuerdo con el coeficiente de Gini (gráfico 4). Aunque esta correlación no tiene en cuenta las complejas interacciones entre los resultados económicos, sanitarios y laborales, sí parece indicar que, muy probablemente, la crisis de la COVID-19 exacerbó las desigualdades preexistentes. Aunque, en general, no hay datos actualizados y representativos sobre la fuerza de trabajo en los países de ingreso bajo, en encuestas y estudios puntuales se observa que también estas economías vulnerables han sufrido a causa de las medidas de confinamiento y contención. Cabe señalar que el impacto de la crisis no solo ha afectado al empleo, sino que también ha perjudicado de forma general a los ingresos y medios de vida de los países en desarrollo (tanto de ingreso bajo como mediano). Por ejemplo, a partir de las respuestas de una encuesta telefónica realizada entre abril y mayo de 2020 en algunos países seleccionados, Bundervoet, Dávalos y Garcia (2021) constatan una disminución del ingreso total en el 67,5 por ciento de los hogares de los países de bajo ingreso. Según las estimaciones de la OIT, el número de trabajadores y trabajadoras extremada o moderadamente pobres (que viven con menos de 3,20 dólares de los Estados Unidos al día en términos de paridad de poder adquisitivo) ha aumentado en 108 millones (OIT 2021b). Se han perdido cinco años de avances hacia la erradicación de la pobreza laboral (es decir, las tasas de pobreza han vuelto al nivel de 2015). En otras crisis, el método habitual para comprender cómo reacciona el mercado de trabajo en respuesta a una perturbación económica ha sido la observación de los ajustes a lo largo del ciclo económico. La demanda de trabajo como insumo del proceso de producción de bienes y servicios variará a lo largo del ciclo en función de las condiciones económicas, disminuyendo durante una recesión causada, por ejemplo, por una crisis financiera, y aumentando en la fase de recuperación. La ley de Okun, que describe la correlación negativa entre el crecimiento del PIB y la desocupación, es el método empírico más conocido para analizar esta relación. 7 Las políticas que se adopten, en la medida en que afecten a la producción, como sucede con los paquetes de estímulo fiscal, también tendrán implicaciones para el ajuste del empleo. Como ya hemos indicado, las instituciones y las políticas del mercado de trabajo, que determinan cómo las pérdidas y ganancias de producción afectan a la cantidad y la calidad del empleo, también influyen sobre la demanda de trabajo. La legislación laboral, en concreto la de protección del empleo (LPE), que establece cómo y cuándo puede ser despedida una persona, es una de las instituciones que pueden afectar a la velocidad de los ajustes del empleo en respuesta a una perturbación económica (Cazes, Verick y Al Hussami 2013) . Además, a menudo las empresas tienen la obligación de notificar al departamento de trabajo o a los servicios de empleo locales los despidos masivos que se producen durante las recesiones económicas. Aparte de la legislación de protección del empleo, otras políticas del mercado de trabajo pueden influir en las decisiones de una empresa, sobre todo en relación con el acceso a regímenes de trabajo con jornada reducida y a subsidios salariales, que se utilizaron ampliamente durante la crisis financiera mundial y aún más durante la crisis de la COVID-19. una fuerte correlación negativa entre la disminución de la ocupación en 2020 y el rigor medio de dichas medidas (véase también el gráfico 5). Respecto a otras variables explicativas, en esta muestra no hay pruebas de que exista una relación estadística entre el crecimiento de la ocupación en 2020 y el apoyo fiscal (datos por encima de la línea: gasto adicional y renuncia a ingresos fiscales) (columna (4) del cuadro 1). Esto contrasta con un análisis presentado por la OIT en septiembre de 2020, en el que se indicaba una relación Cuadro 1. Regresión de las tasas de crecimiento de la ocupación (2020) sobre diferentes variables explicativas Notas: La muestra consta de 54 países de ingreso alto y mediano. De conformidad con el Índice de Oxford sobre el rigor de la respuesta gubernamental a la COVID-19, cualquier variación a nivel subnacional se muestra como el nivel de respuesta de la subregión más rigurosa. Se utiliza el valor medio del índice para 2020. La tasa de crecimiento de la ocupación es la variación porcentual del nivel de ocupación de 2019 a 2020. Fuentes: Oxford COVID-19 Government Response Stringency Index, 