2 Sen Ss || IMPRENTA DE DON MIGUEL DE BURGOS, — pe sat a Se ee SS AP ES ApS et a eI : ss PE f EE se ae ae a =e = EE OBI I a aN a Ee ae Ret DS BE f= Ae VIDA ARTISTICA 9 Rae SRY Aa DE DON ISIDORO MAIQUEZ, PRIMER ACTOR DE LOS TEATROS DE MADRID, ESCRITA POR ({.), Gave de lex Reville Sp ap SR IO ES RIP RRTEE ee aceon a eee ee FR MADRID, 1845. donde se hallarda. pe Soe 4 ¥ I 7 Bs tae a EF ae ae yea ede a a Se EEE EEE GE EE FEE II TOIE IS Dex oN Tu mertto Y tus talentes Que el Publico Le corona, La envidia no edlipoara ‘ Y bo aplaude la verdad. VIDA ARMSBICA DON ISIDORO MAIQUEZ, PRIMER ACTOR DE LOS TEATROS DE MADRID, | ESCRITA POR YD. Sox de ta Reels. MADRID: 1845, IMPRENTA DE D. MIGUEL DE BURGOS, donde se hallara. Digitized by the Internet Archive © in 2022 with funding from University of North Carolina at Chapel Hill https://archive.org/details/vidaartsticadedoOOrevi — ADVERTENCIA. Onince anos ha que debio salir ad luz pu- blica esta biografia artistica de nuestro pri- mer tragico, formando cabeza de un trata- do de declamacion, escrito sobre las maxi- mas de la escuela creada y observada por el mismo Maiquez. Pero las vicisitudes de la nacion durante ese tiempo, y las particula- res del autor , no han permitido a este dar la ultima mano .d semejante obra ;_ per- maneciendo, mientras tanto, en casi completo olvido las particularidades de la vida artis- tica de aquel inimitable intérprete de Talia y Melpomene, si se exceptuan algunas que se han extractado del manuscrito, para for- mar con ellas un articulo biogra fico publica- do en la coleccion de personages célebres del siglo XIX, Y probablemente continuaria con- fundido entre inutiles papeles este bosquejo, ad causa de las atenciones de muy diversa naturuleza que rodean al que lo escribio, st Don Miguel de Burgos no hubiera promo- iv: vido su publicacion , descoso de perpetuar la memoria de agquel hombre extraordinario , a quien admiré con igual entusiasmo que todos cuantos tuvimos la fortuna de conocerle. El autor hubiera podido dar mayor ex- tension cd esta biografia, aprovechando los muchos datos que logro reunir con no peque- na fatiga. Pero consideraciones sociales por una parte, y por otra los respetos debidos a personas que aun viven, y cuyo nombre no se cree con derecho para ofender, le han obligado ad formar un cuadro, si bien muy reducido , suficiente al menos para dar idea bastante exacta de las vicisitudes , cardc- ter, talento y superior habilidad de Isidoro Maiquez. oe Ki arte encantador de expresar todos los afectos del alma por medio de la palabra y del gesto, ofre- ce en su historia tal variedad de vicisitudes , como varias han sido las sociedades en que ha encontra— do acogida, y las opiniones ya favorables, ya contra- rias que le han acompafado hasta llegar a nosotros. La declamacion teatral , nombre vulgar, si no el mas propio, con que es conocida esa arte en Europa, naciéd , al mismo tiempo que el poema dra- matico, en medio de los placeres tumultuosos y los extravios de la embriaguez de un pueblo iddla— tra * que, no obstante su civilizacion y cultura, crey6 hallar en aquellos excesos, y en el delirio del ditirambo, un holocausto digno de las divinidades que adoraba. Pero si el ditirambo , expresion monstruosa de una imaginacion ébria, se consin— tid ; si las canciones baquicas sembradas de image- * En las fiestas que los griegos celebraban en honor de Baco. G nes obscenas se es ; aplaudian, cambié de aspecto la severidad de los moralistas y la suspi- cacia de los legisladores republicanos , apenas Su- sarion y Thespis, el uno sobre un tabladillo porta— til, y el otro sobre un carro , dieron 4 los griegos la primera idea de los espectaculos escénicos, pre- sentando un embrion del ingenioso artificio del poema dramatico en sus dos géneros, como en sus- titucion del ya gastado ditirambo *. Semejante novedad , que no yenia reyestida del caracter reli- gioso que aquel tenia en las festividades de Baco, alarm6 el animo de Solon, poco satisfecho de que las antiguas tradiciones se viesen alteradas por Ia ficcion dramatica; y al proscribir esa inusitada, y en su juicio peligrosa innovacion, dijo a Thespis: ‘Si honramos 4 la falsedad en nuestros espectacu— los, la encontraremos muy presto en el trato mas sagrado.”’ ; Inutil prevision! El pueblo , mas obe— diente al irresistible impulso de sus sensaciones que a la voz del supremo legislador de Atenas, hi- zo ineficaz su mandato; y de tal manera que , tanto en las ciudades como en los campos, corria des- atentado tras un espectaculo que arrebataba su atencion , excitando poderosamente su entusiasmo. KI pueblo ateniense canonizé con su desobediencia * Composicion poética concebida y recitada en el fervor de las fiestas de Baco. Thespis introdujo en su lugar un actor que recitaba dialogando con el coro, fingiendo una accion mas © menos interesante. (7) este apotegma de Euripides: ‘‘ La naturaleza da sus érdenes, y le importan poco las leyes que la contrarian.”’ Hé aqui la causa de que no diese oidos a las palabras de Platon cuando en el dialogo sép- timo de los legisladores declamaba contra la aficion del pueblo a los espectaculos escénicos , como ind- tiles y perniciosos a las buenas costumbres. Sin embargo, esa predisposicion de un pueblo culto a saborear los delicados placeres de la imagi- nacion 4 que semejantes espectaculos convidan , no era comun a los demas estados de la Grecia; y menos debia de serlo para los rigidos lacedemo- nios, cuyas virtudes (si tan hermoso nombre me- recen) se fundaban en sofocar en el alma todo sentimiento de humanidad que de algun modo pu-— diera debilitar el amor selvatico y feroz a su patria y 4 sus barbaras instituciones. Asi es que, fuera de la Atica, los espectaculos escénicos ni hallaron ca- bida, ni fueron apenas conocidos. Cultivados con empeiio por los atenienses, de ellos los recibieron los romanos; pero engrandeci- dos, y con aquel grado de perfeccion que Esquilo, Séfocles y Euripides consiguieron darles a fuerza de talento y de observacion de la naturaleza humana. El pueblo, rey, conocié todo su valor, y los cul— tivé con entusiasmo ; y ni los anatemas de los sa- cerdotes, ni los decretos del Senado, ni la demo- licion, a instancias de Scipion Nausica el Censor, del teatro construido en Roma, fueron barreras (8) suficientes para detener el curso de una noyedad que instintivamente se consideraba , con razon, como el gran paso que le faltaba dar al ingenio humano para la grande obra de la civilizacion de los pueblos. La luz del Evangelio se difundia por las regio— nes orientales al propio tiempo que los espectacu~ los escénicos continuaban participando de la natu- raleza idolatrica de los ingenios que los sustenta— ban; y los venerables Padres de la primitiva Igle- sia, celosos por preservar de los errores del paga- nismo a los que se afiliaban en las banderas del Crucificado , y robustecerlos en el espiritu del Eyangelio, emplearon todo el vigor de su elocuen- cia para pintar las abominaciones de semejantes espectaculos, y retraer 4 aquellos de su concur- rencia como contraria a la pureza de las costum- bres, y a la disciplina del cristianismo. Razon tuvieron entonces los sucesores de los Apéstoles para alejar de semejantes espectaculos 4 prosélitos de tibia {¢, de espiritu dudoso y vacilante , y de no probada constancia en seguir el aspero sendero abierlo para la yirtud por el Redentor del género humano. Extinguida: la idolatria y purgada la escena de jas doctrinas del gentilismo, los cristianos comen- zaron 4 concurrir a los espectaculos escénicos; pero si bien habian desaparecido las huellas de la religion pagana, no asi las obscenidades y torpezas que, como por tradicion, se conseryaban en los (9) dramas , y en los gestos 6 ademanes de los que los ejecutaban. La fuerza de Ja costumbre y la natural propension de los pueblos 4 gustar de todo cuanto fayorece la liyiandad de las costumbres , ahogaron la yoz tronadora de los moralistas ascéticos; y has- ta los principes mismos se vieron obligados no solo a permilir espectaculos realmente obscenos , sino tambien 4 preceptuar su ejecucion, destinando de propia autoridad personas degradadas y envilecidas a desempenar los oficios de Ja escena , ya entonces reputados por infames, segun se ve en el ti- tulo VII libro XV del Cédigo Teodosiano. Desde este periodo comienzan a hacerse mas notables las varias vicisitudes que ha corrido el ar— te de la representacion teatral, constantemente perseguido 6 anatematizado, y no obstante eso aplaudido por todas las clases de la sociedad. Para alejar 4 sus individuos de semejantes espectaculos, ya que no estaba en su mano el! prohibirlos, los pastores de la Iglesia en los siglos cuarto y quinto excluyeron de la comunion de los fieles y de la participacion de las cosas sagradas 4 cuantos se dedicaban al ejercicio escénico : medio violento en verdad , y que no produjo el efecto que aquellos se propusieron. La invasion de los septentrionales puso término 4 esa lucha entre la severidad de los moralistas as— céticos, y la propension de los pueblos a disfrutar de los placeres de la escena. Hundidse el teatro (10) enyuelto entre las ruinas del mayor imperio cono-— cido, y volyid a renacer de sus propias cenizas, imperfecto y débil, pero anunciando robustez y lozania para cuando las nuevas sociedades europeas adquiriesen con el cultivo de las letras la estabili- dad y grandeza 4 que las conducia su progresiva civilizacion. Renacié, pues, el teatro, y con él las interminables contiendas acerca de lo licito 6 ilicito de sus representaciones. ; Vanos afanes! El empuje de la civilizacion, mas poderoso que las exhorta— ciones ascéticas y las argumentaciones teoldgicas, sublimé al teatro sobre todos los demas espectacu- los conocidos ; y dando cuerpo 4 una opinion una- nime , compacta, irresistible , esta ha sentado como principio invariable que el arte del teatro, en sus dos partes de composicion y ejecucion, per- tenece 4 las artes imitaliyas, y que su existencia en las naciones europeas ha puesto el sello 4 su civilizacion y grandeza. Si pretendiese bosquejar en este opusculo toda Ja historia del teatro antiguo y moderno, subiria de punto el interes que esta ofrece al ver en sus diversas fases 4 cuan extraiias inconsecuencias se halla sujeto el entendimiento humano , y cudntas veces en medio de sus acalorados debates , de sus brillantes teorias, de sus ingeniosas argumenta— clones, asoma un juicio instintivo , pero seguro é indestructible, que vagando 4 merced de encontra- das opiniones, llega por ultimo a sobreponerse 4 (41) todas, y a imperar sobre ellas con absoluto do- minio. Esto es lo que ha sucedido respecto de las re— presentaciones teatrales; mas no tan exactamente en cuanto a las personas que las ejecutan. Las du- das suscitadas acerca de la moralidad de estos espectaculos; las obscenidades que realmente se introdujeron en todos los teatros de Europa desde su origen, con especialidad por los llamados timéli- cos, mimos y pantomimos; Jos mismos nombres con que la muchedumbre los designaba, Ilamandolos histriones, farsantes, comediantes, etc; y espe- cialmente las costumbres, en general licenciosas, de los que se dedicaban 4 la caratula 6 4 Ja faran— dula, pues con ambos nombres era conocido en anteriores siglos en Espaiia el arte de Ja declama- cion teatral, todo reunido contribuyé desde muy antiguo 4 calificar de vulgar é innoble su profe- sion, y por consiguiente a cuantos a ella se dedi- caban. Preciso ha sido el trascurso de los siglos, el progreso de la civilizacion, el mayor decoro en Jas costumbres , y en particular el espiritu anali- zador y filoséfico de los tiempos modernos , para descubrir y apreciar en su justo valor el mérito de un arte, cuyos poderosos resortes, asi como los de Ja poesia, consisten en la sensibilidad y la ima— ginacion. Preciso ba sido que se haya yisto el tea- tro europeo ilustrado con crecido nimero de acto- res eminentes como Garrick, Miss Odefiel , Hen- (12) 7 derson, y Kemble en Inglaterra; Lekain, Larive, y Talma en Francia; Maria Ladyenant, Rita Luna, y Maiquez en Espafia, para que sea considerado como arte, y arte dificil, el de la declamacion. Y finaimente, ha sido preciso que los restos morta- les de los tres primeros que acabo de citar, hayan obtenido el honor de reposar tranquilamente al la- do de los sepulcros de los reyes de Inglaterra, bajo las magestuosas bévedas de la Abadia de Westminster , para desvanecer la degradante opi- nion que a esa profesion acompaiiaba, por haber tenido en cuenta su origen licencioso, y no la refor- made las costumbres ni los progresos que habia con- seguido hacer, 4 medida que se acrecentaba la cul- tura de las naciones. He aqui el triunfo de la razon en lucha perpétua con el error y con envejecidas preocupaciones. He aqui reproducido el tiempo en que los Césares romanos honraron el talento de los que en esa profesion sobresalian, y creaban colegios en donde se cultivase el arte al par que las costum- bres, como condiciones indispensables para formar actores eminentes. HI arte de la representacion teatral considerado ya como imitativo y bello , ha conseguido pre- sentar a los ojos de todos los pueblos civiliza— dos un espectaculo util y agradable que forma una parte esencial de sus costumbres , de sus nece- sidades y de sus goces; y cuya perfeccion, fundada sobre las bases comunes 4 las demas artes, que son (13) la propiedad , conveniencia y buen gusto, reclama por si misma la consideracion de las leyes y las lu- ces de los sabios. Siendo , pues, las artes patrimonio de la socie- dad, lo es igualmente el renombre de aquellos ar— listas que mas yigorosamente han luchado con sus enormes dificultades, sometiéndolas al dominio del entendimiento del hombre; porque semejantes es— fuerzos del saber honran 4 la humanidad en ge- neral , y en particular 4 las naciones que ali- mentan ingenios sublimes , con los cuales se ha- cen mas acreedoras al aprecio y veneracion de las generaciones futuras. No por otra causa rom- pe la densa niebla de los siglos, y Hlega hasta nosotros, la memoria de Roma y Atenas; repabli— cas mas célebres por los hombres eminentes que nacieron en ellas, que por los efimeros triunfos de sus armas yencedoras. A estos solamente damos en tributo nuestra admiracion, cuando tributamos a los otros nuestra admiracion y agradecimiento. Los primeros representan la inmensa suma de bienes y placeres de que les somos deudores: los se— gundos se ofrecen 4 Ja imaginacion para repro- ducir en ella la imagen desconsoladora de los se— res humanos, pugnando por anticiparse al término de la vida. La memoria, pues, de los hombres superio— res en cualquier género interesa 4 la sociedad, por- que es un titulo de gloria que la lisonjea y enno- (14) blece; y el arte de la representacion teatral , que tantas vicisitudes ha experimentado siempre ; que con tanta incertidumbre ha Ilevado sus pasos por un sendero escabroso y desconocido , al cual ha negado constantemente sus luces la filosofia , no por eso contribuye menos que las demas a la gloria de las naciones. Lanuestra, sin dudaalguna, puede jac- tarse de contar entre los titulos de su antigua fama los anales de su teatro ; porque en ellos se encuen- tran innumerables ejemplos de lo que puede hacer el ingenio siguiendo sencillamente a la natura- leza. No hay duda en que esta sefiala 4 aquel el ca— mino que debe seguir, y le asegura el éxito cuan— do no se aparta de la sencillez de sus maximas; pero no es menos indudable que semejante aser— cion no pareceria acaso tan exacta para nosotros, si el inmortal Maiquez no hubiese demostrado su evidencia en la escena. Su ingenio eminentemente grande se eleyé sobre la naturaleza y el arte, sin que acaso debiese mas que a la primera el éxito asombroso de sus empresas. El nombre de este célebre actor, tantas veces repetido con aplauso; su mérito, siryiendo de término de comparacion en todas las discusio— nes escénicas ; el halagtiefio recuerdo del entusias— mo pitico que inflamaba a los espectadores apenas desplegaba sus labios; todo cuanto tiene relacion con este hombre, yerdaderamente extraordinario, (18 ) interesa al honor nacional, y me ha impulsado a ensayar mis débiles fuerzas para perpetuar su nombre, y reverdecer los laureles que tantas ye— ces supo arrancar de la sien de Melpémene para adornar su frente. Con este objeto he procurado reunir cuan- tas noticias me ha sido posible, a fin de presen- tarle 4 la posteridad tal cual era respecto de su ar— te, aprovechandome tambien de algunos articulos biograficos que se han publicado por literatos amantes de la buena memoria de nuestro primer tragico. Al mismo tiempo he desechado de inten- to aquellos hechos que solamente pintasen al hom- bre en sociedad , persuadido de que bajo este as—- pecto unicamente podria interesar la curiosidad pasajera , que muere apenas se satisface ; cuando por el contrario, enumerando sus conocimientos y el grado de mérito que alcanzé en la escena, su historia interesa 4 todas las edades y a todas las naciones ; porque entra en el dominio de Jas artes imitativas , cuyos progresos estan en armonia conel de los siglos y los pueblos en donde reina la civilizacion. iI. Isidoro Patricio Maiquez nacié en la ciudad de Cartagena 4 las dos de la tarde del dia 17 de mar- zo de 1768, y fué bautizado en la unica iglesia ( 46) parroquial de aquella ciudad (1). La familia de los Maiquez pertenecié antiguamente a la clase media de la sociedad , en la que se mantuyo con mucha decencia, ocupando sus individuos algunos em— pleos y dignidades, particularmente en la carrera eclesiastica , 4 la que tuvieron inclinacion decidida. Pero los acontecimientos de las famosas guerras de sucesion , arrebatando en el torrente de los partidos el bien estar de millares de personas, re- dujeron 4 la nada esta desgraciada familia, obligan- dola 4 ocuparse en diferentes artes, y con particu- laridad en el de la seda, para atender a su subsis— tencia. Mas