f UNIVERSITY OF ILLINOIS 845Z74 OfoSPc 1888 v.1-2 HIKBMHHH KfLlBB W 1 III! lilil I'! maw CENTRAL CIRCULATION AND BOOKSTACKS The person borrowing this material is re- sponsible for its renewal or return before the Latest Date stamped below. You may be charged a minimum fee of $75.00 for each non-returned or lost item. Theft, mutilation, or defacement of library materials can be causes for student disciplinary action. All materials owned by the University of Illinois Library are the property of the State of Illinois and are protected by Article 16B of //finofs Criminal Law and Procedure. TO RENEW, CALL (217) 333-8400. University of Illinois Library at Urbana-Champaign HAR13 JAN 1 8 2000 Ml I fii LA FORTUNA DE LOS ROUGON TOMO PRIMERO BIBLIOTECA DE EL COSMOS EDITORIAL Arambllet. Agnes (narraci6n del dfa): 1 peseta. Barbey d'Aurevllly. Lo quo no muere: 2,50. Be lot. Loca de amor: 2,50. Bclot. La Culebra (continuaci6n de Loca de Amor): 2,50. Bclot. Las Corbatas blancas : 2,50. Bclot. La Eacplotac\6n delsecrelo (conti- nuaci6n de Las Corbatas blancas): 2,50. Bclot. LaPecadora: 2,50. Bouvler. Las Borgonas del din : dos tomos , 5. Canlzo. Justicia y Providencia : 2,50. Glare tie. Juan Mornas: 2,50. Claretle. Noris: 2,50. Claretle. La Fugiliva: 3. Cabas. El Angel del presidio : 1,50. Cabas. El Panal de mM : 2,50. On haw. La Morlaja de limosna ; 1,50. CuontoM cNcogido* de varies auto- res: 2,50. DC Ip It. Las represalias delavida: 2,50. Dlckena. Dias pennsot: 2,50. Era de Quelros. El Primo Basilio: dos tomos, 5. Edmond. La Lenadora : 2,50. Eiiault. Gabriel* de Cflestange : 2,50. Bnnery. El PHncipede Moria: 2,50. Feu 1 1 let. La Muerta : 2.> edicion : 3. Feulllet. Los amores de Felipe: 2,50. Feulllet. Un matrimonio en la aristo- cracia: 2,50 Fortunlo. La Virgen df Belem : 2,50. Galeria da desgracladoa, por va- rios escritores y escritoras : i . Gantler. Fortunio y La Muerta tna- morada: 2,50. Gaulle r. Novelas cortas: 2,50. Honvaaye. La Comedianta: 2,50. Los pedidos al Administrador d EL COSMOS EDITORIAL (Montera, 21, Madrid; acompanando)>l importe en libranzas 6 letraa de facil cobro. tlnllo Simon. Dios, Patria y tad: 5. La Gerda. El gran problema : 2,50. La Cerda La Tela de Arana : 1. Maballn. La Bella Horchatera: tomos, 5. Mnlot. Zyta la taltimbanquis : 2,50. Ohaet. El Gran Margal: 2. ed. : Oh net. -la? Senoras de Croia-Mort: \ edici6n: 3. Ohnet. Lise Fleuron: 2,50. Ortega Munllla. Orgia de hat bre: 2,50. Ossorlo y Bernard. Cuadros de g nero trazados a pluma : 2. Ossorlo y Bernard. Romances ciego : 1 . Ossorlo y Bernard. Viajt crlti alrededorde la Puerto del Sol: 2. Rlvlero. El Combate de la vida : tr tomos, 7,50. Soles Eguilax. En el quinto del 2,50. Trueba. E/ Gabdn y la Chaqueta: d< tomos, 5. Ulbaeh. El Suplicio de un padre 6 confesion de un sacerdote: 2." ed. : 2,5( Vascano. Javier Malo: 2,50. X*** Al lado de la dicha: 2,50. Zaccone. Los dramas de la Bolsa: 2,b ZOLA. Germinal : 2. edici6n : dos to mos, 6. ZOLA. S Ecocelencia Eugenio Rougw dos tomos, 5. ZOLA. El vientre de Paris. Dos t< mos: 5 ZOLA. -,a Confesion de Claudia: 3. ZOLA. La fortuna de los Rougon.- Dos tomos : 5 pesetas. LA FORTUNA DE LOSROUGON FOR EMILIO ZOLA Y1RSI6N GABTILL1N1 Dl JUAN DE LA CERDA TOMO PRIMERO SEGUNDA EDIGION MADRID EL COSMOS EDITORIAL Monlerti , num. 21 1888 Es propiedad. Queda hecho el deposito que marca la ley. Madrid: 1888. Imp. de A. Pfrez : Flor Baja, ndm. 22. OVoSPc PREFACIO. Me propongo explicar de qu6 manera una familia, un pequeilo grupo de seres, influye en el desarrollo de una sociedad , a medida que se ensancha , produciendo diez, veinte individuos que a primera vista pa- recentotalmente distintos, pero que, despues de bien analizados, resultan tan semej an- tes , tan unidos entre si , como las gotas de agua 6 coino las mol6culas de id6ntica ma- teria. Porque la herencia obedece a leyes inmutables, de igual suerte que la grave- dad de los cuerpos. Propongome demostrar con exactitud matematica , de qu6 suerte algunos hombres, como inipulsados por una misma corriente , caminan en el mismo sen- I. ZOLA. tido , y para lograrlo procurar6 resolver el doble problema de los temperamentos ana- logos y los medios de que entre si se con- cierten. Y cuando haya reunido todos los hilos de esa enmaraflada madeja, cuando tenga entre mis rnanos todos los anteceden- tes de un grupo social , lo ofrecer6 la con- sideracitfn piiblica en su medio de vida, como factor de unae"poca historica; lo crea- r6 obrando con toda la actividad de sus complexos esfuerzos;lo analizar6 en lasuma de voluntad individual y en la potencia ma- xima de todos sus miembros reunidos. Los Rougon-Macquart, esta familia que me propongo estudiar, se manifiestan carac- teristicamente por el desenvolvimiento de los apetitos , por ese ancho desborde tipico de nuestra edad , una edad que se revuelca en el placer. Fisioldgicamente considerado, este grupo arrastra la sucesidn de un orga- nismo nervioso y sanguineo por naturaleza; un organismo de raza, que nacio a conse- cuenciade un estado morboso, de una pritni- PRRFAC10. tiva lesion organica en el tronco , y que, segiin el tnedio de vida, determina en cada individuo , en cada una de las ramas de la familia, sentimientos, deseos, pasiones, to- das las maneras de rnanifestacidn de lointi- mo , naturales e instintivas , las cuales, en nuestro convencionalismo social , hemos acordado llamar vicios 6 virtudes. En su origen historico, arrancan de las mas bajas capas del pueblo ; se irradian por todas las deinas de la sociedad contempora- nea, hasta las inas elevadas,porcierta fuerza impulsiva j esencialisimamente moderna, que produce el ascenso desde lo hondo hasta la superficie , atravesando el cuerpo social ; y con sus dramas intiinos 6 individuales, desde una felonia, el golpe de Estado de Na- poleon III, hasta la repugnante traicion de Sedan , caracterizan al segundo Imporio. Tres ailos he invertido en acopiar mate- riales para tan complicado trabajo, y este primer libro estaba escrito ya caando ocu- rri6 la caida de Bonaparte , la cual aun K. ZOLA. necesitandola como artista, nunca me atrevi & esperarla tan pronto rne suministro los detalles del desenlaoe previsto como un he- cho fatal, como te>mino y logico fin del dra- ma que era mi obra. Desde aquel momento consider^ esta completa, desenvolviendose dentro de una esfera concrata y conocida: como representacitfn de un reinado muerto, de una extrafta epoca de locura y de ver- gtienza. Mi obra, que estara formada por multi- tud de episodios , sera la Historia natural y social de una fainilia bajo el segundo Impe- rio. El primero de todos ellos, La Fortuna de los Rougon , cientificamente debe lla- marse Los Origenes. E. ZOLA. PARfsi.de Julio de 1871. LA FORTUNA DE LOS ROUGON. I. Saliendo de Plassans por la puerta de Roma, situada al Sur de la ciudad, a la derecha del camino de Niza, y un poco ma's alia de las ulti- mas casas del arrabal, esta un terreno inculto, conocido en aquellos contornos con el nombre de el solar de Saint-Mittre. Este solar forma un paraleltfgramo bastante grande, que se prolonga a lo largo de la carre- tera, de la cual separale solo una estrecha fran- ja de tierra, cubierta de hierba amarilla. Por un lado, a la derecha, una callejuela sin salida, constituye uno de sus lados; por otro, a la izquierda, y en el fondo, limitanle dos ta- pias cubiertas de musgo, por encima de las 10 E. ZOLA. cuales asoman las mas alias ramas de las moreras de Jas-Meiffren , hermosa finca que tiene la entrada un poco rnas abajo por el arrabal. De esta suerte, eucerrado aquel terrenoen- tre tapias por tres de sus lados, asemeja una plaza abandonada, que solo huellan al cruzar- la los que salen a pasear por las afueras. Antiguamente hubo alii un cementerio bajo la advocacidn de Saint-Mittre, un santo de la Provenza, muy venerado en aquella tierra. Los viejos de Plassans recuerdan haber visto todavia iutactos los muros del cementerio, alia por el ano 1851 , aunque ya eutonces no servia, porque desde mucho antes habia sido cerrado. La tierra, que hacia mas de un siglo se estaba hartando de cadaveres , exhalaba miasmas de muerte, y esta fu6 la causa de que se decidiera abrir otro campo santo al extreme opuesto de la poblacion. Abandonado el viejo, coinenzo en 61 el tra- bajo de depuracion, cubritfse poco a poco de cesped, cada vez mas fino en las sucesivas pri- maveras, y al fin abundante hierba de color verde obscuro , tapizaba el terreno aquel, exu- LA FORTUNA DB LOS ROUGON. 11 berante de vida a fuerza de encerrar en su seno tanta muerte. Aquel suelo en donde los sepul- tureros DO podian darun azadonazo sin arran- car un jir6n humano, habia adquirido una vegetation formidable. Despue's de las lluvias de Mayo, en los ardorosos dias de Junio, des- de el camino , se .distinguian las puntas de los tallos de la espesa hierba que rebosaban por encima de las derruidas paredes ; y , vista por la parte de adentro, asemejaba un mar de ver- dura negruzca y reluciente , matizado por an- chas flores de multiples y vivos colores. Debajo de los pies , a la sombra proyectada por los compactos tallos, sentiase bullir la tierra ex- halando la savia. Una de las curiosidades que ofrecia aque- lla mancha de tierra , eran varios perales de retorcidas ramas , erizadas de nudos monstruo- sos y cargadas de hermosisimos frutos,que por nada del mundo hubiera cogido niuguna mu- jer de Plassans. En la ciudad , cuando alguien hablaba de aquellas peras, acompanaba las pa- labras con gestos de asco ; pero los pilluelos del arrabal, menos escrupulosos , por las tar- des, cuando el sol habia ya desaparecido en el 12 E. ZOLA. ocaso , reunianse en grupos , escalaban las ta- pias, y aun antes que estuviesen del todo ma- duras, robaban las frutas y se hartaban de ellas. Muy pronto la ardiente vida de la hierba y de los arboles devord toda la muerte del an- tiguo cementerio de Saint-Mittre ; las flores y las peras, nutriendose, concluyeron con la podredumbre humana , y sucedid que , al fin y al cabo, cuando se cruzaba por enfrente de . aquel lugar , en otro tiempo nauseabundo , no se percibia mas olor que el de los alhelies sal- vajes. Esto sucedid en muy poco tiempo: en tres 6 cuatro veranos. For entonces , el ayuntamiento de la ciu- dad pensd utilizar aquel terreno que dor- mia inculto 6 inutil. Fueron derribadas las tapias que caian sobre el camino y forma- ban el callejdn sin salida , y arrancadas las hierbas y los perales: despue's , para sanear el viejo cementerio, se hizo una excavacidn a muchos metros de profundidad , y fueron amontonadas en un angulo las osamentas que la tierra devolvia. Por espacio de mds de un mes, los pilluelos, que lamentaban la des- truccidn de los perales , jugaron a los bolos LA FORTUNA DB LOS RODGON. 13 con los craneos ; y unos cuantos bromistas se entretuvieron una noche en colgar tibias y fe- mures en todos los cordones de las campani- llas de Plassans. Semejante escandalo, del cual todaviaquedanrecuerdos en la poblacitfn, no se acallo hasta que la autoridad dispuso que fuesen enterrados aquellos restos humanos en una ancha y profunda huesa para ellos abierta en eLcementerio nuevo. Pero en las capitales de provincia este g^nero de trabajos se hace muy despacio " y los habitantes de la ciudad vieron muy de tarde en tarde al unico carro- mato que fue habilitado para transportar las osamentas, como si fueran escombros. Lo peor del caso era que el fiinebre vehiculo tenia que atravesar la poblacidn de extremo a extremo; y como el suelo estaba desigual, a cada salto que daba el carromato saltaban pedazos de hueso y punados de grasienta tierra. Se acabo la faena,sinmasceremonia religiosa que aquel transporte lento y brutal. Jamas ciudad algiina se manifest6 mas impia. For espacio de muchos anos , el terreno del antiguo cementerio de Saint-Mittre fu6 objeto de supersticioso temor. Abierto a cuatro vien- 14 E. ZOLA. tos , a la orilla de un camino real , permanecid desierto, y de nuevo produjo hierbas salvajes. El municipio,que esperaba venderlo para cons- truir en 61 casas , no hallo poster: el recuer- do de aquel monton de huesos y aquel carro que iba y venia, recorriendo las calles con la terquedad de una pesadilla , acaso fue la causa de que esto sucediese, porque retrajo a los compradores ; quizds se debio a esa pereza ingenita en los habitantes de las provincias, tan refractarios a destruir y volver a edificar; pero ello fu6 que el municipio se quede con su terreno , acabo por olvidar hasta el deseo de venderlo, nisiquiera lo cercd por medio de una empalizada que evitara el acceso a 61 , y, pasando los anos , poco a poco fue todo el mun- do acostumbrandose a aquel vacio rinc6n. Los transeuntes sentabanse a descansar sobre los caballones que lo limitaban , y al fin y a la postre hicieronle lugar de paso, y asi lo po- blaron. Luego que los pies de los que paseaban bubieron agostado la verde alfombra,ydespues que la tierra fu6 poniendose gris, se endu- reci(5 el antiguo cementerio, y quedd seme- jante a una plaza piiblica mal nivelada. Para LA FORTUNA. DE LOS ROUGON. 15 borrar mejor todo recuerdo repugnante, los habitantes de Plassans poquito a poco cain- biaronle el uombre; se contentaron conser- vandole el del santo, que alcanza tambien a la calleja abierta en un angulo del terreno, ylos llainaron solar de Saint-Mittre, y calle- jon de Saint-Mittre al que esta contiguo y no tiene salida. Estos hechos se remontan a epoca muy lejana. Desde hace treiuta anos, el solar de Saint-Mittre tiene un caracter sui generis. El ayuntamiento, indolente y despreocupado , no hallo manera mejor de sacar partido del anti- guo campo santo, mas que arrendarselo a unos carreteros del arrabal , que instalaron en el su almacendemaderas. Hoydia sigue atestadode enormes vigas , de diez a quince metros de lon- gitud, amontonadas aca y aculla, semejantes a* haces de altas columnas tirados por tierra. Aquellos montones de inaderos, muy parecidos a ma'stiles colocados paralelamente, que llegan de uno al otro extreme del baldio , son una constante diversion para los pilletes. Algunas piezas de madera han resbalado , y el terreno esta a trechos completamente obstruido por 16 E. ZOLA. una especie de pavimento desigual y lleno de accidentes , sobre el cual no es posible an- dar sin hacer prodigies de equilibrio. Todo el dia numerosos grupos de pillueios se entregan a esta clasede ejercicios. Saltan sobre las ma- deras ma's gruesas , corriendo a lo largo de las aristas mas delgadas ; se arrastran por ellas a horcajadas , y todos estos juegos suelen acabar a cachetes 6 porrazos, y se remojan con la- grimas ; otras veces sientanse todos en ftla , se aprietan unos contra otros en las puntas de las vigas,equilibrando el peso,y pasan columpian- dose horas y mas horas. Es decir , el solar de Saint-Mittre se ha convertido en punto de cita y de recreo, en donde los culeros de los pan- talones de todos los granujas del arrabal se han gastado desde hace un cuarto de siglo. Pero lo que acaba de prestar a este rincon abandonado su ms extrano caracter , es que en el acampan de ordinario todos los vaga- bundos que cruzan la poblacidn. Cuando una de esas casas portatiles que sirven de al- bergue a toda una tribu llega a la ciudad, de seguro es instalada en el solar de Saint- Mittre; de suerte que jamas esta vacia la pla- LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 17 za , porque siempre alguna partida de gente de extrano aspecto, alguna cuadrilla de hom- bres semisalvajes y mujeres horriblemente es- cualidas , rodeados por hermosos ninos , tiene en ella asenlados sus reales. Alii viven sin ver- giienza , al aire iibre , haciendo cocer su olla, comiendo manjares que no tienen nombre en- tre nosotros, junto a las tiendas agujereadas, ydurmiendo, rinendo, acariciandose, apestan- do a porqueria y a miseria delante de todo el mundo. En el que fue lugar de muerte y de sole- dad; en aquel sitio, que en otro tiempo solo habitaban los abejorros, zumbando alrededor de las bien nutridas flores , en medio de sepul- cral silencio y al calor sofocante del sol , ha llegado a ser de esta suerte un sitio en donde resuena sin cesar el estrepito de las dispu- tas de los bohemios y la alegre griteria de los j6venes vagabundos del arrabal. Una sierra instalada en un angulo para tronzar las vigas , chirria , sirviendo de sordo aconipanamiento a las voces. Aquella maquina es primitiva : sobre dos asnillos 6 caballetes se coloca el madero , y dos serradores , uno arri- TOMO I. 2 18 M. ZOLA. ha, encima de la misma pieza de madera , otro abajo, con los ojos ciegos por el serrin que cae sobre su cara, imprimen a la ancha y larga he- rramienta un continue movimientode vaiv6n. Por espacio de muchas horas , aquellos dos hoinbres se pliegan y despliegan sin darse pun- to de reposo, semejantesa dos munecos de goz- nes, con regularidad y rigidez de autdmatas. A medida que van serrando, colocan la madera apilada a lo largo del muro del fondo, en monto- nes dedosa tres metros de altura, metddica- mente construidos, tabla sobre tabla, formando cubos perfectos. Aquella especie de castille- jos cuadrados, que a lo mejor pasan alii mu- chos meses del ano, rodeados y minados por las hierbas al nivel del suelo , son uno de los encantos del solar de Saint-Mittre. Forman misteriosos y estrechos senderos, que condu- cen una calle mas ancha, oculta entre los montones que estan junto al muro, a una es- pecie de paseo desierto, lleno de verdura, des- de donde solo se ve una estrecha franja de cielo. En aquel callejdn, cuyos muros estan ta- pizados de musgo, y cuyo suelo parece cubier- to por una alfumbra de espesa laua, existen aiiii LA PORTUNA DE LOS ROOGON. 