2020: Hale et al. (2021) ; tasa de crecimiento de la ocupación: ILOSTAT (acceso el 17 de junio de 2021). Gráfico 5. Relación entre la tasa de crecimiento de la ocupación y el rigor medio de los confinamientos y otras medidas de contención en 2020 positiva y estadísticamente significativa entre las pérdidas de horas de trabajo y los estímulos fiscales (OIT 2020a). Sin embargo, estas relaciones han de interpretarse con cautela, ya que la eficacia de las políticas de apoyo deberá evaluarse no solo sobre la base de los datos de 2020, sino también de los de 2021 y de posteriores años. Por esta razón, para identificar el impacto de dichas políticas se requiere más investigación, también a escala nacional. Al mismo tiempo, existe una correlación positiva (aunque solo significativa al nivel del 10 por ciento) entre la tasa de crecimiento de la ocupación y el rigor de la LPE según el índice de la OCDE, que cubre los despidos individuales y colectivos (contratos indefinidos). Al igual que en crisis anteriores, esta correlación implica que el ajuste del empleo es más rápido (y negativo) en los países con una protección jurídica más débil, es decir, donde más fácil resulta despedir a trabajadoras y trabajadores. La LPE suaviza las medidas de ajuste a lo largo del ciclo económico, puesto que no solo limita la reducción del empleo tras una crisis, sino también su crecimiento en la fase de recuperación. Sin embargo, como se muestra en Lee et al. (2020) y en Cazes, Verick y Al Hussami (2013), existen pruebas empíricas de que el ajuste es asimétrico, ya que las instituciones del mercado de trabajo (en concreto, la LPE) hacen que la reducción del empleo durante la recesión sea menor que su crecimiento en la recuperación. Basándose en las enseñanzas extraídas de las políticas aplicadas durante la crisis financiera mundial, para mantener a trabajadoras y trabajadores en sus puestos de trabajo, en 2020 muchos gobiernos apostaron fuertemente por programas de conservación del empleo, que incluyen medidas como regímenes de trabajo con jornada reducida y subsidios salariales. En mayo de 2020, durante el pico de los confinamientos, estos programas apoyaban a 50 millones de trabajadoras y trabajadores en los países de la OCDE, diez veces más que durante la anterior crisis (OCDE 2020). El más conocido de ellos es el Kurzarbeit alemán, que ayudó eficazmente al sector manufacturero de Alemania a hacer frente a la crisis financiera mundial. Este programa se simplificó y amplió tanto en duración (24 meses) como en cobertura (para incluir a personas que trabajan a través de agencias) durante la crisis de la COVID-19. Así, en abril de 2020, llegó a cubrir a alrededor de 6 millones de personas, frente a las menos de 45 000 que cubría el año anterior (y a la cifra máxima de 1,4 millones que alcanzó en 2009, durante la crisis financiera mundial). Según las estimaciones, 750 000 trabajadoras y trabajadores alemanes seguían recibiendo ayudas del Kurzarbeit 9 en septiembre de 2021. ¿La proliferación de estos subsidios marcó una diferencia? Las estimaciones de la OIT para la Unión Europea (27 países) muestran que, aunque en 2020 se perdió hasta el 7,4 por ciento de las horas de trabajo, el porcentaje de disminución de la ocupación fue mucho menor (2 por ciento), lo que indica que el ajuste del mercado de trabajo se logró en gran medida en estos países mediante una reducción de las horas de trabajo, apoyada por los programas de conserva-9 Bundesagentur für Arbeit, base de datos «Realisierte Kurzarbeit (hochgerechnet) Deutschland, Länder, Regionaldirektionen, Agenturen für Arbeit und Kreise (Monatszahlen)». https://statistik.ar beitsagentur.de/SiteGlobals/Forms/Suche/Einzelheftsuche_Formular.html;jsessionid=FA5B4396D5AE 4CB407997EAFEE082F18?nn=1524090&topic_f=kurzarbeit-hr (acceso en diciembre de 2021). ción del empleo. 10 En la muestra de 20 países de la OCDE con datos sobre estas medidas se evidencia una correlación positiva y estadísticamente significativa entre las solicitudes de programas de conservación del empleo aprobadas en proporción con el número de trabajadoras y trabajadores por cuenta ajena y la tasa de crecimiento de la ocupación en 2020 (gráfico 6). La correlación positiva resulta evidente en el caso de países, como Nueva Zelandia, que no disponían de ese tipo de programa antes de la crisis. Los Estados Unidos se sitúan en el otro extremo del espectro. Sin embargo, en este país las personas en situación de suspensión de empleo se cuentan como desempleadas (personas temporalmente despedidas). En mayo de 2020, había 15,3 millones de estadounidenses en esta categoría, una cifra que se redujo a 1,8 millones en mayo de 2021. 