LIBRARY OF CONGRESS DDDD34fl54D7 \ C°*.i^%% /\.i.:;^.\ C0*.i^v'\ / :- ^^o^ ^^-^^ / "V^'^^'^^^'^ \'^^*\y^ V^'^^V %,''^*"^^'* D^ "V^3^\/ "o^^^-^%0^ ''V'^°^''y' ^°^^*'^^- r • • • - ' rC^* / \ ^^p.* -^^ "^^ -W^* / ^^ -alls* ^^ -^^ \ (?J EN TIERRA YANKEE JUSTTO SIKRRA EN TIERRA YANKEE ( NOTAS A TODO VAPOR) 1895 MEXICO TIPOGRAFIA DE LA OFICINA IMPRESORA DEL TIMBRE PALACIO NACIONAL 1898 f 1 Li/.? Asegurada la propiedad literaria, cou arreglo A la ley / 7 =^ AI^ SBNOR OON PKDRO O. ]VIBNDK:2 DEDICA ESTE LIBRO POR CARIXO Y CRATITl'D. ■SU SOBRINO, 3- ^ict^ W.\ I i^Qf?J 1 1©.| I [n1-©[?^ I l@l i gn.Qrra 1 1.0.1 1 ^S).f^\ I.©. DE BUENAVISTA AL BRAVO j^^Ni^UN tenia en la boca lo amargo del matinal adios dejado entre besos en el lloroso hogar; procnrando disimular el W^Zi estado de esta mi alma cobarde e inquieta ante toda pers- ^ pectiva de movimiento material (asi me la legaron dos 6 tres generaciones de sedentarios y lectores), decia a los ami- gos (muy pocos, por cierto, pero miiy buenos y muy mios): «No voy a ver los Estados Unidos, voy a enti^everlos ; puede ser que me atreva alguna vez a interrogar a las cosas, pero nunca a los hombres. Y no es mala mi razon; si creo poder traducir el ingles, no creo poder hablarlo y estoy seguro de no entenderlo; permanecere, plies, incomunicado de antemano con la sociedad al traves de la cual pasare a todo escape como un sordomudo. Esto puede tener siis encantos; mas deben de ser mayores sus inconvenientes. . . . Por ahora, invitado por un hombre noble y generoso, que, mas que un hermano de mi madre, ha sido para mi un paternal amigo, voy a formarme una idea^ como dicen, de la grandeza en crescendo prodigioso que, desde niiio, soiiaba ver. ...» EN TIERRA YANKEE Y mieiitras pensaba estas cosas y otras, liabia pasado de los brazos de mis aniigos a los inuelles y calientes cojines del Pull- man^ y el tren devoraba kiloiiietros al ritmo presuroso de sus enorniesherradnrasmetalicas quegolpeaban a compas el acero de la \aa. Por mi ventanilla abierta veia distraidamente iin vul- gar cielo de zafir maciilado de nubes blancotas con vientre gris que despuntabanlaserraniaazulosadelaufiteatro del fondo; mas aca, la ondulacion verde amarillenta de los coUados esteriles y secos; aqui cerca, los nopales formados en batalla, ofreciendo al caminante, en gruesos platos de espinas, las esponjas de agua azucarada y fresca de sus tunas blanquizcas; de cuando en cuan- do los chopos y los mezquites cortaban con una manclia som- bria aquel paisaje de desierto que salpicaban con sus piramides de pCias algunos centenares de magueyes. Aquello me parecia triste y feo; no eran una nota alegre los caserios que, de tienipo en tiempo, agrupaban sus techos rojizos junto a los surcos ba- rrancosos de riacliuelos invisibles. Todas esas tintas se fundian en mi retina en una impresion monocroma; los indios que sur- gian de repente en las orillas de los secos y abortados maizales, tenian color de paisaje. Y, sin embargo, acabe por sentir algo de dulce y musical en aquella tonalidad fria y melancolica; los lii- los del telegrafo, rigidos y en fuga perpetua, pautaban esa mu- sica sin notas. . . . Y seguia el galope metalico del tren, al que mis companeros de viaje y yo, acomodabamos versos capaces de poner los pelos de punta a las academias de la lengua en ambos mundos; ya nos acercabamos a las ventrudas colinas que con sus perfiles bajos cortaban el horizonte, ya las veiamos huir y dispersarse momen- taneamente, mudandose de golpe la decoracion, formada aliora por una amplisima superposicion de lejanias, circuida por las curvas incesantemente rotas de las montaiias azules .... jUn rio! ^de agua, de tierra? De piedra probablemente, porque yo no \'i mas que bloques y guijarros. DE BUENAVISTA AL BRAVO jAh! infeliz de aquel que emprenda este viaje ateiiido a las latas de carne salada y de frijoles blancos del buffet; morira de fastidio y de inopia; porque aquellos inanjares son de una cruel monotonia y porque media libra de ternera conservada cuesta tanto conio una vaca lechera. La amable prevision de las seuo- ras, nuestras compaiieras de viaje, nos libro de este fin drama- tico y prosaico, y ante las cestas y paquetes de tentadoras pro- visiones, pronto tornados por asalto, y saboreando un Oporto suave al paladar )• al espiritu, miraba al soslayo y con profunda lastima el tapiz verde cendrado de los lomerios, los grarides y caprichosos florones negros que estampaban en el las nubes, los surcos obscuros de los linderos, las repentinas piramides elegan- tes de las montanas, las casucas ladrillosas por encima y por aba- jo inicuamente pardas, y me estremecia con la pasiva compasion de un sibarita, mientras sorbiendo una taza de cafe ideal, veia cerca de una estacion un caballo mas seco y pedregoso que la tierra que pisaba y el zacate de palo que comia filosoficamen- te .... El que se confonna es un animal, el que se resigna es un filosofo; este caballo era ambas cosas. No, yo no pretendo hacer una «guia de paisajes para los via- jeros del Ferrocarril Central ;» a otros esa gloria; yo de vez en cuandolevanto los ojos del libro en que leo soriolientamente (job irreverencia!) los tercetos del Dante 6 los dialogos y escenas ab- surdas de una novela del papa Dumas que no liabia leido nunca, La San Felice^ y veo por mi ventanilla. Sucede alguna ocasion, que tomo mi cuaderno de viaje y apunto, en caracteresindescifra- bles y trepidantes, unaqueotra notita Mi bibliotecade cami- no se compone de un tomo en que esta toda \2.Divina Coined ia y cuatro tonios 6 cinco de novelas de Dumas. <:Tienen estas meri- to literario? me preguntaba. Francamente creo que no; pcro al traves de su estilo y de sus pinturas de brocha gorda, algunas J. S.— 2 lO EN TIERRA YANKEE veces ingeiiuas y vivaces, veinos esa gran fotografia vieja, des- colorida y deliciosa que se llama la juventud, la primavera para siempre ida . . . . Y en los renglones de la novela de Dumas me parecia que paraban las golondrinas que no vuel ven y asomaban entre ellos siis delicadas cabecitas rubias las flores que no resu- citan, y. . . . La piel de las montaiias, rugosa y gris como la de los elefan- tes, se tigrea con frecuencia con las sombras rapidas de las nu- bes; la sierra que esta a mi vista, chata y trivial, baja por ambos lados de la via. Kntre los picos basalticos, leprosos aca y alia de vegetacion sedienta y triste, se abren brechas enormes que se llevan nuestra mirada liacia amplisimas graderiasde planicies, entre las que espejea a trechos el agua cenagosa de las presas. Al Norte, baiiandose erguido y fiero en el azul lacteo de la atmos- fera, se destaca el Penon de Bernal; me recuerda a la piramide de Saquarah, que no he visto; no importa, me la recuerda, es su ainplificacion maxima. San Juan del Rio es esto: unas torres, despues otras torres; si- giii^ndolas aqui, rodeandolas alia, los cubos blanquecinos 6 pin- tarrajeados de las casas ceiiidas de arboles, perdidas alguna vez entre ellos. No deja de ser gracioso el aspecto .... ya paso, ya se perdio. Solo es cierta la luz cruda y flava del sol, que ex- trae, por miriadas de intangibles canulas de oro, todo el jugo de la tierra que queda exangiie y muerta. Las nubes, en el mar ofus- cante que brilla sobre nuestras cabezas, se arman como flotas de piratas medioevales en las ensenadas del horizonte, y desplegan- do las inmensas alas membranosas, vogan en el aire ceruleo, se- guidas de enjambres de peces vaporosos de fonnas insonadas. Abrese a nuestra vista un circo de tierra, cuyas gradas estan alfombradas de vegetacion; en el ultimo tennino los altisimos conos empenachados de humo de la fabrica de Hercules. Des- filamos a todo vapor entre grupos de drboles verdes y lustrosos, y por instantes se eriza la perspectiva de campanarios de todos DE BUENAVISTA AL BRAVO II los tamaiios, pero de un solo tono. Pasamos por iin claro de un mag-nifico acnediicto, muy alto, miiy sencillo, de espacios ma- jestiiosos, entre los ciiales se recortan en marcos ovalados los montanosos horizontes; dos niituitos despues de haber pasado bajo ese arco triiinfal, el tren se detieiie trabajosaiiiente eutre una miiltitud garrula que ofrece en tuiiiulto opalos, verdosos como los ojos de las miicliachas de vSan Jiiaii del Rio, \- el deli- cioso pan azucarado y fino de los camotes de Apaseo. jTantos recnerdos tiene para mi Queretaro! jHe pasado ahi tantas horas angiistiosas! He vivido ahi, enfermo en una casa hospitalaria, tantos dias que me pareciau siglos, que no podia mirar, sin conmoverme, el panorama efimero de la ciudad; es ca- si lo 6nico que de ella conozco, a pesar de haber sido su huesped. S^ame dado contar alguua v-ez los episodios de mi vida, solo iu- teresantes cuando estan ligados a los del gran drama que los hombres de mi generacion han presenciado y en algunas de cuyas escenas he sido actor de quinto orden, si de casi todas especta- dor atento y apasionado. Entonces dire lo que nosotros sentimos y snpimos y creimos del movimiento que se llanio dcccmhrista^ tan calumniado y ridiculizado porqiic no (nunfo. Esas memo- rias seran estimadas acaso, porque seran sinceras, aunque me martirice hacer pasar el jugo de mi corazon a mi espiritu v te- fiirlo de negro en la punta de mi pluma .... Contaba a mis companeros de viaje, con motivo de mis recuer- dos de Queretaro, que ya se esfumaba y desvanecia en las leja- nias vesperales, un hecho singular del orden psiquico que mis lec- tores tendran que creer, porque loafirmo bajo mi palabrade honor. Habiamos recibido instruccioues para reunirnos con el Sr. Iglesias que nos esperaba en Salamanca, y partimos por grupos mmbo a Queretaro. En el primer grupo ibamos el general An- gulo, Franz Cosmes, Lauro Arizcorreta, mi hermano Santiago, que no se separaba ni se ha separado de mi, y yo. Esperaban en la puerta de la Casa de Diligencias de Queretaro el coronel Ban- 12 EN TIKRRA YANKEE dala y otras personas, al General Cervantes que no llego hasta el dia siguiente. Tomabanios nuestros cuartos en el hotel, cuando un oficial, conipanero nuestro tanibien, nos dijo que estabamos descubiertos, que ibanios a ser aprehendidos, que el coronel I). liabia telegrafiado al general Escobedo, etc., etc. Inmediatanien- te salimos todos del hotel, y Jose Garcia, hennano de Telesforo, que residia con su familia en Oueretaro, y yo, nos diriginiosa su casa. Estabamos cenando cuando se presento el Administra- dor de la casa de diligencias, que hoy ocupa una excelente po- sicion financiera en Chihuahua, y Inego los otros conipaneros: la alarma era infundada, no liabia la menor .seiial de que vigilaran el hotel, el comandante militar se liabia ido a dormir, he aqui los infonnes que todos llevaban. Quedo convenido, sin embar- go, que yo permaneceiia en la casa de mi amigo Garcia, y a buena hora tomaria la Diligencia en una calle cercana al hotel. Los demas volvieron a su alojamiento acompaiiados del Admi- nistrador, y, poco despues, descan.saba yo, en una excelente ca- ina, de las cariciasdel carruaje que ])recedi6 a los Pnlhnan-cars en las .sierras del Anahuac. Soiie que el hotel de Diligencias habia sido invadido por la tropa, que se me buscaba para aprehenderme, que Angulo y los otros companeros habian tenido que huir por las azoteas, y que se trataba de inquirir en doiide estaba yo ; lo vi todo con sus detalles y sus incidentes comicos y dramaticos .... Despert^ .sobre.saltado; me incorpore rapidamente, y todavia no volvia mi corazon a su ritniu normal, cuando ya estaba lavado, vestido, lis- to; metia yo en su funda, uiiida a mi cinturon, un magnifico re- v61ver (que me .saco despues de un grave apuro . . . . de dinero, en los dias de inopia que sobrevinieron) cuando oi, en la puerta del zaguan, los tres golpes que con el Administrador habiamos convenido en caso urgentisimo. Garcia vino azorado a mi pie- za: «vistase en el acto y vamonos, le dije, no hay tiempo que per- der.)) Un niinuto despues, el Administrador nos referia todo lo que yo habia sonado ; a las pocas horas le referia yo el caso al General Antillon en Cclaya. DE BUEN AVISTA AL BRAVO 1 3 A traves de los arboles se columbra nn gran velo gris perla, dulcemente tornasolado de oro; a veces se pliega y se riza con joyatiteos de seda; eiifrente las nnbes inmoviles; debajo de nn do- sel aznl flecado de piirpnra, el globo rojo del sol cnelga tangente por sn extrenio inferior a nn mar crespo de espnmas de fnego. Despnes, el sol nanfraga, la Inz se ahoga con palideces divinas, como en nn espasmo de placer, todo toma el aznl negro de la cia- nosis, y mnere el dia asfixiado. La noche, entrevista por la ven- tanilla de mi camarote, tiene color de sneno .... Pasan las horas; de repente para el tren; rnnior de gentes que entran y salen; el negro qne pasa, nn camarote qne se abre con rnido de cadenas y de anillos de cortinajes, despnes nnos gritos lamenta- bles afnera. ^Qne grita ese hombre, Dios mio? Pide anxilio sin dnda! Algiin crimen! Dice juna toalla! ptna toalla! — Vendia toallas aqnel energiimeno. Desfil6 ante no.sotros una estacion. Era Agnascalientes. Ondnlaciones de montanas anegadas en sombra a lo lejos, tie- rras qne parecen mnertas aqui cerca, ese era mi espectaculo in- cesante por la doblc vidriera de mi camarote. Un vago visUnn- bre me permitio ir poco a poco viendo mejor. En el gris amari- llento del snelo resaltaban mechones de yerba corta y verde; el perfil de las montanas sc aclaro y el cielo fue una infinita cupula de amatista; bandas de nnbes negras desplegaban sus alas inmo- viles sobre los bordes del Oriente; bajo ellas el cielo aznl toma una tinta \'erde levemeiite franjada de amarillo de girasol. Su- bitaniente toda la parte baja de las nnbes se enciende en gloria de luz, todo el nublado se ensangrienta; en el suelo un gran 1am- po de oro. Aquello fue un relampago, como si alia abajo, en lo invisible, se hubiese abierto y cerrado una boca del marde cla- ridad y hubiese reflejado en el espacio un enonne y fugaz es- cardillo. Las nubes tornan a sn aznl plomizo; pero el horizonte es de cristal igneo y transparente y el domo celeste es un zafiro. Surge de golpe el sol, sin transicion, sin pcrmitir buscar una 14 EN TIERRA YANKEE metafora, surge como una sorpresa; es exactamente conio un ojo que despierta, como una pupila repentinaniente abierta y que todo lo viese de golpe. Pronto las fajas obscuras de las nubes lo defonnan, lo cortan, lo ocultan luego. Y tal es la mise en sce- ne de una aurora en Zacatecas. Seguimosa todo escape hacia las regiones inhabitadas, segui- mos bajo un cielo color de plata viva, por un suelo que se levan- ta hacia nosotros, se disuelve en atomos infinitos y nos envuel- ve y nos eugulle en su silencioso liuracan de polvo. La yerba entrevista no tiene savia, sino tierra en las venas; aqui y alii algunas chozas de adobes claros indican la presencia del honi- bre que ha heclio mas desolada la esterilidad en torno suyo. Las cercas de piedras blancas, colocadas prehistoricamente, parecen mas bien denunciar un dA\\A^WQ paraje chichimeca, que una al- dehuela en nuestro siglo. Pero nuestro siglo esta ahi presente en forma de telegrafo, cuyas altisimas cruces grises, unidas por las fibras metalicas, parece que huyen a grandes zancadas kilome- tricas hasta el confin del desierto; nuestro siglo va y viene con el tren de vapor Alguna vez en esta tierra que jamas ha bebido agua, el agua veudra del pozo, de la presa, del oasis, y con solo eso podra una nacion acampar comodamente en es- tas soledades y abonar con su guano estos paramos .... Lo triste y lo encantador en nuestro pais, son estos contrastes de civilizacion refinada y de iucultura absoluta, de climas que se atropellan en una escalinata de montafias, de ciudades y sole- dades, de desiertos muertos de sed que se puedan contemplar paladeando un vaso de limonada fria y deliciosa. Dos cerros al Poniente nos ven desfilar, a pocos minutos de distancia de las tribus que vinieron a poblar el Anahuac, a pocos segundos de las hordas de apaches que surca*ban estas extensiones incoloras; porque unos cuantos centenares de aiios, ,i.que pueden ser sino un dia para estos inconmovibles? Son dos conos severos, correc- tos, inmensos, bajo sus fundas grises. DE BUENAVISTA AL BRAVO I5 Camacho. — Huiiiios del desierto que no nos dejara escapar; sigiie, nos sio^ne con sn color nrinoso, el de esta inacabable tie- rra sin cesar entrevista bajo los eternos matorrales de huizache, iin arbol impotente para Uegar a serlo; las yerbas bajas son ver- daderas esponjas de polvo. Rompen la alfombra gris grupos de cacteas qne pegan al snelo sns paletas de un verde anemico, coronadas de tnnas, conio manos enfernias. Las dos cadenas de la sierra nos siguen desde lejos; al Poniente las cimas son tra- pezoidales, sin cuspides, caprichosamente trnncadas por altisi- mas mesas, que recortan, en el azul crudo del cielo, sus prolon- gados perfiles horizontales; parecen los mausoleos de las huma- nidades preliistoricas nmertas de sed. Symon. — ;Oh ventura! la tierra esta h{imeda; grandes char- cos de agna cerca de la via indican qne un copioso e inusitado aguacero proporciono a la raqnitica vegetacion de estos contor- nos, ladeliciosa sensacion del agua, y grandes nubarrones elas- ticos que se di^'ierten en iniitar las formas de todos los monstruos de la fabula, prometen una segunda edicion de lluvia para hoy. jOjala; esta si que es agua bendita! Ji»iitlco. — Las nuuitafias, vinieudodel horizonte del desierto, sejuntau,se coiicctaji, (zo\\\o dicen los ferroviarios, con laviamis- ma que pasa por el caiion estrecho que entre ellas queda. Son cu- riosos estos vastagos de la Sierra Madre Oriental, al traves de los que nos abrinios paso para lanzarnosa las estepas inmensas de Chihuahua \- Coahuila. En primer termino, colinas verdo- sas; mas alia un enorme bloquf de granito gris y rojo, muy ca- racteristico, ))iHy iiicii, parece un enorme aerolito lamido du- rante cien mil aiios por la atmosfera terrestre; luego la serrania que aleja tumultuosamente sus grupas redondas. Aqui abajo, los isotcs, palmeros enauos de estos desiertos, yerguen por millares sus troncos secos y sus penachos de puas metalicas; se me an- tojan momias de caudillos apaches que erizan en el viento sus testas pomponadas de dardos. l6 EN TIERRA YANKEE Hornos, Jimulco, Torreon, pequeiios oasis de estas sabanas: en Torreoti, centro de cierta importancia que puja por parecer una aldea americana, a la sazon que tomaba una agua amarga^ espumosa y fria que me costaba cuatro reales, y que, en sunia, era tan detestable como todas las cervezas que adora Urbina, unos chiquitines harapientos, negros y graciosos, me rodearon pidiendome centavos; eran gitanillos que venian de un campa- mento que se vela a cien varas de nosotros, como una mancha de grasa sucia. De repente se abrio paso entre ellos, resuelta y brava, una muchacha, apenas nubil, de color dc tabaco, esbelta como una canefora bajo sus andrajos azules, amarillos y rojos que cerraba sobre el pecho, bajo las sartas de coral, con una ma- no afilada y elegante, mientras tendia la otra hacia mi. Le di una moneda blanca, y una risa de placer esmalto, sobre sus dien- tes de marfil, el doble arco rojo de su boca sensual v grande, a la vez que sus ojos, inmensos y azules a fuerza de negros, se ilumi- naron como un relampago nocturno. jAh! si hubiera podido te- ner alii a Izaguirre para que me apiiiitasc con seis pinceladas francas aquella bayadera infantil! Bifurco nuestro camino en Torreon, a la entrada del Bolson de Mapimi. Costeando la parte meridional de la cuenca del Na- zas, nos lanzamos rumbo a la Sierra INIadre Occidental, cortan- do diagonalmente el Kstado de Coahuila. Reaparece el desierto; pero mas vasto, mas desolado, mas incurable; en una vaga y esfumada lejania de este nuevo imperio del polvo, las dos Cordi- lleras bajas parecen hundirse, acotando una breclia titanica en el horizonte. Al fin la noche amortaja al polvo en su nianto ne- gro, y nos dormimos fatigados en los buenos carros del Inter- nacional. Despertamos en Piedras Negras 6 C. Porfirio Diaz. Septieinbre 30. Eche una ojeada a la aurora; no valia nada, era una aurora de talco y oropel. El cielo no hacia caso del sol y estaba hulloso, bajo, cargado de humo y de agua. En las ondulaciones del te- DE BUEN AVISTA AL BRAVO rreno, im poco mas densamente manchado por la vegi^etacion, acampaban innioviles largas lineas de wagones rojos. Detras de la estacion, eiitre arboles y jardinetes, se ven los perfiles de bo- nitas casas de madera. Aca y alia esbeltas chimeiieas laiizaii sin cesar hnmo iiegTo. El Braz'o. — Aqui es uii brazo de agua cenagosa, encajonado en una barranca vulgar, con un islote herbaceo en el centro. Pa- samos sin emocion los linderos de la Patria; al parar del otro lado (Eagle Pass) oimos un repique en el campanario parroquial de C. Porfirio Diaz. La emocion vino entonces; aquello era muy lejano, muy melancolico, muy dulce ; oiamos aquella voz con la garganta anudada por un sollozo ; parecia que era la campana del liogar que nos decia adios. Hasta la vista, contestamos con el corazon, y caimos en manos de los aduaneros de la tierra cla- sica de la libertad. Eagle Pass es una bandera americana muy alta, una aduana y unos furgones de carbon. DEL BRAVO AL MISSISSIPPI ^(t^^^^AMOS andaudo, corriendo, voiando >a. La tisonomia del -*^ paisaje no cainbia en siis trrandes lineas; pero aqui en los ^'.|. primeros tenuiiios varia rapidameiite. Aqui la veoetaciou parece mas copiosa, mas grasa, de un veixle mejor lavado que alia, aunque siempre chaparra. Rompen a trechos estas ma- sas de colorido liumedo los cubos regulares de los caserios color de ladrillo amarilleuto. Uno que otro ranoe>\ iumovil sobre su cabal lo iuquieto, con* su jaratio blaudo heclio en Chicago, sus botas rojizas a la fede- rica ^■- su cara seria de rubio abofeteado por el sol, ve pasar el tren en una encrucijada de arboles. Las casas pi ntorescas de raa- dera menudean; primero se ven altas, coloradas ) clareadas de ventanas, como manchas agradables que recortau el gris azul del cielo y alegran por abajo las masas verdosas de la arbole- da; al cabo empiezan a .ser nionotonas, mas nunca es esta como la desesperante monocromia de las cercas y las cliozas de ado- be, color de tierra muerta. 20 KN TIERR-\ YANKEE Ksi el fondo, un esfuinc plomizo de montanas bajas; la inaiia- na avanza y parece que el tren la deja atras; vemos al pasar, las sectiojis en que estan divididos los condados texauos, suceder- se casi sin interrupcion. Algunas de estas poblacioncillas son muy linipias; parecen vestidas de dia de fiesta, y son como una especie de repique de colorido en un paisaje a dos 6 tres tintas nada mas. Los hoteli- llos reg-ocijados, sus vastas tiendas de abarrotes (o-rocerys) arran- can de nuestros laltios la consabida exclamacion nacional: iqu^ bonito! De cuando en cuando un cily-Jiall^ un palacio municipal, como solemos decir, trivial, aislado, se yergue bianco y severe, flanqueado por techos negros de lamina, entre los que descuella en el centro, una torre pagodica pomposa \ fuera de ton(^ .... Sigue la llanura aborregada de arboleda verde a vista pcrdi- da; los maizales tostados manchan aquella interminable tela de amarillo rural, pero no le quitan su visualidad. San Antonio. — Aqui junto, del fresco restaurant para alia, dos 6 tres millares de casas de madera con sus tejados blancos 6 rojos. En cuanto se alinea el tren, se ven distribuir.se, perpen- diculannente a la via, prolongadas avenidas entre masas ig-uales de construcciones altas, acotadas por rigidas vallas de postes te- legraficos, por entre los cuales vienen y van continuamente, como enormes tortugas automaticas, los wagones electricos, ar- mados de sus largas piias de fierro que buscan y pierden sin ce.sar el contacto con el alambre. Tal es San Antonio a primcra vista; a .segunda vista perci- bimos varioslindos edificiosde ladrillo; a tercera vista, vSan An- tonio es una sopa de malva, un filete de cerdo, un pitddino; de cebada; a cuarta vista, un wagon que lleva este gran letrero/^r whites.^ para blancos: primer contacto con la democracia ameri- cana. Entramos ene.se wagon en nuestracalidadde .semiblancos. Una muchacha de trece anos, un brote de aquel arbol inmenso cuya savia esta hecha de leche y sangre, una flor encapullada de aquella civilizacion en que cada uno .se siente algo y lo ma- DKI, BRAVO A I. MISSISSIPPI 21 nificsta con cierto aire de rev de su propio indix'iduo, que ni se pierde ni sc confnnde con nada, ni cuando es ridiculo 6 cornice, eso eraaquella nuicliaclia elegante, bonita, seria, bloqueada en su asiento ]X)r nn gran plato de uvas heladas, una canasta de pane- cillos y un nionton de periodicos. Iba a Nueva Orleans sola, sin miedo y sin reproche. Eso alii es cosa tan coni^'m, tan natural, que nadie se fija en ello, ni lo ve siquiera; mas un mexicano tiene el derecho de dar testinionio del caso y de \er de reojo, porque la niirada de un hombre que insistiera en direc- cion de una pequeiia miss de estas, se encontraria al fin con la mirada sorprendida de la nina y luego con la del conductor .... jY aqui de mis paisanos! Y niientras repantigado en mi mullido asiento de polvosa pa- na roja, vera jiintarse y dcsaparecer en la zona de cielo que eu- cuadraba mi ventanilla, en perenne a\ance, uno tras otro, los molinos aereos, como extrafias aves degolladas, con sus alas de abanico y sus colas rectasde palo pintado, haciame estas reflexio- nes politicas, que son probablemente perogrulladas trascendeu- tes: /or whites, para blancos, nada mas; y es que toda democra- cia necesita esclavos, 6 abajo como la de Atenas, 6 arriba, como la francesa; los de arriba son caros, se llaman diputados, sou el Gobierno. Esta democracia americana tiene a los de arriba y quisiera tener aun a los esclavos de abajo. En suma, una de- mocracia es un sueiio; una democracia es una aristocracia cous- tantemente asaltada porlosque quieren entrar en ella. jvSi los negros lograrau tener la mayoiia en el Capitolio, como la tie- nen en las calles de Washington, reducirian a los blancos a la esclavitud! Paran aqui mis lucubraciones politico-sociales; aqui parau, porque me fastidia pensar en esas cosas, tanto como a mis lec- tores leerlas; y Horacio dio la receta: si quieres fastidiar, abu- rrete, si zJis -me Jiere .... La tarde cae como una sabana gris sobre el campo distribui- do en tableros de algodou }a casi cosechados; sobre el verde pa- jizo de los tallos la flor blanca 6 morada (lo que llamo el gran 22 IvN TIERRA YANKEE poeta de la iiatnraleza americana /as rasas dr oro y el 2'ellbn de nieve) inuestra aqui y alii sus motas tupidas y encapulladas; de ciiando en cnando nn hombre que pisca^ se endereza y nos mira pasar con su cara hosca y emborronada de pelos, y su niu- jer, arrodillada y apoyadas las manos sobre el ceston en que re- coje los vellones, vuelye a nosotros sus ojos risuenos y su frente atezada, bajo el gran pano azul de la cofia. Entre canipos de al- god6n y campos de maiz descoloridos, brillana trechos las gran- des pajas de seda verde de las praderas sembradas de johnson- grass. Las casitas de niadera se apinan con mas frecuencia ahora que esta maiiana, y hay entre ellas edificios verdaderos cuajados de arabescos y con grandes pujos arquitectonicos; sole- mos detenernos en estospoblachosricos. Bordandolasestaciones hay parquecillos muy bien arreglados; en este que recorremos con deleite, por el sereno frescor de la teraperatura, se lee el nombre del lugar trazado en el suelo con piedras banadas de cal blanca: Schulembourg. Al anochecer llegamos a Houston; esta es una ciudad en for- ma. iHouston! [que melancolicos recuerdos! Esta ciudad lleva el nombre de nuestro yencedor en Texas; es decir, del vencedor de Santa-Anna. Estas paginas de nuestra historia no pueden recorrerse, sin que venga a la boca un sabor de ceniza )' de muer- te. La gran figura del federalista Zavala, surgio ante mi, del li- bro consagrado por mi padre a su memoria. No, no fu6 un trai- dor el primer vice-presidente de Texas; la patria apenas tomaba forma en el caos, aim .se subalternaba esta nocion, en las concien- cias nuevas, a detenninada forma politica. No, Zavala no fue traidor; habia nacido en Yucatan; pues bien, solo para los dos extremos del pais, para Yucatan y Texas, el pacto federal habia sido un hecho y no una ficcion .... Estamos en Houston; el ir y venir incesante de trenes en la estaci6n, me proporciona la primera sensacion de un piieblo en- tero en movimiento^ a com pas de un campaneo perpetuo y de un nigir de locomotoras que no acaba. Unos hombres andan como aut6matas, suben con sus valijas en una mano y su periodico en DEL BRAVO AL MISSISSIPPI 23 la otra, atraviesan nuestro carro, salen, bajan, desaparecen; iino que otro se sienta en el gabinete de fumar, enciende un puro y se va; ha descansado de cinco a seis horas de marcha. Cuando se mueven estos hombres, oyese el crujido de sus articiilaciones de fierro. ^Oiiieii hizo estos munecos tan impasibles, tan colo- rados y tan fuertes? Este es el pueblo americano, un pueblo que no se sienta mas que para tomar cerveza, v eso no es sen- tarse. Ademas habla por la nariz. La tierra sale desnuda a tomar su gran bano de plata a la luz de la luna. Esta es una noche pintada expresamente para ilus- trar un poema de Chateaubriand ; no tendria precio, como bam- balina, en Atala, esa opera de las virgenes soledades americanas. No son virgenes ya, por desgracia; por desgracia para el las, no para mi, que sin este crimen no las habria visto. El vapor es el gran violador; hijo del carbon y del agua, es el dios de la ini- tologia nueva (que es lo mismo que la vieja) mueve al mundo como si fuera una palanca 6 un embolo, y por eso esta noche de plata pura esta incrustada de fierro y de fuego. Junto a mi ventanapasan los trenes diabolicamente ruidosos, alia abajoco- rren los rios celestemente silenciosos .... Efi Luisiana. — Mientras un negro me frotaba el pecho y la espalda con una gran esponja de agua helada, yo veia, apoyado en el marmol de los lavabas^ amanecer el mes de Octubre en lyouisiana, y en verdad que esta aurora estaba muy bonitamente arreglada, las nubes muy bien cardadas (en la proxima fabrica de tejidos de lana, me figuro) flotaban en copos de un gris azul impagable para una corbata-directorio; pegadas al Oriente ha- bia fajas de seda purpurina estriadas de largos pliegues horizon- tales; un verde en el cielo, muy de moda, y jque cielo tan cris- talino! jtan claro! Los tupidos canaverales altos, repletos de miel, llegaban como esteras doradas hasta el horizonte, y los algodonales empolvaban, como peluca a la Luis XV, las rubias praderas. Estamos en la tierra de los basques de la Luisiana^ esa espe- 24 EN TIERRA YANKEK cie de Eden con que Law enloqnecia a los nobles y burgueses de Francia, al principiar el pasado siglo; verdad es que Lui- siana sc llaniaba entonces una region que comprendia vagamen- te la mitad de los actnales Estados Unidos. Pero los bosques no solo son de arboles, sino tanibien de ca- suclias de lindo aspecto, de jardines acicalados; vimos en ellos algunos abetos, tan priniorosamente cuidados, que no los desde- iiaiia un jardinero de \'ersalles. jOh! que envidia, que envidia causan estos suelos tan bien regados, tan negros, tan grasos, tan bien preparados para el cultivo. Por entre las calles de niaiz co- sechado }a, desfilan por grupos babys y misses negras, del color de la tierra, sucias y nial peijeiiadas, alargando liacia el tren el grueso y sensual liocico y en pos de este, todo el indolente rostro encuadrado por las alas enonnes de sus cofias de percal. No que los arboles de estos bosques sean gigantescos, no; ni siquiera las largas guedejas grises que cuelgan de sus ramas, identicas a las parasitas de nuestros ahuehuetes, les dan un aire secular; parecen bosques de cincuenta anos, pero tupidos y re- puestos a niara villa; en la sombra en que banan los troncos de sus intenninables arboledas, que rara vez puntea de oro un rayo furtivo de sol, espejean rapidamente grandes cliarcos de agua que de lejos dan frio y de cerca deben dar calentura. Multiplicanse en el cielo las chimeneas con sus garzotas de liunio 6 negras 6 grises 6 blancas; las corrientes suelen ser mas anclias: he aqui un rio, lo atravesamos sobre un magnifico puen- te ; sus riberas tienen un ribete de docks de madera color de cho- colate, acotados de uno y otro lado por lineas simetricas de casas que, como todas las de por aqui, parecen portatiles, tan ligeras asi son, )■ por vapores de todos tamanos que van 6 vienen del Golfo. La senorita, que ha pasado la noclie sola, entre los liom- bres del slcepi7ig-ca}\ vuelve en estos nionientos del tocador, es- belta, correcta y limpia, con esa linipieza de las razas rubias que parece una irradiacion del alma; y con sus ojos lucientes y tran- quilos, su sombrero y su camisa blanca, bajo el jaquet de corte varonil, parece una J nana d'Arc de escuela normal, Y joh con- DEL BRAVO AL MISSISSIPPI 25 traste! eii la estacion signiente se instala frente a ella una yan- qiiesa de pelo rojo, de tez palida, con nnos anteojos qne parecen un biombo de cristal y terniinada por puutiagudo sombrero ne- gro: ^sera un yankee? Merece serlo. Y avanza la manana y vuela el tren; ahora atraviesa una re- gi6n pantanosa, cercada por las misnias cortinas boscosas y aqui y alii drenada por riacliuelos 6 canales sembrados de islillas cua- jadas de habitaciones construidas sobre estacadas, conio las ha- bitaciones lacustres; aqui las inundaciones deben parecer dilu- vios universales. Por lo denias, el aspecto de la tierra trae a la nienioria, con mayor precision cada vez, el de nuestras calientes costas; se parece al litoral entre el Medellin y el Papaloapam; pe- ro faltan las palmas. Abundan, en cambio, las chimeneas, las aldeas son \a ciudades, las personas parecen mas decididas^ van masde prisa en los wagones que pasan sin cesar en interminables cadenas, en los carros arrastrados por recios caballos; las fabri- cas que recortan y acercan el liorizonte indican que henios lle- gado al verdadero mundo americano, al reino del anuncio. Un reporter del Picayninc\ que toma infonnaciones corteses y rapi- das, y una larguisima y ondulante faja de vaho negro que va a cortarnos el paso, anuncian la proximidad de la Eniperatriz del Siir (estilo de la tierra) lease New-Orleans. Ya podemos vislumbrar, entre la negrura que ciiie al cielo con un enonne crespon de Into, las cruces oscilantes de una sel- va de mastiles, las chimeneas que se balancean trazando en el viento denso y revuelto espirales de liunio, y aqui cerca el fan- tastico contorno de un barco bianco que huye. . . . Stop; para el tren; un mi prinio que j)asa sin transicion de la suprema in- dolencia de un cacique criollo a la actividad vertiginosa de un campeon del andarinato internacional y a quien he nombrado mi guia, es decir, mi verdugo y mi victima, nos precipita por una escalera a una especie de gigantescay«;/^«^« que tiene su gran motor de vapor, sus dos pisos de salones, sus pasillos, sus corre- J. s.— 4 26 EN TIERRA YANKEE dores, todo atestado de gente, de coches con siis caballos, de ca- rros, de wagones inmoviles sobre sus rieles, y esta flotante Ba- bel, se llama nn /crrv. Salimos a la plataforma de proa; iin lar- giiisimo brazo de mar color de agiia de cola, pasa por debajo de iiosotros espmnarajeando de rabia y golpeando los costados del fei'ry con sn ola babosa y corta. Esto se llama el Mississippi, el Mispi^ como dicen estos diablos en su nasal ingles, convulsiva- mente contraido, como si lo hnbiesen inyectado de estricnina. Cinco minntos dura la travesia ; atracamos a un muelle, subi- nios una escalera muy alta precedidos por la gentil yanquita de San x\ntonio que parece mas firme y mas duefia de si niisma cuando atraviesa con una maleta en una mano y un libro en la otra el rio de gente que se precipita hacia arriba: jun rio que sube! que arrellenada entre el Globe Deiuocrai y el Picayune en los cojines del Pullman. Pensando en esto subi a un coclie conducido por un negro mas serio que el caballo de Carlos IV y tomamos al trote largo por las calles de la Nneva Orleans. jQue nombre tan sabroso para mi! Esta asociado, en los rc- cuerdos de mi infancia, con unas manzanas mv^' coloradas, unas patatas muy grandes y una mantequilla muy rica. Todo esto mandaba esta gran sefiora a mi pobre y orguUosa Campeclie por los alios de 54 y 55, y yo que fui un niiio-prodigio .... en gastronomia, conservo intacta mi gratitud estomacal por Ahif- orleans^ como dicen los viejos pilotos de mi tierra que esta alia en frente, al otro lado del Golfo. Sl^^l^lSIPi^i^lffll^H EW- ORLEANS 5?