19 la vegetacidn poderosa y el pavoroso silencio del antiguo cementerio. Se siente alii circular ese halito calido y vagamente impregnado en melancolias de muerte que sale de las tum- bas viejas caldeadas por los ardores del sol. En toda la campina de Plassans no hay otro sitio mas poetico, mas saturado de tristeza de soledad y de amor. Amar alii, debe ser deli- cioso. Guando se excavd el cementerio de- bieron amontonar las osamentas junto a aque- Ua pared, porque hoy todavia se hunden los pies en ciertos sitios , y a poco que se escarve se encuentran pedazos de craneo. Pero aparte esto, nadie piensa ya en los muertos que durmieron el sueno eterno debajo de la hierba; y, hoy por hoy, los chiquillos solo frecuentan aquellos rincones cuando juegan al escondite. La solitaria alameda, verde y silen- ciosa, sigue virgen e ignorada. Nadie ve alii mas que la carreteria atestada de yigas y blanca de polvo. Por las mananas y al mediodia , cuando el sol calienta la atmtfs- fera , todo el terreno bulle, y por encima de aquella lurbulencia , por encima de los granu- jas jugueteando entre los maderos, y de los 20 E. ZOLA. bohemios atizando el fuego de su olla , el per- fil escueto del serrador encaramado encima de la viga , se destaca , yendo y viniendo con el movioriento uniforme de un columpio, como para regular la ardiente y nueva vida que cre- ce en aquel antiguo campo de eterno reposo. Sdlo los viejos, sentados sobre las vigas, calen- tandose al sol poniente , suelen bablar alguna que otra vez de los huesos que en otro tiempo vieron acarrear por las calles de Plassans car- gados en el legendario carromato. Guando cie- rra la noche , el solar de Saint-Mi ttre queda solitario , y se prolonga hacia adentro en las sombras, como si fuera un agujero. A veces, en el fondo de el se distinguen los moribundos reflejos de las hogueras de los bohemios. Fan- tasticas sombras cruzan por delante de ellas y desaparecen en las tinieblas. En invierno, so- bre todo , aquel lugar, de suyo triste, se trueca en siniestro. Era domingo; sobre las siete , poco mas 6 menos, de la tarde , un joven sali6 poqui- to a poco del callejdn de Saint-Mi ttre , y, deslizandose a lo largo del muro, se perdio en- tre los montones de madera. Era uno de los LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 21 primeros dias del mes de Diciembre de 1851. Hacia un frio seco y tenue. La lima llena des- pedia esos resplandores vivisimos , propios de las lunas de invierno. La carreteria no estaba obscura y siniestra aquella noche, como en otras frias y lluviosas ; alumbrada por anchas oleadas de blanca luz , destacabase yerta 6 inmdvil, melancdlica , placida y silenciosa. El joven se detuvo un momento en el lin- dero del solar , mirando con desconfianza de- lante de si. Debajo de la blusa ocultaba la culata de una larga escopeta , cuyo canon, apuntando hacia abajo, relucia a la claridad de la luna. Con el arma apretada contra el pecho , escudrinaba atento los cuadrados obs- curos que proyectaban en el fondo los monto- nes de madera, semejantes a un tablero de da- mas con casillas de luz y de sombra. En medio de la plazoleta, sobre un espacio de tierra des- nuda y gris , los caballetes de los aserradores proyectaban sus sombras prolongadas , escue- tas, extrafias, semejantes a una monstruosa figura geome'trica pintada con tinta china sobre un papel. Lo restante de la carreteria, el enta- rimado de vigas, parecia un ampliolecho sobre 22 E. ZOLA. el cual dormia la claridad , apenas estriada por delgadas lineas negras , que corrian a lo largo de los gruesos maderos. A la luz de aquella luna de invierno , en medio del helado silencio, aquella multitud de maderos caidos , inmoviles , como ateri- dos de sueno y de frio , recordaban a los yer- tos moradores del antiguo cementerio. El jo- ven abarco de una rapida ojeada todo aquel espacio ; no advirtid ni un ser viviente , ni un soplo de vida en torno de si ; nada que pudie- ra sorprenderle. Despue's de este breve reco- nocimiento , se atrevitf , y cruzd corriendo el solar. Cuando se oculttf en la sombra , detuvo el paso. Estaba en la verde calle formada por la tapia y los acopios de madera. Apenas se per- cibia el ruido de sus pasos, apagado por la hierba helada quecrujia tenuemente debajo de sus plantas..Una sensacidn de profundo bien- estar parecia existir en su animo. Debia gus- tar mucho de aquellos lugares , en donde todo era calma , y en los cuales no parecia esperar nada que no fuese placentero. Dej<5 de ocultar la escopeta. El callejon se extendia delante de LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 23 sus ojos , semejante a una zanja de sombra. A trechos, la luna , atravesando por una abertura entre dos maderos, describia en tierra una linea de luz, Todo reposaba : las tinieblas y la claridad dormian un sueno profundo, tran- quilo y triste. Nada era comparable con la paz que reinaba en aquel sendero. El joven lo re- corrio en toda su longitud. Al extremo de el, en el punto donde forman angulo las lapias del Jas-Meiffren, sedetuvo con el oido a lento, como para escuchar algiin tenue ruido que procedia de la finca vecina. Y convencido de que nada se oia, se agacho, separo unas tablas, y escon- di6 la escopeta en el monton aquel. En el angulo habia una antigua piedra se- pulcral, olvidada cuando la excavacion del cementerio; estaba apoyada a lo largo contra el muro y formaba una especie de banco. La lluvia carcoiniole lentanienle las aristas; el musgo la roia poco a poco. Pero a la palida luz de la luna podia leerse aiin este f ragmento de epitafio : A qui yace. . . . Maria.. . . muerta. . . . Eltiempo habia ya desiruido lodas las demas palabras. Despues que hubo escondido la escopeta, 24 E. ZOLA. el joven , de nuevo prestd oido atento , y seguro de qae nada interrumpia el silencio, se decidid a subir sobre la piedra, y como el muro era bajo, facilmente apoy6 los codos sobre el ca- ballete. Mas alia de la hilera de moreras que esta paralela a la pared , solo se veia una grande extension de terreno banado por la luna : las tierras de Jas-Meiffren , aridas, sin arboles, semejantes a una pieza, desplegada de lienzo crudo, y cien metros mas alia, la casa del pro- pietario y las dependencias habitadas por el guarda, se destacaban como puntos de un bian- co mas brillante. El mozo mird con desconfian- za hacia aquel lado ; un reloj de la ciudad did las siete con golpes lentos y sonoros. El joven los contd, bajd de la piedra, revelando sorpre- sa y paciencia, y luego sentdse encima de ella como hombre que se dispone d esperar largo rato con calma. Paso media hora inmdvil, pensativo, con los ojos fijos en un cuadro de sombra.. Esta- ba en un riucdn obscuro; pero puco a poco la luoa fue invadiendo el sombrio augulo , y pronto ilumind su cabeza. LA FORTCNA DE LOS ROUGON. 25 Era el desconocido un muchacho como de diez y siete anos , de aspecto robusto , labios frescos , y cutis cuya delicadeza denunciaba la juventud. Era hermoso , con una hermosura caracteristica. Su rostro enjuto y largo parecia esculpido por un artista de genio; tenia la frente ondu- lante y las arcadas de las cejas proininentes, la nariz aguilena, la barba ancha y carnosa, los pomulos salientes y angulosos: y todo esto daba a su cabeza un relieve y un vigor extraor- dinarios. Cuando la vejez se fuera acercando, aquella cabeza debia tornarse huesuda , en- juta y vigorosa. Pero en plena pubertad , ape- nas cubierta en la barba y las mejillas por al- gunos pelos diseminados , aparecia atenuada su rudeza por ciertas blanduras encantadoras, por ciertos rasgos de la fisonomia , aiin vagos 6 infantiles. Los ojos, de un negro claro, toda- via llenos de la frescura de la adolescencia, prestaban mas dulce expresiona unsemblante de suyo energico y varonil. No todas las mu- jeres hubieran gustado de aquel nino , por- que no era lo que se llama un muchacho bonito; pero en conjunto revelaban sus fac- 26 E. ZOLA. clones tanta vida , tanto ardor , tanto entu- siasmo, tanta vehemencia , tanto vigor, tanta energia , que las doncellas del contorno, aquellas doncellas ardientes del Mediodia , de- bian sonar con 61 despues de verle pasar por delante de sus puertas en las calurosas tardes de Julio. Sentado sobre la losa funeraria, ajeno a las claridades de la luna que banaban ya su pecho y sus piernas , seguia pensativo. Era de me- diana estatura, de cuerpo un tanto rechoncho; sus manos endurecidas , que delataban al obre- ' ro , eran en extremo robustas ; sus pies pare- cian fuertes > y estaban encerrados en gruesos borceguies de punta cuadrada. En su traje, en sus extremidades y en sus actitudes gro- seras , se le conocia que era hijo del pueblo ; pero en la altivez de su aspecto y en el brillo de su inteligente mirada habia algo extrano, una muda protesta contra el oficio manual que le embrutecia y comenzaba ya a plegar sus rifiones, inclinandole al suelo la cabeza. Debia ser la suya una inteligencia viva ybien dis- puesta, ahogada bajo la pesadumbre de su raza y de su clase; una de esas almas grandes en- LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 27 cerradas en un organismo at!6tico , que gimen, luchando por sobreponerse a la materia, porex- hibirse radiantes de luz y de genio. Por eso, no obstante su fortaleza , parecia timido e impa- ciente, como si, presintiendose incomplete, as- pirase acompletarsey no supiera como lograr- lo. Era un nino ardoroso , cuyas ignorancias originaban entusiasmos y curiosidades; un co- razon de hombre servido por una razon infantil, tan capaz de abandonos mujeriles como de los prodigies del heroe. Aquella tarde vestia un pantalon y una blusa de lienzo a cuadritos ver- dosos, y traia un sombrero de fieltro sin engo- mar; habia echado 6ste hacia atras , y el ala le senalaba en la frente una linea de sombra. El golpe de la campana de un reloj vecino, que did la media, le sacd de su abstraccion. Al verse banado en luz , miro en torno suyo con inquietud, hizo un movimienlo brusco, y se ocultd en la sombra ; pero no pudo reanudar el hilo de sus meditaciones. Sinti6que los pies y las manos se le enfriaban, y de nuevo se apo- dero" de el la impaciencia. Otra vez se encara- mo en la piedra y escudrino la explanada de Jas-Meiffren, que continuaba solitaria y silen- 28 E. ZOLA. ciosa. Luego, no sabiendo cdmo entretener el tiempo, senttfse otra vez, sacd la escopeta del escondite donde la habia ocultado, y empezd, distraido, montar y desmontar el gatillo. Era aquella un arma larga y pesada , que debi<5 pertenecer sin duda a algiin contrabandista : la groseria de la culata y el grueso calibre del canon , delataban una vieja carabina de chis- pa, transformada al sistema de pistdn por algun armero de aquellos contornos. Otras semej antes encuentranse a cada paso colgadas en las campanas de las chimeneas de las casas de campo de aquella tierra. El joven acariciaba la suya con amor; inas de veinte veces alzd y bajo el pie de gato, y otras tantas introdujo el dedo menique en el candn , y examino con mi- nuciosidad la caja; poco a poco fue animan- dose con infantil entusiasnio, y acabd por echarsela a la cara , apuntando al vacio como un recluta haciendo el ejercicio. Faltaba muy poco para las ocho. Tenia el arma en punteria hacia ya mas de un mi- nuto, cuando una voz tenue como el cefiro, de"bil y anhelosa, sali6 de Jas-Meiffren. e,Estas ahi, Silverio? preguntd. LA FORTU!fA DE LOS RODGON. 29 Silverio cieju cam- ia escopeia , y de uii saito se encaramo sobre la piedra funeral. Si, si(repuso, ahogando tambien la voz). Espera, te voy a ayudar. Todavia resonaba la ultima silaba de esta frase , cuando una cabeza de muchacha ap^re- cid sobre la pared. Con una agilidad extraor- dinaria, apoyandose en la rama de una mo- rera, trepo como un gato pequeno. Al ver la seguridad con que lo hacia y la soltura de sus movimientos, cualquiera hubiese comprendido que aquel camino le era familiar. En un abrir y cerrar de ojos quedo sentada sobre la albar- dilla de la tapia. Silverio la tomoen losbrazos y la colocd sobre el banco, mientras ella, defen- diendose, decia con risa de chiquilla juguetona: jDe'jame! Dejame....,hombre....i,Tecree- r^is que no se bajar sola?.... Y cuando estuvo sobre la piedra, prosiguid: iHacia mucho rato que esperabas? He corrido.... , y estoy que me ahogo. Silverio no replied. No parecia dispuesto a bromear; miraba a la joven con aire triste, y sentdse al lado de ella , exclamando : jQueria verte, Mietta!.... Hubiera sido 30 E. ZOLA. capaz de esperarte toda la noche.... Me voy manana al amanecer. Mietta repard entonces en la carabina caida en tierra: se puso grave, y murmuro : Veotuescopeta.... &Es cosa decidida?.... Silverio repuso, tras breve silencio, con voz insegura: Si. Es ini escopeta. He preferido sacarla de casa esta noche, porque manana tia Dida me podia ver cogerla y asustarse.... Voy a es- conderla , y volvere por ella en el momento de marchar.... Y notando que Mietta no quitaba los ojos del arma que tan neciamente habia dejado ti- rada en el suelo, se levanto y la desliztf por entre las tablas, ocultandola. Hemossabido esta manana (dijo,tornando a sentarse) que los insurrectos de la Palud y los de Saint-Martin-de-Vaulx han pasado la noche en Alboise , y decidimos incorporarnos a ellos. Esta tarde, despu^s del mediodia, una gran parte de los obreros de Plassans ha salido de la ciudad, y manana, los pocos que hemos quedado iremos, como ellos, a reunirnos con nuestros hermanos. LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 31 La palabra hermanos la pronuncitf Silverio con un dnfasis infantil. Luego, animandose, prosiguio con \oz vibrante : La lucha es inevitable, Pero la justicia esla de nuestra parte, y triunfaremos. Mielta escuchaba a Silverio , mirando con fijeza , pero sin ver, hacia la ancha explanada. Bueno, dijo sencillamente. Y tras breve silencio , prosiguid : Me lo dijiste con tiempo , es verdad. Asi y todo, tenia esperanza.... Pero, en fin...., estas decidido.... Porlo visto, sus pensamientos no tenian equivalentes en el lenguaje, y el silencio apo- derdse de ambos. El desierto rincdn de la ca- rreteria y la verde callejuela recobraron su melancolica calma ; s61o la luz de la luna vivia alii, haciendo girar lentamente sobre la hierba las sombras de los tablones. El grupo formado por los dos jovenes, sentados sobre la losa fu- neraria, permanecia mudo 6 inm6vil, a la pa- lida claridad del astro de la noche. Silverio tenia abrazada por la cintura a Mietta, y esta habia reclinado languidamente su cuerpo sobre el costado del joyen. No cambiaban caricias, 32 E. ZOLA. no juntaban sus bocas, ni tampoco cruzabaii tiernas miradas. Estaban dulcemente estre- chados la una en brazos del otro, melancdli- cos, unidos en un abrazo, nianifestacidn de su amor inocente , puro y fraternal. Mietta traia un gran inanto con capuchdn , que la llegaba hasta los pies y la envolvia el cuerpo. Solo se le veian la cara y las manos. Las mujeres del pueblo, las campesinas y las obreras, acos- tumbran usar todavia en Provenza esos am- plios mantos, llamados pelisses, cuya moda precede de muy remota epoca. Guando se sent6 junto a Silverio, echo atras la capucha. Vivia al aire libre siempre, y no acostumbraba llevar cofia. Su cabeza se destacaba vigorosa- mente sobre la pared iluminada por la luna. Era una nina ; pero una nina que comenzaba a ser mujer ; estaba en ese encantador periodo de la vida en que la chicuela se trueca en don- cella nubil. La adolescencia de las hembras tiene una delicadeza especial de capullo na- ciente, una difusion de formas encantadora, exquisita ; las lineas energicas y voluptuosas de la