11 Habitualmente, una disminución de la ocupación en época de recesión, como la que muestra el gráfico 3, se traduciría en un aumento de la desocupación. Así fue después de la crisis financiera mundial, cuando la tasa de desocupación juvenil mundial aumentó del 12,4 por ciento en 2008 al 13,4 por ciento en 2009. Ya sea como persona que ingresa por primera vez en el mercado de trabajo o como persona que ha perdido su empleo o su medio de vida recientemente, las y los solicitantes de empleo buscarán trabajo -lo cual es un requisito para considerarlos personas desocupadas-a menos que crean que los beneficios de dicha 10 Cálculos de los autores, estimaciones modelizadas de la OIT, ILOSTAT. 11 Oficina de Estadísticas Laborales de los Estados Unidos, «Unemployed Persons by Reason for Unemployment, Seasonally Adjusted», Labor Force Statistics from the Current Population Survey. https://www.bls.gov/web/empsit/cpseea11.htm (acceso en mayo de 2021). Fuentes: Solicitudes de programas de conservación del empleo aprobadas como porcentaje de los trabajadores dependientes: OCDE (2020); tasa de crecimiento de la ocupación: cálculos de los autores, encuestas sobre la fuerza de trabajo, ILOSTAT (acceso el 17 de junio de 2021). Durante la crisis de la COVID-19, debido a la naturaleza singular de la recesión, el paso de la ocupación a la no ocupación ha sido muy diferente. En particular, los confinamientos y otras medidas de contención han hecho que las personas desocupadas vieran limitada su capacidad de búsqueda de empleo por el cierre de los centros de trabajo y los requisitos de distanciamiento social. Estas mismas medidas han impedido a muchas personas estar disponibles para aceptar trabajo. Entre otras causas que merecen mayor investigación cabe citar la desproporcionada carga del cuidado de los hijos que ha recaído sobre las mujeres, incrementando su inactividad e impidiéndoles estar disponibles para trabajar y buscar empleo, así como el impacto del distanciamiento social voluntario. La disminución total de la ocupación a nivel mundial (114 millones de puestos de trabajo) ha incrementado el número de personas inactivas en 81 millones, frente a un incremento de la desocupación de 33 millones (OIT 2021a). Una descomposición simple de los resultados agregados del mercado de trabajo 12 muestra cómo en 2020 la disminución de la ocupación a escala nacional ha ido acompañada de un mayor aumento de la inactividad que de la desocupación en la mayoría de los casos, aunque en menor medida en las economías de ingreso alto. En este último grupo, solo 15 países, es decir, el 44,4 por ciento de la muestra, experimentaron un mayor aumento de la inactividad que de la desocupación (cuadro 2). El crecimiento de la desocupación fue significativamente mayor que el de la inactividad en economías avanzadas como el Canadá, los Estados Unidos, Estonia, Hong Kong (China), Letonia, Lituania y Suecia. En la muestra de países de ingreso mediano la tendencia al aumento de la inactividad en 2020 fue mucho mayor, puesto que se observó en 15 países, es decir, en el 83,3 por ciento de los casos. En algunos países, como Brasil, Montenegro, Macedonia del Norte, Sudáfrica y Turquía, la disminución de la ocupación se ha traducido en un aumento mucho mayor de la inactividad que de la desocupación (la cual incluso ha disminuido en algunos casos). Frente a lo sucedido en la crisis de la COVID-19, la disminución del nivel de ocupación durante la crisis financiera mundial, que fue más pronunciada en los países de ingreso alto, produjo un mayor aumento de la desocupación que de la inactividad (gráfico 7). Las estimaciones modelizadas de la OIT sitúan la disminución de la relación ocupación-población en 2009 (respecto al año anterior) en 1,5 puntos porcentuales en el caso de las economías de ingreso alto, lo que dio lugar a un aumento de la relación desocupación-población 13 de 1,2 puntos, Gráfico 7. Desglose de la disminución de la ocupación en 2009 y 2020 (respecto al año anterior) en cambios en la desocupación y la inactividad para el mundo y los países de ingreso alto, mediano y bajo (puntos porcentuales) y solo de 0,2 puntos en la tasa de inactividad. 