estos recursos de la necesidad debie— ron sin duda experimentar notable decadencia, puesto que Isidoro Maiquez , padre de nuestro cé- lebre Isidoro, abandoné su oficio de cordonero de seda, despues de haberle ejercido bastantes aiios, y se introdujo en los teatros de varias capitales de Espana, en donde desempeiié con alguna acepta- cion los papeles de galan y barba. He aqui el origen de casi todos los actores que pueblan nuestros teatros : hijos de padres humildes 6 de familias desgraciadas, han encontrado en un arte degradado y enyilecido injustamente, un asilo contra las privaciones 6 la mendicidad ; y juzgando del teatro como juzga la muchedumbre , han con- tado solamente con sus fuerzas naturales , y no con los conocimientos prévios que exige el nimero asombroso de sus dificultades : circunstancia que (47) nos priva de actores sobresalientes*, y de la espe- ranza de que este arte llegue al ultimo grado de su perfeccion. Nuestro [sidoro, que desde su nacimiento siguid a su padre 4 los diversos puntos en que habia de trabajar, fué adquiriendo aquella aficion que ca- si siempre despierta en nosotros el deseo de imi- tar 4 nuestros mayores 6 personas encargadas de nuestra infancia; y si 4 esto se agrega la educa- cion descuidada que tuyo , como todos los hijos de actores ambulantes, y que la dnica instruccion que adquirié en su ninez fué la que podia propor- cionarle la lectura de cuantas comedias Ilegaban a sus manos, no extrafiaremos que sus volos se diri-— giesen 4 ocupar algun dia la escena, para merecer los aplausos publicos que repetidas veces alcan- z6 su padre en ella. Su aficion cémica llegé 4 ser extremada, a pe- sar de Ja manifiesta oposicion de aquel; y aunque le tenia prohibida la entrada en el teatro, hall6é Mai- quez un medio ingenioso de introducirse en él, a pre- texto de conducir sillas a los palcos; operacion que suele hacerse en algunos teatros de provincia. Na— da habia mas lisonjero para Isidoro que presenciar * En efecto; aun cuando en el dia podamos contar algu- nos actores que merecen esa Galificacion, su numero, sin em- bargo, es demasiado corlo para que la escena espafiola pueda salir del estado de mediania en que la vemos; y no4 otra cau- sa sino A la que dejo indicada, se puede atribuir su actual atraso. (18) una representacion , y mezclarse en las conversa— ciones sobre asuntos cémicos, haciéndose cada vez mas invariable su inclinacion al teatro. Firme, pues, en su propdsito, y resuelto a arrostrar las dificultades de una profesion que tan— to halagaba su amor propio, se decidié por fin 4 tentar el favor de Ja fortuna. Sus primeros ensa- yos los hizo en el teatro de Cartagena. Alli, guia- do tan solo de su aficion y de algunas lecciones de su padre, se present6 por primera vez a recibir desaires de sus paisanos, el mismo que con el tiempo habia de ser el embeleso de la corte , y ob- jeto de admiracion para nacionales y extranjeros. A poco tiempo de haber trabajado en el teatro _de Cartagena, pas6 al de Malaga, en donde igual— mente tuvieron mal éxito sus tentalivas. Maiquez no tenia en su primera juventud ninguna cualidad artistica que le hiciese recomendable , 4 excepcion de su figura que era interesante y bella; por lo demas, carecia de accion; su voz era oscura ; y como no tenia modelo que imitar , su juicio, falto del tacto fino y delicado que proporciona una edu- cacion esmerada, no podia descubrir el verdadero camino de la perfeccion (2). Sin embargo de sus desyentajas , como natural mente se hallaba dotado de imaginacion viva, penetrante, tenaz y vigorosa, se afand incesante- mente en buscar los medios de agradar a un pt- blico que en tantas ocasiones habia herido su amor : (19 ) propio, dedicandose con el mayor ahinco a descu— brir los fundamentos de un arte que, con serle fa- miliar desde la cuna, le era no obstante muy des— conocido. Asi prosiguiéd por algunos alos, ocupando al lado de su padre la parte de segundo y tercer ga- lan en los teatros de Cartagena, Malaga, Valencia, Granada, y otras capitales de la peninsula, des- mintiendo insensiblemente el mal concepto ar— tistico que al principio formé de él la opinion pt- blica, hasta que por altimo resolyié su padre tras- -Jadarse 4 Madrid con toda su familia. Verificada la trasiacion en el afio de 1791, fué recibido el j6ven Maiquez en la compaiia de que era autor Manuel Martinez, y que 4 la sazon traba- jaba en el teatro del Principe *. Su colocacion fué de un parte por medio, 6 sea noveno galan, con partido de 17 reales; y con cl mismo siguidé traba— jando en el aiio siguiente en clase de séptimo ga- lan, hasta que por fin en el afio 93 subié al puesto de sobresaliente , con partido de 20 reales. La postergacion en que se hallé durante estos tres atios, parece debia baberle conducido 4 seguir Jas huellas de aquellos que mas gozaban del aura popular, como hacen casi todos los que ejercen es- ta profesion; por ser el medio mas sencillo de clu- ER * Es de advertir que hasta el aio 1800 , poco mas 0 menos, no tenian las compaiiias teatro fijo, y alternaban en ambos por temporadas. 2: (20) dir dificultades, aunque no sea el mas seguro para labrarse aquel concepto sdélido que trasmite la fama del artista a la mas remota posteridad. | Maiquez tenia sobrado talento para que llegase hasta ese punto su equiyocacion: él sabia muy bien que el sentimiento no se imita: que es necesario sentir para expresar y conmovyer; y que la ausencia del sentimiento no la suplen ni ademanes ni gestos prestados, mas 6 menos pintorescos, mas 6 menos elegantes. Asi es que a ninguno imité: su fuerza de alma le obligaba 4 mirar con desprecio los efi- meros triunfos de sus companeros , juzgandolos en el fondo de su corazon como testimonios irrecusa— bles del mal gusto de su tiempo, segun la idea que él habia llegado 4 formar del arte; y sobre todo, debiéd a la naturaleza un caracter -tan in- domable , y tal tenacidad en sus ideas , que no le permitian prestarse facilmente a otro dicta— men que el suyo, con particularidad en materia de declamacion. Si esta tenacidad de ideas podia juzgarse como un defecto , en contradiccion con su trato agradable y franco en sociedad , fué al mismo tiempo una yentaja para quien como él tenia que luchar herdicamente contra el mal gusto de sus contemporaneos , hasta obligarlos, 4 fuerza de una constancia admirable, 4 abandonar el camino de lo falso para dirigirse al de lo verdadero, y conyerlir el desprecio con gue antes le mira ban, en una profunda admiracion, y un entusias- (24) mo de que no hay ejemplo en !a escena espafiola. Entre tanto Isidoro , cada vez mas sediento de gloria, y deseando labrar su reputacion con mayor suma de merecimientos, se ausent6 de Madrid el ano 94, y pasé a trabajar al teatro de Granada en calidad de parte principal. Bien sabido es que estas emigraciones de los actores 4 las provincias les producen ventajas considerables para sus ajustes en los aiios siguientes, si son recibidos con aplauso en aquellas. Isidoro cont6é con esta circunstancia para asegurarse mejor en la escena, calculando que su corta ausencia debilitaria algun tanto la prevencion con que le oyera el publico madrideno. En aquella ciudad conocié por primera vez a un jéyen cursante de la uniyersidad, con quien Maiquez contrajo relaciones amistosas, que en el ano de 1800 se estrecharon en Madrid, con moti— vo de un yiaje que aquel hizo para recibirse de escribano. Llamabase D. Antonio Gonzalez , nom- bre que figurara mas adelante para simbolizar en la persona del que lo llevaba, el dechado de la amistad mas pura y desinteresada. Al afio siguiente regresé 4 Madrid, y volvié a ocupar en el mismo teatro su parte de sobresa— liente , en la que disfrut6 dos afios el partido de 20 reales, y al tercero el de 24. En esta época, ya fuese porque Maiquez desarrollase mas sus ta- lentos cémicos, 6 porque la costumbre de yerle y oirle hiciese tolerables sus defectos, lo cierto es (22) que comenzo a arrancar los aplausos que Je habian sido negados hasta entonces (3). El mal gusto dominante en la escena, y el amanerado y ridiculo sistema de declamacion adop- tado por nuestros antiguos actores para agradar al pueblo, contribuyéd no poco a que Maiquez fuese mirado con disgusto por su estilo totalmente des— conocido en la escena. Pero persuadido este actor de que el teatro debe ser una imagen exacta de la sociedad, y que los personajes en él introducidos han de hablar, moverse y gesticular como los de- mas hombres , sometiendo el estilo y los ademanes a las leyes de la conyeniencia y buen gusto, no podia admitir jamas en su sistema aquella accion ar- tificiosa, complicada y pintoresca de sus compaiie— ros; aquel tono declamador, enfatico y cadencioso, que ahora ya seria intolerable 4 nuestros oidos; y aquellos juguetes de escena triviales y ridiculos, tan agradables entonces 4 los espectadores , y que en realidad trasformaban en farsas las obras dra- maticas mas recomendables. No accionar, no ges— ticular como un demente , era ser frio: no decla- mar con énfasis y casi cantando, era ser insulso. Contra estas dos grandes maximas de naturalidad y buen gusto pecd Maiquez, y a ellas debié los dic- tados de galan de invierno, agua de nieve, voz de edntaro, y otros varios, sumamente satisfactorios, con que le agasajaron sus contemporaneos. Ver- daderamente no debid 4 la naturaleza voz limpia, ( 25") robusta, sonora y armoniosa cual era de desear. en un actor de su clase; pero en recompensa le dié sobrado talento para conocer Ja necesidad de hacer de ella un estudio muy detenido, a fin de modular- la y hacerla, no solo tolerable y profundamente tragica, sino tambien sumamente apta para la ex— presion delicada, dulce , tierna y patética, al par que noble , magestuosa y terrible: asi es que en su boca se oyeron los acentos mas sublimes del dolor, y los ecos mas pavorosos del furor y de la desespe- racion. Lo singular es que no se sabe hiciese estu- dio alguno declamatorio sino en el acto de ensayar con sus compaiieros ; pues tengo motiyos para creer que fuera del teatro nadie le oyé declamar, inclusos sus propios hermanos. La preocupacion de sus compatriotas lleg6 has- ta el extremo de negarle expresion en la fisonomia, cuando es poco menos que imposible se presente quien reuna ventajas tan excesivas en esta parte. Un hombre que supo trasladar 4 su semblante toda la fervyidez y violencia de las pasiones, sin yerse Jamas obligado a violentar sus musculos para con— seguirlo, no carecia seguramente de expresion en el gesto; y es necesario dejarse arrastrar de la mas ciega parcialidad para desconocer que quien tan facilmente agitaba 4 su antojo el alma de los espectadores con una sola mirada, fuese inferior en esta parte 4 aquellos cuya gesticulacion forzada y grotesca descompone al personaje tragico y le (24) hace risible. Esta circunstancia destruye igualmen- te la inculpacion de frialdad con que le moteja- ban *. ,Se podra creer de buena fé que un actor dotado de exquisita sensibilidad , de férvida imagi- nacion , de temperamento fogoso, y de flexibilidad muscular en su semblante, cual ninguno la ha te- nido en igual grado, pueda pecar jamas de frio en la representacion? Lo unico que fundadamente podra concederse es, que en su primer tiempo no se habia desenyuelto su naturaleza tanto como en épocas posteriores; lo cual es comun 4 toda clase de artistas; pero de aqui a negarle absolutamente todas las dotes de expresion , media una distancia inmensa. Someto gustoso al juicio de mis lectores la decision de este punto (4). Era, pues, un espectaculo sumamente intere- sante el contraste singular que ofrecia por una parte la opinion general conjurada en contra de un actor abandonado a si mismo, y por otra la impa- videz y constancia con que este atleta imperturba— ble caminaba tranquilamente despreciando aquella desecha borrasca, como si descubriese en lejano * La destruye igualmente el testimonio de dos actores con- temporaneos de Isidoro, que fueron Roldan y Caprara , quie- nes me aseguraron que aquel siempre aparecid frio en los gala- nes amorosos y excesivamente parleros de nuestro antiguo tea~ tro, cuyas pasiones alambicadas y llenas de flores poéticas le repugnaban en gran manera como contrarias 4 la sencillez de Ja naturaleza ; pero que en todo lo demas sentia con vehemen- cia. Y cuenta , que Caprara jamas fué amigo de Maiquez. (28) término el premio que le reservaban la imparciali- dad y la justicia. Asi, pues, sostuyo con herdi- ca constancia una lucha desigual y tenaz con el pt- blico , sin que se pueda decir cual fuese mas admi- rable, si la obstinacion de los espectadores en no reconocer el mérito artistico de Isidoro , 6 la supe- rioridad y temple diamantino de su alma, para so- breponerse a los ultrajes que recibia en la escena, y luchar 4 porfia contra el mal gusto de su tiempo, y vencerle y domefiarle *. Su mayor gloria con— sistié en haber salido yictorioso de tan desigual combate, y arrancar aplausos lisonjeros y elogios sin numero , que se renoyaran mientras el nombre de Isidoro Maiquez yiva en la memoria de los aman-_ tes de los hombres célebres. El aio de 1798 se formaron tres compaiias iguales, con el objeto de que una de ellas pasase a trabajar 4 los Sitios Reales ; y en la destinada a es- te fin le cupo 4 Maiquez la parte de primer galan, con los mismos derechos y obvenciones que dis- frutaban los actores de Madrid. Esto fué ya dar un paso muy agigantado hacia su engrandecimiento. Lisonjeabale su amor propio viendo casi patentiza- * Una de las noches en que el disgusto del publico se manifesto de una manera bastante expresiva contra Isidoro, sa- lid ‘este de la escena, y dirigiéndose 4 su amigo y compaficro Roldan , le dijo sonriendo con la mayor iranquilidad : ¢ No ha observado V. que apenas salgo d la escena me abruman por todas partes los aplausos ? ( 26 ) do su principio favorito, 4 saber , que la constan— cia y el tiempo todo lo vencen, y que los obstacu— los opuestos G una innovacion en sus principros , no impiden sea por fin admitida con aplauso , si tene por apoyo la razon. Palabras textuales de Isidoro. Pero el colmo de sus deseos y esperanzas llegé con el aio 99 ocupando en Madrid Ja parte de primer actor. Colocado ya en el puesto unico 4 que podia aspirar; duefio absoluto de desenyolver sus fuerzas naturales; y envanecido con sus repe- tidas victorias sobre la opinion; su genio sacudid la coyunda que antes le oprimia, y eleyandose so— bre si mismo, se propuso presentar 4 los ojos de los espectadores el tesoro de sus conocimientos, por tanto tiempo despreciado , pero adquirido en la oscuridad de su anterior clase 4 fuerza de obser- vaciones y meditacion. La novedad atrajo inmenso namero de espectadores: todos alababan a porfia al nuevo galan: todos aplaudian su acertada direc- cion; y el nombre de Maiquez comenz6 desde en- tonces 4 correr de boca en boca, seguido de tantos elogios cuantos habian sido poco antes los yitu- perios: prueba inequiyoca de cuan instables son los juicios de Ja muchedumbre. Eleyado, por fin, 4 la primera dignidad escénica, objeto constante de sus desvelos y fatigas : vence- dor de una opinion tan encarnizada contra él des— de el momento de su aparicion en la escena; y realizadas cuantas esperanzas halagitefias le habian (27 ) hecho tolerables los repetidos desaires de la fortu- na, nada parecia quedarle que hacer sino entre- garse descansadamente a disfrutar la suerte feliz que habia labrado con sus propias manos , afian— zando en ella un porvenir lisonjero. Pero Maiquez era actor sublime, no cémico adocenado. Lo que para otros hubiera sido un motivo de indolencia y presuncion ridicula, creyendo haber Ilegado al pi- naculo del saber, fué para él un nuevo estimulo que puso en accion todas sus facultades intelectuales, y el deseo yvehemente de llevar 4 cabo un proyecto, en aquellos tiempos colosal, que muchos afios ha- bia alimentaba en su alma, digno de un hombre entusiasta de la gloria. Kid. Los nombres de Talma, Kemble , Lafond, y otros actores extranjeros , Hegaron 4 oidos de Maiquez con toda la celebridad que tan justamente adquirian en la escena. Su talento perspicaz conociéd bien pronto que asi como el teatro moderno frances habia hecho progresos muy rapidos en la poesia dra~ matica, era consiguiente los hubiese hecho tambien el gusto en el arte escénico; y que por lo tanto des— conocerlos enteramente era igual 4 conformarse con no salir jamas de una oscura mediania , puesto que nuestro teatro nada le presentaba de nueyo para (28) desenyolver su ingenio. Convencido de esta verdad; impulsado por el deseo de saber ; considerandose capaz de hacer cuantos esfuerzos son necesarios para sobreponerse 4 las dificultades de un arte tan escabroso, y animado por el noble orgullo de ri- valizar algun dia con aquellos hombres célebres, y acaso superarlos, resolvié por fin en el otono del mismo aiio atrayesar los Pirineos, y buscar en la capital del mundo ciyilizado lo que por tanto tiem- po habia anhelado su corazon. Semejante tenta— tiva sorprendié 4 todos generalmente: unos la calificaron de necia; otros la consideraban ridicu- la; otros ayenturada; pero la parte ilustrada del publico presagié felices resultados de aquella em- presa , porque desde luego juzg6 que solamen- te el ingenio es arrojado y emprendedor; y que, aun queriendo dar por supuestas cuantas con- tingencias pudieran ofrecerse 4 Isidoro en su in—- tento, nada bastaria 4 contrariar de tal modo sus esfuerzos, conocido ya su temple de alma, que no sacase algun fruto de sus afanes y perseverancia. Y finalmente, no podia menos de inferirse que, en ultimo resultado, cuanto mayores fuesen los obstaculos que hubiese Maiquez de vencer, tanto mayor seria la gloria de haber intentado lo que se reseryan siempre para si las almas grandes. Conseguido el permiso del Gobierno y de las compaiiias cémicas para poderse trasladar 4 Fran- cia, solamente le faltaba reunir los auxilios pecu- (29) niarios indispensables para