M/¿/u. 1 DON FELIPE. DON FELIPE, COMEDIA EN CUATRO ACTOS, ARREGLADA AL TEATRO ESPAÑOL DON FRANCISCO LUIS DE RETES. Representada por primera vez con extraordinario aplauso en el teatro de la Zarzuela el 12 de Setiembre de 1864. MADRID: IMPRENTA DE JOSÉ RODRÍGUEZ, CALVARIO, j 8, 18G4. PERSONAS. ACTORES, » < ISABEL Dona Rosa Tenorio. DOÑA VENANCIA Doña María Bardan. LA MARQUESA DEL ÁLAMO.. Doña Balbina Valverde. DON FELIPE D. Ceferino Guerra. ENRIQUE D. Rafael Calvo. EL MARQUÉS DEL ÁLAMO... D. Ramón Cubero. CARLOS o D. Emilio Mario. DON SIMÓN DEL ALCÁZAR... D. José Calvo. EL GENERAL BUSTAMANTE. . D. Francisco Calvet. MARTIN D. Juan Orejón. DON LUCAS D. Francisco Arderius. EL MARQUÉS DE SANTORCAZ. D. Fernando Giménez. GONZALO YIDAURRETA D. José Rochel. PERICO 10 '. } D ' Mariano Mateos. Lacayos, etc. La acción en Madrid, año de 1864. La propiedad de esta obra pertenece á su autor; y nadie podrá sin su permiso reimprimirla ni representarla en España y sus pose- siones, ni en los países conque haya ó se celebren en adelante con- tratos internacionales. Los comisionados de la Galería üramática y lírica titulada El Tea- tro, son los exclusivos encargados de la venta de ejemplares y del eobro de derechos de representación en todos los puntos. Queda hecho el depósito que marca la ley. LC Control Number 199181 1913 tmp96 031369 AL SR. D. FRANCISCO LÓPEZ DE LONGORIA, PRENDA DE AMISTAD Y CARINO, Oxjxmclóco JLuió dé Jiebeé. ACTO PRIMERO. Trastienda de una sombrerería: al fondo la tienda con puertas vi- drieras, por las que se distingüela calle: en los cristales y en le- tras doradas, pero vistas por detrás, se lee: «Sombrerería de Án- gulo.» Puerta á la derecha que conduce alo exterior; escalera que sube al entresuelo: armarios con puertas de cristales que contienen sombreros de todas clases, kepis, gorras, etc.;hormas, y en ellas sombreros en construcción: mostrador en la tienda, oficiales y aprendices trabajando. ESCENA PRIMERA. MARTIN, luego PEHICO. MARTIN. (Con un sombrero en la mano, hablando por la puerta de la dere- cha, que está entreabierta.) Pierda usted cuidado, maestro, que no hará falla, (cerrándola puerta. )¡Ea¡ ya se marchó el maestro, á holgar. (Llamando ai fondo.) ¡Perico, Pe- rico! Perico, (sale de la tienda.) ¿Qué manda usted, señor Martin? Martin. (Dándole el sombrero.) Toma, abarquilla las alas de ese sombrero. Perico. Vaya, señor Martin. (Tomando el sombrero.) En cuanto don Felipe se larga, suelta usted el trabajo y me echa á mí el mochuelo. Martin. ¿Se me sube usted á las barbas, señor aprendiz? Perico. ¡Toma! pues sino fuera usted oficial... — 8 - Martin. Chitito, y á trabajar: si no quieres que te lo diga en la- tín. (Figurando darle un puntapié) Perico. ¡Qué! ¿Sabe usted latín? es claro, como se roza usted con el hijo del maestro, que dicen que es un sabio. Martin. Yo no sé á cuántos colegios ba ido, cuántas cátedras frecuenta y cuántas carreras sigue. Perico. ¿Y usted también quiere saber latin? ¿para qué? ¡para hacer sombreros no será! Martin. ¿Y por qué no he de aprender yo también latin? ¿crees tú que voy á seguir este oficio? pues no señor, soy ambicioso: ¿no ha llegado á ser don Felipe, el som- brerero de la calle de Embajadores, concejal y presiden- te de la cofradía de las Ánimas, y ainda mais, porque su mujer doña Venancia anda tras sacarle la cruz de Isabel la Católica? Don Enrique su hijo ¿no estudia para abogado, y llegará á ser juez, ó magistrado, ó regente de audiencia? y la señorita Isabel ¿no puede el mejor dia encontrar una proporción? pues lo mismo puedo yo, aunque hoy no soy mas que oficial de sombrerero, en- caramarme y llegará ser... quién sabe... ¡Pues no ten- go yo humos, que digamos... ¡vaya! y para ser som- brerero se necesita cabeza. Anda, galopín, á ver quién entra, (solo.) ¡No, que no! y que no estoy yo vacar- gado con el castor, con el fieltro y con la seda. Mal- ditos sean los sombreros y los sombrereros! ESCENA II. MARTIN. ENRIQUE, CARLOS. Enrique. (Dándole un puntapié.) ¡Toma! para que otra vez hables mal de mi padre. Martin. ¡Ay! ¡ay! ¡ay! Enrique. Bribón, ¿qué estabas diciendo? Martin. No, era del maestro, señorito, era del picaro oficio. Enrique. Entonces no he dicho nada. Carlos. Ademas, nada hay perdido. Martin. ¡Pues me gusta! como él no ha recibido... Enrique. ¿Ha preguntado ayer mi padre por mí? Martin. ¡Vaya! Enrique. ¿Y qué le has dicho? Martin. Que por la mañana había usted ido á la cátedra á dar - 9 — lección. Carlos. ¡Pues! sobre el tapete verde. Martin. Y por la noche de conferencia. Carlos. Es claro, con los dobletes y las carambolas. (Riendo.; ¡Ahí ¡ah! ¡ah! MARTIN. (Colocándose en medio de los dos.) ¡All! ¡ah! ¡ah! ¡Qué pi- llos somos, eh? Enrique, (volviéndose á a.) ¿Qué? Carlos. (Riéndose.) ¡Ah! ¡ah! ¡ah! MARTIN. (Viendo salir á D ña Venancia.) ¡Oh! ¡la maestra! (Coge un sombrero y comienza á cepillarle con gran ahinco.) ESCENA IIÍ. DICHOS DOÑA VENVNCIA, que baja por la escalera déla derecha. Ven. ¿Qué hace usted aqui, Martin? á la tienda; vaya usted, vaya usted, que hay gente esperando. MARTIN. (Ap.) Por Vida de... (Choca encolerizado las copas de dos som- breros y los apabulla; lueg- > váse, pero vuelve pocos momentos después.) Ven. Buenos dias, Carlitos. Carlos. Señora... Ven. ¿De dónde vienes, Enrique? Enrique. Hemos estado estudiando mi amigo Carlos y yo... Vén. ¡Ah! si has estado con Carlitos, nada tengo que decir, es un joven muy aprovechado, muy pundonoroso, y de una educación distinguida. Mucho me alegro que se junte con usted mi hijo, y que sean ustedes amigos, porque en usted no verá mas que buenos ejemplos. Carlos. (Saludando.) Mil gracias, señora; yo soy el que gana con la amistad de Enrique. Ven. ¿No es verdad que es muy listo? Carlos. ¿Que si es listo? si sigue asi va á avergonzar á la toga española. Enrique. (a p .) ¡Ah, tuno! Ven. Ño sabe usted, Carlitos, con qué placer le escucho. Enrique. (a p .) ¡Pobre mamá! Ven. ¡Y Felipe, que se empeñaba en que fuera sombrerero como él! Carlos. ¡Qué disparale! Ven. Ya le conoce usted, Carlitos, él. es un bendito, pero Martin. Ven. Martin. Ven. Garlos. Ven. Martin. Ven. Enrique Carlos. Ven. Carlos. Ven. Carlos. Ven. — 10 — tiene un cariño al oficio... (ai fondo ap.) ¡Brutal! Que cuando se trata de él, es tan terco y tan rutinario que... y tan apegado á las costumbres de sus padres, que ha sido necesario Dios y ayuda para hacer que comiéramos á las siete: yo [le digo: Felipe, toma una tienda en la Carrera de San Gerónimo ó en la Puerta del Sol; nada, no quiere salir de la calle de ^Embajado- res, porque ha nacido en ella. (a p .) ¿Y dónde has nacido tú? ¡Qué poco te acuerdas de la prendería de tu madre! Y ya se vé; cuando uno, gracias á Dios, tiene con qué pasarlo muy regularmente, porque ademas de que el oficio es provechoso hemos heredado, Dios sabe cuán- to, de mi pobre cuñado Bernardo, que murió en Amé- rica, creo que estamos en el caso de irnos civilizando, vamos, y de figurar. Es claro; y al fin y al cabo tendrán 'ustedes que mu- darse y vivir en un barrio aristocrático, en una calle elegante, cerca de donde vivirá la encantadora Isabe- hta. ¡Silencio! (Mira alrededor y ve á ¡Martin.) Martín, á la tienda. ¿Á la tienda? (Ap.) ¡A y, qué tienda! ¡qué tienda! ¡qué tienda! (váse.) (Con misierio.) ¿Conque está usted en el secreto, Carlitos? .¡Si es muy amigo del Marqués de Álamo! Adolfo y yo somos amigos desde la infancia; no tiene secreto para mí, y me lia dicho que estaba loco por Isabeüta, á quien vio un dia al lado de usted detras del mostrador; desde entonces para verla con frecuencia se compra un sombrero todas las semanas. ¡Qué fino! ¡qué atento! á mí me tiene sorbidos los se- sos. ¡Y cómo la quiere á usted! Todo su afán es casarse con Isabelita. Ya ve usted qué proporción, Carlitos; joven, buen mozo, y marqués. ¡Parece imposible que todavía no se lo haya dicho á Felipe! ¡Todavía no! ¿y por qué? ¡Es tan pobre hombre! ¡con unos pensamientos tan poco elevados! tiene imaginado un plan de boda que... — li- es verdad que yo le aprobé, pero fué antes de la he- rencia. Carlos. ¡Un plan de boda! Ven. Si, con el hijo de un amigóte suyo; un boticario de la calle de la Ruda. Carlos. ¡Puf! ¡prometo no hablar á Adolfo de semejante rival! —Pero, ¿en qué piensan ustedes? ¿no sabe usted que va á venir hoy con su mamá á pedir la mano de Isabe- lita? Ven. Es verdad... no hay tiempo que perder. ESCENA IV. DICHOS, ISABEL, después D. FELIPE y MARTIN. Isabel. (Por la escalera.) Mamá, ahí está papá. Ven. ¡Qué! ¿estabas al balcón?... Isabel. Si, mamá... Ven. ¡Estabas viendo si entraba mucha gente en la tienda! ¡Ya! Felipe. (Por la tienda.) ¡Buenos dias! adiós, Isabelilla... gracias á Dios que se deja usted ver, señor don Enrique. Abur, Carlitos, ¿cómo vá? ¡Ay! voy á sentarme, porque es- toy molido. (Se sienta.) Ven. ¡Qué sofocado estás! ¿de dónde vienes? Felipe. (Limpiándose el sudor de la frente.) ¡Qué sé yo! de andar la ceca y la meca; si. fuera por la tienda pase; pero tiene uno sobre sí tantos cargos; he ido al Ayunta- miento, á la junta de la cofradía, á la elección de ma- ñana para que" no nos birlen la mesa; me han nom- brado secretario escrutador. Ven. ¿Si, eh? Felipe. ¡Tú tienes la culpa, intriganta! Siempre diciendo que yo soy un hombre de pro. ¡Ay, Carlitos! esta mujer no piensa mas que en distraerme de mis quehaceres, de mi obligación; yo, que solo deseo estar en mi casa con vosotros, en la tienda! Ven. ¡Asi te embruteces! Felipe. ¡Doña Venancia! Ven. ¡Digo bien! este hombre me quema la sangre: si fuera activo, vividor como yo, ¿adonde no habría llegado? Carlos. Ciertamente. — 42 — Felipe. Ven. Felipe. Ven. Felipe. Garlos. Felipe. Martin. Felipe. Martin. Felipe. Ven. Felipe. Enrique Ven. Felipe. Enrique Felipe. Martin. Felipe. ¿adonde habría de haber llegado? ¡No tener siquiera la cruz de Isabel la Católica! ¿Para qué quiero yo eso? Ya tengo la de San Fernan- do. Me la dio Espartero el año cuarenta y tres porque no fui de los de la salve. Por mucho pan nunca es mal año. : Ademas, ¿á qué santo me la habían de dar? ¿Porque he estado haciendo sombreros cuarenta años? es verdad que en cuanto á la finura, al lustre, al buen género y á la hechura no hay mas que pedir: pero no encuentro motivo, porque viene á mi casa lo mejor de Madrid, para que yo me quiera empingorotar como ellos. Don Felipe no es ambiciono. Está usted equivonado: cada uno tiene su alma en su armario; pero yo sé en qué debo fundar mi ambición y orgullo. (Á Martin.) Martin, trajeron las pieles? Si, señor. ¿Superfinas? Gomo siempre. ¡Perfectamente! Ya sabes lo que tengo encargado, todo lo de mi casa ha de ser superior, aqui no entran pieles de conejo; lo interior tan esmerado como lo exterior; que sea al mismo tiempo sólido y fino; el bnen género y la plancha lo hacen todo. Esta es mi ambición, Car- litos, este es mi orgullo. (Á Enrique.) Enrique, ayer no te vi en todo el dia, y esta mañana saliste muy tempra- no. ¿CÓmO es eso? (Enrique se acerca á su padre.) Ya me ha dicho á mí... el estudio... las conferencias... ¿Pero eso es cierto? ¡Papá! ¿No lo croes? ¿Pues no le he de Creer? (Tomando la mano de Enrique.) ¡Líbreme Dios! (Ap.) ¡Mas quisiera que no lo creyese! ¡Bien, hijo mió! firme en tu brecha, como yo en la mia: el hombre que emprende un oficio, una profe- sión, sea cual fuere, debe echar el alma y sudar gotas de sangre para sobresalir y llegar á ser el primero: también es esa mi ambición, Garlitos. El maestro habla como un libro; y el que tiene de estO... (Señalando á la frente.) ¿Qué haces aqui, gandul? ¿No sabes que hay que com- — 15 — poner el sombrero de don Eulogio? Anda, anda; ó si no trae. (Martin le da el sombrero.) Dame una plancha. (Á Carlos.) Con permiso de USted. (Dirígese al fondo.) Carlos. Nosotros nos vamos. ¿Vienes, Enrique? Ya es tarde. Felipe, (á Enrique.) ¿Otra conferencia? Carlos. Si, señor. Martin. (a p .) En el billar. Carlos. Sobre derecho romano... Jus romanum. Martin. (a p .) De buena gana iria yo á esa conferencia. Van á estudiar... por derecho... (imitando el juego del billar.) Felipe. ¿Qué dices? MARTIN. (Temando un sombrero.) Nada. Carlos. Á los pies de usted, doña Venancia. (Ap.) No olvide usted lo que la he dicho. (Á Isabel.) Isabelita... Enrique. Hasta luego, papá... Martin. Señorito... que se divierta... digo, que estudie usted mucho. Felipe. Tú no piensas mas que en divertirte. Martin. Yo vuelvo á mi trabajo.,, de cabeza, (váse.) ESCENA V. D. FELIPE, DOÑA VENANCIA, ISABEL, luego D. SIMÓN. Felipe. Isabel. Ven. Isabel. Ven. Isabel. Felipe. Ven. Felipe. Voz. Felipe. Simón. Felipe. (Quitándose la levita.) ¡Ea! á la faena. (Á Isabel.) Dame ia blusa y el mandil. (Isabel le ayuda á ponerse la blusa y el delantal.) Ya estoy en mi elemento. (Canta trabajando.) Trá, lá, lá... (Ap. á su madre.) Mamá. ¿Qué quieres? ¿No decia usted que aprovecharía una ocasión oportu- na... para... ya sabe usted... para... ¡Ah! si. Pues me parece que ahora... (Bajando al proscenio.) ¿Qué estáis cuchicheando las dos? Es que... tenemos que hablar, Felipe. (Cesando en su canto.) ¡Hola, hola! ¿qué estáis tramando contra mí? ¡Sepamos! (Dentro.) ¡Qué! ¿está adentro? (Levantándose.) Alguien viene... esa voz... (Saliendo por el fondo.) ¡Felipe! ¡Simón! ¡tú por aqui, Simón! — 14 — Simón. El mismo: dame un abrazo, Felipe. (Se abrazan.) Ven. ¡El capitán don Simón del Alcázar en Madrid! Simón. Venga usted acá, doña Venancia, venga usted acá y déme un abrazo. Ven. Con mucho gusto. (Ap.) ¡Cómo se conserva! Simón. ¡Qué buena está usted! (a p .) ¡Qué vieja! (Alto.) ¿Quién es esta muchacha? Felipe. ¡Quién ha de ser! tu ahijada Isabel, la que dejaste ta- mañita. Simón. Laque me tiraba dalos bigotes. (Á r sabei.) ¿Quieres tirar? Felipe. Vamos, Isabel, da un abrazo á tu padrino. (Á d. Simón.) ¿De dónde viene el señor capitán de la Guardia Civil? Simón. De Alicante, retirado y con