14 Las estimaciones mundiales para 2020 reflejan las tendencias señaladas en el cuadro 2: la disminución de la relación ocupación-población produjo un aumento mucho mayor de la tasa de inactividad en los países en desarrollo. En el caso de los países de ingreso mediano, la relación ocupación-población disminuyó 2,9 puntos porcentuales en 2020, con un aumento de 0,4 puntos en el coeficiente de desocupación y de 2,5 puntos en la tasa de inactividad. Basándose en los datos disponibles a finales de marzo de 2020, la OIT identificó cuatro sectores en los que el empleo corría un elevado riesgo de verse fuertemente afectado: las actividades de alojamiento y de servicio de comidas; el comercio mayorista y minorista; las actividades inmobiliarias, administrativas y comerciales, y el sector manufacturero (OIT 2020b). Se esperaba asimismo que la educación, la salud humana y el trabajo social, la administración pública y los servicios públicos esenciales serían menos susceptibles al impacto inicial debido a la naturaleza de la crisis y de los propios sectores (que, habitualmente, disfrutan de una mayor protección del empleo, por ejemplo). Las estimaciones modelizadas de la OIT para 2020 publicadas a finales del mismo año revelan tanto importantes coincidencias con las predicciones realizadas en abril de 2020 (ibíd.) como algunas variaciones (cuadro 3) en la disminución de la ocupación a nivel sectorial (Clasificación Industrial Internacional Uniforme de todas las actividades económicas, Revisión 4). En particular, se observa una importante disminución del nivel de ocupación en sectores que se encuentran en situación de alto riesgo, como las actividades de alojamiento y de servicio de comidas (-9,4 por ciento) y el sector manufacturero (-7,9 por ciento). La ocupación también disminuyó notablemente en el caso de la construcción (-7,6 por ciento) y en otras actividades de servicios (-6,3 por ciento), que incluyen las actividades artísticas, de entretenimiento y recreativas, y las actividades de los hogares como empleadores (incluido el trabajo doméstico). Por el contrario, la ocupación aumentó tanto en el sector público como en las actividades financieras y de seguros, siendo estos los únicos dos sectores que crecieron en 2020. Estas tasas de crecimiento sectorial contrastan con las estimaciones globales para 2009 (cuadro 3). En primer lugar, en 2009 la ocupación creció a escala mundial en todos los sectores salvo en la industria manufacturera y la agricultura (en los que se redujo un 1,3 por ciento). Sin embargo, la disminución de la ocupación en la agricultura forma parte de una tendencia de más largo plazo relacionada con una transformación estructural (que conlleva el abandono del sector por parte de trabajadoras y trabajadores) más que con el propio impacto de la crisis financiera mundial. De hecho, el porcentaje de disminución de la ocupación en el sector de la agricultura fue parecido en 2008 (y esta tendencia se mantuvo durante el periodo posterior a la crisis financiera mundial). Por lo tanto, como ya hemos señalado, en general fue la industria manufacturera la que sufrió las mayores pérdidas de empleo a escala mundial en 2009. A diferencia de lo sucedido durante la crisis de la COVID-19, el nivel de ocupación en las actividades de alojamiento y servicio de comidas experimentó un fuerte crecimiento en 2009, similar al de otras industrias del sector de los servicios. En las crisis inducidas por perturbaciones económicas o financieras, las recesiones suelen provocar la pérdida de empleos en el sector formal por su exposición a la caída de la demanda, inclusive a través de los canales comerciales, y a los efectos de la contracción del crédito. A causa de sus reducidos costes de entrada, el sector informal suele absorber a los trabajadores que han perdido su empleo en el sector formal (y recurren, por ejemplo, al comercio ambulante). 15 En cuanto a la mano de obra procedente de los hogares, la pérdida de puestos de trabajo puede dar lugar a un aumento de la oferta de trabajadoras en la economía informal como consecuencia del despido de un cónyuge. Esto se conoce como el «efecto del trabajador añadido». Por ejemplo, durante la crisis financiera asiática de 1997, en Indonesia se produjo un aumento del empleo en el sector informal como mecanismo de adaptación de los hogares ( En cambio, durante la crisis de la COVID-19, el empleo informal se ha visto afectado negativamente por los confinamientos y otras medidas de contención, que han impedido el ejercicio de actividades económicas a las empresas y a las trabajadoras y trabajadores del sector informal. La OIT ha constatado que una de las principales razones