verificar tan largo via- je. Contaba para ello con la asignacion de 400 rea- les mensuales que le sefialé Godoy, pagaderos de los fondos destinados a los gastos de nuestra em- bajada en Paris. Pero no siendo esto suficiente pa- ra cubrir los dispendios que debian originarsele, vendié todas las alhajas de su uso y sus ropas tea— trales; y ademas sacé del fondo que cada teatro tenia destinado para las jubilaciones, la parte que le correspondia , sacrificando de este modo su de- recho a la jubilacion. Rasgo de semejante natura— leza, manifiesta con cuanta seguridad calculaba el éxito de sus tentativas , y de cuanta osadia son ca- paces las almas fuertes , animadas por el insaciable deseo de hacer eterno su nombre *. Hecho esto, y reuniendo algunas cartas de recomendacion, em— prendié Isidoro su viaje acompaiado de los sin- ceros volos de la amistad, y de los de cuantos en todos tiempos se interesan por el progreso de las artes, y por la felicidad y gloria de los que dignamente las ejercitan. La idea de un artista pobre y desvalido que , animado del noble deseo de aprender , se arroja impayido a contrarestar * Las dificultades que Maiquez hubo de vencer para el viaje de que se trata, solamente pueden apreciarse comparando los es- casisimos recursos de que podia disponer , con los enormes gastos que ofrecia un transito tan largo, 4 causa de los costosos medios de traslacion de Madrid 4 Paris en época en que no eran cono- cidas Jas diligencias. (30) una série de miserias como las que debian ro- dearle en un pais extraiio , cuyo idioma apenas conocia *, entregado a sus propias fuerzas, sin mas riqueza que su imaginacion, y sin otra es- peranza que la remota de merecer algun dia las alabanzas de sus conciudadanos, interesaron por fin al publico, que ya desde entonces comenzd a apreciar su nombre, y 4 desear con ansia yverle aparecer de nueyo en la escena para tributarle los homenajes debidos 4 su genio emprendedor. Apenas llegé 4 Paris, su conato se dirigié 4 en- tablar relaciones con el coloso de la escena france— sa, 4 quien Maiquez respeté siempre aun antes de pisar las margenes del Sena. Sus relaciones con aquel no pasaron al principio de los términos de la buena politica, ni podia ser otra cosa si se atien— de 4 la preponderancia en que se hallaba alma, y al ningun prestigio que acompaniaba al artista espafiol. Asi, pues, tuvo este no poco que hacer para conseguir el permiso de estar entre bastido— res, tinica fineza que debiéd por entonces a los ac- tores franceses. Maiquez, sin embargo, sobreponiéndose a todo cuanto era bastante por si mismo para infundirle desaliento y anonadar su espiritu en situacion tan * Maiquez conocia de la lengua francesa lo suficiente para darse 4 entender; pero jamas hizo uso de ella, sino cuando la precision le oblig6 4 comunicarse con los franceses durante su estancia en Paris. (SL) penosa como ia suya, se dedicéd obstinadamente 4 conocer las obras maestras de la poesia dramatica, el verdadero fundamento del arte de la representa- cion, y por ultimo, a yer con exactitud lo que hasta entonces se habia presentado con alguna oscuridad a su entendimiento. Varios espaiioles que 4 la sa—- zon se hallaban en Paris, entre ellos D: José Ma- ria de Garnerero , le facilitaron las relaciones ne— cesarias, y hasta intimas, con Talma, Picard, y otras personas notables de aquel tiempo, y de las cuales supo diestramente aprovecharse. La gran— diosidad y sublime expresion de Talma ; la fuer— za y vehemencia de Lafond; la delicadeza de M.''° Mars ; la dignidad de M.!e George; la energia de M."¢ Duchesnois; la naturalidad de Clauzel , todo llamé y fij6 su atencion; y de todo cuanto hallé digno en estos célebres actores , se propuso for- mar un modelo ideal, un tipo constante de su eje- cucion escénica. Asi lo escribia a sus amigos ha- blando con toda imparcialidad, y con aquel cri— terio seguro que tanto le distinguié siempre, acer- ca del mérito artistico de aquellos, ensalzando has- ta lo sumo el estado de prosperidad y grandeza en que hallé los teatros franceses, superior 4 todo lo que su imaginacion pudiera haberle representado como mas perfecto en su género, y encareciendo en particular el efecto marayilloso que habian pro- ducido en su alma las primeras representaciones que yid en Paris. (52) A este propdsito refiriéd 4 uno de sus amigos en cierla ocasion, que apenas llegé a aquella corte fué aver ejecutar 4 Talma el papel de Hamlet en la tragedia de este nombre ; y tan extraordinaria sen- sacion experimenté al llegar la escena en que el protagonista intenta asesinar 4 su madre, que por un movimiento involuntario se levanté de la luneta, creyendo que brotaban sangre sus ojos, porque todo cuanto veia le parecié de color de sangre; y en fin, que entusiasmado por la prodigiosa eje— cucion de aquel artista admirable , exclamé fuera de si: ;y soy yo primer actor en Madrid estando este hombre en el mundo! Talma en lo tragico y Clauzel en lo cémico fue- ron sus principales modelos, sin copiarlos servil- mente, como algunos han creido: si asi lo hubiera hecho, jamas habria alcanzado aquel mérito su- perior que le hizo inimitable. Tenia Maiquez de- masiado talento para engafarse hasta el punto de creer que todos los medios de expresion son apli— cables 4 todos los paises , y mucho orgullo natural para contentarse con el mezquino titulo de copian— te. Persuadido intimamente de que un artista para ser grande ha de ser original, y que la simple imitacion de maneras en el arte que profesaba no solo es insuficiente para el objeto, sino tambien un teslimonio irrecusable de la impericia y falta de recursos morales del actor , procuré precayerse con sumo cuidado del contagio , para evitar el des- (335 ) crédito en que han caido cuantos han llegado 4 creer de buena fé que una simple copia de los ac- tores franceses debia necesariamente agradar a es- pectadores espanioles. Maiquez sabia muy bien que todas las naciones del mundo se distinguen notabiemente por el idio- ma, caracter, usos y costumbres que les son pe- culiares ; que los signos exteriores de la expresion, si bien tienen un centro comun, no asi aquellos matices delicados , aquellos rasgos parciales, aquel todo en fin que ofrece un caracter particular de expresion correlativo 4 estos mismos usos y cos~ tumbres de los pueblos; relacion exacta que no puede fallar jamas, so pena de alterar Ja verdad de la naturaleza *. Conocia igualmente que la indole particular de la lengua francesa y de su versifica— cion alejandrina, no podia hermanarse de ninguna manera con el genio particular de nuestra lengua; y que los hermosos endecasilabos castellanos pier— * El colmo de la verdad en las representaciones escénicas, deberia consistir en imitar la accion, gesto, apostura y acen- to de los diversos pueblos 4 que pueden referirse las composi- ciones dramaticas. Pero como al fin no hay medio de usar en ellas otro idioma que el nativo. para que todos las entiendan, y seria necesario ademas formar actores dotados de inmensos co- nocimientos histdricos, asi como tambien un auditorio igualmente ilustrado en esa materia, no queda otro recurso que atenerse ala verdad relativa; esto es, a4 aquella que podemos conocer re- firiéndola 4 nuestra habitual manera de senur, de juzgar, y de expresarnos. 3 (BA) den su uciicadeza, fluidez y armonia, con la moné- tona declamacion francesa, la cual fatiga nuestro oido y desazona nuestro espiritu. Y ultimamente, Maiquez , desde sus primeros pasos en la carrera cémica, se convencié de que la sencillez y natura— lidad debian siempre ser preferidas a la afectacion pedantesca y fastidiosa tan aplaudida en su tiempo; por consiguiente no podia menos de descartar de Ja escuela francesa cuanto aparece en ella para los espaholes como exagerado y aun ridiculo, y ate- nerse Unicamente a jas maximas de propiedad, conyeniencia y buen gusto , dotes particulares de toda escuela que, como la francesa, esta fundada en principios invariables , en doctrinas controverti— das , sacadas inmediatamente del estudio de la na— turaleza humana. Penetrado de estas razones, no se dej6 arrastrar como otros de la novedad, y de aquel falso entusiasmo que tan facilmente trastor— na el buen sentido. Observé con mucha atencion; medit6 profundamente sobre los motivos de su arte ; comparé con acierto; y acostumbrandose a distinguir Jo bueno, lo util y verdadero, de lo que solamente es mediano , perjudicial 6 facticio, hizo suyo propio todo cuanto le parecid podia hallarse en perfecta armonia con la escena espamola , y con la indole particular de nuestra lengua. En fin, viendo ante sus ojos otro mundo artistico superior al que ya conocia, desplegé su ingenio levantandole a. una altura de pocos alcanzada, creando por si ( 38) mismo un nueyo sistema de representacion natu- ral, magestuoso y yvariado, muy distinto en sus manos del que manejaban Talma y Clauzel, y al cual dificilmente se llega sin tener las grandes do- tes que adornaban su alma. En una palabra, su estu- dio fué el de un hombre dotado de espiritu anali- zador, no el de un escolar siguiendo ciegamente la rutina de su maestro. Isidoro, no obstante el orgullo que sin duda tenia, y de que sus compaiieros le acusaron, Siempre se consideré inferior 4 Talma, y aun le Hamaba su maestro en las cartas que le escribia; pero Talma afectaba no admitir semejante titulo, repitiéndole en sus contestaciones cuan bochor- noso le era recibirlo de un artista en quien con- currian yentajas tan superiores 4 las suyas (5). No obstante esta aparente modestia , Talma en el fondo de su pecho se juzgaba el modelo del hombre cuya fama habia traspasado los Pirineos, y extendidose por casi toda la Europa; y ese mis— mo principio de amor propio le obligaba 4 confir— mar el mérito de Maiquez, segun la pintura gue de él le habian hecho sus mismos paisanos *. Asi es * En cowprobacion de esto mismo, y 4 falta de las care tas del tragico francés, servira el siguiente parrafo de una que el hermano de Maiquez (D. Juan) escribiéd en 1827 al autor de eslos apuntes , con objeto de suministrarle nolicias acerca de Ja vida de aquel. ‘* Siento mucho que se hayan extraviado dos »eartas de Talma, en que , hablando con exageracion del mé- »rito de mi hermano , le persuadia dejase estos lugares , y pasa ( 56 ) que en el aio 1818 , hallandose Talma una tar- de en el café del teatro de Tolosa, reunido con varias personas, entre ellas un espamiol digno de crédito que nos ha referido este pasaje , comenza- ron a hablar acerca de las tragedias de Otelo y Os— car que aquel estaba ensayando para ejecutarlas en la misma ciudad, y haciendo Talma la califica— cion de yarios actores , dijo entre otras cosas: Maiquez ha aprendido de mi, pero indudablemente me supera en estas dos tragedias. De todos modos sera siempre un titulo de glo- ria para Talma haber servido, con la superioridad de su mérilo, para poner en movimiento las facul- tades naturales de Isidoro, quien ingénuamente confesaba deber 4 aquel hombre extraordinario el rapido vuelo que habia tomado su imaginacion, con solo verle en la escena. Permanecié Maiquez en Paris el resto del afio 1799 y todo el de 1800, constantemente ocu- pado en su plan favorito, del que nada podia dis- traerle, halagado siempre con la lisonjera esperan- za de recoger en su patria el fruto de su atreyi- miento y de sus penosos afanes. En el mismo ano regresé 4 Madrid con la ma— yor premura; y zanjados que fueron en pocos dias algunos negocios que reclamaban su_ presencia, »se a gozar en una casa de campo los bienes con que su‘na- »cion le habia premiado, haciéndole feliz con acabar los dias »en su Compania.” (37) volvié 4 Paris a donde le Hamaba el objeto prima- rio de sus constantes desvelos. Continud, pues, bajo su anterior sistema de obseryacion, sin per— der nunca de vista 4 Talma y Clauzel, a fin de for- mar su caudal de ideas para ejecutar bajo las maxi- mas del buen gusto, 4 la manera que un pintor observa las obras maestras de la antigiiedad con el fin de no separarse del sendero de la exactitud y de la belleza. Pudo haberlos estudiado mas , se- gun él mismo decia muchas veces, sin duda por— que hallé en ellos mayor nimero de bellezas que en la generalidad de esta clase de artistas; pero su posicion no era la mas yentajosa para dedicarse por mucho tiempo al estudio. Habiendo cesado al tercer 6 cuarto mes la asignacion concedida por Godoy, y mas tarde los auxilios que le dispensaba la generosidad de la sefiora Condesa Duquesa de Benavente , quedé atenido 4 un escaso socorro que alguna yez le enyiaba su esposa *, al corto remanen- te que le quedaba del dinero tomado en Madrid , y al poco metalico que le dieron por sus libros: y como al mismo tiempo su amor propio le excilase a disfrutar cuanto antes de los aplausos lisonjeros que le reseryaba la corte, y que tanto halagaban su ambicion, resolvié regresar a su patria a princi- pios de 1801, como en efecto lo yerificé. a * La Antonia Prado, actriz de mérito, y de regular hermosura, Representabase en la férvida fantasia de Isidore el nueyo campo abierto 4 su ambicion de gloria; campo espacioso ensanchado por sus propias ma— nos, y en el que se prometia alcanzar numerosos triunfos 4 favor del nuevo espiritu que le alentaba, y de las nuevas fuerzas que habia adquirido con el estudio y la obseryacion. Estas ideas lisonjeras le hacian tolerable la penosa situacion en que se en- contraba. Llegé a Madrid reducido a la mayor miseria, pues, como él referia muchas veces, los cabellos se le salian por las roturas del sombrero. Pasose a la cabeza de una compaiiia cémica , compuesta en su mayor parte de jévenes principiantes, 6 de me- ros aficionados; y con la confianza que su mérito le inspiraba abrié el teatro de los Caiios del Peral, dando principio 4 sus representaciones en junio del mismo aio (6). La comedia de El Celoso confundido, con que Maiquez se estrendéd, fué muy bien ejecutada y ex- traordinariamente aplaudida; y no lo fueron menos La Real Jura de Artajerjes, El Severo Dictador , y Radamisto y Zenobia. El lujo en decoraciones, tra- ges y comparsas; y sobre todo el dérden y decoro en la ejecucion, produjeron una sensacion profun- da, tanto mas sorprendente , cuanto menos acos- (59) tumbrado se hallaba el piblico 4 ver nobleza y dig- nidad en la escena. El nombre de I[sidoro reso- naba con aplauso: todos los inteligentes hacian justicia 4 su mérito: todos vieron confirmado el presagio feliz que habian tenido cuando supie- ron su atrevida resolucion de ausentarse de su pa- (ria impulsado por el deseo de aprender: y sin ri- vales que le inquietasen ; objeto de admiracion pt- blica ; apreciado de todas las clases; favorecido hasta del bello sexo , y bajo la egida del que en aquel tiempo fué arbitro de los destinos de nues- tra patria, Maiquez se halléd colocado en aquella risuena situacion tan lisonjera para la ambicion humana, cuando las satisfacciones se anticipan a los deseos, y la felicidad real sobrepuja a la esperanza. Pero este mismo estado de preponderancia, de- bido a su mérito, era precisamente lo que con mas fuerza despertaba la envidia de sus émulos. Estos, a pesar de la incomparable habilidad y maestria de Isidoro, no cesaban de rebajar por todos los medios posibles la grande opinion que habia sabido labrarse desde su vuelta de Francia, a fuerza de ofrecer 4 los espectadores bellezas ar- listicas desconocidas en nuestro teatro. Al princi— pio le sindicaban de un simple copiante de Talma, porque precisamente ejecutd las funciones favori- tas de este insigne actor. Pero cuando le vieron ejecutar cien piezas diferentes con igual maestria, y sin poderle acusar en ellas de copiante seryil. (40 ) variaron de lenguaje diciendo que al fin todo lo ejecutaba segun la escuela de Talma : asercion muy absurda en si misma atendido el caracter peculiar y diametralmente opuesto de ambas escuelas, y que no obstante ha tenido muchos prosélitos, a pe- sar de las repetidas pruebas con que Isidoro de— mostr6é haber sido su maestro principal la naturale- za, de quien tomé siempre las ideas de lo grande y de lo bello. No pudiendo por este camino yulnerar su reputacion, ni desconocer sus detractores la maestria sin igual con que trabajaba en el género tragico, al cual se dedicé especialmente desde su regreso de Francia, se cebé la envidia en divulgar, con aire de confianza y salisfaccion, que si Maiquez en la tragedia era excelente , no asi en la comedia; y que convencido él mismo de su nulidad para se- mejante género, se abstenia de entregarse a él temeroso de desacreditarse. No se pudo concebir una inculpacion ni mas ayenturada, por lo facil que era destruiria, ni mas 4 propdsito para manifes— tarnos el eminente actor que poseiamos. Maiquez, cuyo amor propio era tan colosal como su mérito, no pudiendo permanecer mucho tiempo indiferen— te 4 detracciones tan gratuitas como injustas, cre— y6 HWegado el momento de confundir a la ignoran- cia, y de una vez adornar su frente con los nuevos laureles que la fama le ofrecia. Inflamado por este pensamiento, vidsele instan- taneamente inyadir todos los géncros de la poesta (AL) dramatica, asi antigua como moderna, nacional como extranjera, sin que en ninguno dejase de ser siempre el mismo, siempre superior a las difi- cultades , siempre en fin inimitable. Garcia del Castanar , Fenelon, el Vano Humillado, Otelo, Orestes , el Pastelero de Madrigal, la Casa en Venta, el mejor Alcalde el Rey, la Zaira, el Rico hombre de Alcala, el Distraido , el Diablo Predi- cador , Pelayo , el Convidado de Piedra, Numan- cia destruida, y hasta la opereta del Califa de Bagdad , hallaron en Isidoro un actor digno de desentranar profundamente las pasiones , los ca- ractéres y situaciones dramaticas, dando a mu- chas de estas composiciones una celebridad no me- recida ; y la escena yid brillar en su centro un ar- tista que nunca tuvo rivales. La facilidad extraor- dinaria de este actor eminente para plegarse a pasiones y caractéres los mas