~>NTRAM0S en una ciudad vieja, acliacosa, sucia de liiinio de .,,_^ carbon y de tierra. Es una de esas ciudades del Golfo que parecen liernianas todas, pero niuy grande, muy desarro- llada; en ella caben Tampico, Veracruz y Campeche, y algo tiene de todas ellas, de Veracruz sobre todo; la impresion priniera es desagradable, por el desaseo: ;una ciudad costena que no se lava la cara! ihorror! — Las calles muy estrechas, tanto que un wag6n Pullman, atravesado en la extremidad de la calle por donde va- mos, esconde sus dos plataformas, recortado por las aristas de las esquinas; las casas en este barrio son verdaderos tugurios infec- tos, medio ocultos por montones de basura,de tablas, de barriles, de papel viejo, hacinados por donde quiera; a la orilla de las aceras piedras partidas y disparejas, A medida que nuestros co- clies avanzan, las casas van siendo muy altas, lo que liace mas sombrias las calles; algunos edificios suben a siete y ocho pisos, con balcones que son, por sus proporciones, verdaderas galenas de fierro apoyadas en columnas metalicas en los bordes de la acera y que se unen, de piso en piso, por sus arquerias llenas de 28 EN TIERRA YANKEE arabescos y adornos ; de donde resiiltan fachadas enteras de fie- rro calado. En esta esquiiia y en la de mas alia y en niuchas otras, linos enonnes annatostes de hierro, que parecen abortos de la torre Eiffel, estorban el paso, y liacen cavilar al transeiinte novel: ^para que puede ser\'iresto? Paralo que sirven tantasco- sas: para nada. Despiies supiinos que estos adefesiosestaban des- tinados a los tranvias electricos y ahora sirven para anuncios. ^Hay algo en los Estados Unidos que no sirva para anuncios? Murmurase que liubo en todo esto un negocio medio bizco de la municipalidad; en todas partes cuecen habas y por aqiii a cal- deradas. Desembocamos en Canal-Street, muN aniplia via, bordada de construcciones de grandiosa arquitectura, sin proporciones, pero con dimensiones casi enonnes; un rio, no muy raudo, de gente orientada liacia el negocio, el bisnes {Ifz/ss/z/^s), como diceii todos con singular energia de acento, llena la calle; este rio se abre y cierra al paso de los carros electricos que aturden con su perenne campaneo, e inquietan con sus largos dedos de hierro que van pe- lli'zcando el alambre transmisor de la corriente sujetos por otros alambres frecuenteinente conectados con los liilos del telegrafo ■A 6 del alumbrado. De cuando en cuando un tren de vapor, arras- trando dos 6 tres wagones de pasajeros, Uega por el centro mis- mo de la avenida y pasa cerca de una estatua que parece escul- pida no con el cincel, sino con el liacha, y que descansa su cuerpo de plesiosauro parado sobre la cola, en unos bloques rudos y mal acondicionados, que forman un pedestal no tan malo .... como obra de albanileria .... hasta la estatua parece heclia por un albanil. Es (descubramonos) la del gran Henry Clay. Nosotros los mexicanos inscribiriamos en ese pedestal estas pa- labras que el gran speaker dirigia a su amigo Clianning: ^Hay crimenes que por su enoniiidad rayan en lo subli}tie: la adqiii- sicion de Texas por nuestros compalriotas^ iiene derecho a este honor. Los tiempos niodernos no ojrecen otro ejemplo de rapina cometido en tan vasta escala.» Cito de memoria, pero eso es poco mas 6 menos. NEW -ORLEANS 39 Nosalojamos eii nn liijoso y confortal>le hotel eii la esqiiiua de Canal-Street y Carondelet y saliinos en bnsca del Consul me- xicano, de Manuel Gutierrez Zaniora, nonibre que su ilustre pa- dre hizo liistorico. (i) Esto nos proporciono el gusto de ver al- gunas calles feas, algunos enormes edificios, de mannol y granite rojo uno de ellos, no destituido de majestad. Un banco en cons- truccion tiene en sii portico cuatro 6 seis columnas de mannol purpnreo de cerca de un metro de diametro. Mucho comercio y mucha gente, esto se notaba al primer golpe de vista; pero nada extraordinario. Poco gusto para presentar las ihercancias en los escaparates. Un sastre ha colocado en la entrada de su establecimiento una serie de muilecos que representan persona- jes de la historia .de los Estados Unidos, vestidos con mnestras de la ropa hecha que alii se vende ; de modo que puede uno poner- se los calzones del general Sherman, hombre de niuchos calzo- nes indndablemente. Recomiendo a los turistas gastronomos (bellisima cualidad que es el antidoto de la gula, al grado de que en vez de (.contra gula templanza" como reza el catecismo, deberiamos decir, acon- tra gula gastronomia"), les recomiendo, decia yo, los manjares de Nueva Orleans. jQue bien comimos! En \a. ^^argote de una vieja alsaciana, legitimista por mas seiias, y cuyos manteles al- beaban mas que la bandera de las lises; en lo alto, en lo mas alto de.una casuca que tiene ventana .sobre el rio }• .se yergue en un extremo del negro y tortuoso barrio crioUo; entre una abigarra- da clientela de antignos obreros franceses y viejos pi lotos en receso, y a flor de cocina, e.so si, saboreamos un pe.scado mara- villo.samente guisado, una morcilla aderezada por niano de hada y unos camarones delicadamente amortajados en sus rosadas cornucopias de nacar Y en el aristocratico restaurant de Mo- reau [que ostras! jque delicado papebottc! que truchas supre- (i) Gutierrez Zaniora muri6 pocos meses despiies. Cuauto mexioano liayu estado eu New-Orleans eu estos anos dltimos, habrd deplorado su muerte. cotiio uosotros. 30 EN TIERRA YANKEE mas, capaces de eiiflaqiiecer de envidia al gordo cacique de las piscinas de Chimallmacan! Con decir que solo en Campeche se couie niejor, esta diclio todo, y eso que pronto hard treinta y ocho anos que no conio en Campeche! Un tren de vapor nos condujo a orillas del lago, desfilando por entre los suntuosos edificios de Canal-Street, que parecen he- chos de yeso pintado; al salir de la gran calle, entramos en un barrio de casas de niadera, primorosas algunas; despues bordea- mos un vasto cementerio, verde de cesped aterciopelado abajo, verde obscuro arriba, en donde balanceaban sus grandes hojas Instrosas y sus enormes copas de perfume los arboles de mag- nolia; en el claro que dividia las dos zonas verdes, blanqueaban los sepnlcros de marmol y de piedra, simples estelas funebres, la mayor parte; uno qtie otro hermoso, con la hermosura del arte industrial. Luego costeamos una ancha esplanada, pavimentada de niadera, salpicada de kioskos medio moriscos y medio chi- nescos, como todos los kioskos que desde hace un siglo cubren el planeta con su vegetacion de lierro colado; vemos con com- placencia las casitas de baiios, instalando confortablemente en el agua su fragil y caprichosa arquitectura; los miradores ele- gantes, desde donde se domina el lago; los bars que encierran otro lago venenoso en sus millares de botellas multicolores . . . y stopainos. Asi se dice en el castellano de la Nueva Orleans; el lector esta en su derecho para leer: \- paramos. Cruzamos un puente sobre ancho canal; cuaudo llegamos al otro lado, un chiquillo movio una palanca y el puente semi- giro sobre un piiion de hierro y tomo una posicion vertical a la que antes tenia; una gran lancha de vapor remolcando cua- tro 6 seis balsas formadas por magnificos troncos de abeto, pa- s6; el chiquillo movio de nuevo su palanca >• el puente se for- mo en cinco minntos. El lago este, es un mar color de violeta bajo nuestros ojos, lentamente azul a compas de la vista que se levanta sobre el, e inmensamente azul en su horizonte elegantisimo de oceano dor- mido. Permitamonos el lujo de un crepnsculo vespertino aqui. NEW -ORLEANS 31 meciendonos en una rocking-chair^ acompanados por un vaso de liquido helado (me da vergiienza decir que era cerveza), y aca- riciados, sin metafora, por una brisa de esas que niunnuran a traves del ventalle de las palmas en los versos de mi pobre Al- fredo Torroella, 6 que vagan perfuniadas de azahar en las confi- dencias de lyamartine. Sobre el raso joyante del lago una cupu- la de raso sin mancha, el cielo; el domo infinito de aire zafirino y la iliniitada 2>laca de cristal no se confunden, se tocan en una curva de lapizlazuli y los dos matices del azul parecen dos as- pectos de un solo ensueno. Un celaje unico, encinia del sol que en el ocaso ferine les branches cVor de son rouge eventail, una sola nubecilla de encaje tramado de luz y teiiido de ama- tista purisimo por arriba, flotaba lentamente en un segmento verde del cielo. El sol escarlata, pero de un escarlata absolute, como si saliera de un baiio de sangre liumana, se destaca, ovala- do y deforme, en el valio violaceo de la atmosfera; del otro lado la luna, oxidada, de una cristalina palidez de histerica, viendo el sol al soslayo, con grandes ojeras azulosas de desvelada, una luna dulcisima e inipura, en fin, que denunciaba en su luz enfermiza, en su mirada languida, la sensualidad eterna de sus amores tor- mentosos con el mar. A veces un soplo que viene del Oriente y que parece el halito de la luna, hace correr un estremecimiento de plata por el lago, en el ocaso parecido a un disco de acero que el sol damasquina de arabescos de oro. — Los faros se en- cienden en las riberas, la luz electrica crepita y azulea entre los globos deslu.strados, enfriala brisa, y el alma sale de su aneste- sia, cual si acabara de ser creada. Pienso como si pensara por vez primera; pienso en ellos; pienso en la que nos dejo. Volvamos; mientras volviamos cantaban en mi memoria los versos del mar- tir Juan Clemente Zenea : El sol al ver la luna acorta el paso y quedan suspendidos freiite a frente, un globo de oro y sangre en el ocaso y un globo de alabastro en el Oriente. 32 EN TIERRA YANKEE A trip to China-town. — Un viaje a Cliina-town es iiti vaude- ville u opereta funambvilesca en que se caricaturizan ciertas cos- tumbres de la gente de trueno en New York; la escena pasa en Bowery, la famosa calle 6 avenida popular y de malisima fama nocturna en la ciudad imperial; pegado a ella hay un barrio chino; ese es China-Town. Una serie de escenas ridiculas y ri- sibles, iguales a las pantomimas que organiza y anima Ricardo Bell; un rosario de intenninables canciones, ensartadas en ai- recillos graciosos, pero infantiles, conio el del walsecillo ame- ricano que cantan aqui y en Mexico todos los chicos: despuks del haile; una coleccion de habilidades, silbidos, mugidos de loconiotora, que se yo, ejecutados a niaravilla por uno de esos hombres que se disputan los empresarios de circa .... eso es el famoso viaje. Algunas bonitas decoraciones, algunas luisia- nesas bonitas, muy airosas, muy grandes de ojos y de boca, o ad hoc, habia efectuado su marcha napoleonica hasta Sa- vanah en la costadel Atlantico,y habia subido, deshaciendo vias 48 EN TIERRA YANKEE € iiicendiando poblaciones, para impedir a los separatistas reha- cerse,hastaRichmond,en donde Grant y los suyos tenian acorra- lado al general Ivce, como una jauria a un leon: llegado Sher- man, el leon tuvo que rendirse. Aqui se jugo, en esta formidable campaiia, el destino de la Repiiblica Americana y del Imperio Mexicano. ((Seiiores, decia Maximiliano a tres 6 cuatro de sus consejeros de Estado, con el parte de la toma de Richmond en la mano: el imperio esta vencido.» Amanecio: las poblaciones, las ciudades, las estaciones con sus grandes letreros en los salones de espera: waiting room for 7vhite people^ se sucedian con cierta rapidez. En los bosques, en los campos, en las ciudades, florecia el anuncio^ la flor postrera de la naturaleza americana, profanandolo todo con sus ehormes carteles abigarrados y sus letras hechas para ser leidas a seis leguas de distancia: Hobb^ Castoria^ Malt^ Nutrina^ he aqui los ejemplares mas notables de esta flora de carton pintado. jj^Sera este el objeto ultimo de la actividad de este gran pueblo? ^In- ventar anuncios, poner anuncios, propagar anuncios? Eso pa- rece: las ciudades, que son aglomeraciones de palomares, ,;tie- nen otro objeto que mostrar anuncios en las ventanas, en los tejados, en las chimeneas? Un amigo mio, americano, me decia que muy frecuentemente la invencion del anuncio precede a la de la cosa anunciada. jOh! tierra del humbug^ bendita seas! Entre treinta anuncios de Niitrina y Castoria divisamos es- fumado el perfil de la cupula del Capitolio de Washington, en una niebla tan tenue, que parecia un simple deslustramiento del cristal bruiiido del cielo; en el fondo de una avenida erigia el Obelisco su piramidion de granito. Y seguimos. Una ciudad in- tensamente colorada, pero enorme; con grandes manchas ver- des de arboles aqui y alii: dos, tres, cinco, ochocientos, mil ali- neamientos de casas coloradas; las manzanas, dire blocks^ de hoy en mas, muy estrechas, como cajas de puros de 30 6 40 varas A NEW -YORK POR ATLANTA 49 de alto, paradas sobre uno desus lados peqiieiios, y ciiajadasde ventanas de arriba abajo,con sendas persianasverdes;unas cuan- tas puntas de campanarios por entre los tejados; eso es Baltimo- re. Hasta liiego. He aqiii las selvas de Pensilvania; liijas 6 nietas de las que en- contro el gran cuakero Guillermo Penn. Son magnificas; aqui la Inclia entre el bosque y el campo cnltivado, ha terminado por una transaccion. Los arboles, dorados ya por los primeros be- sos glaciales de la estacion, empiezan a no ser verdes, son rojos y amarillos, parecen flores inmensas. Un pueblito pintorescamen- te desbarrancado alli en frente de las riberas del Susquehanna; mas alia, a la derecha, las playas de la bahia del Havre de Gra- cia, lleno de gracia, es cierto. Pasamos el rio: debajo de nosotros los vaporcitos surcaban lentos y airosos. Mas alia, Welmington una ciudad fabrica; despues Chester; desde aqui las lineas fe- rreas, admirablemente construidas, se multiplican y convero-en hacia una formidable esplanada, literalmente pavimentada de rieles. Arriba de nosotros pasan otros trenes como sobre te- clados de gigantescos pianos; el aliento de las locomotoras, los pitazos, el campaneo incesante, forman en nuestro sensorio una especie de telon de fondo, obscuro, tramado de acero y de humo Abajo de nosotros hay otra estacion mayor y mas cruzada de li- neas ferreas, que la que atravesamos; a su nivel se extienden las calles sin fin de Filadelfia; se ven muy bien, porque las chime- neas de las casas no humean, ni "hay gente en las avenidas: es domingo. Los barcos llenan el rio, los cocheselectricos pasan comocrus- taceos fantasticos por las calles; la impresion de la grandeza de esta ciudad es formidable, los blocks rojizos se extienden hasta el horizonte y escalan el cielo. Cupulas, torres, chimeneas inve- rosimilmente altas de fabricas mudas, remates monumentales, puentes de fierro por donde quiera, eso es lo que resalta en aquel oceano arquitectural. Nuestro tren corre furiosamente media hora, para en otra estacion, y Filadelfia sigue, sigue sin termino. Salimos por fin; continua de un lado y de otro la procesion J. s.- 7 50 EN TIERRA YANKEE de poblaciones y casas; llegamos a Jersey-City; es la misma ciii- dad de siempre, lo que hemos visto en todas partes. Tomamos ^ ferry ^ bogamos eii direccion de iin haciiiamien- to indefinido, que llega hasta donde llega la vista, de construc- ciones que uianclian el cielo puro; todo eso acaba delaute de nos- otros en una punta: a ella nos vamos acercando. Lo que nos fija e hipnotiza es una cupula de cobre dorado, niuy alta. iQue es esto? (Jun teniplo, una torre? Es la cupula de la casa del Worlds me dijo el amigo que nos liabia recibido. Y el ferry atraco en Nueva York. mmm ISl^ISJ B LA CIUIDAD-IMPERIO ))h paso del /erry a la tierra firme se hace inseiisiblemente: cree iino pisar el barco todavia, y ya va andando sobre el pavimento de madera de una estacion. De mi se decir, que hasta que no sali a una calle y subi a un carruaje dispuesto de antemano por un viejo }• buen amigo nuestro, no desapareciq la sensacion, a un tiempo angustiosa y voluptnosa, que resiente todo el que evr sobrc las aguas. Persistio mas todavia en mi cerebro la imagen de la cupula de cobre del \\ \vld; la veia dominando el ilimitado picadillo de construcciones que en una masa clara, hecha de angulos de pie- dra encaramados unos sobre otros, se extendia hasta mas alia del alcance de nuestra vista. Con trabajo y sin ^xito, mientras nos distribuiamos en los carruajes, procuraba fijarme en deta- lles y quitar de delante de mi ocular aquella placa en que se habia fijado el total instantaneo de esta monstruosa Nueva York que, en poco mas de medio siglo, ha devorado oclienta 6 noven- ta millares de kilometros cuadrados de su isla de Manhattam^ para amontonar dos millones de habitantes. 52 EN TIERRA YANKEE Por fin nos pnsimos en marcha; dejamos atras nn laberinto de tortuosas callejas, empaquetadas entre muros cuyas corni- sas superiores era imposible ver desde el coclie, pero que con fre- cuencia nos mostraban en brnscos y grandiosos relieves, ya una sucesion sombria de columnatas romanas, ya de porticos grie- gos, ya de pilastras goticas, ora de basalto, ora de porfido, de granitoomarmol; pero todo obscuro, todo silencioso, todo tris- te. — Broadway, me dijo mi compaiiero de carruaje, un mexicano germano, aclimatado en Nueva York. — [Broadway! una de las primeras arterias mercantiles del mundo, ^este es Broadway? (literalmente, via anchd). — Cierto, esto es muy grande y muy extrailo. Estrecho algunas veces, anchisimo otras, cortado por parques ingleses alfombrados de verde, sombreados por arboles muy altos, muy graciles, muy melancolicos, y sembrados de es- tatuas de bronce muy serias y muy insignificantes, Broadway diagoiia la ciudad de un vertice a otro, perturbando graciosa- mente la regularidad matematica de sus calles y avenidas, en- gendrando blocks aqui en forma trapezoidal, y mas alia en di- minutos y ridiculos prismas triangulares. iQu6 enormidad! Una, tres, cinco millas, y la sesga y silenciosa via no termina; y es monotona al cabo. Por todas partes pequeiias tiendas cerra- das, embutidas en altisimos muros; a cada momento estatuas de madera pintarrajeadas junto de las puertas bajas en que se ex- pende tabaco; frecuentemente empinados sitiales, colocados en la acera, en donde los transeuntes se hacen dar betun con una formalidad monumental, y todo ello sigue y sigue. Porque na- da acaba aqui; se perciben sin cesarlos montonesde blocks o^o. comprimen la via por donde transi tamos. jY que altura la de esos blocks! Parece la superposicion de dos 6 tres ciudades de va- rios pisos cada una. jY que soledad! En los wagones funiculares (arrastrados por un cable de acero escondido en el piso), y alia arriba, en los ele' vados^ transita alguna gente; pero en la calle casi nadie. iQyJt ha sucedido? ^Por que esta abandonada esta ciudad? ^En don- de estan los habitantes? preguntaba en tono elegiaco. ^Se los LA CIUDAD-IMPERIO 53 ha tragado la tierra? — No, respondia mi companero: la cuarta parte de la poblacion esta en el campo, la segunda cuarta parte esta en el templo, la tercera en su casa y el resto en las cantinas (que estan c^rradas). Es domingo. Despuesde mas de dos horas de carruaje, llegamos aburridos y tristes a nuestro confortable y elegante hotel, en la 7^ aveni- da, muy cerca del Parque Central (Grenoble Hotel). Comimos, charlamos, nos instalamos, y hundidos en sendos lechos mulli- dos y calientes, cada uno de nosotros se encerro en sus recuer- dos, rumio sus impresiones, y dunnio 6 no durmio. Yo a las tres de la mailana tome un bano de agua fria, a las cinco otro de agua tibia, y asi lo hice casi todos los dias. Poco despues, lle- vando ya en el estomago el zumo de dos 6 tres racimos de esas uvas californianas, tan largas, tan apretadas, tan cristalinas y de tan lustroso envero, y medio litro de leche helada, sali a vaguear con mis compaiieros. Programa: bajaremos por la 5?^ avenida, hasta donde podamos; tomaremos ahi el ELEVADO {the Z, di- cen los yaiikccs^ que son una maquina de simplificar, en movi- miento perpetuo) y loncharemos en Down-Town^ en la ciudad baja. La delicia de perderse en una gran ciudad desconocida, no es dada a un viajero en New-York. Las avenidas cortan la ciu- dad a lo largo, 9 6 lo, no recuerdo; 5^ las calles a lo ancho, en nuniero de mas de doscientas, comenzando la primera en los limites de la ciudad vieja, alia abajo, en la base del triangulo que forma la punta de la isla. Nadie puede perderse; le basta leer en la cinta de los antigos faroles de gas, de que apenas los arma- zones quedan, el numero de la calle y de la avenida, para orien- tarse. jEs singular que en este municipio de New-York, imo de los mas ricos del mundo, y en donde se ha gastado y robado tan- 54 EN TIERRA YANKEE to, no haya sobrado iiii miliar 6 dos de dollars para placas in- dicadoras! Las calles se parecen todas; lie aqui el tipo que mas se repro- duce: grandes edificios,monumentales por susdimensiones;ocho odiez pisos con frecuencia; nina^iin balcon; ventanas todas, coti dos bastidores de cristal que suben 6 bajan deslizandose por co- rrederas paralelas: nunca puede abrirse mas que media ventana, 6 la parte de arriba 6 la de abajo; unos dos 6 tres metros sobre el nivel de la acera, una serie de bonitas y pequenas vidrieras: son las puertecillas de aquellas casas enormes, que tienen casi uniformemente un anchode siete a ocho metros. Resultan, pues, series de torreones contiguos; mas como todos estan construidos seglinel mismo patron, parecen palacios del tamaiio deun ])lock cada uno. De la puertecilla se baja a la calle por una escalina- ta de piedra con grandes balaustradas; todo, casas y esc^leras, de color de chocolate claro. Entre dos escaleras, el fondo de la ace- ra esta abierto, y por ahi recibe luz, cuando la recibe, el primer piso subterraneo en donde estan el comedor y otras dependen- cias domesticas. El segundo piso subterraneo, siempre ilumina. do con gas, a veces recibe luz por el anden de la acera, en donde suelen substituir a las losas grandes placas de vidrio; a traves de ellas puede el transeunte ver las cocinas, las calderas de los elevadores, calefactores, etc. Desembocamos en una via ancliisima, que la altura y la ro- bustez de los edificios que la bordan, hacen parecer estrecha; es- tabamos en el centro de la Quint a Avenida. Empieza alia abajo, mas alia de nuestro horizonte; sube a lo largo del Parque Cen- tral y no termina: terminara donde termine New York, que ya rebaso su isla; pero, (:New-York terminara en alguna parte? O seguira a lo largo del Hudson y hard del Champlain uno de los - lagos de su fu'turo Central Parck^ y desembocara en el Canada, que sera entonces parte de la Confederacion Americana? Quien sabe; mas cuando esto suceda, los Estados Unidos, despues de un tempestuoso periodo de monarquia, 6 mejor dicho, de cesa- rismos socialistas y demagogicos, habran vuelto a su equilibrio LA CIUDAD-IMPERIO 55 republicano, fonnando una confederacioii compnesta de grupos federalesindepeiidientes, de verdaderas naciones; entoncesnos- otros, que habrenios crecido mas lenta joh! si, mas lenta, pero mds sanamente {clii I'a piano va sauof), veremos que partido to- ifiamos; joh, lo hemos de pensar uiucho! Si alguno no cree en esta profecia, tomese el trabajo de \ivir cuatrocientos anos. No se puede negar; la primera impresion es soberbia: i Ah, si vieras la calle de Rivoli! ioli, si conocieses la Avenida de los Campos Eliseos; si hubieses recorrido el Ri)ig strasse de Vie- na! me decian mis compafieros Entretanto yo, que noco- nocia mas que la "Avenida de los hombres ilustres,» hacia un esfuerzo para no permanecer boqniabierto, mientras mis amigos iban a rezar a vSan Patricio. Es un encanto esta iglesia de San Patricio, la catedral catolica, viuda en aquellos dias de su Ar- zobispo, que estaba en Mexico coronando a Nuestra Senora de Guadalupe y sirviendo de corista en la apoteosis de Juan Die- go, personaje tan real, gracias al poder creador de la imagina- cion del pueblo, el supremo poeta anonimo, como el Guillermo Tell de los suizos. A este \' a aquel los inventaron los monges; pe- ro a este, a Juan Diego, en la actitud en que querian los misio- neros eternizar a la raza conquistada, protegida por la reina de los cielos, que convirtio la tilma indigena en una egida fulgu- rante capaz de embotar todas las codicias y avideces de los enco- menderos, y de rodillas ante los frailes sus bienhechores. En el centro de amplisimo andito, tapizado con la felpa verde de deliciosa graminea inglesa, se alza solo, soberbio y puro, el templo gotico que la piedad fastuosa de los irlandeses, que ayer se disputaban unas patatas y hoy derrochan millones, ha erigido a su patrono nacional, al santo misionero que es la personifica- cion legendaria de su fe y su esperanza, de la religion y de la patria. La blancura del marmol, la elegante sobriedad de los apoyos exteriores de las bovedas ojivales, la fantasia de la orna- 56 EN TIERRA YANKEE mentacion, la fragilidad aerea de los mnros diafanizados por vi- trales gigantescos, la elevacion sublime de las flechas orladas de marmoreo encaje, obligan a poner en olvido la extraiia forma de moiistruosa aracnida de piedra que tienen los templos goti- cos. Lo verdaderamente arrobador en esta iglesia de San Patri- cio, es la suavidad con que las lineas convergen todas desde las bases al extremo de la flecha, que la imaginacion continiia en una linea ideal en lo infinito. Es una plegaria, como se ha dicho de estas maravillosas creaciones de la arquitectura ojival, pero una plegaria mansa y serena; no es un doloroso miserere, es un placido y solemne Tc-Denm. Los arquitectos que esto ejecuta- ron no eran esos monges inquietos y Uenos de fe mistica, pero en perpetua lucha con el infierno en el interior de su alma; no eran esos arquitectos de atormentado espiritu que intentaronhacerde un edificio inmenso una piramide aerea maravillosamente ca- lada y ornamentada con todas las quimeras y todos los demo- nios y todas las deformidades del pecado, trepando en forma de esculturas convulsivas por los arbotantes y abriendo sus fauces sobre el abismo en las gargolas y riendo en los doseletes de los Santos, mientras adentro se sucedian en una mirifica epopeya, todas las fases del combate entre la luz y la sombra, ensangren- tado aqui, divinizado alia, por las claridades que filtraban del ru- bi y del zafiro de los vitrales. No, aqui no; en esta catedral hecha con lo mejor de todos los estilos del arte gotico, no hay lucha, hay triunfo; la luz que domina en el interior es la de la amatista episcopal 6 la del topacio que rodea de oros de apoteosis las ma donas, los tabernaculos y hasta las cabezas argentadas y los ros. tros floridos de dos 6 tres irlandesas que hacen crujir los rccli- natorios bajo el peso de sus cuerpos atiborrados de roastbeefs y de margarina de Chicago. £Que es lo que falta aqui, joh! San Patricio? Nada, todo; falta el tiempo, falta la patina de los si- glos, esa que quitara a esta catedral magnifica, su aire de haber salido ayer de una fabrica de catedrales, ique se yo? la historia, en suma; esto es lo que falta aqui. Dentro de ochenta aiios, cuando los anarquistas y los negros hayan degollado cien 6 doscientas LA CIUDAD - IMPERIO 57 familias de milloiiarios irlandeses en las gradas de San Patricio, el vapor de sangre qne siiba por estos muros, dando al marmol nn tinte color de rosa, trdgico y delicioso a nn tiempo, liabra convertido este costoso ejemplar de la indnstria Inimana, en nna obra de arte. Librenos el cielo de qne horrores conio este que acabo de pro- fetizar, esmalten de rojo algfin dia el libro de oro de San Patri- cio. Me tranquiliza que ninguna profecia mia ha salido cierta, porque no he sabido vaticinar despnh, que es la mejor receta para predecir lo futnro.-^Pensaba en esto viendo sucederse las niagnificas casas alias de la '- desorientan la vista y desmenuzan la atencion. Probablemente depende esto de mis ojos poco educados por el monumento y habituados casi exclu- sivamente a la estampa y al estereoscopio. Rompen este alineamiento de caserones con bases de i3alacio, cuerpos de fabrica y coronamientos de temj^lo 6 de fortaleza, una que otra iglesia protestante, obscura de fachada y cubierta de parietarias, 6 un estanque gigantesco {resemoir)^ encerrado en J. S.-8 58 EN TIERRA YANKEE muros ciclopicos, totalmente vestidos por la primorosa hojilla lanceolada de una hiedra japonesa miiy de moda aqui. Llegamos a Aladisson Square, y me sente rodeado de italia- nillos nacidos en New York, que liacen un curioso mosaico an- glo-napolitano al conversar con sus clientes latinos, mientras dan lustre a los botines. Hermoso parque ingles este, decorado por un monumento a la gloria de los triunfadores en la guerra de Mexico, del que es permitido no liacer caso, en segundo lu- gar, porque no vale nada. Mas agradable es conteniplar la gran estatua sedente de Mr. Seward, de un parecido sorprendente; un buen viejo era este; yo le dije ciertos versos niuy tontos, cuando era colegial, en el salon de Embajadores, y conio no los coni- prendio (^los comprendia yo?), lo conmovieron, a juzgar por un sonoro y humedo beso que me estampo en una mejilla. Good by Mr. Sezvard. Y tomamos en seguida la proxima estacion del elevado\ yo abria tornado mejor el proximo restaurant. Tiene toda mi aprobacion este invento de los ferrocarriles ele- vados, 6 comoaqui dicentodos: el elevadoothe Z, sencillamente, conduciendo por termino medio un millon de pasajeros diaria- mente; los trenes del elevado^c\^t se siguen con interv^alos de dos a tres minutos en el dia, y de diez por la noche, van y vienen a lo largo de varias avenidas desde lo mas alto de la ciudad, des- de el rio Harlem y de mas alia, hasta la punta de la isla, hasta lo que se llama La Batcr'ia. La via, de liierro y madera, esta cons- truida,sobre columnas fundidas,a laaltura de los primeros pisos en la ciudad baja, y a la de los mas altos, a veces, en la supe- rior; alii, hacia el Harlem, los trenes van al nivel de los tejados de casas de doce y quince pisos, sobre tinglados de fierro que parecen nacidos de la torre Eiffel; desde alii se domina el Parque Central y gran parte de la ciudad; merece verse. A veces, en una sola avenida se alinean dos vias separadas; suelen, sin em- bargo, ir juntas en una armaz6n sola que sirve casi de teclio al pavimento inferior, por donde discurre otro millon de pasajeros LA CIUDAD-IMPERIO 59 en wagones funiculares 6 de traccion animal y en toda clase de veliiculos; nadie anda a pie, sino el menor espacio posible, y cuando estos senores van a pie, van corriendo a buscar la esca- lera del clcvado^ 6 a subir en la primera bocacalle a la platafor- ma de un wagon de cable. Et sic semper. Llegamos a Dozvn Toimi que es un laberinto de callejas tor- tuosas, la antigua Niieva Amsterdam de los liolandeses, circun- dada y penetrada por la vieja New-York. Es un triangulo eri- zado de muelles {docks) en sus catetos; los transatlanticos, los ferrys y mil embarcaciones de toda especie zumban en derre- dor de esos docks ^ 6 inmoviles conio cetaceos colosales liacen sus formidables digestiones de articulos de exportacion, en cambio de baratijas 6 de emigrantes. — En este triangulo, el mundo en- ter© esta presente en vertiginosas transacciones comerciales, y todos los representantes del comercio del mundo han querido tener ahi un despacho, un mostrador, im libro de cuentas; por eso el terreno tuvo una demanda enonne y todo quedo distribui- do en proporciones de sietemetrosy medio de frente; entonces, pa- ra dar cabida a esta enorme poblacion diurna de la transaccion y del lucro, sobre un piso vino otro y veinte mas, y los arquitectos americanos, preocupados bien poco del arte, y gobernados por la necesidad de conquistar en el aire lo que no era licito tener en el suelo, }-de buscar en sus construcciones mucha resistencia contra el viento y contra lo deleznable del piso, ban liecho ma- ravillas de solidez fragil; empefiados en tener en sus fantasti- cas torres todo el conforf^ toda la comodidad caracteristica de la cultura yankee, inventaron los elevadoj'-es y otra porcion de co- sas que es preciso que nuestros arquitectos vayan a estudiar alii, SHT le lcrrai)i, porque cada una de ellas significa una dificul- tad vencida a fuerza de calculo, un problema resuelto a fuerza de ingenio. Y asi es como se han puesto de moda en New- York y en toda la Union, estas casas que los americanos llaman con cierto orgullo wrasca nubes)' sky-scrapers. Pronto estas torres seran de acero, 6 de vidrio, 6 de aluminio, y subiran (hay una en construccion de 25 pisos y otra de 32 en proyecto para el Sun^ 6o EN TIERRA YANKEE popular peri odico de aqui), a 140 metres. Supongo que liabra que tener entonces eucendida la luz electrica todo el dia eu las calles de esta Babilouia. D.Juan Navarro, consul general de Mexico en New- York, ha situado su despacho en iino de esos edificios de oficinas, que, co- mo todos, en esta parte de la ciudad, tienen las bases minadas de cantinas y restaurants para lonchar rapidamente; Don Juan Navarro ha visto crecer rumbo al Norte y rumbo al cielo, esta ciudad hipertrofiada de gente y de dinero que el encontro mo- destamente instalada entre Madisson Square y la Bateria. ^Que, es tan viejo el senor consul? ;Oh! no; tiene la coqueteria de de- jarse decir que ha pasado de los cincuenta; yo creo que no. Habla y discurre como cuando estudiaba 01 Mcdicina^ tan jovial, tan franco y tan cucutista conio un estudiante, y anda todos los dias dos 6 tres leguas por Ih-oadzcay; bebe poco, usa el agua fria y se acuesta teniprano. El consul vera celebrar el segundo cen- tenario de la Independencia de los Estados Unidos. Amhi. Una hora habiamos empleado en ir y venir por Wall-Street (este era el liniite de la \-etusta ciudad), y comenzaban a aburrirme infinitamente los nu)vimientos rapidos, mecanicos y silenciosos de aquella mwltitud sin solucion de continuidad, y me parecian tontas las coluninatas de la sub-tesoreria de los Estados Unidos y sin gracia la Bolsa, y soso el cielo gris )■ la atmosfera que mo- jaba los vestidos, casi sin lluvia, cuando nos encontramos con una iglesia amarillenta, de un gotico serio y viejo, junto a un cementerio lleno de piedras sepulcrales. Aqui estaba la antite- sis, luego la poesia; y si, aqui estaba la poesia; esta es Trinity Church, como si dijeramos la catedral protestante de New-York. Me parecio mucho inenos bonita que San Patricio; aquellas na- ves esplendidas, aquellos vitralcs inmensos regalados por los ri- cos irlandeses, aquel altar mayor, que me hizo tan agradable impresion y del que ya no me acuerdo, no pueden compararse a este interior de la Trinidad. Este me gusta mas; es mas viejo I.A CIUDAD - IMPERIO 6l ]oh! si; las vidrieras son mas peqiieiias, los organos no son tan soberbios, todo es mas pequeno jy tan desnndo! En el abside nna gran vetnsta silleria tallada en nogal 6 encino, y sn cam- posanto al lado y IVall-Strcet en frente. Esta impresion se filtra hasta el fondo del alma; hay algo alii qne hace resonar dnlce- mente la cnerda de arpa de los sneiios ya no sonados, de las es- peranzas lloradas secretamente hace tiempo, y entonces el 6r- gano qne todos Uevamos en la abandonada capilla de nnestro sentimiento religiose, canta el cantico lejano de las primeras creencias, de los hnmildes al tares de la iglesia natal, y veinte ge- neraciones de creyentes snrgen en nnestro corazon y se postran ante Jesiis, el fnndador de los tempi os pobres, el maestro de los apostoles sin brocado, sin oro. 1^ mi IN EXCELSIS ^o creo que el elevador, esta caja de fierro 6 madera, elegan- tisima a veces, que sube y baja sin cesar por medio de uii sencillisimo mecanismo, se invento solo; surgio un dia del anhelo de encaramarse por la atmosfera, que sintieron Nueva York, Filadelfia, Boston, Chicago; de la necesidad de es- tablecer piramides liumanas en estrechisimo recinto, caro como una accion de mina en bonanza, dehacer inmensosalojamientos verticales, porla imposibilidad deliacerlos horizontales, detodo esto; porque hay que pensar que sin el ele\-ador, todo esto ha- bria sido imposible, y como era indispensable, el elevador nacio. Y como el agua del rio sube por medio de una bomba de vapor a los mas altos niveles, asi aquel rio de gente que, en wagones y carruajes y a pie, corre durante el dia por las calles de la gran ciudad, se distribuye en infinites canales vivos, que ascienden y descienden incesantemente dentro de aquellos edificios donde hierve el esfuerzo humano, a lo largo de cables de acero que por la ligera, pero perenne conmocion que producen, parecen he- chos con nuestros nervios. Asi es este pueblo; derrocha tal can- 64 EN TIERRA YANKEE tidad de fuerza nerviosa, que si se piidiem transmutar en electri- ca, bastaria para alimentar nn fanal que alumbrase un cuarto del planeta. Estas reflexiones liacia para mis adentros visitando a algu- nos amigos en sus nichos del tercero, del quinto, del octavo piso de esas enormes casas de oficinas, buildings de la ciudad-baja. Uno de los mozos que conducen los ascensores de la casa en que esta nuestro consulado, sabe algunas palabras en mexicano^ co- mo el dice; su vocabulario se compone de diez 6 doce interjec- ciones solamente, pero muy expresivas; son desvergiienzas en espaiiol muy castizo. A las once de cierto dia subimos una escalinata de fierro, to- mamos nuestros billetes, y a Brooklyn Lo que mas admi- re en Nueva York fue primero Nueva York; no me liabria can- sado de verla un aiio entero, siempre le encontraba algo nue- vo, y si no algo bello, si siempre interesante ; me gustaba mas aquella Nueva York de bulto, que Paris 6 lyondres en estereoscopio, que es como lie visto jay! a Londres y Paris. . . . Pero Nueva York tiene sus detalles que son maravillas; duo- decima maravilla del mundo (la 13? es la Torre Eiffel) jel puen- te de Brooklyn! Por supuesto que la tal maravilla tan cacarea- da y tan elogiada lo es en realidad. No es un humbugs no es un borrego este puente. Allez y zfoir^ como dicen los galos. Anduvimos como medio kilometro sobre aereo tablero de fie- rro por encima de la ciudad, antes de Uegar a la margen del East-River^ que la separa de Brooklyn; en cada orilla se levan- tan sendas pilas soberbias, macizas liasta la altura en que el ta- blero colosal del puente se lanza sobre el rio, y clareadas en su estructura superior por un doble arco ojivo. Y es indecible la elegancia de esta cosa enorme (que me perdone el lector los epi- tetazos, nohayotrosenmircr;v/<;Vdeviaje). [Hay tal graciadeen- caje metalico en la onda esplendida que traza esta hamaca de cuatro cables de acero kilometricos, que, partiendo de otras cur- vas amplisimas sobre la tierra firme, atraviesan las cornisas su- periores de las pilas y sostienen el puente a cuarenta metros de IN EXCELSIS 65 altura sobre el agna! La mesa tramada de metal tiene cuatro- cientos cincuenta metros de largo, cuyos hordes estan unidos a los cables por varillas de acero que se cnizan con las que par- ten en abanico de las cornisas al puente, formando una red que da fuerza, aumentando la gracilidad aerea de la construccion. Veiiite mil personas por hora atraviesan este fragil paso so- bre el abismo, unas en las lineas ferreas, otras en carruajes y sobre una amplia calzada las pedestres, viendo bajo ellas las puntas de los masteleros de los barcos que pasan y pasan, sin lograr tocar con suspenaclios de hmno el levisimo techo de fie- rro colgado en su cielo. Por las ventanas de nuestro wagon vimos iluminarse y des- vanecerse,como ilusion de optica, la baliia, bordada aca y alia de una movible mies de mastiles y surcada por buques, enormes de cerca, pero que parecian juguetes de ninos en las lontanan- zas de aquella limpida plancha de cristal azulosa que se angos- taba y canalizaba lentaniente para pasar debajo de nosotros. Llegamos a Brooklyn, auna ciudad hermosa," que pegada a Nueva York no es mas que un suburbio enfatico de la Empi- re-City. Por aqui corren y corren los coches electricos, que en Nueva York no ha permitido el Ayuntamiento; pero nosotros tomamos una especie de wagonete que nos condnjo al cemente- rio, a Greenwood. Es un parque inmenso; las amplias calles su- ben y hajan en comodisimas rampas en torno de camellones ves- tidos de una moqueta espesa y sedosa de grama inglesa de un verde ideal. Los arboles, que parecian haber detenido gotasde sol en sus frondas de oro otohal, sombreaban aquellos mon- ticulos que convidaban no a dormir, ni siquiera a dormir el 61- timo sueiio, sino a sentarse sobre ellos con inia cesta repleta de provisiones al lado. jDiantre! Asi es la vida: en verso todo einpieza y todo acaba en prosa. Aquello era melancolico, monotono, delicioso como el Cemen- terio de A Idea de Gray: J. s.