mujer se acusan inciertas en las ninas, y ponen en todo su ser, sin notarlo ellas mis- LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 33 mas, el sello de su sexo. Para algunas adoles- centes es fatal esta epoca de la vida; crecen bruscainente, se afean, y se ponenamarillas y ianguidas como flores enfernias. Pero cuando, coino Mietta, tieuea uaa san- gre rica y ardiente, porque viven al aire libre ? no se manifiesta de igual suerte aquella edad critica; es, por el contrario , una epoca en que la gracia rebosa couio imnca vuelve a rebosar. Mietta tenia trece anos. Aunque era muy robus- ta , no representaba mas edad , tan sonriente y sencilla se manifestaba con su risa alegre 6 inocente. Pero debia ser nubil ya, porque, efec- to sin duda del clima y del genero de vicia que hacia de ordinario, la mujer se revelaba en ella con exuberante esplendidez. Era tan alia casi como Silverio , gruesa y llena de vida. Como la de su ainigo , su belleza era vulgar, Nadie kubiera encontrado razon para llamar- la fea ; pero , sin embargo , muchos jovenes la encontraban rara : tenia hermosos cabellos rizosos con rudeza, los cuales traia peinados hacia atras , formando brillantes ondas , y ca- yendo sobrela nuca, semejantes a una cascada de tinta espumosa. Tan abundantes eran , que TOMO I. 3 34 E. ZOLA. no sabia como peinarselos : le molestaban ; se los retorcia en varias trenzas del grueso de la muneca de un nino, apretandolas todo lo que podia, para que ocupasen el menor espacio po- sible, y los enroscaba en ancho rodete sobre la nuca. Apenas tenia tiempo para hacerse eUo- cado , y resultaba que aquel mono, hecho con rapidez y soltura , tenia , merced a la mana de sus dedos , una gracia singular. Viendola con la cabeza adornada por un casco viviente que la caia sobre las sienes y la nuca, como si fuese la piel de un animal, se comprendia que la llevara siempre descu- bierta , sin preocuparse de la lluvia ni del hie- lo. Debajo de la linea obscura de cabellos , la frente, estrecha , parecia , por su forma y su color plateado , una pequena luna en creciente. Sus ojos abultados, la nariz corta , ancha de alas y remangada , los labios muy gruesos y muy rojos , exaininados separadamente , for- maban un conjunto extrano de notable belleza. Cuando se reia, echando atras la cabeza ein- clina'ndola un poco sobre el hombro derecho, parecia una bacante antigua, con la garganta hinchada por sonora alegria , las mejillas re- LA FORTUNA DE LOS ROUGON. dondas como las de un chicuelo , los anchos y blancos dientes, las trenzas de negros y cres- pos cabellos , a los cuales las carcajadas hacian agitarse sobre la nuca, como si fueran una corona de pampanos. Para que pareciese nifia, era menester fijarse en la gran inocencia que revelaba su risa franca y expansiva de mu- jer hecha , y, sobre todo, la delicadeza toda- via infantil de la barba y la blanda tersura de sus mejillas. Su rostro, tostado por el sol, al- gunos dias tenia tonos de ambar amarillo. Una suave pelusilla negra se dibujaba ya sobre el labio superior. El trabajo comenzaba a defor- mar sus manecitas , que , si pudieran que- dar ociosas, hubiesen llegado a ser hermosisi- mas manos, blancas y regordetas , de bur- guesa. Largo espacio dejaron transcurrir Mietta y Silverio sin pronunciar palabra. El uno en los ojos del otro leian respectivamente la inquie- tud que a los dos les dominaba. Y a medida que seengolfaban mas y mas en el temor de lo desconocido de un porvenir muy enigmatico, se estrechaban con mas ahinco entre si. Adi- vinando los dos el reciproco sentimiento que 36 E. ZOLA. agitaba sus corazones, reconocian imitil, y la excusaban, la crueldad de expresarselo en voz alta. La joven fu6 la priinera que , no pudiendo resistir ya mas, ahogandose casi , resumio los- inutuos temores en esta frase : ^Volvera's? balbucetf, abrazando a Sil- Yerio. fiste, sin responder, con la garganta anuda- da, temeroso de romper a llorar como su ami- ga, la beso en la mejiila como a una herinana para la cual no se encuentra mejor consuelo que una caricia. De nuevo se apartaron, yotra vez guardaron silencio. De pronto Mietta se estremecio. Ya no se apoyaba contra el pecho de Silverio, y sentia frio. El dia antes no hubiese temblado coino entonces en el fondo de aquella desierta calle- juela, sobre aquella piedra funeraria en donde hacia mucho tiempo daban ellos vida a sus ternuras y vivian de ellas, tan dichosos en me- dio de la paz que reinaba en aquel antiguo asilo de la muerte. Tengo mucho frio, dijo la nina, calan- dose el capuchon del manto. ^Quieres que paseetnos? (la preguntd el LA. FORTONA DE LOS ROUGON. joven.) Son las nueve; podemos dar una vuel- ta por la carretera. Mietta pensd que acaso por espacio de mu- cho tiempo se veria privada de aquellas citas, de la alegria de aquellas conversaciones para las cuales vivia ella el dia entero. Si, vamos (replied): vamoshasta el moli- no Si tiiquisieras, pasariarnos aquila noche. Levantaronse de la piedra y se ocultaron en la sombra que proyectaba un montdn de tablas- Mieita abrid su manto, que era de tela de luna- res obscuros, y eslaba forrado deindiana color de grosella, y echando una punla por encima de los hombros de Silverio, juntdle con ella, cubriendole a su lado con el ancho abrigo. El joven la tomd con un brazo por la cintura, ella le echo el suyo por los hombros, y queda- ron formando oprimido grupo. Cuando estu- vieron asi confundidos en un solo ser , cuando se vieron ocultos debajo del mismo abrigo hasta el punto de perder la forma humana, echaron a andar poquilo a poco hacia ei cami- no, atravesando sin miedo los vacios espacios qae las maderas no obstruian en la plazolela banada en luz blanca y melancdlica. Mietta 3S E. ZOLA. habia envuelto asi a Silverio y habiase el de- jado abrigar, como si eJ manto les pertenecie- se en comiin, y [todas las noches les hubiera hecho igual servicio. La carretera de Niza , a cuyos lados esta coustruido el arrabal, estaba bordeada en 1851 por dos hileras de olmos seculares, viejos gi- gantes, ruinas grandiosas, pero todavia llenos de vida, los cuales hace poco fueron trocados porraquiticosplatanos.Cuando Silverio yMiet- ta estuvieron debajo de los arboles, cuyas ra- mas proyectaban"su monstruosa sombra sobre la blanca superficie del camino, vieron aca y aculla* otros bultos negros que se movian si- lenciosos al nivel de las casas. Eran otros gm- pos de amantes, hermeticamente encerrados en sus movibles escondites, paseando tambien su ternura de aquella discreta manera. Los enamorados de los pueblos del Medio- dia de Francia ban adoptado esta manera de pasear. Los mozos y las doncellas del pue- blo, los que en^dia mas 6 menos lejano han de casarse , y no repugnan anticipar besos y abrazos, no sabiendo de que modo ocultar sus caricias para poder cambiarlas con desahogo LA FORT UNA DE LOS ROUGON. 39 sin exponerse a chismes y habladurias, eligie- ron este ingenioso procediinieuto. Aunque por costuinbre sus padres dejan a unas en la mas absoluta libertad de acercarse a los otros , si alquilaran un cuarto y en el se reunieran a solas, al dia siguiente serian la comidilla de las gentes, el objeto de un escandalo; y llegar todas las noches hasta los lejanos escondites de los alrededores de la ciudad, seria muy penoso. For eso recorren los arrabales , los luga- res solitaries, las alamedas de los caminos, todos los sitios , en fin , donde abundan los rincones obscuros y escasean los transeun- tes. Y, por prudencia , como en las poblaciones pequenas todos los vecinos se conocen , tie- nen cuidado de disfrazarse , envolviendose en aquella especie de mantos , capaces para una familia entera. Los padres toleran estas excursiones en plena obscuridad ; no se alarma por ello la rigida moral del pueblo , y con que no se paren los enamorados en las encrucijadas mas som- brias y no se sienten entre las matas, se dan por satisfechos hasta los mas exagerados en punto a pudor. No pueden mas que besarse sin dejar 40 E. ZOLA. f de andar ; no obstante, a veces alguna que otra doncella se pone mala.... : entonces es que los enamorados se sentaron. Nada ma's bello , en verdad , que estos pa- seos de amor. La imagination viva y picaresca de la gente del Mediodia se revela en ellos. Es una mascarada fertil en pequenos placeres, y al alcance de todo el mundo. La novia no tiene que hacer mas que abrir su manto, y ya tiene dispueslo un asilo para su amante; le oculla junto a su corazou, al abrigo del calor de su cuerpo, como esconden las esposas in- fieles a sus cortejos debajo de la cama 6 den- tro de un armario. El fruto prohibido tiene asi un sabor extraordinariamente dulce; es sabo- reado al aire libre, a lo largo de los caminos, en medio de otros consumidores de el , ajenos a los demas que gustan de otro analogo. Lo que debe ser mas exquisito , lo que da mayor y mas sabrosa voluptuosidad a estos besos , es cambiarlos impunemente delante de todo el mundo, pasando la velada en tales dulzuras, sin correr el riesgo de ser luego seiialados con el dedo. Cada grupo es una masa negruzca 6 infor- LA FORTUNA DE LOS ROUGOX. 41 me, exactamente igual a otra cualquiera. Para quien al retirarse a su casa tropieza con uuo de ellos , aquel difuso montdn de tela es el amor que pasa, y nada mas. For su parte , los a mantes, que saben cuan imposible es conocer- los, hablan en voz baja, como siestuvieran en su propia casa; las mas de las veces no dicen nada, y andan horas y mas horas al azar, dichosos con sdlo estar juntos y abrazados de- bajo del mismo manlo. Esto es voluptuoso y virginal a la vez. El clima es el principal cul- pable de que los enamorados busquen la obs- curidad de los mas escondidos rincones de los *arrabales. En las tranquilas noches del estio no es posible andar veinte pasos por los alre- dedores de Plassans sin tropezar con un grupo encapuchado, deslizandose como un fantasina; algunos sitios, por ejemplo, el solar de Saint- Mittre , estan pobladisimos de mascaras, que se mueven pasilo a paso, sin ruido, envuel- tos en tibio ambiente : parecen los convidados a un baile de trajes ofrecido por las estrellas a los pobres, en honor de sus amores. Cuando hace calor, y las jovenes nollevan los mantos, se contentan echandose por la cabeza la falda 42 E. ZOLA. priinera de su traje. En invierno, los mas ena- morados desafian los hielos. Mientras bajaban por la carretera de Niza Silverio y Mietta , no pensaban en el frio de aquella noche de Diciembre. Sin cruzar palabra atravesaron el arrabal. Sentian una alegria que les extasiaba al en- contrarse asi, envueltos en el manto, mez- clando los alientos y el calor de sus cuerpos. Sus corazones estaban tristes ; la felicidad que experimentaban estrechandose tiernamen- te, tenia algo de la dolorosa emocidn de un adios, y pensaban que no iba a agotarse jamas aquella dulzura amarga de su silencioso pa-* seo. Bien pronto llegaron adonde eran escasas las viviendas, al extreme del arrabal. Alii esta la entrada de Jas-Meiffren , formada por dos gruesos pilares y una verja , a traves de cuyos barrotes se ve la extensa alameda de moreras. Al pasar Mietta y Silverio, dirigieron una mi- rada inquieta a la finca. De alii en adelante, el camino baja en cuesta hasta el fondo de un valle que sirve de lecho a un riachuelo, el Viorne, arroyo en verano y torrente en invierno. Las dos hileras de olmos, LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 43 por aquel entonces trocaban en frondosa ala- meda la carretera , que cortaba los campos de trigo y las raquiticas vinas como una cinta de arboles gigantescos. Aquella noche de Di- ciembre^ a la luz de la lima , clara y fria , las labores recientes parecian amplios lechos de guata cenicienta , dispuesta para apagar todo ruido. A lo lejos oiase la voz sorda del Viorne, que interrampia la inmensa paz de la campina. Guando los jovenes empezaron a bajar la cuesta , Mietta se acordo de Jas-Meiffren , por delante de cuya verja acababan de pasar. Esta noche me ha costado mucho trabajo escaparme (dijo). Mi tio no acababa de man- darme a dormir. Estaba encerrado en la bode- ga,..., escondiendo, sin duda, el dinero, porque tiene mucho miedo de las cosas que van a pasar. Silverio la eslrechd con ternura, diciendo: Ten valor. jAh! jYa llegard dia en que estaremos siempre juntos ! j Animate , mujer ! jAh! (replied la nina.) Tu tienes espe- ranza; pero yo.... jHay dias que estoy tan triste!.... Pero no creas que es por lo que mi 44 E. ZOLA. tio me obliga a trabajar : al contrario, tiene ra- zdn queriendo hacer de mi una campesina, porque si no...., jquien sabe cual seria mi suerte!.... A veces me parece que estoy mal- dita.... Entonces quisiera morirme.... Pienso en lo que tii sabes, y.... Al pronunciar estas palabras, la voz de la nina se extinguio en un sollozo. Silverio la interrumpio casi con dureza : Calla (dijo). Me habias prometidono pen- saren eso.... &Que culpa tienes tii? Y con acento mas dulce, prosiguio: Me quieres mucho, &verdad? Mira: cuan- do nos casemos,ya no pasaras mas ratosmalos. Ya lo s6. Tii eres muy bueno (murmuro Mietta.) Pero, ^,que quieres? Tengo miedo ; a veces siento algo raro, asi una cosa que me su- bleva.... Pienso que me han hecho dano, y me entran ganas de ser mala. Cada vez que me echan en cara el nombre de mi padre , parece que me queman todo el cuerpo. Guando al pasar me dicen los pilletes: jEh! jTii! jHija de Gh.antegreil!, me pongo fuera de mi, y quisiera cogerlos para pegarles. Y tras breve silencio 7 prosiguio : LA FORTUXA DE LOS RGUGO.V. 45 Dichoso tii, que eres hombre y vas a an- dar a tiros.... Silverio la habiadejado hablar. Anduvieron unos cuantos pasos en silencio, y dijo con voz. triste: No tienes razon, Mielta. Tu colera es injusta. No debes revolverte contra la justicia. Yo. es verdad que voy a. andar a tiros, pero sera en defensa de ios derechos de los pobres ; no tengo ninguna venganza que satisfacer. No importa. Yo quisiera ser hombre, y batirme. Greo que eso me consolaria. Pero conocieudo por el silencio de Silverio que le habia disgustado, la fiebre que la enar- decia desaparecio, y balbuceo con voz supli- cante : No te has enfadado , ^ verdad? Tanto me apesadumbra pensar que te vas, que me asal- tan ideas inuy desagradables , lo confieso. Comprendo que tienes razon, que debo ser hu- milde; pero.... Y se echo a llorar. Silverio , emocionado, la tomo las manos y se las besd. Vaya, no llores; pareces una chiquilla. Se razonable, mujer. ;Si no te regano!.... Solo 46 ? : v qne deseo vert< : mo serio dtepcade uel drama, cuyo 4rioroso recdo babia :ado Mietta , etttristecii 4 las dos amantcs. : ^seado con k ctben baja inimo contmijado, Me creesmas feiii qne tiif .pregun^ - mi dboeln BO me hubin rccogido .ibiese criado, ^qn^ seiia de mi? A pane mi tic Antonio, qne es obrcro coino yo y me ha ensenado a a > par mi l*do coa si teaieran qne tem chase. - ;el camioo, deteaiendo a Mietia, i nadie. Pero , si Uegantos a triunfar , ya les ;.:Tt y: :u^^:^< s:u DHDi a tain osos ^ha..e- >-a sake Ha Antonio,.., Veras, cnando Ilimi j qml iiiiin niiii :a le atrajo Hi niwdhi LV FORTCNA DE LOS R" : 47 (le dijo Iratando de chancearse) ; pero mequie- res mas a mi , i,verdad? Reia , pero en el fondo de su alma habia rnucha amargura. Acaso pensaba que Silverio se dejaba arrastrar demasiado facilmente por el afan de correr aventuras. El joven repuso con gravedad: Tii eres mi mujercita, y tuyo es todo mi corazon. Amo a la repiiblica, porque te amo a ti. Cuando nos casemos , necesitaremos mucho bienestar, y para lograr una parte de el me voy manana. .Me aconsejas que me quede en mi casa ? i Oh ! Nada de eso (exclamo conmovida Mietta). Un hombre, debe ser hombre antes que nada. Perdoname que sea celosa. Mira: qui- siera ser tan fuerte como tii, para que me ama- ras mas aiiii. Guardo silencio un momento, y luego pro- siguio, con una ligereza y una inocencia admi- rables: ; Ah! jGon que gusto teabrazare y te be- sare cuando vuelvas ! Aquel grito, nacido de un corazon enamo- rado , lleg(5 al fondo del de Silverio. Abrazo a 48 H. ZOLA. Mietta , y cubrio de besos sus mejillas. La nina se defendia riendo. Pero en sus ojos habia lagrimas de emocidn. EQ torno a los aman- tes dormia ia naturaleza yerta de frio. Ha- bian llegado hasta la mitad de la pendiente. A su izquierda estaba ua montecillo, en cuya cumbre la lima blanqueaba las ruinas de un molino de viento , del cual solo quedaba en pie la torre inedio derruida por un lado. Aquella era la meta que habian senalado los jdvenes a su paseo. Desde que saiieron del arrabal , ab- sortos en sus pensamientos , anduvieron sin fijarse en el camino que recorrian.,Despues que hubo besado en las mejillas