la cruz de beneficencia de primera clase. Felipe. Enhorabuena. ¿Almorzarás con nosotros? Simón. Lo mas pronto posible, porque traigo una carpanta... Ven. Nosotras cuidaremos de eso. Ven, Isabel. Isabel. (Siguiendo á su madre.) Ya hablaremos, papá. (Ap.) Bien podia el padrino haber venido un poco mas tarde. ("Vánse por la escalera Doña Venancia é Isabel.), ESCENA VI. D. FELIPE, D. SIMÓN, MARTIN, entrando y saliendo. Felipe. ¡Querido Simón! ¡Ya hacia tiempo que no nos había- mos visto! Simón. Algún mas tiempo ha pasado desde que hacíamos som- breros juntos detrás de este mismo mostrador, ¡Cuán- to me alegro de encontrarte en la misma casa! Felipe. ¡En ella he nacido, en ella he vivido siempre y en ella moriré! (Á Martin.) ¿Qué haces ahí, curioso? ¡A traba- jar! Simón. ¿Es tu hijo? Felipe. No: es mi oficial. Simón. Me alegro. Felipe. ¿Por qué? Simón. Porque es muy feo: ¡parece un papión! Martin. (a p .) Muchas gracias, (váse por el fondo ) Simón. ¿Pues y tu hijo, dónde está? Felipe. En la cátedra. — 15 — Simón. Qué, hay ahora cátedras de sombrerería? Felipe. No: está en el último año de leyes: estudia para abo- gado. Simón. ¡Calla! Pues qué, ¿no va á ser ya sombrerero? Felipe. ¡Qué quieres! los padres no deben contrariar las incli- naciones de los hijos. Simón. ¡Ah! ¿con que tiene vocación á lacharla? Felipe. Si, mi querido Simón; Enrique es muy aplicado. Siem- pre anda á vueltas con las conferencias. Simón. Me alegro. ¿Y tu hija? ¿Cuándo se casa? Felipe. Tengo que ocuparme de eso. Ya hace medio año que salió del colegio... Simón. ¿Del eolegio? Felipe. ¡Oh, de lo mejor de Madrid! Allí no van mas que hijas de títulos, de capitalistas. Simón. ¡Demonio! ¿Y nuestros proyectos?... ¿te acuerdas? Felipe. Ya, ya me acuerdo: tomaste bajo tu protección á tu ahijado, al hijo de nuestro amigo el boticario Ramos: ¡es buen chico! Simón. Acabo de verle. Felipe. ¿Si? Simón. Y en realidad es buen muchacho, gordo, coloradote... en fin, loque te conviene, solo que como está perdido por tu hija y se la haces desear tanto, no tiene buena la cabeza, y el otro dia distraído echó arsénico en el jarabe de goma y por poco envenena á todo el bar- rio. Le he dado palabra de hablarte hoy mismo del asunto. Felipe. Yo también se lo diré hoy á mi mujer, y puedes con- siderarlo como cosa hecha; Simón. ¿Qué dote lleva tu hija? Felipe. Un millón, y lo que la toque cuando yo muera. Simón. Pues mira, mientras hacen el almuerzo voy á dar á mi ahijado tan buena noticia. Felipe. Oye: ya sabes que la casa es pequeña y que humana- mente no es posible que te hagamos sitio; pero va á quedar uno vacante con la boda de la chica, y enton- ces... supongo que te vendrás aqui. Simón. Corriente. Felipe. ¡Ah, Simón! Simón. Vendré de huésped á tu casa! Felipe. Eso mismo. — 16 — Y si hay nececisadde echar mano... ¡Qué! todavía te acuerdas del oficio. Pues no me he de acordar. Y por la noche... nuestra partidita de brisca. ¡Cabal! Si esto no es felicidad, venga Dios y véalo. onuur.. Hasta luego, (váse.) Felipe. ¡Hasta luego! Qué bueno es tener verdaderos amigos. (Pónese á trabajar y canta.) ESCENA VII. D. FELIPE, DONA VENANCIA, ISABEL. Simón. Felipe. Simón. Felipe. Simón. Felipe. Simón, Isabel. Ven. Isabel. Ven. Felipe. Ven. Felipe. Ven. Felipe. Isabel. Felipe. Isabel. Felipe. Isabel. Felipe. 'Ven. Felipe. Ven. Felipe. Ven. Felipe. (Eq lo alto de la escalera.) Mamá, ya está Solo. (Bajando.) Aprovechemos la ocasión. (En la escalera.) ¿BajO? LO que quieras. (Isabel baja.) (Á su mujer.) ¿Querías algo? ¿Se te puede ya hablar? ¿Y lo dejabais por Simón? ¿Es algún secreto de impor- tancia? Lo es. (Mirando á su hija.) ¿Y tú andas en el ajo? Si, papaito. ¿Papaito? ¡ay qué zalamera! algo me vas á pedir. Como es usté tan bueno... ¡Si, hija mia; ya sabes cuánto te quiero! ¿á que no aciertas de lo que estábamos hablando Simón y yo? de tu boda. ¡Ay, Dios mió! (Frotándose las manos.) SÍ Señor, de tuboda. ¿Y con quién? ¿Cómo con quién? ¿con quién ha de ser? con el hijo de Ramos: ya sabes que lo tenernos pensado hace tiempo, y... ¡pero calla! ¿por qué os habéis quedado suspen- sas... ¿qué tienes, mujer? ¿qué dices tú, Isabel? ¡Qué torpe eres de comprensión! ¿no conoces que no la hace maldita de Dios la gracia. ¿Por qué? Cuando te digo... Calla tú... y déjala á ella. (Á Isabel.) Ven acá, Isabel, — 47 — ¿eso es verdad? Isabel. (Bajando ios ojos.) Si, señor. Ven. ¿Lo ves? Felipe. Pero, muchacha, si yo creia... ¿estás cierta de lo que dices? ¿qué has encontrado en él? Ven. ¡Bah! está bonito ir á meter á tu hija entre cantáridas, cataplasmas y potingues. Felipe. ¡Bonito! ¡bonito! ¿no está usted entre sombreros, se- ñora doña Venancia? ¿y por eso ha dejado usted de ser bonita? Ven. Yo, señor don Felipe, no he recibido la educación que nuestra hija; y cuando una señorita sabe francés y di- bujo, y canta y toca el piano, no es cosa de hacerla boticaria. Felipe. ¡Ay, Venancia! una botica produce mucho. Ven. ¿Y para qué necesita el dinero? me parece que so- mos bastante ricos para dar un buen dote á Isabelita, y que no debemos ser tan desconsiderados que quera- mos forzar su voluntad. Felipe. ¡Forzar su voluntad! ¡Ave Maria purísima! ¿No quieres casarte con él? Pues, hija mia, no te cases. ISABEL. (Arrojándose gozosa al cuello de so padre.) ¡Ay, papá mío! Felipe. ¿Qué plato de gusto para el otro si estuviera aquí!... y . Simón, que ha ido á decirle... ¿por qué no me lo ha- béis dicho antes? Ven. No se atrevía... Felipe. ¡Ya! ya entiendo... temías darme un disgusto... ¡píca- mela! (siéntala sobre sis rodillas.) ¡no tienes confianza en tu padre! ¿pues qué desea él mas que tu felicidad? ¿por quién trabaja? ¿por quién se afana? ¡ah! no creas que tengo gana de yerno, y si los padres pudieran ser egoístas, te aseguro que no te casarías nunca. Isabel. ¡Ah! Felipe. ¡Es claro! Guando te cases te separarás de nosotros, y solo de pensarlo... Isabel. ¿Por qué, papá? yo no me separaré de usted ni de mamá, viviremos juntos, nos veremos todos los dias, á todas horas. Felipe. ¡Ya! si tu marido quisiera... ISABEL. (Vivamente.) Si querrá, papá. (Conteniéndose aTerg-onzada.) ¡Oh! Felipe. (Levantándose ) ¿Que si querrá? ¿quién? 2 — 18 — ÍSABEL. (Bajando los ojos.) Don... don Adolfo. Felipe. ¿Don Adolfo? ¿quién es ese don Adolfo? Ven. El señor Marqués del Álamo. Felipe. ¿Cómo? ¿el Marqués del Álamo? ¿ese joven que gasta uu sombrero cada semana? Ven. ¿No has conocido que todo era un pretexto para ver á Isabelita? Hoy mismo van á pedirnos su mano. Felipe. ¡Un marqués! Y su familia... ¿Pero estáis locas? Ven. No, Felipe, no; es lo que oyes': ¡qué suerte! Felipe. ¡Tá, tá, tá! no estoy yo muy satisfecho. Ven. ¿Y por qué? ¿qué mal ves en eso? Es joven, buena fi- gura, muy amable, y aunque no es muy rico... ya ves, hombre, un marqués! Felipe. Mejor quisiera, aunque no tuviese un real, que fuera de nuestra clase. Ven. ¿Tiene él la culpa de ser título? No creas que porque su madre es marquesa y su tio general es presumido ni vanidoso; y ademas, señor don Felipe, los ricos te- nemos derecho á todo. Felipe. Lo cierto es que no será fácil que nosotros nos haga- mos á su sociedad ni á sus hábitos, niel se avendrá con nuestros modales ni nuestras costumbres. Ven. Cualquiera que te oiga creerá que somos salvajes. Felipe. ¡Por eso pasaremos entre ellos! ¡Vamos, vamos! des- preciar por ese pollo á un muchacho que te quiere tan- to, Isabelita, y que te hubiera hecho tan feliz' Ven. Pero si Isabelita no le quiere. Felipe. Ya le hubiera querido. Ven. ¡Qué hombres, qué hombres! Cuando llegan á viejos no se acuerdan de cuando eran muchachos: creen que el amor es una especulación. No hubieras dicho eso tú á los veinte años. Acuérdate, Felipe, acuérdate. Felipe. Mira, Venancia, no me toques la cuerda sensible, por- que al fin y ai cabo vas á conseguir que haga un dis- parate. Ven. ¿No hemos sido nosotros felices? Felipe. Porque eramos de la misma clase: mi padre componía sombreros, y tu madre era... Ven. Era porque nos queríamos, Felipe; y si entonces me hubieran obligado á casarme con otro, y me hubieran dicho: «Ya le querrás,» ¡ay, Felipe, (Abrazándole.) Feli- pe mió, no sé qué me hubiera pasado! - 19 — Ven. Isabel. Felipe Felipe. (Enternecido.) Vamos, calla, tonta; yo no me opongo á que se case con quien quiera, con tal... con tal que no sea... Con tal que no sea el que ella quiere. ¡Felipe, Felipe, eres Un tirano! (Siéntase despechada en una silla.) (Llorando y cayendo en otra silla. ) jAy, papá, papá! ¡Pues señor, está esto bueno! la madre chilla, la chica llora. (Á Isabel.) No creas, hija mia, que soy un tirano, como dice tu madre; ya sabes cuánto te quiero, y por eso deseo verte casada con un muchacho honrado, sen- cillo, franco y cariñoso, en fin, con un hombre denues- tra estofa, para que pueda yo estar en su casa como en la mia, y para que... ¿pero sigues llorando, Isabe- lita? (Con expio&ion.) ¡Voto á sanes! ¡Cásate con el mar- qués... tienes mi permiso... sé feliz... pero... pero no te olvides nunca de tu padre! ISABEL. (Arrojándose en sus brazos.) ¡Ah, papá! Ven. ¡Felipe, bien! Felipe. ¡Bien decia yo! al fin y al cabo has conseguido que ha- ga Un disparate. (Las dos le abrazan.) ESCENA VIII. DICHOS, D. SIMÓN. SlMON. Felipe. Simón. Isabel. Simón. Ven. Simón. Ven. Simón. Ven. No hay que incomodarse... soy yo. (•Ap.) ¡Simón! no podia llegar en mejor ocasión. He visto al muchacho, y le dejo brincando de gozo: en cuanto arregle una botella de curato de magnesia le tienes aquí: yo he venido á escape, porque me estoy muriendo de hambre. (Á Isabel.) ¿Estás contenta, mu- jer? Te lo conozco en la cara. (volviendo la cara.) No sé qué quiere usted decir,, pa- drino. ¡Qué disimuladilla es! pero tu madre ya está al cabo... Yo no sé nada, don Simón. (Le hace una cortesia.) Hasta luego. ¿CÓmO es eSO? (Desconcertado.) No olvides en lo que hemos quedado, Felipe. (Sube i& escalera con su hija.) (siguiéndolos.) Pues qué no sabe usted que... yo..» (En lo alto de la escalera.) ¡Hasta luego! — 20 — ESCENA IX. D. SIMÓN, D. FELIPE. SlMON. Felipe. Simón. Felipe. Simón. Felipe. Smon. Felipe. Simón. Felipe. Simón. Felipe. Simón. Felipe. Simón. Felipe. Simón. Felipe. Simón. Felipe. Simón. Felipe. (Se vuelve hacia D. Felipe, el cual para ocultar su tuibacion fi- gura buscar un instrumento.) Pues me gUSta COIIIO hay Dios. Oye, Felipe. (Figurando buscar.) ¿Dónde diablos le he puesto? ¡Felipe! (lo mismo ) ¿Dónde están los hierros? yo los dejé aqui, qué descuidados son estos chicos. (Yendo ai fondo.) ¡Des- cuidados! Vamos, déjate de eso y explícame qué sucede. ¿Ha- blaste átu mujer? Si. ¿Y qué ha dicho? Hombre... ¡Qué! ¿no la conviene? Hombre, lo que es convenirla... no; no la conviene, vamos, no la conviene. ¡Qué cambio ha habido aqui! pues no estabais con- formes... (con solemnidad.) Simón, los padres no deben contrariar las inclinaciones de los hijos. Volvemos á las andadas? Yo me pongo en la razón; seamos justos; la chica sabe música, dibujo, historia, geografía y no sé cuántas co- sas mas que me han costado el dinero, i Bien, y qué! Ya ves, la instrucción equivale á los grados; por ejem- plo, tú eres capitán. Por antigüedad. Mi hija también... digo, no: quiero decir que no tiene nada de particular, atendida su educación, que pretenda su mano un joven de pro. ¡De pro! ¡de pro! Si señor, de pro. ¿Y á quién llamas tú de pro. Toma, á un caballero de la alta sociedad que tenga fi- nos modales, carruajes, y si por añadidura lleva un tí- tulo, no vendrá rnal. — 21 — Simón. ¿Y dónde está ese caballero? Felipe. Es el señor Marqués del Álamo. Simón. ¿El Marqués del Álamo? ¿el sobrino del General 8usta- mante? Felipe. El mismo. Simón. Señor don Felipe, dispense usia... (inclinándose.) Felipe. No me vengas con bromas ahora, Simón, no te burles de mí; ¡quién sabe lo que puede suceder! pero te ten- dré á mi lado, y tú me consolarás, Simón mió, porque ya sabes que hemos quedado en que vivirás conmigo? Simón. Hombre, si, pero francamente, como veo que en tu casa no se almuerza... Felipe. ¡Tienes razón! Á ver, el almuerzo. Martin. (Sale corriendo.) ¡Maestro! ¡maestro! acaba de parar á la puerta de la tienda una magnífica carretela con armas y- Felipe. ¿Qué estás diciendo? Martin. Mire usted: ya bajan. Felipe. El Conde del Álamo. Martin. Y una señora. Felipe. ¡Ay, Dios mió!... ¡ya vienen!... (Llamando.) ¡Venancia! ¡Venancia!... Isabel... Y yo que estoy con blusa y mandil. ¿Y mi levita? ¿dónde está mi levita? (Tira la blusa y el mandil y comienza á buscar.) Martin. (p r el fondo.) Pasen ustedes adelante. Felipe. Por la tienda no... hombre... por la tienda no... Pero dónde estará mi levita,, voto á sanes... (Váse pur la íx- qoierda.) ESCENA X. El MARQUES DEL ÁLAMO, la MARQUESA, D. SIMÓN, después D. FELIPE. Marq. (á su hijo.) ¿Adonde me has traido, hijo? ¿Esto es lo que llaman una trastienda? ¡ah! ¡qué tufillo á gente de poco mas ó menos. Álamo. Por Dios, mamá. Simón. (a p .) ¡Qué elegancia! Marq. Abusas de mi cariño, Adolfo: yo no debia acceder á un enlace tan desigual. Álamo. Ya sabes cuánto la quiero, mamá, me has dado pala- bra... ademas, esta boda nos conviene; nuestra posición — 22 Marq. Álamo. Marq. Felipe. Álamo. Felipe. Simón. Marq. Felipe. Marq. Felipe. Simón. Felipe. Marq. Felipe. hoy es muy poco satisfactoria. ¿Pues por qué crees tú que cedo? Si tú no la quisieras tanto y no estuviéramos amenazados de un embargo, ¿imaginas que tu madre, la Marquesa del Álamo, hu- biera descendido hasta el punto de venir á una tras- tienda? yo sé que el espíritu del siglo llamará á esto preocupaciones, pero solo me han decidido á dar este paso el cariño que te profeso... la imperiosa ley de la necesidad, y mi deseo, Adolfo, de que mejore tu posi- ción, enlazándote con una familia, que, aunque hu- milde, es extremadamente rica y virtuosa. Yo te agradezco, mamá, el sacrificio que haces por mí. Pero... ¿dónde están? (Sale