de la revisión al alza de la pérdida de horas de trabajo en 2020 y de que esta fuera mayor en los países en desarrollo es la proporción más elevada de empleo informal en estas economías (OIT 2020a). El análisis de los datos de 11 países revela que, de media, las y los trabajadores asalariados informales tenían el triple de probabilidades de perder su empleo durante la crisis de la COVID-19 que quienes tenían un empleo formal (OIT 2021b). Como se puso de manifiesto en 2009 durante la crisis financiera mundial (véase, por ejemplo, Verick 2009), así como en anteriores recesiones, la población joven es especialmente vulnerable a los efectos de las crisis económicas en el mercado de trabajo. 16 Es más sensible al decrecimiento del PIB porque representa una gran parte de las nuevas solicitudes de empleo, tiene más probabilidades de trabajar en puestos de trabajo menos protegidos y su despido suele ser menos costoso (en ambos casos debido a la LPE y otras formas de legislación laboral, y por el costo que supone para la entidad empleadora perder capital humano especializado de la empresa, que es mayor cuanto más experimentada es la persona). Cabe señalar también que la gente joven posee menos contactos que les ayuden a encontrar un nuevo puesto de trabajo y se enfrenta a mayores obstáculos para emprender la búsqueda de empleo (ibíd.). Las recesiones anteriores no solo provocaron una mayor disminución de la ocupación y un aumento de la desocupación entre la juventud a corto plazo, sino también un crecimiento de la desocupación de larga duración y su desvinculación general del mercado de trabajo, que se refleja en la tasa de personas sin estudios, trabajo ni formación (ninis). En consecuencia, el mercado de trabajo juvenil suele tardar más en recuperarse y el daño que sufren estas personas persiste durante largo tiempo después de la perturbación económica inicial, como sucedió en los años posteriores a la crisis financiera mundial. Tal como hemos señalado, cuando se desató la crisis de la COVID-19, la tasa de desocupación juvenil mundial todavía no había vuelto a los niveles anteriores a la crisis financiera mundial de 2009. Las secuelas de las crisis en la situación laboral de la juventud se encuentran bien documentadas en estudios empíricos (véase, por ejemplo, Kahn 2010; Schwandt y Von Wachter 2019). La crisis de la COVID-19 no ha sido distinta y podría incluso decirse que ha sido peor para la juventud que las crisis anteriores, porque sus efectos se manifiestan con particular gravedad en tres dimensiones: 1) interrupciones en la educación, la formación y el aprendizaje en el trabajo; 2) mayores dificultades para quienes buscan empleo y quienes se incorporan por primera vez al mercado de trabajo, y 3) pérdida de empleo e ingresos, junto con un deterioro de la calidad del empleo (OIT 2020c y 2021c). La mayor vulnerabilidad del empleo juvenil al decrecimiento de la producción económica durante la crisis de la COVID-19 se refleja en los datos de 2020 (gráfico 8), según los cuales, ante la misma reducción de la producción económica, se produce una mayor disminución del nivel de ocupación juvenil que de población adulta. De media, una caída del PIB de 10 puntos porcentuales se traduce en una disminución de la ocupación juvenil de 6,7 puntos porcentuales, frente a los 2,6 puntos de decrecimiento de la ocupación adulta a partir de los 25 años de edad. La naturaleza específica de la crisis de la COVID-19, en particular su mayor impacto en el sector de los servicios, ha hecho que las mujeres -especialmente las jóvenes-hayan sufrido más en el mercado de trabajo. Además, la pérdida de empleo de las mujeres se ha visto agravada por el reparto desigual de la mayor carga de trabajo de cuidados durante la crisis, que ha afectado de forma desproporcionada a las mujeres y ha reducido su disponibilidad para trabajar, incluso a distancia, así como para buscar empleo (OIT 2020d). En la muestra de países (de ingreso mediano y alto) con datos disponibles para 2020, se observan diferencias evidentes en la pérdida de empleo según el género y la edad, así como entre los países de ingreso alto y mediano. Estos datos muestran una disminución media de la ocupación en los países de ingreso alto de un 10 por ciento para las mujeres jóvenes y un 8,1 por ciento para los hombres jóvenes, frente a la disminución del 0,8 y el 0,7 por ciento de la ocupación de las mujeres y los hombres adultos de 25 años o más, respectivamente (véase el gráfico 9 para una visión más amplia