a Mietta, Silverio alzo la cabeza , y viendo el molino , exclamd : i Cuanto hemos andado! Mira, ahi esta el molino. Deben ser ya cerca de las nueve y media. Es precise que empreudainos el re- greso. Mietta hizo nn mohin de disgusto. Vamos un poquito mas alia (impioro). Unos pasitos solo. Hasta la senda que cruza el camino.... De veras.... Nada mas que hasta alii. Silverio la volvid a coger por el talle , son- LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 49 riendo, y de nuevo emprendieron la marcha por la cuesta. Ya no temian las miradas cu- riosas e importunas de otros enamorados ; des- de que dejaron atras las ultimas casas, no ha- bian encontrado alma viviente. Mas no por eso se descubrieron. Aquel man- to, aquel abrigo comun,era una especie de nido natural de sus amores. \ Les habia cubierto du- rante tantas y tantas noches ! Si hubieran con- tinuado su paseo separados , les hubiese pare- cido a los dos que estaban solitaries y aislados en medio del anchuroso campo. Asi juntos, formando un solo ser, estaban mas seguros y mas confiados. A trave's de los pliegues del manto contemplaban aquellosterrenos, sin ex- perimentar esa pesantez que ejercen los dilata- dos horizontes sobre las ternuras humanas. Pareciales que llevaban en pos de si su propia casa; gozaban del espectaculo de la campina, como si contemplasen desde una ventana aque- llas tranquilas soledades envueltas en una sabana de melancolica luz, vaga y serena, en el silencio de aquella noche de invierno; admi- raban estaticos aquel valle que les encantaba con su belleza , pero que, no obstante su am- TOMO I. 4 50 E. ZOLA. plitud, era incapaz de separar sus dos enamo- rados corazones, interponiendose entre ellos. Habianse abstraido de tal suerte, que ya no hablaban de nada a ellos ajeno, ni siquiera de ellos mismos : con las manos entrelazadas, cainbiando una exclamacion a la vista de un pedazo de hermoso paisaje, pronunciando al- guna que otra palabra nada mas , andabancomo si vivieran lejos de la esfera de lo real, den- tro de sus propios corazones, en un mundo su- yo solamente, subjetivo por excelencia, ador- mecidos al calor de sus cuerpos. Silverio habia olvidado sus entusiasmos republicanos: Miet- la ya no se acordaba de que su amante debia separarse de ella a la manana siguiente , acaso para siempre , pero de seguro por mucho tiem- po. Gomo otras veces, cual si no fuera aquel el postrer paseo, estaban absortos en su dicha, anegados en su ternura. Seguian andando. Pronto llegaron a la sen- da que cruza el camino, al punto senalado por Mietta como prolongacion do su paseo, al ex- trsmo aquel del sendero que conduce a un pueblecillo construido junto al cauce del Vior- ne. Pero no se detuvieron : continuaron ba- LA FORTUN'A DE LOS ROUGON. 51 jando, enganandose mutuatnente, fingiendo uno y otro que no habian notado su llegada al sitio de donde no querian pasar. Algunos minutos despues, Silverio mur- murd: Debe ser muy tarde , Mietta ; te vas a cansar. No (repuso ella). Nolocreas; seria ca- paz de andar asi muchas leguas. Ycon acento mimoso, prosiguio: Vamos a llegar hasta el prado de Sainte- Glaire. iQuieres? Alii daremos la vuelta. Silverio, a quien mecia ei cadencioso an- dar de la nina , y que sonaba despierto , no re- plied. De nuevo quedaron sumidos en dulce extasis. Avanzaban con paso lento, temerosos de llegar al fin y volver a subir la cuesta. An- dando hacia adelante, les parecia que camina- ban hacia la eternidad de su dicha : retroceder era correr a la separacidn, a la cruel despe- dida. Pocoa poco era la cuesta menos pendiente. El fondo del valleesta cubierto de prados, que se extienden hasta el Viorne por un lado , y por el otro se pierden en la falda de una serie 52 E. ZOLA. de pequenas colinas. Aquellas praderas, sepa- radas por el rio en dos mitades , y por setos vi- vos entre si, llamanlas en el pais los prados de Sainte-Claire. Ya (dijo Silverio, al llegar a las prime- ras sabanas de hierba) , llegaremos hasta el puente. Mietta solid una alegre carcajada. Abrazd aljoven por el cuello, y le besd con pasidn. El sitio en donde comienzan los setos, la alameda de arboles que bordea el camino , ter- minaba entonces en dos olmos colosales, mu- cho mas grandes que todos los demas. Las pra- deras se extienden a lo largo y al nivel del camino desnudo, semejantes a anchas franjas de lana verde, hasta morir en la orilla del rio, entre las raices de los sauces y los chopos. Desde los liltimos olmos al puente , apenas habia dos metros; pero la enamorada pareja in- virtid mas de un cuarto de hora en recorrer tan pequena distancia. Por fin, no obstante su pere- zoso andar, llegaron al puente, y se detuvieron. Delante de sus ojos, destacdbase el camino de Niza , remontando la opuesta vertiente del valle , y perdie'ndose en un recodo que forman LA FORTUNA DK LOS ROUGON. 53 las quebraduras del terreno , a medio kilome- tro escaso del puente. Al volverse , vieron el otro extreme de la carretera que acababan de recorrer , el que con- duce desde el Viorne a Plassans. A la clara luz de aquella luna de Diciembre, asemejaba una ancha cinta de plata festoneada por dos cordo- nes de sombra. A derecha 6 izquierda , las tie- rras labradas parecian masas de olas grises cortadas por aquella cinta , por aquel camino bianco de hielo , que despedia reflejos metali- cos. Y en lo alto de la cuesta , algunas venta- nas de las casas del arrabal brillaban , seme- jantes estrellas. Poco a poco habian andado Mietta y Silve- rio mas de una legua. Tendieron la vista sobre el camino recorrido, y llenos de muda admira- cion contemplaron aquel vasto anfiteatro que subia hasta juntarse con el cielo , y sobre el cual enormes manchas de claridad parecian despenarsecomouna cascada gigantesca. Aque- lla extrana decoracion, aquella apoteosis colo- sal, alzabase enhiesta y fria , con la rigidez de la muerte. Nada mas grandioso. Despue's, los jovenes miraron a sus pies. 54 K. ZOLA. For debajo del pretil del piiente, sobre el cual estaban apoyados, el Viorne, engrosado por las lluvias, pasaba mugiendo. Arriba y abajo, en medio de las tinieblas que se agolpaban en las quebraduras , distinguianse las dos bileras de arboles plantados en las orillas; aca y acu- lla, un rayo de luz, filtrandose por entre las ramas , rielaba sobre el agua como una linea de estano derretido , semejante al reflejo de un rayo de sol sobre las escamas de una fan- tastica bestia , y aquellos resplandores co- rrian misteriosos a lo largo del pardo cauce del torrente, entre los vagos fantasmas del fo- llaje. Parecia aquel valle encantador un ma- gico retiro, habitado por una poblacitfn singu- lar de sombras y claridades. Los enamorados conocian muy bien aquella parte del rio: en las calidas noches del verano, muchas veces habian bajado a sentarse junto la corriente, para disfrutar un poco de fresco: ocultos entre el ramaje de los alamos de la ori- lla derecha, habian pasado breves horas sobre la inullida hierba de los prados que llegan hasta el borde del cauce; las piedras que Ser- vian de pasaderas cuando el caudal del Viorne LA FORTPNA DE LOS ROUGON. 55 disminuia , hasta convertirse en un arroyuelo delgado como un hilo, algunos rincones som- brios en donde habian sonado todas las ter- nuras de sus amores , les eran familiares. For eso Mietta contemplaba con tanta envidia la margen querida, desde lo alto del puente. Si no hiciera tanto frio (suspird), baja- riamos a descansar un poco , antes de empezar a subir la cuesta. Y despues de un instante de silencio , siem- pre con los ojos fijos en la orilla del torrente, prosiguid : Mira, Silverio; ^ves aquel bulto negro delante de la exclusa? ^Te acuerdas? Es el montecillo en dbnde estuvimos sentados el dia de Pascua. ; Es verdad ! repuso Silverio en voz baja. Alii fue donde por vez primera osaron cru- zar sus inocentes besos. Aquel recuerdo , evo- cado por la nina, despertd en los dos una sen- sacidn deliciosa , una emocion, en la cual estaban mezclados los goces del recuerdo y los afanes de la esperanza. Como iluminadas por un relampago, surgieron en sus mentes los re- 56 E. ZOLA. cuerdos de aquellas veladas deliciosas , sobre todo la de la Pascua , de la cual no habian ol- vidado ni un detalle; ni el tibio ambiente que los envolvia, ni la fresca humedad que del Viorne se desprendia , ni las carinosas palabras de su conversacion. Al propio tiempo, mien- tras la memoria del feliz pasado llenaba de dulzura sus corazones, pareciales que penetra- ban en los arcanos del porvenir; veianse la una apoyada en el brazo del otro , habiendo ya reali- zado su ensueno, paseandose por la calle, como lo hacian entonces por la carretera , abrigados debajo del mismo manto. De nuevo se extasia- ron en muda contemplacion,y fijos los ojos del uno en los de la otra , con las manos entrela- zadas y sonriendo, permanecieron extaticos largo rato, ajenos al niundo exterior, envuel- tos en la palida luz de la luna. De pronto Silver! o alz6 la cabeza; se des- embarazd del manto, y presto atencidn. Mietta, sobresaltada, le imito, sin darse cuenta de la siibita actitud de su amado. Hacia un instante que por los desmon- tes , entre los cuales se pierde el camino de Niza, percibian un ruido confuso , semejan- LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 57 te al traqueteo de un convoy de carretas, apenas discernible, porque lo dominaba el ru- gido del Viorne. Pero poco a poco fu6 acentuan- dose , y asemejo al rumor de pasos de un eje'rcito en marcha. Despues distinguiose claro el murmullo de muchas voces , un rodar no interrumpido , extranos ecos de huraca'n ca- denciosos y a compas: parecian el fragoroso es- trepito de una tormenta que se acercaba ra- pidamente , turbando el silencio de la noche. Silverio escuchaba ; pero no podia darse cuenta de donde procedia el rumor aqu61 , apagado entre los desmontes. De pronto aparecitf una inasa negra en me- dio del camino ; la Marsellesa , cantada con vengativa furia , estal!6 formidable. ; Son ellos. . . . , mis hermanos ! . . . . excla- m6 Silverio, en un arranque de entusiasta ale- gria. Y echo a correr por la cuesta , arrastrando a Mietta. Habia junto al camino una loma cu- bierta de verdes encinas ; remontronla los dos j6venes , y en ella se acogieron para no ser envueltos por la multitud. Desde alii, entre la sombra del follaje, la 58 E. ZOLA. joven, un poco palida , mir6 con pena aque- llos hombres, cuyos canticos lejanos habian bastado para arrancar a Silverio de entre sus brazos. Pareci61e que la banda en masa se in- terponia entre ellos. jEran tan dichosos hacia pocosinstantes, cuando, tan solos, tan estrecha- mente unidos , en medio del silencio de la no- che , banados per la palida luz de la luna es- taban! Y ya Silverio, con la cabeza vuelta, prescindiendo de elia en absolute, jsdlo tenia ojos para una masa de hombres desconocidos, a los cuales llamaba hermanos ! La banda bajaba con un impetu soberbio, irresistible. Nada mas sublime que la invasidn de aquel punado de hombres en la paz silencio- sa y helada de tan solitaries lugares. El cami- no asemejaba violento 6 inagotable torrente de humanas cabezas; a cada instante una nueva masa negra y movible doblaba el recodo del camino, y unia la voz de muchos pechos a la tempestad de frene'tico entusiasmo. Cuan- do aparecieron los postreros batallones , re- sond un estallido ensordecedor. La Marse- llesa llend los ambitos, como si procediera de infinitas gargantas de gigantes , reper- LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 59 cutiendo en colosales bocinas que vibraban, con rudeza de clarines de guerra , por todos los rincones del valle. La adormecida cam- pina, despierta con sobresalto , se estreme- cia como un tambor al redoblar sobre el par- che los duros palillos, y temblaba hasta en sus entranas, repercutiendo los ecos del himno nacional. Y ya no fue sola la banda la que can- to; por entre las rocas mas lejanas, por entre los terrunos , por entre los grupos de arbo- les , y a traves de la maleza , parecian resonar voces bumanas : el ancho anfiteatro que sube desde el rio a Plassans, y la colosal cascada de rayos de luna, parecian invadidcs por un pue- blo de fantasticos e invisibles seres , que acla- maban a los insurrectos: y en el fondo de las encrucijadas del valle, entre las altas riberas del Viorne , a lo largo de la corriente, nielada por relucientes chorros de estano derretido, no habia ni un agujero , ni un obscuro rincdn, en dondenoresonara el grandiose bimno, como si hombres escondidos alii lo repitieran. La llanura , estremecida en el aire y en el suelo, gritaba venganza y libertad. Mientras el pe- queno ejercito bajaba la cuesta , el popular ru- 60 E. ZOLA. gido rod<5 en sonoras oleadas, interrumpidas por bruscas sacudidas , haciendo trepidar hasta las piedras del camino. Silverio, palido de emocitin, era todo ojos y todo oidos. Las primeras tilas de insurrectos arrastraban en pos de si aquella extensa masa negra y mugidora, la cual, a la luz de la luna, se dirigia rapida hacia el puente. Yo crei que no teniais que pasar por Plassans murmurti Mietta. Habran modificado el plan de campana (repuso Silverio). Debiamos llegar a la capital por el camino de Tol6n, dejando a la izquierda a Plassans y Orcheres. Sin duda salieron de Alboise al mediodia , pasando por Tulettes al obscurecer. En esto llegd adonde estaban los jdvenes la cabeza de la columna. Reinaba en el pe- queno eje'rcito mas orden y disciplina que era de esperar de un punado de hombres sin orga- nizacidn militar. Los contingentes que habian suministrado cada ciudad 6 cada pueblo, iban reunidos , y estaban separados todos entre si por companias. Gada una parecia obedecer a un jefe. Pero en la cuesta habianse acercado, y LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 61 formaban en masa compacta , sdlida , podero- sa , invencible. Eran unos tres mil hombres , impulsados en una sola pieza por el huracan de la cdlera. En la sombra que proyectaban los altos ribazos de la carretera , no se distinguian bien los deta- lles de esta escena. Pero a* cinco 6 seis pasos del bosquecillo donde Mietta y Silverio se habian escondido, el terraplen de la izquierda estaba cortado para dar paso una senda que seguia a io'largo del Viorne ; y la luna, a traves de aquella abertura, dibujaba sobre la carrete- ra una ancba banda de plateada luz. Guando los primeros grupos de sublevados entraron en el terreno aquel iluminado por la luna, encontraronse de pronto envueltos en blanca claridad , y a virtud de ella se distin- guian con extraordinaria exactitud los mas le- ves rasgos de sus fisonomias y los menores de- talles de sus trajes. A medida que desfilaban, los jovenes pudieron verles cara a cara, feroces , renaciendo sin cesar , surgiendo bruscamente de las tinieblas. . Aunque estaba tan oculta que no podian verla siquiera aquellos hombres , al aparecer 62 E. ZOLA. los primeros , Mietta , pof un movimiento ins- tintivo, se estrechd contra el pecho de Silverio, pasandole el brazo por el cuello y apoyando la cabeza en su hombro. Con el rostro encua- drado por la capucha del manto , palida , er- guida, fijaba los ojos con miedo en aquel cua- dro de luz por el cual atravesaban rapidamente aquellos hombres, transfigurados por el entu- siasmo , con las bocas abiertas semejantes a puntos negros , llenas por el grito vengador de la Marsellesa. Silverio, a quien sentia temblar junto a ella, acercdle los labios al oido, y fue diciendola de que pueblo procedia cada uno de los grupos, a medida que iban pasando. Las fuerzas avanzaban formadas de a ocho en fondo. A la cabeza iban una porcion de buenos mozos , de cabezas cuadradas , que pa- recian dotados de fuerzas herciileas y de una sencillez de gigantes. La repiiblica debia en- contrar en ellos ciegos e intrepidos defensores. Traian al hombro afiladas hachas , que relu- cian heridas por los rayos de la luna. Son los carboneros de los montes de la Seille (dijo Silverio). Forman el cuerpo de za- LA FORTDNA DE LOS ROUSON. 