abotonándose la levita.) Aquí estoy, aquí... DispeU- sen ustedes, señores. Señor don Felipe, tengo el gusto de presentar á usted á mi mamá la señora Marquesa del Álamo. No, no. Yo soy quien tiene el honor de presentarse.!, señora... á los pies de usted... yo celebro la ocasión... (Ap.) ¡Se hace un lio! Estarán ustedes ocupados, venimos á incomodarles... (Poniendo una silla.) De ningún modo, señora Marquesa, yo soy el que... ¡Vamos, vamos!... tome usted asiento ¿quiere usted tomar alguna cosita? Con franqueza! ¿Un vasito de cerveza? una gaseosa? (Sonnéndose.) Mil gracias; ya sabe usted cuáles son las intenciones de mi hijo: he creído deber mió acompa- ñarle á su casa de usted para tener el gusto de cono- cer á su hija, que según dicen, es lindísima. (Turbado.) ¡ Lindísima! ¡Si, señora, lindísima! y mi mujer también; (a p .) ¿quieren ustedes decirme qué estarán haciendo arriba? (Alto) Dispense usted, seño- ra, ya sabe usted que las mujeres cuando se están ar- reglando no acaban nunca. (a p .) ¡Bravo! Pero estará usted incómoda en esa silla. ¿Quiere usted un sillón? No; gracias, estoy muy bien aqui. Mejor estará usted en a un sillón. Martin, trae un sillón, (váse Martin.) Señor Marqués, traiga usted el sombrero. (La toma el sombrero y le cepilla cjn la man^a.) — 23 — ESCENA Xí. DICHOS, DONA VENANCIA, ISABEL. Isabel. ¡Ah! Den Adol... el señor Marqués. Ven. (Haciendo machas cortesías.) ¿Y esta señora, es su señora madre? Álamo. Si, doña Venancia, mi mamá, que al dar este paso col- ma mis mas ardientes deseos. Ven. ¡Ah! señora Marquesa, usted nos honra... Isabelita, la señora Marquesa. Marq. (á Isabel.) Déme usted un beso, señorita... tenia da us- ted muy buenas noticias, y veo que no me han enga- ñado. Felipe, (á d. Simón.) ¡Qué amable es esta mujer! Simón. ¡Si, mucho! ¿Y el almuerzo? MARTIN. (Trayendo un enorme sillón viejo de baqueta.) Á Ver SÍ de- jan ustedes paso... aqui está el sillón. Ven. ¡Jesús! ¿quién le ha mandado á usted traer esa irrisión? Martin. ¡Toma! el maestro. Ven. Quite usted de ahí... Martin. Pues vaya si es cómodo, es en el que el maestro echa la siesta todas las tardes. Ven. Llévese usted eso y baje usted la butaca de seda azul . Marq. No se moleste usted, señora. Ven. Baje usted también una banqueta para poner los pies... ¡ah! oiga usted, la banqueta amarilla... y un almohadón. Simón, (á Martin.) Y si está ya, baja también el almuerzo... Esto va para largo; voy á decir al pobre diablo de mi ahijado que no Se incomode. (Váse sin que nadie lo note.) ESCENA XII. Ven. (á la Marquesa.) Usted dispensará si la recihimos.,. Felipe. ¿Quiere usted subir á la sala, señora Marquesa? Ven. Galla, Felipe, ¿no ves que la escalera... Felipe. Es verdad... para romperse uno las narices... qué — n — quiere usted, señora, en el comercio no es posible te- nerlo todo... Marq. Es natural, ustedes prefieren sacrificar la comodidad en aras de lo porvenir. Felipe. Es claro, señora, es preciso pensar en el día de ma- ñana. Marq. Y yo encuentro eso muy prudente y muy razonable. - Felipe. (Creyendo hablar á d. Simón.) ¡Qué amable es esta mujer! ¡Calla! ¿dónde se ha ido? Marq. Felizmente, ya toca usted al término de sus desvelos, y puesto que deja usted su comercio... Felipe. ¿Qué dice usted, señora Marquesa? Marq. Digo, que al dejar su comercio... Felipe. ¡Yo! ¡dejar mi comercio! Jamás. Marq. ¿No casa usted á su hija? Felipe. ¿Y eso, qué tiene que ver con la tienda? Marq. Entonces, yo estoy equivocada... Creia, hijo mió, que era cosa decidida... Álamo. Estas señoras me habían hecho concebir esperanzas... Felipe. ¿De que dejaría la sombrerería? ¡qué disparate! Ven. Pues es claro, Felipe, es claro... Felipe. ¡Es claro! ¡es claro! ¡qué ha de ser claro; al contrario, es muy turbio!... ¿No es verdad, Simón? (Basca con la vista á Simón ) Ven. Pero no ves, hombre, que la niña... Felipe. ¡He dicho que no! he vivido sombrerero, y moriré sombrerero; nadie me apea de mi burro. Ven. Pero, hombre, delante de esta señora... Felipe. Esta señora me dispensará... ¿Qué me he de hacer cuando no tenga que hacer? Marq. Por eso no lo deje usted, don Felipe: ya se le busca- rá á usted otra ocupación. Felipe. Señora, yo no sé hacer mas que sombreros... creo que no es un oficio tan despreciable. Marq. Estoy muy lejos de decir eso, y ni á mi hijo ni á mí nos importaría: nuestros hijos se aman y se convienen; nosotros estamos de acuerdo para hacer su felicidad, es cierto, pero esto no basta: mi hijo está en una posi- ción en el mundo, que se roza por su nacimiento con la aristocracia déla sangre y la del dinero: necesita guardar ciertas consideraciones con personas de su fa- milia, coa protectores de alto rango: estas personas 2o — Felipe. Isabel. Álamo. Ven. Isabel. Felipe. Isabel. Ven, Felipe. Álamo. Marq. Ven. Marq. Álamo. Felipe. Ven. Felipe. tienen preocupaciones... absurdas... ridiculas si se quiere... pero tenaces, y seria una gran imprudencia chocar con ellas... Usted tiene demasiado criterio, se- ñor don Felipe, para no comprender estas razones. Si, señora... yo bien veo... Ande usted, papá... hágalo usted por mí: le querré á usted tanto... le haré á usted tantos mimos cuando va- ya á casa... con mamita..: ¿No es verdad, don Adolfo? ¡Cuando vaya á casa! Viviremos juntos; mi casa será la de usted, y estará usted en ella como en la suya pro- pia. Ya lo oyes. Ande usted, papá... deje usted la tienda. ¡Qué demontre de chica! ¡pues no hay remedio... qué le hemos de hacer! (Colgándose á su cuello.) ¡Ay, papá mió! ¡Felipe! Bien, bien; dejadme en paz. (Dándole la mano.) Señor don Felipe, no olvidaré nunca el sacrificio que hace, usted por nosotros. La conducta de usted es muy laudable, y no puedo me- nos de darle las gracias: los padres debemos sacrifi- carnos por la ventura de los hijos: estoy deseosa de terminar lo mas pronto posible este feliz asunto. Ven- gan ustedes á mi casa, asi, como están ustedes, sin ce- remonia, y almorzaremos en familia. Mi hijo me va á llevar á casa del escribano y volverá por ustedes. Con mucho gusto, señora Marquesa. (Á Isabel.) Déme usted otro beso, Isabelita. (Á Isabel.) Hasta luego. (La da la mano. Doña Venancia se deshace en cortesías: el Marqués da el brazoá su madre y -vánse.) Por la tienda no; por el portal. Vamos, Isabel, vamos á aviarnos pronto, (vánse.) (solo.) ¡Pues señor, he dado mi palabra! ¡quién me lo había de decir! ESCENA XIII. D. SIMÓN, luego MARTIN, ENRIQUE, el MARQUES DEL ÁLA- MO, DOÑA VENANCIA é ISABEL. Simón. (Saliendo.) Ya estamos de vuelta. Felipe. Simón. Martin. Simón. Felipe. Simón. Felipe. Martin. Simón, Felipe. Simón. Felipe. Simón. Felipe. Simón. Enrique Simón. Felipe. Enrique Simón. Álamo. Ven. Felipe, Ya era tiempo. ¿Está todo corriente? Te habrás conmovido un poco; pero como dices muy bien, pasado el primer momento te irás consolando con tu antiguo amigo: hablaremos de tu hija, y echaremos nuestras partidas de brisca: ea, ¿cuándo me vengo? (saliendo.) Maestro, ¿es verdad que traspasa usted la tienda? ¿Qué dices, hombre? (Á d. Felipe.) ¿Traspasas la tienda? No hay remedio, Simón: si no, no hay boda. ¿Y has cedido también á eso? Es preciso. (Lloriqueando.) ¡Por vida de!... ¡lo siento... pero me ale- gro! ¡Es claro! esos encopetados señorones ¿cómo habían de emparentar con un tendero? ¡Simón! ¡Buena va la cosa! Pues mira, son muy amables, muy complacientes... me han dicho... me han asegurado... ¡Voto á sanes! ¿por qué te marchaste? Porque en tu casa no se almuerza. Tienes razón... con el jaleo que se ha armado... has tenido desgracia. ¡Bah! ya me he tomado un vaso de café con tostadas... á fé que unos que estaban jugando al billar me con- sultaron sobre una jugada. (Saliendo.) ¿Es verdad lo que me han dicho, papá? ¿Isa- nel se casa con el Marqués? (a p .) ¡Su hijo!... ¿De dónde vienes? De la cátedra. (a p .) Si es mi jugador de billar. ¡Ay, pobre Felipe, cuántos disgustos te esperan! (saliendo.) Y bien, mi querido suegro, están ya las se- ñoras? (Bajando con Isabel por la escalera.) Ya VamOS, ya vamOS. Hasta luego, Simón; adiós, Martin. — Vamos andando, (a p ., ai salir.) ¡Ay, tienda de mi vida! FIN DEL ACTO PRIMERO, ACTO SEGUNDO. Salón en casa del Marqués del Álamo adornado con mucha ele- gancia. — Puertas al fondo y laterales. Sofá á la derecha. ESCENA PRIMERA. CARLOS, ANTONIO, CRIADOS. CARLOS. (Elegantemente restido, en medio de muchos criados con librea. Á Antonio.) Ya tengo dicho á usted que no quiero que falte nada; alfombra y tiestos en la escalera y el por- tal; seis criados á la puerta para cuando llegue el señor ministro. ¿Á ver la lista de la comida? (se la da Antonio. La recorre con la vista.) Esto no vale nada, no hay un fai- sán, no hay un paté fois grasl ¡Y Rhin! ¡tampoco hay Rhin! ¿pero usted cree que el que vá á venir es un cualquiera? Nada, nada, inmediatamente mande usted á casa de Lhardy para que prepare lo que falta. Quie- ro que todos los manjares sean delicados y... Antonio. (a p .) ¡Ya! como piensas comértelos tú! Carlos. No repare usted en e! gasto. Antonio. (Ap.)Como tú no lo pagas... Carlos. ¡Vaya usted, vaya usted! (Los diados saludan y vánse.) ESCENA II. CARLOS solo. ¿Magnífica casa! sobre todo desde que yo la dirijo: el pobre Adolfo no sirve para nada: lo mismo le sucede con los negocios de importancia: sus preocupaciones aristocráticas le prohibían lanzarse á ellos, pero yo le convencí de que el medio mejor de sostener su alto rango, era cuadruplicar su fortuna: ¡qué diablos! ¡el dinero llama dinero, y el que no siembra no recoge... Por eso siembro yo, no solo por fuera... sino (Con mis- terio ) aqui... con mi finura... y mis galanterías, ¡ah! ¡qué linda es la marquesa! (Ábrese la puerta.) ¡Ya de vuelta, Adolfo! ESCENA III. CARLOS, el MARQUÉS DEL ÁLAMO. ÁLAMO. (Quitándose los guantes y el sombrero.) AdÍOS, CárlüS. Garlos. ¡Qué actividad, qué constancia! No hay otro como tú para los negocios. ¿Vienes de casa del banquero? Álamo. Si: adopta mi pensamiento; y la sociedad quedará cons- tituida en cuanto se consiga la aprobación de los esta- tutos. Carlos. ¡Gran negocio! te vas á hacer millonario... tienes un golpe de vista admirable, una habilidad prodigiosa. Álamo. Todo depende del ministro: yo sé que está en favore- cerme; pero si pudiera arrancarle la aprobación en la comida de hoy... ¿Sabes tú si mi mujer está ya?... Garlos. No la he visto hoy. (Sale Isabel.) ¡Ah! aqui está. ESCENA IV. DICHOS, ISABEL. Álamo. Isabel. Álamo. Carlos. Álamo. Carlof. Isabel. ¿Qué es esto, Isabel? ¿Cómo no estásdispuesla todavía? No pienso arreglarme mas. ¿Qué dices? De todos modos está elegante Isabelita. (Á Carlos.) ¡Calla! (Á Isabel.) ¿Pero estás en tu juicio? ¿no sabes que van á venir á comer banqueros, títulos y el ministro?... Veo que no te has puesto flores ni brillantes. Puede ser que no tenga aderezos de su gusto. Si los tengo, clon Carlos. Álamo. Tienes razón, Carlos... son ya antiguos, y las piedras no valen gran cosa... ¿Quieres pasarte por casa de mi diamantista! Isabel. ¡Pero, Adolfo! Álamo. No repliques: quiero que mi mujer deslumbre con su hermosura y con sus riquezas. Isabel. Yo no creia necesario... Álamo. Yo si: anda, Carlos; tú tienes buen gusto... y me fio de tí. Carlos. Haces bien: procuraré suplirte. (Á Isabel.) La comisión no puede ser mas de mi agrado, (saludando.) Señora... (Váse.) ESCENA Y. El MARQUES, ISABEL. Aumo. Deseo también, amiga mia, que seas amable y com- placiente con los convidados, y que los recibas con mas afabilidad que la que acostumbras. ¿Has visto cómo ha quedado la sala? Isabel. No. Álamo. ¿Pues qué has hecho en toda la mañana? Isabel. He estado escribiendo: ¡hace tanto tiempo que no he recibido carta! Álamo. ¿Carta? ¿de quién? Isabel. De papá y de mamá. Álamo. ¡Ah! si. Isabel. Ya hace diez meses que se marcharon á Andalucía con motivo de la enfermedad del hermano de mamá, y se han detenido mas tiempo del que calculaban para com- prar algunas fincas. No estoy tranquila: escriben tan de tarde en tarde. Álamo. Pronto tendrás noticias suyas... pero por Dios no te entristezcas; las lágrimas empañarían el brillo de tus lindos ojos, y seria lástima. Vamos, marquesita mia, enciérrate con tu doncella, y que cuando yo vuelva te encuentre radiante de hermosura. Isabel. Te obedeceré, amigo mió. (ei Marqués u conduce á u puerta de su aposento.) Álamo. (Solo.) ¡Antonio! (sale Antonio.) Espérame con el carrua- je á la puerta de la casa de mi corredor. — so ~ Antonio. (Con el sombrero en la mano.) Muy bien, señor; están es- perando á usia. Álamo. ¿Quién? Antonio. Un hombre: se empeña en ne decir quién es: quiere sorprender á usia. Álamo. Dile que vaya con Dios. Tiempo tengo yo ahora... pa- ra... (Váse.) Antonio. (Poniéndose el sombrero.) Decia yo bien: esta gente cree que no hay mas que colarse... ESCENA Vf. ANTONIO, D. FELIPE. Felipe. (Dentro.) ¡Pues no he de entrar! (Mas cerca.) yo res- pondo... (Sale.) Antonio. El señor ha salido, con que tenga usted la bondad de... FELIPE. (Mirando á Antonio que tiene el sombrero puesto.) Espere US- ted, amiguito; este sombrero nole sienta á usted bien, con que... (se le quita.) Puede usted hablar cuando guste. Antonio. Pero... Felipe. No hay pero que valga: yo soy cortés con todo el mun- do, y exijo que los criados lo sean conmigo... Si no está el amo, estará el ama. Antonio. ¿La señora, eh? ¡Ea! márchese usted. Felipe. ¡Quién! ¿yo? Antonio. Márchese usted al momento, ó llamo á mis compa- ñeros... Felipe. ¡Bribón! ¿Sabes tú con quién estás hablando? ESCENA VII. DICHOS, ISABEL. ÍSABEL. (Saliendo de su aposento.) ¡Esa VOZ! ¡Ah! (Arrojándose en sus brazos.) ¡Papá! Antonio. ¡Su padre! FELIPE. (Abrazando á Isabel.) ¡Isabelita! ¡hija mía! (Á Antonio, que los mira.) LargO de ahí. (Antonio se inclina y váse.J — oí — ESCENA VIII. D. FELIPE, ISABEL. Isabel. ¿Qué ha sido eso? Felipe. ¡Nada, nada! (Mirándola.) ¡Qué hermosa estás, hija mia, qué