— 9 66 EN TIERRA YANKEE Bajo de aquellos alamos nudosos, del lejo inelanc61ico d la sombra donde se alza en mogotes imiiierosos el cesped verde en desigual alfombra ( Ti ad. de Hevia.) y sin embargo jay de mi! no me qiiitaba el hambre. Ni habia por que; el cefirillo era glacial, el paseo largo; la muerte es lar- ga, es muy larga; un poeta latino de la decadencia, es decir, de la edad en qne las razas sanas empiezan a volverse liistericas, Balbino Davalos, lo debe de haber diclio: moj^s lotiga^ vita bre~ vis. No, ni liabia por que perder el apetito alii; ahi la natura- leza es solemne, pero la muerte es industrial. Torrecillas goti- cas, sepulcros ingeniosos, ostentosos algiinos, sin gusto todos; aqui esta el sepulcro del inventor H., del filantropo R., del Ge- neral M., del fabricante de pianos Steinway, del inventor de la soda-water. Pues bien, jcomo perder el apetito, a fuerza de tristeza, delante de la tumba singular del inventor del agua ga- seosa! Deje, pues, aquel magnifico jardin, suspirando por un buen roast-beef y una taza de leche. Logramos satisfacer nues- tro irreverente deseo y volvimos a pie por el puente. Dejaba- mos la muerte atras, esta es la vida; los hombres desaparecen, pero el liombre no, el hombre es eterno — eterno en terminos habiles, como dicen los abogados; una eternidad de un par de millones de aiios, una eternidad de bolsillo; pero a esa eterni- dad acomoda sus obras. Esta es una de ellas. Nos comprime el panorama; a nuestra derecha el rio 6 el bra- zo de mar que baiia por el Este la isla de Manhattan, corre y se pierde, literalmente cuajado de embarcaciones, de todas las formas, de todos los tamanos; navios de guerra que pasan debajo de nosotros, chatos, con sus torres de fierro por donde asoma la trompa siniestra del caiion monstriio, sus marinos y oficiales muy tiesos y muy indiferentes, cada uno en su puesto, como soldados de plomo de un metro de alto, rumbo al arsenal de Brooklyn; navios mercantes donde todo es movimiento y rui- do, y mil otros en perpetuo vaiven; todo se ve muy claro des- IN KXCELSIS 67 de arriba, no se pierde detalle, y vSe abarca el conjunto, sin em- bargo, y esta es una diversion superior. Ahora, si se separa la vista del East-River, encerrado en un doble cantil fonnado de edificiosnionunientales de Brooklyn y Nueva York, }• se dirige al otro lado del puente, a la bahia, grande como un golfo, vi- viente conio una ciudad flotante, sembrada de islas, y unida en el horizonte con el Oceano y desvanecida en el espacio, enton- ces Aqui tienen ustedes un espectaculo que no canibiaria yo por todos los lonches del mundo; pensaba esto con toda sin- ceridad; (iseria porque ya liabia lonchado? Puede ser; lo que quiere decir que ya no soy poeta. Seria curioso que nie nietiese aliora en la enipresa de descri- bir el Post-office; la casa de Correos de Mexico, no se le parece. — Ni la fachada de vieja casa espaiiola, remozada por nuestro estilo arquitectonico oficial, que es baiial'isinio^ conio diria yo si no perteneciera a la Acadeniia, tiene puntos de comparacion con esta fachada suntuosa y fria, terniinada por )nansardas 6 buliar- dillas como las del Louvre 6 de Versalles; ni el patio en que se recibe al publico en Mexico, en derredor de casilleros de po- ca iniportancia, puede dar idea de esta amplisima nave, teclia- da de cristal, sostenida por altisimas cohmmas de estilo noble, rodeada por eminentes galerias de fierro, mucho niejor ilumina- da por la electricidad que por el sol las calles de la ciudad, y en la que mesas y escaparates fonnan como un piano en relieve de edificios de madera y calles y plazas por doiide discurren cen- tenares de personas i Y por que habiamos de tener aqui una casa de correos, si no la hemos hecho! Si aqui ha sido necesario apropiar los macizos edificios coloniales, todos de estilo conventual y adecuados pa- ra la vida interior de silencio y recogimiento, a la vida moder- na que es toda exterior, toda actividad, toda fiebre Eso llegara y espero que llegara mejor; entretanto, no nos conforme- mos con lo que tenemos, no, go a head. 68 KN TIERRA YANKEE ^Y aqiiella cupula de cobre que se me incrusto como uu cla- vo eu el cerebro cuaudo divise a Nueva York por primera vez en esta supuesta isla de Manhattan que en realidad no es mas que una lengua de roca arenosa, erizados de docks sus bordes como la defensa de un peje-sierra? Aqui esta, sobre una de es- tas torres angnilosas en que vive esta gente su frenetica vida de negocios, y que no es posible llamar casas; son los templos del dusiness. Arriba, pues; pagamos unos cuantos centavos, entra- mos ennuestra jaula. . . . Solo el tiro deunaminapuede dar idea de estos pozos, por donde vuelan los ascensores. . . . Llegamos, subimos una escalerilla de hierro, y henosaqui instalados en una ventanilla de la cupula. Ya sabia yo que asi era Nueva York; no liabia cesado de figu- rarmela asi, y [que sorpresa! Como dar idea de este apeiiusca- micnio de edificios aqui abajo de nosotros, que un poco mas alia se calma, se serena, se regulariza y se escapa en macizos simetricos de casas rojas, rojizas 6 enrojecidas, que no dejan de ser grises sin embargo, y se va, se va por la estreclia isla y se pierde en nuestros horizontes en uu salpicamiento de manclias verdosas de arboles, entregirones de nubesdehumode carbon de piedra. Desde esta altura se ve a nuestra derecha la linea de Broo- klyn y el puente en un escorzo maravilloso; entre los angulos de las casas se ven cruzar las velas, las cliimeneas, los arboles desnudos de los barcos; aqui abajo se distinguen los ramales de fierro del elcvado sobre el cual arrastran sus enormes eslabones los trenes, que pasan y pasan, tragando y vomitando gente en las estaciones. Mas abajo los coclies funiculares surcan rios de vian- dantes y de carruajes que forman, en las bocacalles, gruesos nudos vivos, que se disuelven y reforman instantaneamente. Broadway, como una serpiente negra de multitud, corta al sesgo las otras corrientes y casas y calles y avenidas y plazas, y se pierde quien sabe donde. Aqui no surgen los campanarios, como •en nuestras ciudades; una que otra aguja gotica, que nunca se IN EXCELSIS 69- sabe si es de una iglesia li oficiiia publica, 6 colcHrio 6 compa- nia de seg-iiros; las que descnellan coiiio torres son las casas altas, las de quince 6 veinte 6 veinticinco pisos, como esta azn- ■ losa y ann no reniatada que venios aqui a nn lado. Los pena- clios de hunio espesos cerca y tennes }• blancos a niedida que se alejan v que se escapan de todas las chinieneas, dan a todo esto cierto aspecto de inmensa estacion de carros funebres, in- nioviles bajo sus plumeros ondeando en una sola direccion. Corrimos a otra ventana. Oh! el agua, el agua, las tendidas^ las intenninables planicies de agua, este es el panorama supre- mo, este es el espectaculo que nunca sacia, que hipnotiza, pero que no causa, que absorbe la mirada primero y el pensamieuto luego, }' la emocion despues, y lo deja a uno sin conciencia, co- uio el fragmento de madera que flota a merced de las olas. . . . Cada contemplacion del mar es un naufragio, es un desvaneci- miento infinitamente voluptuoso en el no ser; el niri'ttua de los budistas aqui esta, de aqui broto la imagen que se torno en idea, que se volvio sistema en el cerebro de los filosofos ascetas de la India. . . . La bahia se ve desde aqui admirablemeute recostada en la luz de esta tarde clara; esta gris como el cielo, parece formada de cielo liquido; las islas cargadas de edificios y espinadas de masti- les la pueblan sin disminuirla; todos los monstruos que surcaban el oceano en los tiempos terciarios, ban vuelto a la superficie en forma de navios, de ferrys, que se yo, en todas las formas; pe- ro rigidos en sus inarticulados carapaclios de fierro, con sus cau- das rotatorias 6 sus formidables aletas que transforman las olas en lumineas explosioues de diamautes y topacios. . . . Alia en frente, en una isleta, se ve una figura que parece la vigilante pastora de estos monstruos marinos;la Libertad de Bartholdy.. ((Nos queda un segmento de tarde y de luz: vamos alia." En el vaporcillo que tomamos para ir a Bcdloes-Island^ en donde alza la estatua de la Libertad su antorcha que ilumina al yO EN TIERRA YANKEE muiido, nos divertimos bastante: una murga mas'6 menos h6n- gara, tocaba walses y polkas sin toniar resuello, mas que para enviar al primer violin de la orquesta a recoger los medios do- llars de los pasajeros, y una parvada de mucliachas que parecia escapada de un Colegio del Sagrado Corazon protestante, bai- laba incansable, sin mama ni tia que la vigilase, y cuidada so- lo por el pabellon de las estrellas, que estampa sus barras rojas •en el rostro del que insulta a una mujer, y por los grandes ojos de broncede la Libert ad (i\\\& va viniendo colosal \' rigida liacia nosotros. Mis lectores saben de memoria la estatua de la libertad, re- ^alada por la Repiiblica Francesa a la Norte-Americana; se la encuentra reproducida en simili-bronce, en aluminio 6 nikel en todas las tiendas de baratijas exoticas. El original es aterra- dor; quiero decir que la primera impresion que en mi produjo, fu6 el terror; exactamente igual a la que resiente un nino frente a un toro. Esta sensacion es fugaz: acercandose al pedestal, que es una torre, la impresion se desvanece casi por un detalle que la dispersa y la disuelve ; aquel coloso esta lieclio (a la vista natu- ralmente) de pequenas placas clavadasartisticamente; muy di- ficil es que se funda toda aquella multitud de fragmentos en una sola figura; cuando esta reaparece a nuestros ojos, ya es mas Serena la iniagen. Es de una serenidad sublime; toda la es- tatua viene de Grecia; parece salida del taller de Scopas. El busto recuerda a la Juno-Ludovisi, la diadema de rayos y la cla- mide y el epo))iis^ son apolineos. La escultura helenica es una fuente de eterna juventud; el artista necesita no copiarla, sino dejarse sugestionar infinitamente por ella; asi Bartholdy. Y era natural: la libertad, la politica, la civil, es una invencion heleni- ca, mejor diclio, es im producto del intelecto de los lielenos, co- mo la ciudad, como la civilizacion; mejor dicho, es la civiliza- cion misma; esta libertad iluminando al mundo, es el jeroglifico o^igantesco de la civilizacion liumana. Precedidos por nuestras intrepidas companeras de viaje, su- bimos la escalera altisima del pedestal; luego vi la estrecha es- IN EXCELSIS 71 piral de fierro que por dentro de la estatua niisma asciende a la diadema y a la antorcha, y teniendo en cuenta mi volumen, va- cile y me quede; mis compaiieros, fiierte y agil el iino y delgado como una fibra de ramie el otro, treparon en pos de las mises. Yo pude a mis anclias ver (no mecansabade ello nnnca) la es- plendida bahia de Nueva York. ■ La cindad enfrente derramada en tropel en larguisima isla; a mi izquierda el Hudson adonde, entre nn centenar de embar- caciones, penetraba un magnifico paquctc rojo y negro de la Trasatlantica francesa ; en la orilla derecha del Hudson, N. Jer- sey, una reduccion en ladrillo y fierro de la gran ciudad; del otro lado de esta, aqui cerca de nosotros, la Isla del Gobernador cubierta de pesadas construcciones; mas alia el diluvio de ca- sas de Brooklyn; sobre el Eastriver, como trazado en gris con la punta de un pincel mojado en tinta de China, el puente de Brooklyn, entre cuya onda inmensa pasaba silbante y hermoso un tren de vapor; deliciosamente dulce el paisaje liacia aquel lado, una acuarela a dos tintas que habria sido firmada por un maestro holandes. — Del balcon opuesto se veia la boca del es- trecho {los A^ari'ozvs) que comunica la bahia interior con la ex- terior que se pierde en el Atlantico. Una isla cuya separacion de la tierra firme no se advierte {Stateji-lslaud)^ recorta nues- tro liorizonte con su costa parda sembrada de poblacioncillas de recreo. El cielo estaba pintado con una sola tinta pizarrosa que se degradaba hasta el lila tierno en el amplio arco del Sud- Este,y parecia reflejar un oculto crisol de oro en fusion, alia don- de el Hudson vierte en la Bahia su lenta corriente de ametista. Vimos concienzudamente la estatua, haciendo estaciones en los angulos de la esplanada en que descansa cl severo pedestal. A esta distancia, por el frente, tiene la Libertad un aspecto au- gusto, pero parece demasiado robusta y se ve corta por maciza. Del otro lado del brazo que erige la antorcha, un poco atras, el angulo de vista es admirable; se ve todo el desenvolvimiento de la figura, lanzada, como un unisono cantado por un pueblo 6 por un oceano, hacia lo alto, en un gloria in excels is de bron- 72 EN TIERRA YANKEE ce y de vida. Es inexpresable, \asto desde aqui, el movimiento que, transforiiiando la fuerza en gracia y harnionia, recorre la estatua de liiiea en linea, ondulando desde el pie ecliado liacia atras, por los pliegues de la tunica, liasta el galibo divino del rostro y el perfildel brazo, pararemataren el balcony en la flania inmovil de la antorclia. Sentimos el golpe en plena alma, nues- tras miradas quedaron como cristalizadas al contacto de la mu- jer de bronce, y la sangre se agolpo d nuestro corazon. Junto del pedestal hay un bar^ en donde sirve a los turistas cerveza 6 soda un enorme moceton que por la estatura y la her- mosura, parece liijo de la estatua. Caia la tarde cuando nave- gamos de vuelta a la ciudad; la misma musica, las mismas mu- chachas bailadoras, las mismas baratijas, reproduccioncillas de la estatua (estano, cobre, cristal, etc.) Pero musica y baile y co- mercio, todo quedo repentinamente en suspenso; los pasajeros eramostodos ojos; ^como evitar un choque antes dellegar a nues- tro desembarcadero? Sobre las olas color de violeta formaban una verdadera malla de espuma las estelas de treinta 6 cuaren- ta barcos que surcaban en todas direcciones. Con una precision admirable pasamos tocando la lielice de un navio ingles, y sin- tiendo a la espalda el vaho de bulla quemada de wwfeny que con sus faroles encendidos parecia flotante piramide de luz. Sentados luego en una banca de fierro del Square que borda la Bateria, pegamos nuestro oido al salmo melancolico de nuestro espiritu; joh! libertad, reina aqui sobre inconmovible asiento, alia ideal muy puro,si, puro ideal. (Q\\^ eres, por que no nos con- formamos con vivir sin ti, con ser dichosos sin ti? (^ox que, pa- ra apellidarte, apuramos los vocablos de admiracion y amor de nuestro idioma? Por que te llamamos augusta, y santa y tres veces santa y mas aun, te llamamos niadre? ^Madre de que eres tu? Madre de violencias, de tumultos, de manos armadas, de multitudes ebrias, de sociedades histericas, de pueblos que se bamboleau y se desmoronan, eso eres en la historia! ;01i ma- nia incurable de nuestro corazon! Pero si no esperasemos en ti, no creeriamos en la vida moral, nos sabria a ceniza el pla- IN EXCELSIS 73 cer mas noble; se apagaria, como una llama en el fanal neuma- tico, nuestra fe en el porvenir. ^Te veremos los liombres de mi generacion aunqne sea sentada al horde de nuestra tumba? jTe hemos llamado, te liemos amado tanto! .... Mi o-eneracion cre- yo entrever un dia tu aurora political <:Fue una vision juvenil? No importa; moriremos gritando como el Berlichingen de Goe- the: [Aire celeste .... libertad, libertad! En la impenetrable tiniebla, rodeada de una corona de dia- mantes electricos, la antorclia de la estatua constelaba la^noche. J S.— 10 aiiMii^ POR ABAJO ;6mo se traduce en castellano el verbo ix'&xvQ^s fldner? Lo ignore, palabra de academico; pero traduciendo ese verbo en la minima dosis de actividad corporal que me permiten mis copiosos kilogramos de peso, fue como pase algunas horas deliciosas en Nueva York, desesperando a mi cicerone que se le- vantaba a las doce en punto y que pretendia atrapar las ciiatro horas perdidas de la maiiana, en el tiempo que empleaba un si- baritico puro veracruzano en convertirse en espirales de liumo. Vaguear caprichosamente con la seguridad de no ser cazado por el pensamiento interior, como una mosca por una araiia; vaguear con la certeza de la perpetua distraccion para los ojos, con la certeza de objetivar siempre, de no caer en poder de lo subjetivo, el insaciable verdugo del placer y la esperanza; va- guear basculado por la gente, afianzandose de los cristales de los escaparates (un yucateco, segun me dicen, es capaz de afian- zarse de un cristal, y por eso no borro el disparate), mirando al interior de las casas, liusmeando en los almacenes, anclando en las tiendas, embobandose delante de los edificios, seguidos con 76 EN TIERRA YANKEE los ojos de piso en piso, con peligro de nna entorsis del cnello, hasta las balaustradas 6 las bnhardillas que los rematan, y re- cortan, encima de cada calle 6 avenida, una cinta estrecha de cielo entintado de gris liuniedo por el Otoiio, jque olimpico placer! ^Quien ha dicho que el tienipo es oro? Todo el pueblo yankee, me replica mi companero; este apotegma, time's money ^ corre las calles de Nueva York, de Chicago, de Fil. . . . — Pues es una mentira del tamaiio de esa masa colosal que tenemos en- frente, donde tres 6 seis pisos,* ornamentados en el estilo del Re- nacimiento, se encaraman sobre cuatro 6 cinco romanicos que aplastan una planta baja con hondisimas puertas, chatas y obs- curas, vagamente bizantinas: de este tamaiio, si. En primer lugar no es oro el tienipo, jojala! todos seriamos ricos, lo que equivale a decir que todos seriamos pobres, y en quinto lugar, todo tiempo que no se emplea en proporcionarse un gran pla- cer para el espiritu, a traves de los sentidos 6 no, es cobre; todo monton de oro que no se gasta en eso, es cobre, se cambia por centavos. . . . Una llovizna fria nos hacia marchar, en perenne rafaga de agua pulverizada por el Norte; asi pasamos por el parque Bryant. jAli! coino me acuerdo de este patriarca de la poesia an- glo-americana, tan popular aqui, en otro tiempo, como el divi- no Longfelow, cuya Evangelina ha traducido Joaquin Casasiis con admirable intuicion poetica a veces. jBryant! Muy presente lo tengo, con su tez de mujer de veinte anos, a los setenta, su gran nariz bondadosa, su barba inmensa que parecia hecha con hebras de luna, sus ojillos de llama azulosa, dulcemente ironi- cos. . . . Recuerdo su lento y accidentado castellano, su carino por todo lo nuestro y su adoracion, es la palabra, por Guiller- mo Prieto, este homerida casi desconocido por la generacion de hoy y destinado a una resurreccion esplendida. . . . ; Bryant! y recordaba algunos versos suyos, elegantemente vertidos por el Sr. Mariscal: Thanatopsis^ el Ave Acuatil. De el Ave Acuatil son estas estrofas aladas. . . . FOR ABAJO 77 iA doiide entre esos hximedos celajes, perdida vas en el coiifin del cielo? ^A do se tiende al espirar el dia, tu solitario vuelo? L,a mano amiga que de zona en zona por el desierto azul tus alas gum, guiard. mi paso en el revuelto niundo liasta la tumba fria! Es una sorpresa, en medio de estas ciclopicas arquitecturas, en que las proporciones se aliogan en las dimensiones, la casa del Herald. Empieza, naturalmente, debajo de la calle, pero niuy abajo, }' surge a la luz, pasa sobre los imnensos cristales que almacenan en sus entraiias un poco de la claridad exterior y se eleva apenas a la altura de los primeros pisos de los edi- ficios circunstantes, con un aire elegante y artistic© de palacio italiano: columnas esbeltas y arcos de faciles curvas, tales como los erigian en Toscana 6 Lombardia los incomparables maes- tros del citatrocento. En la aniplia acera, recargado en un apo- yo metalico, puede ver el transeunte el tiro del gigantesco diario y desarrollarse en torno de los formidables tambores de acero la tira kilometrica, cortada en fragmentos infinitos que pone en comunion, al traves del espiritu, embebido en tinta, de un grupo de periodistas, anonimo y casi irresponsable, el alma de una ciudad )• el alma de un niundo. Solo el poder de la Igle- sia en la Edad Media 6 el del Consejo del Principe en el Alto Imperio, pueden dar idea de este poder que todo lo comprime y todo lo difunde, confuso, difuso e ilimitado por ende, de que es un organo magnifico este Neiv- York Herald. El periudico matador del libro (el matador de Notre Dame) que va haciendo de la literatura un reportazgo, que convierte a la poesia en el analisis quimico de la orina de un poeta, que reemplaza las no- ches de Musset con un detalle secreto de la alcoba de Jorge Sand, que ha lieclio de la elocuencia un telegrama; que disuelve y homeopatiza todo sentimiento, toda pasion, todo arranque, tras- yS EN TIERRA YANKEE mutandolos en g-lobulos de sensaciones; que ha dado al valor el aspecto de una empresa teatral y a la guerra el de una corri- da de toros; que ha sentado a la humanidad entera en un circo romano desmedido, desde donde se ven pelear y morir, al reiii- dor en la puerta de la tabenia, al duelista junto a la tapia del cementerio, a la liorda africana que busca con el hocico morru- do la yugular tronchada del enemigo para beber su sangre a grandes tragos voluptuosos, al espanol, amarillo de fiebre, que espia en la vianigua el reflejo del machete, y mata y mata, para salir del infierno cubano por la escala de la muerte; el periodi- co ^Pero adonde voy a parar con este arranque de pe- simismo? No se; lo engendra en mi un sentimiento angustioso de inquietud, de horror, ante una fuerza que crece y lo llena todo y cuyo neutralizador ni conozco ni adivino. Se me figura que un mundo va a ser esclavo de otro, en el siglo futuro, y aqui veo al amo en pahales de papel. Se me figura que hacer de la precocidad, de la curiosidad, del furor de sensaciones, del diletantismo infinito, las supremas necesidades de la vida; que reemplazar el alimento con el excitante perpetuo; que reducir todo vicio, toda virtud, todaciencia, toda creencia, todo ideal, to- do arte a anuncios, es un mal de muerte, y los millares de millones de caracteres impresos en este papel sin fin, me pare- cen microbios, los baccilos y los esporos de la civilizacion. En la azotea del Hcr-ald hay, sobre la puerta principal, un par de hercules, el Tiempo y el Trabajo quizas, figurones sober- bios de bronce negro que aplastan al edificio volviendolo pedes- tal; en las almenas sendas lechuzas, cu)'os ojos se iluminan con luz electrica de noche. jMuy ingenioso, muy interesante, muy feo! La lluvia, que empapa las baldosas de la acera, impide andar, par miedo de los resbalones, li todo aquel que no este provisto de un sobrecalzado de cautcliuc. En busca de este articulo in- dispensable entramos en un almacen de calzado, porque no me atrevo a llamar zapateria a esta especie de basilica con sus na- ves, sus departamentos de hombres y de mujeres, sus oficiantes FOR ABAJO 79 6 dependientes en perpetua genuflexion ante los marcliantes que, repantigados en muelles banquetas, les entregan sus arti- culadas bases (anclias, enormes las de ellos, como de elefantes adolescentes, y largas y romboidales las de ellas) para que las hagan caber en uno de los centenares de pares de zapatos de todas las formas, dimensiones, pieles y barnices, que pronto quedan amontonados en piramide gigantesca al lado del cliente. Dos cosas, vaya tres, me llamaron la atencion: la cantidad de zapatos de piel amarilla que aqui se consume; todo el mundo los usa durante el dia, y solo los reemplaza con el zapato de cha- rol para la comida, el teatro 6 la tertulia; costumbre excelente que ira acabando con el odioso reinado del betun, y la cantidad de zapatos viejos que en estos emporios del calzado se renueva. Por una canal vertical veiamos subir a los pisos altos un ver- dadero rio ((isuben los rios?) de ejemplares, llenos de deformi- dades teratologicas, de arrugas epicas, de leprosidades inverosi- miles denuncios; de fatigas crueles, de carreras incesantes, de inmersiones odiosas, de frotamientos con todas las piedras, con todos los clavos, con todas las miserias, y nuestra repugnancia era vencida por nuestra curiosidad. Creiamos ver en aquellos zapatos la huella, el molde, el hieroglifo, el simbolo de la activi- dad de este pueblo que todo lo deforma, lo gasta, lo contrae y lo renueva, agregaba }o para mis adentros, viendo otfo rio de zapatos compuestos, brillantes, nuevos, que bajaban en sendas cajas de papel satinado, distribuidas en el acto a cien reparti- dores. Con razon el americano, en cuanto puede, apoya la cabe- za en cualquier respaldo y lanza a la mayor altura posible (ge- neralmente a la cabeza del vecino) sus dos pies gigantescos; son su emblema, los enarbola como un estandarte, los muestra co- mo un escudo; son su orgullo y su fundamento; como los pies son tan solidos, el movimiento ha sido tan continuado; esos pies fuertes quieren decir progreso, dicen^^ a head. — I^a tercera cosa que llamo nuestra atencion es el ejercito de muchachas que hay en cada uno de estos almacenes: al margen del trabajo que requiere fuerza muscular y esfuerzo prolongado, el ameri- 8o EN TIERRA YANKEE cano ha dejado a la americaua (irlandesa, alemana, canadense, etc.) un espacio en que va creciendo todos los dias; el margen devora ya la pagina. Si yo fiiera el Califa de Bagdad, tendria en medio de nn za- firo liquido, sobre una roca del color de rosa de las perlas color de rosa, una cabana con su sombrero de paja dorada, al lado de la cual descollase esbelta y sonora, una sola palma, cuya com- paiiera de amor se irguiese en la lejana orilla del estanque; me gustaria ver el reflejo de mi palma en la diafanidad del abismo azul del agua, de improviso plegada como un velo de seda por las procesiones ritmicas de los cisnes eucaristicos de Ruben Dario, el poeta que ha encontrado en el fondo de la gruta de fierro y oro del idioma espanol, no se que miisica abscondita e inefable, como el goteo de cristal de una fuente misteriosa. Habriaunsol en mi cielo, eso si; pero le pondriaun abat-jour del color verde-nilo de la sonrisa de la momia que fue novia de Teofilo; liabria nubes en mi cielo, un cielo sin nubes es un dormir sin sueiios, y en esas nubes releeria yo, reducidos a rea- lidades espectrales, todos los versos de todos los poetas, todas las visiones de todos los inspirados, y el aire filtraria en mi alma, al traves de mis timpanos, todas las notas sonoras de las liras, los ritmos de todas las arpas, los plaiiidos de todas las flautas,des- de la de Pan hasta la de Verlaine. — Habria una luna en mi cielo, la dejaria yo con su color de oro nocturno, afeminado y azul, la dejaria nadar en el estanque etereo, siguiendo la punta de la va- rilla de marfil de mis ensuefios (iY la lampara del hogar? Esa, con su corona de cabezas rubias, quedaria encendida, con mi vida por aceite, en el fondo de mi corazon. Todas las maiianas bajaria yo mi escalera de marmol bianco, tallada en las estrofas de Leconte de Lisle; pasearia mis miradas de esmalte, con la hieratica majestad de un mito, por el horizon- te, de dia entenebrecido y de noclie iluminado por la formida- ble montaiia Hugo, en erupcion perenne; en seguida me embar- POR ABAJO 8l caria en la trirreme de ebano incrustada de plata de la reina Cleopatra, y en la orilla opuesta amarraria la galeraa un mnelle, y saltaria en tierra y entraria en nna casa de aspecto un poco sombrio y ferruginoso, y esta casa resultaria un palacio de cris- tales, mannoles, bronces y pedreria, sobre cuyas ventanas y vi- trinas se leeria este letrero: «Tiffaii2n. Invito a ustedes a pasar por entre estosintenninables w//^"^- trarios horizontales, debajo de cuyos combos cristales se aglo- meran, en confusion estudiada, todas las baratijas posibles, desde la sombrilla de puiio de oro esmaltado y el libro de misa ideal y los gemelos de teatro, hechos para las manos de las hijas de los Vanderbildt y los Gould, liasta las joyas, mas 6 menos ar- tisticas y ricas, que abren sus ojos de diamantes en el fondo de su doble valva de seda y peluche acariciadora. Aqui no esta el arte; es decir, es un arte delicioso aunque apacotillado, vul- garizado, el linico que esta al alcance de un poeta, pero en el que no puede parar mientes un Califa de Bagdad. Aqui, en esta otra sala, hay objetos de arte verdadero: vajillas viejas de plata, estatuillas de oro, admirablemente forjadas, reliquias ricas de grandes liombres, de Jorge Washington, sobre todo; estan los esplendidos vasos de porcelana y cristal que valieron a esta ca- sa las primeras medallas de la ultima exposicion de Paris; enor- mes flores caprichosas en que parece circular una densa savia de vida y de color. — Un espectaculo sugestivo: en grandes ta- zas de cristal montones de diamantes, de rubies, de esmeraldas, de zafiros, que se yo; de esos fragmentos de materias transpa- rentes que caen, conio Uuvias de estrellasy?/<:z ;//<:',?, en los ensue- nos de las niujeres, y que 'Eva vio lucir por vez primera en los ojos de la serpiente del Paraiso. Es una voluptuosidad muy distinguida esta de coger un puilado de diamantes rojos que representa una fortuna, y dejarlos caer por entre los dedos en gotas de luz de aurora, y verlos apagarse en un pequeilo lago hirviente con relampagueos de sangre y reflejos de sonrisa de mujer joven. i Y como quisiera uno llevarselo todo, nada se lleva! Tome usted el elevador, una jaula de oro y seda; descubrase J. S.— II 82 EN TIERRA YANKEE usted, una guapa senora envuelta en pieles nos acompana, y vi- site usted los diversos pisos; el de las estatuas y figurinas de to- dos los niannoles, de todos los metales, de todas las pastas; el de los vasos, de los relojes, de las vajillas. jCuanta bisuteria ideal; conio rebosan los escaparates y las credencias de artefactos bo- nitos, y alguna vez bellos y siempre interesantes! Todo es una tentacion, una provocacion; el inapagable fuego artificial del industrialismo artistico; una/^ian/iaffan-eokfail^ algunos cuadros bellisimos de la antigua escuela italiana y que, delante de nosotros, en un altar de plantas exoticas, rodeado de guirnaldas de las flores electricas de Edison, brillaba un gran cuadro de Bouguereau, primoroso, indefecto, un poco sordo y marfilino de colorido: las nijifas y el sa tiro. Entre una y otra do- cena de estos delicados moluscos, que aqui eclian a perdercon una salsa blanca que sabe a iodo, observabamos cuan agradable y hennoso es todo en el famoso maestro frances: plantas, muje- res desnudas, lontananzas hum»das y sombrosas, agua transpa- rente, movimiento admirable del gran orangutan cornudo, con patas de chivo y rostro de viejo liibrico, que se deja arrastrar al estanque por las ninfas traviesas y reidoras; todo es encantador, todo bonito, y poco despues empalagoso .... ^Por que es em- palagoso? No lo quiero decir, y eso que soy terriblemente dul- 86 EN TIERRA YANKEE cero; esto me empalaga. ^La razon? No me la pregunteis, os digo, porque la ignore. Cuando regresamos a nuestro hotel encontre algunas amables invitaciones, una, entre ellas, del senor general Fr., tan cono- cido en la sociedad elegante de Mexico ; pero jay! tenia tanto cansancio en los pies, tanto grillo en la cabeza y tan poco in- gles en la punta de la lengua, que aprovecho esta oportu- nidad para darle las mas rendidas gracias. m ^^^^^iH l512i£ja[ SfSF^lpi sMjSJl^ lilil LA VITA BUONA \i^^^'i proposito ino lo he dicho ya? es consignar, en rapidasno- ^jV^ ticias,inis sensaciones caiisadas {inicamente por el aspecto '&^ ' exterior de las cosas en este pais interminable. A lo demas ■r rennncio, no me metere en hondnras; acaso mas tarde — joh! nada vale tanto la pena como este estndio para nosotros los mexicanos! — acaso mas tarde me sea dado intentar, despnes de un nuevo viaje algo lento, penetrar en busca del alma del coloso mas alia de las facciones y de la epidermis. Aliora no; ahora me paso el tiempo queriendo entender lo que anuncian los conduc- tores de los wagones del elevado cada vez que va a hacer alto el tren, es decir, cada tres minutos, y nunca logro entenderlos, con la agravante de que se lo que van a pronunciar. Lo que es para mi tentacion suprema, es ver las escuelas. Un dia que iba solo rumbo al Central-Park^ muy temprano, me cole en una. jCuanto bueno entrevi en cinco minutos! El edificio me parecio muy pintoresco, pero muy alto; en estas ele- vadisimas y graciosas torrecillas espia a los nifios el duende fe- roz del iucendio; es verdad que todo esta previsto, escalerasde EN TIERRA YANKEE fierro bien aisladas que sirven unas para que los alumuos suban y para que bajeu, otras; por donde quiera, en los pasillos, bocas de agua listas, con sus servicios de mangas, etc.; sin embargo, el panico eclia por tierra todas las j^recauciones. Aqui en la es- cuela primaria superior 6 high school^ lo mismo que en el ki?i- dengarten (esa deliciosa institucion frebeliana por la que tienen pasion aqui y que eiitre nosotros apenas ha podido prosperar, por la viejisima preocupacion del alfabeto y los palotes) y en toda la enseiianza, como en la sociedad entera, predomina, rei- na, triunfa la inujer. Esta es una escuela mixta, y aunque la coeducacion no sea tan absoluta como creemos, plies muclia- clios y mucliachas juegan y salen aparte, el hecho es que exis- te sin inconvenientes. [Ay del rapaz que faltara al respeto a una girl! sus conipaiieros se encargarian del castigo. Direccion y profesorado aqui son femeninos; las mujeres ob tienen diez ve- ces mas que los liombres, en cuanto a aplicacion y disciplina. La sala de asamblea, como aqui llaman al aula, es capaz de contener muclia gente; es un gran espacio dividido por tabiques de madera, que se doblan y desaparecen; sir\'e, pues, para cla- ses y para reuniones; en el fondo el estrado y el magnifico 6r- gano. IvO que encanta es el aseo, la elegancia, el confort; aqui no hay pupitres para dos personas siquiera; cada alumno tiene su silla, con un brazo movible a la derecha, que es tambien me- sa y atril. Todo esto me daba envidia. jFigu reuse mis lectores que en la gran escuela (?) en que yo sirvo como profesor y don- de se han gastado considerable numero de millares de pesos en los ultimos afios, son contadas las clases en que los alumnos pue- den estar bien sentados, y no hay una en que puedan tomar no- tas, como no sea sobre sus rodillas! Parece mentira. Decia yo que las mujeres son aqui las reinas; los reyes son los niiios; salen en bandadas risuenas y se derraman por las ace- ras, los parques, los terrenos sin edificios, y en todas partes son los dueiios. Vi en la Quinta Avenida^ cierta ocasion, una lucha 6pica entre un enjambre de estos blondos y colorados saltabar- dales y el guardian de un jardincillo de una casa suntuosa, que LA VITA BUONA 89 no queria dejar penetrar a los invasores. No pude ver el resul- tado de esta campana; pero el liombre estaba desesperado. ho que a estos diabletes encanta y fascina es el spor/ atletico en todas sus formas; en cuanto pueden, saltan los maderos de un terreno cercado y ahondado para la parte subterranea del futuro edifi- cio, e improvisan un partido de /oof-da//, en que se golpean, se arrastran, se niagullan y hasta suelen ensangrentarse con tanto encarnizaniiento como en los duelos homericos anuales, entre los alunmos atletas de las grandes universidades del Massachus- sets. Los conibates entre los Fitz- Simons, los Sullivans, etc., apasionan tanto aqui a los niiios, como a las mujeres y los viejos. En N. Orleans y en x-ltlanta observaba yo el ademan estatico de los chiciielos y de las misses ante los retratos de los pugiles que iban a disputarse el campeonato del mundo ; asi debian de haber mirado los helenos de Elea la estatua de Korebos, el pri- mer triunfador en los juegos olimpicos. Es dificil ir a comer a las siete de la noclie, no digo en el sun- tuosisimo restaurant del Waldorf, que es un jardin de oro, seda, plantas exoticas y espaldas desnudas mas 6 menos bien satina- das^ 6 en el elegante y aristocratico del Brunswick-hotel, 6 en el esplendido Delmonico — en donde se come el mejor camcmbcrt del nuevo mundo, — sino en otros de segundo orden, sin vestir el uniforme nocturno de la cultura humana: frac, corbata blan- ca }•, aqui, una opulenta crisantema en el ojal. En cambio al teatro nadie va, sino en traje de calle, como no sea a la opera, que aun no comenzaba cuando estuve alii. Mis compaiieros y yo nos pasabamos la primera mitad de la noclie en los teatros; para un mexicano todo en ellos es extra- iio: la distribucion que es una mezcla de circo y teatro, la co- modidad que alii generalmente es refinada y aqui no existe, el decorado, alii compuesto de telas mas 6 menos lujosas, lo que es absolutamente diverso del semi-decorado de nuestras escuetas salas del Nacional, Principal, etc., y, por iiltimo, el espectaculo. J. S.