63 padores. Si sus jefes se lo mandan, capaces son de llegar hasta Paris echando a bajo todas las puertas de las ciudades a hachazos , ni mas ni menos que si fueran alcornoques de la sierra. El joven hablaba orgulloso de la fuerza de los punos de sus hermanos. Viendo pasar un grupo de obreros y de campesinos con luen- gas barbas y rostros atezados por el sol , pro- siguio : Estos son los de Palud. Es el primer arra- bal que se ha sublevado. Los de blusas son los obreros de la fabrica de corcho , y los otros, los que llevan trajes de pana verde, caza- dores y carboneros de las gargantas del Seil- le.... Los cazadores conocieron a tu padre, Mietta; tienen buenas armas, y las manejan maravillosamente.... jAh! j Si todos estuvieran armados como ellos ! Pero nos faltan fusiles. Mira , mira los obreros : no llevajo. nada mas que palos. Mietta , muda y temblorosa , no apartaba la vista del camino. Cuando Silverio nombrd a su padre, la sangre colored su rostro. Con las mejillas abrasando y la mirada ar- 64 E. ZOLA. diente, contemplaba d los cazadores colerica, pero sintiendo por ellos simpatia. Desde aquel instante estremeciase febril al escuchar el can- to de los insurrectos. La columna, que de nuevo habia comenza- do la primera estrofa de la Marsellesa, bajaba la cuesta como impulsada por el aspero soplo del mistral. A los de Palud seguia otra turba, entre la cual se veian muchos hombres vesti- dos con gabanes . Ahi estan los de Saint-Martin de Vaulx (prosiguid Silverio). Este pueblo se ha levanta- do casi al mismo tiempo que Palud. Los fabri- cantes se ban unido a los obreros. Hay entre ellos gente muy rica, Mietta: gente que podia vivir muy tranquila en su casa, y va a jugarse la vida en defensa de la libertad. Es menester respetar mucho a esos ricos. Pero, mira, tam- bien les faltan armas. S61o tienen alguna que otra escopeta. ^Ves esos que lie van una cinta roja al brazo? Pues son los jefes. Pero Silverio hablaba mas despacio que pa- saba la gente. Aiin estaba hablando de los de Saint-Martin de Vaulx, cuando ya habian lle- gado otros dos batallones. LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 65 Te has fijado en esos que ya pasaron? Son los de Alboise y los de Tulettes. He reco- nocido ai lenador Burgat. Hoy mismo deben haberse reunido con los sublevados. Mira, mira c6mo corren.... Mietta se inclinaba hacia adelante para ver mas tiempo a las rnasas que Silverio le iba designando. Temblaba de pies a cabeza, y te- nia el pecho y la garganta oprimidos. En esto aparecio un batalldn mas numeroso y mejor disciplinado que los otros. Los que lo forcnaban traian casi todos blusas azules y un cinturdn rojo; parecianuniformados, y en medio de ellos iba uno a caballo, con un sable a la cintura. La mayor parte de ellos traian carabinas , ter- cerolas 6 antiguos fusiles de la guardia na- cional. A estos no los conozco (dijo Siiverio). El de a" caballo debe ser el jefe de quien me habla- ron. El fue quien sublevo a los de Faverol- les y los delas aldeas vecinas. jSi toda la co- lumna estuviera tan bien equipada! No tuvo tiempo de cobrar aliento, porque aparecio otro grupo muy pequeiio. i Ah! Mira : estos son los del campo. TOMO i. 5 66 E. ZOLA. En efecto : detras de los de Faverolles, se- guian varies pequenos grupos de diez a veinte hombres, con trajes de campesinos del Medio- dia. Cantando, blandiaii hoces y bieldos ; al- gunos no llevaban mas que palos y layas. Has- ta las aldeas habian enviado todos los hom- bres utiles. Silverio,quedistinguialosgrupos porlos je- fes, los fue nombrando con febril entusiasmo : Los.de Chavanoz (dijo) : solo hay ocho, pero fuertes y vigorosos;tio Antonio los conoce. Mira, esos otros son los de Nazeres, y aquellos los de Poujols. j Todos estan!.... jNi uno fal- ta ! j Los de Valqueyra ! \ Mira ! \ Mira ! Hasta el senor Gura es de la partida ; me han hablado de 61.... Es un buen republicano. Hablandoasi,se embriagaba. Como las fuer- zas que pasaban eran muy varias , tenfa que nombrar los grupos con suma rapidez , y pa- recia un loco hablando tan de prisa. jAh , Mietta! jQue hermoso desfile! (prosiguio Silverio.) jRozan! jVernoux! jCor- biere! \ Y mira, mas todavia ! jAhi vienen los de Saint-Eutrope ! j Mazet ! \ Los de Gordes ! jMar- sanne! j Todos los de las riberas delSeille! LA FORTDNA DK LOS RUOGOX. 67 j Bravo, bravo, valientes ! No traen mas quesus guadanas, pero con ellas segaran los cuellos de los soldados como si fueran tallos de hierba. i Venceremos ! Todo el pais esta con nosotros. i Mira Men los brazos de esos hombres duros y negros como el hierro ! Vamos , ya acaba el desfile. jMira los de Pruinas, los de Roches- Noires ! Estos ultimos son todos contrabandis- tas; por eso llevan carabinas.... Y esos , los de Castel-le-Vieux, Sainte-Anne, Graille, Es- tourmel y Murdaran, aunque solo traen hoces, ya veras como saben batirse. Y con voz ahogada por la emocion, acabo de enumerar aquellos grupos de hombres que pasaban como si un torbellino los arrebatara. Con el alma henchida de entusiasmo, y los ojos centellantes , senalaba conactitud nervio- sa a los sublevados. Mietta miraba con pro- funda atenci6n. Sentiase atraida , como si el camino fuera un abismo, y para no resbalar a lo largo de la pendiente , se aferraba al cuello de Silverio. De aquella mullitud embriagada^ se desprendia una especie de efluvio entu- siasta que infundia valor y fe. Uno y otra im- pulsaban a aquellos hombres, vistosun instan- 68 E. ZOLA. te al cruzar por un claro del camino, & la luz de un rayo de luna , a aquellos adolescentes , a aquellos hombres maduros, y hasta ancianos algunos, blandiendo^extranas armas, vestidos con trajes tan distintos, llevando unos la blusa distintiva del obrero , y otros el gaban del bur- ghs; aquellas filas interminables decabezas, a la luz de la luna y en aquellas circunstancias, ofrecian un aspecto de esos que se graban en la mente para no borrarse jamas. Mietta los mira- ba, y ante sus ojos cruzaban con la impetuosi- dad de una tormenta. Momdntos habia, en los cuales la parecia que no andaban , que estaban plantados 6 inmdviles, cantando la Marsellesa con sus voces roncas, que resonaban formida- blemente. No podia entender la letra ; s61o es- cuchaba un rugido continue que recorria una escala de sonidos, desde los mas graves, que la retumbaban en la cabeza, hasta los mas agudos, que, semejantes a espinas, se la clavaban a em- pujones en las carnes. Aquel rugido de la se- dicidn, aquel requerimiento al combate y a la muerte, con sus estreinecimientos de colera, sus abrasadores deseos delibertad, su extrava- gante mezcla deafanes de sangre y de sublimes LA FORTUNA. DE LOS ROUGON. 69 impulses , llegabanle al fondo del alma con ma- yor ruido a cada alteracion del compds. Aquel desfile que solo duro unos cuantos minutos, parecio a los jovenes interminable. Mietta era una nina. Palidecio al aproxi- marse el pequeno eje'rcito, lloro viendo que Silverio la postergaba ; mas era una criatura valerosa, una naturaleza ardiente, que con fa- cilidad se dejaba arrebatar por el entusias- mo : por eso la emocidn se apodero de ella por entero. De buena gana hubiera tornado un fusil y seguido a los revoltosos. A medida que iban pasando aquellos hombres armados de fusiles y de guadanas, los dientes de la j oven aparecian mas blancos entre sus frescos la- bios , semejantes a las presas de un lobezno ansioso de morder. Y cuando oyo a Silverio designar una por una las procedencias de las facciones, antojabasele que el impulse de la co- lumna se aceleraba a cada palabra suya.Bien pronto le parecio que aquella turba envuelta en polvo era un torbellino impulsado por la tempestad: que toda giraba en torno suyo, y cerr6 los ojos, y gruesasy abrasadoras lagri- mas surcaron sus mejillas . 70 E. ZOLA. A su vez , Silverio sentia que el llanto le asomaba a los lagrimales. No veo a los hermanos que salieron de Plassans al mediodia , murmuro. Y procurd alcanzar con la vista el extreme de la columna, que se perdia en la obscuridad. De pronto lanzo un grito ahogado , revelador de su alegria. i Ah ! j Miralos ! \ Traen la bandera ! \ Les ban confiado la bandera ! Y por un movimiento tan espontaneo como inconsciente , se dispuso a saltar de su escon- dite a la carretera ; pero en aquel instante la co- lumna de insurgentes bizo alto. Una orden del jefe recorrid las filas de la cabeza a la cola. El cantico aquel, la Marsellesa, se extin- guid con un rugido, y solo se percibid ya el murmullo de las conversaciones de la mul- titud. Silverio oyd la orden , que era dirigida a los precedences de Plassans : se les man- daba formar a la cabeza. Al ver que los bata- llones se estrechaban para dejar pasar a la bandera, Silverio arrastro a Mietta, diciendole: Veu , anda ; que podemos llegar antes que ellos al otro lado del puente. LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 71 Guando llegaron a lo alto del desmonte, co- rrieron a travel de las tierras labradas, y dieron en el molino , cuyo exclusa iutercep- taba el rio. Atravesaronle por uiia tab! a que los molineros habian tendido sobre las dos pilastras de la compuerta, cruzaron diagonal- menle los prados de Sainte-Claire, siempre co- gidos de la inano, corriendo sin cesar y sin pronunciar palabra. La colunma de insurrec- tos parecia una larga linea sombria , y los dos jdvenes siguieron la paralela por los barbe- chos al nivel de los setos. Habia en estos al- gunos que otros agujeros, y por uno Mietta y Silverio saltaron a la carretera. A pesar de ha- ber tenido que dar un gran rodeo, llegaron a la cabeza de la columna al mismo tiempo que los insurrectos procedentes de Plassans. Sil- verio cambio con varies entusiastas algunos apretones de manos. Debian creer los mas apar- tados de ellos, que, sabedor de la llegada de las fuerzas insurrectas, habia ido a incorporarse a ellas. Mietta, cuyo rostro apenas se distinguia, envuelto en el capuchon casi del todo, eraob- jeto de la general curiosidad. 72 B. ZOLA. i Calla ! |Es la Ghantegreii (dijo uno del arrabal); la sobrina de Rebufat, el arrendador de Jas-Meiffren. iDe donde sales tii , correntona? dijo otro. Silverio, ebrio de entusiasmo , no habia pensado en las chanzonetas a que daria mar- gen la presencia de Mietta entre los obreros. fista, confusa , le rniraba como implorando proteccion y socorro. Pero antes de que pudiera abrir los labios siquiera , de un grupo salid una voz, y estas brutales palabras llegaron a oidos de la nina : Su padre esta en presidio. Y nosotros no queremos entre nosotros sangre de asesinos y ladrones. Mietta palidecio hasta la lividez. i Mentis! (grito.) Si es verdad que mi pa- dre ma to , no fue ladron. Y viendo que Silverio apretaba los punos con rabia , mas palido y mas tembloroso aiin que ella, prosiguio: Deja. Esto me toca a mi. Y volviendose hacia el grupo , repiti<5 con fiereza : LA FORTCNA DE LOS ROUGON. 73 j Mentis! Mi padre jamas robo un c6n- timo. Todos lo sabeis. j Cobardes ! ^Por que lo insultais'cuando no puede defenderse? Habiase erguido soberbia y altanera. Su naturaleza ardiente, casi salvaje, aceptaba con calma la acusacidn de asesinato ; pero ante la de robo se exasperaba. Todos lo sabian, y por eso la multitud se lo echaba frecuentemente en cara : la malevolencia es patrimonio de la humanidad ; es la manifestation genuina de lo que el hombre tiene de la bestia. Por lo demas, el que Ilam6 ladrdn al padre de Mietta, solo repitid lo que decia el vulgo. Al ver la actitud de la joven, los obreros comen- zaron a bromear. Silverio seguia apretando los punos. Iba la cuestion tomando mal aspec- to , cuando un cazador del Seille, que se habia sentado encima de un acopio de piedras , es- perando qile de nuevo le dieran orden de mar- char, acudio en socorro de la nina. Tiene razon la chica(dijo). Ghantegreil era uno de los nuestros; yo le conoci. El negocio noestaba claro; pero yo siempre crei sus decla- raciones ante los jueces. El gendarme que matd cazando , le tenia ya encanonado con su cara- 74 E. ZOLA. bina.Se defendid, 6 hizobien, jqu6 diablo! Pero lo que es en cuanto a robar.... Ghantegreil era un hombre honrado, incapaz de ser ladrdn. Como sucede siempre en tales ocasiones, bastd el testiinonio del cosario para que Miet- ta encontrara defensores entre los obreros. Varies de ellos aseguraron que le habian tra- tado intimamente. Si, si, es verdad (dijeron). No era la- drdn. No hay pocos pillos en Plassans que de- bian estar en presidio con mas razdn que 61. Ghantegreil era uno de nuestros hermanos. jVamos, tranquilizate, chiquilla!.... Era la primera vez que Mietta oia hablar bien de su padre. For lo comun , tratabanle de vagabundo y bandido a su presencia , y hallar algunas buenas almas que le declaraban hom- bre de bien, y le disculpaban con palabras de perddn, henchiale el alma. Rompid a llorar; de nuevo sintidse invadida por igual emocidn que laqmlaMarsellesa la habia producido,y busca- ba manera de manifestar su gratitud a aquellos hombres que se mostraban benevolentes con el desgraciado. Hubo un momento en el cual pen- so estrechar la mano de todos, como si fuera LA. FORTUNA DE LOS RODGON. 75 un muchacho. Pero en su corazdn de mujer surgid un sentimiento mas agudo y mas expre- sivo. Junto a ella estaba el que llevaba la ban- dera. Cogio el asta de ella, y, en muestra de gratitud , dijo conmovida : Dadmela ; yo la llevare'. Los obreros , de suyo sencillos , compren- dieron el alcance de aquella sublime y sencilla manifestacidn. jEso, eso! La Chantegreil llevara la ban- dera. Un lenador hizo notar que se cansaria pron- to, y no podria seguirles. Pero ella, reman- gandose el ropdn , y descubriendo sus re- dondos brazos , tan robustos como los de una mujer ya hecha , exclamd : No , no temais ; soy mas fuerte de lo que os figurais.... Y viendo que le ofrecian la bandera , dijo : Esperad. Quitdse el abrigo , se le puso del reves , y aparecid , a* la palida luz de la luna , cubierta con un mantdn escarlata , que la llegaba hasta los tobillos. La capucha se le habia enganchado en el cabello, y parecia un gorro frigio. Tomd 76 B. ZOLA. la bandera por el asta , estrechdla contra el pecho , y quedd envuelta en los pliegues de aquella sangrienta ensena que colgaba detras de ella. Sa hermosa cabeza , con sus rizosos cabellos, hiimedos los ojos y entreabiertos los labios por infantil sonrisa, irguiose, volviose al cielo , y en aquella actitud quedd la joven semejante a la estatua de la virgen Libertad. Los insurrectos la aclamaron. Aquellos me- ridionales , de imaginacidn viva y exaltada, llenos de entusiasmo ante la brusca aparicidn de aquella nina , que apretaba contra el seno la ensena de sus ideales , dieron rienda suelta al entusiasmo, y prorrumpieron en frene'ticos vitores. i Viva la Chantegreil ! jQue se quede con nosotros para que 'nos traiga buena suerte ! gritaban. Hubieranla aclamado mas aiin, si no les mterrumpiera la orden de formar. Mientras las filas se ordenaban, Mietta apreto la mano de Silverio, que se habia colocado junto a ella, y ledijo aloido : Ya ves que quieren que me quede con vosotros.... Gontigo.... j Eh! iQue te parece? LA FORTUNA DE LOS RODGON. For toda respuesta, el joven la apreto a su vez la mano. Aceptaba, henchido de entu- siasmoy emocidn. jHabialeparecido Miettatan bermosa, tan grande, tan santa! Mientras su- bieron la cnesta , viola delante de si envuelta en purpiirea luz. Confundiala con una adorada encarnacidn , con un ideal idolatrado : la Repii- blica. Ansiaba llegar y sentir el peso del fusil sobre el hombro. Entretanto , la columna avanzaba entre las dos hileras de arboles de la carretera, semejante a una gigantesca ser- piente , cuyos anillos temblaban al moverse. De nuevo reinaba el silencio de aquella helada noche de Diciembre , y solo le interrumpian el murmullo de las pisadas del pequeno eje>cito, y el lejano rugido del Viorne. Cuando dieron vista al arrabal , Silverio se adelantd para recoger su fusil, escondido en el solar de Saint^Mittre , que , a su vez , pa- recia adormecido entre las caricias de los blan- cos rayos de la luna. Delante de la Puerta de Roma alcanzd a la columna. Mietta se inclintf hacia el", y le dijo con su sonrisa de nina gozosa: Me parece que voy en la procesidn del Cor- pus y llevo la bandera de la Virgen Santisima. II. Plassans es una subprefectura que cuenta muy cerca de diez mil almas. Esta* construida sobre la meseta que domina el Viorne , y por la parte Norte sfrvenle de abrigo las colinas de Garrigues, una de las ultimas estribaciones de los Alpes : de suerte, que la ciudad parece ence- rrada en un callej6n sin salida. El ano 1851 no tenfa otros medios de comu- nicacion con el resto del pafs que dos carreteras; la de Niza por el Este, y la de Lyon por el lado opuesto, que corren paralelas. Luego fue cons- truida la Imea ferrea que pasa por la parte Sur, ma's abajo de la cuesta que va desde las antiguas fortificaciones hasta el rfo. Hoy,apenas se sale dela estacidn, situada sobre la ribera derecha del pequeno torrente, basta levantar la cabeza para distinguir las pri- meras casas de Plassans , cuyos jardines forman una especie de terraza. Pero es menester andar 80 E. ZOLA. ma's de un cuarto de legua para llegar hasta ellas. Hace veinte anos, debido sin duda a" la falta de medios de comunicacion , ninguna ciudad mejor que Plassans conservaba el cardcter san- turr6n y aristocra"tico de las antiguas ciudades de la Provenza. Entonces, y ahora subsiste, habfa en ella un barrio de grandes casas , de las epocas de Luis XIV y Luis XV , una docena de iglesias , varies conventos de jesuftas y capuchi- nos , y un niimero muy considerable de comuni- dades de monjas. Etecto de la division de los ba- rrios, la diferencia de clases ha existido siempre. En Plassans hay tres, completamente separa- das por sus iglesias , sus paseos, sus costumbres y sus aspiraciones. El barrio de los nobles, que llaman de Saint- Marc, por ser esta la advocacion de la parro- quia, es un pequefio Versalles, de calles tira- dasa" cordel, llenas de hierba, y cuyas casas cuadradas ocultan raagnfftcos jardines : este ba- rrio ocupa la parte Sur de la ciudad, en la parte baja de la meseta, y algunos hoteles, construidos ai borde mismo de la cuesta, tienen tres 6 cua- tro terrazas en escalera, y son puatos de vista LA FORTONA DE LOS ROUGON. 