hermosa! Isabel. ¿Y mamá? Felipe. Prooto vendrá, ha ido á ver á tu hermano, está como una lechuga: el viaje nos ha cansado un poco, porque ese maldito eamino de hierro aturde la cabeza; pero ¡qué importa! hasta hoy no he comprendido las venta- jas del ferrocarril: se embarca'uno y ya no hay mas re- medio que llegar; es una invención para suprimir el tiempo, y yo creo que ha salido de la cabeza de algún padre que tenia prisa de abrazar á su hija. Isabel. ¡Papá! Felipe. En cuanto eché pié á tierra, dije, á ver á Isabelilla, antes que á mi hijo, antes que al amigo Simón, ¿cómo está tu hermano? Isabel. ¡Debe estar bueno! ¡apenas le veo! suelo tener noticias suyas por don Garlos. Felipe. ¡Ya ves! ¡no es extraño! ¡los esludios! ¡la ciencia! ¡un abogado! Antes de mi marcha le tomé una tienda... digo, un cuarto, en la calle de Alcalá, se le amueblé con lujo, le compré estantes, libros, bustos, y vamos... todo lo necesario... Isabel. ¿Y tiene clientes? Felipe. Si,debetenerlos, porque aunque no hay muestra, como los abogados no la tienen... ¡ah! el dia en que le oiga yo en la audiencia, será el mas feliz de mi vida, des- pués del de tu boda. Isabel. ¡Papá mió! Felipe. ¿Sabes, mujer, que parece que tu marido prospera? ¡Qué lujo! ¡qué muebles! ¡Cuánto criado! ¡Y tú!... ¿á ver?... ¡Vuélvete que te vea! ¡Bien decia yo! ¡esto es lo que faltaba á mi hija! ¡todo se lo merece! ¡rica! ¡marque- sa! ¡nada te falta! ¡Voto á sanes! ¡qué contenta se va á , poner tu madre cuanto te vea! Pero... mírame; ¡me parece que estás algo descolorida!., pero, ¡qué tonto! asi deben estar las señoras de alto copete, como tú... - 32 — porque... porque no creo que tengas penas, ¿en? Isabel. No. Felipe. Tú me lo dirías. Isabel. Si, papá: la única pena que tengo es estar tan lejos de usted y de mamá. Felipe. Si no es mas que eso, ya puedes estar contenta, hija mia, porque nos venimos á Madrid para siempre. Ya nos veremos á menudo, sobre todo ahora que no no tengo que hacer nada. Isabel. ¡Ah! si, papá. Felipe. Y para probártelo... Isabel. ¿Va usted á pasar el dia conmigo? Felipe. Eso es poco. ¿Te acuerdas de nuestros proyectos? Me vengo á pasar algunos dias contigo. Isabel. ¿De veras? Felipe. ¡Con tu madre! Isabel. ¡Oh, qué gozo! Déme usted un abrazo por tan buena idea. Felipe. La casa me parece que es bastante grande, asi no in- comodaremos; nos venimos aqui con el equipaje... Isabel. (Llama: sale Antonio.) Que arreglen el saloncito que está al lado de mi cuarto. Felipe. ¿Con puerta de comunicación, eh? ¡Eso, ¡eso! ¡cómo vamos á charlar de aquellos tiempos! ¡ah! ¡qué tiem- pos aquellos! ¡yo no puedo olvidarlos! ¡pobre tienda! pero cá! ¡de lo vivo á lo pintado! ¡mi sucesor no ha da- do en el quid! si vieras qué brillo! ha tomado el oficio á contrapelo! ¡qué falta hacia yo allí! Pero ¡bah! me consolaré con vosotros... Tengo gana de dar un abra- zo á tu marido... ¡calla! aqui está: (Á su hija.) ¡no me ha visto! no le digas nada. ESCENA IX. DICHOS, el MARQUES. Álamo, (a,., ai salir.) Pues, señor, la cosa marcha, grandes empeños para la concesión. FELIPE. (Abrazándole repentinamente.) ¡Hola, don Adolfo! se ha pasado desde la vista! Álamo. (Aturdido.) ¡Eh! ¿qué es esto? ¿quién es?... Felipe. ¿Quién ha de ser? Yo. ,. tengo ¡qué tal — ÓÓ Álamo. ¡Don Felipe! Felipe. ¡Don Felipe, don Felipe! Papá Felipe se dice. ¡Qué tal, yerno, qué sorpresa! ¿eh? Álamo. Si, en efecto, no esperaba... ¿en qué puedo servir 4 usted? Felipe. En nada. Venia á ver á ustedes, á ver si mi hija era feliz. Álamo. ¡Y bien! Felipe. Acaba de decirme que era completamente dichosa. Álamo. Gracias, Isabel. Felipe. ¡No! yo soy el que se las tiene que dar á usted... Ya conoce usted mi genio, no gasto cumplimientos; y co- mo recuerdo que el dia de la boda me dijo usted: ((Vi- viremos juntos; mi casa será la de usted, y estará usted en ella como en la suya propia,» aqui me tiene usted... Álamo. Yo... con mucho gusto... Isabel. Ya he mandado disponer para papá y mamá el salon- cito azul. Álamo. ¡Ah, tú lo has mandado! ¡muy bien! Felipe. Si, si, ya está todo arreglado; no tiene usted que me- terse en nada, yerno. ESCENA X. DICHOS, CARLOS, si MARQUES DE SANTORCAZ, GO.NZALO VIDAURRETA, el CONDE DE VISTAMAYOR. Carlos. Mi querido Adolfo, tengo el gusto de presentarte al se- ñor Marqués de Santorcaz. Álamo. (a p .) ¡Diantre! Carlos. Una de las personas mas distinguidas de Madrid. Álamo. Marqués, mi amigo Carlos me honra... Sant. Yo soy el honrado... ¡Señora! Antonio. (Anunciando.) El señor don Gonzalo de Vidaurreta, el señor Conde de Vistamayor, Felipe. ¡Hola, amigo Garlitos! Carlos. ¿Eh, qué? ¡Calla! ¡Don Felipe! Felipe. Acabo de llegar del ferrocarril, mas feliz que un pa- triarca. ¿Dónde he de estar mejor?... Carlos. ¿Que en el seno de su familia? Acordes, acordes... (Á Álamo.) Chico, te ha salido un grano en la nariz. ¿Qué vas a hacer con ese hombre? — 34 — Álamo. ¡Qué sé yo! Felipe. Diga usted, Carlitos, ¿sabe usted de mi hijo? ¿está bueno? Garlos. ¡Bueno! ¡si, bueno! ¿Y doña Venancia? Felipe. Tan gorda y tan frescachona, como siempre, (los jóve- nes que han entrado en esta escena, se aproximan á Carlos.) Sant. (á Carlos.) ¿Quién es ese hombre? Carlos. Un intruso, una especialidad, ¿queréis reíros? dadme un sombrero. Sant. (Dándole su sombrero, riéndose.) ¡Qué! ¿les hace dar vuel- tas? CARLOS. Ya veréis. (Se dirige á D- Felipe, y hablando con él, le da el sombrero.) ¡Qué! ¿no ha visto usted todavía á su hijo? FELIPE. (Atusando el sombrero con la manga maquinalmente.) No; dé- me usted noticias suyas... ¡Será un sabio! ¿eh? Carlos. Es un pozo de ciencia... no se le ve el fondo... (coge el sombrero y se le da á Santoicaz, toma el de Vidanrreta y se le pone en las manos á D. Felipe.) FELIPE. (Atusándole maquinalmente y soplando en la copa.) ¡Buen di- nero me ha costado! los exámenes, las matrículas, los grados... ¡qué sé yo! ¿Cuántos grados hay al año? Carlos. Cinco... ó seis... algunas veces diez... según. (Le quita el sombrero y toma el de Vistamayor, igual juego escénico.) Felipe. (Atusando con ahinco.) Es cuento de nunca acabar... ya veo que en Madrid cuesta mucho el ser sabio. ISABEL. (Que se ha acercado á su padre,) Pero, papá... (Le detiene el brazo.) Felipe. ¡Ah! dispensen ustedes... la costumbre... (Mirando el sombrero.) ¡Qué fieltro! ¡quién es el sombrerero de papel de estraza que presenta esto! parece que está hecho á puñetazos, (binando la etiqueta interior.) ¡ah! no me ex- traña. (Vistamayor le saluda y toma su sombrero, los demás se separan y rien.) Antonio. (Anunciando.) La señora Marquesa del Álamo; el señor General Bustamante. ESCENA XI. DICHOS, la MARQUESA, el GENERAL BUSTAMANTE. ÁLAMO. (Adelantándose á recibir á la Marquesa.) ¡Cuánto CeitibrO, mamá, que se haya decidido el tío á venir. (Isabel se — 55 — acerca á los recién llegados y !es saluda.) Marq. ¡Buen trabajo me ha costado! Ya ves, sus heridas.. . Geiser al. Es verdad, pero desf t»a dar un abrazo á mi linda so- brina. (Abraza á Isabel Felipe. (a p ., frotándose las mane .) Toda la familia reunida ... Ve- nimos como pedrada en ojo de boticario, Marq. (Dando un beso á Isabel.) ¡Adiós, hija mia! ¿qué tienes? ¿estás indispuesta? Felipe. (Acercándose.) ¡Cá! no señora-, es que ¿anta gente la fas- tidia... siempre ha sido lo mismo; cuando la tienda se llenaba de gente, ella al momento se largaba á la tras- tienda. Marq. ¿Qué? Felipe. (Dirigiéndose á la Marquesa.) Abur, señora Marquesa, me alegro de que se conserve usted tan guapa. Marq. ¿Qué se le ofrecía á usted? Felipe. ¡Qué! ¿no me conoce usted? Soy don Felipe, don Feli- pe... el sombrerero, ¿no se acuerda usted ya de la fran- cachela que armamos el dia que los muchachos se to- maron los dichos? Álamo. (Ap.) ¡Estoy en ascuas! Marq. ¡Ah! sí, si. Felipe. ¡Yo si que me acuerdo! aunque no somos amigos anti- guos, ahora se estrecharán las amistades... y ¿quién sabe? (Guiñando el ojo.) tal vez algo mas... ¿no es ver- dad, chiquilla? Ya se sabe que el padre de ella es el padrino, y la madre de él, la madrina. (Tendiendo la ma- no á la Marquesa ) Eche usted acá esos cinco, será usted mi comadre. Marq. (a p .) ¡Diosmio! (ai General.) Dame el brazo, á mí me va á dar algo. General. (Á media voz.) Tú tienes la culpa; ya te lo advertí á tiempo, las personas de nuestra clase no se enlazan con la familia de un don Felipe, por mucho dinero que tenga; cometiste la culpa, paga la pena, yo soy muy franco, conozco la razón y no puedo consentir (Dirigién- dose á ios jóvenes que ríen.) que nadie avergüence á ese buen hombre. (Cos jóvenes cesan de reir y se sientan en el sofá.) Felipe. (Que ios ha observado, p.) ¿De qué se reirán? ¡ Ah! ya cai- go: ellos vienen de punta en blanco, y yo... (Á Isabel.) ¿Por qué no me lo has advertido, muchacha? Me has _ 56 — expuesto á un bochorno: á Dios gracias no ignoro yo las costumbres de la alta sociedad... ¡Calla! no hables, no quiero que se incomoden por mí. ¿Á qué hora es la comida? Á la hora de moda, ¿eh? ¿á las cinco? Isabel. ¡Oh! no. Felipe. ¿Á las seis? ¿á las siete? Lo mismo da; vendremos lo mas pronto posible para abrazarte cuanto antes. Para eso no hay modas. ¿Dónde está mi sombrero? Carlos. (Dándole su hong-o.) Aqui tiene usted su hongo. Felipe. ¡De lo mejor que se fabrica! Como que ha salido de mi tienda. Hasta luego, ísabelilla... (Á ios demás.) Seño- res... para servir á usledes. No... no se incomoden us- tedes por mí. (Váse.) Álamo. (Respirando.) ¡Gracias á Dios! ESCENA XII. DICHOS, menos D. FELIPE. Un criado trae una carta en i bandeja de platn Álamo. (Tomándola.) Una carta del ministro. Marq. ¿Qué dice? Álamo. (Que ha leído la carta.) Que esta noche tiene despacho con su majestad, y que vendrá una hora antes... Señores, tienen ustedes la bondad de pasar al salón? Mi señora mamá hará los honores: tenemos que dar algunas dis- posiciones. (Vánse todos m»nos el Marqué? é Isabel.) ESCENA XIII. El MARQUÉS, ISABEL. Álamo. Isabel. Álamo. ¿Qué tienes, Isabel? Estás taciturna, parada: otra en tu lugar estaría llena de regocijo, de vanidad. ¿De vanidad? Si, te lias casado con un hombre lleno de ambición, atrevido, que domina los malos negocios con su ener- gía, y asegura los buenos con cierta apariencia de boa- to.. . (Movimiento de Isabel.) Este es el espíritu déla épo- ca; ni iú ni yo podemos contrariarle, y tenemos que conformarnos con él, sopeña de arruinarnos. 37 — Isabel. Álamo. Isabel. Álamo. Isabel. Álamo. Isabel. Álamo. ¿De arruinarnos? Estos negocios de sociedades de crédito se hacen sin dinero, es cierto; pero aumentan considerablemente sus productos si el que ha de ponerse al frente de ellos desriega un lujo extraordinario: de este modo se atraen los capitales; por eso quiero que mi casa se cite como tipo de esplendidez. Ahora bien, querida mia, entre nosotros, y sin que te incomodes, no creo que la pre- sencia de tu padre es muy á propósito... ¡De mi padre! Es un hombre excelente, ya lo sé, y yo no trato... com- prendes... no trato de impedirle la entrada en mi casa, ni de negarle un asiento en mi mesa; pero hay circuns- tancias tan especiales, tan delicadas: cuento, Isabel mia, con tu tacto para que me saques de este compro- miso. ¿Qué estás diciendo? (Sacando el reloj.) Me espera don Yalentin, uno de los principales accionistas de mi sociedad: te pido que cuando vuelva esté el asunto completamente arreglado. ¡Oh! yo te ruego que no exijas de mí... Yo no exijo mas que una cosa, Isabel, y es que ya que tu marido se afana en adquirir una brillante posición, no seas tú una remora á sus proyectos. Adiós. (Váse por la derecha.) ESCENA XIV. ISABEL, luego CARLOS. Isabel. (Sola, dejándose caer en un sillón.) ¡Ya nO me ama! Sime amase no se avergonzaría de mi familia; la recibiría con cariño, la amaría por mí. Carlos. Isabel. Carlos. Isabel. ;No decia eso cuando se casó? ¡Y yo le creí! ¡Ah, qué villanamente me ha en- gañado! (Saliendo, ap.) Adolfo ha Salido... Viene gente. (Se levanta y enjuga sus lágrimas.) ¡Qué conmovida está usted, Isabelila! ¿Le ha dado á usted algún disgusto el bribón de Adolfo? Hágame us- ted confidente de sus penas... yo le haré entender... ¡Doy á usted gracias! Carlos. Por lo menos acepte usted mis desvelos incesantes por — 38 — servirla... me he estado ocupando de usted, porque tengo un vivo deseo de complacerla. Mire usted este aderezo. (La presenta una caja.) sabel. ¡Ah, si, el regalo de mi marido! Carlos. Dispénseme usted, Isabelita... este regalo, en efecto, viene de su esposo de usted; pero yo he recibido el en- cargo de comprarle, y ya sabe usted que en estos ca- sos el buen gusto en la elección es el todo: yo sé qué es lo que mas conviene á la admirable perfección de sus facciones, á la esquisita delicadeza de su tez... Isabel. ¡Caballero! Carlos. Por rico, por elegante que sea, nada iguala á su in- comparable belleza: por eso no me ha detenido el pre- cio: tal vez me expongo á que Adolfo me haga algunas observaciones; pero por poco que usted me lo agra- dezca... Isabel. Ni creo que mi esposo le reconvenga, ni nada tengo que agradecerle yo: tenga usted la bondad de llevarse esc aderezo, (d. Felipe aparece al fondo.) Carlos. No es posible, señora: ¡el dia en que su hermosura va á brillar con todo su esplendor! ¡Ah! cuánto deseo ver eclipsados ios destellos de estos brillantes con el fuego de esos ojos. Isabel. Pero... Carlos. Usted no ignora, no puede usted ignorar cuánto es su poder, y si Adolfo no sabe apreciar su extrema ventu- ra, personas mas dignas... Isabel. ¡Esto es demasiado! Carlos. Si, hermosísima Isabel... ESCENA XV. DICHOS, D. FELIPE. FELIPE. (Poniéndose en medio de los dos.) Prosiga USted. Carlos Isabel. Carlos. Felipe. ¡Ah! (Abrazando á su padre.) ¡Padre mío! (Ap.) Maldito sombrerero. Prosiga usted, hombre... ¿Es también moda entre us- tedes hacer cocos á las mujeres de los amigos cuando estos están fuera? Carlos. Don Felipe... — 59 — Felipe. Nosotros