— 12 90 EN TIERRA YANKEE Mi impresioii es esta; toda pieza representada en los teatros americanos iiecesitados cosas para teiier biieii exito: i9 imadosis considerable de clownismo; 2? una tercera parte, por lo menos, de cirquismo; lo demas puede ser lirico, draniatico 6 nada de esto; con los primeros elementos basta. jOh! si, las tandas^ como por aca decimos, triunfan en New- York y en toda la Union, como es de snponerse. Una tanda em- pieza en Proctor^ v. g., a las tres de la tarde y acaba a las seis, otra acaba a las nueve y a las doce la tercera. La diversion se compone, invariablemente, de canciones negro-yank ees, yan- kees sobre aires de valses 6 polkas a la moda, como el eterno after the hall^ francesas, irlandesas, etc.; conciertos musicales, es decir, piezas de miisica tocadas por un sefior }' su simpatica familia, en vasijas de cocina como cacerolas y cafeteras; saine- tes rudimentarios y jocosos representados por otra familia mas simpatica que la anterior, compuesta de un elefante padre, dosele- fantes madres y tres niiios, igualmente elefantes. Los elefantes son edificios de piel de rata arrugada y colgante, que hacen co- sas indeciblemente chistosas, con una cara absolutamente seria, lo que las liace mas chistosas todavia; son de esos graciosos que los Franceses W^.va.'A.n pincc-sans-i'h'e. Admirables; lo que mas admire en ellos es la elegancia con que trabajan en bicicleta; yo que adoro este sporty como adoro todo lo que no puedo ser ni hacer, al ver a uno de estos amables paquidennos describir sobre el escenario irreprocliables curvas y pedalear rapidamente, con- cebi la timida esperanza de acompaiiar un dia a Rafael Rebo- llar, ciclista convicto y confeso, en sus excursiones de veintitres kilometres por hora. Otras exhibiciones del mismo genero zoologico, cuatro 6 cin- co pantomimas, nueve 6 diez hercules y cuatro 6 seis prestidi- gitadores, cierran este artistico espectaculo. ;0h! el arte, el arte! Cierto, esto no es ni Hamlet ni la Valkiria, y suele perderse aqui el recuerdo de Sarah Bernhardt y de Coquelin, de Dumas y de Ibsen; pero el arte es relativo tambien; hay arte y arte: y yo me divert! ; es una diversion que no llega al cerebro ni al LA VITA BUONA 91 corazon. jOh! esto la hace deliciosa; es una diversion epidermi- ca; la eniocion y la inteligencia dnennen. Verdad es que se siente uno ligeraniente idiota delante de esos pobres elefantes que ban necesitado mas esfuerzo para escribir 25 en un piza- rron con la trompa, que Newton para descubrir la gravitacion universal; pero esto es bueno para rebajar el orgullo humane. iSm emocion? No enteramente; una cosa me conmovio: oir d Mile. Polaire, una estrella de las Folics-Bcrgere de Paris, sus cancioncillas picarescas y militarunas, remedando las trompe- tas y los pasos marciales, con su vocecilla y sus piernecillas del- gadas que hacia subir a las notas mas altas, todo ello delante de un auditorio espeso, fno como una banquisa polar, silencio- so como un domingo protestante, compuesto de hombres y mu- jeres que, evidentemente, se creian robados por la pobre alondra parisiense que no acertaba a extraer un solo rayo de luz de los charcos de agua azulosa dormida en las pupilas de aquellos hijos de la cerveza y de la Biblia. Uno que otro snob bosquejaba un aplauso que se apagaba en el ambiente glacial de donde emer- gian doscientas 6 trescientas cabezas atonitas que se volvian hacia el manifestante con una expresion profundamente abu- rrida y venerablemente estupida. Pobre Polaire; si con mensa- jeros de su ralea cuenta Francia para sostener en la America Sajona su influencia artistica, gran chasco va a llevar. Para estas gentes no hay medias tintas como esta semi-bailarina de cafe-concierto; de una vez hay que en viarles a Sarah Bernhardt, que es la aguja sublime de la catedral del arte escenico, 6 esas grandes flores venenosas del pantano inmenso de Paris: la Gou- lue, Grille d'Egout, etc. Y tampoco les gustaran, a no ser estas dos ultimas senoritas, desde el punto de vista gimnastico, en el grand ecart; pero las pagaran: vayase lo uno por lo otro. Cierta noche en The Academy, feo teatro por fuera y muy lu- joso por dentro, en que se representan dramas de espectaculo, cuando no hay opera italiana, vi una pieza que hacia furor en 92 EN TIERRA YANKEE Niieva York, la Sporting duc/icsse^ desempenada por regulares artistas. La compania estaba a la altiira exactamente de esas espanolas 6 italianas de exportacion que suelen aportar por Me- xico. Ni una sola persoiialidad, pero si copias mas 6 menos felices de los movimientos y ademanes, de los defectos, sobre todo, de los grandes artistas ; en suma, reproduccioiies de cua- dros bueiios en cromo-litogralias: con eso nos contentamos los pobres. Era este nn drama patetico en alto grado, de esos de conipa- si6n y llanto obligatorios en el segiuido acto; de susto inevita- ble, en el tercero; de coraje irrepresible, en el cuarto, y de nuevo llanto, pero de gusto, en el quinto. Un matrimonio feliz, un infa- me que quiere ultrajar a la esposa y que no lo logra, pero que destruye la felicidad conyugal; separacion, enfermedad del hijo, tribulacion y abnegacion de la seiiora, vacilacion del seiior; un ]owQ\\jockey que demuestra la infamia general del traidor, un bo- rrachin muy buen chico que descubre la trama, la recouciliacion al fin, y al traves de todo, una encautadora duquesa, reina del mundo del spoilt, que es el angel bueno de aquellas buenas gen- tes. jPero que bueno! Y que buen publico! Yo que comprendia mejor este ingles que el de los conductores del Elevado^ observe bien al publico. Excelente. Yo deliro por los piiblicos que se dejan conmover. iOh! las senoras detras de sus abaniquillos 6 de sus binoclos,disimulaban;pero en cuanto liabia un cambiode decoraciou, y sala \ escenario quedaban un minuto en la mas densa obscuridad, que desonaderas y de toses y girimiqucos ra- pidos, y cuantas narices rojas y ojos llorosos cuando la luz im- placable de Edisson toruaba a alumbrarnos! Pero aquella multitud no liabia venido a llorar, no; liabia ve- nido a ver la feria de los cabaUos y las carreras en que se veiaii desaparecer del escenario los cabalios con sus jockeys, arreba- tadospor una carrera vertiginosa que seguia en el segundo pia- no y continuaba por toda la pista, y los aplausos del geutio y la vuelta del vencedor y las apuestas y todo muy bien arregla- do; la ilusion era casi completa. En nuestro tiempo todo lo salva LA VITA BUONA 93 una buena decoracion, lo mismo im melodrama de broclia gor- da que una couiedia politica. Una ciudad civilizada es una especie de jardin ideal de Epi- cure en que pueden realizarse todos los placeres y satisfacerse todos los gustos; lo mismo los del alma que los otros, lo mismo los morales que los no morales, y uu pueblo civilizado es el que prefiere los primeros a los segundos, 6 mejor dicho, que los uni- misma en la sensacion y la emocion estetica, en el arte. Este pueblo tiene su modo especial de concebir el arte; liasta ahora es una concepcion eminentemente industrial y utilitaria; cifra su vanidad en lo enorme )' su ideal en lo confortable; pero es un pueblo que se esta liaciendo todavia, todo es aim rudimen- tario y frustraneo quizas; pero tiene derecho de exigir que se susj)endan los juicios definitivos, tiene razon de emplazar la critica; todo el tiende, con una tension inmensa, a producir al- go definitivo y sorprendente en lo porvenir; pues ese algo 6 no sera, 6 sera un arte. Mas dejemos lucubraciones trascendentes y vamos a oir algo digno de ser oido, puesto que de arte se trata. La aficion de estos pueblos de origen germanico a la musica que, al traves de los sentidos, busca el alma, es clasica; los lati- nos nos contentamos con una conmocion nerviosa producida por la melodia; lagrimas, risas, cosquilleos voluptuosos, eso nos basta, y toda nuestra musica cabe en esos tres ordenes de exci- tacion ueurica. Todo cabe en ellos, desde el s/a/>a/de Palestrina hasta el i^ioj'osc coDiare dc Windsor^ c Vora—e Vora d'alsar la risata sonora del FalstafF de Verdi, esa composicion reveladora de la enorme cantidad de juventud que puede almacenar el co- razon de un viejo. La musica de los germanos es mas ps'iquica^ ^^me permiten ustedes el vocablo? Eso proviene de que el germano es, por ex- celencia, el animal metafisico; nace con unos auteojos que se empeiian en ver nids alia. Mas alia ven visiones, convenido; pero ^algo hay que no sea vision en este mundo? A ver; que 94 EN TIERRA YANKEE el que tenga una realidad bien empunada, se levante y lo dig-a. <;Pues que, la musica de los germanos hace pensar? No; hace imaginar, pero proyecta la imaginacion como un rayo de luz palida en direccion del abisnio donde se vuelve luz difusa y se confunde con la tiniebla; es decir, hace soiiar, se rodea de en- sueno, como la naturaleza de misterio. Asi es; 6 asi se me figura a mi que es; pero yo no tengo obligacion de decir otra cosa que lo que se me figura y no lo que se le figura a usted, lector amigo, como solia decir ese insigne filosofo que cambiaba su oro por el niquel de los cuentecillos colorados, el doctor Peredo. He aqui que asi razonaba yo para mi coleto una noche que, arrellanado en una muelle butaca de un esplendido salon de con- ciertos, un music hall^ escuchaba, en medio del silencio de un auditorio devoto, una sinfonia de Beethoven, del geniosobrehu- mano que ha hecho decir su ultima palabra a la musica instru- mental, segun Wagner. Oyendo una sonata de este senor, puede decirse que se oye la musica pura, la miisica al fin de su evo- lucion, comenzada en la palabra ritmica, salmodiada, cantada: tronco del que broto por un lado la poesia y por el otro lado la musica, como de la pictogratia primitiva surgio por un lado la es- critura fonetica hasta el alfabeto actual, y por el otro la pintura hasta Rembrandt, ese oceano de sombra y de luz en que navega todo el moderno arte pictorico. Y como hace soiiar esta mtisica, tiene un fondo religioso: ip-o es, en suma, el sentimiento religioso una interrogacion del al- ma al eterno misterio que nos rodea? Los anglo-sajones son el iinico pueblo germanico que no ha producido un gran musico, a pesar de las deliciosas operetas de Sullivan. Pero su aficion a la musica es inmensa y su don de transformar en religioso cualquier canto, es sorprendente. Al- gunas pruebas curiosas tuve de ello en Nueva York y Chicago; esto es propio del alma de esta raza; puede decirse que asi como no hay salon de lujo aqui que no tenga un vago aire de gabine- te dental, hasta los gabinetes dentales tienen cierto aspecto de oratorio. LA VITA BUONA 95 La in{isica de Beethoven no es siempre religiosa, pero siem- pre produce esa emocion que se llama religiosa; sus sinfonias son alas, el alma vuela con ellas. Aqui y en todas las ciudades hay grupos considerables de fieles a su culto. Tambien Wag- ner tiene sus fieles; pero este va llegando al periodo sereno; en el fondo del anfora de cristal del arte se va depositando el oro de sus creaciones. [Ay! por que en Mexico no le conocemos to- davia? Toda una faz y la mas expresiva del arte moderno, nos es ignorada asi; el Gobierno debia considerarse obligadoa ini- ciar a los grupos sociales en ciertas manifestaciones superiores de la cultura humana En el music hall s^ oyen grandes fragmentos de Wagner, ejecutados por musicos, alemanes en su mayor parte, y cantados por muy bueuos solistas y por coros muy bien educados. Cuando en el programa se resume, no so- lo el episodic de la opera que se va a ejecutar, sino se da idea de la decoracion que debe acompaiiarlo, es muy facil notar el po- der con que este hombre singular hace ver con la musica el cuadro en que el drama se desenvuelve, De la audicion a la vi- sion interna, la transicion es indefectible. Wagner que es un poeta, que pretende revivir el drama lirico y sintetizar en el todo el arte, traduce y concreta con fuerza singular, en notas, toda la realidad objetiva: un incendio, una erupcion volcanica, un oceano en conmocion, todo eso se oye y se ve en su obra; pero agrandado hasta lo fantastico, sin ser por ello irreal. Schumann (01 en el music hall \\\\2l romanza suya: Traumer- ci, de un inexpresable encanto) tambien tiene aqui devotos;iy en donde no? y mas que el, su discipulo Brahms, igual quizas al maestro. Con todo esto se regalaban los h\\Q.\\os yankecs neoyor- quinos, losdomingos por la noche; regalosde rey. j Y nosotros que los tenemos por zafios en achaques de arte! Somos unos tontos. Acabemos nuestra Jornada teatral. En un Undo teatrillo de la Quinta Avenida, si mis recuerdos no me son infieles, vi una opereta alemaua de Humperdink: g6 EN TIERRA YANKEE Hentzel y Gretel. Es primorosa, llena de episodios fantasticos, de selvas pobladas de silfosy dueiides, admirablemente decorada con cascatelas y arroyos y vericuetos sombrios, en que se pier- den los protagonistas, que son dos chiciielos (una tiple y un con- tralto de frescasy argentinas voces); decorada de telonesdecielos nocturnos, de cuyo infinito y profundo azul desciende la escala de oro de los angel es que, vestidos de luz blanca, ciiidan el sue- no de los niiios y acompanada de coros diabolicos, de aquela- rres espeluznantes, de brujas, etc. — No se por que en Mexico no se ha explotado esta obrilla; tiene algunos nlrnieros que harian furor, a pesar de nuestra sistematica educacion zarzuelera. IvO que quiere decir que aqui no solo hay teatros-circos, sino que los hay de todos los generos y que puede uno divertirse a su guisa. En algunos de estos espectaculos, encuentran los ac- tores 6 los empresarios el niodo de deslizar satiras casi aristo- fanescas contra algun grupo social; p. e., oi a un mal cantante, pero expresivo actor, repetir hasta el fastidio, en medio de los aplausos delirantes del publico, una cancion, popularisinia en aquel afio en toda la Union, que terminaba con una sangrien- ta caricatura de los ricos advenedizos de Chicago. En otro tea- tro vi terminar una serie de cuadros plasticos admirablemente compuestos e iluminados, con uno que se llamaba: ^Exporta- cion de oro;» ahi se veia el momento en que subia^i al buque que los debia conducir a Europa, al conde de Castellane y a su esposa la hija del archimillonario Jay Gould. Este cuadro tam- bien era repetido y aplaudido. Para conocer la aficion de las americanas al lujo ostentoso, no hay mas que verlas en sus palcos en alguno de los teatros aristocraticos. En una nebulosa de encajes v de gasas, aparecen como verdaderas constelaciones de gemas fulgurantes; se nota en la mujer una tendeucia a desaparecer detras del diamante^ iQue diademas, que nimbos, que petos, que coUares! En suma, aqui el hombre es el esclavo de la mujer, y la mujer lo es de la joya; aqui el becerro de oro es femenino, es una ternera, como diria el Anton Antiinez de Fig^aro. LA VITA BUONA 97 Salir del teatro a media noche, abrirse paso eiitre la turba de papeleros, asaltar un coche del funicular, hacer alto ante nn lim- pisimo restaurant de la sociedad de teniperancia, en que se co- me muy bien una suculenta y pecaminosa ensalada de langosta y se bebe te 6 leclie en lugar de vino; entrar alii, cenar y despues emprenderla a pie para llegar a casa a las dos de la manana, es un progrania que aconsejo a las personas de buena conciencia. Una noche que lo ejecutabamos al pie de la letra, y andc4bamos de prisaenvueltos en una neblina glacial, precursora de los gran- des frios del invierno, al atravesar de un vertice a otro de los ■angulos que forman al cortarse Brodway y la 7? Avenida, acer- te a oir cerca de mi un ruido infernal, un campaneo formidable en crescendo fantastico, y vacile y me detuve azorado. Un liom- bre me empujo hacia atras, y en ese segundo de estupor, vi en- tre la niebla esfumarse un sombra indecisa y enornie, negra con un ojo de luz rojo, como el de Polifemo;me parecia lacatedral de San Patricio, que corria sobre mi, con su campanario a cues- tas. Instantaneamente la vision apocaliptica paso del estado de sombra al de realidad; era un carro de bomberos tirado por ocho caballos, que corria como huracan. [Ay! del que no oia la cam- pana, pasaba en un santiamen al pajDel de individuo sacrificado a la especie; esa iba a ser mi suerte. <;Pero no es esa la suerte de todos? J. s.— 13 DE PASEO-BOWERY E nos pasaban los dias maiigoneando por esas calles de ~~y Dios, sin aburrinios nuiica, al menos yo; gustaba niucho ^■^^ de ver primero en estampas el lug'ar, el edificio que iba a visitar, y luego acomodar la imagen que llevaba en mi senso- rio a la realidad que se me presentaba delante; resultaban las co- sas tales conio me las figuraba, pero diferentes, y aten ustedes esta contradiccioncilla, pero asi era. Recomiendo este paseo (que no necesita recomendacion pa- ra los forasteros en la cindad-imperio): ir por el elevado hasta cerca del limite septentrional de la Isla, admirar (esto es nece- sario y recomendado por los giiias) admirar desde la enornie altura a que el formidable trampolin del ferrocarril se levanta sobre los pisos superiores de las casas, como una especie de gi- gantesco andamio de madera y fierro, en una atrevidisima cur- va, el pintoresco panorama del Parque Central, con sus grupos de arboles todavia vestidos en Octubre de verde gris y oro viejo, sus canales, sus lagos, sus puentecillos, sus cascadas, etc.; todo ello emparedado entre los excelsos y abigarrados muros de pie- lOO EN TIERRA YANKEE dra, marmol yladrillo que empaquetan al Parqiie en una especie de cajon inmenso. Siguiendo hacia el Norte bajarse en una esta- cion cercana al rio Harlem, en la calle 175, descender al nivel del rio (es un brazo 6 canal entre el East-River y el Hudson que limita al septentrion la isla Manhattan), pararse un poco a contemplar las isletas llenas de chalet s y casas de banos, y su- bir por una magnifica escalinata liasta la altura del puente y del soberbio acueducto de fierro que, sobre aquel, lleva un verda- dero rio de agua deliciosa al Parque Central y a la Ciudad, el Croton. Este puente alto {HigJibrid^e) es viejisimo para New York, tiene 50 afios y, como viejo, es clasico; todo de piedra y granito, sobre doce 6 trece arcos correctisimos sostiene una an- cha calzada de medio kilometre de largo, a ojo de buen cube- ro; mas al Norte esta el puente flamante de Washington, con un elegantisimo arco que, por audio, parece bajo, y que es enor- me, todo de acero y fierro. Bajo estos puentes pasan y repasan embarcaciones, ligeras las mas, verdaderos muebles de lujo, de maderas finas, con sus motorcillos de fuego 6 electricidad acu- mulada; muy bonito. Despues, al regresar, rodeado, porque 6stos son barrios fabri- les por excelencia, de obreros que vuelven a sus casas silencic- sos, fumando 6 mascuUando tabaco de Virginia, y oliendo mas a sudor y a ropa vieja que a alcohol, puede uno pagarse el lujo de ver un incendio; yo me lo pague; el termino es impropio, porque fue gratis. Una gran casa aislada, de ladrillo y madera, perfectamente quemable y concienzudamente quemada. Bello espectaculo; estaban ya en salvo los habitantes cuando nosotros nos paramos a contemplarlo; con nosotros uno 6 dos millares de personas, sobre todo, de chiquillos que veian a las coquetas bombas funcionar, como quien las conoce y las puede manejar ; esas bombas parecian riquisimas y complicadas baterias de re- lumbrante niquel, que bombardeaban agua en todas direcciones sobre la casa incendiada. Los bomberos parecian salamandras ; estaban en todas partes como las llamas y el agua; sacaban por las boardillas sus cascos puntiagudos, por las ventanas de los DE PASEO- BOWERY lOI pisos altos salian, subian y se deslizaban por las escalas de sal- vetaje. Bran los coroneles de las columnas de agua que con tin valor tranquilo conducian el agua al fuego. Bravo. Espleiidi- dos esos buzos del incendio. Si aim la tarde no ha avanzado,debe dejarse el wagon a la altu- ra de la tnniba del general Grant, nnestro gran primo, casi nues- tro primo hermano, por lo mncho qne nos qneria, segun dice el Sr. D. Matias Romero, y yo lo creo. Esta tumba 6 moniunento de Grant, es grandioso y vulgar; se parece a el. iO\\\€\\ no lo re- cuerda en Mexico y a su compaiiero el energico Sheridan, tan bnen hombre, tan soldadon y tan franco? Del monumento de Grant se puede bajar, al paso lento de uno de esos comodisimos coches manejados por el cochero desde su alto asiento por enci- ma de la caja del vehiculo, a lo largo del Riverside Park. He aqui lo que alii se ve por una clara tarde de Otoiio: a la izquierda de la amplisima calzada superior, que constituye propiamente el paseo, entre cortinas de casas suntuosas, desembocan sesenta ca- Ues de la ciudad, que vienen derechas desde la otra orilla de la Isla, a traves de todas las Avenidas; en esas casas, verdaderos pa- lacios por el tamafio y la abigarrada pompa del estilo, vive buena parte de la mas aristocratica sociedad de aqui, y aqui van a nnes- tro lado, en carruajesde todas las especies, tirados por caballos de subido precio, 6 cabalgando 6 pedaleando, algunos ejemplares de la gente selecta de esta bendita tierra del dollar y del apio. Vi a sabor algunos de ellos, ciclistas, amazonasy jovenes^^r- denios^ orgullo de la crenia de aqui, y que yo prefiero, a pesar de que haya quien lo dude, a la mayor parte de estos esbeltos y rabones caballos ingleses de noble raza, a quienes solo fal- ta tener el cuero bermejo, como el de uno de los corceles del Apocalipsis, la crin color de azafran y un paraguas azul bajo el brazo, para ser la estampa del clasico turista que la vieja Al- bion enviaa diario hacia el Continente, con el objeto de pasear- se a traves de los teatros de Paris, de las igle^ias de Italia, de I03 EN TIERRA YANKEE las lecherias de Suiza, de las manolas de Andaluciay de lasca- ricaturas, romances y sainetes de todas partes. Me gustan esta flora y esta fauna; la flora esta uutrida con jugo de carne de Chicago y uiargarina, con te helado y fumado (lo que hace a las muchachas ricas nerviosasyal misnio tiempo san- guineas) y con ahnendras tostadas, uiaiz tierno \ pudding y ^«/f- w^^Z/exportaa Europaanualmente algunos suntuosos ejempla- res, otros quedan aqui para ser descritos por Paul Bourget en los veranos de New-Port, 6 para concentrarse lentamente, a la vista de los simples mortales como yo, en sus opulentas mansiones de invierno, en New York, Boston .... La muchacha mexicana suele ser mas interesante;tiene las extremidades mas fiuas,la bo- ca mas dulce,losojos mejorcomunicadoscon esa sombra interior que se llama el alma, y aunque muclio mas pequeila, auda me- jor; pero esta, a fuerza de laion-tennis y de croquet^ y de aire pu- ro, sobre todo, no esta anemica y es, por ende, mas liermosa, masanimada, muscularmente hablando, y mas varonil. En esta edad del musculo, las hembras quieren ser musculos tambien, es decir, quieren las mujeres ser hombres sin dejar de ser mu- jeres; mas como eso no puede ser, conseguiran ser hombres. ^Y los hombres que haremos? Que hareis, mejordicho, porque ya a los que estamos en la adolescencia de la ancianidad, como yo, no nos tocara ver eso! Hondo problema; se resolvera solo, como todos los problemas. La orilla del Riverside que mira al rio, limitada en la parte alta por antepechos y balaustradas de piedra, desciende al nivel de la corriente por una serie de terrazas superpuestas, aun cu- biertas de arboles semidesnudos y de vegetacion agonizante- mente verde, que se desvanece en el crepusculo del ano. Las casitas y las glorietas se desparraman hasta los muelles de la ribera lamida por el sereno Hudson, que se va manso y color de zinc hacia la bahia, surcado por barcos que respiran liumo 6 que abren sus grandes alas turgidas banadas de j^urpura por el sol que mucre, y los asemeja al barco-fantasma de la leyenda genialmente musicada j^or Wagner. DE PASEO- BOWERY 103 El ribazo opuesto parece, a esta luz, una gran mole de piza- rra violacea con incrustaciones rojas y blancas de poblacionci- llas y villas; la linea casi recta de la cresta de esa mole larga y obscura se desprende del gran cortinaje atmosferico, pintado de brochagorda con oro y rojo, pero de gran efecto como telon de opera. Mas arriba todo ese color se desvanece y muere en tonalidades y veladuras de inefable suavidad. I Bravo el pintor! Hacedme, lectores, el favor de describiros a vosotros mismos el Pcwqiie Ceiitral; yo no he de liacerlo; seria meterme en una serie de vericuetos, de canales, de lagos, de tuneles, de selvas, de estanques cuajados de cisnes y de patos, de prados para to- dos los juegos de pelota conocidos y por conocer, de janlas de fieras, de cotos llenos de esbeltos gamos, y otras y otras menu- dencias, todas a cnal mas agradable, diseminadas en una area triple quizas de la que nuestra Alameda de Mexico ocupa; asi me parecio al menos a vista de pajaro. Seguid este consejo: un sabado por la manana dedicaos a visi- tar estos magnificos jardines, lentamente, a pie; sentaos frecuen- temente para ver revolotear esta turba de chicuelos nacarinos y dorados, que parecen hechos con pasta de lirios y de rosas, que revolotean y reinan aqui como en todas partes. Luego almor- zad beatamente en uno de estos restaurants; no tomeis vino si no te; el te afina el aparato registrador de las sensaciones placen- teras. En seguida seguios divirtiendo ; embarcaos en una gon- dola en el lago, dad de comer a un orangutan en la vienagerie^ y cuando decline en su curva corta de otoiio, el sol, tibio, ra- dioso y blondo como una crisantema de invernadero, tomad un cab y salid a la Quinta Avenida por el extremo nordeste del Par- que. Bajad a lo largo de las casas aisladas, enjardinadas y ele- gantisimas de esta admirable via y deteneos en la esquina de la calk 75: he aqui im templo con alta y esplendida escalina- ta, cupula de estilo iudo-musulman, oro y negro y una amplia I04 EN TIERRA YANKEE y rica estriictura que recuerda las iglesias fundadas en Siria por los cnizados en el siglo XII. ^A que culto pertenece? Es una de las cincuenta sinagogas establecidas por lacolonia judia de New York, que cuenta con 250,000 individuos poco mas 6 me- nos, Es una potencia el judaismo aqui; lo es en todas partes masomenos clandestinamente; aqui, ala luz del dia. Yo creo que es la levadura que hace fermentar esta sociedad en afan de ne- gocio; que levanta esta masa con ensueiios de imposibles rique- zas, realizados por una voluntad a que no se pide un resultado normal, sino milagroso. Como los judios vivieron en la historia a fuerza de milagros; como es un fenomeno tan extraordinario que con razon le llaman tambien milagro el de su superviven- ciaetnica; como esperan sin cesar el milagro mesianico, lian sa- bido colocar en el medio social en que viven, una esperanza, ca- si una certidumbre de un efecto inesperado de la suerte, de esos que lian hecho de pobretones jovenes, li ombres archimillonarios como Bennet, Astor, Gould y otros cien. Entramos; precede al templo la escuela; el santuario, asiati- camente lujoso de decoracion, es serio y noble; las galerias, si- tiales, balaustradas, facistoles, el candelabro simbolico de los siete brazos, la lampara eterna de oro, encendida ante el taber- naculo, todo es exquisito, como los mosaicos y los vitrales, so- bre todo el inmenso del plafond^ que pulveriza la luz cenital, en esmeraldas, rubies y topacios. El tabernaculo, especie de area santa y de vitrina^ guarda un soberbio ejemplar de la thot'rA^ de la Ley. Y yo no se por que combinacion de cristales, hay siem- pre en estos tabernaculos una misteriosa luz azul, como si su atmosfera estuviera saturada de atomos del zafir del cielo! Bajando siempre, se atraviesa la magnifica Plasa^los edificios colosales del Savoy-Hotel y del Neederland, y poco despues se entra en el barrio de los Vanderbildt; unos de marmol, otros de piedra bruna y rojiza, todos amplios y suntuosos, los palacios liabitados por los miembros de esta riquisima familia, decoran regaladamente un medio kilometro 6 mas de la Quinta Aveni- da. Mas alia de S. Patricio siguen las iglesias, los hoteles de pri- DE PASEO - BOWERY 105 mer orden, es decir, los primeros del mundo,los cliibs^ entre ellos el Manhattan clitb^ de esplendida instalacion y de cordial aco gida para los forasteros (aqiii mis agradeciinientos personales), y liiego se entra en el mundo del comercio, de los talleres de modas, de las librerias^de las mueblerias, de las sucursales de las grandes casas de veiitas de objetos de arte de Eiiropa. Todo ello tiene un aspecto de lujo y bienestar inexpresable ; parece que to dos los traunseuntes llevaii un millon en la cartera. No se por que no lo llevaba yo. Por aqui hay tambien otra sinagoga (ca- lle 44) que es una reduccion de las mezquitas arabes 6 persas, abigarrada y pintoresca por extremo, con sus torres 6 alminares esbeltisimos, en donde espera uno que, al ocultarse el sol, resue- ne la dulce y vibrante saimodiadel w//^:'?.?/// llamando a la ple- garia. Seria curioso escuchar bajo este incoloro y frio cielo, don- de el sol parece un dios destronado por la luz electrica, una plegaria oriental. A esta hora vespertina y en este dia de brujas, toda la ave- nida esta poblada de carruajes; parece una de esas serpientes sin termino de las edades geologicas, desarrollando sus enormes escamas de charol negro por niillas enteras. Y es una agrada- ble sorpresa encontrarse con unacara mexicana, aunque seain- glesa, conio la del amable vastago de Lord Chesterfield, el insig- ne y rubicundo Chandos Stanhope, niaxime cuando este fugaz encuentro esta decorado por la catedral de S. Patricio de un la- do, las casas de los Vanderbildt del otro, y a vanguardia y re- taguardia los landos cuajados de grandes rosas hunianas con ca- lices de seda, corolas de encaje y plumas y sonibrillas blancas y rojas que sal pi can de nianchas de color la enorme hidra de la Qiiinta Avenida. Ahora a pie, lectores mios. Es de noche y vamos a correr una gran aventura; visitar de noche el Bowery^ que es el Broadway del comercio barato, en los linderos de la Ciudad-baja. jGran aventura! Lo era antes; para hacer una excursion por el Bowery^ J 8.-14 I06 RN TIERRA YANKEE poblado de alemanes, de italianos, de chinos, todos mas 6 menos israelitas, precisaba ir flanqueado de dos 6 tres detectives, lo que daba a la excursion cierto exqnisito sabor de viaje de Rodolfo por los subnrbios en «los Misterios de Paris» novela que perte- nece a las edades antediluvianas de la literatura del Siglo XIX, que asusto y entusiasmo a nuestros abuelos, y que yo todavia lei con deleite liace trescientos afios (Esta es un poco exagera- do, lean ustedes, treinta y cinco). Ahora ya no es jn-eciso hacer testaniento para excursionar en The Bowery; la luz se ha hecho en esta tiniebla: laluz elec- trica. Basta hacerse guiar por un par de buenos conocedores del terreno; tuvimosla fortuna de encontrarlos inmejorables: el Sr. de Garmendia y Alberto Leon; este, un niexicano acliniatado en Nueva York con su numerosa y simpatica tribu. Entramos por la calle Catorce, pasamos frente al corpulen- to edificio que sirve de centro y foco (de infeccion dicen algu- nos) al mas poderoso de los circulos del partido democratico en la Union, el Tauwiaiiy-Hall; ostentaba sobre su fachadota ru- bicunda, profusaniente iluminada, una lista de candidatos para la proxima legislatura. Frente a las puertas de los teatros, a la luz de las tabernas de lujo y de los escaparates, observabamos la interminable procesion de las noct^irnas, que, alia como acd, se nos acercaban con la sonrisa clasica de estas damas, que, ba- jo el afeite de la boca, parece una mueca lugubre. Y como el Bowery es el paraiso de los cafes conciertos, entramos en algu- nos de ellos. Yo habria preferido pasar una hora en uno de esos teatros judeo-german OS que ostentaban, en un hebreo que ha- bria extasiado al profesor Pancho Rivas, sus anuncios, a la luz de candelabros de siete brazos colocados en porticos extrarios; pero mis compaiieros no quisieron y me arrastraron en su pe- regrinacion paralela a una doble e inacabable hilera de taber- nas, tiendecillas y bazares profusamente iluminados, haciendo estaciones frecuentes. Primera Estacion: exhibicion de mujeres gordas. Unos monti- culos de carne grasa con protuberancias simetricas que parecian DE PAvSEO - BOWERY IO7 derrames coagulados, estalactitas fonnidables de color esper- matico ; ojos placidos de bueyes enfermos; alma ningiina, tal vez en el fondo del cerebro una Incecilla ahogada por nn char- co de enjundia; casi desnudo todo esto, pero tan candorosamen- te antiestetico que asi debieron de liaber sido las tenta- cionesde San Antonio, del San Antonio autentico, no del San Antonio de Flaubert, que era Flaubert misnio. Nosabrimospa- so entre nn liervidero de gente sucia, formado de mujeres pro- bables, de judios aguileiios, sordidos, de mirada embozada y bri- Ilante, y de irlandeses compuestos de cui-vas exuberantes-que llameaban de alcohol, de alemanes melancolicos conio Margari- ta, y entramos en la tienda de una gipsy. No tenia mala facha la gitana : la tez de oro negro, el cuerpo envuelto en paiios de colores desvergonzados, sonando toda ella como uu cascabel, gracias a una porcion de collares, pulseras y ajorcas cargadas de monedas falsas, {iy ella seria tambien falsa?) obscuros y las- civos los ojos como dos gotas del infierno y de ebano la cabe- llera opulenta. Aquella bruja que no se parecia a las de Macbeth, me dijo cosas ruborizantes y me pronostico cosas espeluznantes y yo que soy la vanidad in folio le doble la propina; a haberlo sabido la gitanilla me profetiza el trono de Francia y yo la hu- biera creido; porque durante siete minutos crei en lo que me decia. jNo hay hombres mas flacos que los hombres gordos! Segunda Estacion: un cafe aleman todo amueblado de alema- nes, alemanasy alemancitos de los Estados Unidos, oliendo todo d cerveza alemana de aqui y a gente aglomerada y a tabaco: su- ma, oliendo mal. Un publico correcto, bonachon, contento, fe- liz y taciturno; el espectaculo excesivamente divertido e idiota: un gigante constantemente vencido por un enano; es el tema mas 6 menos claro de todos los cuentos de nifios; unos tziganes, que supongo autenticos, tocaban aires liungaros; lo repito, yo me divert! como un animal. Tercera estacion: en el camino de China Town compramos al- gunas baratijas y unos inmensos pantalones de taller para Jesiis Contreras, de esos que empiezan cuatro dedos debajo de la barba: Io8 I5N TIERRA YANKEE estoy seguro que apenas serviriaii de calzoiies de bafio a las gor- dasde la exhibicion susodicha. Uii aleman de catadura vinolenta y fatidica iios pidio dinero con el tono de qiiieu hace un favor; dimosle alguna moneda blauca; qiiiso inas, lo mandamos a pa- sear: (diiiserables, exclamo entonces, yo os dinamitare alguu dia.'