de la distribución de estos valores en la muestra). Como se ha señalado anteriormente, la caída de la ocupación fue mayor en las economías de ingreso mediano: en 2020, alcanzó el 15,6 por ciento para las mujeres jóvenes y el 11,4 por ciento para los hombres jóvenes de estos Fuentes: Tasa de crecimiento del PIB real: Economist Intelligence Unit; ocupación: cálculos de los autores basados en datos de ILOSTAT (acceso el 20 de junio de 2021). Gráfico 8. Sensibilidad de la tasa de ocupación juvenil frente a la de la población adulta a los cambios en la producción en 2020 (porcentajes) países, mientras que las mujeres y los hombres adultos experimentaron una disminución del 4,7 y el 2,8 por ciento, respectivamente. Al comparar los datos de la crisis de la COVID-19 con los de la crisis precedente, observamos que en 2009 la ocupación juvenil mundial disminuyó a menor ritmo que en 2020: un 2,4 por ciento para las mujeres jóvenes y un 2,5 por ciento para los hombres jóvenes. 17 Además, en 2009, la ocupación de la población adulta (25 años o más) siguió creciendo en todo el mundo (en torno al 1 por ciento). En los países de ingreso alto, en 2009 la ocupación disminuyó en todos los grupos de edad y todos los desgloses por género, pero esta reducción fue más pronunciada entre los jóvenes, especialmente entre los hombres (-8,5 por ciento para los hombres jóvenes y -5,8 por ciento para las mujeres jóvenes). Aunque todavía es pronto para establecer conclusiones definitivas sobre el impacto de la crisis de la COVID-19, el análisis expuesto en el presente artículo revela una serie de tendencias que a menudo difieren de la experiencia de la crisis financiera mundial de 2009. En general, el impacto de la crisis de la COVID-19 ha sido mucho mayor en cuanto a la amplitud y la profundidad de 17 Cálculos de los autores, estimaciones modelizadas de la OIT, ILOSTAT. Notas: El gráfico se basa en una muestra de 52 países (37 de ingreso alto y 15 de ingreso mediano) que disponen de datos anuales sobre la ocupación no ponderados. Debe leerse de la siguiente manera: a) la línea vertical en el interior de cada recuadro representa el valor medio (percentil 50); b) el lado izquierdo del recuadro representa el percentil 25; c) el lado derecho del recuadro representa el percentil 75; d) las marcas al final de las líneas horizontales a izquierda y derecha de los recuadros representan los valores mínimos y máximos, respectivamente. Fuente: Cálculos de los autores basados en datos de encuestas sobre la fuerza de trabajo, ILOSTAT (acceso el 20 de junio de 2021). Gráfico 9. Comparación de la tasa de crecimiento anual de la ocupación en los países de ingreso alto y mediano, por sexo y edad, en 2020 (porcentajes) Tasa de crecimiento anual de la ocupación (2020) sus repercusiones en las economías y los mercados de trabajo de todo el mundo, principalmente a consecuencia de los confinamientos y otras medidas de contención que restringieron fuertemente la actividad económica. A diferencia de lo que sucedió durante la crisis financiera mundial, pocos países y grupos dentro de las fronteras nacionales se han librado de sufrir ciertos efectos negativos de la crisis de la COVID-19. Sin embargo, determinados sectores, como las actividades de alojamiento y de servicio de comidas, y algunos grupos poblacionales, como las mujeres y la población joven, se han visto especialmente afectados. La particular naturaleza de la crisis también ha dado lugar a inesperados patrones de ajuste del mercado de trabajo, como el mayor aumento de la inactividad. Según los datos de una muestra de países de ingreso mediano y alto, la variable que mejor explica las pérdidas de empleo en 2020 es el rigor de los confinamientos y otras medidas de contención, que redujo la actividad económica afectando tanto a la parte de la oferta como a la de la demanda de la economía. Debería desarrollarse el análisis empírico presentado en este artículo mediante una evaluación de los beneficios de los paquetes de estímulo fiscal y otras políticas, incluidos los programas de conservación del empleo, en cuanto se disponga de más datos sobre los resultados de las medidas aplicadas (aunque será difícil atribuir los efectos a políticas específicas). Teniendo en cuenta la posible persistencia de los déficits de empleo inducidos por la crisis, las personas a cargo de formular las políticas en el mundo tendrán que seguir apoyando la economía y el mercado de trabajo durante cierto tiempo. En los próximos años, estas respuestas