81 muy celebrados en el pate. El antiguo barrio, la antigua ciudad, se extiende semejantea una red de callejuelas estrechas y tortuosas, bordeadas por ruinosos paredones : en esta parte de la po- blacion estn el ayuntaraiento , el tribunal civil, el mercado y el cuartel de la gendarrnen'a : es la parte de Plassans ma> populosa, y esta ocupada por obreros, comerciantes y otra gente me- nuda y miserable. La parte nueva forma una especie decuadrilatero al Noroeste: los burgue- ses , los que ban hecho centimo sobre centimo una fortuna, y todos aguellos que ejercen una profesi6n liberal, habitan en ella, en casas bien alineadas, y cuyos Irontispicios parecen iguales, porque todos estdn pintados al fresco de un me- dio color amarillento. Este barrio, ai cual da cierto caracter la subprefectura , churrigue- resco edificio, lleno de rosetones , apenas conta- ba cioco 6 seis calles en 1851 ; es de edification muy reciente, y su engrandecimiento arrancade la construction del camino de hierro. La razon de que aiin en nuestros tiempos sub- sista la separation de tres independientes y dis- tintas clases, procede de que cada barrio estd separado de los otros por grandes calles. La ave- TOMO I. 6 82 E. ZOLA. nida de la Sauvaire y la calle de Roma , que son una especie de prolongacion una de otra , se extienden de Oeste a Este desde la Grand-Porte a la puerta de Roma , y cortan la ciudad en dos mitades, dejando a un lado el barrio aris- tocratico y al otro los otros dos. Estos , a su vez , estan separados por la calle de la Banne, 'la mas hermosa de la ciudad, que, naciendo en el extreme de la avenida de la Sauvaire, sube bacia el Norte, dejando a la izquierda las negras viviendas de los antiguos barrios, y a la derecha las amarillas de los nuevos. Hacia el centre de esta calle , y en medio de una plazoleta adornada por arboles raquiticos, esta la subprefectura, monumento del cual estan muy orgullosos los burgueses de Plassans. Como si quisiera aislarse mas, la ciudad se encuentra rodeada por una serie de antiguas fortificaciones , que no reportan mas utilidad. boy por hoy, que bacerla masnegra y mas es~ trecba. Estas rnurallas, que podrian destruirse a balazos, tan aitas y tan resistentes como las tapias de un convento, estan corroidas por el muerdago y los albeiies salvajes. En varios si- tios estan abiertas porsalidas,de las cuales son LA FORTUNA DE LOS ROUQON*. 83 las mas principales la puerta de Roma sobre el camino deNiza, y la Grand-Porte que da acce- so al de Lyon al otro extreme de la ciudad. Hasta 1853, eslas puertas tuvieron gruesas hojas de madera chapeadas de hierro, que a las once de la nocne en verano , y a las diez en invierno, eran cerradas con Have. Lapobla- cion, despues de quedar asi encerrada como una joven miedosa, entregabase al reposo, Guaruas que dormian en garitas colocadas jun- to d cada puerta , eran los encargados de abrir y dar paso a los que se retardaban extramuros. Pero no sucedia esto sin niuchas precau- ciones y no pocos dimes y diretes. El guar- da no dejaba pasar & nadie sin haberle visto la cara , iluminandosela con una linterna a traves de un ventanillo, y bastaba la menor sospecha para que el retrasado en entrar tuvie- ra quedormir al raso. En este afan de encerrarse se revelaba el caracter dela ciudad, poltrona, egoista, ruti- n'aria, enemiga de todo la que pudiera venir de fuera a interrumpir su silencio religiose , su vida claustral. Despues de corridos loscerrojos, pensaba todo Plassans, estamos en nuestra 84 E. ZOLA. casa, con la fruicion de un burgues que, sin temor de ser robado, seguro de que ningiin escandalo le ha de despertar, reza sus oracio- nes y se mete en la cama. Creo yo que no ha- bra en el mundo otra ciudad ma's refractaria a salir de su rutina ni que mas haya tardado en abandonar sus costumbres monjiles. La poblacidn de Plassans estd dividida en tres grupos , tantos como barrios y como circu- los sociales. Pero en ellos no hay que incluir a los empleados del gobierno, al subprefecto, a: recaudador de contribuciones, al registrador do hipotecas, al administrador de correos, yotros funcionarios, quesonpoco estimadosenelpais, y a los cuales tolera tan solo la poblacidn. Esta. la poblacidn propiamente dicha , los habitantes naturales de Plassans , que alii nacieron y ere- cieron, y que estan firmemente resueltosa mo- rir en su pueblo natal, respetan muchisimo los usos establecidos y las clases tal cotno estan 'divididas, y por nada del mundo seria capaz ninguno de ellos de invadir el circulo que no le es propio. Los nobles viven enperpetua clausura. Des- de la caida de Carlos X apenas salen, y si al- LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 85 guna vez lo hacen por necesidad , parece que an secreto afan los aguijonea para que vuelvan a sus casas, andan furlivamente, y cualquiera diria que estan en pais enemigo. No visitan nadie, ni aun entre ellos mismos se tratan. Solo algunos curas frecuentan aquellos de- siertos salones. En verano habitan los casti- llos que poseen en los alrededores de la pobla- cidn , y en invierno pasan el tiempo solitaries al lado de sus hogares. Son muertos que se aburren de existir: asi es que en su barrio reina la misma calma que en un cementerio. Tienen las puertas y las ventanas cerradas a piedra y lodo, de suerte que sus casas parecen una serie de conventos, ajenos a todo lo que esta fuera de sus recintos. De vez en cuando cruza un cura por las calles, y su andar dis- creto hace resaltar ma's y mas aquella tran- quilidad sepulcral ; luego desaparece por uno de los mudos portalones , y todo vuelve a que- dar como una lumba, frio y silencioso. Los burgueses, los comerciantes retirados, los abogados, los escribanos , todo aquel pe- queno circuloJ)ien acomodado y ambicioso que puebla la parte nueva de la ciudad , trata en 8t> E. ZOLA. vano de dar algo de vida a Plassans. Frecuen- tan las reuniones de casa del subprefecto, y suefian con dar analogas fiestas a sus iguales. De buen grado se procuran popularidad , hala- gan a los obreros con familiaridades que juz- gan muy dignas de agradecimiento , hablan con los iabradores de las cosechas , leen dia- riainente los perio'dicos , y los domingos salen a pasear en familia. Estos son los unicos que se atreven a burlarse de las murallas y repre- sentan el espiritu de progreso en la ciudad; has- ta se atrevieron a hablar de urbanizacion, enca- reciendo la necesidad de demoler aquellos pare- dones, vestigios deotras edades. Pero no obstan sus ideas avanzadas para que el mas esce'ptico de todos ellos se ponga orondo y lleno de ale- gria cuando algiin marques 6 algiin conde se digna honrarle con un protector saludo. El suefio dorado de cualquier burgue's de Plas- sans es ser recibido en los salones de un aris- tdcrata del barrio de Saint-Marc. Mas como quiera^que saben hasta que" punto esirrealizable su ensuefio, desquitanse de su despecho pre- sumiendo de libre-pensadores, aunque lo son nada mas de palabra , porque al menor asomo LA FORT UNA DE LOS RCUGON. 87 de conmocitin popular, ya estan buscando arn- paro en la autoridad, y echandose en brazos del primer Salvador que se les ofrece. El grupo que trabaja y vejeta en elantiguo barrio, no es tan concreto en su formacion. El pueblo y los obreros constituyen mayoria en el, pero Iambi e'n figuran entre ellos algunos comerciantes pequenos , y unos pocos , muy pocos, mercaderes de alto coturno. En honor de la verdad sea dicho, estd muy lejos Plassans de ser un centro importante de comercio: este reducese a cambiar por otros productos los naturales del pais; el aceite, el vino y la almendra. Cuanto a industria , esta representada por tres 6 cuatro curtidores que apestan una de las calles del barrio antiguo; varios sombrereros diseminados por todo el , y una fabrica de jabon , relegada a un extremo del arrabal. Este pequeno circulo industrial frecuenta el trato de los burgueses en las grandes festivida- des; pero de ordinario vive entre los trabajado- res de la parte vieja de la poblacidn. Comer- ciantes, grandesfy chicos , y obreros, tienen intereses comunes que los unen , haciendoles 88 E. ZOLA. constituir una sola familia. Los Jomingos- tan solo , los amos se lavan las manos y forman rancho aparte. Un quinto del vecindario de la ciudad esta constituido por obreros, que habitan disemi- nados , y pululan , mezclandose con los vaga- bundos por las calles. Sdlo una vez por semana , cuando hace buen tiempo, se encuenlran reunidos los tres barrios de Plassans. El doiningo, despues de visperas, la poblacion entera se dirige a las alamedas de Sauvaire ; hasta los mismos aris- tdcratas obedecen a la costumbre de vez en cuando. Pero en aquella especie de boulevard, plantado de arboles a uno y otro lado , se es- tablecen tres corrientes perfectamente distin- tas. Los burgueses del barrio moderno solo pasan una vez por 61, salen por la Grande- Porte , toman por la derecha, y pasean arriba y abajo por la avenida del Mail, hasta que em- pieza a obscurecer. Entretanto, la aristocracia y el pueblo cornparten el boulevard. Hace mas de un siglo, la nobleza escogid para pasear la calle de platanos, que esta mas al Sur , en la cual hay muchos hoteles , y que es la primera LA FORTONA DE LOS I'.OUGOX. 89 de la cual el sol se relira; el pueblo , a su vez, recorr e la otra, que corresponde al Norte: en ella estan los cafes, las fondas y los estancos. Alii cada clase social en su campo, da vueltas y ma's vueltas, sin que, a noser por rara ca- sualidad, un aristocrata 6 un proletario invada el que no le pertenece. Forman dos lineas para- lelas, como si en este mundo no debieran nunca encontrarse los que por las dos calles pasean : estan separadas solo por algunos metres , y tan corto espacio material, en el orden moral, y con respecto a los que las frecuentan , equivale a millones de leguas. Hasta en epocas revolucio- narias, cada una de aquellas colectividades ha conservado su paseo. Este reglamento, no es- crito, pero pacientemente obedecido por todos, es otro antecedente, como la costumbre de cerrar las puertas por las noches, para servir de ter- mino de comparacionaljuicio que los habitan- tes de Plassans inerecen que de ellos se tenga. En este medio ambiente particular vegeto hasta 1848 una familia t)bscura y poco consi- derada en la ciudad, cuyo jefe, Pedro Rougon, figure mas tarde, y tuvo cierta importancia, merced a especiales circunstancias. 90 K. ZOLA. Pedro Rougon era hijo de un labrador. La familia de su madre, los Fouque (asi los lla- maban), poseia, a fines del siglo pasado, una extensa propiedad situada en el arrabal , detras del antiguo cementerio de Saint-Mittre; mas adelante, este terreno fue incorporado al Jas- Meiffren. Los Fouqae eran los labradores mas ricos del contorno ; surtian de hortalizas a todo un barrio de Plassans. Algunos anos antes de la revolucidn del 89, se extinguio enunahembra elnombredela casa. Adelaida, nacida en 1768, quedd huerfana a los diez y siete anos. Aquella joveri , cuyo padre murid loco, era muy alta, delgada , pa- lida, de mirar extraviado y singulares ado- manes, que , raientras fae nina , bien pudieron atribuirse a su caracter aspero y huraiio; pero a medida que fue creciendo, haciase mas rara todavia. Hizo varias cosas que los mas pruden- tes y avisados del barrio no supieron expli- carse razonablemente, y desde aquel pun to comenzd a correr la vo^ de que tenia el cerebro huero como su padre. Estaba sola en el mundo seis meses hacia apenas, y era duefia de un pa- trimonio tan considerable , que representaba LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 91 un gran partido; de la noche a la manana, los mejor enterados de su vida intima. quedaron perplejos al saber que iba a casarse con un jar- dinerollamado Rougon,procedente delosBajos Alpes, y famoso por su rudeza y brutalidad. El tal Rougon entro al servicio del ultimo Fouque, y, despu6s de la muerte de este, queddse al servicio de la hija. De subito paso de criado a marido. Este matrimonio fue origen de in- finitos cabildeos: nadie se explicaba por que Adelaida preferia a un pobre diablo, brutal, ordinario, que apenas sabia hablar frances, al sinniimero de mozos , hijos de buenas casas del pais, que nacia largo tiempo andaban ron- dandola. Y como en los pueblos nada puede quedar sin explicacion, bien pronto encontrd la maledicencia conseja sobre la cual fundar tan extrana conducta: sentose como seguro que el matrimonio habiase hecho indispensa- ble entre gent-o honradas , como Adelaida y el montanes Pero los hechos se encargaron de desmentir la historia aquella. Adelaida tardd en parir un anu justo. No por esto cedio la chismografia : el arra- bal no podia consentir que se le dejara por 92 E. ZOLA. embustero; necesilaba explicarse el hecho ca- lificado de extraordinario, y los Rougon fueron en adelante objeto del mas severe espionaje. A poco, otro cuento tomo cuerpo, corrieado de boca en boca : fundabase en un aconteci- miento uuevo, y todavia mas raro, si cabe, que el primero. Rougon murio de repente, a los diez y nueve meses de su matrimonio, de resultas de una insolacion que tomo entrecavando un campo de zanahorias, despues de comer. Antes de un ano la viuda did un gran es- candalo. Siipose de cierto que tenia un aman- te ; no hacia nada por ocultarlo ; muchos ase- guraban haberla oido tutear en piiblico al sucesor del pobre Rougon. jTener un ainante antes de cumplir el ano de viudez ! \ Que ho- rror! jAquello era inaudito! Semejante olvido de las conveniencias sociales era monstruoso y fuera de toda raz6n. Y lo que mas hizo que el escandalo llegase al colmo , fue la extrana eleccion de Adelaida. Vivia en el fondo del callejdn de Saint- Mittre un hombre de mala nota , al cual todos nombraban con desprecio , diciendo: ese va- gabundo de Macquart;). Por espacio de sema- LA FORTONA DE LOS ROUGON. 93 nas enteras desaparecia, para tornar a exhibir- se luego con las manos vacias, silbando y paseando como si tal cosa. Las mujeres, que le veian pasar, sentadas en los umbrales de sus casas, decian: jGalla! jYa esta ahi ese va- gabundo de Macquart! Habra escondido el fardo y la escopeta en algiin barranco del Viorne, y ahora viene comoquien nunca rom- pio un plato. La verdad era que aquel hombrc no tenia rentas, y, sin embargo, durante las cortas temporadas que pasaba en Plassans co- mia, bebia, gastaba y triunfaba, y nadie sabia de ddnde sacaba el dinero. Sobre todo, bebien- do era atroz: se melia en una laberna , pedia vino, y solo, sin ver, ni oir, ni hacer masque beber , pasaba horas y horas. Cuando el tabernero cerraba su tienda , Macquart salia silencioso, erguido, con paso firme, como si la borrachera le enderezase. Anda Macquart muy tieso : pues esta borracho perdido , decian los del arrabal, al verle retirarse a su madri- guera. Porque cuando no esiaba ebrio,andaba ligeramente encorvado, evitaba las miradas curiosas de sus vecinos, y huia de la gente con una especie de temor salvaje. 94 E. ZOLA. Desde que rnurio su padre, viejo curtidor, dejandole por todo patrimonio aquella casu- cha en el callejon de Saint-MiUre , nadie habia vuelto a conocer ningiin pariente suyo. La pro- ximidad de las fronteras y la veciudad de los monies de la ribera del Seille habian hecho de aquel hombre perezoso un contrabandista y un cosario al propio tiempo: y aquellas dos pro- fesiones habianle, a sa vez, convertido en uno de esos seres de cara sospechosa, de los cua- les , cuando se les ve , se piensa : Noqui- siera encontrarme cara a cara con ese indivi- duo una noche, en medio del camino,ya solas. Era alto, barbudo, de rostro enjuto y mi- rada torva ; el terror de las mujeres del arra- bai , las cuales le acusaban de comerse crudos a los chiquillos. Apenas tenia treinta anos, y representaba cincuenta. Entre los remolinos de su barba, debajo de los mechories de cabe- llos crespos que le caian sobre la frente, se- mejantes a las lanas de un perro de aguas, solo se distinguia el siniestro brillo de sus ojos gri- ses, un brillo Iriste , furtiva mirada de un hombre con instinlo de independencia, vaga- LA FORTUNA. DE LOS ROUSON. 