> Y este fue el solo peligro de muerte qiie corrimos en Bcnvery; lo estamos corriendo todavia. Dinios vueltas por iinas callejas obscuras, que son, sin em- bargo, mas claras de noche que de dia; nos dirijimos liacia un gran farol cliino que se balanceaba sobre un porton; entramos, pagamos, nos escurrimos por una especie de mugrosa trampa y . . . . estabamos en el teatro chino, con el panuelo en las na- rices. Aquel bodegon en que liabia aglomerados trescientos 6 cuatrocientos chinos, mas bien agachados que sentados, en ban- cos muy primitivos, olia a microbio. Se adivinaba que la atmos- fera estaba saturada de grumos, de colonias, de archipielagos de microbios borraclios por el humo de los tabacos 6 de los cigarros de opio. Se me antojaba que aquellos hombres, uniformados de azul obsciiro, que escucliaban con religiosa atencion, sin pesta- near (verdad es que no tenian 6 no parecian tener pestanas) el ruido infernal del escenario, eran aglomeraciones enonnes de mi- crobios bajo las especies de hombres y mujeres; porque supon- go que habria all! tambien mujeres; solo un experto naturalista podria encontrar la diferencia entre un chino y una china. El escenario era un tablado en doude estaba la orquesta! jla or- questa, Dios de Confucio! jay! si, la orquesta compuesta de tim- bales, tam tames, gongs y chirimias;este escenario tenia dos com- partimientos. En uno, junto a la orquesta, estaba el heroe; de- tras de el una especie de altar con un idolo;en el otro los muertos se iban al diablo. Porque hubo muchos muertos; el heroe vencia a todos los agentes del mal, al traves de monologos sucesivos compuestos de grititos ilimitadamente desapacibles, y subraya- dos cada dos minutos por el ruido siete veces infernal de aquella orquesta satanica. Con su talisman y su espadita de palo el h^- roe los mataba a todos; algunos de aquellos personajes vestian DE PASEO- BOWERY 109 telas siintiiosas. Y los chinos, desde una especic de mandarin de boton rojo que estaba cerca de nosotros, hasta el cocinero color de pringue, oian, y reran; todo eso con sus traje.s negru/ccos, sus caras verdes, su sudor amarillo y suscoletas engrasadas con man- teca rancia . . . . Ivos dramas chinos no acaban; nosotros si aca- bamospor salir de alii, temerosos de que se apoderase de nosotros el vertigo del suicidio, y nos diriginiosa la Pagoda que esta en un quinto piso sobre un restaurant en que otros chinos devo- raban, con su acostmnbrada devocion, sendos platos de arroz, con sus palillos de niarfil. El templo estaba solo; un altar biidico en el fondo, admirablemente tallado en madera y lleno de figu- rines dorados de niarfil ; en los angulos enormes tambores de se- da bordados de figujras quimericas, colocados sobre varas pinta- das, en guisa de enormes faroles. — Dos boncillos engullian arroz en un angulo; nos acercamos al altar, los bonzos nos dieron unos palillos aromaticosque quemamos, con verdadera uncion, delan- te del feisimo dios que teniamos delante, y heclias nuestras salu- taciones )- pagadas nuestras pesetas, nos fuimos vagando y co- mentando hasta Wall Street^ encajouadoen sus liltimos palacios de sombra que se perdian en la noche por un lado y por otro re- mataban en una plateada cornisa de luz de luna. Trinity-Clmrch en aquella soledad, en aquella hora, tenia ,un aspecto tan . . . Pero pasa el fuuicular;a casa; johlsi, la cama,la cania;£pero coino dormir con el timpano enfermo de niusica china? ^m: m^Mm^g^^<^^ MMMli COLON-CERVANTES :|(^^)n una pequena, pero elegante casa de la ciudad alta, se han )arreglado los hispano-americanos de N. York nn casino, un club que aqui dicen, y nos cupo la buena suerte de asistir a su primera reunion de invierno. Entre los socios, los mexica- nos estan en minoria; abinidan los espanoles, los sud-ameri- canos, los cubanos aliora retraidos; pero todos parecen compatriotas; a nosotros todos nos parecieron mexicanos, con todos fraternizamos. Es niuy bello esto de creer, durante ese largo espacio de la vida de un mortal que se llama una noclie de baile, que todos los hombres somos liermanos, que todos los latinos formamos un pueblo, que de nuestras patrias particula- res podemos remontarnos, al compas de una habanera, a una patria ideal que nos es coniiin .... A la luz del alba jay! se di- bujan, en el horizonte lejano, el aguila azteca parada sobre las rocas gigantescas que sirveu de urna al Uzumacinta, y abajo la serpiente anillada de la America central, atisbaudose recelosas; sobre las vertientes andinas del Pacifico, Chile y el Peru, en.sa- yando una reconciliaciou perpetua sobre el cadaver de Bolivia, 112 EN TIERRA YANKEE y Argentina tendiendo su Pampa hasta la pnnta austral del continente en donde la expansion cliilena le saldra al paso y dis- poniendose a dispntar el triunfo al future crecimiento del Bra- zil, en el curso y en la desembocadura de sus rios gigantescos, el Uruguay y el Paraguay . . . . Y aqui, en la boca del Golfo, la tragedia siniestray convulsiva de una lucha entre padres heroi- cos e liijos dignos de sus padres .... Y esta es la liistoria de to- dos los ensueiios; solo es cierta la lucha, .solo es verdad la muerte. El amor mismo, la fuerza que atrae los cuerpos y las almas para engendrar la vida, £que es mas que el supremo esfuerzo, y por consiguiente, el dolor supremo? Aqui reina, aqui esta, in- visible y presente bajo las e.species de la belleza y la juventud; lo aspiran, lo sienten, lo comulgan e.sos cuerpos que ondulan al compas de la musica, esas miradas 6 encendidas 6 iluminadas 6 adormecidas en un crepii.sculo azul como el de la maiiana, 6 negro como el de la noclie, y las bocas entreabiertas, y los se- nos palpitantes, y las frases breves 6 languidas y, .sobre todo, esa fusion magica de la mujer, la luz, el diamante, la flor, la seda y la mii.sica, que producen en el cerebro una impre.sion sola, al grado que no .se .sabe, si no es descomponiendo y desatando la emocion, si las luces .son diamantes, si los diamantes .son mira" das, si las flores son bocas, .si las mujeres .son flores, y si la mii- sica es la respiracion ritmica y el aliento de este organi.smo eti- mero pero intensamente vivo de deleite y poesia. Algunas seiioras mexicanas habia alii, todas buenas y ama- bles por extremo; alii reconoci a aquella eleganti.sima amazona que los jovenes de mi tiempo veiamos, codiciosos y admirados, cruzar por las calles de Mexico, entre la envidia, porque era muy hermosa, y la sorpresa, porque era muy atrevida, de las se- noritas encerradas en sus jaulas de cristal en el flamante Paseo de la Reforma, aliora convertida en una matrona de porte regie y suntuoso que, en compaiiia de su sobrina, encantadora y dul- ce como un angel de Botticelli, hace a los mexicanos los hono- res del consulado de Mexico, el {iltimo dia de cada .semana; alii cerca de ella las sefioras de L., de Sm., del consul de Espana, COLON - CERVANTES 1 1 3 cort^s y fino caballero de origen mexicano, la deliciosa sefiora de G., liija de nuestro buen amigo Lameda Diaz, y otras que en este momento olvido, formaban uii grupo amabilisimo en aquella encantadora isla latina perdida en el oceano sajon. Las niucliachas revoloteaban, reian y bailaban sin descansar: Teresa L., una abeja de oro ligera y susurrante; Maria I., un silfo de balada, risueno y tenue; la linda senorita A., hija de un opulento minero de Sonora, eran, con la sobrina del Consul, las representantes de Mexico en el sarao. Habia tambien esplen- didas jovenes sud-americanas, cubanas muy pocas; las cubanas suelen tener la piel del color de la patina que el sol y el aire sa- line ponen en el oro, y los ojos como dos gotas de mar verde iluminadas por la luna, y la boca, revelacion de la vida y la san- gre tropical, roja y jugosa como la carne del mamey, y el cuer- po cimbrante como las palmas que Torroella canto .... Pero cuando son blancas }• rubias y altas, son incomparables, como esta seiiorita que pasa ante el ocular de mis recuerdos, de la fa- milia de nuestro buen amigo Cuyas (Kalendas) que es el alma de esta sociedad, liombre inteligente, activo y simpatico como pocos. — Habia tambien algunas lindas americanas bailadoras, intrepidas y gallardas, flirtadoras espirituales y peligrosas, que me tomaron por profesor c|e castellano, lengua que proclamabau adorable, y que, en los labios sanguineos y puros de estas donce- llas, parecia compuesto de rigidose.sdrujulos, que flotaban como girones abigarrados de sonoras banderolas arrolladas en derre- dor del acento de la antepenultima silaba. Yo, bajo los auspi- cios del Gobernador de San Luis, que, apuesto y un tanto sono- liento, inclinaba ante aquellas hermosas su marcial figura, tom^ en serio mi papel de maestro. Este mismo grupo del Colon-Cervantes se reunio en un pe- queiio teatro bonito y c6modo, con objeto de despedirse de una joven socia, que habia perdido recientemente a su padre y que iba a ingresar en una compania dramatica para ganarse la vi- J. S.— IS 114 E^ TIERRA YANKEE da. Todos aprobaban esa detemiinaci6n; aqui ning-tin modo de trabajo deshonra, exccpto el que tiene por materia prima la liou- ra misma. Todos reconocian que aquella simpatica muchacha tenia para el teatro facultades distinguidas y aplaudian su de- cision valiente de tomar un puesto peligroso en la luclia por la vida. Y era cierto, tenia facultades esc^nicas que Cuyas, el Direc- tor habilisimo de la troupe del Colon-Cerv^antes, habia cultiva- do con a more, la joven beneficiada. En una pieza compuesta ad hoc^ por el espiritual cronista del Diario de la Marina de la Ha- bana, pudo lucir la actriz futura, no solo esas facultades, sino la facilidad y propiedad extrema con que podia expresarse en tres idiomas d la vez, el frances, el ingles y el espaiiol. Aqui es comun esto entre las jovenes liispano-americanas; mexicanitas conozco yo en New- York que liablan el ingles con soltura maravillosa, iQue raras veces una inglesa, una- francesa llegan a hablar el castellano,^ pesar de permanecer largos aiios entre nosotros, con la exactitud y el acento propio con que nues- tras paisanas dicen el ingles 6 el frances, y con frecuencia am- bos idiomas? Es verdad que al salir de los labios de las mexica- nas adquieren los vocablos exoticos y hasta los espaiioles, cierta insinuante dulzura: asi las mariposas se levantan de las corolas de las flores con las alas orladas de miel En esta reuni6n teatral de los hispano-americanos tuve oca- sion de conocer y de hacerme amigo (quieu lo conoce tornase amigo suyo en el acto), del eminente hombre de letras sud-ame- ricano D. Nicanor Bolet Peraza. Un Ikerato no presuntuoso es una ave tan rara, que aquel escritor tan efusivo, tan simpatico^ tan hondamente americano y tan altamente latino me dejo ad- mirado y encantado. Muclio suyo habia leido, le debia yo frases y conceptos exquisitamente benevolos, y le estaba profunda- mente agradecido. Hablamos largo de Mexico, de sus escrito- res, de sus poetas que conoce perfectamente, de nuestro infor- tunado amigo Gutierrez Najera, cuya muerte ha enlutado para siempre la lira nacional: «No, me decia Bolet Peraza, no diga COLON - CERVANTES 1 1 5 usted la lira nacioiial, diga la lira de America; Gutierrez Na- jera es nuestro, le reclamamos y le aclamamos todos. Lo ama- mos y lo ensalzamos todos cuantos liemos concebido para los pueblos latinos de este continente, un ideal comun, cuantos sin cesar los convocamos a un unanime sursuni.^^ Me despedi de el con cierta euiocion; ^nos volveremos a ver? Abajo, debajo, en el piso subterraneo del Colon-Cervantes, en la sala de billar, en el bar^ reunidos en derredor de los vasos de cen.^eza, de los cock-tails, del licor de gengibre, entre espe- sas nubes de hunio de tabaco, los muchachos bebian y pasaban, los hombres serios bebian y se sentaban y hablaban de nego- cios, de politica jay! de politica internacional. ^Como podra resistir Venezuela los avances de Inglaterra sobre un territorio que es, por herencia de Espafia, venezolano? (Aun no hacia so- nar Mr. Cleveland la gran cainpana de alarma de la doctrina Monroe, de alaruia en todos sentidos.) Y luego, Cuba. tQue ac- titud tomara el Ejecutivo Americano, cual los poderes legisla- tivos? ^Como permitir que esta guerra, cada vez mas sangrienta, siga indefinidamente? Q}x^ impidan, no aparentemente, sino de veras los americanos las expediciones filibusteras, y la insurrec- cion morira falta de parque y de dinero, decian los espanoles y los espanolizantes. La opinion predominante alii y en todos los circulos sociales era esta: ha llegado la ocasion de resolver el problema cubano; a todo trance sera resuel to esta vez; 6 lore- suelve Espaiia 6 lo resuelven los Estados Unidos; en America no puede liaber mas que pueblos libres, y Cuba lo sera. Si; pero s61o una politica sensiblcr'a puede querer que esta libertad sea obra de los Estados Unidos, replicaban otros; esto equivaldria en realidad a la anexion de la Isla, y los que nos llamamos la- tinos no podemos ver tranquilamente la absorcion del mundo antillano por la raza sajona, que tiene fines y medios esencial- mentedistintosde los nuestros: ^stas, jjoco mas 6 poco menos> Il6 EN TIERRA YANKEE eran las opiniones que ahi oimos y de que pudimos tomar no- ta. Lo repetimos, la idea domiuaute en los circulos sociales y politicos de la Union, es que Cuba debe ser independiente, y de- be ser, no de los Estados Unidos, joli, no! si no fonnar parte de los Estados Unidos; no una colonia, sino un Estado de la fe- deracion americana. Y eso es indeclinable. Este sentimiento que es general, casi unanime, segun pudimos observar, va en un crescendo de exaltacion a compas de la exaltacion espanola; al menos en el pueblo. I^os moviles hunianitarios sobre que se frasea tanto en discursos y articulos, son una soberana anagaza; ^sto solo es cierto en el corazon de algunas seiioras y estudian- tes; lo que aqui hay es una formidable codicia; lo que aqui existe es el misnio cinico apetito que determino al Congre.so Ameri- cano a aceptar la anexion de Texas, que, al segregarse de noso- tros, habia liecho lazar por sus coiv-boys un giron del territorio de Taniaulipas. La verdad es que Cuba es un gran Ini shies s: hace cincuenta aiios que el entonces ministro Buchanan auto- rizaba al plenipotenciario Saunders a ofrecer cien millones de duros a Espaiia por la sienipre infiel Isla; cinco aiios despues la oferta subio a doscientos millones, y ahora mismo, si pudiese haber de parte de Espafia una intencion manifiesta de discutir semejante proposicion, el gobierno americano ofreceria lo mis- mo 6 mas, con el reconocimiento de la deuda cubaua por ana- didura. jSi sera negocio! Por eso el gobierno de la Casa Blanca tiene la firme decision de fiicilitar, con la libertad, la americanizacion de la Isla; este es el pensamiento, apenas disimulado, es el de derriere la tete^ como los franceses dicen. Si su actitud ha sido hasta hoy reser- vada y en apariencia correcta, depende de que aqui una prepa- racion para la guerra es muy lentay niuy publica; pero, segun informes que creo buenos, esta preparacion quedara completa en el curso de 98; entonces la amonestacion amistosa a Espana, se convertira en asperrima intimacion, y el coloso levantara su voz formidable para formular un iusolente idtmiatum, Y los es- panoles no pueden forjarse ilusiones; una guerra por Cuba, que COLON - CKRVANTjES 1 17 empezaria por liacer de Cuba iiiisma la prenda pretoria que aseg'urase los gastos de la guerra, sei-ia aqui enonuemente popu- lar: iin puerto bombardeado, uua ciudad saqueada, dos 6 tres ceutenares de buques niercantes pillados en la mar por los cor- sarios, son alfilerazos en el cuerpo del coloso; solo servirian pa- ra irritarlo, ni lo desangraran, ni lo rendiran. Verdad es que Espana, perdiendo a Cuba con honor, es decir, luchando, per- dera casi nada, si se atiende a la incurable situacion de la Isla mientras sea espanola. Pero la guerra con los Estados Unidos, si enriquecera con nuevos episodios lieroicos, los heroi'cos ana- les espanoles; cavara tal abismo financiero a los pies de la monar- quia, que no bastaran a colmarlo las ruinas seculares del trono. Hay ciertamente muclio de admirable, no ya efi el esfuerzo y la abnegacion sorprendentes del pueblo espaiiol arrojando su sangre y su oro, sin vacilar y sin contar, a la insaciable horna- za tropical de Cuba; sino en la politica de Canovas del Casti- llo, colocandose resueltamente en un extremo de la cuestion, y sosteniendo, con intratable y soberbia entereza, ladoctrinaab- surda de que debe considerarse a Cuba como parte integrante del territorio nacional; de modo que no es una cuestion colo- nial, sino de integridad territorial la presente. Desde el primer ministro espaiiol hasta nuestro excelso y venerado Castelar, to- dos los liombres de gobierno en la Peninsula se lian encastilla- do en esta especie de dogma de orgullo, que cuadra a maravi- 11a con la indole del pueblo espanol, pero que saca la cuestion de su quicio. La doctrina natural y racional es esta otra. Cuba es una colonia; toda colonia es una nacion embrionaria, toda metropoli debe cuidar del crecimiento de su liija, de hacer de ella una nueva y completa manifestacion, en el niundo, de su es- piritu, de sus ideales y de sus intereses, si posible fuere. Plan- teado asi el problema, la autonomia no sera nunca una solucion definitiva de la cuestion cubana, es cierto, pero llevara a ella, por un pacto libremente consentido. La aceptacion del consejo del Conde de Aranda, habria evitado los abismos de sangre de las guerras de insurreccion en America: la politica de O'Dono- Il8 EN TIERRA YANKEE jii, comprendida y aprobada en las Cortes liberales de 1822, ha- briasalvado el prestigio de Espana en el NnevoMmido. (i) No importa; desde iin pun to de vista eminente, el error mis- mo de esta guerra antillana tiene una filosofia estoica y rigida, pero soberanamente consoladora: en pleno fin de siglo, del si- glo mas egoista y mas positivista de la Historia, dos conside- rables grupos humanos, espontaneamente se sacrifican por dos altisimos ideales; si un Juez regula en su arbitrio supremo la finalidad del mundo moral, liagamos votos porque esos dos idea- les en conflicto, se refundan en uno solo de libertad y de jus- ticia. La maiiana del domingo siguiente d una de estas fiestas (que son invariablemente en sabado), me dirigi a la casa de mi buen amigo el Sr, Smithers: alii comi en familia; una simpatica, por extrcmo simpatica familia: la seiiora, joven aim y hermosa; su hermana Maria, la espiritual muchacha de que liabl6 antes, y una docena (creo que si), una docena de muchachos discurrido- res y traviesos, que a pesar de saber ingles hablan castellano y son aficionados a los poetas espanoles como Becquer,6 escuchan embelesados a Juan Peza en sus tiernas elegias del hogar. Ha- blamos de una familia sinaloense, ahora radicada en Mexico, cuya amistad nos era cara a ellos y a mi, del jefe de esa familia, excelente amigo, de la admirable seiiora que la preside, de su bella hija, de los muchachos tan amables y tan buenos. . . . Un cubo de estos que se llaman una casa en New-York, pue- de alojar comodamente a un burgues de recursos, distribuido como la casa de mi anfitrion de aquel domingo. Un piso, bajo el suelo, para el carbon, las tomas de agua, la base de los calefacto- res, etc.; encima otro piso que tomaluz por sus ventanas sobre el nivel de la acera, alii estan las cocinas y el comedor; encima dos 6 tres saloncitos para recibir, para fumar, los otros dos pi- (i) Este capitulo, escrito cuando aim vivii CAnovas del Castillo, fu6 publicado, bastautes tneses autes de la guerra, eu uEl Muudo Ilustrado* de esta capital. v COLON - CERVANTES 119 SOS altos para dormitorios, y asi se piiede tener una casa en as- cension constante hasta el cielo. . . , Llovio todo aquel dia; en la melancolica tarde me fui a ins- talar a la Bateria. No hay ensuetio duradero sin nn mar pre- sente 6 presentido, qne prolongne dnlcemente el alma y la di- funda en lo infinite. La mar estaba tranquila y snavemente acariciadora con rnmores de cristal en las olas lentas .... Las nieblas se recogian en inmensas bambalinas qne quedaban col- gando del cielo. . . . \^os ferry s cruzaban silenciosos la bahia como geologicos cetaceos de fierro y liumo; se adivinabau los contornos de las islas; la Libertad parecia nn gran fantasma (jay! eso es), y mas alia de sn silueta espectral se abria nn arco de misterioso azul .... Un rayo de sol en agonia toco todo aque- llo, qne vivio y palpito nn instante en desleimientos de oro ..... Despues palidecio todo, y por la puerta azul volo mi espiritu co- mo nn celaje impregnado de mis nostalgias y mis lagrimas. • IS WASHINGTON g^STOS ferrocarriles del Alto Este, son ferrocarriles de salon; dobles, triples, cnadrnples; vias lujosamente instaladas, ba- rridas,'brunidas, acicaladas, como lasavenidas de unjardin rice; los wagones soberbios de confort, con mnebles, cortinas, cojines y asientos suntnosos, sultanicos, se deslizan casi sin tre- pidacion ni ondulaciones por entre ciudades abigarradas qne se tocan y se espian mtitnamente desde lo alto de sus torres-casas de quince pisos, especie de ciudades-anuncios, coronadas por letreros, rotulos y enseiias, y empenachadas de inmensos plume- ros pardos de hunio de luilla. Hay parentesis deliciosos; bosqiies qne el otoiio convierte en selvas de coral y oro, formados de ar- boles de comedia de magia que parecen flores por cuyas venas corriera sangre en vez de savia; rios amplios y profundos que lamen isletas de vegetacion en agonia, y van al mar proximo cargados de buques de todos los tamaiios y de todos los colores. Una liora larga despues de haber pasado a orillas de la gran mancha escarlatinosa de Baltimore, jDaramos en iina estacion cliaparra, fea, sin majestad, sin esa majestad que da lo enorme J. s.— 16 122 EN TIERRA YANKEE y que es propia de estas arqiiitecturas yankees; estabamos en Washington. Priniera impresion: ciudad casi sola, agradable, correcta, am- plia, forniada por eternas calles bordadas de arboles palidos y susnrrantes como los de los cementerios; un pavimento admira- ble de limpieza y de lisura; podria patinarse en el sin tropiezo durante una legna. Por entre las copas nerviosas y finas de los drboles se entreven largas series de casas, modestas en compara- cion de los gigantescos bloques de New- York, j)ero, al parecer, mas comodas, mas sanas. De vez en cuando un severo y colosal convento de granito, un edificio publico blanquecino y enorme, recuerdan al viajero que esta en el pais de las liiperbolicas di- mensiones. jOh! jqne ciudad tan simpatica, tan triste! Enferma, a pesar de su higiene, enferma de viruela negra. Hay en la Union, segun el censo de este aiio, 6.338,000 negros puros )• 1.132,000 mestizos (mulatos, cuarterones, etc.), y aun- que en 25 anos la proporcion de la gente de color respecto de los blancos haya bajado de 15 a 13 mil por cada 100,000 blancos, esto no quiere decir que los negros scan cada vez menos proli- ficos, sino que la inmigracion blanca ha superado a esa fuerza reproductiva. Sea lo que fuere, Washington es una de las capi- tales de la nacion negra y eso la carga de sombra. El mulato de los hoteles de New- York, es limpio, elegante y simpatico, con frecuencia; el negro de los hoteles de Washington es sucio y feo como un diablo de baja estofa. Fobre raza, apenas desprendida de la esclavitud, apenas en estado de oruga hace un tercio de si- glo, la libertad ha liecho en ellaun efecto singular parecido al del alcohol; en realidad no la ha liecho libre, sino insolente. Instalados en nucstro hotel, que resulto ser una casa historica (segun nos dijo luego el Sr. Romero, que es la viva historia mo- derna de Washington) y despues de ver al soslayo, en un extre- mo de la csplendida avenida de Pensilvania, la imponente m^sa del Capitolio, tomamos un carruaje y nos hicimos conducir a la WASHINGTON 1 23 legacioii de Mexico. Es una casa de serio y elegante aspecto, de color granitico y situada relativaniente cerca de la Casa Blanca y de los Ministerios que la rodean. Todas las legaciones hacen la corte, y con niucha razon, mas bien a la casa del Presidente que al Capitolio. El Sr. Romero no estaba en Washington, lo esperaban en la noclie; el primer Secretario, mi buen amigo Mi- guel Covarrubias tampoco estaba, y solo tuvimos el gusto de ver aquella tarde al joven secretario Plaza, hijo de aquel extraiio poeta, popular en Mexico hace algunos aiios, pesimista y ardien- te, especie de Baudelaire inferior, apenas artista, pero intensa y amargamente sentimental. El joven Plaza se puso a nuestra dis- posicion con exquisita cortesia, nos hizo recorrer en carruaje algunas de las principales calles, lo que es una delicia en un mo- rir de tarde color de violeta como el de aquel dia de Octubre, con un frio apenas molesto y sin viento ni tristeza, y sobre un pavi- mento sin un solo desnivel. Las casas se empinaban sombrias sobre los arboles que se desnudaban hoja por lioja para recibir en plena piel, el beso mortal de las nevadas proximas. La luz de los reverberos electricos dejaba las partes altas de esas casas y las capricliosas lineas de sus remates en una obscuridad azu- losa como la del pais de los ensueiios; a mi me parecian una cu- riosa mezcla de palomares y organos de iglesia, de abrumadoras proporciones. Entregamos a nuestro cicerone, para que la pusiera en manos del Sr. Romero, la carta que para el me habia enviado con su impecable cortesia el Sr. General Diaz, y en la que me parecia encontrar, no sin cierta flaca vanidad, algo mas expresivo que las formulas usuales de la Secretaria del Presidente, que son co- nocidisimas en el mundo burocratico. Llego la noche, nos liicimos servir en el lujoso restaurant del hotel Raleigh una cena suculenta, dorada al margen por el bu- llicioso topacio de una champaiia seca de alta marca y de un pre- cio que me obligara a renunciar a ella como succedanea del agiia delgada en la capital azteca, y remolcados a todo liumo por los opiparos puros que se pagaba mi casi imberbe primo, nos diri- 124 ^^ TIERRA YANKEE gimos al teatro, a uii teatro que se llama de lao-rande opera y que me parecio inferior a cualquiera de los de New York. La concurrencia vestia de cualquier modo; las seilorasde los palcos estaban casi todas de sombrero, como en las tardes teatrales de Mexico; entre ellas vimos algnnas bonitas y bien pnestas. Cierto es que aun no inauguraba la sociedad politica y diplomatica de Washington sus fastuosos inviernos. Cuando vi por primera vez las deliciosas parodias en que Meil- hac y Halevy pusieron en caricatura a Homero y los tragicos griegos, dorandoestapildoradearsenico,conlamiisicaendiabla- damentejovenymal intencionadade OfFembach,uno de los mas simpaticos agentes del demonio en nuestro siglo, me crei obli- gado a protestar con melancolica solemnidad en nombre del arte eterno, aunque estudiante (digo, que a pesar de ser estudiante me creia facultado para hablar de cosas eternas). lya verdad es que aquellas operetas me divertian jay! furiosamente, y que ha- cia esfuerzos imposibles para disimularlo, por pura actit;id. Llo- rabamos entonces la muerte de lo bello asesinado por la seiio- rita Torreblanca que bailaba con unas piernas muy gordas un cancan muy azteca; el maestro Melesio Morales, transportando al tono menor la miisica misma de las cuadrillas cancanescas, componia la marclia ftinebre de la estetica; dulce y elefantina co- mo la estatua de Atena, la pobre Carolina Civili amenazaba a los sacrilegos con el puiial de Melpomene; Olavarria, que era en aquellos siglos un muchacho muy bonito, muy amable y muy entusiasta y candoroso (en esto ultimo eramos gemelos), se ba- tia con el baron, es decir conGostkowski,que era el baron por an- tonomasia, porque aquel defendia la causa del llanto en el arte, y el baron la de la risa; y todos los bohcmios — asi nos llamabamos de orden de Pepe Cuellar y por odio a los filisteos — seguiamos en Mgubre teoria a nuestro ilustre maestro Altamirano, y ex- halando unisonos lamentos de dolor literario,reproduciamos co- mo simios, los gestosde indignacion de nuestro amado corifeo. En el fondo esta comedia nos divertia mucho tambien. En el escenario del gran teatro de Washington, se desarro- WASHINGTON 1 25 llaba una parodiaenorme, aplastaiite y siiipiscadegracia. 1492 se intitulaba; en ella, desde el sitio de Granada hasta el descu- brimiento del parque Madisson en Nueva York por el genoves consabido, vinios una sucesion de cuadros estupidos en el fon- do y sumamente divertidos en la forma, si por la forma se en- tiende las decoraciones. La corte de los reyes catolicos (hacia de reina Isabel un yankazo de veinte codos de altura, voz de es- coces borracho y copioso bigote), era una especie de corte de los milagros: la reina aplanchaba los pantalones de Don Fernan- do, las princesas flirtaban con los niilitares, y Colon jugaba a la pelota con su mundo por descubrir; impagable resultaba el espectaculo a fuerza de ser idiota. Pero esplendidos trajes: jque serpentenamiento de oro y Inz en los telones, que surtidores de agua tan bien iluniinados, que magicas vistas de la Alhambra! lyuego Colon emprende el viaje: la escena representa el mar in- menso; perdidas en el, como un triangulo volador de procelarias en la noche, las carabelas historicas; luego una lenta y pura au- rora americana. . . . Realmente la ilusion era poderosa; caia el telon sobre el alma tremula de admiracion y vibrante de re- cuerdo .... iOli! si el recuerdo de lo que no se ha vi.sto, pero que ha sido, es el mas conmovedor de los recuerdos! . . . Despues seguian escenas neo-yorquinas, en pleno mundo ra- teril; los timosingeniosos delos pick-pockets formaban la subs- tancia de todo aquello. Y se conocia que el publico gozaba mu- cho; las mandibulas de aquellas bueuas gentes estaban animadas de un perpetuo y silencioso movimiento trepidatorio. Lo que mas me gusto fue la parte negra de aquella monserga teatral; los bailes interminables de los negros, sus canciones monotonas, acaban por hipnotizar y por producir luego una dulce y sorda voluptuosidad que paraliza el espiritu y hace cosquillas como con una pluma suavisima, en todas las puntas y nudos del sis- tema nervioso .... Y en aquel sopor languido dominaba la voz opacay ardientey la ondulacion de las formas de una mujer (una inglesa de carne opulenta y que debia de tener el microbio ne- :gro en la sangre) que cantaba, con un ritmo siempre igual, una 126 EN TIERRA YANKEE cancion erotica eii que habia arriiUos de paloma y riigidos ater- ciopelados de pantera en noche de luna. Temo que la Academia se escandalice con estos adjetivos y me excomulgue. iOh! jsi, lo temo! En esta estacion del aiio aun no estan plenamente preparados loshoteles para el serviciode invienio y suelehacerbastante frio en las mananas, a pesar de las espesas mantas. Aconsejo en este caso hacer lo que yo hice en Washington: prepararse un baiio semi-caliente y sumergirse en el liasta la venida del sol; tomar entonces un buen almuerzo e ir a pie por aquellas amplias ave- nidas, contemplando losmedianamente ricosaparadoresque dan d Washington el aspecto de una ciudad de provincia, comparan- dola con Nueva York 6 Filadelfia, hasta la Legacion de Mexico, Esta ultima parte del consejo puede suprimirse naturalmente ; yo no hubiera, por ning{in motivo, prescindido de esta excur- si6n; D. Matias Romero es el hombre que oculta mayor dosis de amabilidad bajo su cetrina y velluda corteza de cuaquero melancolico. Muy bueno, excelente hombre; por desgracia tra- baja tanto con la cabeza como con los pies, es decir, indefinida- mente. Habia llegado de Filadelfia hacia algunas horas; despues 6 antes de tomar su ducha habia jugado a la pelota, el solo, en una sala ad hoc; luego habia firmado y revisado cien documen- tos, la mayor parte redactados por el, los mas largos, porque el Sr. Romero plumea indefinidamente tambien:es el hombre mas liberal de la tierra, porque no tiene la nocion del limite; todos sus informes son opusculos, todos sus opusculos son libros, to- das sus memorias son bibliotecas; es un Tostado: nadie lo lee sin fatiga, nadie lo lee sin provecho. Nos abrazamos y, sin sen- tarnos, sin reirnos (yo descanso de una caminata de una legua con una risada de seis minntos) tomamos el camino de la Te- soreria al paso menudo y rapido del vSr. D. Matias. Grandioso portico, de dorico severo; columnas, arquitraves, escalinatas, formadas de enonnes'bloques de piedra blanquiz- WASHINGTON 127 ca, monoliticos. Eiitramos, saludamos a los jefes principales de la oficina, que todos tratan a Mr. Romero con afecto respetuo- so, como a persona de la casa, y provistos de uno de estos ama- bles funcionarios, bajamos por un descensor a los sotanos, ilu- minados perfectamente a giorno por focos de luz incandescen- te dia ynoclie. Alii, en departamentos de acero, admirablemente distribuidos y cerrados por alambrados, que no es posible ata- car ni abrir sin poner en movimiento una serie de juegos de campanas electricas, yacen centenares de millones de valores : garantias de Bancos, billetes del Tesoro, barras de oro y plata, etc. Tanto es lo alii aglomerado, que ni codicia despierta, esta por encima de cualquier ensueno de poeta ambicioso de rique- zas, aun cuando tenga la imaginacion y el apetito a altisima presion, aun cuando crea posible caer al mar envuelto en un saco de muerte y emerger de alii convertido en Montecristo Esta indiferencia sublime ante aquella serrania de dinero, me dio buena idea de mi mismo. Y esta buena idea subio de punto en el momento en que uno de los jefes de aquellas opulentisimas oficinas puso en mis manos un paquete de billetes (dos 6 trescientos mil pesos) y me invito a destruirlos por un solo golpe de palanca en una finisima prensa de acero; lo que hice concienzudamente. Pocos hombres ban de haber aniquilado tamaiia fortuna, con tanta rapidez y tan poca emocion como yo. — Lo admirable en estas gigantescas bombas de aspirar y arrojar dinero en todo el sistema circulatorio de la Federacion, es lo bien que; en ellas se ha distribuido el trabajo. Hay una seccion destinada al sello de billetes desempefiado por mujeres, que es una maravilla de orden y destreza; pero el mas curioso de todos es el departamento en que se cambian billetes viejos 6 estropeados por nuevos; todo aquel que quiere cambiar sus billetes por nuevos, los en via al Tesoro, que, sin gasto algu- no para el remitente, hace el cambio. «La Federacion desea que su papel sea siempre limpio y entero) nos decia el Tesorero. La sagacidad desplegada por las seiloras encargadas de revisar los billetes enviados, no solo para averiguar si son 6 no falsos, sino 128 EN TIERRA YANKEE para restaurarlos, porqiie mtichas veces vieiien en fragmentos mi- nfiscnlos 6 qiiemados, y, para leer en ellos su valor real, es igual, algunas veces, a la que puede desplegar un paleontologista pa- ra restaurar el esqneleto de un paquidermo antidiluviano con solo el examen de un molar 6 de un fragmeuto de tibia fosiles. En los otros angulos del bonito parque que cine la casa de los Presidentes, blanquisima realmente, la famosa Casa Blanca, se elevan lo5 ministerios de Estado (relaciones) y de guerra; los visitanios de prisa, jadeando en pos de nuestro infatigable D. Matias. Nada de particular tienen 6 nada de particular vimos en ellos; el despaclio del Ministro de la guerra, con unos retra- tos de Washington y del general Grant entre banderitas, nos pa- recio atrsi; la biblioteca del Ministerio de Estado, esta admira- blemente instalada; alii se muestran autografos, piadosamente conservados, de los fundadores de la Union y, entre otras curio- sidades, un colmillo de elefante regalado en prenda de paz al Pre- sidente Cleveland, por unjefeafricano. En la casa del Presidente recorrimos las elegantes, aunque no lujosas, galenas laterales y, si nuestra pennanencia en Washington se hubiese prolongado, habrianios tenido el gusto de vera Mr. Cleveland, que en aquellos momentos habia salido de la ciudad; yo que uie hahia propuesto no hacer este viaje para observar, sino para recibir sensaciones, sent! no haber visto a la bella y distinguidisima Sra. Cleveland. La Sra. de Romero nos recibio a su mesa en la noclie. La es- posa del ministro ha pasado, en los ultimos aiios, por graves en- fermedades y, por eso, no es ya aquella delicio.sa joven, fresca y alegre como una flor de primavera, que fue encanto de la socie- dad mexicana en los aiios que siguieron inmediatamente a la restauracion de la Republica; pero bella at'in y elegante y distin- guida como pocas, la Sra. de Romero, en un castellano un tanto breve y condensado, si muy correcto, liace con tan exquisita ama- bilidad los honores de la casa de Mexico en Washington, que alii WASHINGTON 1 29 las horas pasan rapidas, y en la despedida tienibla siempre una nota sorda de emocion y de tristeza. Tuvimos el gusto de ver en la tertnlia de nnestro ministro al Sr. Foster, antiguo plenipotenciario de los Estados Unidos en Mexico y en Espana, legista y politico eminente, que descansa- ba en Washington de su viaje a China y al Japon, en donde ase- soro a Li-Hung-Chang, en los tratados de paz celebrados entre las dos potencias; labor considerable que acababa de ser remu- nerada con 250 6 300 mil pesos. El seiior y la seiiora de Foster recuerdan mucho a Mexico, y si no fnera porqiie tienen deseos de descansar un poco, despues de haber dado tres veces la vuelta al mundo, irian a pasar nn invierno a nnestro pais. Salimos encantados de la legacion cuando niediaba la noche, y departimos por aqnellas magnificas calles de Washington con algunos paisanos nnestros y dos 6 tres caballeros americanos; la noche cstaba tibia y serena, y