no fabricamos esa clase de sombreros. Carlos. ¿Qué ha imaginado usted? Estas no son mas que frases de galantería natural... Felipe. Ya... por pasar el tiempo... hablar por hablar, ¿eh? Carlos. Yo le aseguro á usted... que.., Felipe. Hombre, no se sofoque usted... yo tampoco me altero: la cosa no tiene importancia: la chica se basta y se so- bra; está educada en buenos principios, y ademas, aunque no lo estuviera... una mujer no corre peligro alguno al lado de usted. Carlos. Pero... Felipe. Basta, señor mió: ¿tiene usted la bondad de dejarme con mi hija? j Carlos. Con mil amores. (a p .) ¡Maldito tendero; meterse aqu como Pedro por su casa!... Pero tengamos paciencia. (Saludando.) Señora... Felipe. Abur, amigo. ESCENA XVI. D. FELIPE, ISABEL. Felipe. Como hay Dios que tu marido tiene unos amigos... co- mo los de Benito... y ahora que caigo en ella... tam- bién lo es de Enrique... ¿Si irá á pervertírmelo? ¡Calla! ¿todavía no te has aviado? Isabel. Tiene usted razón, papá. Felipe. ¿Qué te parezco yo? En un momento me he arreglado: me he metido en la calle de Preciados, en el Príncipe Alfonso, una tienda que hace esquina á la de Peregri- nos, y allí he comprado pantalón, chaleco y frac. Esto es muy cómodo También tu madre se está poniendo de tiros largos. No queremos desacreditarte. Mírala, aqui está. ESCENA XVII. DICHOS, DOÑA VENANCIA. Viene vestida con alguna exageración, y trae debajo del brazo una enorme sandia. Ven. (Fuera.) Ya sé... ya sé. , Isabel. (Abrazándola.) ¡Mamá! 40 — Ven, Felipe. Isabel. Ven. Felipe. Ven. Felipe. Ven. Isabel. Ven. Isabel. Ven. Isabel. Ven. Isabel. Ven. Isabel. Felipe. Ven. Felipe. Ven. Isabel. Felipe. Isabel. Ven. Isabel. Ven. Isabel. Felipe. Isabel. ¡Hija mia! no sabes qué gana tenia de darle un abrazo* No lie visto á Enrique: he venido desempedrando. ;Ah! ¿traes eso? ¿Qué es? Mira qué sandia tan hermosa, Isabel... es la mayor que hemos visto en Motril... y dije yo, para la chica. Debe ser un terrón de azúcar, cosa de chuparse los dedos. (Mirando los muebles.) ¿Dónde la dejo? (Después de mirar á todas partes la pone dentro de una jardinera sin flores.) ¿Sabes ya que nos quedamos en casa de los chicos? Si, ya van á traer el equipaje. (a p .) ¡Oh, Dios mió! yo no tengo valor para decirles... ¿Qué tienes, Isabelilla? ¿no estás contenta, hija? Si, mamá... solo que... ¿Qué? ¡Si viera usted cuánto siento que hayan llegado ustedes en un dia en que hay tanta gente en casa! ¡Si que es un fastidio! Mejor estaríamos solos; pero si no es hoy será mañana. ¡Y hoy también! ¿Hoy? (Ap.) ¡Buena idea! (Alto.) ¿No es hoy el cumpleaños de usted, mamá? Es verdad, hoy cumples cuarenta años: yo te llevo diez, con que tengo cincuenta. Tú no tienes mas que cuarenta y cinco. ¿Es que no los tengo en realidad, ó que tú no quieres tener mas que treinta y cinco? ¡Felipe, no hablemos de eso! Ya sabe usted que en casa este dia siempre se celebra- ba... ¡Yo lo creo! ¿Y por qué no hemos de celebrarlo hoy? ¿Y cómo? Los cumplimientos y la etiqueta me incomodan: mi suegra está mas acostumbrada á eso que yo, y mereem- plazará con ventaja... hoy estoy mala. ¿Estás mala, hija mia? No, mamá, diré que estoy mala. Vamos, si, lo finges. ¿Y para qué? Para que podamos comer los tres solos en mi cuarto. — 41 — Isabel. Ven. Isabel Ven. ¡Buen pensamiento! ¡Los tres soliios! ¡y nos comere- mos la sandia! Peor para ellos. ¡Qué buen rato vamos á pasar! Y los que pasaremos, porque tengo mi plan: miren us- tedes, en esta casa nunca tendremos sosiego... ¡tantas visitas, tanta ceremonia... nunca hay completa liber- tad! ¿No les parece á ustedes que será mejor que me vaya yo á pasar algunos días con ustedes? Me parece bien. No saben ustedes qué gana tengo devolver áver aque- lla casa donde pasó mi niñez: es cierto que pquello no era un palacio, que no habia tanto lujo, tanta elegancia, tantos criados; pero en cambio, en aquel modesto y sencillo albergue, tenia la paz del corazón y el ca- riño de ustedes, que vale mas que todo el oro del mundo. Felipe. (Coamovido. ) Vamos, chica, no andemos con esas cosas. . . Isabel. Quisiera marcharme hoy mismo. FELIPE. ¡Hija mia! (Ábrese la puerta.) Ven. ¡Mi yerno! (Dirígese á él.) ESCENA VIII. DICHOS, el MARQUES. ÁLAMO. (Ap,) ¡La SLiegra! estO SOlo me faltaba. (Saludando á Doña "Venancia, que se dirig-e á él con los brazos abiertos.) Señora... Ven. ¿Señora?... álamo. No dude usted... que... que celebro infinito el verla. Ven. (Cortada.) Señor... señor yerno... yo... (Á Isabel.) ¿Qué le pasa? Isabel. Los negocios... Ven. (Yendo á buscar á su marido.) Qué tienen que ver los ne- gocios... con el parentesco?... Felipe. (a p . r%su mujer.) Galla, tonta, tú qué entiendes de eso... es moda. (Habla aparte con Doña Venancia.) Álamo. (a p . á Isabel.) ¿Les has hablado? Isabel. Si. álamo. ¿Y está todo corriente? Isabel. Asi lo creo. ÁLAMO. (Á D. Felipe y Doña Venancia.) Me dispensarán UStedeS... Ven. Si, ya nos ha dicho Isabelita que no podía usted cch _ 42 - mer con nosotros. Álamo. Yo lo siento mucho... Felipe. Nosotros también sentimos que no nos pueda usted acompañar, pero ya hablaremos con Isabel de usted. Álamo. ¿Con Isabel? Felipe. Y beberemos á la salud de usted. Álamo. ¿Qué quiere decir esto? Isabel. Estoy algo indispuesta, Adolfo; me pondria peor con tanta gente, y he convidado á papá y mamá á comer conmigo en mi cuarto. Álamo. ¡Muy bien! ¿Y has creido que yo lo consentiría? Isabel. Si, Adolfo, y yo espero... Álamo. Eso no puede ser. Ven. ¿Cómo? Álamo. Tienes que hacer los honores de la casa, y si hay quien te dé otros consejos... Felipe. Poco á poco; en punto á consejos, yo no la doy mas que uno. Hija mia, obedece á tu marido. Antonio, (saliendo.) Señor Marqués, el coche del señor ministro ha llegado á la puerta. Álamo. ¡El ministro! Ven, ven. ISABEL. (Tendiendo la mano á sa padre.) ¡Papá! Álamo. ¡Vamos pronto, mujer! ¡Quieres hacer esperar al mi- nistro? (Váse llevándose á Isabel.) ESCENA IX. D. FELIPE, DONA VENANCIA, luego CRIADOS. D. Felipe y Doña Venancia quedan un rato mirándose y sin hablar. Felipe. ¡Venancia! Ven. ¡Felipe! Felipe. ¿Qué dices de esto? Ven. Yo, nada, ¿y tú? Felipe. Tampoco. Ven. ¡Pobre Isabel! no es tan feliz como yo creia. Antonio, (sale con ios criados.) Preparad las mesas de juego para la noche... encended los candelabros, (viendo la sandia.) ¿Quién ha puesto esto aqui? Ven. ¡Es mi sandia! Antonio. Quitadla de ahí. •— 4o — VEN. (Detenien'do al criado.) ¡Eh! pOCO á pOCO. Antonio. ¡Quién pone esto en un salón! Felipe. Ya empieza á mí á subírseme el humo á las narices. (Toma un sillón pai a sentarse.) Antonio. Dispense usted, tengo que poner este sillón en su sitio. Felipe. ¡Bergante! ESCENA XX. DICHOS, CARLOS. Carlos, (á Antonio.) ¿Qué es esto? ¿está usted faltando al res- peto á estos señores? Antonio. Pero... Carlos. Calle usted... (Haciéndole seña de que salgad Vayausted... (Ap.) ¡Buena comisión me ha dado Adolfo... sobre todo después de lo que ha pasado. Ven. ¡Calla! es Carlitos... ¿Le habías visto ya, Felipe? Felipe. Si, ya le he visto... y le he oído. Carlos. ¡Oh, mi señora doña Venancia! por usted no pasan dias. Felipe. Don Carlos es muy galante; ya lo sé yo... Carlos. ¡Cuánto siento que no hayan ustedes venido dos horas antes! # Ven. ¿Porqué? Carlos. Porque hubieran ustedes visto los salones, las colga- duras, los espejos, la sillería dorada... ¡oh! cosa mag- nífica. Ven. ¿Eso qué importa? lo veremos ahora. Carlos. Ahora no puede ser; hay gente. Felipe. ¿Eh? Carlos. Los salones están cuajados, y yo supongo que á ustedes no les gusta eso. ¡Qué razón tienen ustedes! ¡no hay cosa mas cargante que la alta sociedad, sobre todo cuando no hay costumbre! ¡A.h, si yo pudiera librarme de ella, con qué placer huiría de tanto laberinto y me marcharía á disfrutar de los dulces placeres del cam- po... en Chamberí. Felipe. ¿Á qué viene ahora todo esto? Carlos, ¡Lo mismo que esa comida, ese ruidoso festín! ¡Apara- to, farsa! Tan etiquetero, tan ceremonioso, sin hablar mas que de política... de negocios. ¡Qué felices son ustedes, que pueden disfrutar á sus anchas de una completa libertad! Felipe. Diga usted, señor mió, ¿adonde va usted á parar? Garlos. ¿Cómo? Felipe. Si, señor, si: ¿á santo de qué nos dice usted esas co- sas?... Carlos. Las digo... las digo... (a p .) ¡Cómo querrá que me ex- plique! Felipe. Acabe usted de una vez, hombre. Digamos usted clara- mente que nos quieren echar de aqui. Carlos. Señor don Felipe, ¿cómo puede usted creer?... Ven. ¿Qué dices, hombre? Felipe. ¿No has conocido que hace ya una hora que con singu- lar torpeza anda buscando el modo de hacérnoslo en- tender? Ea pues, don Carlos, expliqúese usted con franqueza. ¿Viene usted con encargo de mi yerno, ó es que tiene usted interés en que nos vayamos de aqui? ¿Cree usted que soy yo tonto? (Á Doña Venancia.) Le he sorprendido haciendo cocos á tu hija. Es que si es es- to, le advierto que conmigo no juega un farsante como usted. Carlos. ¡Don Felipe! Ven. ¡Felipe, por Dios! Felipe. ¡Déjame! Si es mi yerno, quiero oírlo yu mismo de su boca. ESCENA XXI. DICHOS, el MARQUÉS, danáo el brazo á la MARQUESA. Marq. Álamo. Felipe. álamo. Felipe. álamo. Felipe. Marq. (Á Mamo.) ¡Qué amable es el ministro! Dejémosle solo con don Valentín. Me alegro que vengan ustedes. (a p .) ¡Todavia está esta gente aqui! Señor yerno, dos palabras: ¿ha venido este caballerito de parte de usted? ¿le ha dado usted el encargo, como primer lacayo, de decirnos que desalojásemos el campo? Don Felipe, usted sin duda se equivoca. No hay equivocación que valga. Diga usted claramente, ¿nos hace usted esa ofensa, si ó no? Si mi hijo ha mandado á decir á usted que las conve- Felipe. Álamo. Felipe. Ven. Marq. Carlos. Felipe. mencias sociales aconsejaban... No hablo con usted, señora. Estoy en casa del marido de mi hija, y no tengo que ver con nadie mas que con él. Responda usted: ¿es verdad que nos echa usted de aqui? ¡Ah! esa palabra... Las palabras no hacen al caso; ¡lo que hay que ver es la cosa! ¿No responde usted? ¡Claro está! ¡Vamonos de aqui, mujer, el señor Marquéis se avergüenza de noso- tros! ¡Ya se ve! ¡Un sombrerero! ¡Pero por mas que usted se engría, no por eso deja usted de ser yerno de un sombrerero! ¿Por qué fuéustedá mi casa á quitarme mi hija, señor Marqués? ¿por qué me prometió usted que viviríamos juntos? ¿Por qué no dijo usted á Isa- bel: «Lo que yo quiero es tu dote, desprecio á tus pa- dres, y hoy los adulo para humillarlos cuando no los necesite.» ¿Por qué no ha hecho usted eso, señor Mar- qués? ¡ah! porque entonces tenia usted la seguridad de no haber conseguido la mano de mi hija, por mas mar- qués que fuera usted. ¡Ah! ¡he sido un insensato! ¡he debido negarme á todas vuestras exigencias, he debido oir los consejos de un verdadero amigo! Yo, el padre de familia, yo que he debido ser el mas prudente, por vanidad, por flaqueza, he jugado la felicidad de mi hija... ¡No rae lo perdonaré nunca! ¡nunca! ¡Felipe! Por Dios, Carlos, ponga usted término á esta escena... (Dirigiéndose á Doña Venancia.) ¡VatnOS, VamOS, doña Ve- nancia; sea usted mas razonable que su marido: da unas proporciones al asunto que en realidad no las tie- ne! Y... seamos francos, no tiene usted tan pocos al- cances, que no comprenda que no puede presentarse con un traje de tan esquisito gusto, entre las se- ñoras... (Cogiendo una silla y levantándola sobre Carlos.) ¡Miserable! ¡insultas á mi mujer! ESCENA XXH. DICHOS, ISABEL. Isabel. (o U e acaba de entrar.) ¡insultar á mi madre! — 46 — FELIPE. (Dando en el suelo con la silla y haciéndola pedazos.) ¿No has oido que he dicho que eres un miserable? Álamo. ¡Don Felipe! Felipe, (ai Marqués ) Si tiene usted pundonor y delicadeza, tire usted á ese hombre por el balcón, tírele usted si no quiere que. le tire yo. (Doña Venancia contiene á su ma- rido.) Marq. ¡Qué escándalo! ISABEL. (Pasando al lado de su padre.) ¡Papá! (Al Marqués.) Lo que está pasando en esta casa es indigno, infame; si usted se avergüenza de mis padres, debe usted avergonzarse también de mí... Yo no puedo estar ni un momento siquiera en una casa de donde se los arroja ignominio- samente; arrójeme usted también á mí, porque yo no me separo de ellos. (Á Doña Venancia.) Vamonos, mamá. Álamo. ¡Señora! Felipe. ¡Isabel! ¡ah! ¡qué he hecho! tus palabras me hacen vol- ver en mí... Dispense usted un momento de acalora- miento... yo creia... debia creer que habia un sitio para mí en casa de mi hija .. Usted piensa de otro modo. ¡Usted es el amo de ella! Líbreme Dios de que yo sea causa de indisponer un matrimonio... ¡Hijamia! tU puesto es al lado de tU marido. (Hácela pasar al lado del Marqués.) Adiós, hija mia; dame un abrazo... Ven, mu- jer, nuestra hija nos ama, y nuestro hijo nos conso- lará. FIN DEL ACTO SEGUNDO. ACTO TERCERO. Estudio de abogado: mesa, sillón, estante, librería, bustos de Ci- cerón, Jovellanos y Carapomanes. Puertas al fondo y laterales. ESCENA PRIMERA. MARTIN, solo, sentado á la mesa. Cinco y siete, doce; y diez, veintidós; y ocho, treinta; y cuatro, treinta y cuatro: un real, Mejor quiero con- tar por maravedises que por céntimos; asi no me em- brollo. Un real y dos pesetas, nueve reales. Lavandera, nueve, (suelta la pluma.) Pues señor, este oficio es mas descansado que el de sombrerero. Cuando el padre de don Enrique le tomó la tienda de abogado, yo me vine con él de escribiente; nos instalamos aqui, esperando pleitos y consultas, y pasó un dia, y otro, y otro, y las consultas y los pleitos no vinieron. Estuvimos unos cuantos dias mirándonos el uno al otro, como se están mirando esos dos bustos de Jovellanos y Campomanes: á fuerza de mirarnos llegamos á aburrirnos, y por no aburrirnos pensamos en divertirnos; y á f é á fé que don Enrique lo hace á' las mil maravillas. Mientras él se divierte yo arreglo el archivo, compuesto de los re- cibos trimestrales de la contribución