95 bundo , al cual el vino y la angustiosa vida del paria ban convertido en malvado. Si bien es cierto que ningun crimen se le podia imputar con fundamento, no lo es ine- nos que no sucedia en el conlorno robo ni ase- sinato del cual no fuera Macquart sospechoso para todo el mundo. j Y aquel ogro, aquel ban- dolero, aquel vagabundo, era el escogido por la viuda de Rougon ! En veinte meses, esta tuvo de el dos hijos, un var6n y una hembra. Pero no por ello pen- saron siquiera en el matrimonio los amantes. Semejaute audacia y tamano descaro no se ha- bian jamas visto en el arrabal. Tal fuela estu- pefaccion que produjo ver que Macquart habia encontrado una querida joven y rica , que las comadres, desorientadas en absolute, hasta llegaron a compadecer a Adelaida. jPobrecilla! (decian.)Esta complelamente loca. Si tuviera siquiera fainilia, hace ya mu- cho tiempo que eslaria encerrada. Y como siempre ignoraron todos los aiitece- dentes de aquellos estrambdticos amores, el tal Macquart cargo con la culpa de haber abusadode la insensatezde Adelaida para robarle el dinero. 96 E. ZOLA. El hijo legitimo, Perico Rougon, crecid jun- to a sus hermanos naturales. Adelaide conser- vd consigo a los bastardos Antonio y Ursula (los lobeznos , asi los llamaban en el barrio), y los trato ni mas ni menos liernamente que al de su primer marido. Cualquiera hubiese dicho que no tenia conciencia de la situacidn en que habia colocado a aquellas dos pobres criaturas. Para ella , tanto eran sus hijos unos como otros. A lo mejor salia a la calle con Pe- dro de una mano y Antonio de la olra , no pa- reciendo darse cuenta de la diferencia profun- disima con que eran ya mirados sus queridos pequenuelos. Era aquella una casa muy extravagante. Por espacio de veinte anos , hijos y madre vivieron como se les antojd; en completa li- bertad. Todo crecid alii libremente. Luego que fue mujer del todo forinada , Adelaida continue siendo la de siempre. No una loca como la gente aseguraba , pero si una criatura en la cual faltaba equiiibrio entre la sangre y los nervios; victimade una especiede dislocacidn cerebral y cardiaca , que la hacia vivir fuera delas costumbres y fuera de la vulgaridad. Era LA FORTCNA DE LOS ROUGON. 97 inuy natural, muy logica consigo inisma; solo que su logica se convertia en demencia para el vulgo. Parecia que gozaba proclauiando male- volainente que en su organismo todo iba de inal en peor, cuaudo lo que le pasaba era que obedecia con una sencillez infantil a los infle- xibles impulsos de su teniperamento. Desde el primer par to quedo sujeta a crue- les ataques nerviosos , que se rnanifestaban con horribles convulsiones. Estas crisis se le reproducian periodicameute cada dos 6 tres meses. Los medicos a quienes consulto le di- jeron que para su mal no habia mas remedio que el tiempo; que la edad calinaria aquellos acce- sos. Limitaronse a niandarla comer came me- dio cruda y beber vino de quina. Estos repeti- dos ataques acabaron de desconcertarla. Vivio como una nina, como una bestia carinosa, que existe y precede por instinto. Guando Macquart andaba de viaje, pasaba Adelaida los dias ocio- sa , sin mas ocupacion que mimar a sus hijos y jugar con ellos. Despues que su amante vol- via, se eclipsaba a los ojos de todo el mundo. Detras de la casucha de Macquart habia un corralillo que la separaba de la propiedad TOMO I. 7 E. ZOLA. de los Fouque. Una naanana, los vecinos que- daron sorprendidos al ver en la tapia media- nera una puerta qae el dia antes no existia. En una hora , lodos los habitantes del arrabal visitaron las casas vecinas a la de la viuda, para atisbar por las ventanas. Los amantes de- bieron ocupar toda la noche en abrir la puerta y poner el marco y las hojas. En adelante po- drian comunicarse por ella sin necesidad de salir a la calle. El escandalo se reanimo,y Adelaida fue juzgada con mas severidad: re- sueltamente era la deshonra del barrio : aquella puerta, aquella franca confesion desu falta, la fue mas criticada que el nacimiento de los dos ninos. Que cubran las apariencias al menos, decian. Pero Adelaida desconocia lo que era cubrir las formas , y estaba muy contenta y muy orgullosa de la puerta aquella : habia ayudado a Macquart a arrancar las piedras de la pared ; habia amasado el yeso para que la tarea se acabara antes ; por eso al dia siguien- te fue gozosa como uiia chiquilla a contemplar la obra, todavia fresca; aquello parecid el col- mo de la desvergiienza a varias comadres que la observaban. LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 99 Desde entonces , cada vez que Macquart rea- parecia despues de una ausencia mas 6 rneuos larga , todos creian que Adelaida desaparecia porque iba a vivir con 31 en la casucha del call ej on de Saint-Mittre. El contrabandista volvia de sus expedicio- nes con mucha irregularidad , y siempre sin aviso previo. Nunca se pudo saber que genero de vida hacian los amantes , mientras el es- taba en Plassans , que nunca era mas de dos 6 tres dias. Encerrabanse en su casa, de suerte que parecia que estaba deshabitada. Habiendo el arrabal resuelto que Macquart habia seduci- do a Adelaida para comerla el dinero , todo el mundo estaba admirado de verle hacer la vida de siempre , andando por montes y por valles, y tan mal vestido como de costumbre. Acaso la joven viuda le amaba mas por los intervalos que sufrian sus a mores; acaso habiase el re- sistido a dejar su existencia aventurera , por- que esta era su manera de vivir , y no podia cambiarla aun queriendo. Inventaron mil fabu- las, sin que ninguna explicase satisfactoria- mente una alianza extravagante, que subsistia contra toda razon jle existencia. La vivienda 100 E. ZOLA. del callejdn de Saint-Mittre permanecid her- meticamente cerrada, y guardd discreta el ar- cano. Adivinaron las gentes que Macquart debia pegar a Adelaida , aunque ni el menor ruido delatd la mas insignificante querella. Eu varias ocasioues vieronla con la cara llena de inoraduras y los cabellos arrancados ; pero no se manifestaba dolorida , ni siquiera triste , y las nioraduras no parecian preocuparla lo mas minimo, Sonreia , y su rostro revelaba calma y felicidad ; por lo vislo, se dejaba aporrear sin pronunciar palabra. Esta existencia durd quince anos. Cuando Adelaida volvia a su casa, por do- quier encontraba huellas del pillaje consi- guiente al abandono ; pero ni se quejaba , ni a nadie reprendia. Carecia por completo de sen- tido practice. El valor de las cosas, las ideas de economia y orden , la eran desconocidas. Sus hijos crecieron como los ciruelos que nacen al borde de un camino y se desarrollan a merced de la lluvia y del sol. Asi dieron fru- tos naturales, como arboles bravios, a los cua- les la podadera no ingertd ni podd. Nunca fue la naturaleza menos contrariada que en este LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 101 caso; jamas seres raalhechores se criaron con mas franqueza y mayor sumisidn a sus instin- tos congenitos ; revolcandose en los plantios, al aire libre, pegandose y jugaudo corno los gorriones. Robaban la despensa de la casa, de- vastaban los frutales de la huerta , eran los de- monios familiares , alborotadores y ladrones de aquella casa , asilo de una liicida locura , re- velada por doquier. Cuando su madre desaparecia por espacio de dias enteros, armaban tal alboroto , tales y tan diab61icos juegos inventaban para moles- tar a la gente, que los vecinos se veian obliga- dos a amenazarlos con un latigo. Adelaida no les imponia maldito el respeto : cuando ella es- taba en la casa , eran menos insoportables para lavecindad, porque convertian en victima a la madre , faltando a la escuela cinco 6 seis ve- ces por semana , y haciendo lo posible por me- recer un castigo que les permitiera berrear a su gusto. Y eso que jarnas les pegaba ni se descomponia siquiera : languida, tranquila, sonadora, vivia feliz en medio del ruido y el desorden. LI ego a necesitar aquella baraunda para completar la vida de su cerebro. Guando 102 I. ZOLA. oia decir : Sus hijos llegar^n a pegarla y la es- tara bien empleado, sonreia ; y con su gesto indiferente parecia decir: j Qua* importa ! En el fondo de su conducta habia mas interes por su propio bienestar que por el de sus hijos. La huerta de los Fouque hubie'rase convertido en un erial despue"s de tantos anos de abandono, si Adelaida no hubiese tenido la buena idea de arrendarsela a un activo 6 inteligente hortela- no. Aquel hombre, que tenia las tierras a me- dias , sin que ella lo notase la robaba con pas- moso descaro; pero, asi y todo , como para ro- barla mas y mejor, procuraba sacar mucho producto a la finca , al cabo del tiempo llego a duplicar el valor de ella. Sea que un secreto instinto le impulsara, sea que desde rnuy nino advirtiera la diferente acogida que el y sus hermanos merecian, Pedro domino a e"stos siempre. Guando renian, aunque 61 era mucho mas d6bil que Antonio, pegabale como si fuera el amo. Guanto a TJr- sula, pobre criatura, debily raquitica, recibia los vapuleos indistintamente de uno y deotro. Hasta los quince 6 diez y seis anos , los tres hermanos se zurraron f raternalmenle , sin ex- LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 103 plicarse el vago odio que sentian unos por otros , sin comprender concretamente hasta que punto eraa extranos. Peru al llegar a mo- zos, hallaronse cara a cara, y cada cual con su personalidad del todo definida. A los diez y seis anos Antonio era un mozalbete , en quien estaban fundidos todos los defectos de Mac- quart y de Adelaida. Los de aquel, sin embar- go, parecian mas caracterizados : como el, era holgazan, y predispuesto a la embriaguez y a la brutalidad. Pero bajo la influencia del tern- peramento nervioso de su madre, aquellos vi- cios, que enMacquart se manifestaban con una franqueza sanguinea, se revelaban en el hijo con una hipocresia cobarde y redomada. An- tonio se parecia a su madre en su total caren- cia de voluntad, en el egoismo de mujer volup- tuosa,que le hacia aceptar un lecho cualquiera, por infame que fuese , con tal que pudiera re- volverse y dormir caliente. 'gica por naturaleza tenia la debilidad de ser supersticiosa. Hasta enton- ces nada les habia salido bien ni a ella ni a su padre, a pesar de sus constantes esfuerzos. Aqiiellas exaltaciones meridionales eran un bien para la.lucha, desde el momento en que se creia libre de la gettatura : el destine perso- nalizado , huinanizado , por decirlo asi , resul- taba para ella un enemigo de carne.y hueso , al cual se podia estrangular, contando con el cambio de fortuna. Los hechos vinieron d confirmar sus pre- ocupaciones. La rnala suerte torn6. Un nuevo desastre cada ano estremecia la casa Rougon. Ya era una bancarrota que le cogia una parte del capital; ya un error en punto a presagiar la LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 129 buena 6 mala cosecha del ano ; ya el fracaso de tal 6 cual negocio , al parecer garantido y se- guro. Era un combate sin tregua ni cuartel. Convencete. Ya ves cdmo he nacido en mal signo, decia Felicitas con amargura. Y, no obstante, se encarnizaba furiosa , sin comprender por que ella, que en los comienzos del negocio tuvo tan buen olfato para una es- peculacion, solo daba ya deplorables conse- jos a su marido. A no ser por la terquedad de su mujer, Pe- dro, menos tenaz y harto abatido, hubiera li- quidado la casa cien veces. Peroella queria ser rica. Comprendiaquesus ambicionesno podian asentarse mas que sobre una verdadera for- tuna. Guando tuvieran unos cuantos centena- res de miles de francos , serian los amos de la ciudad : haria elegir a su marido para desem- penar algiin cargo piiblico importante, y ella seria la que gobernara. No era conquistar ho- nores lo que la preocupaba ; se reconocia Men armada para aquella lucha. Pero sin unos cuantos talegos de escudos , era impotente , y ganarlos costaba mucho, con tan mala suerte. Manejar a los hombres no la asustaba ; lo que TOMO I. 9 130 E. ZOLA. la llenaba el corazon deespanto eran aquellas miserables piezas de inetal, inertes, blancas y frias, sobre las cuales su talento intrigante no tenia poder , hasta el punto de que , a pesar de tantos esfuerzos, permanecian estupidas y desobedientes. Mas de treinta aiios duro la campona. La muerte de Puech fue un nuevo mazazo. Conta- ba Felicitas heredar sobre unos cuarenta mil francos; pero, muerto el viejo, se supo que, para pasar mejor los ultimos dias de su vida, habia colocado el dinero, donandolo para des- pues de su muerte, a cambio de un muy crecido interes. Tal fue el disgusto, que la mujer de Rougon estuvo enferma. A medida que pasaba el tiempo agriabase mas y mas , enflaquecia y se hacia mas seca y mas estridente su voz. Viendola ir y venir desde por la manana hasta por la no- che alrededor de las tinajas del aceite , cual- quiera hubiese dicho que trataba de activar la venta con aquel revolotear de mosca inquie- ta. Rougon , por el contrario , parecia que los disgustos le engordaban y le hacian mas pesa- do y mas grosero. Pero aquellos treinta anos de LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 131 lucha no los condujeron a la ruina. Al hacer inventario todos los anos , encontrabanse como antes ; lo que en una cosecha perdian, en la otra lo ganaban. Esta vida al dia era lo que exaspe- raba a Felicitas. Mejor hubiera querido quebrar de una vez, pero bien , con ruido. Acaso en- tonces hubiesen roto el hielo, en vez de empe- narse en ir adelante con el negocio primitive, quemandose la sangre para ganar lo estricta- mente indispensable para vivir. En un tercio de siglo no lograron ahorrar cincuenta mil francos. Hay que anadir que, desde los primeros anos del matrimonio, Felicitas did poco a poco luz una porcion de hijos, los cuales , al cabo de algiin tiempo, convirtieronse en penosa car- ga. Como otras tantas mujeres chiquitas ydeli- cadas , era fecunda , como nadie hubiera podido imaginar al ver la raquitica estructura de su cuerpo. En cinco anos , desde 1811 hasta 1815, tuvo tres hijos, uno cada dos anos. En los cuatro siguientes , did a luz dos ninas. Para hacer crecer a los chicos , no hay como la vida placida y animal de- las provincias. Los dos, Felicitas y Pedro, acogieron muy mal a los dos 132 E. ZOLA. ultimos frutos de bendicidn ; cuando no hay dote que darles , las hijas son un tremendo engorro. Rougon dijo delante de todo el que le quiso oir, que aquello era insoportable , y bastaba y sobraba ya ; que el diablo se acredi- taria de listo si era capaz de enviarle un sexto hijo. En efecto : Felicitas no pario mas. Si no, sabe Dios addnde hubiera ido a parar. Pero no se crea que la mujer de Rougon miraba como causa de ruina a toda aquella tropa de hijos. jMuy al contrario! Sobre ellos reconstruyti el edificio de sus esperanzas , que se habia derrumbado casi. No tenia aiin diez anos el mayor , cuando ya sonaba ella en su porvenir. Dudando veneer por simisina, espera- ba de ellos que le sirvieran mas adelante para ahuyentar de la casa la mala suerte. Satisfarian sus vanidades, dandole las riquezas que hasta entonces babia perseguido en vano. En ade- lante , sin desatender la lucha en la casa de comercio, emprendio otro plan de ataque,para alcanzar hasta donde sus instintos de domina- cion la impulsaban. No podia comprender que desus tres hijos, uno, al menos, no fuera horn- bre tan superior , que a todos los enriqueciera. LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 133 Lo presentia, segiin aseguraba. Asi fue que cuidaba a los chicuelos con un afan , en el cual habia severidad de madre y ternura de usure- ro. Procuraba conservarlos y favorecer su des- arrollo, como si se tratara de un capital que mas adelante hubiera de darle crecidos inte- reses. Pero, dejalos, mujer (decia Pedro). To- dos los hijos son unos ingratos. Los malcrias y nos arruinas. Guando Felicitas hablo de mandarlos al co- legio, Rougon se enfadd. El latin era un lujo iniitil. Bastaba que estudiaran en una escuela inmediata al almacen. Felicitas no hizo caso: tenia aspiraciones mas altas , que le hacian considerar como origen de legitimo orgullo la kuena educacion de los hijos: ademas, conocia que si los suyos habian de llegar algiin dia adonde ella