yo agobiado de recuerdos de mi padre qne, hacia cincuenta aiios habia hecho iguales paseos, que describe en sn viaje, por esta misma avenida de Pensilvauia. siffiisl EL CAPIT0L80 PASKANDO /'oMO el de San Pedro en Roma, el domo de esta gran cate- Mral laica de la Libertad humana, se ve de todas partes. Con- fesemoslo de buen grado: el Capitolio de Washington es el centro dela transformacion republicana del mnndo cristiano. La teoria cientifica (apoyada en la observacion y la experiencia), del gobierno libre, democratico y federal, formulada en precep- tos en la Constitncion, ha sido, en este laboratorio politico y ju- dicial, redncida a la practica. Y a pesar de que el admirable do- mo bianco, asentado sobre un tambor artistico de puro estilo frances neo-clasico, ha disminuido a la vista sus majestuosas proporciones de antano, gracias al crecimiento constante de los pabellones laterales, puede decirse que, idealmente, descuella sobre todo el Continente nuestro; es la mayor alturaamericana. Admiro al pueblo cuyo centro de gravedad politica es el Capi- tolio; su grandeza me abruma, y me impacienta, y me irrita a veces. Pero no soy de los que se pasan la vida arrodillados an- te ^1, ni de los que siguen alborozados, con pasitos de pigmeo, los pasos de este gigante, que, en otro tienipo fue el ogro de 132 EN TIERRA YANKEE nuestra historia, como los niiios a los hercules de circo. Perte- nezco a un pueblo debil, que puede perdonar, pero que no debe olvidar la espantosa injusticia cometida con el liace medio siglo; y quiero, como mi patria, tener ante los Estados Unidos, obra pasmosa de la naturaleza y de la suerte, la resignacion orgullo- sa y muda que nos ha permitido hacernos dignamente duenos de nuestros destinos. Yo no niego mi admiracion, pero procu- re explicarmela; mi cabeza se inclina, pero no permanece incli- nada; luego se yergue mas para ver mejor. Desde la noche misma que llegamos a Washington, despu^s del teatro, sin poderdominar nuestra curiosidad, subimos como sombras por la amplisima escalinata que hace accesible la co- lina sagrada del Capitolio; nos sentamos al pie.de la gran ba- laustrada, y durante una hora larga vimos de hito en hito aquel edificio: ^por que con indefinible emocion? Es muy grande, muy regular en cada una de sus partes, aunque desproporcionado ya, como he dicho; la cupula no totaliza el edificio, como antes; ne- cesitaria ser cinco veces mayor de lo que es; no era ni podia ser la mia, como se v^e, una emocion estetica; era otra, del orden mo- ral, sin duda; muy confusa y muy tumultuosa brotaba de mi memoria y de mi conciencia; pensaba yo en todo lo que alii se habia discutido, en las ensetianzas insolitas que esas discusiones entranaban, en los actos que de ellas se iban desprendiendo; pensaba yo en las iniquidades alii sancionadas por la faccion que perpetro la guerra couMexicoy la anexionde territorios que no eran Texas; pensaba en lo que por tanto tiempo habia logrado hacer el partido esclavista protegido por la ley; en la aspera e im- placable politicade egoismo nacional que con el titulo de (tpro- teccion a la industria,» no solo ha creado la industria americana, lo que podia justificarla, sino que despues de nacida y crecida, la ha mantenido en su situacion privilegiada, lo que ha dado por resultado la formacion de formidables divisiones sociales en el seno de la democracia, provocando el amontonamiento de gi- gantescas riquezas en manos de unos cuantos oligarcas, y de ape- titos insaciables en las densisimas masas obreras: electricidades EL CAPITOLIO 133 contrarias de donde se originaran conflagraciones mas pavoro- sas que los cataclismos de la naturaleza que cambian la forma de los Continentes. Se ve bien, por contraste, esa base obscu- ra de la flania que esplende en este gran faro en que se combi- nan el elemento de la ley y de la justicia para producir la luz. El desenvolvimiento de la Constitucion, su apropiacion a las ingentes necesidades de este organismo que es un milagro de crecimiento, la liberacion de milloues de esclavos, provocando la guerra civil, para hacerla definitiva, y exponiendo a la Union a disolverse, para liacer triunfar la libertad liumana; y el comen- tario perpetuo de la ley fundamental heclio por la Suprema Corte, que con el ha embebido de derecho constitucional hasta la ultima celdilla de este cuerpo vivo, esa es la labor sin par del Capitolio. ^Como no inclinarnos ante ella, nosotros, pobres ato- mos sin nombre, si la historia se inclina? Subimos de nuevo en la maiiana la escalinata en que tenni- na, por el lado de la Avenida de Pensilvania, el parque del Ca- pitolio; Uegamos a la nieseta de la colina en cuyo centro descansa el edificio rodeado de una balaustrada monumental coronada por severisimos vasos de bronce, dimos vuelta al pabellon del N. y, fatigados, aunque sin sentirlo todavia, nos colocamos frente a la entrada que ve al sol naciente. La verdad es que era aquel un sol de fuego que nos cocia con la misma voluptuosidad con que ca- lentaba el solemne domo de metal bianco que se levantaba a nues- tra vista, inmenso, esbelto y correcto como nn dibujo academico grabado sobre la placa de acero del cielo. Tomamos distancia para verbienel cuerpo central, cuya insignificancia, determina- da por la abrumadora curva peraltada del domo, ha quedado mas acentuada gracias al pronunciado saliente de los dos pabellones laterales que el primitivo arquitecto no previoy que han rebajado en perspectiva la altura de la curva, aumentando las dimensiones latitudinales de la base. Nos colocamos cerca de la estatua he- roica de Washington, sentado en su curul romana,el medio cuer- 134 EN TIERRA YANKEE po desnudo y castamente envuelto en panos esciilturales el otro medio; nada dire de lo que me parecio esta estatiia que a un via- jero, para mi caro entre todos, gusto por todo extremo. Desde ahi se ve bien el domo insistente en amplisima base poligonal, que surge, desnuda y fria, sobre los aticos centrales; encima de ella un enorme anillo toral y sobre el un magnifico tambor co- lumnado, fonnan el primer piso; mas arriba otro tambor de altu- ra y diametro menores y, descansando en un gran cinto adornado de modillones invertidos de gracioso efecto, la curva terminal del domo ovoide, aligerado por los ojos de cristal de las claraboyas y rematado por la linterna, columnada tambien, alta y airosa, que sirve de pedestal elegantisimo a la estatua de la libertad, seguu creo, la diosa que aqui tiene los mejores altares. Tal es el mo- numento. Poniendo las manos de modo que, ocultando los pa- lacios laterales, pudiese afocar bien el cuerpo central, obtuve la clara y pura vision del edificio tal como fue concebido y que hoy ha perdido la unidad que el domo resumia antaflo. Subimos por esta escalinata superior muy bien lanzada desde el nivel del piso del portico hasta el de la meseta; su altura permi- te al piso inferior ceiiirse de majestuosas arcadas; el domo dis- minuia a nuestra vista; cuando desaparecio por encima del ver- tice del fronton, llegabamos yaa lascolumnasdel vestibulo; los batientes de las puertas, imitacion de las clasicas del BaiUiste- rio de Florencia, son de bronce esculpido en magnificos relie- ves que representan los grandes episodios del Descubrimiento. Entramos; en la rotonda, rodeada de columnas de marmol, ad- miramos la cupula del domo, sostenida por cohnnnas de marmol y que atrae la vista, desde el fondo de la linternilla, a mas de noventa metros de altura. Yo adoro las cupulas y los domos; desde la del Panteon de Agripa (de Hadriano en realidad) incrustada en su cubo de pie- dra, y la de Santa Maria de las Flores, que copia la del Pan- teon, pero erigida en el aire, en forma de domo, por Brunnelles- co, y el de San Pedro (ambos vistos por mi en sueiios), hasta el de Santa Teresa que se eleva gris y puro en el cielo, frente a la EL CAPITOLIO 135 ventana de mi clase en la Preparatoria, todo mi horizonte inte- rior, toda la decoracion imaginaria de mis ensuenos, florece en domos de todas las ciirvas y de todos los colores. Este del Ca- pitolio (no habia visto otro mayor) me agobio y me apasiono. El primitivo edificio, a los lados de esta rotonda soberbia, de- coradacon estatnas y frescos que representan, de cualquier mo- do, escenas salientes de la historia americana, tenia otros dos departamentos destinados a las Camarasdel poder legislative; hoy uno de ellos es una especie de biblioteca de estatnas y bus- tos mandados por los Estados, ridiculos y feos algunos de ellos; y el otro, el situado a nuestra mano derecha, es el salon de la Suprema Corte Federal. No vale nada: un hemiciclo mezqui- no decorado con los bustos en marmol de los Presidentes del Tribunal, ya muertos, atestado de pupitres en el centro y con un corto lugar para el publico, frente a la linea en que estan espaciados los sitiales de los jueces supremos de la Union; ese es el local del famoso areopago americano, que ha Uegado a te- ner un prestigio augusto y a fundar una jurisprudencia cons- titucional, gracias a la htamovilidad^ que esta enornie y extre- mosa democracia ha sabido respetar con el sentido practice que la caracteriza, y que nosotros, que nos contentamos con una de- mocracia verbal y de aparato, rechazamos a son de trompeta, en nombre de un decalogo jacobino que esta ya mandado re- coger. Visi tamos el Senado, primero, y la Camara de Diputados lue- go, iguales de aspecto aunque de diferentes proporciones: gran- des graderias de ascension suavisima en los hemiciclos; poco lujo, no hay tribuna; cada quien habla desde su asiento. Las ga- lerias relativamente pequenas; las oficinas dependientes de las Camaras y de la Corte muy vastas y algunas suntuosamente de- coradas. Vimos el salon en que el Presidente de los Estados Uni- dos se instala, en los ultimos dias de sesion, para firmar las ulti- mas disposiciones que la gran maquinaria legislativa, muy seme- jante a las que se emplean en la fabricacion de papel, despide por resmas en sus postrimerias. Las actas de las Camaras estan 136 EN TIERRA YANKEE escritas en tiras sin fin, arrolladas en formidable cilindro; nada de esto vimos funcionar porqne Camaras y Tribunales estaban en vacaciones. Y seguimos snbiendo, bajando, crnzando por naves, a veces decoradas al oleo, con gusto exquisito, aunque sin originalidad alguna, y cansandonos de lo Undo. Por ahi, niuy a la vista, en- tre dos monumentales escaleras, nos encontramos con un gran cuadro que representa la toma de Chapultepec. El cuadro es de una fantasia risible; aquel es un Chapultepec de teatro in- fantil, y a mas de mentiroso, es malo, pero malisimo; por reve- reucia al arte debian mandar el lienzo a las bodegas. A nosotros no nos pesaria una representacion veridica del combate de Cha- pultepec; el solo nos venga de todas las afrentas de la invasion americana; en esa piramide de miserias, de vergiienzas, de san- gre y de cadaveres, de derrotas nuestras y de triunfos america- nos que se llama 1847, forma el vertice fulgurante, el grupo de niiios sublimes del Colegio Militar que vengaron a su patria en la historia con solo morir por ella. jSean benditos de genera- cion en generacion! Bajamos por la parte posterior de aquel edificio que los fun- dadores de la Union Americana quisieron que fuese algo como el centro, como el ombligo del niundo nuevo, que diria Esqui- lo; el centro eterno, del cual irradian las interminables ave- nidas de una ciudad trazada para: tres millones de habitantes y que solo contiene la duodecima parte en la actualidad. Muer- tos de cansancio, caimos famelicos sobre unos deliciosos platos de ostras fritas y de cucarachas idem (estas en minoria, tres 6 cuatro por cabeza), en una tabenia colocada en un angulo que, por la avenida de Pensilvania, confina con la plaza capitolina. Despues visitamos, en wagones abiertos, la parte nordeste de Washington, por el lado del Anacostia, pequeiio rio que se une al Potomac; en ese lado hay mas matorrales que casas; en se- guida nos desplomamos en nuestras baiiaderas tibias como pan- tuflas de odaliscas. j Ah! que bueno; luego el barbero, el frac, y a la Legacion. S6I0 el senor Romero no se causa en Washington. Ely CAPITOLIO 137 Por ser domiiigo 110s privamos de ascender comodamente por el interior del altisinio obelisco de marmol bianco de Maryland, cnyo piramidion domina uno de los extremes de la ciudad, y des- de donde se desciibre esta en panorama esplendido. Nos dirigi- mos, en uno de los excelentes carruajes de Miguel Covarrubias, hacia las afueras de Washington; estabamos muy contentos, lle- vabamos por viatico tres cosas que rara vez se reunen: un buen amigo, un buen sol y un buen frio. Sin tropiezo alguno e in- sensiblemente, Uegamos a una loma en que existe ima especie de cuartel de invalidos, un abrigo para los veteranos no utili- zables en el servicio, el soldiers home^ fundado, desde el tiempo de la guerra de Mexico, con dinero recogido a los soldados del ejercito triunfador en 47 a mocion del honrado general Scott. jUn cuartel de invalidos! Si, pero de la edad de oro: la casa, el home., es una encantadora finca para abrigo de una familia de pastores; alii hay vacas, becerrillos, leche, flores, enredaderas, y caiiones y balas rodeados, desarmados, digamoslo asi, por todo esto. Si las bombas partieran, llevarian guias de parietarias en vez de espoletas, y derramarian crema en vez de muerte; ninos rosados, blondos, como hijos de Fausto y Gretchen, cabalgan sobre los pacificos caiiones y se divierten en regar las impasi- bles piramides de proyectiles. En torno, todo es tranquilidad arcadiana, todo es vida en los bosques, en las fuentes, en los chalets pintorescos de aquel repuesto parque. En un recodo de sus sombrias avenidas de purpura y oro, porque el verde ape- nas aparece en esta vegetacion otonal, bajamos del carruaje para ver, entre dos ramas de arboles, en las lejanias profundas de aquel cielo de cristal, la masa del Capitolio, admirablemen- te diseiiada, como si fuera vista por un anteojo invertido. Antes de las once del dia, despues de pasar el Potomac sal- picado de vaporcillos aljgeros y de imnoviles barcas (un rio con su mansa y apacible cara de los domingos), nos internamos en el Estado de Virginia y subimos a la cima de unas colinas que J. s.— 18 138 EN TIERRA YANKEE dominan im gran fragmento del Valle del Potomac y el Distri- to de Columbia en qne esta edificada y trazada la Capital de la Republica: estabamos en el cementerio de z\rlington. Once 6 doce mil combatientes de la gnerra de secesion descansan alii en el snpremo apaciguamiento de la mnerte; alii los adversa- rios yacen codo con codo, en filas densas, como en la liora del combate; mas la bandera de la reina implacable es alii nna ban- dera blanca. Y por eso aqnel parqne repue.sto,los pinos vibrantes y escuetos qne en apretados batallones trepan por las pendien- tes, las selvas sembradas de flores, nna qne otra tnmba monn- mental como la del simpatico y bonachon general Sheridan (nna estela fnnebre, nna medalla de bronce clavada en ella, nna pal- ma, nn nombre), las estrofas de nn poema de trinnfo y de mner- te grabadas en tablas de fierro distribnidas por las grandes ave- nidas del cementerio, todo esto prodnce nna emocion grave de entusiasmo, de tristeza y de respeto: el sentimiento reltgioso esta compuesto de estos elementos. Otra cosa me impresiono mnclio, me impresiono mas: aqnel cementerio era nna granja del general confederado Lee. La con- fiscacion fue Ue-cada a cabo durante la gnerra, y para impedir una reivindicacion posible en lo futuro, se cubrio la tierra de tumbas, se consagro a la mnerte, y ya no podia ser devuelta sin sacrilegio. La respetable sobrina de este rebelde que creyo cum- plir con un deber snpremo, no defendiendo la esclavitud, sino los dereclios de los Estados y prefiriendo romper el pacto fede- ral a interpretarlo como los del Norte lo liacian, ha reclamado en vano; la casa de Lee, a quien ella ha comparado valiente- mente con Washington, en nn elocuentisimo panegirico, es la casa de la mnerte; la mnerte no devuelve su presa. Cosa singular; todos estos vencedores nuestros, todos estos violadores soberbios de nuestro derecho y de nnestro territorio, han sido despues vencidos en su propio snelo. Lee, que fue en la gnerra de 47, despiadado vencedor, el alma de la organizacion tecnica del ejercito americano, aunque simple teniente; Jeffer- son Davis, el presidente de los confederados, que capitaneo en EL CAPITOLIO 139 Mexico a los voluntarios de Virginia, si no recuerdo mal, ex- piaron liiego sns cnlpas (expiaron ^por qne no? annque soldados tenian conciencia^plena de la iniqnidad qne conietian), conio Ba- zaine, Donay, Margnerite y mil otros, supieron en sn propia tierra a lo qne sabia la derrota sin dia signiente y la linmilla- cion sin venganza. Me odiaba a mi misnio por ser capaz de ha- cer estas reflexiones en la antigna casa del general lyee, del hom- bre cnyo triunfo liabria prolongado indefinidamente la gnerra en Mexico, qnizas, pero cuya inmensa desventnranos connnieve y nos obliga a enmndecer respetuosos, como la de todos los hom- bres que ban sabido sacrificarse por un deber. Desde la galena exterior de esta sencilla mansion de cam- pesino, el panorama es admirable; se ve correr sinuoso y ba- nado de sol al Potomac liacia el mar, reunirse con el Anacostia y hnir de la metropoli, que capitonada de vegetacion y de finisi- maniebla parece dormir al pie del Capitolio. Bajamos lentamente del «vivac de la niuertO) como llama un poeta a aquel dulce cementerio, y fuimos a tomar el lunch a la casa de Covarrubias en la Avenida Conecticiit. Quien conozca a la Sra. de Covarrubias, delicadisima flor de Francia injerta- da en un tallo americano, podra imaginar las exquisitas boras que en su elegante casa pasamos; de ella, de sus amables ninos, de los Sres. Romero que alli estaban y de Miguel, nos despedi- mos tristes y partimos rumbo a Baltimore. POR BALTIMORE *-f^ALTiMORE, en mis recuerdos de infancia (mi padre tenia ST'una cariilosa aficion por esta ciudad y hablaba mncho de t ella) era una especie de Venecia, pero en un piano inclina- do; y aunqne esto resnlta nn modo muy singular de ser Vene- cia, asi me lo figuraba, con sus calles abigarradas y estrechas surcadas, en vez de gondolas, por navios de alto bordo que, me- diante el juego constante de las esclusas, subian }- bajaban por aquellas laderas coronadas de arboles y estriadas de amplios ca- nales de cristal vivo. No es esto Baltimore, es otra cosa; mas esa otra cosa es muy simpatica y muy interesante. No a prime- ra vista, por el lado del ferrocarril Baltimore-Ohio, el B. O., co- mo aqui se dice: una gran mancha rojiza que, a medida que es- ta mas cercana, se divide en muclias otras como coagulos, que al cabo toman la forma de altisimos bloques de casas perfecta- mente iguales y perfectamente feas, esta es la impresion al lie- gar. Cuando desembarcamos era de noche ; los reverberos elec- tricos encendian en la sombra su constelacion de astros etime- ros, admirablemente regular y triste. La ciudad se habia vuelto 142 EN TIERRA YANKEE negra bajo su gran velo de luz blanca, y muda y silente hasta provocar las lagrimas; era domingo, y los domingos anglo-sa- jones, liijos de los sabados judios, no son fiestas del nuevo tes- tamento, sino del viejo. Los colmenares del trabajo liumano en- viudan de sns abejas zumbadoras; todo rumor calla y la ciudad protestante reza en voz alta y se eniborracha en voz baja ; pero aun en las cantinas la cerveza se bebe con religiosa uncion. Nos alojamos en un inmenso hotel, y una vez lavados, ace- pillados y pianchados^ salimos a vagar poresas calles de Dios: desiertas y bien iluminadas unas, otras obscuras; estas eran las mas simpaticas; en la obscuridad suelen tomar los brutales edi- ficios que de dia aplastan con sus moles al que los contempla, no se que de ligero y fantastico e impalpable como la sombra. Parecen ((;lohe diclio ya?) ilustracionesdel Inficrno del Dante, de Gustavo Dore; lo nuevo y lo crudo se desvanece y la noclie les da un pasado, una historia, una leyenda casi ; vamos, los pierde en la noche del tiempo. Parecen torres babelicas 6 pala- cios-fortalezas italianas niedioevales, infladas por el soplo de Miguel Angel. En aquel torreon redondo, altisimo, de raices de granito, de almenas negras, incrustadas aca y alia, de ventanas que seme- jan enormes gemas fulgurantes, deben realizarse esplendidos y freneticos dramas de amor y odio, de pasion y muerte. De esa cornisavaa colgar laescaladeRomeo;juntoaesaventanade fie- rro devora Ugolino a sus hijuelos; el-fru fru de los besos de Pao- lo y de Francesca, se escucha por aquella claraboya; alia arri- ba se balancea la jaula de liierro en que agoniza Napoleon de la Torre, y sobre la plataforma desafia a los verdugos de sus lii- jos Catarina Sforza, mostrandoles, con impudor soberano, el fe- cundo vientre. La verdad es que todo esto se ve ahi : no hay mas que quererlo ver ; si no se quiere, entonces puede uno ima- ginar que abajo hay un restaurant y arriba una serie de depar- tamentos en que los buenos yankees atiborrados de cot kails do- minicales, duermen un sueno muy distinto de las vigilias subli- mes de los grandes pecadores italianos. POR BALTIMORE 143 Queria yo ir no niiiy lejos de la calle de Calvert, en qne es- taba nuestro hotel, a la de Lafayette, donde se ve el sepulcro de Edgar Poe, en nn jardin a flor de calle. El nombre de este fantasista niaravilloso, que hizo arder su genio conio la me- dia de nna lampara de alcohol, explicara a nnichos el estado de animo que me obligaba a convertir en una cindad siniestra y livida la honrada ciudad fundada por Lord Baltimore, hace cerca de doscientos aiios, en el estuario del Patapsco, en la tie- rra de la Reina Maria Enriqueta, mujer de Carlos I, es decir, en la Maryland. |Ay! cuan triste nos parecio aquella noche puritana; las aceras largas, largas, corrian ante nosotros mono- tonamente tableadas por los reflejos de los grandes aparadores iluminados, que espejeaban en el gris de las piedras humedeci- das por una llovizna fria como predica protestante. Por ellas nos lanzamos; pero pareciendo a mi compaiiero demasiado le- jano e incierto el objeto de mi funebre visita, emprendimos la vuelta por una calle paralela, vimos un solitario mercado, con- tinuamos escudriiiandoescaparates repletos de telas muy ricas nnos, de objetos muy vulgares otros, de zapatos aqui, de ropa hecha alia, de muebles finos aculla. Musica, canto, joh dicha! Entramos. Era un templo, es de- cir, un salon protestante, una reunion dominical de metodistas. En el fondo un estrado, en el estrado una tribuna, en la tribu- na una Biblia, en la Biblia un hombre (esta es una figura), y en el hombre un par de buenos bigotes negros y lustrosos como escarpines de charol. Muchas bancas, muchas seiioras en las bancas, junto de la entrada un organo y unas jovenes, 6 por lo menos unas voces jovenes que cantaban cuando el seiior de los bigotes no predicaba. Tomamos un comodo asiento : nadie se fijo en nosotros. Mi amigo y allegado Genaro Fernandez, compaiiero de excursion que habia aprendido el ingles en el viaje y que lo hablaba ya co- mo castellano, se indignaba, a fuer de catolico sin reservas, de 144 EN TIERRA YANKEE que un protestante hablase tan bieii de la caridad cristiana. Cuaiido llego la liora de la ciiesta^ su conciencia religiosa lo obligo a salir y a mi tras el. [Ay! entouces si nos vieron todos, y creo que nos vieron nial . Ivlevaba en mi cartera excelentes recomendaciones para el ar- zobispo Gibbons. Esteliombre,grandedealmaydecuerpogran- de, por su candor de lirio evangelico, por su fe en Cristo y en la democracia, este Embajador de Dios (asi intitula un libro en qufe exalta la mision social del sacerdocio catolico), ejercia sobre mi espiritu de honibre emancipado, pero nacido y creci- do a la sombra del altar, un soberano influjo: Gibbons y Ireland, las dos columnas magnas del catolicismo anglo-americano, son personalidades apasionantes. Sus contornos hieraticos, pero lu- minosos, destacandose en la inmensa mancha de sombra de la irreligiosidad de nuestro tiempo, parecen prefigurar al misione- ro del porvenir, al liombre de concordia, de caridad y de pue- blo (dejeseme decirlo asi), destinado a resucitar la religion, lim- piandola del parasitismo gigantesco de la supersticion y de la nimia y microbica devocion que no es mas que una forma de la irreligiosidad, y encendiendo en las almas muertas un calor de amor hacia el vsupremo ideal de justicia simbolizado en la cruz y que sera lo unico (yo no veo otro), sera lo linico que po- dra convertir en unanime siirsuvi el terrible clioque de los gru- pos humanos en el siglo que llega. Todo esto pensaba, mientras me vestia muy temprano para hacer una matinal visita al ilustre cardenal. La simpatica soli- citud de Ireland por la enseiianza laica, la de este senor Gibbons, que, al recibir el capelo, declaraba en su iglesia titular en Ro- mia misma, que el evangelio y la constitucion de los Estados Unidos eran los dos libros mas santos que liabia visto la huma- nidad; su benevolencia hacia las sociedadesde trabajadores (aiin las secretas), y la serenidad de su actitud augusta, casi divina, en el congreso de las religiones de Chicago, invitando a cato- FOR BALTIMORE 145 licos, protestantes, judios, mahometanos y budistas, a dirigir a Dios una plegaria liumana, la oracion dominical, que todos oye- ron y repitieron con unci6n profunda, me atraian hacia el pre- lado, iQue distinto es esto de lo que estamos acostumbrados a ver y a oir; cuan distante — parece la distancia de un mundo ^ otro — es esta conducta, de la estrecliez de miras, del formalis- mo, de la inipotencia absoluta para ponerse de veras en contac- to con las entranas de la sociedad moderna y fecundarlas con el verbo de Cristo, que advertimos, en nuestra nacion, en los doc- tos y virtuosos,' pero ensimismados e incurablemente rutineros jefes de la Igiesia de nuestro pais! [Oil! mi mala estrella! Nos encaminamos hacia la catedral, y a espaldas de aquel grandote e insignificante edificio, subimos una escalinata, llamamos a una puertecita, entramos, invitados por un sirviente, en una modesta pieza de recibo, y ahi un se- cretario nos manifesto que el dia anterior, en un tren nocturno, monsenor Gibbons liabia salido para una poblacion lejana con objeto de consagrar a un obispo. Muy compungido puse en manos del joven levita,que nos ha- bia cortesmente recibido, la carta del seiior Romero y la de una de las catolicas mas eminentes de Nueva York, y despues de habernos expresado la contrariedad que el Cardenal experimen- taria, pues ya esperaba la visita, aunque ignoraba cuando se ve- rificaria, nos hizo prometerle que volveriamos a los cinco 6 seis dias; conio buenos mexicanos prometimos, por mortificacion, lo que sabiamos que no nos seria dado cumplir. Decidimos visitar la catedral, de feas torres,que teniamos bien cerca. Mientras pensaba en Gibbons (y pense en el desde que llegue a Baltimore), jse mantuvo fuera de foco en mi cerebro, pero frente a mi, otra figura de arzobispo de Baltimore que me era muy simpatica y que es curiosisima; me refiero al celebre dominico mexicano Fray Servando Teresa de Mier; tan eru- dito, aunque su erudicion resulta a veces indigesta; tan inteli- gente, aunque falta con frecuencia a su inteligencia el lastre del juicio; de un caracter tan bien templado, aunque sin serenidad, 146 EN TIERRA YANKEE este personaje es el protagonista por todo extremo interesante y singular de una historia comico-tragica que parece obra de un novelador de imaginacion exaltada. Era por temperamento un inquieto y un eniancipado este se- nor; las reglas de su orden, las tradiciones piadosas de la Iglesia nacional, las maximas ultramontanas de la curia romana, todo le era una cadena que, mas 6 menos disimuladamente, trato de romper. Y estrello su espiritu, sin rendirse ni abatirse, contra las paredes del calabozo teologico, social y politico de su epoca; paso del pulpito, en que puso la mano sobre la leyenda de la aparicion guadalupana, a las prisiones inquisitoriales, y asi em- pezo el drama de su vida, Prisionero en Espana, Cura en Paris, en tiempo del Consulado, obserA'ador ironico en Roma, conspi- rador negociante en Baltimore, compaiiero de Mina, prisionero de guerra en Soto la Marina, evadido de todas sus prisiones, fu- gitive en todos los paises, republicano imperterrito frente a Iturbide, adversario profetico de la federacion pura en 23, y des- pues de muerto, lie vado en forma de momia quien sabe por quien, quien sabe a donde, la vida de Fray Servando tiene todo el atrac- tivo de una novela comico-lieroica. Pensaba en 6\ porque queria saber de Monseiior Gibbons, en cual titulo se fundaba nuestro compatriota para llamarse en oca- sion solemne (cuando invito para su entierro), arzobispo de Bal- timore. Quedeme con mi duda. La catedral es, como decoracion y monumento, cualquier co- sa; interesante por extremo, sin embargo. Desnuda y fria, en su amplitud severa, las alas de su crucero estan const! tuidas por dos capillas con sendos organos. El altar mayor, pobrisimo de ornamentacion y estilo, nada dice a mis recuerdos; a la derecha estaba el trono de su eminencia el car- denal arzobispo, compuesto de un sitial feo y casi ridiculo y de tin dosel con el capelo bordado en cl fondo rojo. Sobre las ban- POR BALTIMORE 147 cas que llenaban toda la nave, habia multitud de papeles impre- sos; tome uno: era la letia de tin himno en honor de la Virgen. Cnando entramos no habia nadie; la liiz fria que se colaba por los vastos iJeiitanalcs hacia mas triste todo aquello; una anciana negra, sacristan mayor de la catedral, sin duda, quitaba algu- nos floreros y lampadarios del altar mayor, restos de la fiesta que en honor de Maria se habia celebrado la vispera. ^Y en donde esta el interes de que hablais? direis para vosotfos, lectores mios. Pues en todo esta; en esta falta de interes artistico, estetico; ese es el interes de la catedral de Baltimore. [Ah! Monsefior, vuestro templo catolico es un templo purita- no; San Agustin y otros santos obispos vuestros predecesores, no mas santos quizas que vos, joh! augusto apostol de la religion de los humildes y de los puros, os asisten en la celebracion de los sagrados ritos con sus sombras y en el desempeiio de vuestra mision con sus ejemplos; pero alia, en el angulo mas obscuro de vuestra basilica, lee su biblia Juan Calvino. Vuestro templo na- da valdria ni en Italia, ni en Espafia, ni en Mexico. Los instin- tos de esas razas que viven en la voluptuosidad perenne de la luz, del color y del relieve, no se avendrian con vuestra plastica religiosa, Monseiior. Pero los hermanos de los protestantes y los que en vuestro pais conviven con ellos, esos si; para ellos esta hecha esta iglesia, de ellos viene la austeridad simple y grave que aqui se ve; vos, Monseiior, creeis como catolico, pero sentis como protestante; y tenis vuestros ritos del color melancolico y noble de vuestro sentimiento. Se ve que aqui triunfa la musica, que es la voluptuosidad subjetiva, la que mejor comprenden y gustan los hombres de vuestro medio ^no es verdad, Monseiior? Aqui la voz del organo y el canto de los niiios, que es la musica del sentimiento religioso, se funden en una salmodia sublime y pura, la que creian oir en el cielo los profetas hebreos, los auto- res de los Apocalipsis, no el profeta italiano Alighieri .... Mon- sefior, ^nunca ha resonado en vuestros magnificos organos, aun cuando haya sido con letra latina, el salmo divinamente biblico* de Martin Lutero? 148 EN TIERRA YANKEE Baltimore es una de las pocas ciiidades americanas hechas pa- ra ser paseadas no solo para nuestra sorpresa, sino para nuestro encanto. Instalados en nuestro comodo lando, bajamos a lo lar- go de las principales calles, muy animadas aliora, de esa sim- patica ciudad. Vimos muclias escuelas; por todas partes escue- las e iglesias, algunas de bien bonito aspecto ; no hay que olvidar que Baltimore fundada por un lord catolico, es una de las capi- tales del catolicismo en los paises anglo-americanos. Vimos la Casa de la Ciudad, notable edificio municipal, y por desgracia no vimos ni el instituto Peabody, ni el hospital Hopkins, uno de los primeros del mundo, jay! ni la Universidad que lleva este mismo gran nombre de Hopkins, venerado por cuantos amen el progreso intelectual. El puerto 6 los puertos estan admirablemente dispuestos pa- ra hacer de Baltimore en el fondo de la bahia magnifica y sucu- lenta de Chesapeake, uno de los mejores abrigos maritimos de las costas del Atlantico. Visi tamos en una de las darsenas un vapor que iba a salir para New-York, tan coqueto y bien dispues- to, que por poco tomamos pasaje en el. En la boca de la bahia estael famoso fuerte Henry, heroicamente defendido en 1814 contra los ingleses, defensa que dio motivo a la ereccion de un monumento militar que esta en la ciudad y que no me hizo feliz, y a la composicion del gran himno Sfar spla7iged banner^ que cuantos en estos meses hayan asistido a los meetings de simpa- tia por Cuba, habran escuchado cantar. Tomamos de nuevo asiento en el carruaje y subimos por el Riverside Pai^k a la parte mas densa de la ciudad, en donde hier- ve materialmente la poblacion mercantil y navegadora, y en donde nuestra negligente actitud de desocupados, hacia cierta impresion. Decidimos hacer votos (ya que no podianios darse- los), por un Mr. Masson, postulado enenormeslienzos que colga. ban de las cornisas altas al traves de las calles, para gobernador de Marylaftd; pasamos frente a la altisima columna austera, ele- POR BALTIMORE 149 vada en honor de Washington, y ya a bnen trote entramos en la ciudad del gran tono: una avenida bordada de deliciosas ca- sas, no tan lujosas, pero si tan elegantes como las de la qiiinta avcfiida^ y en la cual dos 6 tres sinagogas indican que es aquel un barrio de opulentos y de ahitos: Por la suave pendiente llegamos a un lago extenso y bien ri- zado por la brisa en menudas olas de seda azTil y oro, circunda- do por una cintura de blanca y fina arena que acotan \3J& plata- bandas de grama lustrosa y los arboles de un bosque soberbio que desde alii parecia inmenso. Desde el terraplen (6 terraza como diriamos a la inglesa los mexicanos), que borda la orilla del lago que mira a la ciudad, la vista es sorprendente. To- da erizada de campanarios, la ciudad descieude liasta las orillas del Patapsco envuelta en sutilisimo vaho color de rosa, que el perezoso sol no ha prendido bien esta manana en su malla de fuego, para transladarlo al cielo en forma de nubecilla blanca. Surgen, entre los angulos incesantemente quebrados por la di- reccion irregular de las calles, masas monumentales de colores sombrios 6 brillantes, pero no grises, con ese amarillento gris muerto que da a nuestra Mexico, visto a quinientos metros de altura, el aspecto de un bloque de tcpctate roto en pedazos re- gulares. jEstos parques americanos! jque envidia! El que recorriamos lentamente, como quienes no quisieran salir de ahi nunca, es una porcion de la cintura boscosa que rodea la parte alta de Bal- timore y se llama el Driiid-hill-park. El bosque estaba vestido con el riquisimo traje de otono, con que aqui se aderezan los ar- boles antes de encerrarse en sus camarines de cristal, para dor- mir el sueiio de invierno. Como van las senoras a los grandes saraos de la estacion fria, asi estos arboles opulentos parecian cubiertos de sedas, terciopelos y aureos brocados; una que otra mancha de musgo envoi via de felpa verde a un tronco plateado. Todo era matiz, medio color, tintas suaves, rojas, amarillentas; sobre el cielo, color de turquesa enferma, se destacaban doloro- samente las ramas sanguineas de los alamos, mostrando ya sin 150 EN TIERRA YANKEE hojas siis nervios de coral vivo, tremulos a{in y susurrantes. El fondo de todo e.sto era una tinta azulina, translucida, frecuente- mente velada por girones de encaje niveo, como algunos cielos de las acuarelas encaiitadoras de Ramos Martinez. Por aquellas intenninables naves de arboles corrian familias enteras en bicicleta; una vimos compuesta de la abuela, la ma- ma, las tias y cuatro miicbachas que pedaleaban con una agi- lidad capaz de dar envidia a los Sarre, los Pastor 6 los Zaldivar. Las mujeres de Baltimore tienen fama de hermosas; previo un examen cuidadoso de las que pudimos ver en el Druid Park^ declaramos que esa fama era muy merecida. Esa misma noche hablabamos de todo ello en nuestro hotel neo— yorquino. arte: Escenario. — Un ascensor de nogal con reja dorada, espejo, so- fa, alfombras, lampara; va a s\\\Ar.