opuestos entre si, no podia dejar la menor duda del vastisimo estudio que habia hecho del corazon humano , y deshacer la idea equivocada de ser un simple copiante del modelo de la escuela francesa. Los mismos fran- ceses que por los afios 10 y 14 le vieron en una ocasion pintar con la mayor vehemencia los furo— res de Cain, y al dia siguiente revestirse de la piedad y mansedumbre del Arzobispo de Cambray, confesaron unanimemente que su célebre Talma no era capaz de sostener un transilo tan asom— broso entre caractéres tan opuestos. En efecto , si (AZ) he de dar crédito a la general opinion de los inteligentes , el tragico frances tenia su principal mérito mas bien en el género terrible que en el patético, y mas en el tragico que en el cémico *. Maiquez abrazaba todos los extremos. Si era su- blime en Oscar, Otelo y Cain, no lo era me- nos en El Delincuente Honrado: si sabia reves— tirse de la magestad imponente del Rey D. Sebas— tian, le era igualmente familiar la truhaneria de Gabriel el Pastelero: no puede exigirse mas de un buen imitador del hombre (7). Seria empresa superior a nuestras fuerzas se— guir la série de aplausos y triunfos alcanzados por el mérito eminente de Isidoro , cuyo solo nom- bre Ilevaba al teatro todo el pueblo por desprecia— ble que fuese la funcion , 4 trueque de disfrutar del inmenso placer de yer retratadas las pasiones con el atrevido pincel de aquel artista inimitable. Asi continud, a pesar de la envidia, cubriéndo- se de nuevos titulos de gloria, hasta el aio 1805 en que un acontecimiento de bien pequefia importan— * Por espacio de muchos afios se abstuvo Talma de dedicar- se al género comico, acaso lemeroso de que este fuese un esco- Ilo para su reputacion; de igual manera que nuestra Rita Luna no se atreviO a invadir el género trdgico por un motivo seme- jante. Talma, sin embargo, en sus ullimos tiempos , y cuando ya sus facultades fisicas habian perdido el vigor antiguo , des- empeno varias comedias con el acierto que era de esperar; mas sin que por ello haya desmentido el juicio que se tenia formado de no ser igual su mérito en ambos géneros. (AS ) cia en si mismo, le puso en situacion de experi— mentar los sinsabores 4 que esta expuesto el mé- rito , cuando los mismos que debieran respetarle no tienen suficiente ingenuidad y franqueza para confesarse inferiores 4 él. Suscitaronse con efecto algunas intrigas de bastidores que irritaron el ge- nio poco sufrido de Maiquez, promovidas princi- palmente por un actor llamado Cristiani. Isidoro concibié el pensamiento de no escriturarle en la compania a fin de alejar de su lado aquel perpétuo motivo de desayenencias. Pero Cristiani, valiéndo- se del favor que le dispensaba el Principe de la Paz , consiguid permanecer en la compaiiia. Ofen- dido Maiquez en lo mas vivo de su orgullo, resol- vi6 dejar el teatro y la capital bajo el pretexto de no poderse sostener aquel por falta de entradas, como asi era yerdad, porque de intento le descuidé enteramente; pero lo hizo, en realidad, con el ob- jeto de vengarse del desaire recibido como primer actor y director , y para patentizar a sus compante- ros que sin su apoyo jamas deberian prometerse la benigna acogida que el pablico les dispensaba. Marché, pues, en el mismo ao a Zaragoza, en donde recibiéd testimonios nada equivocos del ventajoso concepto con que resonaba su nombre en todos los angulos de la Peninsula. Su ausencia (conyertida en destierro por érden de Godoy, quien juzgé ofendida su autoridad por la determi— nacion de Isidoro, supuesto habia mediado en las (AA) querellas con sus compaiieros ) influyé sobremane— raenla suerte de los teatros de la capital, que bien pronto empezaron 4 resentirse de la falta del nico atlante que podia sostenerlos sobre sus hom- bros. Por otra parte los habitantes de Madrid, acos— tumbrados 4 ver aquel inimitable modelo del arte es- cénico, no podian ya soportar ningun espectaculo cémico, faltando el hombre que con sola su presen- cia entusiasmaba a los espectadores: asi, pues, murmuraban altamente contra los causantes de la ausencia de Maiquez, clamando sin cesar porque esta no se prolongase. El voto general prevalecid, y el teatro recobr6 su mejor adorno. Efectivamente , en 1806 obtuvo permiso Isido- ro para regresar 4 Madrid con motivo de hallarse su padre gravemente enfermo ; y apenas llegé con- siguié tambien el de representar en el teatro del Principe, recientemente reedificado , y en el que era autor Francisco Ramos (8). Inutil seria dete— nernos en pintar el jabilo con que fué recibido en la escena. Fijese la atencion en la marcha progre- siva de las opiniones de los pueblos cuando recaen sobre personas de mérito reconocido, a las cuales se las supone juguete del poder 6 de la envidia, y se podra formar idea exacta de los extraordinarios aplausos prodigados entonces al héroe de la escena espanola. Liegé el afio 1808, y con él la ocupacion de la capital por las tropas francesas. El caracter espar- (48) {ano de Maiquez no podia doblegarse facilmente al yugo de la dominacion extranjera, contra la cual se declaré abiertamente ; motivo que le obligé a huir con la mayor precipitacion 4 Granada, des- de donde se traslad6 a Malaga (9). Su emigra- cion dur6é poco tiempo: volyiéd a Madrid en 1809 a ocupar el puesto que le correspondia; y aunque por su profesion nada hubiese de temer bajo Ja di- nastia intrusa , lo intolerable que se le hacia la do- minacion francesa acaloraba su imaginacion poco precavida , y respirando constantemente el descon- tento que abrigaba en su pecho, did motivo a ser delatado al Gobierno como enemigo del nuevo ér— den de cosas que se queria establecer en Espafia. La consecuencia de esta acusacion fué decretar su traslacion 4 Francia en calidad de reo de Estado; pero sus amigos lograron no tuyiese efecto una sentencia tan arbitraria, de Ja cual hubieran re- sultado \4 nuestros teatros los mayores perjui- clos; asi es que apenas llegé Isidoro 4 Bayona, se reyocé el decreto, permitiéndole volver 4 Madrid y al pacifico ejercicio de su profesion. No tardaron mucho los franceses en reconocer el mérito de Maiquez, y en tributarle constante— mente los elogios menos equivocos. Y debemos afiadir, en obsequio de la verdad , que ellos sostu- vieron el teatro en aquellos afios de miseria y desolacion que tan espantosamente afligieron a to- dos los habitantes de Madrid. José Bonaparte, ya (46 ) fuese por generosidad , 6 porque la politica exigia no decayese un espectaculo que es considerado en las naciones civilizadas como el regulador de la prosperidad nacional, asigné al teatro del Principe, adonde concurria frecuentemente, la cantidad de 20000 rs. mensuales como ayuda de costa; y aun— que este fuese el verdadero objeto de semejante concesion , no se puede desconocer que tuvo mu— cha parte en aquella gracia el relevante mérito del director y primer galan del teatro; no siendo esta Ja Gnica prueba de aprecio que le dié José Bona- parte durante su permanencia en Madrid. Como el pueblo casi siempre juzga a los hom- bres con demasiada ligereza, dejandose llevar de falsas apariencias , calificé de adicto al sistema po- litico del conquistador de Europa al que pocos aiios antes fué perseguido por patriota; formando un cuerpo de delito de las distinciones que su mé- rito, y no su persona, habia merecido de los inya- sores. A consecuencia de tan injusta prevencion, cuando las tropas enemigas eyacuaron la capital, el publico se retiré del teatro del Principe , y no volvié a él hasta que el tiempo y los esfuerzos rei- terados de la compaiiia para atraer la concurren— cia, consiguicron debilitar su animosidad y su in- justicia. Podemos sefialar esta época como el prin- cipio de las desgracias que en medio de gloriosos triunfos persiguieron 4 Maiquez hasta el sepulcro. Anulado en mayo de 1844 el sistema politico (A7) que habia regido en Espaiia durante la guerra de la independencia, Maiquez fué acusado de adicto alas nuevas instituciones, y puesto en la carcel publica. Su delito , comun tambien a sus compaiie- ros, consistiéd solamente en la representacion de algunos dramas que respiraban ideas de libertad. Sin embargo, toda la gravedad de la culpa recaia con especialidad sobre el actor eminente que con sin igual energia y un entusiasmo fogoso dificil de expresar, 4 no tener una alma tan sulfurica como la suya, acert6 a reproducir en la escena la vehe— mencia romana en las tragedias de Roma lobre, Cayo Graco, y Virginia: ni era posible pudieran perdonarle los terribles acentos de libertad que sa- lian de sus labios para inflamar subitamente a to— dos los espectadores. Mas, prescindiendo del efecto que su animada ejecucion produjese en el publico , debid tenerse en consideracion que Maiquez, como actor, no podia excusar el compromiso 4 que le obligaba entonces la opinion dominante , sin exponerse a riesgos notorios; pero estas razones no fueron bastante poderosas para salvarle. A pesar de todo, Jos buenos oficios de la amistad , apoyados en la sa- na opinion de los juiciosos é imparciales, consiguie- ron conjurar la tempestad que le amenazaba, y trasladarle desde el calabozo 4 la escena; siendo menester toda la recomendacion de su nombre para debilitar en los Animos la idea preventiya con (AB ) que los espectadores asistieron a sus primeras re- presentaciones. Resfriada con el trascurso del tiempo la ani- mosidad de aquellos partidos, continué Maiquez sembrando merecimientos , y recogiendo aplausos hasta el aito 1817. en que, habiéndose indispuesto nueyamente con sus compaiieros , abandoné el tea- tro y se fué 4 Cordoba , en donde permanecié algu- nos meses en compafiia del Marques de Vega Ar— mijo, a quien debia un aprecio particular (10). En 1818 dejé la ciudad de Cordoba con intento de vol- ver al teatro, y llevar a cabo al mismo tiempo un proyecto, con el cual creyé sin duda vengarse de las compaiiias, de quienes estaba muy resentido ; 6 tal vez juzg6 de buena fé asegurar por su medio la paz interior de los teatros, en que tantas pugnas sucle haber por razon de intereses y preferencias. Con este objeto presenté al corregidor de Madrid un nueyo reglamento de teatros, que aprobado por S. M., y puesto en ejecucion, atrajo sobre su cabeza el cimulo de desgracias que le condujeron al sepulcro. Por un auto muy sensato del Supremo Consejo de Castilla, conservaban las compaiiias c6— micas de Madrid una absoluta independencia en su administracion interior y manejo de intereses, en perfecta armonia con la naturaleza particular de esta clase de establecimientos. La autoridad municipal influia Gnicamente en la formacion de aquellas, y en Ja policia exterior de las representaciones, como lo (49) exige el 6rden publico. El autor y los actores, con- siderados como yerdaderos accionistas , atendido el sistema de distribucion que se observaba en sus fondos, cuidaban de todo lo demas, asi respecto del fomento de los intereses , como de los especta- culos: todo esto era consecuencia inmediata de la organizacion especial de las compaiias. Pero se— gun el nueyo reglamento , venia a suceder lo con- trario. El corregidor, como juez protector de los teatros, podia mezclarse en todo: los partidos, las jubilaciones , las viudedades, las disputas interio- res, la distribucion de fondos, la intervencion en su manejo, y hasta la censura de comedias y re- partimiento de papeles, debian ser de su atribucion. Maiquez crey6 sin duda que de este modo sujetaria mas facilmente a sus compaiieros ; pero no calculdé que en asociaciones de compaiiia se ofrecen algu- nas cuestiones de tal naturaleza, que solamente los intereses comunes pueden arreglar sus diferencias, y que una interyencion extrafa puede , con la me- jor fé del mundo, causar perjuicios innumerables creyendo obrar en justicia. Esta falta de prevision es acaso el unico des- acierto notable en que incurrié Maiquez durante el curso de su vida sobre materias relativas a su arte; error funesto de que debié arrepentirse muy pron- to, pues sobre si mismo recayeron , por desgracia, los efectos de un plan tan poco meditado. Si tnica- mente hubiese aspirado con él a consolidar mas y 4 (80) mas la disciplina interior del teatro, y a que la cali- ficacion de las producciones dramaticas estuviese co- metida 4 una junta de literatos juiciosos, en union con los directores de escena, hubiera hecho un ser— vicio importantisimo a los espectaculos escénicos , 4 los progresos de la poesia dramatica, y al honor y de- coro que merecen sus autores, tantas veces ajados por la presuncion 6 ignorancia de Jos directo- res de las compaiiias cbmicas , quienes, 4 no te- ner la instruccion competente , Jamas debieran juz- car de otra cosa que del efecto teatral de las com- posiciones *. No obstante el extraordinario mérito de Mai- quez, y sin embargo de los inmensos gastos que le ocasionaban sus frecuentes representaciones tragi- eas, en las que vestia siempre con mucho lujo, no consiguid jamas que su partido excediese de 60 rea- les, 4 excepcion de los afios 811 y 12 en que dis- frut6 el de 70. Y mientras que Talma recorria las capitales de Francia exigiendo cinco francos por persona, y regresaba 4 Paris cargado de riquezas, Maiquez yacia casi en la miseria, absteniéndose mu- * No es Espana el unico pais en que ha dominado seme- jante abuso. ¢ Quién creeria que los inmortales Corneille y Raci- ne tuvieron que mendigar el favor de los actores de su tiempo, y sufrir pacientemente sus repulsas? Sin embargo, debo decir en honor de la verdad , que posteriormente se ha establecido en el teatro del Principe una junta de lectura para juzgar las piezas nuevas que se presentan: pensamiento que el autor de este escrito habia concebido muchos anos ha. (31) chas veces de ejecutar algunas funciones por no te- ner dinero para costear el traje correspondiente. Asi por esta causa, como por mejorar el deplorable estado de sus intereses, y poder pagar algunas deu- das contraidas en el aio 17, se vid obligado 4 tra- bajar por su cuenta todo el mes de julio del 18 ; y el publico de Madrid debiéd a tan inesperado inci— dente el ver representadas en pocos dias las obras favoritas con que le habia tenido admirado por espa- cio de muchos anos. Pero este esfuerzo extraordi- nario, que se puede llamar su despedida del teatro, en la estacion menos a propdésito para trabajar en el género tragico, acabé de arruinar su que- brantada salud , y precipité los efectos de la extra- ia enfermedad que le consumia oculta y lentamen- te. Mucho tiempo habia que Maiquez se quejaba de un ruido sordo é incémodo en el pecho, atri- buido unas yeces a cansancio del pulmon, otras a exceso de hbilis. Llamabale con sumo gracejo , mt gato; y como era naturalmente aprensiyo, ningu— no Ilegé a persuadirse que su yida se hallase en tanto peligro como el que desgraciadamente acre- dité despues la experiencia. A pesar del notable deterioro de su salud, Mai- quez continud trabajando algunos meses por consi- deracion A sus compafieros, con quienes se habia reconciliado sinceramente ; y en el mes de setiem— bre del mismo aio recibié la prueba mas lisonjera del extraordinario aprecio BE dispensaba el pt- (82 ) blico madridefio. En uno de los dias de Pascua re- present6 a Garcia del Castanar, papel en que siem- pre habia recibido aplausos sin numero. Apenas se presenté en la escena soltaron desde la tertulia dos palomas , llevando pendientes del cuello unas tarje- tas en alabanza de Isidoro; obsequio que ya habia re- cibido anteriormente en los Cafios del Peral despues de su regreso de Francia *. Si bien pudo lison- jearle este inusitado triunfo, no desconocié tampoco a cuantos riesgos le exponia en medio de una corte suspicaz, que con recelo y aun enyidia contemplaba los muchos laureles con que el pueblo entusiasmado adornaba su cabeza. Bien lo did a conocer en esta ocasion esa misma corte, mandando instruir expe— diente en averiguacion de los causantes de tan ex- traordinario obsequio; pero afortunadamente le ha- llaron todos tan justamente merecido, que la noble reserya de cuantos conocian 4 las personas causantes de aquel hecho, reputado casi como criminal, pu- En tiempo de Maiquez ese género de ovaciones era desco- nocido , asi para los aclores como para los poetas dramaticos. En el nuestro vemos coronar frecuentemente en la escena a me- dianos actores, y pedir se presenten en ella para recibir aplau- sos hasta los traductores de dramas franceses. El] triunfo de Maiquez fué por lo tanto mas completo ; porque solo por él y para él se dié un paso que en aquella época podia calificarse de escandaloso. Y ese escdndalo debia parecer tanto mayor , cuanto que los aplausos concedidos al actor eminente, despertaban ce- los en personas de elevada gerarquia. Estos aplausos labraron su roina, (35 ) so a cubierto de las tropelias de un poder irascible a una familia agradecida a Isidoro y admiradora de su mérito. Maiquez concibié instantaneamente to- das las consecuencias de aquel hecho; y asi fué que al entrar dentro de bastidores dejé sumamente consternados a sus companieros exclamando : ami— gos mos, me han perdido. Vaticinio confirmado despues por una triste experiencia. V. La salud de Isidoro decaia visiblemente, y las incesantes (areas escénicas acabaron de arruinar- la. Sin embargo, su buen animo y la aparente ro— bustez de su persona, le alucinaban hasta el punto de no conocer él mismo el inminente riesgo que corria. Hacia los meses de octubre 6 noviembre del mismo aio pidid el Rey la tragedia de Pelayo, con baile en los entreactos. Conociendo Maiquez que toda clase de intermedios es perjudicial al efec- to tragico, y sobre todo el baile, que por su indole particular no guarda la menor relacion con la tra— gedia, se presenté al corregidor, y en seguida al ministro de Gracia y Justicia, a fin de conseguir que S. M. variase de idea, ofreciendo ejecutar, en caso contrario, en vez de bailes, comedias en un acto. Accedié S. M. la vispera de la funcion a que en lugar de bailes se hiciesen