políticas deberán tener en cuenta cinco riesgos clave. En primer lugar, es posible que la crisis de la COVID-19 dé lugar a cambios estructurales a más largo plazo en la economía y el mercado de trabajo (efectos sobre la estructura de la economía y cambios entre sectores y en el seno de los mismos), y puede que algunos de estos cambios no vayan encaminados a la creación de economías más justas e inclusivas. Además, es improbable que algunos sectores, como los vinculados al turismo, vuelvan a la situación previa a la pandemia, al menos en el futuro próximo. Por todo ello, las políticas deberán adaptarse a los cambios y proporcionar protección continua a determinados sectores, al tiempo que facilitan la transferencia de recursos a otros, entre los que han de incluirse nuevos sectores con el potencial de crear empleo decente y productivo. En segundo lugar, teniendo en cuenta que muchas personas sin empleo están saliendo de la fuerza de trabajo y que, a medida que avanza la crisis, sigue aumentando la desocupación, se necesitan políticas de empleo y programas activos del mercado de trabajo, respaldados por las capacidades y los recursos necesarios, para apoyar las transiciones laborales que reintegren a las personas en la ocupación. En tercer lugar, la juventud de todo el mundo necesitará apoyos específicos para incorporarse al mercado de trabajo. Una de las enseñanzas extraídas de la crisis financiera mundial es que las medidas dirigidas a esta población deben ser integrales, como es el caso, por ejemplo, del sistema de Garantía Juvenil de la Unión Europea. 18 Además, teniendo en cuenta la mayor repercusión de la crisis en las mujeres, se requiere un enfoque integrado para garantizar que las medidas de recuperación también aborden las disparidades de género. Con este fin, se deberá estudiar cómo las inversiones y la creación de puestos de trabajo pueden beneficiar a las mujeres, incluyendo sectores como la economía digital y la economía de los cuidados. Los factores que limitan la participación de las mujeres en el mercado de trabajo, que se han visto exacerbados por la crisis de la COVID-19, deben abordarse con esfuerzos y recursos renovados (por ejemplo, mediante servicios de cuidados, políticas de licencias familiares y modalidades de trabajo flexibles para ayudar a las familias a compaginar mejor sus responsabilidades en materia de cuidados). En cuarto lugar, se requieren respuestas políticas para superar la agravación de la desigualdad ocasionada por la crisis, que podría anular la demanda agregada y la recuperación económica. Lo más preocupante es la gravedad del impacto en las economías en desarrollo y emergentes, que se traducirá no solo en un empeoramiento de los resultados en materia de empleo para millones de personas de todo el mundo, sino también en un incremento de la pobreza. El proceso de convergencia global de las décadas anteriores se ha deshecho. Para que estas economías recuperen las trayectorias de crecimiento que tenían antes de la pandemia se requerirá un gran esfuerzo de solidaridad internacional, que debe incluir medidas para hacerles llegar las vacunas lo antes posible y un mayor apoyo financiero para el desarrollo (mediante la renegociación y el alivio de la deuda). Finalmente, teniendo en cuenta la gran diversidad de los efectos de la crisis, especialmente entre los distintos grupos, hay un elevado riesgo de lo que se denomina una recuperación en forma de K (es decir, que diferentes partes de la economía se recuperen a diferentes ritmos). Si durante la recuperación las políticas formuladas se centran únicamente en los «promedios» y no tienen en cuenta los aspectos distributivos, podrían tener que dejar de aplicarse de forma prematura. Esto podría afectar negativamente a la propia recuperación por sus efectos en la demanda agregada, pero también porque exacerbaría las desigualdades en el mercado de trabajo, con consecuencias a largo plazo. Economic Uncertainty in the Wake of the COVID-19 Pandemic COVID-Induced Economic Uncertainty and its Consequences The Great Trade Collapse: What Caused It and What Does It Mean?» VoxEU, 27 de noviembre de 2020. «Early Evidence on the Impact of COVID-19 and the Recession on Older Workers «The Short-Term Impacts of COVID-19 on Households in Developing Countries: An Overview Based on a Harmonized Data Set of High-Frequency Surveys «Why Did Unemployment Respond so Differently to the Global Financial Crisis across Countries? 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