—Personas: Uncubano mexi- co-yankee; tres primos (nosotros);el conductor, persoiiaje mudo. El Cub-mcxi-yank. — ^Pero ustedes no ban ido al museo me- tropolitano? .... Efectivamente no habiamos ido. — El conductor cierra la puer- ta, toca ini boton electrico .... Nosotros a una. — No. (El ascensor parte.) El C. M. Y. — Pnes pasado manana se cierra. Nosotros. — Iremos mafiana (llegamos a nuestro tercer piso), irenios (salimos del ascensor con profunda emocion). — Estaba- mos a punto de no visitar el Metropolitano. (jHorror!) Gracias, amigo, gracias; sin usted .... El C. M. Y. — Hay riquisimas colecciones de arte aqui, en Boston, Filadelfia, en Chicago mismo. Los yankces ban enca- recido prodigiosamente el artefacto artistico (perdonen ustedes) pagandolo con el cquivalente en oro de sus insolentes vanidades de advenedizos. Para estos bonibres lo mejor es lo mas caro, y 153 EN TIERRA YANKEE cubren de millaradas de dollars una tela, para ponerla fuera del alcance del millonario de eiifrente. Piies bien, este mismoy^- cisiol c{\\e^ por darse tono, aglomera en sus galerias los mejores cuadros de las escuelas modernisimas y algunos excelentes de las escuelas de antano, y que, gracias a que los modelos supre- mos del arte estan ya recogidos y puestos fuera del comercio, no los ha traido d los Estados Unidos remolcados por sus billetes de banco; este mismo palurdo sumergido ayer en el gran oceano de la humanidad que suda y trabaja con sus nianos, y que, toda- via negro con el carbon de su mina 6 hediendo a petroleo 6 cho- rreando grasa de puerco, se yergue de improviso en plena civi- lizacion y en pleno lujo }■ en plena doniinacion, y se encasqueta su corona de rico, dorada a fuego en los resplandores divinos del arte; este no tiene inconveniente, por una furibunda, pero ad- mirable vanidad, en regalar su galeria a un Museo en su ciudad natal. Y por estos regalos el MetTopolitano de Nueva York es el mejor monton de obrasde arte que hay en America. Alii tienen ustedes colecciones que han costado centenares de miles de do- llars, donadas por Miss Hellen Gould, por Catarina Lorillard etc, con esplendida y noble longanimidad. Cuadros hay, entre los regalados al Museo, que han costado bastante mas que sesenta mil pesos, como el Finedland de Meissonier. Supongase cuanta seria nuestra nerviosidad cuando, al dia si- guiente, a las ocho de la maiiana, nos encontramos en una ala del Ceiitral Park, al pie de un obelisco de sienita, amarillento de si- glos y cacarizo de rojizos hieroglifos: se llama la agttja de Cleo- patra. Hicimos una libacion mental en honor de esta seiiora que, a pesar de ser fea, fue la mujer de mas gancho que ha co- queteado en la historia, y, armados de sendos catalogos, penetra- mos en el Museo. ^Vimos el salon de escultura moderna? No se. ^Me fije en el S. Juan, de Rodin, que habia sido la ultima recomendacion de Je- sus Contreras cuando parti de Mexico? No recuerdo; una vaga mancha blanca producida por un marmol energico y doloroso, es todo cuanto guardo en mi memoria. ARTE 153 Un olor de tiiniba muerta (jay de mi, que frase absurda aca- bo de estanipar!), un olor de tumba muerta me atraia; entramos en el departamento de arqueologia oriental: momias, ataudesde momias con la iniagen del muerto en sendas tapas pintarrajea- das: jque ojos los de esas imagenes! jblanca como la eternidad la esclerotica, negra como el abismo la pupila! Sarcofagos, reli- quias, talismanes, idolillos, vasos, vasijas de barro, de opaco vidrio verde, esmaltes de todos los colores, perfumeros de todos los es- tilos, todo eso estaba alii, todo robado al sepulcro. Hace cuatro 6 cinco mil aiios que las tumbas egipcias estan siendo saquea- das por los bandidos de la barbaric y los de la civilizacion, y no se agotan. Aquel adorable pueblo reia y bailaba, pensando sin cesar en la muerte y eternizandola en todas las formas de la ma- teria y del arte; digo mal, lo que pretendia eternizar era la vida. Todo su afan de momificar los cadaveres, de rodearlos de los uten- silios y de las representaciones de esta vida, tenia por objeto perpetuarlos en ultratumba por medio de formulas magicas; job! no morir, seguir viviendo, prolongar indefinidamente la existen- cia, eso era lo que el egipcio queria, y por ello suspiraba desde el amcnti nna bella seiiora cuyo epitafio ha sido reproducido en cuanto libro se ocupa en la liistoria religiosa del Valle del Nilo. Magnifica,unica,eslacolecci6n decacharros, idolillos yobjetos fenicios recogidos por Cesnola en Cypre y donados al Mctropoli- lan. Pasamos. En casi ninguno de ellos hay arte, hay industria; han sido reproducidos por la estampa todos; en un volumen de la monumental Historia del Arte de Perrot y Chipiez, pueden encontrarse. AUi se observa la transicion entre el arte oriental y el helenico, constante en documentos de barro y de metal. En un salon, especie de patio muy bien iluminado que alma- cena luz por las galenas altas, nos detuvimos, a pesar de lo me- dido que teniamos el tiempo para poder salir a las cinco de la tar- de. Ni podia nienos; ahi hay puras reproducciones; la de las cariatides divinas del Erecteion de Athenas, hecha sobre moldes directos de yeso,del tamaiio original por ende; lade algunos tem- plos antiguos y medioevales; descuella, entre todas, la del Par- J. S. — 20 154 EN TIERRA YANKEE tenon (restaiirado) hecha por Chipiez; ahi se comprende la dul- ce y tranquila eniocion que aquel prodigio dorico de sencillez y de armonia debia causar en cuantos lo veian. Nada nias puro, nada mejor; nada podia producir en el animo ese contentamien- to exquisito de uno niismo que causa la posesion de la belleza, como la contemplacion de aquel templo de mamiol cromado y cenido de oro, que parecia etereo por la atmosfera de zafiro flui- do que lo rodeaba y lo impregnaba, en la ciudad santa; las estro- fas del liimno de Renan en el Acropolis, hechas de una prosa tan cantante como los versos de L^econte de Lisle, nie venian a la memoria y d los labios. Las figurinas en terracotta de Tanagra, alii estaban tambien, primorosamente copiadas .... Despues de verlas, todo parece falto de gracia y de verdadero arte .... Mucho oriental, mu- cho griego y mucho romano habia que ver, habra que volver ichi lo sa! A la altura del piso superior y haciendose frente, dos enormes lienzos: ^Justiniano^ inmovil, hieratico, de ojos esmal- tados y embelesada figura, de B. Constans, y la Diana de Hans Makart, no solo colosal sino grandioso lienzo, lleno de figuras muy bien puestas en irreprochables academias; no dice 6 no me dijo nada; me gusta mas este cuadro en el grabado (que esconoci- disimo) que en el original. Solo me falta para coronar la copiosa historia de mis desma- nes literarios que, sin conocer la tecnica del arte pictorico, co- mo diria nuestro Penita, y sin liaber visto mas que unos cuan- tos cuadros del Sr. Pina y del Sr. Clave, y manoseado tres 6 cuatrocientas estampas, quisiera yo sentar aqui plaza de crttico de arte. No, lectores mios, dormid tranquilos, yo no quiero ser criti- co de nada ni de nadie ; os cuento mis impresiones, rehago es- te rapido viaje al traves de ellas, y nada mas: os dire lo que se me ocurrio aca y alia, mientras desfilaban delante de mi, 6 me- ARTE 155 jordicho, mientras yodesfilaba delante de los ciiadros de todos los pintores conocidos 6 por conocer. Todo me gusto: antes de ver los ciiadros veia yo los nombres de los autores; ;y que lista de gloria aquella, desde Pollaiuolo, un cuatrocentista, hasta el viejo M. Harpignies, que acaba de obtener la medalla de oro en el Salon en Paris! Y en viendo el nombre, ya me gustaba la cosa. Llegaba frente a la tela, y an- tes de verla, me decia a mi mismo: joh, admirable, admirable! Este es el diabolico efecto de nuestra educacion eminentemen- te libresca, sin movimiento, sin viajes, sin contacto directo con la civilizacion. ((Dijo Vinckelman, dijo Gautier, dijo Taine, di- jo Fromentin, dijo Michel, dice Lafenestre, me dijo Juan Gam- boa ioh! mi pobre y genial Juan Gamboa Guzman ! me dijo Con- treras, me dijo la Sra. R. con su admirable instinto artistico .... Y con esto ya no sirven los cuadros, sino para confirmar opi- niones. Corria desolado de los prerrafaelitas (los verdaderos), a los prerrafaelitas de hoy (los falsos) y. . . . Necesito ir a ver a Bo- ticelli a Roma, y a Fra Angelico a Florencia, y a Rafael a tch- das partes ; aqui no hay nada de ellos. ,;No hay tampoco un Leo- nardo de Vinci, cuyos cuadros he visto largas, largas horas .... con la imaginacion? jHay quien diga que no valen gran cosa! Magnifico ; a mi me horrorizan los indiscutidos, la perfeccion me pone nervioso! Y seguia, seguia, seguia en pos de los grandes, de los igualcs que llama Hugo. Por ejemplo Velazquez, Rubens, dos grandes pintores, dos amigos, dos cortesanos Del pri- mer© hay aqui algunos retratos ; confieso que a mi me gustan por igual los paisajes, las composiciones historicas, religiosas, de fantasia, y las militares y las anecodoticas Todas, todo. Yo soy un pintor; me falta la mano; por eso no hay cuadros mios. Pero a todo prefiero el retrato; por ese camino le entro yo a un artista hasta el alma ; es un placer unico este de conocer cuando un retrato se parece, aun cuando no se haya visto jamas el ori- ginal. Los principes aqui retratados por Velazquez, me dejaron frio; 156 EN TIERRA YANKEE iiiucha ropa negra y tiesa, unas caras tiesas y negras. Sii retrato si me parecio unagrau cosa, jy unas frutas ! joh! en sunia, Velazquez es para mi un pintorde frutas. jPero y los Borrachos y las Hilanderas y los ! No los he visto: Velazquez es un pintor de frutas, admirable para decorar comedores. jMe odio a mi mismo, solo por liaberme atrevido a estampar esta herejia! Eso se saca con admirar de antemano, incondicionalmente, por conducto de otros: desengaiios. j Y Rubens! Tengo a la vista una Vuelta de Egipto, un retrato de la Sra. Rubens, un Pira- nio y TJiisbc. Repitamos con Taine : opulencia de carne y de co- lor, composicion de una naturalidad completa, y sin embargo, perfectamente no vulgares; no se si esto lo dice Taine, ya no recuerdo, pero me figuro En estos cuadros que estoy viendo, parecen las figuras haber perdido la epidermis, y los co- lores, a lior de dermis, estallan en sangre y grasa. Tengo que ir a Paris a ver a Rubens. Oueda convenido que no lo vi a el ui vi a Velazquez. Y soy mas filisteo de lo que ustedes creen. Tenia yo los ojos llenosdel colorido de azucena y rosa de unos retratos de Reynolds y de Gainsborough; tanta suavidad, tan lactea dulzura hay en esas pieles inglesas, tan luminosa trans- parencia liumeda en esos ojos ingleses, que Rubens y Velazquez me parecieron brutales. No, no ; vean ustedes la niua y cl gaio de Gainsborough, y despuesel retrato de Baltazar Carlos no ha- ■ce bien. El ilustre Bonnat, admirador y discipulo de aquende los si- glos, del gran pintor espaiiol, me diria sencilla y sinceramente : ?'o// pudor! <(E1 na- ciiniento de Venus." Tres 6 cuatro telas de este artista hay aqui. Como debe de gustar este artista a las sefioras; es un Bouguereau en crema. Este nacimiento de Venus, es deleitoso. De un baiio deleche, rodeadadeamorcillos, iluminada, besadapor unaluz de aurora color de rosa de listen de muchacha bonita, surge Afro- dita mostrando todo el cuerpo musical y voluptuoso teiiido de color de nacar palido de amor. Es, como diriamos, unaVenus Luis XV, pintada por un Boucher relamido y para el boudoir de una mujer galante. jComo me gusto! Pero cuanto mas, una Virgen y el niTio^ que estaba a doscientos pasos de ahi ; una de esas pinturas incunables^ por decirlo asi, como que era de Van l6o EN TIERRA YANKEE Eick ; hasta alii fiiimos a parar; remontanios a la fuente para be- ber en un hilo del manantial puro y fresco de donde fluyo el in- menso rio de la pintnra moderna. jOne diviiia virgen, casi fea, pero indeciblemente diilce y Candida, viendo al niiio conio debe verse a Dios, sentada en su nicho gotico y envnelta en sn nianto rojo qne adn conserva sn brillo sangnineo! Me gnsta mucho Cabanel y esta escnela de lo bonito; esta es la pintnra melodica que canta con el color una de esas faciles halatas 6 serejiatas que no se olvidan. Pero aqni me encnentro un italiano, Carlo Maratto — no lo conocia yo; — lirma un retrato de un Papa, protector suyo, Clemente IX, que murio de pesar como Bonifacio VIII de colera; pues nie parece que yo conoci a ese Papa desde que he visto su retrato, todo lo que piensa me lo dice con sus ojos grandes y buenos, y yo doy todos los cua- dros de los sefiores Cabanel y Bouguereau, por este retrato Colo- rado. Y segui mi excursion: mira, me dijo mi conipanero. Vi el ca- talogo: numero 280 Retrato de tin Jw7nbre, por Rembrandt van Ryn. Alee los ojos. . . . i Diablo! ARTE-iARTE? ,LARO es que yo sabia que era una maravilla. Los hombres de mi generacion nos creamos viendo en las ilustraciones como El Corrco de Ultramar (^vivira todavia este viejo y divertido amigo?) reproducciones en estampas de algunos cua- dros de Rembrandt, que nos parecian, v g. : La anunciacibn a los pastorcs^ muy extraiios: feas las figuras, anacronicos los tra- jes, y maravilloso ese bloque de sombra de donde surgia esa gran luz; los hombres de mi generacion, ya jovenes, leimos mu- cho a Taine y Lcs niattrcs d'' autrefois de Fromentin, y sabia- mos, por supuesto, quien era Rembrandt. . . . leido; yo supe algo mas de este caballero, porque Valentin Uhink tenia una colec- cion sin par de reproducciones de las agua-fuertes del artista holandes, y nos pasamos muchas maiianas dominicales oyendo misa en aquel misal divino. jOh! primavera, tu la que vuelves, ;ay! la que no vuelves. . . ! Luego he visto ediciones completas de lasobras de Rembrandt excelentemente fotograbadas; y la Lcccion dc Aiiatoniia y La ronda iwctiirna^ y diez 6 doce retratos suyos, son para todos los J. S.— 21 l62 EN TIERRA YANKEE aficionados al arte, tan familiares, que basta cerrar los ojos para verlos detalladamente en bianco y negro. Yo no habia visto na- da, me olvide de todo, cuando vi aqnel rct)'ato dc iin Jwmbre; hace el efecto de nna snbita descarga electrica; me senti y//^?/- lado^ qniero decir, que la impresion que senti fue aguda y dolo- rosa, como si me agarrasen por la garganta y me echasen por tierra; qniero decir, que me parecio que todo lo que habia admi- rado en aquellas salas, eran ensayos firmados por nombres famo- sos; que en aqnel momento se me revelaba el arte en toda su po- tencia; que aquella cabeza saliente en rojo de una sombra negra liecha de atomos de luz neutralizados, llegaba al no mas alia de la realidad y de la idealidad, porque aquella cabeza vivia una vida intensa en su serena indiferencia de burgomaestre cualquie- ra, y era claro que solo quien tuviera facultades excepcionales, unicas, para ver la realidad hasta en sus mas reconditos elementos de color y de linea, lo cual es el realismo; y solo quien, para liacer ver a los demas lo que el veia con ojo maravillosamente confor- mado, por medio de la iluminacion pasmosa de una manclia en la sombra, lo cual es el idealismo, lo cual es la poesia, podia pro- ducir el efecto que este hombre produce. Fromentin dira a ustedes cual es el secreto de t.s\.Q p^'occdi- niicnto^ de que colores y de que artificios se valia este seiior para obtener tal 6 cual efecto, cuales fueron los errores y los defectos de la Ron da nod urn a }• de . . . . Yo no se, yo no podia ver, ni discernir, ni encontrar nada. Taine mostrara a ustedes como este vidcnte^ es decir, que veia en la naturaleza mas alia de lo que los otros ven, que veia la tiniebla como los nictalopes, es el resultado de una raza, de un medio y de mi momento; pero vien- dolo frente a frente, no pensareis ni en la raza, ni en el medio, ni en nada de esto; sentireis que os traga la vista, querriais abrir desmesuradamente los ojos para ver mas 6 reducirlos a un punto para concentrar mas la vision y descubrir vivo al artista en las profundidades de su obra, y otras tonterias de este jaez. En verdad que no sirvo para critico de arte,yV' nCcuiballc con muclia facilidad; Brunetiere, un domine de endiablado talento y ARTE — ^ARTE? 163 que navega siempre en mares tempestuosos, muy bien lastrado de enidicion y de odios literarios (que son implacables), dice que solo los artistas, los conocedores a fondo de la tecnica, pueden juzgar una obra de arte; si, juzgarla, ipero gustarla? jOli! no. Pa- rece que el arte es algo esoterico que solo los iniciados pueden comprender; entonces pierde sus ligas con la humanidad y resul- taria esteril; ademas esta teoria Uevaria a esta otra: solo el artista •es capaz de juzgar sus obras, porque solo el conoce exactamente sus medios }• sus fines .... No, seiior; el arte puede revelarse a ■cualquiera, y con tal que cualquicra no signifique un excomul- gado de la civilizacion, puede entender lo que un artista quiso decir con '?a\ partitio'a 6 con su cuadro, }■ puede traducir el idio- ma del artista en su idioma proj^io, y eso es critica de arte .... Tanibien aquiy'.^ z'ais ni'emballcr. Dos 6 tres retratos de honibre, uno de niujer, un paisaje vivo conio si fuera tanibien un retrato de liombre; tanta fisonomia, tanta j^ersonalidad, si puede decirse asi, ha sabido comunicarle el pincel de este brujo que dicen que pintaba con cuatro quintas partes de sonibra y uria de luz; un cuadro mistico en que la cla- ridad niaterialmente fulgura }■ estalla y ciega; tal es Rembrandt ■en el museo neoyorquino. Me despedi dandole cita para Anvers; no se si le bese la mano; alii estaba; viendo sus cuadros se siente su presencia. — Y despues nada quise ver: ,^c6mo tuve valor para ver y admirar a otro, a un compatriota y con temporaneo de Rem brandt, a Franz Hals? No se; se que es tanibien admirable; hay alii de el, un fumador \- un retrato de seiiora, la senora Franz Hals nada menos, que son buenamente maravillosos. La luz ba- jaba; solos Perico y \o vagabamos por los salones; las figuras de los cuadros salian a pasear en aquella penumbra misteriosa; nos las encontrabamos por todas partes; estaban dentro de nosotros probablemente; pero las exteriorizabamos y las veiamos discu- rrir ante nosotros. ^Como ese mofletudo holandes retratado por Rembrandt estaba mas delante de mi, que Napoleon que desde hace un siglo esta en todas partes? No se; asi era. Debiamos de tener el niismo modo de mirar admirado, pero 164 EN TIERRA YANKEE no sorprendido, de esta Juana d'Arc de Bastien Lepage (un gran artista imierto en flor), que vislumbra entre los arboles los es- pectros un poco macizos de sus santas y de S. Miguel, armado como ella quisiera verse .... Antes de salir de estas inolvida- bles galenas, despues de seis lioras de contemplar, de niirar, de ver y de entrever, lo que .solo en veinte 6 treinta sesiones podria hacerse con fruto, nos detuvinios unos cinco minutos, los 61ti- nios, frente a un cuadrito 'icstudiodejuia 7'aran decia el catalogo. Una purisinia obra de arte. Pasamos, a todo correr, por un salon de instrumentos musi- cal es; nada notable: algunos de los que Uaman con infernal osa- dia instrumentos musicales los viajeros que los recogen en la Oceania 6 en el Africa austral, muy curiosos; alii vimos los fa- mosos bohres de Madagascar. He aqui por que son famosos: .... ^Pero habeis leido una poesia de Leconte de Lisle que se titula Le Manchy? Sous un nuage frais de claire mousseline tous les dimanches au matin Tu venais d la ville en manchy de rotin par les rampes de la colline. . . . ^No? Pues no podeis saber, lectores, por que los bobres mere- cen nuestro respeto. Colecciones de annas; esplendidas, literalmente esplendidas. Luego pasamos por los salones de ceramica china. Solo ellos merecen una larga visita al Museo ; por solo ver estos vasos, estos esmaltes, estos rojos, estos azules, estos verdes, que parecen tur- quesas y esmeraldas convertidas en pastas fluidas para teftir las porcelanas con un pincel de oro, porque todo, por sus reflejos me- talicos, parece que tiene fondo de oro. La luz moribunda espe- jeando el vientre de un tibor color de sangre, 6 marcando con rasgos de fuego las aristas de estos vasos 6 las curvas indecible- mente fantdsticas de las asas de estos tazones, que parecen talla- ARTE — ^ARTE? 165 dos en un trozo de mar cristalizado en bloqne de zafiro, nos re- tenia, nos cautivaba; }'a no qneriamos salir de ahi. . . . Salinios; un gran viento frio nos saludo con un abanicazo en la cara, al pisar los umbrales del Museo. Las copas de los arboles tenibla- ban nerviosas, llorando sus hojas de Otoiio que las rafagasarre- molinaban en la escalinata blanca. El obelisco se enderezaba rubio en la transparencia tenuemente rosada del creptisculo. . . . Tristes, sin saber por que; silenciosos, sin saber hasta cuando; crispada el alma con el calofrio de los deseos insaciados e insa- ciables, volvimos a pie a las calles grises de la ciudad. La visita al Museo me habia dejado neurastenico ; puesto frente a frente de una langosta blanca y tierna en su envoltura naca- rada de dragon niitologico, permaneci inapetente; y no eran las reminiscencias pictoricas las que me obscdiahaii (feo y antiaca- deniico verbo), sino los cacliarros y tibores de la cliineria que acababamos de entrever; comprendia en aquel momento conio algunas niiias chinas que pierden a sus amantes, se consagran al amor de uno de estos vasos de esmalte rojo que parecen un ensueno auroral. Vn poco de champagne glacial }' seco me vol- vio en mi y me dio fuerzas para recorrer la Via Apia (abundaba el apio en la mesa), que separaba la langosta del cafe negro; es- tuve a punto de encender un puro, y medio mareado solo con ese conato, tomamos un cab, fuimos a un teatro cualquiera, nos aburrimos de lo lindo, y una bora despues encallabamos en una casa de personajes de cera; otro museo y otro arte. AUi estan todos: exceptuando todas las celebridades mexica- nas, que aun no son universales, a pesar de ser de la misma pasta que las que lo son, alii estan todos; soberanos y medio soberanos, como la reina Victoria y el Emperador Guillermo y como M. Faure y el Principe de Gales. Algunos mu)' bien; algunos estan heclios a proposito para ser reproducidos en cera: este joven Kai- ser aleman, p. e; la rigidez del uniforme, de la actitud, van muy l66 EN TIERRA YANKEE bien con la inraovilidad de la estatna; a los otros quisiera uno hacerlos andar, hablar, mover los ojos; a este no. Este esta bien asi, con los ojos fijos como un sonanibulo, absorto en la contem- placion de una visi6n interior, tragado — si pudiera decirse — tra- gado por su propio ensiieiio. Es un hombre febril, un neurotico, hijo de una apasionada del arte y de un apasionado de un ideal santo de libertad y de justicia; activo, dinaniico diremos, como el solo; pero sometido a repentinos instantes de alto en que la actividad fisica se transmuta en fuga mental liacia los paraisos de la ilusion y del deseo. Este correctisimo oficial, este impeca- ble diplomatico, desempeiia admirablemente un papel;en el fon- do es un poeta mistico que se reserva y que espera; cree en su misi6n de providencia social en Alemania y en la mision de Ale- mania en el Universo; es de la raza de los Otto III, de los En- rique el Negro, de losdos grandes Federicos del duodecimo y decimo tercero siglos, soiiadores de liegemonias continentales, adoradores de su absolutismo y creyentes en el caracter religio- so de sus grandiosos y efimeros seiiorios. A mi me gusta mu- clio este Emperador Guillermo; creo que tiene algo que decir ante la liistoria y que espera su cuarto de hora. ^O no, 6 no ten- dra nada dentro, y la enfermedad moderna de ver en todo simbo- los, nos hace convertir en esfinge a un joven soldado de parada? iQuien sabe! Este otro personaje si que no es esfinge, y esta, por cierto, per- fectamente retratado, Cleveland, que conversa amigablemente con S. M. la Emperatriz de las Indias rodeada de su augusta y copiosa familia, Mr. Cleveland tambien es de una gran raza; de la de los liombres justos y buenos que fundaron la Union Ameri- cana. Un gran periodo militar y guerrero, en que sobrenadan las codicias y los apetitos de dominacion y explotaci6n de las con- quistas, en este pueblo repleto de energias de incalculable poten- cia, traera consigo un cesarismo mas 6 menos disimulado; pero segnro, y este es quizas el secreto desideratuin de un gran gru- po de politicos de aqui; ya no preponderan los hombres que re- ARTE ^ARTE? 167 chazaron la anexion de la isla de Santo Domingo; ahora los que quieren anexar el archipielago de Hawai son los qite ticnen el oido de esta gran Rep{iblica. Cleveland sera uno de los pocos hombres cai3aces de liacer escnchar los consejos de nn lionrado y noble amor a la libertad en un pueblo ebrio de fuerza y de glo- ria, y poseido de la conciencia de su mision de constituir en la tierra nn pueblo stajidai'd — un pueblo tipo, conciencia lieredada de sus fundadores puritanos. Si no puede la nacion americana con su peso romper el equili- brio del mundo politico, puede llegar a liacerse temer de Europa y tener inmovil a la America latina ante la boca de sus caiiones nionstruos; pero esa sera la vispera del desmembramiento. Mas dejemonosde la mania de profetizar; lo cierto es que ]\Ir. Cleve- land es todo un ciudadano; nadie desprecia como el la populari- dad 6 \z.pop2tlacheridad; nadie como el ha sabido ponerse frente a su propio partido y ha arriesgado su jefatura democratica, no por orgullo ni por capricho, sino por no faltar a lo que el cree su deber; esto se llama ser un liombre; los demas, son los titeres comicos 6 tragicos de la historia. Abominables, en la mas absoluta comprensi6n del vocablo, todos estos artistas, los Wagner, los Listz, los Verdi; y los poetas V. Hugo, A. de Musset; y los sabios y los filantropos y los. . . . y todos .... joh! Unas caricaturas cadavericas en cera vieja. Abajo, en los subterraneos, escenas de crimen y de muerte: Carlota Corday, Maria Atonieta, una seiiora despidiendose de su hijo que van a ahorcar, un hombre matando de un hachazo a un negro que ha matado a su mujer y a su hijo donnidos. La escena, reproducida con sus detalles mas minuciosos, resulta de un rea- lismo hondamente dramatico y espeluznante; y en la media luz verdosa de aquel frio sotano, siente uno impulsos de huir. Esto encanta a las senoritas que abundan siempre en esta lugubre es- tacion, avidas de emociones fuertes, diletantas (jque palabraza, mi querido Balbino!) diletantas puras (6 impuras). Arriba, en el l68 EN TIERRA YANKEE primer piso alto, iin automata gana a todos los que jiiegan con el, pero gana indefectiblemente los partidos de ajedrez. jMe gano a mi, que si no soy el primer ajedrecista del mundo, si he jugado oclio 6 diez veces, sucinnbiendo con gloria en todas ellas! En un departamento en que se ven y no se admiran, los epi- sodios finales de la guerra de secesion (muclios fieltrazos negros, muchos zapatazos y botazas empolvadas, muchas levitas azul- obscuras desabrochadas como la de Grant, 6 perfectamente ce- fiidas bajo la barba gris, como la de Lee), un guardian dormia sentado en una banca; una familia de burgueses, de payos, como aqui decimos, que por primera vez visitaba el establecimiento, reunida en un conciliabulo animado, aunque en voz baja, discu- tia este problema: aquel guardian ^era ?/;/ 7'/i'o 6 era unliombre de cera? cuchicheos, risas, pero nadie se atreviaa ponerel casca- bel al gato; de repente el guardian se despereza, bosteza ruidosa- mente y se queda viendo atonito a los burgueses: este es Ulises Grant, dice, mostrando la efigie del vencedor de Richmond. Car- cajada general ; todos creiamos que era de cera el dormido .... Pues bien, era de cera; asi al menos me lo sostuvo uno de mis companeros, y a mi cualquiera me hace vacilar con solo enun- ciarme la proposicion contraria enfaticamente. jAy! solo se que nada se. No era de cera. ^Y esto es arte, Dios mio? ^Este es arte como el de Rembrandt van Ryu? ^Copiar la realidad es el arte puro? El numequero au- tor de Cleveland y de Victoria y el retratista del Museo metro- politano, copian, reproducen pasmosamente bien; luego tienen el mismo merito; vamos, el fotografo es superior al pintor;es mas exacto. El arte no copia, interpreta; lee la naturaleza el artista, y tra- duce su lectura con su alma, con su sentimiento, con su pasion. Ese Rctrato de Hovibrc de Rembrandt, es un honibre cualquiera, pero es un hombre vivo y la vida se la comunico como un Dios el artista, con solo verlo, con solo hacer pasar el alma de sus ojos pequehos, comprensivos, fulgurantes (esos ojos de Rembrandt que Rembrandt reprodujo tanto), a los ojos del hombre que re- ARTE — iARTE? 169 trataba. Y asi se comprende c6mo el arte, prodiiciendo la sensa- cion de la realidad coiiipleta, es decir, de la verdad, produce la eniocion de lo bello. Rembrandt se sirve para esto de uii simple procedimiento, el coiitraste de la sombra y de la luz; pinta, lo re- ptimos, con una quinta parte de luz y cuatro quintas de sombra. iPero es sombra la suya? ^O es la luz agregada a la luz, como en el fenomeno de las interferencias? No se; pero viendolo, devo- raudolo con los ojos, digdmoslo asi, se siente que la revelacion de la vida por el arte, es el goce supremo; se siente uno con el deseo de decir a la vida como los apolineos del gran demente Federico Nietzsche: «te amo, porque tu imagen es bella; eres digna de ser soiiada." J. 6.-22 NIAGARA ^)L treii paso de la velocidad maxima a la minima y pudimos «;5;;;=k5, ver mas despacio, y pudieronse dibujar mas detalladameii- y te en nuestra retina, las manchas de bosque color de tabaco, los grupos de caserios con simetricas placas de nieve en los te- jados, y abajo, aca, alia , vastos charcos blancos en el snelo hiimedo yfangoso. Paro el tren; eran las siete de la maiiana. De la temperatnra de veinticinco centigrados del Pullman, pasamos a tres 6 cuatro grados bajo cero en la estacion, rapi- damente, como se hace todo alii, sin transiciones, sin malices, en /?/or. Una gran bocanada de viento polar nos calo de frio hasta la medula; el cielo espeso, acolclionado de enormes vellones de lana gris, se nos venia encima y con el nos ponia en contact© la lluvia a manera de rocio de moleculas de hielo. Seria una hiperbole decir que la sensacion era agradable; la verdad es que yo no pensaba en ello; mientras mis compafieros arreglaban nuestra translacion a Niagara-house^ el unico hotel que pcr- manecia abierto en el lado americano, yo veia con lentitud en 172 EN TIERRA YANKEE derredor mio, como qneriendo coiivencemie a mi mismo de que era indiferente. Estaba resiielto a no sorprenderme; jhabia visto tantas veces en fotografia la gran catarata! jla habla soiiado tanto, que toda sorpresa era iniposible! Al contrario, sentia de antemano la orgullosa melancolia de la desilusion. Muchas des- cripciones del Niagara habia visto: la de Chateaubriand, la de Tyndall (hablo de las que me habian impresionado mas) y la que me era intima y familiar, escrita por mi padre en 48, preci- samente en la epoca en que yo nacia. No las recordaba en aquel instante; ni queria. De la poesia de Heredia apenas se habia salvado en el naufragio de mi memoria esta frase: Niagara un- doso .... jPuede llamarse undoso al Niagara, Dios mio! La impaciencia me devoraba, como la zorra las entraiias del joven espartano, sin que mi fisonomia dejase traslucir nada. Los rostros de los gordos compuestos de curvas mas 6 menos am- plias, son muy propios para disimular las emociones; serian mascaras gruesas, pero perfectas, si la facilidad de cambiar de color no nos vendiese .... Me desconcertaba profundamente una cosa: el ruido, el famoso trueno perenne del Niagara, que se escucha a treinta kilometros de distancia, alli, a doscientas v^aras, no se oia. (iDonde esta el trueno? preguntaba a mis com- paneros. Y todos nos deteniamos y tendiamos el oido .... Na- da: el Niagara no estaba de truenos ese dia, no rugia el leon; tenia frio. Atravesamos en un carruaje casi comodo, algunas calles de la ciudad, de la misma ciudad americana de siempre, Estas ciudades de casas muy altas, emparrilladas de ventanas desnu- das de ornato, pintadas de los mismos colores, construidas del mismo material, alineadas por identico modo, parecen hechas en una fabrica, con los mismos moldes, como los sombreros 6 las maletas. Llegamos al hotel; nos instalamos rapidamente; corri- mos a las estufas luego, y en seguida comimos muy bien un mal almuerzo. Luego, mientras los coches de la excursion llegaban, visita- mos de prisa el salon de baratijas del Niagara: niagaridades NIAGARA 173 les llamare, con escandalo de la Academia y de la eiifonia. Si, alia en el fondo de iin corredor, liabia nna ventana, y desde esa ventana se veia iin biien trozo del rio .... Pero yo no quise ver aquello. La graciosa muchacha qne cuidaba de la.s niagaridades y las vendia suavisimaniente caras, nie niostraba unas fotografia.s, excelentes por cierto, y nnos niunecos vestidos de indiosde la comarca y pipas de todos tamanos y niocasines de piel sedo.sa V rosarios de niagara—stonc y centenares de prensa— ])apeles de cristal con su niagarita dentro, en todas las postnra.s, y corta- papeles y qne se yo. Todo era niuy bonito y no poco fastidioso. Estaba ya aburrido del Niagara. Partinios al fin . . . . El a.specto de las co.sas se habia ido trans- formando; las hebrillas liqnidas de la Uovizna se habian cuaja- do y bajaban en nienndisimo polvo de sal blanca; pero aqnellos atomos pronto se canibiaron en estrellitas qne caian y caian y caian en prodigioso ntrniero, sin rnido, y lo algodonaban todo, y nos vestian de bianco en nnos cnantos segundos .... El in- vierno habia llegado al Niagara en el niisnio tren qne nosotros, y es nn decorador incomparable; aqni en nnestro clinia solo co- lora esplendidaniente el cielo y de.scolora la Natnraleza; alia es distinto, alia es nn divino cri.stalizador. <^Abnsa de lo bianco? jOh, no! Al nienos para mi. Iban nncstros carrnajes a bnen pa.so por las calles; en una especie de garita recogimosnnos boletos, para pasar por las es- taciones que trazan nuestro itinerario. Todo blanqnea, de los te- jados al piso; las rnedas de los coches corren sobre uata y no dejan .snrcos pardos como suelen; la nieve es ya nna capa espesa. Los bo.sques, que .se acercan 6 se alejan aqui y alii de la corrien- te, estan vitrificados; las ramas son corimbos de cristal, los tron- cos emergen blancos de la blanca nieve; por entre las ramas se ve correr al rio furioso, rabiosamente gris y espumarajeando bajo la fusta de la rafaga; en el fondo, en el ultimo t^rmino de 174 EN TIERRA YANKEE aquel sileiicio glacial, iin rumor inmenso, el trueno de la cata- rata. Livido de iiiipaciencia y de frio baje del coclie; el viento y lanieve nosempujaron y entramosa. . . un iiinseo de niagarida- des. . . . Miiy confortable, a fe; biiena teinperatura, Hildas mu- chachas que ofrecian, como los tratantes europeos a los iiegros de Africa, baratijas de mil pintorescas especies, las inismas que habiamos visto en la ciudad : xvingzvaiiis^ calumets^ mokasincs^ tomahauks, en fin, todo el atrcsso de una novela de Fenimore Cooper; esperaba yo darme de manos a boca, al salir, con el ultimo nio/ii'cano .... No, no estaba alii, 6 no lo vi, porque al salir estabainos junto a la Caida americana, en una gran terraza, ciiyos bordes de pie- dra dominan el rio, y que deja gastar uno de sus angulos por la niasa de agua que llega con tranquilidades de reina que va a morir, y luego, en una graciosa voluta espesa y traiispareiite„ al traves de la cual se ven las aristas de las rocas, cae de golpe y ruje dolorosamente y levanta oleadas y reinolinos en el ri'o. Alia abajo veiamos la orilla de ese rio desequilibrado y freiieti- co, con su via ferrea que se inete casi bajo la Cascada,y su inuelle en donde se embarcan los viajeros que liaceii el viaje profun- damente conmovedor de la herradura^ es decir, que llegan a la boca del abismo. La Herradura estaba alia: la Gran Caida, al la- do de la cual la angosta cortina americana tiene elegancias y coqueteos demujer; de mujerdemente, eso si, como Ofelia. La Herradura es el anfiteatro ciclopico de rocas de donde se lanza el brazo principal del rio; no la veiamos, la entreveiamos; una nu- be de agua pulverizada que subia del foiido y pugnaba por con- fundirse con latormenta, velaba aquel espectacnlo soberano que se dibujaba en nuestra retina; y se transmitia a nuestro espi- ritii con no se que lineainientos apocalipticos. Aletimos la maiio en el agua de la Catarata y, convertidos en ambulantes estatiias de sal, volvimos al museo donde las niises limpiaron niiestros abrigos de su forro bianco. Y segiiimos rio abajo. Otro museo. Lo niismo; todo muy ordenado, muy arre- glado; los mismos iiidios de Cooper, con sus caras de palo pinta- niAgara 175 do muy coloradas, muy serias, muy feas; las mismas indias lle- vando d siis vastagos ocultos bajo los paiios azules del ctircdo (como por aca decimos); las inisnias enornies raquetas para los pies, las mismas barcas de cuero, y las mismas gargantillas, piiL seras y anteojitos; todo heclio por Xo's pielcs rajas. ... en Alema- uia. Y, sobre todo, las mismas muchaclias, con los mismos delan- tales, las mismas caras blancas y rosadas, sonriendo del mismo modo,rogando de identica maneraycazando los dineros del tran- sennte con la misma dnlce y apremiante liabilidad. vSospecho que estas seiioritas lian sido encargadas a la mi.snia fabrica por la empresa de explotacion del Niagara; debe de haber una Es- cuela Normal para educar a estas lindas extraedoras de dollars. Yo, encastillado en mi ignorancia del ingles parlado, habia sa- lido bastante bien de la aventura. <(;Ali! usted es espanol, me di- jo una de ellas; pues venga usted a ver estos rosarios.