comedias; y (BA) entonces Maiquez dispuso para primer intermedio El Espanol y la Francesa: para segundo La Prueba feliz; y para tercero El Cuadro. En todas estas pie- zas trabaj6 él; y puede asegurarse que la fatiga de aquella noche, sobre el excesivo trabajo durante lo riguroso del verano, rindié su naturaleza , apo- derandose de ella una debilidad y abatimiento ex- traordinarios. Con tan desyentajosa disposicion fisica se em- pené en ejecutar la Numancia. En yano intentaron disuadirle sus amigos, haciéndole las mas fuertes reflexiones sobre los esfuerzos violentos que exige Ja declamacion tradgica, peligrosisimos en el es- tado decadente de su salud: todo fué inatil: llevé 4 cabo su idea, y el teatro le perdié para siempre. Verificése la representacion de aquella trage- dia en las noches 24 y 25 de noviembre de 1818; y en la ultima se declaré la penosa enfermedad que desde luego calificaron de mortal los facultati- vos, realizandose entonces los anteriores presenti- mientos de Isidoro. Agotaronse en aliyio suyo to— dos los recursos de la medicina: asistido con el mayor celo por los facultativos de mas crédito; constantemente rodeado de su familia , compatie— ros y amigos, que temian a cada instante perderle para siempre , pudo sobrelleyar con animo tranqui- lo las penalidades de su enfermedad: por ultimo, se crey6é asegurada la victoria juzgandole fuera de peligro. El mismo se lisonjeaba con esta idea, (88 ) complaciéndose en anunciar a sus amigos que muy pronto pondria en escena El Jugador, como obse- quio debido 4 la amistad que le dispensaba su autor, y la tragedia titulada Macbet; la queen su juicio debia producir un efecto superior al de las demas ejecutadas por él anteriormente. El pablico espera- ba con ansia yerle de nuevo en el teatro para in- demnizarle de sus padecimientos, cuando una de las consecuencias de su malhadado reglamento de teatros yino a consumar el sacrificio de su yida. La dependencia absoluta en que Maiquez se ha llaba respecto de la autoridad inmediata de los tea- tros, cual era entonces la del juez protector , de- bid haberle hecho mas prudente y menos obsti- nado de caracter, y obligadole 4 suscribir a la im— periosa ley de la necesidad. Pero lejos de hacerlo asi, él mismo se ofrecié 4 ser la primera victima de su propia obra. Ya de antemano se_hallaba indispuesto con aquella autoridad por haberse nega- do tenazmente a representar una comedia nueya, escrita por un amigo del juez protector. Ocultas han permanecido las causas que le impulsaron a tan obstinada negativa; porque si bien dijo repe- tidas veces que aquella composicion le parecia ma- la, no se concibe facilmente que este fuese el verdadero motivo de su repugnancia , puesto que ejecutaba con frecuencia otras mucho peores, las cuales recibian en sus labios un calor y vida que de igual modo pudo haber comunicado a la come- (36) dia que se le ofrecia, si su animo hubiese estado predispuesto 4 satisfacer los deseos de su inmedia- to gefe. Sea de esto lo que fuere , no cabe duda en que la prevencion de animo del juez protector dié margen a que se pusieran en juego, y fuesen acogidas favorablemente , nuevas intrigas de basti- dores dirigidas por los actores Prieto, Avecilla y Cristiani; pero con especialidad por el primero, que olyidandose de que debia 4 Maiquez su venida a Madrid, y la importancia que Ilegé a tener en la escena, era quien mas acaloradamente le hacia guerra cruda y de mala ley. Su punto de ataque se reducia a pedir que aquel desempenase la parte que como a primer actor le correspondia, porque de lo contrario pesando esta sobre su per— sona, hacia sumamente improbo su trabajo. Mai- quez por su parte alegaba constantemente la gra— vedad de sus padecimientos fisicos como causa le- gitima para excusar su salida a la escena; y aun- que estos eran por desgracia demasiado ciertos, fueron calificados de especiosos pretextos dictados por su malicia, y aun se llegé 4 juzgar como sos- pechosa la conducta de Isidoro. Reiteraronse las ordenes de la autoridad, conminandole si no se presentaba en la escena; y aunque pudo haber da- do publica satisfaccion de cuan justos eran los mo- tiyos que le obligaban 4 la negativa con solo haber salido una noche al teatro, se obstinéd absolutamen- te en no hacerlo , apoyandose en las mismas razo- (57 ) nes que alegaba siempre. Este rasgo de tenacidad acredit6é el hecho aparente de desobediencia a la autoridad inmediata: el corregidor Arjona le hizo arrestar; did cuenta de todo al ministro de Gracia y Justicia Lozano de Torres; y eleyado 4 conoci-— miento de S. M., sin mas tramites ni formalida— des, se decreté la jubilacion de Maiquez y su des— tierro a Ciudad—Real. Kl dia 18 de junio de 1819 le comunicaron la Real érden, y en el mismo dia por la tarde fueron las dos compafiias cémicas 4 entregar al Rey una representacion en nombre de Isidoro Maiquez. En ella hacia presente no haber sido su animo, como se decia, desobedecer las érdenes de la autoridad, 4 quien tan solo habia expuesto la imposibilidad fisica en que se hallaba de poderlas cumplir ; y pa— ra mayor prueba de lo dispuesto que se encontra-— ba siempre 4 sacrificar hasta su propia vida, a true- que de alejar la nota de desobediente con que le sin- dicaban , pedia se le concediesen sicte 0 ocho dias de término para ensayar las funciones que habia de ejecutar , no obstante el estado peligroso de su sa— lud. Pero esta reclamacion llegé tarde; ni ya era posible desyanecer con ella la sospecha 4 que habia dado lugar con su obstinada resistencia a las érde— nes superiores. En yano la amistad y el favor pretendieron interponerse entre el poder y la yictima; nada bast6 4 contener los efectos de una sentencia (38) sin apelacion. Ejecutdése en todas sus partes; y con una escolta de caballeria y en un carruaje, que se le hizo pagar , ajustandole anticipadamente en nom- bre suyo, salié Maiquez para su destierro en la madrugada del siguiente dia, acompatiado de los yotos afectuosos de sus amigos, de sus compane— ros, y de la parte sana del pueblo, que veia en es- te incidente el dltimo suspiro de la prosperidad de nuestro teatro. Llegado al punto de su destierro experimento Isidoro alguna mejoria; pero bien pronto recay6 peligrosamente, y se cercioré de que el clima de Ciudad-Real no convenia 4 su salud. Apoyado por los facultativos, solicité y obtuyo permiso de S. M., en 30 de agosto de 1819, para dedicarse 4 su pro- fesion en Andalucia; pero privandole de pasar mas alla de Sevilla. Efectivamente, en 25 de setiembre del mismo ario salié de aquella ciudad acompaniado de su hija, muy nifia 4 la sazon, y de un criado; y llegé el dia 29 de noviembre 4 la de Granada, cuya temperatura y hermoso cielo le eran bien co- nocidos. Es de advertir que en medio de tantas pe- nalidades, no era la menor su grande escasez de dinero, pues se vid precisado 4 vender en Andu- jar varios cubiertos de plata para poder continuar su marcha hasta Granada. Llegé , pues, 4 esta ciudad enfermo y poseido de una extremada hipocondria , en términos de negarse 4 todo trato y comunicacion, y ocultando (89) 4 la confianza de sus mas intimos amigos la causa secreta que la motivaba, y que por mi parte me abstengo tambien de revelar, por respetos a la no- ble reserya de Isidoro, y al nombre de las perso— has que fueron objeto de ella. No obstante el abatimiento de su esptritu, la primera diligencia que practicéd apenas llegé 4 Gra- nada, fué indagar los medios de incluir 4 su hija en el colegio de nifias nobles establecido en aquella ciudad. Semejante resolucion, fruto del funesto presentimiento de su préximo fin, hubiera sido llevada a efecto , 4 no haberse interpuesto una per- sona que se propuso dar a Maiquez una prueba in- signe de la amistad sin limites que le profesaba. Aquel estudiante de la universidad de Granada que en el afio de 1794 contrajo relaciones amistosas con Isidoro, las cuales habian quedado interrumpi- das desde el de 1809, en que con motivo de la emigracion se trasladé este 4 dicha ciudad, se ha- Haba 4 la sazon establecido en ella desempefando el cargo de notario eclesiastico. D. Antonio Gonza- lez, que es la persona de quien se trata, concibidé el designio de llevarse a su casa la hija de su ami— go, para que, en union con cinco nifios menores que tenia, y al lado de su esposa, pudiera recibir la esmerada educacion y las virtudes de que es— ta sefiora se hallaba adornada. Maiquez consintié en ello, no sin bastante resistencia , pero su alma qued6 tranquila respecto de un punto que tanto (60) habia contribuido 4 acibarar su sensible corazon. A pesar del mal estado de su salud, ya sea que su espiritu le engafiase, 6 acaso ( y es lo mas cier- to) le forzase 4 ello la necesidad, distribuyé los papeles para representar las tragedias de Nino II y Orestes. Es de adyertir que, no obstante el atraso de sus intereses , habia resuelto destinar el produc- to de la segunda 4 cierta casa de educacion, y el de la primera 4 beneficio de los nifios expdsitos. En medio de su estado de pobreza tuyo el con— suelo de que nada le faltase de cuanto pudiera con— tribuir 4 su alivio ; puesto que para excitar su ape- tito se le facilitaba una mesa Ilena de manjares que saciasen su vista, ya que no era posible hacerle to— mar alimento. Pero aun en ese estado se descubria Ja altiva arrogancia de su caracter propenso a la grandeza, pues no consentia que el plato mas de- licado que se retirase intacto de la mesa, se le vol- viese a presentar nueyamente en ella. Tan excesi— vo gasto apenas podia cubrirse con los socorros que le suministraba su amigo D. Vicente de Ahita, ya anticipandole lo que devengaba como actor ju- bilado, ya remitiéndole el importe de la venta 6 empeiio de yarias alhajas pertenecientes a Maiquez que aquel conservaba en su poder. A todos los desfalcos salia, sin embargo, la actividad y diligen-~ cia de Gonzalez. Este a fuerza de perseverancia logré que D. Francisco Jover, del comercio de aquella ciudad, le sacase de los mayores apuros, (61 ) pues no solo cubrié gran parte de los gastos que van referidos, sino que satisfizo los del carruaje en que Maiquez llegé a Granada, pagé los al- quileres de Ja casa que habitaba, y suplid los gastos de entierro , funeral, etc. Este rasgo de filantropia hace el mejor elogio del setor Jover. Otro vecino de Granada , llamado D. Andres Seré, tuvo la generosidad de desprenderse de la suma de dos mil reales para socorrer 4 Maiquez en sus ul- timos momentos; suma que le fué luego resarcida con el trage que aquel usaba en la tragedia de Otelo *. Al mismo tiempo varias personas le ofrecian su- mas cuantiosas 4 préstamo por el trabajo de un aiio, parte en empresa ; pero hizo desistir 4 todos de es— ta especulacion, porque desde el principio se deci- dié a sostener en ella con las entradas 4 D. Francisco Jover, el cual se habia arruinado en los anos an- teriores con la misma negociacion, y 4 quien ade- mas debia el especial favor que acabo de referir. Mas asi este como el anterior proyecto de su * D. Andres Seré , joven frances , criado en Espana, direc- tor de la casa de comercio conocida con el nombre de Lati. So- lo conocia 4 Maiquez de fama; pero solicitado por Gonzalez y movido de su compasivo corazon, facilité aquella suma pre- cisamente el mismo dia en que necesitaba echar mano de to- do el metalico existente en arcas, para pagar una letra muy con- siderable. Al entregar dicha cantidad 4 Gonzalez le dijo: ‘*To- me usted ; aunque me haga falta, nada importa : primero es so- correr a ese desgraciado ”’ (62) generosidad, que sin duda manifiestan un corazon sumamente benéfico , se hicieron ilusorios. Apol— tronado en su rincon, dominado de un mal inte— rior desconocido, pero harto eficaz para producir suspensiones tan largas en la respiracion , que pa- recia imposible pudiese vivir tanto tiempo sin ella, y mantenido ademas con agua sola, adquirié tan excesiva pesadez que no le permitia moverse. To— m6 un coche para pasear; pero como experimen— tase mucha fatiga al subir 6 bajar Ja escalera, y por otra parte una perpétua melancolia le tuviese entregado al mayor abatimiento, apenas le ocupé dos 6 tres dias en el espacio de un mes. De aqui resull6 hincharsele los pies , moyerse inicamente para ir de la cama a la mesa, y faltar accion en su est6mago para las digestiones. KI incremento que tomaba la hinchazon alarmé a cuantos le rodeaban , quienes vieron muy pron- to realizados sus temores un dia en que Isidoro perdié el habla y Ja vista, sin que apenas se le no- tase la respiracion. Acudieron inmediatamente con los socorros de la medicina, y volvi6 en si; pero advertido del riesgo en que se habia hallado , pidid Je suministrasen los auxilios espirituales, haciendo préviamente su disposicion testamentaria, por la cual instituia heredera universal 4 su hija. ; Here— dera!.... gY de qué?.... Nada le quedaba ya, sino Ja tierra para recibir su cadaver. Vuelto de aquel mortal parasismo , su incesante ( 6S ) anhelo era el ver a su hija, alejada cautelosamente de su presencia, a fin de eyitarle dolorosas sensa— clones. Mas la senora a cuyo cuidado se hallaba encomendada aquella, sensible 4 los ruegos del padre, se la presentd. No es facil describir Ja es— cena muda, y en gran manera patética, que tuyo lu- gar entre el padre y la hija, ni el doloreso recuer- do que de ella conservaban los que la presencia- ron. Maiquez asié tiernamente a su hija, la puso de pie sobre su cama frente a frente, y con mira- da incierta y vaga Ja examiné por largo rato de pies 4 cabeza, sin pronunciar una sola palabra. En seguida desasiendo la mano derecha, con ella ben— dijo 4 Ja nifia por tres yeces ; clavd sus ojos en ella; se le baiiaron en lagrimas; apartaron de su lado a la desyenturada criatura llena de congojosa angus— lia, y él se tendid yuelto de espaldas a los circuns— tantes, sin haber desplegado sus labios. A pocos momentos de tan funesta entrevista, el cerebro de Isidoro sufrié un trastorno completo. Abrasabale la fiebre; y loco furioso, é impulsado de Ja ardiente sed que le devoraba, se arrojé pre— cipitadamente del lecho, aprovechando la ocasion de hallarse solo; y asiendo dos grandes botellas de cristal que llenas de agua habia sobre una mesa, Jas derram6 una tras otra sobre su pecho hasta apu- rarlas ; y sin cesar de pedir agua, exclamaba: «* Hermanos, dadme agua, que Dios 4 nadie la ha negado.”” A estas voces acudieron todos, volyié— (64 ) ronle 4 la cama con sumo trabajo, y persuadidos de que en el estado de delirio en que le veian, la prudencia aconsejaba tomar todo género de pre- cauciones , alejaron de su lado cuanto en su fre— nesi pudiera servirle de instrumento para sinies— tros fines. Ademas se instalaron 4 su lado dos hom- bres que le vigilasen noche y dia; sin contar su amigo D. Antonio, que no se apartaba de su lecho. Al dia siguiente, sin haber dormido , porque el suenio le habia abandonado completamente, ama- necié fingiéndose mudo ; y con ademanes mimicos se esforzaba en significar 4su amigo le trajese una espada que tenia dentro de un baul situado en otro aposento ; y como Gonzalez figurase no compren— derle , sefial6 un clavo grande que habia sostenido un espejo en frente de su cama, indicandole se le proporcionase. Es evidente que el extrayvio de su imaginacion le inspiraba el pensamiento de sui— cidarse. A poco tiempo dejé aquella ficcion , 6 recobré en efecto el uso de Ja palabra para pedir nueva~ mente, y con mayor ansiedad , agua, agua; pero no por eso queria beberla, ni tampoco ningun otro liquido , y menos consentir que persona alguna Io probase, suponiéndolo enyenenado. Al propio tiem- po se incorporaba en la cama, y mirando 4 los cir- cunstantes con rostro liyido y ojos desencajados, Jos hacia descubrir cuerpo y manos, juzgando que todos conspiraban contra su yida. ( 68 ) En la noche de aquel mismo dia llegé 4 su col- mo el delirio de Isidoro, y el susto y espanto de cuantos le rodeaban. Valiéndose de un pretexto muy natural para burlar la yigilancia de los que cuidaban su persona , bajé de la cama enyuelto en su capa , fué poco 4 poco ganando terreno, y sa- liendo de la alcoba con pretexto de Hamar a su criado , gané la habitacion inmediata antes que na— die pudiera impedirselo. Aquella habitacion tenia dos puertas ; una que daba salida 4 los corredores y se habia cerrado con el fin de que no le daiase el excesivo frio que por ella entraba, y otra que conducia a una antecocina. Al llegar a esta, hizo sa- lir delante, con Ja tnica luz que los alumbraba, a su sobrino y asu amigo Gonzalez, y él quedandose detras con su confesor que le ayudaba 4 sostener— se, eché el cerrojo a la puerta, quedando ambos solos y encerrados. Dificil sera describir la escena tragica 4 que did motivo este singular episodio de la enfermedad de nuestro Maiquez. Su confesor viéndose a oscuras y solo con un hombre en com- pleto estado de demencia, trémulo y Ileno de es— panto procuraba por todos les medios posibles hi— bertarse de sus manos; pero Maiquez le detenia con todas sus fuerzas, diciéndole que los de los corredores, armados de puiales, le aguardaban para asesinarle. En tan critico momento, y temeroso Gonzalez de las funestas consecuencias que pudiera producir aquel inesperado incidente, di6 Ja yuelta 5) ( 66 ) con toda prontitud al corredor, y 4 viva fuerza violenté la puerta que conducia 4 la habitacion. En— tonces Maiquez solt6 4 su confesor; arrojé al suelo la capa que le servia de Unico vestido ; asié una tabla de cama que hal!