industrial y de comercio, del libro de la cuenta del gasto diario, de las cuentas de la lavandera y planchadora, y de unas cuantas cartas de otros tantos ingleses.,. Parece que oigo ruido! ¡Si será alguno de ellos! ó tal vez el pleito que con tante fé estamos esperando y que nunca llega. Abramos este legajo, único en su especie: no tiene- mas que las carpetas que yo he hecho: un escribano amigo de don Enrique le prestó. (Tose.) ¡Hem! ¡hem! (Recorre el legajo.) Contribución del subsidio industrial y de comercio... inglés número setenta y cinco. ESCENA li. MARTIN, CARLOS, después ENRIQUE. Carlos. ¡Martin! Martin. ¡Don Carlos! Carlos. ¿Está ahí Enrique? Martin. Para usted si señor: ya he dado pasaporte esta mañana al zapatero, al sastre y á no sé cuántos mas. (Dirigién- dose á la puerta de la derecha.) Saiga USted Sl'n Cuidado, don Enrique. (Sale Enrique.) Carlos. ¿Pobre Enrique! ¿con que estás sitiado por los ingle- ses... Enrique. Ingleses, rusos, judíos, y creo que hasta chinos. Carlos. ¿Qué padres tienes que permiten eso? Enrique. Mis padres no pueden hacer mas de lo que hacen; yo no me atrevo á pedirles mas. Carlos. Eso es tener demasiada conciencia: tus padres son ri- cos: cuando mueran te tocará tanto como á tu her- mana. Enrique. Á propósito de mi hermana; ¿qué es de ella? ¿hace mu- cho tiempo que no has visto á su marido? Carlos. ¡Adolfo es un loco! Se ha metido en empresas descabe- lladas; gasta lo que no tiene: yo como amigo se lo ad- vertí; pero no hizo caso... está tronado: no pongo los pies en aquella casa: ahora te toca á tí. Enrique. ¡El qué! Carlos. Oír los consejos de un amigo; si de un verdadero ami- go, por mas que tu padre no lo crea. Enrique. Como que me ha prohibido verte. Carlos. ¡Ciegas preocupaciones! Enrique. Ya hace tres dias que no voy á su casa... y tú tienes la culpa. ¡Pobre papá! hace un mes que está en Ma- drid y no tiene mas gusto que el que yo vaya á comer á su casa. Estará con cuidado. Carlos. Mañana irás: me parece que dos días por semana es mas que suficiente. Hoy tenemos gran culebra: ¿cuánto perdiste anoche? Enrique. No me hables de eso; tengo una suerte fatal. Carlos. ¿Pero cuánto perdiste? Enrique. Todo lo que tenia, seis mil'reales, y ademas de palabra diez onzas. Carlos. ¿Quién te los ganó? Enrique. Santorcaz. Carlos. Precisamente va á venir á almorzó contigo. Enrique. ¿Á almorzar? Carlos. Con Macario, el escribano, nuestro amigo. Enrique. ¿Y con qué quieres tú que pague el almuerzo y me desquite si no tengo un real? Carlos. ¿Quieres dinero? Enrique. ¿Cómo? Carlos. ¿Quieres dinero? Yo te lo proporcionaré: ó soy tu ami- go ó no. Conozco yo á un buen hombre, que vive á dos pasos de aqui, sencillo, inofensivo, dedicado á cuidar de sus plantas y sus flores, entusiasta admirador de la naturaleza, que... ¿Cuánto quieres? ¿Dos mil juros? Enrique. Bien. Carlos, Los tendrás. (Á Martin.) ¡Galopín! Martin. Señor. Carlos. Corre al Cisne y di que traigan cuatro almuerzos de lo mejor: di que son para mí, ó si no déjalo, el portero irá. Hasta luego, y tranquilízate, (váse.) ESCENA III. ENRIQUE, MARTIN. Martin. ¿Con que ha perdido usted tanto dinero, don Enrique? Enrique. Si, Martin. Martin. ¡Si el maestro lo supiera, él que no jugaba mas que á la brisca, á garbanzo el juego, y eso los domingos! Enrique. ¡Martin! Martin. ¡Señor! Enrique. Estoy decidido: he tomado una resolución; ya no juego mas: basta de francachelas. 4 _ 50 — Martin. Entonces voy á avisar que no traigan... Enrique. Hombre, por hoy déjalo, porque ya ves, en derecho... ¿tú sabes derecho, ¿no es verdad? Martin. ¡Y al repetir! Enrique. Nos despediremos con la última. Martin. ¡Vaya por la última! (Se dirige ai fondo.) Galla, don Ma- cario ha entrado en el salón con dos muchachas. Tres cubiertos mas... (Mirando.) ¡Hola, hola! y el Marqués de Santorcaz con otras dos: son seis, y don Carlos vuelve con otras dos. Pues señor, va á ser necesario traer aqui toda la fonda. ESCENA IV. DICHOS, D. MACARI", el MARQUES DE SANTORCAZ, CARLOS. Carlos. Ya está todo corriente. Diez cubiertos. Martin. ¿Y yo? Este es el cuento de nunca acabar, (váse.) Enrique. Adiós, Marqués, adiós, Macario. (Á Carlos.) ¿Has visloá ese hombre? Carlos. Está conforme: dentro de diez minutos le tienes aqui á firmar el recibo y á traerte el dinero: entre tanto toma en billetes ocho mil reales. Enrique. Gracias. (Á Santorcaz.) Marqués, aqui tiene usted lo que le debo. Sant. Ahora le debo yo á usted el desquite. Carlos Bien, después de los postres jugaremos. Enrique. No: he jurado no volver á jugar. Sant. ¡Cuántos juramentos como esos tengo yo quebranta- dos! Martín. Cuando ustedes gusten. Todos. ¡Bravo! Á la mesa, á la mesa, (vánse bailando per la iz- quierda.) ESCENA V. D. FELIPE, MARTIN. Martin. Pues señor, buena va la danza. Á bailar tocan, (va tras ellos y le dan con la puerta en los hocicos.) ¡Muchas gracias! Ellos tienen ahí dentro las parejas: ¿y cuál es la mia? No, pues yo no me quedo sin ella, (coge el busto de Jo- - 51 — vellanos y baila.) ¡Trá, lá, lá, lá, lá! FELIPE. (Sale, mira á Martin con asombro, deja el sombrero en una silla y le da en el hombro.) ¡Martín! Martin. (Volviéndose.) ¡Virgen del Carmen, el maestro! (oeiiéne- se petrificado, abrazado al busto de Jovellanos) ¡Av, DÍ0S mió! Felipe. ¿Qué estabas haciendo? Martin. Yo, maestro... ya lo vé usted... estaba arreglando los trastos... estaba sacudiendo el polvo á este señor. (Le pone en su sitio.) Tiró el diablo de la manta. Felipe. ¡Que nunca has de tener juicio! Di, ¿está enfermo mi hijo? Martin. No, maestro; (Mirando al comedor.) al contrario. Felipe. Me alegro. ¿Ha salido? Martin. Si, si señor. Felipe. Ya lo sé; el portero me lo ha dicho. Martin. (a p .) No falta á su consigna. (Alto.) Entonces ¿por qué ha subido usted? Felipe. Para hablarte. Martin. ¿A mí? Felipe. Si, á tí. (se sienta.) MARTIN. ¡Demonio: (Se pega á la puerta de la derecha.) Felipe. (a p .) Ese Simón me ha puesto la cabeza como un bom- bo. Se empeña en que Enrique no es un abogado for- mal. ¡Quiero ensanchar aqui el corazón! (Llamando.) ¡Martin! Martin. ¡Maestro! Felipe, ¿^abes tú dónele está mi hijo? Martin. Yo creo... que... que debe estar... Felipe. Acaba. Martin. Debe estar... en... la Audiencia... Vaya usted, vaya usted allí y le encuentra usted de fijo. Felipe. No: ¿para qué? ¡es decir que tiene pleitos... causas! Martin. ¡Puf! (Abriendo el legajo.) Mire usted... bigamias, robos, divorcios, estafas. Felipe. ¡Hombre, hombre, eso debe de estar bueno! ¿Á ver? ¿á Ver? (Se dirige al legajo.) Martin. ¡Se cayó la casa encima! Felipe. ¿Y los papeles? Martin. ¿Los papeles?... Felipe. Si; aqui no hay ninguno. Martin. ¡Calla! pues es verdad: mire usted, entonces es que se — 52 — Felipe. Martin. Felipe. Martin. Felipe. Martin. Felipe. M4RTIN. Felipe. Martin. Felipe. Martin. Felipe. Martín. Felipe. Martin. Felipe. Martin. Felipe. Martin Felipe. Martin. los ha llevado para irlos estudiando por el camino. Di, los pleitos ¿no los proporcionan los procuradores á los que empiezan la carrera? Si, señor... también aqui... tenemos uno mas listo que Cardona... nos trae mas pleitos por deudas... (ai lega- jo.) Mire usted... mire usted... Contribución del sub- sidio... no es esto... vea usted, setenta y cinco acree- dores... Es verdad. (Recorriendo eiiegajo.) Esto me tranquiliza al- guna cosa. (Ap.) ¡Pobre maestro! ¿Pero todavía no ha hecho ninguna defensa? Todavía no; pero ya... pronto... Avísame sin que él lo sepa .. quiero escucharle meti- do en un rincón, para que á mi vista no se turbe... ¡Pobre hijo mió! estoy muy satisfecho de su comporta- miento, y esto compensa en parte las penas que por otro lado me acosan. ¡Toma! (Dale dinero.) Gracias, maestro, yo no puedo recibir eso. (a p .) ¡Seria un robo! ¡Qué! ¿no lo quieres? Soy un escribiente, señor don Felipe. ¡Eres un buen muchacho! Si tuvieras tanto talento co- mo honradez... Muchas gracias, maestro. (Yéndose poco á poco.) Habia dicho á mi mujer y á Simón que les esperaría aqui para llevarnos al chico á comer á casa; pero puesto que no está y que no se sabe cuán- do vendrá, voy á avisar á Venancia... (Acompañándole.) Si, si, mejor es, mejor es... dé usted expresiones á la maestra. (Óyese hablar muy alto en el cuarto de la izquierda.) ¿Quién está ahí? Nadie. ¿Cómo nadie? (óyese la voz de Enrique.) Pues si me pare- ce que es la voz de Enrique. "Vamos, eso es que se ha entrado en su despacho... Voy á verle. (Dirígese á la puerta.) Mire usted, maestro, que... No, yo le dejo pronto; no quiero distraerle si tiene asuntos graves... ¡Oh, muy graves! Precisamente á estas horas tenia ci- — 53 — Felipe. Martin. Felipe. Martín. Felipe. MORTIN. Enrique Martín. Felipe. Martin. Felipe. Martin. Felipe. Martin. Felipe. Martin. Felipe. Martin. Felipe. Martin. Felipe. Martin. Felipe. Martin. Felipe. tadoS á dos... vamos, á dos... (Voz de mujeres.) ¡Calla, voz de mujeres! Si, señor, voz de mujeres... la causa de... de bigamia. ¿De bigamia? Por eío están ahí las dos... Don Enrique quiere ver si las arregla amistosamente... para que se sobresea lue^ go la causa. Me parece difícil. Te equivocas, Martin. ¡Que me equivoco! (Fuera.) ¡Silencio, silencio! Usted ahora. ¿Le ha oido usted? Dice á esa que se explique la pri- mera. (Óyese á una mujer cantar.) ¡Ah! y se explica cantando. ¡Ah! ya sé lo que es: no es el asunto de la bigamia, no, es el otro. ¡Como tenemos tantos! ¡Pero, hombre, venir á cantar! Si es una cantante... una cantante del Teatro Real. (Empezando á desconfiar.) ¿Que pleitea? Si, señor... tiene un pleito con el gacetillero de un pe- riódico... porque, según dicen, esos gacetilleros ni de- ben ni temen... y los hay... atroces... Ha dicho, no sé dónde... que esa cantante dio un gallo, y le ha deman- dado de injuria y calumnia. ¿Si, en? ¿y por qué canta aqui? ¡Toma! porque... porque... Mire usted, maestro... don Enrique es muy pillo, y no da golpe que no sea sobre seguro: para probar que el gacetillero la ha calumnia- do, quiere que cante en la Audiencia delante de los magistrados. ¿Si, eh? Y para asegurarse él... la prueba. (Ap.) ¡Uf! (Que le examina.) Vamos, vamos, no está mal pensado. ¡Yo lo creo... y al mismo tiempo es agradable al oido. (La cantante da un gallo.) Si canta en la Audiencia como ahora, será muy fácil que pierda el pleito, por mas hábil que sea el aboga- do... y el escribiente del abogado. (Le coge de una oreja.) ¡Maestro! (Haciéndole pasar al otro lado.) Esto no te será tan agrada- ble al oido. ¡Bribón! ¡Ay, ay, ay! NO eres tan tOntO COmO Creía. (¡Martin quiere hablar.) ¡Ca- — 54 — lia! Di á mi hijo que venga. . Martin. (a p .) Se va á armar la gorda, (se dirige áia puerta de la izquierda.) Felipe. No, espera: quiero cogerle desprevenido... (Á Martin, señalándole la puerta de la derecha.) Entra ahí. Martin. Pero, maestro... Felipe. Entra ahí, y cuidado con moverte ni chistar. Martin. Como usted quiera. (Ap., entrando.) Yo no he podido hacer mas. ESCENA Vi. D. FELIPE, solo. ¡No se ha equivocado Simón! ¿Será posible que porque soy un artesano sencillo é ignorante, hasta mi hijo se crea con derecho á burlarse de mí? ¡Oh! yo mismo sa- bré... (Al dirigirse á la puerta de la izquierda se abre la del fondo.) ¿Quién es? ESCENA VII. D. FELIFE, D. LUCAS. Lucas. Beso á usted la mano, caballero. ¿Vive aquí el señor don Enrique Ángulo? Felipe. Si, señor: le estoy esperando. Lucas. Lo celebro. ¿Está todavía almorzando? Felipe. ¿Almorzando? Lucas. Con sus amigos... ya lo sé. Dejémosles que se divier- tan. Felipe. (a p ) ¡Ah, era una francachela! (Alto.) ¿Quiénes usted? Lucas. Yo soy don Lucas Sarmiento y Céspedes para servir á usted: tendré mucho gusto en complacerle. Felipe. ¿Y qué se le ofrecía á usted? Lucas. Yo tengo una afición decidida á la floricultura: he com- prado una casita de esas que construye la Peninsular en la venta del Espíritu Santo, y allí paso las horas muertas con mis rosales, mis alhelies y mi jardinito... Hoy he venido á tratar de un asunto con don Enrique. Felipe. ¿Es usted algún cliente? Lucas. ¿Cliente? — 55 — Felipe. (a p .) Parece un buen hombre. Lucas. ¿Cliente? ¿De dónde sale usted, caballero? ¿No conoce usted á don Enrique? Felipe. Si, señor, re conozco mucho. Lucas. Entonces ya sabrá usted que es un abogado de pipiri- jaina. Felipe. ¡Cómo de pipirijaina! Lucas. ¿Es usted alguno de sus acreedores? Felipe. ¡De sus acreedores! ¡Ah! ¿usted viene á pedirle dinero? Lucas. Al contrario, caballero, vengo á traérsele... Es proba- ble que le pague á usted. Felipe. Expliqúese usted... no le entiendo. Lucas. Pues es muy fácil. Yo soy muy aficionado á la floricul- tura, como he dicho á usted, y tengo una casita y un jardinito... Felipe. Si, ya losé: adelante. Lucas, La casita tiene piso bajo, que es el que yo necesito únicamente, y principal, que tengo arrendado á un inquilino muy vividor y económico; pero que no ar- riesga su dinero sin una completa seguridad: asi es que mas quiere confiarle á personas de responsabilidad por un interés... Felipe. Ya entiendo; y usted es e¡ corre-vé-y-dile... Lucas. Mediante una pequeña remuneración. Felipe. ¡Ya estoy, ya estoy! Y el joven que habita en esta casa le ha pedido á usted... Lucas. Por conducto de su amigo don Carlos... Felipe. ¡Ah! don Carlos... Lucas. Un buen muchacho, que rae ha proporcionado muchos negocios... es decir, á mi inquilino... pero como soy responsable con el prestamista, tengo que tomar mis precauciones, aunque no estoy ducho en esta cla- se de asuntos, porque yo solo me ocupo de mis clave- les, mis alhelíes y mi jardinito... ¡Vamos, vamos! los muebles no son malejos... ¡Qué bella encuademación tienen esos libros! Su padre es el que ha suministrado todo esto por dar importancia al hijo. Dicen que fué sombrerero. Felipe. Si, señor, si. Lucas. ¡Un hombre de bien! no de muchos alcances,., Felipe. ¿Eh? Lucas. Hablando en plata; un necio... — m — Felipe. ¿Cómo? Lucas, ¡''orno su hijo! ¡Qué par de petates! Felipe. ¡Oiga usted! (Ap.) Este tuno me va á sacar de mis ca- sillas. Lucas. ¿Y es tan rico como dicen? Felipe. Creo que está bien. Lucas. Cincuenta años, ¿eh? Felipe. Si, señor, cincuenta años. Lucas. Pero todavia firme, saludable. Felipe. Capaz de romper á uno la cabeza. Lucas. Eso es malo; porque asi se retrasa el reintegro... Felipe. (a p .) ¡Tunante! Lucas. ¿No le parece á usted? FELIPE. Si, Señor... SÍ, Señor. (Óyese cantar y gritar en la pieza in- mediata.) Lucas. Ya están en los postres, ahora tienen la cabeza ca- liente... Felipe. Y es la mejor ocasión, ¿eh? Lucas. Parece que es usted inteligente. Felipe. Háblele usted el primero... usted tiene mas prisa que VO... y... (Señalando á la derecha.) Aquí esperaré. Enrique. (Dentro.) ¡Martin! FELIPE. ¡Ya Sale! (Retírase á un rincón.) ESCENA YIII. D. LUCAS, ENR'QUE, D. FELIPE en el rincón. Enrique Lucas. Enrique Lucas. Enrique Lucas. Enrique Lucas . Enrique, (Muy altado.) ¡He perdido el desquite! ¡de un golpe! ¡de un solo golpe! (Llamando.) ¿Dónde está ese hombre que trae dinero? (Adelantándose.) Servidor de usted, caballero. ¡Ah! ¡es usted! Carlos me ha dicho que usted me pres- taría... ¡Yo no! ¡yo no!... ¡mi inquilino! Yo soy un simple aficionado á la floricultura. ¡Qué me importa! ¿Dos mil duros, eh? Por un pagaré que firmará usted, á noventa (lias fecha. Ese plazo es muy corto. Puede usted renovarle si gusta. ¿Trae usted el dinero? - 57 — Lucas. Si, señor. ENRIQUE. Traiga USted el pagaré. (Toma el pagaré, y se prepara á fir- marle.) Lucas, (sacando los billetes de banco) ¿Sabe usted ya las condi- ciones? Enrique. No. Lucas. El cinco por ciento, y una pequeña prima. Felipe. (a p .) ¡Vamos! es menos tirano de lo que yo creia. Enrique. Está bien. LUCAS. (Enseñando los billetes de banco.) Aquí tiene Usted SUS treinta mil reales. Enrique. ¿Y el resto? Lucas. Los intereses y la prima se pagan al contado. Enrique. ¿No decia usted que era el cinco por ciento? Llcas. Pues bien: cinco por ciento al mes de cuarenta mil reales, son en tres meses seis mil; cuatro mil deprima, diez; y treinta que le entrego, hacen justos cuarenta mil reales. Felipe. (a p .) ¡Ah, pillastre! Enrique. (Levantándose.) ¡Esto es espantoso! yo no puedo... Lucas. Yo, caballerito, no soy el que presta, estas son las condiciones de mi inquilino; puede usted aceptarlas ó no, á gusto de usted. Enrique. Pues bien: no quiero. Lucas. ¡Como usted guste! Felipe. ¡Bendito Dios! ¡aun conserva un resto de delicadeza! Lucas. (Guardándose los billetes.) ¡Yo no sé á qué me mezclo en estos asuntos! ¡Cuánto mejor estaría en mi jardi- nito!... Enrique. (Ap.) ¡Y qué he de hacer! he perdido todo el dinero que Carlos me ha prestado y todavía debo otras doce onzas á Santorcaz... Tai vez ahora no tenga tan mala suerte. (Á d. Lucas que va á salir.) ¡Oiga usted... traiga USted... acepto V firmo! (Dirígese á la mesa.) Felipe. (Ap.) ¡Infeliz! Lucas. (Sacando los billetes.) Mañana, el médico de una ele las compañías de seguros sobre la vida, vendrá á hacer á usted una visita. Enrique. ¿Y para qué? Luc\s. Tiene usted que asegurarse; puede usted fallecer antes que su padre, y aunque gracias á Dios no es proba- ble... nunca está de mas... — 58 - FELIPE. (Ocultándose el rostro entre las manos..) ¡Oh! Enrique Está bien, está bien... tome usted... (Le da el pagaré.) FELIPE. (Acercándose y deteniéndole el brazo ) ¡Qué haces, desven- turado! Enrique. (Aterrado.) ¡Mi padre! Felipe. Si, tu padre, que ha tenido la paciencia de ver hasta qué punto te degradabas. Lucas. ¡Cómo, caballero, usted era!... Felipe. ¡El necio! Si, señor. Lucas. Caballero, supongo que... Felipe. ¡No se disculpe usted! ¡si tenia usted mucha razón!... he sido un necio, porque he creído en la honradez de mi hijo; pero no lo seré de hoy en adelante, llévese us- ted su dinero... llévesele usted y márchese usted de aquí... Lucas. ¡Debemos ser indulgentes con la juventud!... FELIPE, ¿Se Va USted? (Encolerizado.) Lucas. No se incomode usted... ¡qué mal he hecho en dejar mi jardinito! yo no soy mas que un simple aficionado á la floricultura... (Váse por el fondo.) ESCENA XI. D. FELIPE, ENRIQUE. FELIPE. (Se pasea vivamente de uno á otro lado: detiénese un momento ante su hijo, como para explicarle su indignación, y no pronuncia sino palabras entrecortadas.) No: nunca hubiera Creído... ES UStéd... eSO es Una... ¡Ah! (De repenle, cediendo á su emoción, cae en una silla, saca el pañuelo y quiere ocultar su llanto; pero su dolor estalla y rompe en sollozos.) ENRIQUE. (Arrojándose desesperado á los pies de su padre.) ¡Padre mío! ¡ah! perdóneme usted. Felipe. No... jamás... ¡déjeme usted, me ha hecho usted mu- cho daño! Enrique. Yo le prometo á usted, padre mío, que desde ahora... Felipe. (Rechazándole.) ¡Ya es tarde; déjeme usted, déjeme us- ted, le digo... yo no soy nada de usted. — 59 — ESCENA X. DICHOS, DONA VENANCIA. Ven. Aqui eslamos todos. Adiós, Enrique. (Á Felipe.) Vengo sola porque Simón ha ido á averiguar si es cierta una noticia que le da mala espina; pero no debe tardar... ¿Qué es esto? ¿qué tenéis? ¿qué tiene tu padre, Enri- que? ¿qué tiene tu hijo, Felipe? ¡Ah! ¿Por qué calláis? Contesta, Enrique.. Felipe. ¡Qué te ha de contestar! En ese cuarto hay personas que pueden contestar por él. ¡Mira, (Llévasela á la iz- quierda. ) mira! ¿Sabes lo que hace lu hijo? ¡Derrochar nuestros bienes, perder su salud, y... lo que no puedes creer, Venancia, pedir dinero prestado contando con la muerte de sus padres! Enrique. ¡Dios rniu! ¡Dios mió! (Risas.) Ven. ¡No es posible! Felipe. ¿No? ¡óyelos, míralos! (Gritos.) Esos son los clientes de tU Señor hijo. (Ábrela puerta de la izquierda.) Ven. ¡Enrique! ¡ah! dime que no es cierto, dime que tu pa- dre se engaña... ESCENA XI. DICHOS, CARLOS, á medios pelos, con una copa de Champagne en la mano. Carlos. ¡Enrique! ¡Enriquillo! ¿te estás confesando? ¿cuándo despachas? Á la salud del célebre amante de la flori- cultura... ¿Dónde está el hombre de la edad de oro, el pastoril usurero de la venta del Espíritu... del espíritu tuo? Ven. ¡Carlitos! Carlos. (Dirigiéndose á D. Felipe.) Vamos, judio, suelta el' gato. (Conociéndole) ¿Si tendré telarañas en los ojos?... Son tus respetables papas, la flor y nata de los sombrere- ros. Pasen ustedes adelante., destaparemos otra bote- Hita de Champagne... Sin cumplimientos... todos los que estamos aqui... somos gente de buen humor. Enuique. Calla, Carlos... sino mirara el estado en que te hallas... Felipe. No... no le interrumpas ¡á tí qué te importa que este — 60 - amigo verdadero se burle de tus padres y los insulte! no seria la primera vez... ya el otro dia en su cabal juicio se permitió en casa de tu cuñado insultar á tu madre. Enrique. ¡Insultar á mi madre! ¡Carlos! (Bajo á Cario».) Es usted un villano. Carlos. ¿Qué mosca te ha picado, chico? Enrique. (Tirándole de un puñetazo la copa.) ¡Señor mió! Salga usted de su borrachera, y vea usted que le estoy yo insul- tando ahora, Carlos. ¡Caballero! ESCENA XII. DICHOS, d. simón. Simón. ¿Qué es esto? ¡ah! ¡ya caigo! ¡bien te lo dije yo! pa- rece que siempre soy pájaro de mal agüero. Ten valor, Felipe, porque te voy á dar una mala noticia, pero no puedo menos de dártela. Felipe. Habla, Simón, estoy dispuesto á todo. Simón. Tu yerno se ha metido en empresas descabelladas, para lo cual se ha asociado con un caballero de indus- tria, un bribón como tantos; un tal don Valentín que se ha fugado llevándose sumas considerables y dejando á tu hijo en las astas del toro. Ven. ¡Dios mió! Felipe. ¡Pobre Isabel! Carlos. ¡Qué! ¿no lo sabían ustedes? yo hace mucho tiempo que lo tengo dicho. Ven. (á su marido.) ¡Ay, Felipe! estas son muchas desgracias á un tiempo. Felipe. Nosotros tenemos la culpa. Ven. No... quien la tiene soy yo. Felipe. Bien... menos palabras (Se dispone á salir.) Simón. ¿Adonde vas? Felipe. A casa de mi yerno, á saber lo que haya de cierto, y á sacarle ^i puedo de este mal paso. Simón. ¡Á la casa de aquel desagradecido! Felipe. Es el marido de mi hija.. Ven,Venancia. (Doña Venaneia deja pasar á su marido, luego viendo á Enrique abatido se acerca á él y le abraza. Volviendo al fondo.) VamOS, miljer. — 61 — Ven. Ya voy... ya voy... (Á d. Simón.) No le pierta usted de vista. (Vánse.) Carlos. Pues no tiene pocos luimos el viejo. Enrique. Tiene valor y honradez, y usted no tiene ni una cosa ni otra. Carlos. Parece que tienes ganas de que te dé una lección Enrique. Ahora mismo. Carlos. ¿Ahora? qué disparate; para que se nos indigeste el almuerzo; mándame mañana tu padrino. Enrique. Está bien. Carlos. Y que lleve los ocho mil reales que me debes: un caballero como tú debe dejar arreglados todos sus asuntos antes de largarse al otro barrio, porque tengo la mano muy desgraciada. Simón. (Acercándose) ¿Le debe á usted don Enrique ocho mil reales? Carlos. Si señor. Simón. Pásese usted por mi casa. Carlos. ¿Y quién es usted?. Simón. El capitán don Simón del Alcázar, su padrino. Aqui tiene USted mi tarjeta. (Oyesen cantar en el cuarto de la iz- quierda.) FIN DEL ACTO TERCERO. ACTO CUARTO. Sala en casa del Marqués del Álamo. Izquierda, primer término, chimenea: segundo, puerta. Al fondo, puerta: derecha, puerta: sofá á la izquierda: velador á la derecha con campanilla. ESCENA PRIMERA. ISABEL, sola, después ANTONIO. Está sentada en el sofá, con una carta abierta en la mano. ISABEL. ¡Las tres! (Presta el oido: luego se dirig-e vivamente ala puerta del fondo. Vuelve.) ¡No, 110 es él! (Llama. Sale Antonio.) ¿A qué hora ha salido ei señor? Antonio. No habian dado todavía las siete, señora.] Isabel. ¿Y qué le encargó á usted? Antonio. Que en cuanto usía se levantase la diera esa carta. Isabel. ¿Y nada mas? Antonio. No, señora. ISABEL. Está bien. (Váse Antonio. Volviendo á leer la carta.) «No te walarmes, Isabel mia...» (interrumpiendo la lectura.) ¡Isabel mia! ¡Casi me alegraría de este golpe de la suerte si á mí solamente me alcanzara! (Leyendo.) «Las pérdidas «serán tal vez menores de lo que en un principio creia- »mos, y espero con fundamento que saldremos de este »mal paso: si las diligencias que voy á practicar dan »algun resultado favorable, volveré al momento para — 64 — «anunciártelo...» ¡No ha vuelto: es señal de que nada ha conseguido! ¿y no he de alarmarme? (Prestando ei oído.) ¡Ah! ahora no me engaño... si... ¡él es! ESCENA Ií. ISABEL, el MARQUES. ISABEL. (Corriendo á su marido y abrazándole.) ¡Adolfo! qilé noticias traes? Álamo. ¡Nada he conseguido! La persona que he ido á buscar está fuera de Madrid y no volverá hasta dentro de ocho días. (Siéntase. ) Isabel. ¿Con que no hay esperanza? Álamo. Antes de ocho dias vencen las letras, y como mis ami- gos no me saquen de este compromiso mañana mis- mo... Isabel. Tus amigos... ¡ah! si, debemos contar con ellos, por- que tú les has hecho grandes favores... pero ¿á qué apelará tus amigos... no podemos nosotros?... Álamo. ¡Ay, Isabel! todo lo que poseemos no llega á la cuarta parte de lo que tengo que pagar. (Levántase.) Isabel. ¡Dios mió! Álamo. ¿Y no ha venido nadie á casa? Isabel. Nadie. Álamo. Pues voy á continuar dando pasos... He hecho una lis- ta de los amigos mas íntimos con quienes puedo con- tar... Adiós. Antonio. (Anunciando.) ¡El señor Marqués de Santorcaz! Álamo. ¡Santorcaz! (Á Isabel.) También está en lista. (Á Anto- nio.) Que pase adelante. (Á Isabel.) No te apures, Isa- bel; cuando viene es señal de que ha sabido la fuga de aquel bribón, y sin duda imagina que la amistad le obliga... ESCENA III. DICHOS, el MARQUES DE SANTORCAZ. Sant. Á los pies de usted, señora. Adiós, Adolfo. Álamo. (Apretándole la mano.) Mi querido amigo, no sabe usted cuánto le agradezco esta visita. — 65 — Sant. ¡Ah! ¡qué epigramático está usted! Álamo. ¿Epigramático? Sant. ¡Con qué finura me dice usted que no he vuelto á po- ner los pies en su casa desde su último soirée; pero, amigo mió, precisamente estaba pensando en venir cuando recibí su esquela de convite... Álamo. ¿Mi esquela de convite? Isabel. (a p .) ¿Qué quiere decir? Álamo. No lo sé; sin duda está equivocado. Antonio. (Anunciando.) El señor don Gonzalo de Vidaurreta, el señor Conde de Vistamayor. ESCENA IV. DICHOS, GONZALO DE VIDAURRETA, el CONDE DE VISTAMAYOR, después el GENERAL y la MARQUESA, AMIGOS del Marqués. Gonz. (Á Álamo.) ¡Adiós, querido! ¿qué tal va? (Á Isabel.) Se- ñora... (Pasa á la izquierda .) Álamo. Me llega al alma... (a p .) ¿Habrán venido por casuali- dad, ó sabrán?... Antonio. (Anunciando.) El señor General Bustamante. Álamo. ¡Mi ti o! General. Buenos dias, sobrino. (Á Isabel.) Mucho me tienes que agradecer, sobrinilla, que por tí haya salido yo de mi casa á estas horas, porque como no soy gastrónomo, COmO el Señor... (Señalando á Santorcaz.) Álamo. (a p .) ¿Gastrónomo! Antonio. (Anunciando.) La señora Marquesa del Ajamo. Álamo. (Ap.) ¡También mi madre! Isabel. (Saliendo á recibir i la Marquesa.) ¡Cuánto me alegro de ver á usted! Marq. ¡Yo también, hija mía! y he hecho un sacrificio, porque me falta tiempo para todo; pero como en tu carta me decías que me esperabas á comer y que no faltase de ningún modo... Álamo, (á Isabel.) ¡Ah! ¿con que has sido tú? Isabel. ¡Yo no! Álamo. ¡Esto es inconcebible! no comprendo.. . Felipe. (Fuera.) Déjate de anuncios; yo no entiendo de esos re- quilorios. Isabel. ¡Él es! 5 — 66 — Álamo, (á Isabel.) ¡Tu padre! Isabel. Ayer vino á casa y me encargó que palabra. no te dijera una ESCENA V. DICHOS, D. FELIPE. Felipe. Señoras y caballeros, tengo el gusto de saludar á us- tedes. ¿Cómo va, chicos? Marq. ¡El sombrerero! Felipe. No esperaban ustedes verme aqui, ¿eh? No es extraño. ¡Como no me han mandado esquela de convite! Pero yo cuando hago falta, no solo no la necesito, sino que me tomo el trabajo de convidar á los demás. Álamo. (a p .) Ha sido él, y con qué objeto? Felipe. Veo con placer, señor