>) jAy de mi! aquella joven era poliglota; no habia defensa posible. Por unos pasadizos tapizados de nieve corrimos a ver mas de cerca el rio; nuestras compaiieras asentaban mal el inexperto pie mexicano en aquel resbaloso colchon, y rodaron. Nos conducia el ultimo moliicano bajo las especies de un viejo invalido de la guerra de secesion; habia bajado por aquellos angostos pasillos cien mil veces .... y rodo tambien. Volvimos a nue.stros co- ches .... Bajamos un poco mas hacia aquel rio, ahora visto sin cesar a traves de las amortajadas ramas, plomizo y formidable como el cielo; paramos en otra estacion, es decir, en otro niu- seo, en otras baratijas niagarescas, en otras muchaclias bonitas, en otro liogar identico a los otros .... Pasamos, nos metimos en un descensor, y, por un tubo enorme, bajamos hasta la orilla del rio, al pie de la Caida americana. La nevada sigue sin tregua, parece que la atmosfera ha convertido todos sus atomos en plu- monesblancos, que no caen verticales, sino que vuelan arremoli- nados; el viento nos los escupe al rostro .... jOiie tremendas 176 EN TIERRA YANKEE colisiones de olas! Que abscesos gigantescos de agua reventan- do en e.spuma! Aquello era una cinta de mar en borrasca, enca- jonada en la enorme barranca .... Nos retratamos; puede uno retratarse en un gabinete, 6 en el hotel, 6 en Nueva York; es lo mismo. vSe escoge el fondo: un trozo del Niagara, y resulta uno mas 6 menos familiannente de espaldas a la Catarata. Alguno.s minutos despues corriamo.s silenciosaniente hacia el Canada; cinco 6 siete pulgadas de nieve cubrian el suelo; la sinfonia en bianco mayor estabaen su crescendo soberano. Todo habia desaparecido; no habia mas que un infinito panorama de nieve que servia de marco a una nube de agua; esa nube era la Catarata. Rl sol, mancha difusa y vaga de oro bianco, desliza- ba por algiin repentino intersticio una efi'mera fleclia de fuego que irLsaba un segundo el humo de la Caida, daba un tono s6- bito de espejo metalico a un fragmento de agua y de.saparecia apenas entrevisto, apenas soiiado. Aquellas selvas, todavia esta manana maravillcsamente colo- readas de cobre rojo, de oro viejo y de verde an^mico de una sua- vidad inefable, por el langiiido pincel del Otoiio, no son mas que masas conicas de sal lavada. Hace un instante a6n, la parte de los arboles no expuesta al viento, se mostraba obscura; aliora la nieve cae mas vertical y todo queda del mismo color diafano y lacteo. La sombra es azul, las ramas son millares de racimos de cristal, annados en alambre negro. El paisaje es lunar; viajamos por el planeta muerto; el calor es un recuerdo; la naturaleza es un cadaver mu}' rigido, muy palido .... Por un puente de vidrio pasamos al Canada; asonibrados veia- mos trozos colosales de la gran Herradura, entre la espe.sa y retumbante niebla que vomitaba el abismo; el cielo, arrastrado por la tormenta, se pegaba al sudario bianco, como un beso I16- medo y convulsivo. La Caida estaba tragica, era la tragedia mis- ma, la tragedia de lo fugaz, de lo que se va, de lo que no vuel- ve, del tumultuo.so hervor de la transformacion eterna. P^so era horroroso y divino. El Dante debio de haber soiiado paisajes asi: si su alma era un abismo, esas aristasde rocas que deja ver NIAGARA 177 la transparencia del ag-ua verdinegra, se me fijurabati el brocal Toto de aquella alma .... Llegamos .... El 5*? museo. jOli! Dios de los paisajes subli- mes, ,;por que permites esto? (i.Por que te ban forzado estos sajo- nes a tamaiia coudescendeucia? ^Por que bas dejado couvertir el Niagara eu uua jugueteria? El Niagara es ya uu drama cou en- treactos de pastorela, es uu trueuo con iutennedios de sonaja, es uua siufouia cou iutervalos de organillo, es uu ciclope con un racimo de guapas chicas bajo el brazo; jvamos, es uu ogro, es un cuento de Perrault! No vimos nada; nos fuiuios derecbo a un gabinete en doude dejamos nuestros abrigos y, en un santiamen, los pilotos de la Catarata nos vistieron de liule de pies a cabeza; las mauos queda- ban desnudas para estar expeditas, lo que me puso pensativo: es- tabamos ridiculoseimpermeables. — Vamos aldescensor; salga- mosal airelibre. jYuo erapoca la libertadde aquel aire! Lanieve nos azotaba el rostro, nos cegaba, se nos amoutonaba en las bar" bas, formaba estalactitas en nuestras pestaiiasy corni.sas en nue5?- tras cejas; el frio nos niordia a su gusto la cara y las mauos indefensas. Un gran blondo nos perseguia; con la obstinacion implacable y suave de los hiperboreos, nos obligo a sentarnos sobre un monticulo de nieve y nos retrato. [Que agradable y que estetico debe de .ser el cuadro! Niiestros trajes nos dan una apa- riencia de escafandros buseando en la nieve! jOli, la fotogra- fia, la fotografia, el medio infalible de inmortalizar lo feo! Seguimos a paso veloz, rumbo al abismo; en la jaula del des- censoribamos tres mexicanos, dos seiioritas americanas con sus imperm cables amarillos que les daban un curioso aspecto de co- leopteros sobrenaturales; [con decir que dentro de los pantalones tienen que caber todas las enaguas! — y el guia. La temperatura bajaba con nosotros, se despenaba a saltos del cero abajo; nues- tras mauos pasaban del color de la sangre viva al livido; aquello era un sufrimiento lleno de atractivo y de deliciosa angustia. J. 3.-23 178 EN TIERRA YANKEE Llegamos, dejamos iiuestra jaiila. . . . He aqui la Catarata 6 algo que me figiir^ que eso era; un telon espeso de agua y tempestad que huia a nuestro lado, que liuia de si misnia como una loca exasperada al vislunibrar el precipicio. Lo que me pasmaba era la suprema majestad con que la corriente llegaba al borde y el repentino vertigo de la caida; la masa perseguia a la masa, la molecula a la molecula, sin cesar, sin cesar nunca desde la Crea- cion que es el principio que asignamos a lo que no lo tiene; aquel infinito de atomos caia con fuerza tal, que parecia llegar al fondo de la tierra de donde surgia instantaneamente en forma de nube, y de un solo esfuerzo, de un solotrueno vol via a nivel de donde liabia caido, al trav^s del iris, en dias de sol, hoy, en medio de las rafagas de nieve que la azotaban y la deshacian. Pasamos, cortandonos las manos, por una garganta estrechi- sima de rocas. ^Como pudo efectuar mi curiosidad dolorosa la traccion de mis dos 6 tres toneladas de carne? jlo ignoro! EUo es que el viento y la nieve nos ahogaban cuando llegamos al pie de una roca inmensa; por una escalera de mano subimos a la meseta, uno de cuyos angulos perfora al torrente que vuela casi por encima de ella. Con un terror divino veiamos al mons- truo lanzarse hacia nosotros, baiiarnos en su vaho y desplomar- se a nuestros pies a una distancia que parecia la misma que hay entre el cielo y la tierra. Bajamos de nuestro mirador terrible y, seguidos 6 precedidos por nuestras bizarras compaiieras, subimos por una estreclia ga- leria tallada en el granito y pavimentada de madera; al salir de ella nos sentimos inundados; todo el ambiente era agua; es- tabamos debajo de la boveda liquida de la Caida. No veiamos ni de donde venia ni a donde iba aquello; teniamos delante un mu- ro de cristal en disolucion perenne; las rocas vibraban en inaca- bable terremoto bajo nosotros; todo nos indicaba que estabamos en poder de la Catarata. Avanzamos mas, llegamos hasta un banco tallado en la masa de piedra, y alii nos sentamos, bajo una ducha que parecia salir a borbotones de la constelacion de Acuario, y frente al velo ras- niAgara 179 i^ado de la Gran Humeante. Iviiego por una cornisa fuimos a un balcon desde donde vimos otro aspecto del abisino. ^Como no resbalamos imos cuantos centimetros hacia afuera y volamos al precipicio que nos habria reducido a hunio? Coniprendi que era iniitil contemplar mas en aquel momento!; habia Uegado al limite en que la sensacion se transforma en alucinacion, en que va no venios, sino iniaginamos. Despues que nos desvestimos y tocaron con fruicion nuestras nianos ateridas algunas tibias y autenticas pieles boreales, repasamos el rio por otro puente. La nevada habia cesado, y no es posible decir la gracia con que el ilimitado marco de plata encerraba en su centro a la Ca- tarata. Nuestro cerebro reposaba en esa dulcisima impresion, y tornabamos a figurarnos, en aquella claridad azulosa, que via- jabamos por la luna. Solo el agua del rio corria negra bajo la espuma. De cuando en cuando una plantita, vivaz a{in, hacia un esfuerzo por levantar la gran niortaja blanca y mirar al cielo. jOh! volver, volver, murmuraba yo acostado, a media noche, en el muelle, pero diabolicamente trepidante lecho del slccping- -car^ corriendo a todo vapor rumbo a Chicago. Y asisti en sue- lios a la maravillosa caida del Ganges, desde el cielo, sobre la cabeza del dios Shiva, mayor que la Tierra; en cuanto pude re- lei el texto famoso del Ramayana .... «La atmosfera, llena de miriadas de copos de blanca espuma, brillaba como brillaba un lago plateado por el plumon de los cisnes. El agua, que caia de la cabeza de Mahadeva, se precipitaba al suelo de donde subia y a donde bajaba perennemente en torbellinos, antes de seguir su esplendido curso." La verdad es que la imagen del Niagara queda en el espiritu como un inmenso telon de fondo; es una decoracion perpetua para el drama subjetivo cuyos episodios constituyen el interns y la tristeza de la vida interior. t si^jd m DE NIAGARA A CH5CAG0 ERRIBLE, martirizadora, hecha de cielos grises en movi- ^^^miento vertiginoso y de r^fagas compuestas de un mill6n Y de agujas de acero por minuto, fue la tarde que pas6 en el Niagara. Inolvidable porque el perenne despeiio del rio en los abismos no tenia el caracter profundamente pasional y tragico de las horas niatinales. Ya no habia luclia, ni torbellinos de nie- ve, ni grandes bocanadas de aliento polar; la mortaja blanca cai- da sobre la tierra, era tan espesa, que apenas dejaba adivinar las rigidas formas del cadaver de la vegetacion; bajo ella el rio, en- tre aquella inmovilidad ilimitada, parecia formado de crepliscu- lo y agonia; aquello era el simbolo gigantesco de lo eternamente fugaz e instil de la vida. Con estas reflexiones de moralista estupefacto en la cabeza, y en los pies un frio de tuniba vieja, sali del carruaje de la com- paiiiaexplotadora de la admiracion de los turistas, y me meti por unos vericuetos convertidos en charcos de agua helada; llega- mos al borde superior de la cortina de rocas que separa la Caida americana de la canadeuse, y nos dimos, de nuevo, de manos 1 82 EN TIERRA YANKEE a boca con este Niagara hipnotizador, que jamas, jamas quisiera lino dejar de ver, como si deseara sorprender im momento en qne se detuviese arriba el rio, y snspendido en la orilla del precipi- cio, cristalizara sn corriente vertiginosa en la cornisadel abis- mo y dejase escaparla niasa de agua lanzadaya hacia el no bajo, mostrando, en desgarramiento formidable, el esqneleto grani- tico de la barranca; y Inego enmndeciera todo, todo callara, y nn silencio ignal al de losinstantesdel Genesis qne precedieron dla palabra creadora, reemplazara este perenne nmnnnllo lie- cho de trnenos y de tormentas. Lo cierto es qne la iiebre de fantasear, de describir, de com- parar, de nrdir metaforas y bordar imagenes, se apodera de todos ante el Niagara. Primero deprime, snmerge y disnelve el espi- ritu en espnmas y arco-iris; viene la reaccion, y Inego nn febril trabajo mental sncede a la estupefaccion. Lo qne se busca, al traves de todo este caleidoscopio de sensaciones qne acaban por monotonizarse en nna impresion solade admiraciony de inipo- tencia, es fijar y definir bien el fenomeno, para llevarse la ne~ gativa^w el interior del alma y revclarla a solas y disfrntarla sin cesar .... De toda nnestra contemplacion vespertina, dos momentos me asombraron y me encantaron: la vista del rio en el Ingar en que prepara, en qne arma sn gigantesco salto,y el panorama total desde el remate de nna altisima torre de fierro en nn estableci- miento de la cindad de Niagara. Avanzamos de roca en roca; todo el rio venia hacia nosotros; todo el se componia de cascadas; todo el se compone de ensa- yos;cadacien varasemprendenn salto todala corriente de orilla a orilla; toda ella se encrespa y se precipita de golpe. Aqnello es limitado, definido y breve relativamente, y parece infini to co- mo el mar; qniere nno sorprender, en esas olas sin descanso y sin fatiga, mia expresion de angustia y de miedo al acercarse a la caida, al azotarse en el abismo. Estabamos llenos de agna helada, nnestros impermeables chorreaban agna escnpidos sin cesar por aquel oleaje desesperado; el rio se convertia para nos- DE NIAGARA A CHICAGO 1 83 otros en imaducha sin fin. Y sin embargo, no acertabamos a mo- vernos, nuestra niirada se prendia a cada ola y la seguia en sns evolnciones desesperadas, asistia a su agonia tragica y la veia hnndirse y desaparecer en un grito espantoso en la sombra. Aqnellos millones de dramas identicos, perennemente reno- vados, nos retenian dolorosamente. Yo no veia conio podria se- pararme de alii ; no lograba moverme, no me iba a mover; el deseo imposible del Fansto de Marlowe de deshacer sn alma en molecnlas infinitas y dispersarlas en el espacio, se apoderaba de mi; el budista escondido en el fondo de mi temperamento pere- zoso que aspira al Nirvana por la flojera de sonar durante toda la eternidad, se asomaba a mis ojos, y desde e?a ventana con- templaba al rio correr, correr, correr .... Por desgracia mi imaginacion trabajaba, funcionaba el dina- mo mental y veia claramente el retroceso de la Catarata de una en otra cortina de rocas (porque todas las pequeiias caidas pre- vias que tenia ante los ojos eran las grandes del por^^enir), hasta llegar al lago de donde parte el no, que entonces se derramara directamente en su gigantesco caiion de granito. Yo no lo vere... no lo creo .... Uno 6 dos millones de anos (siento no haber recogido el datoaritmetico preciso) pero tal ha de ser(mill6n me- nos 6 millon mas), el tamano del tiempo que nos separe de e.se que sera el de la metamorfosis definitiva del Niagara .... Tal vez los hombres de este siglo estaremos de vuelta entonces en este purgatorio terraqueo .... Ouizas no. Mi buen amigo el co- ronel Santa Fe, que tiene la felicidad de vivir en intimas rela- ciones con lo suprasensible, podria darme una consul ta sobre el caso .... ^Pero para que volver a esta Tierra si no se vuelve con lo que se ama? .... Es prcferible al espectaculo del Niagara, un rincon del espacio desde donde podamos contemplar el salto de la vm Idctca^ el rio de mundos, en la noclie del infinito .... dans le trou dii charhonier. 184 EN TIERRA YANKEE Ateridos, cansados; como si hubiesemos andado 43 legiias en los veiitisqueros polares, vimos con ojos de estatua las pruebas pirotecnicas de iin seiior con aspecto de gitano, qne explota una fuente de carburo 6 sulfuro de hidr6geno, 6 algo por el estilo,. en combustion perenne, y cuya flama, encerrada en un tubo, hace maravillas, entre ellas la de poner horriblemente lividos y feos d los circunstantes; no lo digo por mis compaiieros y por mi, que eramos feos de antemano, pero las seiioras .... En fin, la luz que convierte en dinero Q\gneb)'o aquel, es mu}'. poco galan- te . . . . Cruzamos el centesimo museo, resbalamos por entre I0& mismos mocasines, cuentas blancas, pagayas, pipas de palo y esquimos de todos tamafios y colores que ya conociamos, salu- damos a una )}iiss que debe de pertenecer a la niisma fabrica que las de los otros museos, tomamos el ascensor y subimos a la cu- pulilla de una torre altisima de fierro .... Panorama incomparable; la ciudad de Niagara sacando las puntas de sus chimeneas y los remates de sus tejados rojos de la gran placa de nieve que la habia cristalizado en la manana, estaba a nuestros pies; alia en el horizonte el Canada esfumado^ desvanecido, desleido en una masa gris de moleculas de agua; el sol se adivinaba por una claridad mayor en el vago plateamiento de la bruma occidua. Bajo esa claridad venia convulso y ronco, encabritando.se y relinchando el rio; no, no dice esto mi impre- sion; es una metafora, probablemente recordada de las que usan los clasicos siempre que liablan de un rio. Me dijo cierta oca- sion Pablo Macedo, que el Niagara le habia heclio la impresion. del mar metido en una bandeja y derramado sin cesar en el abismo. Aquel rio sin margenes, porque la niebla las borraba, y que venia con estremecimientos epilepticos hasta el borde de la herradura, era magnifico, acongojador, inspiraba admiracion y piedad ; liabria uno querido pararlo, desviarlo .... pero esto no era facil. El no se bifurca, y dando su segunda rama un ro- DE NIAGARA A CHICAGO 185 deo, viene aqui mas cerca a formar la cortina derecha y elegante de la Caida americana. Las escamas del rio se apagaban, su masa gris corria cada vez mas opaca; el tumbo inmenso llenaba con sii trueno los ambi- tos; el espectacnlo sublime ya era mas bien oido que visto. La noclie fue complicando de sombra y de misterio aquel panorama sin comparacion posible; los focos electricos que la niebla ro- deaba de halos opalines, marcaban las lineas de la ciudad pere- zosa y fria. Y yo, liombre sujeto al imperio de la came en forma de beefsteck, habria renunciado a comer con tal de seguir soiian- do frente de aquella tiniebla, ese divino ensueno, sin contornos, casi sin conciencia, en que nos sumerge el dulce hipnotismo de los espectaculos inmensos .... Pero teniamos que tomar a las ocho en punto el tren de Chicago .... iQni paso en aquella noche? ^Como habiendo encontrado todo el Pullman ocupado, a pesar de liaber separado nuestros cama- rotes 6 leclios (al gusto) desde New York, logramos encontrar- nos mi buen amigo Genaro P'ernandez y yo, lugares comodos para dormir? Es posible que este milagro se debiese al ingles de mi compaiiero, tan claro que yo mismo lo entendia y que di- ficilmente lo entendian losyankees que solo entienden el ingles obscuro. Ks muy posible; el resultado fue admirable; tenia yo tal cansancio de alma y de cuerpo, la sensacion del Niagara ha- bia apurado por tal modo en mi espiritu la sensibilidad, que me podia considerar muerto psicologicamente. Vagamente 01 que querian que yo dejase mi maleta abierta: di mis Haves al con- ductor a quien, en aquellos instantes, liabria dado tambien mi cabeza, y luego supe que conio la linea ferrea unas veces corria por el Canada y otras por los Estados Unidos, habia necesidad de dejar expedita la accion de los aduaneros; ese biego fue a las ocho de la manana del dia siguiente. Desperte fatigado, por- que en suefios habia seguido viendo al Niagara, y ya me caia en la cabeza como el Ganges cae en la del dios de la Trimurti Indica; ya lo veia a mis pies desde la cuerda de Blondin, ya me sentia rodar por la Caida encerrado en un barril, como otros J. s.— 24 1 86 EN TIERRA YANKEE lo habiaii hecho. De modo que, en sueiios, me mori dos 6 tres veces, y muchas mas, si se ciieiitan las muertes de miedo. Ello es que despues de almorzar me pase algunas lioras vien- do con cierto estupor, es decir, hecho un estupido, el paisaje gris, opaco y sin caracter que ante mi se extendia, sin darme cuenta de nada; por lo menos de nada me acuerdo. Creo que entonces fue cuando dormi de veras. Un horizonte aspero, repulsivo, espinado de chimeneas ne- gras, frio, humedo }' negro de nubes de humo que complicaban lo funebre del panorama, nos revelo la cercania de Chicago. Es- topamos^ como decia mi compailero, en una enorme estacion fea y sucia; pasamos por sobre veinte pares de ferrocarriles, le hui- mos el cuerpo a seis u oclio locomotoras que, arrastrando ca- denas interminables de wagones, se nietian bajo techo sin de- cir ((fierro va,» y tomamos un coche incomodo ycaro que nos condujo a nuestro hotel en el corazon de aquella ciudad exu- berante. Era claro que entrabamos en una inmensa viscera, en una for- midable entrafla de uno de los tres 6 cuatro cuerpos que en el or- den economico componen la Union; Chicago no es un cerebro, ni un corazon, es un est6mago 6 cosa asi; turbio, frio,incoloro, com- puesto de niasas de construcciones toscas,sin la menor intencion estetica, pero grandisimas,pero deformes, aquella ciudad que tie- ne dos tercios de siglo de edad, me liizo el efecto de una Nueva- York descascarada de todo estilo, de toda hermosura, de todo co- lor y originalidad. Pero eso si, los cereales, los ganados, las carnes circulan por todas las canales, venas y arterias, y se amontonan en todos los rincones y esquinas de este gran vaso de alimenta- cion. La atmosfera, compuesta de atonios de agua y de carbon mineral, Uegaba a ser casi irrespirable para nuestros pulmones que acababan de Uenarse con el gran viento oxigenado del Nia- gara, y confirmaba en nosotros la idea de que andabamos por una seccion de un tubo digestivo; la humedad que dejaba la brunia en las paredes nos parecia cierta especie de jugo gastrico, y yo temia instante por instante ser digerido por Chicago, la innien- DE NIAGARA A CHICAGO 187 surable tripa; mi companero, que es de piiro hueso, sonreia des- deiioso ante esta perspectiva. Rran las tres de la tarde y llegamos casi a obscuras a nues- tro hotel; no era ni el AuditoriiiDi ni el Pah)icr^ pero era una bnena casa confortable; OiSto^ yankecs que van )• vienen incesan- temente, son quienes niejor ban entendido el niodo de rodear el reposo de condiciones de comodidad absoluta; tienen que ga- nar en calidad lo que pierden en cantidad; ellos ban encontra- do la formula material del descanso intensivo. Yo se los agra- dezco. Anduvimos una bora por el centre de la ciudad, vimos algu- nos de estos fenomenales edificios a que Nueva York nos babia acostumbrado; pero mas sombrios, mas sucios, mas improvisa- dos; en aquella tarde apizarrada y densa, el porfido negro y el granito rojizo bacian efectos liigubres. Pero en fin, esos edificios decian algo, tenian una fisonomia, una.presuntuosidad de adve- nedizos ricos que no dejaba de llamar y hasta de embargar la atencion. Desgraciadamente estos modelos de arquitectura in- dustrial y millonaria (permitaseme decirlo asi) estan barajados con casas de oficinas tan completamente desnudas de arte, que acaban por producir no se que vago deseo de cometer un crimen y de renovar el incendio que bace mas de treinta aiios devoro a Chicago. Tomamos un elevador en una de estas casas; entramos en una oficina. ^El Sr. Consul de Mexico? preguntamos. — Un joven simpatico, amable, que me reconocio en seguida, se levanto viva- mente; nos abrazamos y quedamos de amigos de veinte ahos en un minuto: era Felipe Berriozabal. Salimos con el; visi tamos de paso algunos edificios; como era natural, hicimos alto en una estacion de bomberos. No se encrespen mis lectores; no voy a describirles la maniobra describidisinia (estoy faltando al res- peto que debo a la Academia) de los bomberos americanos, ni la rapidez con que quedan casi automaticamente metidos en sus l88 EN TIERRA YANKEE pantalones, cuando los despierta la cainpana de alarma (supon- go que dormiran solo con un ojo), ni la instantaneidad con que vomitados por los tubos se encuentran sobre los caballos repen- tinamente guarnecidos,arrastrandobombas cuyas calderas estan siempre a media presion, y pasando del sueno de sus camas sol- teriles, casi sin transicion, a la pesadilla roja de las llamas, de los chorros de agua y de fuego, a los gritos de las victimas, a los true- nos de los desplomes y a la muerte quizas; no, no les describire nada. Ya era plena noche, 6 por lo menos, plena sombra, cuando sa- limos de ahi; las grandes avenidas mercantiles, surcadas por wa- gones funiculares que manejaban unos liombrones vestidos de hopalandas forradas de pieles, estaban apretadas de gente e ilu- minadas de bianco y oro por la luz de los focos incandescentes que brotaba a torrentes de los escaparates, y por la que bajaba en amplias vibraciones de las lamparas de arco. Surgiendo sin cesar de las penumbras palpitantes fomiadas en derredor de los altos cayados de fierro que sostienen los globos electricos,a la zo- na de luz cruda que las bafiaba de lividez espectral, 6 a la que emitian los cristales de las tiendas y las iluminaba de costado, las j6venes obreras que por millares salian de los almacenes para tomar sus elevados 6 sus tranv'tas^ corrian por las aceras envuel- tas en sendas capas de paiio, con sus canastillas en la mano y los ojos muy abiertos y muy fijos, como si una mano irresistible las atrajera hacia si. Penetramos en un edificio que ostenta la singularidad de te- ner algo asi como un patio central, cercado por cuatro muros que se elevan a la altura de diez y ocho 6 veinte pisos. Desde el cen- tro del patio nos parecia que estabamos en la boca de un teles- copio invertido; cuando veiamos desde arriba se nos antojaba el tiro de una mina. Esto se llama el Templo masonico; en el ele- vador que nos llevo a aquellas sublimes alturas nos encontra- mos de conductor a un muchacho mexicano, vestigio perdido de la Exposicioti de Chicago. Abajo en el bar tomamos un bock de helada cerveza contemplando un esplendido mosaico roma- DE NIAGARA A CHICAGO 1 89 no que representaba el Descubrhmento de America; a regular distancia parecia aqiiella riqiiisima obra de arte un tapiz de al- to lizo. Tambieii era un resto de la Exposcibn. Entonces los yankees se morian de amor por Espana, y la pobre princesa Eu- lalia crey6 que la Federacion americana estaba enamorada de ella .... y le correspondio. CARNE UY temprano emprendimos el viaje; ibamos a ver lo mas ca_ 'racteristico de este repeiitino y prodigioso emporio de los ^. granos y de la carne ; ibamos a ver los establecimientos de mataiiza de iVrmor & C*^^, uno de los excelsos emperadores de la manteca y del jamon; aqui en Chicago entra un rio de maiz y sale convertido en carne de pnerco, puesto que este grano es el alimento principal del risible y solemne animal condenado por el hombre al pecado capital de la gula. Tnvimos tiempo apenas de visitar muy de prisa el enorme Hotel Palmer, el gigantes- co Auditorium: mis lectores creeran que soy prodigo en epite- tos de aumento; la verdad es que los Estados Unidos en su con- junto y sus detalles, merecen los susodichos epitetos v no mere- cen otros. El Auditorium, mas grandioso quizas que los hoteles de primer orden de New York, con su teatro que puede contener algunos millares de personas, carece del supremo lujo de confort artistico del Waldorf^ que esta a punto tambien de tener su tea- tro, y cuyo jardin es ya uno de los centros de reunion del New- York eleeante. 192 EN TIERRA YANKEE Nuestro amable cicerone deseaba que visitasemos el edificio en que se halla el palacio dejusticia: no quise. Cuando pien- so en la ignominiosa caserna que en Mexico llamamos « Palacio de Justicia,» no me quedan ganas de hacer comparaciones en de- trimento de mi equilibrio biliario. El cielo seguia gris; atravesabamos una especie de atmosfera de agua porfirizada, reducida a impalpable polvo que no oculta- ba los edificios, que solo los esfumaba en las aristas superiores, en los balaustres de las cornisas y los remates de las mansardas. HI lago, acostado a nuestra izquierda, sin un soUozo, sin un mur- murio, escamado levisimamente de plata palida, nos enfriaba con su aliento liumedo; un barco dibujaba su contorno fantastico en la neblina del horizonte. Bntramos por un largo viaducto de madera desde donde domi- nabamos los campos que por aquel lado limitan la ciudad, con- vertidos en vastisimos tableros en cuyas casillas, acotadas por recios travesaiios de palo, se clasifican diariamente millares de reses. Bn ciertas lioras del dia toman estas el camino de las galerias- puentes que nosotros seguiamos en aquel momento, y penetran en el matadero; todo esta muy limpio, lavado y restregado a por- fia; pero todo permanece resbaloso, grasoso a fuerza de sangre y unto derramado por doquiera; un tufo de estiercol, de carne viva de animal muerto, se cuelapor las vias respiratorias y determina desde aquel momento hasta la vuelta al aire puro, un estado de nausea contenida que no tione nada de paradisiaco. El escenario de los primeros pasos de esta roja y hedionda tra- gedia, es muy poco complicado; un alto envarillado de hierro que recorre los cuatro lados de una pieza que tendra cuatro 6 quinientos metros cuadrados; de las varillas cuelgan en argollas) para que puedan correr sin tropiezo e incesantemente, fuertes garfios de liierro. A un lado la entrada de las reses que se pre- cipitan en una especie de estreclia canal de madera; en el borde CARNE 193 de esta canal fimcionan dos 6 tres hombres fuertemente mus- ciilados y armados de mazos de hierro. Pasando por un pavi- mento pegajoso de sangre y baba, subimos a un balcon desde donde se domina toda la escena. Entran las reses, encajonanse solas, reciben sendos golpes se- cos en el testuz y ruedan fulminadas por un piano inclinado de donde, atadas rapidisimamente por las patas traseras, son en- ganchadas y levantadas a la altura de las varillas y alii quedan suspendidas,convulsas arm y con el hocico embadurnado de mu- cosidad y sangre. Todo esto es momentaneo; cien 6 doscien- tas reses son sacrificadas en algunos minutos, y no bien se les ve izadas, cuando haciendolascorrer por las varillas quedan de- lante de los cucliilleros; con un solo movimiento de estos artis- tas la yugulacion se verifica; y mientras corre la sangre a negros borbotones de la enorrae herida, las reses son empujadas a otra seccion en donde, ya casi exangiies, se las despoja de las vis- ceras en un santianien, luego son despellejadas por otro regi- miento feroz y rojo, y asi llegan a la cuarta varilla en donde, di- vidida en dos cada res y enjugada con enormes esponjas, baja del gancho a unos carros ad hoc que violentamente las llevan a los refrigeradores. <:E1 suelo quedara convertido en un liaci- namiento horrible de escombros animales? No; la limpia se ve- rifica con singular presteza; la sangre corre por las canales del piso; las visceras, las cabezas, las pezuiias, las pieles, son reco- gidas instantaneamente y llevadas a departamentos especiales en que todo se aprovecha; de la sangre se obtiene una substancia con que se hacen objetos semejantes a los de goma laca; con los vellos de las pieles se hacen pinceles; y las pieles, la materia cor- nea y las pezuiias de los carneros van al Japon, y todos los in- testines, y todo, todo se utiliza. El ingenio de este pueblo para dividir el trabajo y para obtener de la industrializacion de un producto natural un nidximum de rendimiento, es pasmoso. Mis compaileros se empenaron en verlo todo; yo que tengo una evidente vocacion al martirio, con tal que se pueda ir a el c6modamente, es decir, que yo quizas subiria al Calvario si pu- j. S.-25 194 . EN TIERRA YANKEE diera hacerlo en funicular, me deje guiar. Fuimos, pues, a ver matar algunos centenares de carneros; pobres \ictiinas, con sus grandes ojos humanos, llorosos, resignados; era aquella una de- gollacion de inocentes, de simbolosde lainocencia; yo tenia im- petus de romperles la cabeza a sus herodes. Luego penetramos en otro matadero, el de los cerdos; el negocio supremo en Chi- cago: ino le llaman Porcopolis? ^No es la tierra del janion y de la trichina? Tristes animales, mueren sin dignidad, mueren en caricatu- ra; sus chillidos, despues del silencio de los otros sacrificados, irrita; sus actitudes, su fisononia, por decirlo asi, son comicas. Y luego, cuando se les ve pasar en una cadena sin fin por las canales llenas de agua caliente, con unas figuras furiosamente ridiculas, para ser cpilados primero y despellejados despues, la risa se vuelve carcajada. jOue injusticia! Era la nuestra una ri- sa que tenia algo de lugubre y nos dejaba descontentos de nos- otros mismos. Despues visitamos los departamentos en que doscientas mu- chachas, hermosas algunas de ellas, hacen paquetes de picadi- llo que olia muy bien y a mi me produjo nauseas. En seguida vinios hacer mantequilla con aceite animal — margarina — y un poco de crema. De la colicuacion de estas grasas resulta la man- tequilla que comen las tres cuartas partes de los yankees y que estan comenzando a hacernos comer a nosotros. Es infanie; cuando al calor de la boca se liquida, se siente que es aceite; es una iniquidad. Yo decia para mi coleto: con su pan se la co- man, y jure no volver a comer mantequilla en los Estados Uni- dos, y lo cumpli. Pasamos por los refrigeradores, inmensas ca- tedrales de carne, formadas de diez 6 doce naves, cuyos rojizos calados muros estan hechos de mitades de reses colgadas en interminables hileras, bajo un frio polar; nos ensenaron un tro- zo de carne incorrupta que tenia veinte aiios. Tiritando, estran- gulado el estomago por el horror y el asco, impresionado por el tono neutro de muerte industrial que alii reinaba, pensando que la premisa obligatoria de todo janion sabroso era la ejecu- CARNE 195 cion de uno de esos gordos y ventnidos persoiiajes, cuyo risible martirio acababa yo de presenciar, sali del matadero, dejando- nie referir que en esa sola casa de Armor and Co. se habian ma- tado ese dia cinco mil cocliinos y puedeii matarse diez y seis;tres mil cuatrocientos carneros y siete mil doscientas reses. Stipe tambien que los ochocientos 6 mil obreros que alii trabajaii ga- nan diez 6 quince centavos por hora, que las rayas y gastos suben a 120,000 pesos mensuales y otras cosas que he olvidado; mi memoria no tenia en aquellos momeiitos su plasticidad acos- tumbrada. Toda la ciudad me parecia hecha de carne grasosa y sangui- nolenta; cuando en los aparadores de las tiendasde comestibles 6 en las puertas de los restaurants veia yo, y esto se ve cada veinte pasos, un gran carnero desoUado, purpureo, rico en tor- nasoleados musculos envueltos en su aponeurosis, gruesa malla de adiposidad muerta, me invadia un asco inefable. Mientras mis compaiieros, bajo la habil direccion de Berriozabal, comian copiosamente en un inmenso salon cuyos muros y teclios eran espejos, yo tuve que circunscribirme a una taza de te y a la au- dicion de una indefiiiida repeticion del valcesillo de moda, toca- do por una orquesta mas 6 nienos italiana 6 hungara, y por un mistico harmonium. Hubo algo menos monotono por fortuna: un grupo de jovenes de la flamante Universidad de Chicago in- vadio el restaurant; armados de pintorescos garrotes con mo- nos del color distintivo de este que sera un plantel maravilloso, V guturando en coro no se que breve y jocoso estribillo, se sentaron en derredor de una gran mesa y se dispusieron a co- mer alegremente; aquellos muchachos, a pesar de ser sajoiies, tenian la sangre efervescente como los vinos espumosos; no hay mejor Champagne que la juventud. Las grandes Universidades hoy en plena actividad en otros Estados y las en formacion de Chicago y San Francisco, cuyos egresos superaran a cuanto gasta nuestro gobierno en la Ins- 196 EN TIERRA YANKEE truccion Publica, pondran rapidamente a la Union en la catego- ria de los grandes pueblos creadores de civilizacion. Nosotros, repitiendo como ritornello eso de que el pueblo aniericano es un pueblo esencialmente practico, queremosdecirque losja;//i'^^^ desprecian todo cuanto es teoria y ciencia pura 6 encumbrada filosotia. Error inmenso; los centros de enseiianza superior, en- tre nuestros vecinos, son laboratorios tan admirablemente do- tados de instrumentos de progreso intelectual, que estos diablos de liombres que lo ambicionan todo y todo lo logran, que con- seguiran, en el siglo futuro, el centro de gravedad de la elabora- cion de la Teoria, sera probablemente norte-americano. iCuan- do tendremos nosotros, noyauna universidad de Chicago, sino una escuela superior, una sola! Pensando en estas cosas sem'i-tristes, penetre en un cafe can- tante (llamemosle asi). Abajo habia una gran cerveceria en que entraban y salian alegremente muchas seiioritas que ahi desem- barcan de todos los continentes, sabiendo que Chicago es uno de los principales mercados de carne del mundo. En aquel teatro asistimos a unas tandas divertidisimas; en primer lugar porque no habia cantos de negros, capaces de su- gerir el suicidio con su monotonia zoologicamente melancolica; en segundo lugar porque, en vez de cantos negros, escuchamos cantares irlandeses. Nos parecieron llenos de melancolia ardiente, dignos del pais del arpa; dignos de la Isla Verde; dignos del verde mar. jY los bailes ! tan simples, quiero decir, tan sencillos, tan inocentes co- mo bailesde ninos, encantadoramente insipidos; iquebonito todo esto ! Yo tengo una gota de sangre irlandesa en las venas, y aque- Ua gota me tifio de irlandes toda la sangre al oir esos cantares, y al ver a las cantadoras; dos de ellas, sobre todo, eran por la armonia perfecta de las lineas, por el color suavisimamente ro- sado de la piel y del cabello, por la profunda obscuridad de los CARNE 197 oc^anicos ojos azules, verdaderos tipos de belleza. Esta raza c^l- tica hace mas fina y mas poetica, digamos, a la raza sajoiia cuan- do con ella se mezcla, y aqiii en los Estados Unidos crece y se multiplica con tal vigor, que acabara por absorber toda la sa- via del arbol sajon, 6 la mi tad de esa savia; la otra mitad corre de cuenta de los alemanes. Ya vera Inglaterra un dia lo que de todo esto resultara ; Irlanda esta destinadaa ser la cuestion de Cu- ba de mediados del siglo proximo. En segundo lugar, una orquesta arabe dejb oir sus expresi. vas y desapacibles inamionias; no s6 para que las dejo oir; esa mIM. %,^^ '*^fe'- %/ .#■■■■' C H ^0 ^ ^^ AUG 88 BM=W N. MANCHESTER, ^^=ss<^ INDIANA 46962