é casualmente 4 su inmediacion, y diciendo que tenia en su mano la clava de Hér— cules, comenz6 a descargar golpes desaforados so- bre paredes y puertas, en términos de que nadie se atrevia a llegar 4 su persona. Todos le observa— ban desde lejos Ilenos de espanto , y temiendo se arrojase por la yentana de la habitacion , en cuyo antepecho llegé6 4 montarse ; pero afortunadamen- te se limit6 4 gritar repetidas yeces y con angus— tiosa voz: Vecinos, acudid pronto, & la vuelta, que estan asesinando d wn eclesidstico. Entonces aprovechando el momento en que no Ie era facil hacer uso de la claya de Hércules, acudieron sus amigos y otras varias personas atraidas por Jo sin- gular de aquel suceso, y Maiquez por un movyi- miento indeliberado , que carece de explicacion en semejantes crisis, solté la tabla, y bafado en su- dor frio se arrojé en brazos de un desconocido, ya agotadas sus fuerzas y en estado casi cadavérico. Llevaronle entre todos al lecho , en donde pas6 el resto de la noche entregado 4 un profundo letar- go, del cual se prometieron sus amigos conseguir algun alivio. Asi se verificé en efecto. Al siguiente dia ama- necid tranquilo y en su estado natural, si bien di- (67 ) vagaba en sus ideas; pero por momentos fué reco- brando completamente su juicio , hasta el punto de recordar alguna de las escenas de la noche ante— rior. Interrogado acerca de ellas, contesté que su razon experimenté aquel trastorno por habérsele fijado la idea de que habian asesinado a su hija pa- ra arrebatarle su herencia ; y que al propio tiem- po traté de escaparse para ir 4 beber agua al Ge- nil, acosado por la sed que le devoraba. La mejoria aparente que se advertia en Mai- quez no era otra cosa que el sintoma decisiyo de Ja proximidad de la muerte. Sin embargo , todos, incluso el paciente , se equivocaron , durando su engano hasta que sobrevinieron nuevos sintomas para desvanecer sus lisonjeras esperanzas. Conti- nuos y abundantes sudores, rapida hinchazon de todos sus miembros , y la asombrosa debilidad que lentamente le consumia, dieron bien pronto 4 co- nocer no hallarse muy lejano el término de aque! hombre extraordinario. En yano procuraba conso- larle su inseparable amigo: Maiquez conocia bien su estado , y con animo resuelto renunciaba a una vida que no podia conservar. En momentos tan solemnes su alma se alimentaba de pensamientos nobles y piadosos, entregandose al propio tiempo 4 las dulces emociones de la ternura y de la amistad. Un dia estrechando entre sus escudlidas manos las de su amigo D. Antonio, le dijo enternecido: amigo mio, tarde he Ilegado & conocer la fina amistad a: ( 68 ) de usted: mucho le debo, y no puedo corresponder— le cual quisiera..... Usted es mi vinico apoyo: per— déneme todas mis locuras y molestias, y procure usted disculparme con los que no me conocen. A los siete dias siguientes al del acceso de lo— cura, despues de haber recibido todos los con— suelos de la religion , espiréd tranquilo sentado en su lecho, y sin haberse alterado notablemente sus facciones. El facultativo que le asistiéd durante su enfermedad se habia propuesto escribir una me- moria refiriendo los fendmenos singulares que ob- serv6 en su curso; porque en concepto de aquel, la enfermedad de Isidoro ofrecia un conjunto ex— traordinario y filoséfico, digno de Hamar la aten- cion de los inteligentes. Ignoro si lo habra rea- lizado. Isidoro Maiquez fallecié en la noche del dia 18 de marzo de 1820, 4 los 52 afios de edad. Pobre y desvalido , debié a la amistad todo cuanto puede exigirse de ella; y a la piedad cristiana la humil- de fosa que guarda sus cenizas *. Y solo asi podia recibir el ultimo obsequio de que aun los mas infe- “= * : A : Tal vez hubiera llegado 4 perderse hasta la memoria del sitio en donde fueron depositados los restos mortales de Mai- quez, si el celo y laudable generosidad del distinguido actor D. Julian Romea vo les hubiera dispuesto otro albergue mas de- coroso y noble , volviendo de ese modo por el honor del arte, y por la memoria del hombre extraordinario 4 quien el teatro de- bid su engrandecimiento. El schor Romea se ha honrado a si mismo honrando a Isidoro Maiquez. (69 ) lices no se ven privados en su transito a la eterni- dad; puesto que si entre su amigo D. Antonio y su propio criado no hubiesen reunido el dinero nece- sario para la mortaja, y no hubiera satisfecho Don Francisco Joyer el importe de la caja mortuoria, su cadaver habria pasado por el indecoroso trance de ser conducido al cementerio como el del ser mas despreciable de la sociedad. Mas no fué este el Gnico incidente que vino 4 patentizar la aciaga estrella que le perseguia aun despues de su muer- te. Al siguiente dia fué trasladado el cadaver a la iglesia parroquial de San Matias , dispuestos sus amigos 4 costear las exequias que en aquella mis— ma tarde debian celebrarse. Pero no siendo posible que estas tuviesen lugar entonces, a causa de reu- nirse en la iglesia una junta parroquial, hubieron de consentir en trasladar 4 la noche aquella fun— cion fanebre, y que entre tanto permaneciese el cadaver en un aposento oscuro , atestado de mue— bles viejos, desde cuyo inmundo hospedaje fué conducido al campo santo. A los diez dias si-— guientes se dirigié D. Antonio a ese lugar sagra- do, con objeto de cerciorarse del sitio en que su amigo reposaba : hizo levyantar la tierra que lo cu- bria para reconocerle, y terraplenada de nuevo la sepultura, colocé en ella una cruz que le sirviese adelante de distintivo. El trascurso de los anos destruy6 esa humilde expresion de la amistad; de manera que hasta hace peco tiempo se dudaba (70) del verdadero lugar que contenia los restos morta- les del primer actor tragico de Espaiia. Las compaiiias cOmicas de Madrid hicieron una funcion en obsequio de la buena memoria de su ilustre compaiiero ; y no sera encarecimiento afla— dir que una numerosa concurrencia acredité er cuanto aprecio tenia el publico al grande actor que acababa de perder para siempre (11). Para dar completa idea de las eualidades fisi- cas y morales que se reunian en la persona de Isidoro Maiquez , trasladaremos aqui el retrato que de él hizo el autor de un articulo necrolégico que se publicd en el afio 20, concebido en es— tos términos: ‘‘La estatura de Maiquez era alta »y bien proporcionada: su fisonomia expresiva, »ingeniosa, agradable: sus ojos vivos, penetran- »tes: su aire noble , 4 veces imponente y severo: »su trato afable: su caracter obstinado. Natural— »mente festivo ; pero ya locuaz, ya mustio con ex- »ceso, se le yeia décil 6 rencoroso, segun las im— »presiones que recibia, 4 las cuales se entregaba »con vehemencia. En la sociedad de los hombres »instruidos se explicaba con facilidad : expresaba » sus ideas sin empejio de sostenerlas ; y unas veces »ameno, otras caustico y mordad, pero siempre »anunciando genio y talento, Maiquez, tanto en la »escena como en su trato privado, fué un hombre »no vulgar, y digno de la atencion de sus contem- » poraneos.”’ (71 ) VE. Despues de haber trazado el cuadro interesante de los merecimientos de este ilustre actor, asi co— mo sus dolorosos padecimientos, y el término des- graciado de su vida, en la confianza de que no po- dran menos de interesar 4 cuantos aprecian el yer- dadero mérito donde quiera que se encuentre, rés- tame anicamente fijar con toda imparcialidad el gra- do de mérito que alcanzé en un arte sembrado de dificultades enormes, y en el que taa pocos han conseguido singularizarse de una manera digna de ser trasmitida a la posteridad. Ya he manifesta- do al principio, que Isidoro no debié 4 la educacion ninguno de los auxilios capaces de ayudar a los es- fuerzos del ingenio. Lejos de eso, fué tal el abando- no de sus padres en este punto, que Maiquez en su nifiez apenas supo mal leer; y solo en fuerza de su aplicacion y constancia comenzé 4 escribir cuando ya era hombre. Su primitiva lectura fué la de cuantas comedias llegaban 4 sus manos; pero este recurso tnicamente podia proporcionarle una ins— truccion vaga y superficial, que requiere de ante— mano la rectificacion del juicio y del gusto. ; Por qué medios, pues, llegé Isidoro a ensefiorearse de su arte y de los espectadores, hasta el punto de obligarlos 4 desprenderse , por decirlo asi, de sus propios sentimientos para identificarse con el per— sonaje fingido , haciéndoles experimentar todos los (72°) afectos del amor , del odio, del furor , del espanto, de la desesperacion ; y en fin, conducirlos a su ar- bitrio por el yasto campo de las sensaciones mora— les? Nada se puede decir sobre este punto. Su ha— bilidad fué un misterio que no llegé al extremo de ser reyelado, porque nunca quiso discipulos: mi aun a sus mismos companeros manifesté los prin- cipios que le conducian al acierto; porque en los ensayos se limitaba a corregir los errores, pero sin desenyolyer ninguna teoria fundamental. Igual reserva observ6 siempre en el estudio privado que necesariamente haria de su arte. Se ignora cual fué su lectura, y el sistema de ensayo particular que hiciese en su persona. Unicamente se sabe con certeza que tenia en su cuarto espejos de cuerpo entero, en los cuales sin duda estudiaba y ordena— ba sus ademanes. Corrobora esta especie el haberle oido decir alguna vez, que todo el que al dedicarse ala carrera cémica no prefiriese tener un espejo de cuerpo entero mas bien que buena camisa, no debia prometerse jamas llegar 4 la perfeccion en su arte (12). Despues de haberse eleyado Maiquez a la mayor altura de su mérito escénico , no fué por eso im- pecable respecto del arte. Alguna vez no penetré bien el espiritu de los poetas; alguna yez se dejé llevar mas alla de lo que permite la verdad. Pero estos pequefios lunares, que solamente se dejaban yer muy de tarde en tarde, en medio de rasgos (75) muy sublimes, no podian de modo alguno dismi- nuir su mérito. Al contrario, quedd tan fuerte— mente impresa en la memoria del pablico la inmensa suma de bellezas que tan prodigiosamente sembraba en la representacion de cualquiera obra dramati- ca, que dificilmente las olvidaran cuantos han te- nido la suerte de verle trabajar en su mejor época, esto es , desde el ano 14 hasta el 18 inclusive. ; Quién podra borrar de su alma la impresion dolo- rosa que recibia al salir de la boca de nuestro ac- tor el ahogado y profundo suspiro que exhalaba Montcasin al escuchar los nombres de sus jueces ! ; Qué pecho, por endurecido que estuviese , podia soportar el extremado terror que infundia Otelo en el quinto acto, en donde cada movimiento de Isido- ro, aun el mas leve , era un pensamiento , un mudo intérprete del feroz designio de aquel barbaro afri— cano! Su acento eminentemente tragico; aquellas inflexiones de voz ya terribles , ya patéticas; aquel ‘¢: Edelmira!” pronunciado de un modo que no se comprende, parece que aun resuena en nuestros o1— dos. Ninguno de cuantos le oyeron es capaz de ex- plicar Ja naturaleza del acento que Maiquez emplea— ba; mezcla incomprensible de ternura, de senti- miento, de ira y despecho, cuando al pretender Jo- casta reprimir el enojo de Polinice contra Etéocle diciendo estas palabras : 3 Los delitos Jamas con sangre fraternal se yengan: (74) Respondia aquel con esta amarga y dolorosa reconvencion ° iY por qué ta me hiciste hermano suyo? Vehemente y expresivo con la palabra, lo era en Ja accion muda hasta un punto increible. Al presen - tarse Polinice en el palacio de Etéocle, desde el fondo del foro se pintaban en los ojos de Isido~ ro los dos opuestos sentimientos de este perso- naje ; el amor a su madre, y el odio a su her- mano. Ya en brazos de aquella, volvia el rostro a contemplar 4 este , y con un juego fisiondmico, delicado y vehemente , pintaba con mudo lenguaje el odio, el desprecio y la venganza; y antes que hablase, ya los espectadores experimentaban el an- sia y agitacion producidos por el presentimiento de una catastrofe espantosa. En la representacion de Nino II conseguia que este personaje , 4 pesar de su crimen , se presentase 4 la memoria bajo un aspecto tan favorable que obligaba 4 lamentar su tragico fin. En efecto, Maiquez daba 4 Nino tal colorido de bondad con su acento patético, que hacia simpatizar con él 4 todos los especta— dores. ,Cdmo era posible comprender aquel tono singular de sorpresa con que exclamaba al re- conocer la yoz de su amada: ‘‘; Elcira! ; Cielos! jis posible!” sin tener la expresion y yehemencia que la naturaleza le habia concedido? Estas dotes singulares le hacian admirable en la muerte de Abel. ; Qué transiciones tan bellas ! ;qué suefio fu- (78) nesto tan bien pintado con el colorido del senti- miento y del rencor! Cain, en la persona de Mai- quez, era un leon furioso 4 quien no aterraba la célera celeste. Pero lo que puso el colmo 4 sus (riunfos teatrales, fué la tragedia de Oscar. Poco elogio sera decir que se oscurecié 4 si mis— mo respecto de las demas tragedias: hasta en— tonces jamas se habia hecho tan visible el imperio que aquel actor eminente ejercia en el alma de los espectadores. El delirio de Oscar 4 consecuencia de haber asesinado 4 su mayor amigo, le pinté Maiquez de una manera que no se puede describir: los ojos inertes y desencajados, livido el rostro, entreabierta la boca, el cabello desordenado , los pasos azarosos, débil el movimiento de su cabeza, la yoz reconcentrada y languida , los brazos mo- viéndose en razon de las impresiones momenta— neas de los sentidos ; todo anunciaba el estado la- mentable de un alma virtuosa , arrastrada, 4 pesar suyo, al crimen, y deyorada por los remordimien— tos. ; Qué espantoso recuerdo aquel que le repro— ducia la escena sangrienta de que habia sido causa! ‘Qué moyimiento de horror al pronunciar estas palabras! gritos, sollozos, lagrimas, espadas , Sangre..... Puede asegurarse que al pronunciarlas nuestro tragico , 4 todos los espectadores se les herizaban (76) los cabellos , y un frio intenso discurria por sus venas. Talerala fuerza de expresion de Maiquez. El defecto mas notable de este célebre actor consistié en el estudio poco detenido que hizo en la propiedad de los trages. Y en esto fué tanto mas reprensible, cuanto que, habiendo hecho bas— tantes innovaciones en el decoro de la escena, y teniendo tanto ascendiente sobre el publico, todos hubieran suscrito gustosos 4 reformas utiles , au— torizadas por el Gnico actor que podia esperar ‘el silencio y aprobacion de los espectadores. Pero él siempre prefirié la elegancia a la verdad; y en esto unicamente suscribid al gusto que siempre habia reinado en el vulgo, y de que aun se conservan restos , el cual tolera de mala gana la propiedad co- mo el trage no sea bonito. Sin embargo , debo de- cir, en obsequio de la verdad, que en esa _ parte fué décil; puesto que para vestir cual convyenia, consultaba el parecer de D. Dionisio Solis, litera- to y erudito bien conocido en la republica lite raria. Por lo demas es preciso conceder, 4 pesar de Ja ignorancia y de la mediania orgullosa, que Isi- doro fué siempre en la escena grande y sublime. Era tan susceptible de expresar todos los tras- portes volcanicos del alma, como los mas deli- cados acentos de la ternura y de la humanidad. Feroz en El Otelo, terrible en Orestes, patético y enérgico en Oscar y en Nino, sublime en Atalia, c6- (77) mico cual ninguno en El Pastelero de Madrigal yen La Esposa delincuente; dulce, sensible y respirando piedad evangélica en Fenelon; jamas actor alguno supo tomar tan diversas formas, desaparecer de la mente de los espectadores, y presentar en lugar suyo la imagen del héroe que fingia: manejar tan diestramente los recursos del arte , y desentrafiar las pasiones, los caractéres y las sittaciones con la soberana inteligencia que Isidoro Maiquez. Por si hubiere alguno 4 quien pareciesen exa- geradas las alabanzas debidas al mérito de un hom- bre cuya temprana pérdida lamentaremos siem— pre, el testimonio de un literato espanol muy apre- ciable, que no duda asegurar haber alzado Isi- doro la declamacion tragica 4 un punto de per- feccion desconocido en Espaiia, y muy raro en Europa, sera el mejor garante de cuanto que- da dicho. ‘‘Injusticia seria (dice) al hablar de Ja tragedia en Espaiia, no pagar este tributo de alabanza al extraordinario talento de Isidoro Mai- quez , el cual mostré hasta donde sea posible her— manar la dignidad con la sencillez ; remedar el lenguaje de las pasiones con la voz, con el gesto, hasta con el silencio mismo, y aparentar una imita- cion tan Ilena de verdad y belleza, que encantase al propio tiempo que destrozase el corazon. Arbi- tro de moverle 4 su voluntad, merced al talento mas vario y mas flexible, él hizo admirar al publi- co espafiol las obras mas perfectas del teatro; y (78 ) aun otras de menos yaler debieron a ese actor os- tentar un mérito que en si no poseian. Vieron los espectadores con admiracion y angustia al magna- nimo Orosman luchando con los celos: temblaron al ver 4 Otelo entrar silencioso, y recorrer con los ojos la funesta estancia: a Cain resistiendo en vano el impulso fatal que le arrastraba al fratricidio: a Bruto enyolyiéndose en el manto, y senalando con mano trémula la cabeza de sus hijos al hacha alza- da de los lictores: en una palabra, admiraron fa suma perfeccion a que puede llegar el arte, her- moseando en la imitacion a la misma naturaleza.”’ Muchas personas extranan que la influencia de Isidoro Maiquez en el teatro no haya sido tanta como al parecer debia esperarse de sus conoci— mientos artisticos, y de su predominio en la esce- na. Sin detenernos 4 enumerar Jas infinitas causas que debieron obligar 4 Maiquez a limitarse, como actor, al desempefio de sus papeles, haremos ver, sin embargo, que su influjo no fué tan corto como aparece a primera vista. Preciso sera conyenir ante todas cosas que la organizacion interior de las compafias cémicas no podia estar de ningun modo al arbitrio de un me— ro director de escena; y dado caso que lo estuyie— se , tal vez no hubiera sido entonces mas feliz en su arreglo que lo fué cuando pudo y estuvo en su ma- no dar un giro yentajoso 4 los medios de fomento de Jas compaiiias y de los espectaculos teatrales. Pero si (79) bajo semejante concepto puede repularse por nulo su influjo jcuan poderoso fué este en la escena! Maiquez aparecié en ella como primer actor, yen el instante mismo todo cambié de aspecto (13). A una representacion siempre afectada y artificiosa, resabiada con los infinitos vicios del mal gusto de los siglos anteriores , sustiluy6 otra mas sencilla, mas verdadera, mas noble, en una palabra, mas arre— glada a la naturaleza. A la impropiedad y desaliito que se notaban en decoraciones , trages y compar- sas , se siguié la regularidad, la propiedad, la sen- cillez y el érden, compatibles con las limitadas fa- cultades de las compaiias , y con los obstaculos que salen al encuentro de cualquiera innovacion. En fin, su espiritu se difundia por la escena; por todas partes se dejaban ver sus efectos, y el pabli- co, familiarizado con ellos, llegé 4 distinguir las re- presentaciones que Maiquez miraba con indiferen— cia, de las que ensayaba con interes. Es verdad que no ensend el arte 4 ninguno de sus compaiieros, de cuyo beneficio hemos carecido, sin duda por causas que no nos es dado desentraiiar; pero en recompensa les ofrecia un modelo viyo, insinuan- te y persuasivo, por medio de impresiones (an fuertes, que pocos fueron los que , libres de resa— bios anteriores, no descubriesen 4 cada paso la fuen- te de sus conocimientos artisticos. Caprara, Rafael Perez, la Maria Garcia, la Gertrudis Torre , la Virg, Avecilla, Cristiani, y algunos mas, cuya car- (80) rera cémica coincidié en época con Ja de Maiquez, disfrutaron con justo titulo de los aplausos publicos que la imparcialidad les ha tributado como un testi- monio irrecusable del aprecio en que tenia la es— cuela 4 que debieron su reputacion, y como justo homenaje debido a la honrosa memoria de su funda- dor. Maiquez, pues , fij6 en Espafia el caracter de la representacion teatral: caracter debilitado por el trascurso del tiempo, y del cual apenas se descubre el mas leve vestigio en la escena. Ojala aparezca un sucesor digno de seguir las huellas de aquel actor eminente, para no ver marchitados los lauros escénicos que supo acumular sobre las musas es— panolas, mucho tiempo hace mustios v abatidos por Ja pérdida del unico hombre en cuyas manos recobraban instantaneamente su verdor y lozania. Con él, segun la expresion de Moratin , empezdé Ja gloria de nuestro teatro en la representacion, y con él acabo. La reputacion colosal de Isidoro Maiquez con- tribuy6 a que cultivasen su amistad personas de todas clases , literatos y artistas distinguidos : 4 to- dos lisonjeaba la idea de asociarse 4 un hombre de esclarecido mérito , que tan completamente ocupaba Ja atencion del publico. Moratin, el Pa- dre Estala, el Marques de Vega Armijo , Sabi- fion, Quintana, Goya, Esteve, Bauzil, Rivelles, y otros muchos, fueron los que mas estrecharon sus relaciones con este célebre actor. Pero ni to- (81) das las distinciones que merecié a la sociedad ilustrada , ni su sobresaliente mérito, bastaron pa-— ra detener el golpe fatal que nos le arrebat6é de— masiado pronto, dejando solo dolorosos recuerdos de sus pasadas glorias, y la idea desconsoladora de una pérdida que dificilmente puede ser re- parada. 6 f 5 a: 7" . 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S 2 a WSORAS DE CA VIDA DE MAIQUEZ ete 5S ——— (1) La partida bautismal que tenemos a la vista dice asi: A ‘*P. Andres Facio y Rolandi, presbitero, beneficiado y teniente de cura de la tinica iglesia parroquial de la Ciudad de Cartagena, certifico: que en el libro sesenta y dos dé bautismos de dicha iglesia 4 fojas ocho vuelta, la primera partida es como sigue. = Partida 38. = En Cartagena a diez y nueve de Marzo de mil setecientos sesenta y ocho: Yo D. Francisco Antonio Baldasano, te- niente de cura de esta parroquial, Bapticé solemnemen- te y Chrismé a [sidoro Patricio, que nacid el dia diez y siete de dicho mes 4 las dos de la tarde; hijo legitimo de Isidoro Maiquez, natural de Valencia, y Josefa Rabay, natural de esta ciudad. Abuelos paternos , Leonardo Maiquez y Bernarda Tolosa, naturales de Valencia. Ma-= ternos Pablo Rabay, natural de Génoba, y Maria Guer- rero, natural de esta ciudad. Fueron padrinos D. Domin- go Valarino y Ana Maria Ors, a quienes adverti su obli- gacion y parentesco. Testigos Juan Prieto y Mateo Men- gual. = D. Francisco Antonio Baldasano. == Correspon- de con su original 4 que me remito ; y para que conste donde convenga, doy la presente que firmo en Cartagena 4 veinte y tres de Enero de mil ochocientos veinte y siete. <= Andres Facio y Rolandi.” (84 j (2) Haciendo memoria de sus primeros ensayos cé- micos, referia Maiquez a sus amigos que en cierta oca- sion representé en Toledo la comedia intitulada el Triun- fo del Ave Maria, la cual le valid tan estrepitosa bufa, que indignado por ese mal tratamiento salid del teatro y de la ciudad sin concluir la funcion, y emprendio su viaje a Madrid vestido de moro, porque desempenaba la parte de Tarfe. Anduvo a pie toda la noche con la mayor pre- cipitacion; de suerte que al rayar el alba se hallo de la parte aca de Ilescas , y continuando su marcha entré a deshora en Madrid, tan risiblemente equipado como sa- lid de Toledo. (3) Maiquez se dio a conocer en la representacion de EI Pastelero de Madrigal, comedia que desempeno siem- pre con soberana maestria. Asi, pues, deciase en el pue- blo cuando se hablaba de esta funcion, solamente sabe desempenarla bien el marido de la Prado ; sobrenombre con el cual era entonces conocido. (4) Muchos partidarios cuenta Ja idea de que Maiquez adolecia del defecto de frialdad en la declamacion. Entre aquellos se halla nuestro inmortal Moratin , el cual ase- gura que Maiquez, al principio de su carrera cOmica en Madrid, era un actor extremadamente frio que entendia y no expresaba sus papeles. La autoridad de tan distin- guido literato, cuya opinion y criterio he respetado siempre, bastaria por si sola para imponerme silencio en este punto, sino creyera que tal vez la poca im- portancia de semejante cuestion (de ningun influjo en el relevante mérito de un actor que en epocas posteriores supo desarmar la critica, y anadir nuevo fuego al entu- (83) siasmo piblico) le indujo 4 desdehar su examen, ya seguir, bien sean las impresiones que recibié al verle por primera vez en la escena, bien la opinion co- mun que por entonces parecid muy acertada. No diré que Maiquez en sus primeros tiempos fuese tan vehe- mente y expresivo como fué despues; pero si creo que para calificarle de actor frio, influyeron algunas causas, cuyo examen no dejara de interesar 4 mis lectores. Cuando Maiquez vino a Madrid, reinaba en nuestros teatros la falsa declamacion ; quiero decir , aquel estilo ampuloso, enfatico, cadencioso y planidor, que se toma- ba entonces , no por la expresion sencilla de la natu- raleza, pues no podia llegar a tanto la equivocacion, si- no por el estilo propio y peculiar de la declamacion tea- tral. Ha dominado por mucho tiempo, y aun domina to- davia en parte, la idea de que la expresion declamatoria del teatro ha de ser de diversa naturaleza de la que en realidad emplean los hombres en los sucesos comunes de la vida. Verdad es que en la escena es menester aumen- tar bastante las formas de las cosas para que estas hagan efecto; pero de aumentarlas a variar su naturaleza, hay una distancia inmensa; y el haber trocado los frenos de esta suerte, ha dado lugar 4 que se citen los heroes tea- trales como objetos ridiculos. Un héroe de teatro es ya si- nénimo de un hombre muy tieso, muy erguido, que mar- cha 4 compas, que habla con énfasis, y estudia pos- turas de figura de naipe. El habito de ver lo malo, sin término de comparacion que lo ponga en duda, hace que los espectadores aplaudan lo que es de mal gusto, y cuando Mega la época de la innovacion, y esta la inten- ta una persona que todavia no ha logrado afianzar su cre- dito , corre mucho riesgo de recibir vituperios en vez (86 ) de aplausos. ;Cuantos obstaculos tendria que vencer el primero que se propuso sustituir la arquitectura griega y romana a la gotico-arabesca! ; Qué insulso, qué frio, qué pobre apareceria el orden dorico 6 el toscano, al lado de aquella profusion y aquel laberinto que adornaban nues- tros géticos edificios! En igual caso se vid Maiquez con su nueva escuela. Se propuso imitar, no el estilo teatral admitido en su tiempo, sino el de la verdad. No el son- sonete campanudo de la declamacion, sino el acento sen- cillo, profundo y enérgico de las pasiones. No los jugue- tes de sombrero, guantes y baston, nila tiesura y acom- pasado movimiento del cuerpo, ni Ja accion pintoresca y descriptiva, sino el continente noble que prescribe el de- coro, la economia de movimientos que aleja la ridiculez, y no disminuye el valor de las palabras: en fin, la sim- plicidad de la naturaleza tal como él la veia en los hombres. Mas semejante transito era de suyo violento. El sacri- ficio de las impresiones agradables de nuestros sentidos, es el homenaje mas costoso que tributamos a la razon. Asi, pues, no es de extranar que el gusto pablico, tan apegado por una parte a lo quimérico, y por otra a la costumbre , encontrase arido y frio un estilo que destruia sus inveteradas ilusiones. Decir entonces que Maiquez era frio equivalia en mi sentir a estas frases: ‘‘Maiquez no gesticula tanto como los demas actores que hemos cono- cido: marcha por la escena como cualquier hombre den- tro de su casa: apenas manotea: su tono y su diccion se diferencian muy poco de los que usamos nosotros en el trato social; y su energia y su fuego pasara en sus aden- tros; pero no vemos aquellas patadas que hacian retemblar las tablas, aquellas fuertes pufiadas en pecho y mustos (87) que se oian en el-fondo del patio; ni manifiesta tampoco cuando llora aquel gesto plahidor de nuestros antepasa- dos, ni-hace subir y bajar el paiuelito blanco para enju- gar las lagrimas, por cuyo medio. sabemos que al actor le toca llorar entonces.” En todo esto tendrian razon sin duda alguna: mas verificada la innovacion, porque las cir- cunstancias-protegieron los esfuerzos del actor, aquel nue- vo método llego 4 agradar ; y circunscrita la idea de frial- dad a la infancia de este mismo método, quedé consignada por tradicion, sin pararse los espectadores 4 examinar que aquello que entonces les parecié frio , es lo mismo que aplauden actualmente calificandolo de fogoso y enér- £ico. Los vicios introducidos en la declamacion no fechan de la época a que este parrafo se refiere: por lo tanto, ni al publico ni a los actores de ese tiempo se les puede ha- cer responsables sino de no haberlos desterrado, como in- dividualmente lo consiguieron, mas por instinto que por razon, la Rita Luna, Querol y algun otro. Para conocer cuan arraigados estaban aquellos vicios, y qué de anti- guo se hallaban introducidos en Europa, bastara leer el siguiente fragmento del Hamlet de Shakespeare, en que el protagonista, dialogando con unos cémicos que habian de representar una composicion suya, se expresa del_mo- do siguiente: ‘‘Dirds este pasaje en la forma que te le he »declamado yo: con soltura de lengua, no con voz des- »entonada, como lo hacen muchos de nuestros cémi- »cos; mas valdria entonces dar mis versos al pregonero »para que los dijese. Ni manotées asi, acuchillando el i ren- » aire: moderacion en todo; puesto que aun en el tor »te, la tempestad, y, por mejor decir, el huracan de las za que ha- »pasiones, se debe conservar aquella templanza q (88) »ce suave y elegante la expresion. A mi me desazona en »extremo ver a un hombre que a fuerza de gritos estro- »pea los afectos que quiere exprimir , y rompe y desgar- »ra los oidos del vulgo rudo, que solo gusta de gesticu- »laciones msignificantes y de estrepito. Yo mandaria azo- »tar a un energimeno de tal especie: Herodes de farsa, »mas furioso que el mismo Herodes..... Ni seas tampoco »demasiado frio: tu misma prudencia debe guiarte. La »accion debe corresponder a la palabra, y esta a la ac- »cion, cuidando siempre de no atropellar la simplicidad »de la naturaleza. No hay defecto que mas se oponga al » fin de la representacion , que, desde el principio hasta »ahora, ha sido y es ofrecer a la naturaleza un espejo en »que vea la virtud su propia forma, el vicio su propia »imagen, cada nacion y cada siglo sus principales carac- » teres. Si esta pintura se exagera 6 se debilita , excitara »la risa de los ignorantes; pero no puede menos de dis- »gustar a los hombres de buena razon, cuya censura de- »be ser para nosotros de mas peso que la de toda la »multitud que llena el teatro. Yo he visto representar a »algunos cOmicos, que otros aplaudian con entusiasmo, »por no decir con escandalo, los cuales no tenian acento »ni figura de cristianos, ni de gentiles, ni de hombres: »que al verlos hincharse y bramar no los juzgué de la »especie humana, sino unos simulacros rudos de hom- »bres hechos por algun mal aprendiz. Tan inicuamente »imitaban la naturaleza.” (Traduccion de Moratin. ) Esta resena de Shakespeare abraza importantes maxi- mas del arte , enteramente conformes con las que Maiquez observ6 en la escena. Kl actor que por naturaleza no es fogoso, jamas llega a serlo por el arte. El que lo es por temperamento, y lo ( 89 ) manifiesta sin la intervencion de la voluntad, podra ca- recer de estilo, de ademanes, de cadencias arménicas , de arte en fin, pero jamas aparecera frio. En este caso pudo tal vez encontrarse Maiquez. Su habilidad escénica debidé acrecentarse sobremanera respecto de su primer tiempo; y esto es tan cierto, que los que no le vieron trabajar des- de el ano 8144 al 18 inclusive, puedan tener por seguro que no han visto al primer tragico espanol. ;Pero frio Isidoro Maiquez! ;Falto de calor y energia un hombre que desde su ninez, y tanto en la escena como en el trato so- cial, descubria, sin conocerlo él mismo, la sangre sulfa- rica que corria por sus venas!! Es preciso para creerlo asi, no haber examinado con detenimiento una cuestion cuyos resultados no son tan indiferentes como aparecen a primera vista, ya se haga aplicacion de ellos 4 la opinion artistica de nuestro primer tragico, ya se les mire como guia segura para juzgar de la disposicion de cualquier principiante en la carrera comica. (5) El autor de un articulo necrologico publicado en el ano 20 con motivo del fallecimiento de Maiquez, in- sert6 una carta dirigida por este 4 Talma, que dice asi:= ‘‘Muy senor mio, y amigo de mi mayor aprecio: Con mu- cho gusto mio he recibido su estimada carta de 23 de ju- nio , en que me renueva los testimonios de nuestra anti- gua y sincera amistad. Ni ella ni usted han Salicio. nunca de mi memoria. Presentando ya con tanta frecuencia en Me escena espanola 4 Orosman, Orestes , Oscar , gpodia ule dar d mi maestro, al ilustre actor que ha sabido pintar con una verdad y energia tan singulares las de los hombres ? Lo confieso con ingenuidad y sted debo los progresos que he podido ha- pasiones mas terribles con orgullo: du (90) cer en un arte tan dificil. Y si el pueblo espanol ha visto propiedad y decoro en la escena, naturalidad y belleza en la representacion de aquellos personajes, se lo debo tambien al digno modelo que me propuse imitar, y que tendré siempre presente en mi memoria. No lo dude us- ted, amigo mio, la conservaré eternamente, asi como con- servo la esperanza de dar 4 usted un abrazo si las circuns- tancias me lo permiten, etc., etc.” = El contenido de esta carta prueba que no era Maiquez tan orgulloso como cre- yO la envidiosa mediania. Lejos de eso respeto el mérito, y fué imparcial é ingénuo. Este es el distintivo del ver- dadero talento. Asi la carta que motivo esta contestacion, como otra en que Talma, despues de prodigar a Isidoro los mayores elogios, le instaba 4 que dejase su patria y pasase a vi- vir y disfrutar con él durante su vida de los bienes con que su gobierno le habia premiado, fueron dirigidas a Maiquez el ano 1818, despues de diez y siete anos de silencio, y cuando el testimonio unanime de tantos fran- ceses como le vieron trabajar en Madrid, hizo Negar la fama de su nombre 4 oidos del tinico rival que se le co- nocia: rival a quien lisonjeaba sobremanera la idea de que se le considerase maestro del Roscio espanol. (94) (6) Los actores con quienes Maiquez se presenté 4 su vuelta de Paris en los Cafos del Peral, fueron: DAMAS. GALANES. Barpas. La Prado. Maiquez. Campos. La Ramos. Infantes. Martinez. Otra Ramos. Ronda. Mata. Gertrudis Torre. Fabiani. Briones mayor. Suarez. GRACIOSOS. Francisca Laborda. Angel Lopez. Querol. Josefa Torres. Iriarte. Cristian. Rivera. Francisco Lopez. Garcia. Y algunos otros que no se tienen presentes. (7) El célebre tragico ingles Kemble, con quien Isi- doro entablé tambien relaciones de amistad en Madrid, tuvo la modesta y franca ingenuidad de confesar que el tragico espaol aventajaba 4 cuantos la opinion designa- ba como sus rivales. Semejante dictamen , que pudiera muy bien conside- rarse como dictado por una falsa modestia , se confirma igualmente con el aserto de un diplomatico extranjero, cuyo nombre no se me ha comunicado, el cual viendo a Maiquez en la tragedia de Oscar, dijo 4 las personas que con él se hallaban en el palco: ‘‘Debo confesar a uste- des, sin que lo tomen por lisonja, que ni Talma, ni Kemble, 4 quienes he visto trabajar muchas veces , son capaces de hacer mas que lo que ese hombre hace en esta tragedia.” (92) (8) En este teatro fué donde el afamado tramoyista D, José Maiquez , hermano de nuestro Isidoro, invento y dirigid con sumo acierto infinidad de maquinas para ser- vicio de la escena. Su prematura muerte , acaecida a pocos dias de haber entrado segunda vez en Madrid las tropas de Napoleon, nos privo de un artista que honraba su arte. (9) En Malaga corrio gran riesgo la vida de Maiquez por la ligereza con que en aquella epoca se juzgaba de las opiniones politicas , acerca de las cuales decidian co- munmente las apariencias, nica prueba a los ojos de la multitud. Es el caso, que apenas llegé a la ciudad se dirigié al correo a sacar una carta. Como vieron un forastero pro- cedente de Madrid, que tenia correspondencia con el pais dominado por el enemigo, le tuvieron por sospechoso, y eso basté para que la muchedumbre se apoderase de su persona, gritando muera ese traidor, y \e condujesen