don Adolfo, que tiene usted una infinidad de verdaderos amigos que cuando llega el caso... Mar. ¿Qué caso? Sant, ¿Que está diciendo ese hombre? General. ¿Adonde irá á parar? Álamo. (a p . á d. Felipe.) Yo ruego á usted que... Felipe. No hay remedio, dejémonos de consideraciones y ton- terías y vamos al asunto. Álamo. ¿Qué está usted diciendo? Felipe. ¡Qué demontre! ¡cuanto mas amigos mas claros; usted no ha tenido la culpa, usted no es criminal, ha sido una desgracia, qué le hemos de hacer! Álamo. Pero... Felipe. ¿Qué aun no saben nada? pues yo lo diré lisa y llana- mente y sin circunloquios. Isabel. ¡Papá!... Felipe, (á Antonio, que está al fondo.) Cierre usted la puerta y no entre usted como no se le llame. Marq. No gasta cumplimientos. Felipe. Pues señor, han de saber ustedes, que el Sr. Marqués del Álamo está completamente arruinado! Todos. ¡Arruinado! MARQ. (Corriendo á su lado) ¡Ah! ¡hijo mió! Felipe. ¡Cabal! Se lanzó á empresas magníficas, que no valían maldita de Dios la cosa, y ademas su compañero don 67 — Marq. General Marq. Sant. Felipe. Sant. Felipe. Gonz. Felipe. Sant. Valentin se ha largado llevándose unos cuantos miles de duros, de modo que es necesario que todos arri- memos el hombro. Ya ven ustedes, señores, que no se les ha convidado á comer, sino á soltar la mosca . . no hay que asustarse, que yo soy el primero: reuniendo los esfuerzos de todos lograremos salvarle. ¡Ea pues! el que Sea mas amigo que hable. (Mirando alrededor. Si- lencio general.) Qué silencio tan sepulcral.. Hijo mió, no esperaba yo esa noticia. ¡La boca de ese hombre parece un cañón rayado! (a p .) ¡Qué he hecho, Dios mió! (Á Gonzalo.) ¿Y para esto nos han convidado? Veo con satisfacción, señores, lo afectados que están ustedes con la triste noticia que acabo de comunicar- les! eso prueba evidentemente cuan sincera es la amis- tad que ustedes profesan al señor Marqués del Álamo; asi no dirá la gente que ustedes son amigos suyos solo para comer y divertirse. ¡Ciertamente que no! (a p .) Vamos, el suegro quiere li- brar el dote de SU hija (Busca el sombrero.) (a p .) ¡Ya empieza el juego de sombreros! ¡Cómo des- filan! (Dos jóvenes han tomado sus sombreros y se dirigen á la puerta del fondo, uno por la derecha y otro por la izquierda: cuando llegan á ella se encuentran, detiénense un momento, luego parten de frente sin guardar cumplimientos.) ¡Adolfo! voy á remover cielo y tierra para sacarte de apuro... Reuniré á todos mis deudores, y ya verás lo que hago por tí, porque como dice el refrán, obras son amores y no buenas razones. Sí, pero no doblones. (Apretando á Álamo la mano con energia.) No le digO á US- ted mas. (Váse.) ESCENA VI. D. FELIPE, ISABEL, el MARQUES, la MARQUESA, el GENERAL. Felipe, (ai Marqués.) ¡Qué amigos tienes, Benito! Álamo. ¡En los que yo tenia mas confianza! Marq. ¡Hijo mió! General. ¡Tanto mejor! asi sabe uno á qué atenerse, y esto te enseñará, sobrino, á saber elegir los amigos... Ya que — 68 — estamos solos tenga usted la bondad de explicarse, se- ñor don Felipe, Felipe. Si, ya es tiempo de que juguemos limpio: sobre poco mas ó menos sé la cantidad que usted necesita, y tengo esperanza de que para que quede en buen lugar el nombre de usted y el délos tres, llegaremos á reunir la suma; vamos á ver, en primer lugar cien mil duros. Todos. ¡Cien mil duros! Felipe. Esos son los que se ha llevado el bribón de don Valen- tín, y es lo primero que hay que cubrir, porque esta- ban en depósito, señor General. General. ¡Cien mil dnros! ¡estáis perdidos, hijos! ¡Cien mil du- ros! ¿Pensáis que yo soy rico? Felipe. No... pero... General. En mi vida he tenido un real, y no me avergüenzo de decirlo: no tengo mas que mi sueldo de cuartel, y un militar no especula nunca. ¿Qué puedo hacer yo por vosotros? ¿daros mis ahorros, unos cuantos miles de reales? Ahí los tenéis. ¡Ah! ¿queréis la mitad de mi sueldo? ¿Puede capitalizarse? (Movimiento.) Me quedaré á media paga, como en la guerra civil; eso me recor- dará mis buenos tiempos. Álamo. ¡Tío! Felipe. ¡Señor General, es usted un hombre de bien! General. ¡Señor don Felipe. . usted es de los míos! Pero vamos á ver, ¿qué dices tú, hermana? Maro- Creo que nadie dudará del sentimiento que tengo... Felipe. Nadie, señora, nadie; pero al grano: luego diré yo lo que puedo hacer. Según tengo entendido, usted, des- pués del casamiento de los chicos, heredó un capital de alguna consideración. MARQ. (Apesadumbrada) Si, señor. Felipe. Pues bien, realizando parte de él... Marq. ¡Ah! (ai Marqués.) Escucha, hijo mió. Álamo. ¿Qué quieres, mamá? General. Habla alto, hermana; estamos en familia. Marq. ¡Hijo, tengo que hacerte una dolorosa confesión! Felipe. ¿Cómo? Marq. Por mi gran imprudencia me veo imposibilitada de poder ayudarte... pero ¿quién habia de creer que sien- do tú tan rico desapareciera tu fortuna tan rápidamen- te? Yo tenia que sostener el rango de mi clase, y vien- — 69 General Marq. Felipe. Álamo. Felipe. Marq. Álamo. Felipe. Álamo. General Marq. Álamo. Marq. Felipe. Isabel. Marq. Felipe. General do asegurado tu porvenir, Adolfo, para atender con al- gún desahogo á mis muchas obligaciones, impuse todo mi caudal en una sociedad de seguros, que se obligó á darme durante mi vida ocho mil duros al año. ¿Con que á renta vitalicia, eh? Si: ¡ah! ¡Con pérdida del capital! ¡Qué mujeres, qué mujeres! No hacen mas que disparates. , Señor don Felipe... no olvide usted que es mi madre. (Ap.) ¡Poco se ha acordado ella! Pero yo deseo sacar á mi hijo de la situación en que se encuentra, quiero remediar mi imprevisión en lo que sea posible... Tengo trajes de valor, aderezos, pla- ta labrada... lo venderé todo... ¡Ah! he olvidado que los deberes de una madre no terminan sino con la vida... (Abrazándola.) ¡Madre mia! Pero, señora, ¿dónde tenia usted la cabeza? ¡Don Felipe! Tiene razón, tiene muchísima razón. Don Felipe, he reconocido mi imprudencia, sufro el castigo á mi ligereza: sé que mi hijo tiene derecho pa- ra acusarme. Por Dios, mamá... Pero... tranquilícese usted... su hija no perderá su dote... esta casa vale mas. ¿Usted cree, señora, que mi hija va á privar á los acreedores de lo que se les debe? ¡Piense usted mejor de ella! Para pagar las deudas de su marido lo venderá todo, hasta el último traje; llevará un vestido de per- cal, y si es necesario se volverá á poner el mandil de sombrerera, ó no seria hija mia si tal no hiciese. (Arrojándose en los brazos de su padre.) ¡Papa! ¡Ah, don Felipe, perdóneme usted, he desconocido sus bellos sentimientos... pero no desmayemos. Voy inme- diatamente á venderlo todo, y si la sociedad de segu- ros quisiera, aunque perdiese la mitad del capital, darme la otra mitad... Yen, General, acompáñame tú. (inclinándose.) Señora... (Á la Marquesa.) No es mala idea; te quedas á media pa- ga como yo: asi como asi tú ya estás de reemplazo... Vamos á ver si lo arreglamos. Adiós, sobrino. Hasta — 70 — IliegO, Señor don Felipe. (Le tiende la mano) Felipe. (Apretándosela.) Señor General... (a p .) ¡En este hombre hay algo de Simón! ÁLAMO. (Lanzándose á la Marquesa.) ¡Mamá! MAHQ. (Deteniéndole con la mirada.) ¡Espérate! Vuelvo pronto. ESCENA VIL D. FELIPE, el MARQUES, ISABEL. Felipe. (Paseándose.) Los deseos son buenos, pero no me parece que darán resultado. ¡Qué haré! Cien mil duros por el pronto, sin contar luego con... ¡Quién me los daria!... ¡Ah, si todavía fuese sombrerero! Álamo. He escrito á mi agente... y espero por mediación suya conseguir algún plazo... que me permita... Antonio. (Sale.) Una carta para usia. ÁLAMO. (Tomando la carta.) ¡La Contestación! (Ábrela y lee.) Felipe. (Observándole, ap.) ¡Se ha puesto pálido! Isabel, (á Álamo.) ¿Qué dice? Álamo. (Afectando satisfacción.) No son malas noticias... hay es- peranzas... Felipe. ¿Si, eh? Álamo. ¡Muchas!... me pide datos... dice que se los lleve yo mismo... Voy al momento... (Da algunos pasos á la Iz- quierda.) Isabel. ¿Adonde vas? Álamo. Á... á mi despacho... por los papeles... que... que ne- cesito... Vuelvo. (Éntrase. D. Felipe se acerca á la puerta y mira á lo interior.) Isabel ¡Ay! ¡quiera Dios que esas esperanzas no salgan falli- das! (Á d. Felipe.) ¡Qué callado está usted, papá!... ¿no cree usted?... Felipe. (Preocupado.) No... no... yo no dudo... AlaMO. (Sale pálido, con el traje abotonado, loma el sombrero y va á abrazar á Isabel.) ¡AdÍ0S... Isabel... adiós!... Isabel. ¿Volverás pronto? Álamo. Si... creo que si... (Á d. Felipe.) Don Felipe... he sido un ingrato con usted... he desconocido ese corazón leal y cariñoso... esa nobleza de alma! (Dándole la mano.) ¿Me perdona usted? FELIPE. (Tomándole la mano y sin soltarla para detenerle.) SÍ... COn — -\ Álamo. Felipe. Álamo. Felipe. Álamo. Felipe. Isabel. Felipe. Isabel. Álamo. Felipe. Isabel. Álamo. Felipe. Álamo. Felipe Isabel. una condición. ¿Cuál? Que me enseñe usted la carta que acaba de recibir. ¿La contestación de mi agente? Si. Esa carta... Contiene una negativa... no lo niegue usted... lo he leido en su cara. ¡Ah! ¡me engañaba! ¡Si, hija mía... y la despedida que te dio era una des- pedida eterna! ¡Adolfo! ¡Don Felipe! ¡Si le he visto á usted! ¿Qué ha- tomado usted del cajón de la mesa? (Dando un grito.) ¡Madre mia! Pero... Traiga usted ese rewolver. (se i e coge.) ¡Queria usted matarse! ¡Buen modo de pagar las deudas! Con la muerte de usted ¿qué consiguen los que están perdi- dos por su culpa? La única esperanza que les resta es la honradez de usted; ¿y esa también se la quiere qui- tar? Pruebe usted viviendo que es usted un caballero; mas, que es usted un hombre de bien! ¡Ah! ¡si! ¡Eso es! ¡valor! Todos le ayudaremos á usted... yo ven- deré mis bienes... y aunque no alcancen, ¡quédiantre! aun tengo la cabeza buena, la reputación no está per- dida, y vuelvo á ser sombrerero. ¡Qué bueno eres, papá! ESCENA VIIL DICHOS, ENRIQUE. Enrique. Á tiempo llego. ¡Gracias á Dios! Felipe. ¡Enrique aqui! Fnr'.qle. No me acrimine usted porque he tardado en venir á implorar su perdón... mi desafio con Carlos lo ha im- pedido. Todos. ¿Desafio? Felipe. ¿Estás herido? n - Enrique. Felipe. Enrique. Felipe. Enrique. Felipe. Isabel. Álamo. No; pero él ya tiene para dos meses de cama. ¡Ah, Enrique! ¡Concédame usted una gracia, papá! ¿No ha impuesto usted en el Monte Pió universal á mi nombre una can- tidad igual al dote de mi hermana? Si. Permítame usted que disponga de ella y que se la ceda á Adolfo: su honra es la nuestra. ¡Hijo mió! ¡Hermano! Yo no la acepto; no quiero que nadie se sacrifique por mí; y si con un trabajo constante puedo lograr... ESCENA ÚLTIMA. DICHOS, DOÑA VENANCIA, la MARQUESA, luego MARTIN, después DON SIMÓN. Ven. Isabel. Felipe. Ven. Felipe. Ven. Felipe. Ven. Felipe. Martin. Felipe. Martin. Felipe. Ven. Martin Felipe. Simón. Todos. Simón. (Coniendo.) ¡FeJipe, Felipe! Si supieras... ¡Ay, hija, qué noticia! ¿Qué? ¡Qué sucede? ¿Qué SUCede? VengO Sofocada... (Señalando á la Marquesa, que ha salido con ella.) He encontrado á la señora Mar- quesa... y también viene sofocada. ¿Pero qué es eso? Ya sabes que el amigo Simón se marchó ayer á Ali- cante. ¡Ah, qué buen Simón! ¿Y qué? Por el ferrocarril, tú se lo aconsejaste. Sigue, por Dios, sigue. (Saliendo.) Es verdad, maestro, es verdad. ¿Pero el qué? Lo que la maestra le ha dicho á usted. Pero si no me ha dicho nada. ¿No te he dicho que Simón?... Si, señor, está de vuelta. ¡Que está de vuelta! (Saliendo.) Si; pero no solo, á Dios gracias. (Ceroindoie.) ¡Qué ha dicho usted! Que vengo con un amigo... con el señor don Valen- tín... — 73 — Todos. ¡Don Valentín! Álamo. ¡Mi socio! Simón. Como sospechábamos que había, tomado el ferrocarril de Alicante, y yo he sido allí capitán de la Guardia Ci- vil, busqué á los muchachos y les dije: «Á ver si echáis mano á un pajarraco que debe andar por aquí: barba rubia, ojos garzos, nariz aguileña: lleva un sombrero de casa de Ángulo, calle de Embajadores.» Si, Felipe; parroquiano tuyo; eso le ha perdido. Felipe. ¿Por qué? Simón. Los muchachos se lanzaron á la pista y me le atraparon precisamente cuando iba á poner el pie en un vapor que salia para Argel. Felipe. ¿Y por qué dices que le ha perdido el sombrero? Simón. Como la guardia civil se empeñaba en ver la etiqueta del sombrero, él le defendía con todas sus fuerzas, de modo que al tirar se rompió el forro y salieron de él como si fuera del sombrero de un prestidigitador, ac- ciones de carreteras, del canal de Isabel segunda, bi- lletes de banco, justitos cien mil duros. Álamo. ¡Pero es posible! Simón. Ya los tiene usted, señor Marqués, en lugar seguro, y al prójimo donde no le da el sol. Álamo. Cómo podré pagar... Simón. Á mí no me debe usted nada... dé usted gracias á su suegro, que cuidaba del patrimonio de usted como en otro tiempo de su tienda. Felipe. ¿Mi tienda? Á ella me vuelvo. Enrique. Y yo con usted: a Ángulo é hijo.» Simón. ¡Bravo! Mart. Y yo de oficial... ¡Guias! ¡á sus puestos! ¡Mueran los clientes! ¡Vivan los parroquianos! Álamo. ¡Señor don Felipe! ¡Doña Venancia! ¿Quieren ustedes hacerme un favor? Felipe. Usted dirá... Álamo. Llámenme ustedes hijo. Felipe. ¡Hijo! ¡hijo mió! Dame un abrazo, Adolfo... por vida de sanes., pero Simón es un sabio... no hemos nacido nosotros para rozarnos con la gente de tu clase: cuando queráis que comamos juntos, venis vosotros á casa , que allí os esperamos con los brazos abiertos, mi mujer, yo y mi antiguo amigo Simón, que se viene á vivir con- 6 — 74 -, migo. Simón. Si, pero con una condición. Felipe. ¿Cuál? Simón. Que se almuerce en tu casa. Felipe. ¡No faltará! Y cuando la familia se aumente, Isabel, en- seña á tus hijos á respetar á sus padres, ya sean mar- queses ó sombrereros. FIN DE LA COMEDIA, Habiendo examinado esta comedia, no hallo inconve- niente en que se autorice su repi^esentacion. Madrid 6 de Agosto de 1864. El Censor interino, Gabriel Estrella. L IB R j\ fj vT^T ~~~ M. "« 56) 789 5