a la carcel piblica. Milagrosamente salid ileso de aquel al- boroto; pero falt6 muy poco para que le levasen al pati- bulo los partidarios de su misma opinion, y por la cual habiase visto pocos dias antes perseguido con empeno. (10) Bien notorias son las causas que producian las desavenencias , casi perpétuas, entre Maiquez y sus com- paneros. Cuando aquel logré ponerse a la cabeza de es- tos, encontré las compahias cOémicas entregadas 4 aque- ila indisciplina 6 insubordinacion que tan facilmente se introduce en esta clase de asociaciones cuando falta, en el que dirige, la energia necesaria para hacerse temer y respetar, y no consentir que ningun individuo traspase (95) la linea de sus deberes. Dotado Isidoro de un caracter duro é inflexible, reunia ademas cuantas cualidades po- dian desearse para aquel fin; y asi consiguié cuanto qui- s0, aunque sosteniendo una pugna desagradable con sus compafieros, que le proporcioné disgustos y sinsabores amargos. Pero ocupado tnicamente en conducir su arte a la altura que él se habia imaginado, no podia tolerar la indiferencia y el poco orden que se observaba en los ensayos, de cuya formalidad juzgaba, con razon, que debia resultar el acierto en las representaciones. En si mismo encontré el medio de cortar de raiz los abusos que notaba ; y sila dureza de su caracter le acarreaba algunas desventajas , quedaban estas recompensadas con la utilidad real de los espectaculos escénicos, que nunca se habian visto ni mejor dirigidos , ni mas escrupulosa- mente ensayados. Persuadido de esto por las razones que tenia en su apoyo, y con el fin de obligar a sus com- paneros 4 que asistiesen puntualmente a los ensayos, ordend en una ocasion que todo el que no estuviese 4 las diez en punto en el escenario para dar principio al ensayo, pagaria una multa igual ala parte que le cor- respondiese en aquel dia, destinando el fondo de multas a las urgencias del teatro. Al dia siguiente asistieron to- dos puntualmente 4 la hora senalada , excepto Isidoro, que de intento habia dejado pasar Ja hora , con el fin de dar por si mismo un ejemplo de sumision 4 las leyes de la conveniencia y del érden. Apenas llegé al teatro le hicieron ver sus companeros que él habia sido el pri- mero en contravenir 4 lo acordado en el dia anterior. Maiquez sonriéndose deposité el importe de la multa en el parage destinado al efecto, y did principio al ensayo manifestando Ja mayor salisfaccion. (94) El lenguaje que usaba con sus companeros era casi siempre acre y severo, singularmente con aquellos que mas disentian de su caracter y opiniones ; consecuen- cia necesaria del sistema rigido de conducta que se ha- bia propuesto observar con ellos. Las anédoctas siguien- tes pintan muy al vivo el verdadero caracter de Maiquez, y el estado de violencia en que forzosamente se halla- rian él y sus companeros. Cierta actriz se hallaba una manana en su camarin consumiendo un cigarro puro, olvidada de que su pre- sencia era necesaria en el ensayo. Maiquez se acercdé a la puerta, y sin pasar adelante , y con tono muy so- - segado, le dijo: senor cabo de escuadra, cuando V. haya chupado ese habano tendra la bondad de bajar al ensayo. La actriz mudo de color, arrojo el cigarro, y sin responder una sola palabra, fué inmediatamente adonde su obligacion la NWamaba. En otro ensayo un actor llamado Infantes descuidaba demasiado la accion, en terminos de aparecer excesiva- mente frio. Maiquez le advirtiO varias veces este defecto; pero viendo que era indtil cuanto decia, asid de los brazos al actor por detras , y agitandoselos fuertemente le dijo leno de célera: ¢ Para qué quiere usted estos miembros? é No tenemos las piernas para andar? ¢ Pues por ven- tura cree usted que los brazos penden inutilmente de los hombros ? Cuando Maiquez trato de ejecutar la Raquel por pri- mera vez, repartio el papel de la heroina a la Maria Gar- cia, con quien la Antonia Prado partia entonces las da- mas. Esta, ofendida de la preferencia que Isidoro habia hecho de aquella, le escribié un billete sembrado de que- jas y reconvenciones amargas sobre el particular. Mai- (95 ) quez lo ley6 , y con un movimiento tan rapido como su imaginacion, tomo la pluma y contesto en los términos siguientes : No me podia persuadir, de modo alguno, que tu ignorancia llegase hasta el extremo de creer que la dama de un monarca de Castilla fuese una vieja. Es de advertir que ya entonces habia decaido bastante el verdor de la Prado, y que no sucedia lo mismo con la Garcia. En el ano 1805 se propuso Maiquez formar una com- pania escogida para el teatro de los Canos del Peral, y eligid aquellos actores de mas aventajado personal , como lo eran Ponce, Prieto, Infantes, Ronda, y algun otro. Al salir un dia del ensayo encontré 4 un amigo suyo, y le dijo: Vengo fatigado, rendido & fuerza de pelear con esa gente. — Y qué tal, repuso el amigo, ¢ prometen algo? —jOh! mucho. Tengo la satisfaccion de creer que si no consigo formar una buena compania de comi- cos, la formaré magnifica de granaderos. Cierta actriz que con el continuo ejercicio lleg6é a ser muy bien recibida del pablico, con particularidad en las comedias llamadas de capa y espada, al comenzar su carrera pecaba en frialdad, y carecia de nobleza en su fi- gura y movimientos, no obstante su juventud y agraciado rostro. Maiquez, siempre escaso de buenas damas, pues hubo ocasiones en que suspendid ejecutar cierto género de piezas por carecer de dama que le ayudase , se pro- puso sacar partido de las aventajadas dotes personales de la actriz ya citada. Un dia, despues de concluido el en- sayo de una funcion en que aquella trabajaba, la condu- jo al salon de descanso del teatro del Principe , se sento en una silla, colocd 4 la joven de pie frente a un es- pejo, y la dirigié las palabras siguientes: Mirate bien (96 ) allt. Ya ves que la naturaleza te ha dotado de wna fi- gura muy aventajada, de la cual puedes sacar mucho partido en la escena. Ahora bien: figurate que la que alli ves no eres tu: ¢gqué dirias de una dama que con esas dotes naturales se presentase con la cabeza torci- da, los brazos caidos sin gracia, y con ese cuerpo lan- guido y abandonado a movimientos innobles é insigni- ficantes ? Sin duda la motejarias de necia, ges verdad? Pues hazte cargo de que igual censura recaera sobre ti, mientras por tu parte no trates de estudiar para ad- quirir facilidad y gracia en la ejecucion. Paseaba Maiquez con un amigo suyo por la plaza de Oriente en ocasion que estaban echando los cimientos del teatro que aun no se ha concluido. Detiivose Maiquez a considerar aquella obra, y dirigiéndose al que le acom- panaba: Ya ve usted (le dijo) el principio del gran tea- tro que han proyectado levantar en este sitio: jexce- lente pensamiento! Pero me queda una duda, y es, sa- ber ga donde irdn a buscar actores despues que la obra esté concluida? Maiquez conocia demasiado las enormes dificultades de su arte para que pudiera equivocarse en la resolucion de aquella aparente duda, que en él fue un juicio anticipado, pero infalible. (11) En la noche del 27 de setiembre de 1821 se hi- zo la funcion citada, reducida 4 una pieza en un acto titulada el Apoteosis de Maiquez: una sinfonia: La Ca- sualidad & media noche: un padedi: el primer acto de la 6perade Alcira; y el sainete de La Inocente Dorotea. (42) Hay divergencia de opiniones acerca del uso de Jos espejos para hacer estudio del ademan y del gesto. (97) Unos le condenan , otros le aplauden. Los primeros creen que puede conducir a la afectacion y al amanera- miento; y suponen que le basta al actor verse mental- mente para dirigir sus movimientos con arreglo a la pa- sion que expresa. Los de la opinion contraria, juzgan que el espejo es para el actor lo que para un pintor el modelo vivo ; pues asi como al segundo no le basta ima- ginar una figura en la actitud que le corresponde, sin rectificar por el natural todos los contornos que la imagi- nacion no puede apreciar tan exactamente como quisiera, del mismo modo el actor necesita verse y observarse detenidamente , para no incurrir en inexactitudes a que con tanta facilidad conduce la idea mental cuando carece de la presencia del objeto visible. A la verdad, el riesgo de tocar en la afectacion , no depende del uso del espejo, sino de la falta de conocimientos y gusto en el artista. Un pintor que ejecute un cuadro en el cual domine la afectacion , no debera al modelo vivo el error que co- metid , sino al poco estudio que hizo de la naturaleza, y de las obras, maestras de pintura y escultura. Por otra parte, no basta que la pasion dé impulso al cuerpo , es menester , sobre todo, estar familiarizado con los movi- mientos nobles y bellos para accionar con buen gusto; es menester que haya en la persona del actor lo que \laman los pintores dibujo correcto : he aqui el comple- mento del arte de pintar , tomese esta frase en el senti- do que se quiera, y consigase del modo que mejor pa- rezca. | Cuantos actores se reirian a veces de si mis- mos, si se viesen por un espejo en el momento critico de juzgarse situados en una actitud muy bella! En las artes imitativas la eleccion es muy delicada ; y nunca estan demas todos los auxilios que suministra el 7 (98 ) ingenio, siaquella hade hacerse tan completa como se necesita para producir bellas imitaciones. (143) Cuando Maiquez se dedico a la escena, era ver- daderamente lastimoso el estado de nuestros teatros, asi en todo cuanto tenia relacion con el servicio y propiedad de aquella, como en la colocacion, decoro y policia de los espectadores. Si se exceptia la circunstancia de ha- ber edificios destinados exclusivamente para dar funcio- nes dramaticas, con los acopios mas precisos de decoracio- nes y enseres para servicio interior del escenario, ni tenian mucho que echar en cara a los antiguos corrales del tiempo de Felipe TV , ni distaban demasiado de ofrecer en su con- junto el estado deplorable que tenian los espectaculos es- cénicos cuando D. Agustin de Rojas los describid en su Viaje entretenido. Este atraso, al parecer imexplicable, sise atiende al extraordinario vuelo que habia tomado nuestra poesia dramatica desde mediados del siglo XVI, demuestra, de una manera evidente, lo mucho que perju+ dicaba 4 los progresos del arte escénico la persecucion continua a que se veian expuestos cuantos le profesaban, por parte de las autoridades eclesiasticas y civiles, y en su consecuencia por la opinion general, que alejaba de aquel ejercicio a cuantos estimaban en algo su buen nombre y fama. Aun cuando la rigidez de semejante opinion se habia relajado notablemente al fimalizar el siglo ultimo, no en tanto grado como era menester para que el escenario se viese ocupado por personas de educacion y criterio, capa- ces de levantar la escena de Ja humilde situacion en que se encontraba. Habia mejorado algo, es verdad; pero aun necesitaba del impulso poderoso de un hombre de enten- (99) dimiento penetrante y voluntad firme , que acometiese tan atrevida empresa. Maiquez era el hombre que se nece- sitaba: él la intent6 y la llevé 4 cabo, introduciendo en el teatro reformas indispensables. Una de las mas esenciales , y a la cual se debié el buen orden que desde entonces reina en esa clase-de es- pectaculos, fue la adopcion de billetes numerados para la entrada. Anteriormente los espectadores pagaban 4 la puerta de las diversas localidades del teatro, produciendo las molestias, desorden y confusion que son faciles de imaginar; y sobre todo la tirania de la gente del bronce, 6 sean aquellos que llevaban el nombre de mosqueteros, quienes, casi 4 viva fuerza, se apoderaban de las localida- des que mas les convenian para dar cuchillada, 6 sca para descargar sobre los pacientes comediantes , como entonces llamaban a los actores, una lluvia de aplausos 6 de silbidos, segun sus afecciones personales con ellos, 6 conforme al partido que seguian; porque entonces si no habia partidos politicos, los habia cémicos, que es equi- valente. Para dar alguna idea de la especie de soberania que los mosqueteros venian ejerciendo desde muy anti- guo sobre todo lo relativo al teatro y 4 la reputacion de los actores, no sera inoportuno referir aqui la anécdota siguiente : Por los ahos de 1789 vino 4 Madrid un actor de me- diano mérito, llamado Robles, a desempenar la parte de galan. A pocos dias de haber llegado, se presento en su casa un hombre de porte vulgar, ademan osado, locuaz y bullicioso, quien despues del ordinario saludo le dijo: ‘‘Sehor Robles, vengo 4 ponerme 4 las érdenes de usted. Yo soy Tusa, el sastre. — Muy bien venido; pero quisiera preguntar 4 usted yque tengo yo que ver con el senor (100 ) Tusa? — ;Oh mucho! Es decir a usted..... pues; porque yo soy el que esta encargado de los aplausos; y si acaso ne- cesitase valerse de mis servicios.....— Ah! ya; entiendo. Amigo mio, yo agradezco 4 usted sus buenos oficios; pero debo decirle que Ja ealificacion del poco 6 mucho meérito que haya adquirido en el arte, la remito enteramente al jui- cio del pablico ; ademas de que nunca ha sido mi animo la- brar mi reputacion por medio de aplausos mercenarios.” El buen Tusa, sorprendido por tan inesperada contestacion, se retird asaz mohino; pero con el pio propdsito de ven- garse de aquel desaire hecho a su prepotencia mosqueteril. En efecto, por buen espacio de tiempo no logré Ro- bles presentarse en la escena sin verse acosado de bufas y silbidos. El impertérrito Tusa, semejante al genio del mal, recorria las localidades del teatro, concitando en da- no de aquel la ira de sus secuaces, sin darle tregua ni descanso. Es muy factible que al fin Robles se viese obli- gado, como los demas de la compania, a capitular con los mosqueteros, para librarse de su tenaz y peligrosa persecucion. A la providencia de dar billetes numerados para en- trar en el teatro, se siguid la no menos importante de es- tablecer asientos en el patio; evitando de ese modo el bu- Uicio y las oleadas de la gente que se mantenia en pie para ver la funcion detras de lo que entonces llama- ban el degolladero, el cual no era otra cosa que el es- paidar de la Gltima fila de lunetas ; pero de tal altura, que llegaba 4 la garganta de los que de pie se colocaban en el patio. Desaparecieron igualmente los cubillos, 6 sean dos a manera de palcos , de forma circular , de ca- bida de cuatro 4 seis personas, situados alos dos extre- mos de las barandillas 6 delanteras de las galerias, é in- (101) fernandose en el proscenio hasta pasar la linea de Jas can- dilejas, y no quinqués como son ahora. Estas dos locali- dades eran patrimonio exclusivo de los apasionados finos; esto es, de los mas decididos encomiadores de la habili- dad de las actrices. Tambien se prohibié entonces el vender agua, naran- jas y confituras dentro del teatro; puesto que hasta me- diados del siglo fltimo, habia un sitio destinado en los de esta corte para un alojero, que despues se destiné para la autoridad presidente ; y en defecto de aquel servian los aguadores, como en la plaza de toros, para mitigar la sed de los concurrentes. Otra innoyacion introducida por Maiquez fué la de poner carteles impresos en vez de manuscritos, supri- miendo los moharrachos que 4 la cabeza de aquellos se pintaban, figurando alguna escena notable de la comedia que se iba 4 representar. Desterro la costumbre de que el barba 6 el gracioso saliese diariamente por delante del telon de embocadura para anunciar al pdblico la funcion del dia siguiente. Anuncio que rara vez dejaba de atraer alguna rechifla sobre el pobre anunciador, si lo que ofrecia no era del beneplacito del ptiblico. Las actrices debieron tambien a Maiquez el que des- terrase las antiguas y parsimonicas sillas de manos, sus- tituyéndolas con el coche para conducirlas al teatro y 4 su casa, en compafiia de sus respectivas criadas. El variar la hora del espectaculo , que antiguamente era a las cua- tro dela tarde en verano, y 4 las dos en invierno, junto con el uso del coche, did por tierra con la costumbre de los aficionados 4 echar dulces da las sillas de las c6- micas; frase de que se vale Moratin en su comedia de El Café. ba hg RRR ie ed (102) e., En suma, 4 estas y otras reformas, que noes facil conservar en la memoria, anadid las esenciales para el mejor éxito de las répresentaciones ; dando, tanto a es- tas como a sus ensayos, tal grado de precision, de gran- deza y decoro, hasta entonces desconocidos, que no sin justicia fué reputado Maiquez como verdadero reforma- dor de la ¢scena espafiola. En la misma tmprenta se hallardn, entre otras ‘obras, las piezas dramdticas siguientes : Dido, tragedia traducida por D. Manuel Breton de los Herreros: en octayo: 4 rs. | Andrémaca, por el mismo: en octavo: 4 rs. Doria Ines de Castro, por el mismo: en octavo: 4 rs. Gonzalo de Cordoba, por D. M. B. P.: en octavo: 4 rs. Merope, de Voltaire, traducida por D. Miguel de Bur- gos: en octavo: 4 rs. Vasconia salvada, original por el mismo: en octavo: 6 rs. Omasts, 6 Josef en Eeipto, , por D. N. Basten: en oc- tavo: 4° rs. Don Gil de las calzas verdes, comedia de) maestro Tir- so de Molina, corregida por- D. Agustin Duran: en cuarto: 4 rs. El Desden con el Desden: en cuarto: 4 rs. Ei lindo D. Diego: en cuarto: 4 rs. Los Gemelos: en cuarto: 4 rs. A la vejez viruelas, original del Sr. Breton de los Her- - reros: en octavo: 4 rs. Los dos sobrinos, 6 La Escuela de los parientes, dei mismo: en octavo: 4 rs. A Madrid me vuelvo, del mismo: en octavo: 4 rs. Un ano de matrimonio, 6 El casamiento por amor, tra- ducida por el mismo: en octavo: 4 rs. Marido joven y mujer vieja, del Sr. Mesonero: en oc~ tavo: 4 rs. Un aio despues de la boda , por D. Antonio Gil y Z4- rate: en octavo: 4 rs. La Expiacion, arreglada al teatro espatiol por D. Ven- tura de la Vega: en octavo: 6 rs. Felipe Segundo, original por D. J. M. Diaz: en octa-. vo: 6 rs. . Aminta, \a preciosa obrita de Torcuato Tasso, tradu- cide ane Jauregui, afadida con la vida de su au- tor: en octavo: 4 rs.