deseaba , precise era que fuesen mas instruidos que su marido , totalmente ig- norante en punto a ciencia. Sonaba con verlos en Paris a los tres, ocupando altos puestos que no precisaba. Guando Rougon cedio , y los tres mucha- <;hos comenzaron la segunda ensenanza, Fe- 134 E. ZOLA. licitas experimento verdaderos dias de su- prema felicidad, satisfacciones de su orgullo, como jamas las habia teiiido. Los oia hablar entre ellos de los maestros y de los estudios con verdadera fruicidn. El dia en que el pri- mogenito hizo declinar en su presencia el musa , musae a uno de los peqaenos , pareciale a la madre que escuchaba una musica delicio- sa. Y, dicho sea en honor suyo, su felicidad en aquellos momentos estaba exenta de calculo. Hasta Pedro se dejo dominar por aquella emo- cidn que experimenta el hombre ignorante cuyos hijos estudian y saben mas que el. La amistad que se entablo entre los de Rou- gon y Felicitas con los de las faruilias mas en- copetadas de la ciudad, acabo de embriagar al uno y a la otra. Los chicos se tateaban con el hijo del alcalde, con el del subprefecto, y hasta con dos 6 tres mozuelos del barrio de Saint-Marc , cuyos padres se habian dignado mandarlos al colegio de Plassans. Felicitas no sabia con qu6 pagar tan incomparable honor. La educacidn de los tres muchachos grabo con- siderablemente el presupuesto de la casa. Mientras cursaban el bachillerato , Rougon LA FORTUNA DE LOS ROUGON. i35 y su mujer, que los sostenian en el colegio gracias a verdaderos sacrificios , vivieron con la esperanza del exito. Luego que todos obtu- vieron el diploma de bachiller, Felicitas quiso coronar su obra, y decidio a su marido a man- dar a Paris a los tres mozos. Dos de ellos emprendieron la carrera de le- yes, y el otro se dedico a lade medicina. Cuan- do todos ellos terininaron sus estudios, y, des- pues de poner & punto de hundirse la casa de su padre , vieronse en la necesidad de tornar a su pueblo natal , comenzo la desilusidn. La ca- pital de provincia recogio su presa. Los tres jovenes vegetaban y se embrutecian. Entonces toda la acritud del fracaso agolpdse a la gargan- tade Felicitas, yla ahogaba. Sus hijoslahabian precipitado a la bancarrota , la habian arrui- nado, sin darle el interes que espero sacar a su capital de sacrificios y privaciones por es- pacio de tantos anos. Este postrer golpe del infortunio rale do- blemente doloroso, porque la heria en su amor propio de mujer y en su vanidad de madre. Rougon la repetia a todas horas : ^Ves? Ya te lo dije yo. 136 E. ZOLA. Y esto la exasperaba mas y mas. Un dia echo* en cara al primoge'nito los dispendios que habia ocasionado la educacidn suya y la de sus hermanos. El joven repuso, con mas amargura si cabe que la revelada en las palabras de la madre : For lo que a mi toca , si puedo , algiin dia os devolvere ese dinero. Pero, no teniendo for- tuna, hicisteis mal en educarnos asi. Mas va- liera que hubierais hecho de los tres honrados artesanos , y en vez de vivir como ahora , pos- tergados. y sufriendo a todas horas , seriamos tres hombres de provecho para vosotros y para el mundo. Felicitas comprendio todo el alcance de es- tas palabras. Desde aquel dia no volvio a re- criminar d sus hijos, y todo su encono dirigio- se al destino, que sin darse punto de reposo la fustigaba. Deshaciase en lamentaciones, y se quejaba de la falta de dinero, que la hacia naufragar a la vista del puerto. Cuando le decia Rougon : Tus hijos son unos holgazanes que nos empujan hacia el fondo del precipicio, replicaba ella con acri- tud : jOjala pudiese darles mas dinero aun. LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 137 Que quieres que hagan los infelices , si no tie- nen un centime nunca? Al comienzo del ano 1848 , en visperas de la revolucion de Febrero, los tres hijosde Pe- dro ocupaban en Plassans una posicion bien precaria por cierto. Aunque nacidos de la misma raiz, eran tres tipos diversospor sus caracteres y sus cuerpos, aunque paralelos en punto a aspiraciones y fa- cultades para realizarlas. Valian mas que sus progenitores. La influencia de las mujeres era la que debia afinar el tipo de raza primitive. Adelaida hizo de Pedro un hombre de mediano talento, apto para ambiciones de baja estrac- cion ; Felicitas doto a los hijos de Rougon de aptitudes mejores, mas latasy mas delicadas, tanto para grandes vicios como para sublimes virtudes. Por aquella epoca, el primogenito , Eugenio, contaba cerca de cuarenta anos. Era un hombre de mediana estatura , un poco calvo y un tan- tico obeso. Teiiia toda la fisonomia de su padre; una cara larga , de facciones muy acentuadas : debajodela piel abundaba lagrasa, la cual daba redondez a las formas y un color amarillento 138 E. ZOLA. de cera al cutis. Pero si en la rudeza del cuer- po y en la estructura del craneo se revelaba el campesino, cuando levantaba los gruesos parpados , su fisonomia se transfiguraba ; pare- cia iluminarse por dentro. En el hijo la grose- ria del padre convertiase en gravedad. De ordi- nario parecia somnolente: con sus gestos y sus actitudes lentas y perezosas, asernejaba un gigante medio dormido, desperezandose, esti- rando los poderosos miisculos y esperando el momento oportuno de entrar en accion. Por uno de esos mal llamados caprichos de la na- turaleza, cuyas ieyes comienza la ciencia a descubrir , a Pedro habia correspondido trans- mitir a su hijo las formas de la materia bruta y a Felicitas la materia pensante. Eugenio era un caso curiosisimo : como revuelto con ella, debajo de la ruda corteza del padre ocuitabase la finura y la amplitud de las facultades mo- rales e intelectuales de la madre. Tenia gran- des ambiciones, instintos autoritarios y un desprecio soberano por las rastrerfas y los pe- quenos triunfos. Era casi una prueba viviente de que , segiin sospechaba todo Plassans, por las venas de Felicitas circulaban algunas LA FOftTL'NA I>K LOS ROUGON. 139 gotas de sangre noble. Los apetitos brutales de goce material que en los Rougon se manifes- taban con furia, siendo el sello caracteristico de la familia , revelabanse en Eugenio con una grandeza considerabilisima; queria gozar, pero no con el cuerpo , con el espiritu , satisfa- ciendo su afan de mando. Un hombre eomo el no habia nacido para realizar sus ideales en un rincon del mundo. Vegetd en Plassans por espacio de quince anos, con los ojos fijos en Paris, aguardando la oca- sidn de alzar el vuelo. Desde que tornd a sus lares, para no comer" acaso el pan de sus pa- dres, inscribiose en el colegio de abogados de la localidad. Tuvo negocios, aunque pocos, y fue subviniendo a sus necesidades en la obscu- ridad, sin manifestarse con mas alcances que las medianias. En Plassans decian que tenia la voz may pastosa para hablar en publico, y las actitudes muy toscas. Raras veces gano los pleitos que le encomendaron por el solo influjo de su palabra: de ordinario saliase de la cues- tidn, divagaba, segun decian los reputados como celebridades de la ciudad. Sobre todo, una vez, defendiendo a un cliente que reclama- 140 E. ZOLA. ba danosy perjuicios, olvidose del asunto de su discurso, y se perdio en un dedalo de consi- deraciones politicas, hasta el punto de darmo tivo al Presidente para interrumpirle. Sin re- plicar ni defenderse, toino asiento, y al hacer esto sonreia con extrana expresion. El cliente fue condenado a pagar una cantidad bastante grande: mas no por esto dejo Rougon de per- derse en digresiones siempre que delante del tribunal tomaba la palabra. Los informes pa- recia que los consideraba como si fueran ensa- yos oratorios, que mas adelante hubieran de servirle como estudios preliminares. Esto no lo comprendia Felicitas, y se deses- peraba. Por su gusto, su hijo hubiera sido el que dictase las leyes en Plassans. Acabo por formar una muy pobre opinion de su primoge- nito : segiin ella , aquel hombre extrano, cuya inteligencia parecia adorrnecida , no podia ser la gloria de la familia. Por el contrario, Pedro fundaba en el una contianza absoluta , no por- que tuviera mayor penetracion que su mujer, sino porque, fijandose solo en la aparien- cia, en el exterior, se enorgullecia pensando en el talento de su hijo , que era su vivo re- LA FORTDNA DE LOS ROUGON. 141 trato. Un rues antes de las sangrientas jorna- dae de Febrero, Eugenio comenzo a* estar in- quieto : parecia que husmeaba la crisis. Desde entonces , el piso de Plassans le abrasaba los pies. Se le veia andar al acaso por los paseos como un alma en pena. De pronto , se decidio a marchar a Paris, aunque s61o tenia en su poder quinientos francos escasos. Aristides , el mas j oven de los hijos de Rou- gon, parecia antitesis de su hermano: eran opuestos geometricamente, por decirlo asi. Te- nia la cara y las avideces de su madre, y un caracter entrometido, apto para las intrigas de menor cuantia , en el cual predominaba el elemento dominante en su padre. A veces , la naturaleza necesita la simetria. Pequeno de cuerpo, con la cara puntiaguda como Felici- tas, su cabeza asemejaba un puno de bastdn tallado, retrato de un polichinela. Ansioso de goces, todo lo revolvia, en todo se mezclaba, sin escriipulo y sin delicadeza. Adoraba el dinero tanto como el poder su hermano. Mien- tras Eugenio sonaba con hacer al pueblo do- blegarse a su voluntad , y se embriagaba pen- sando en su futura omnipotencia, Aristides 142 E. ZOLA. imaginaba que era millonario , que tenia un gran palacio, que comia y bebia como im prin- cipe, y que saboreaba la vida con todos los senlidos y todos los 6rganos de su cuerpo. Pero deseaba que su foriuna surgiera de sii- bito, lo antes posible. Cuando emprendia la construccion de un Castillo en el aire, veiale elevarse a sus ojos como por arte magico: de la noche a la manana, teuia miles de talegos de oro; esto halagaba a su pereza, tanto mas, cuanto, sin pensar en los medios de conse- guirlo, tomaba por mejores los mas capaces de llevarle rapidamente al objeto deseado. La raza de los Rougon , de aquellos lugarenos avidos de goces , groseros , con apetitos de bestia, habiase refinado muy de prisa; todas las ansias de placer se ampliaban en Aristides triplicadas por la educacion , mas insaciables y mas peligrosas desde que el pensamiento las dirigia. A pesar de sus delicadas intuiciones de inujer, Felicitas preferia a Aristides sobre to- dos los otros hijos; no comprendia hasta qu6 punto era mas suyo Eugenio , porque en su constitucion moral tenia todos los fundamen- tos de la organizacion de su madre ; a pretexto LA FORTCNA DE LOS ROUGON. 143 de que el mas pequeno estaba llamado a ser la honra de la familia, excusabale su pereza congenita y sus necedades ; y pensando que un hombre superior debe llevar una vida des- ordenada hasta que sus facultades se revelan, pasaba gustosa por todo. Y por cierto que puso Aristides bien a prueba su indulgencia. En Paris hizo una vida desarreglada y ociosa: fue uno de esos estudiantes que toman los apuntes de la catedra en los figones del Barrio Latino. Y eso que solo dos anos curso en la Univer- sidad , porque su padre , al ver que no ganaba un ano siquiera , asustose , y al tercero retii- vole en Plassans , dedicandose a buscarle mu- jer , para probar si con la vida de familia sen- taba la cabeza. Aristides se dejo casar, como si tal cosa. Por aquella epoca no leia claro en su por- venir y estaban latentes sus ambiciones: la vida de provincia no le disgustaba del todo : nallabase muy a gusto, no ocupandose mas que de comer, beber, dormir y pasear. Felicitas manejo tan bien el asunto, y tanto puso de su parte, que logro de Pedro la promesa de reci- bir en su casa al joven inatrirnonio, con tal de 144 E. ZOLA. que el marido se ocupase en la casa de comer- cio. Desde entonces comenzd para Aristides una magnifica era de holgazaneria : pasaba los dias y la mayor parte de las noches en el Ca- sino , escapandose del escritorio de su padre como un colegial , para jugarse los pocos luises que su madre le daba a escondidas. Es menester haber vivido algiin tiempo en el rinc6n de una provincia , para poder apreciar la cantidad de embrutecimiento que en cuatro anos seguidos de hacer aquella vida se- apodero del joven. En cada pequena ciudad bay tambien un grupo de individuos que viven a expensas de sus padres , haciendo como que trabajan , y cultivando su congenita pereza con una asiduidad que tiene algo de re- ligidn. Aristides era el prototipo de esta espe- cie de vagos incorregibles , a los cuaies se les ve arrastrar su holgazaneria con cierta volup- tuosidad en el vacio de aquella existencia mo- notona 6 igual siempre. Pasd cuatro anos sin hacer mas que jugar al ecarte. Mientras 61 de- rrochaba la vida en el Casino, su mujer,una ru- bia languiday bobalicona, contribuiaala ruina de sus suegros, con su afan por los tocados lla- LA FORTUNA DE LOS ROCGON. 145 mativos y su apetito inconcebible , tratandose de tan debil criatura. Angela se moria por los cintajos azules y'por el rosfbeef. Era hija de un militar retirado, a quien llamaban el co- mandante Sicardot , un buen hombre que le did en dote diez mil francos , todas sus eco- nomias. En tan baja estima tenia Pedro Rou- gon a su hijo Aristides , que aceptd aquel partido como una verdadera fortuna. Y es el caso que aquella dote, al fin y a la postre vino a ser para el como una pena colgada del cuello. Su hijo era un bribdn, que sabia mucho : fin- giendo gran desinteres, entregd los diez mil francos a su padre , asociandose con el desde luego, y sin consentir tomar de ellos un solo centime. Nada nos hace falta (le dijo). Viviremos con vosotros mi mujer y yo, y luego ajusta- remos cuentas. Pedro andaba muy apurado, y aceptd, no sin algiin recelo , al ver la conducta de su hijo. Este pens6, y no le faltaba razdn , que su pa- dre sabe Dios cuando tendria diez mil francos disponibles; y que, mientras no pudiesen liquidar , el y su mujer podian vivir a expensas TOMO I. iO i46 E. ZOLA. de Rougon y Felicitas. Fueron unos cuantos bilietes de banco colocados al mil por ciento. Cuando el comerciante de aceite cayd en la cuenta del engano , el mal no lenia ya reme- dio : la dote de Angela estaba comprometida en negocios que iban de mal en peor. Furio- so, con el apetito de su nuera y la pereza de Aristides clavados en el corazon , hubo de conformarse y retener d su lado al joven ma- trimonio. Si en su mano hubiera estado, veinte veces se hubiese deshecho de aquella^wm- nera (asi decia el) , que le chupaba la sangre. Felicitas sufria con mas paciencia : Aristides, que sabia el flaco de su madre, la deslumbraba, consultandola a cada paso proyectos de nego- cios inverosimiles de puro productivos, a los cuales pensaba dedicarse en cuanto la suerte le fuera propicia. Por un azar de la fortuna, la suegra se llevaba muy bien con su nuera : ver- dad es que Angela no tenia voluntad , y se de- jaba manejar como un inueble. Cuando su mujer le hablaba de los futuros triunfbs de su hijo pequeno, Pedro se daba a todos los diablos, y la acusaba, atribuyendola las desgracias que conducian la casa a la rui- LA FOKTUNA DE LOS ROCGON. na. Enfurecido, buscaba camorra con su hijo; pero se estrellaba con la inapasible saugre frfa de Aristides y do Angela , que no dejaron de sonreir en los cuatro anos que permanecieron en casa de los padres de aquel. Habian sentado sus reales en ella, y permanecian inmoviles como masas inertes. For fin Pedro hizo un regular uegocio.ypudo devolver los diez mil francos a su hijo. Mas cuando quiso echar cuentas, armtfle Aristides tal cumulo de enredos , que , desesperado , hubo de dejarle marchar sin desconlarle un centi- mo por gasios de alimentacidn y alojamiento. Angela y su marido fueron a establecerse a dos pasos de casa de los Rougon , en la plazo- leta de San Luis , situada en el barrio viejo. En poco tiempo desaparecieron los diez mil francos. Era menester buscar un modus mven- di. Mientras le duro el dinero de Angela, Aris- tides siguio haciendo la vida de costumbre; pero cuando se le acabd, tornose taciturno y desagradable. Andaba por la ciudad con as- pecto lugubre ; ya no tomaba cafe en el Casi- no , pasaba las boras viendo jugar, tetrico, nervioso , pero sin osar coger las cartas nunca. 148 E.ZOLA. La miserialevolvid peordeloqueyaera.Mucho tiempo resistid empenado en no trabajar. En 1840, Angela parid un nino, a quien llamaron Maximo, y al cual tuvieron la dicha de ver protegido por su abuela , que se encargd de educarle y le mandd a un colegio tan luego como tuvo edad para el-lo, pagando a escondi- das la pension mensual. Aun asi, con esta boca menos en casa, Angela se moria de hambre, y tanto instd, que por fin Aristides resolvidse a buscar un destino. No sin esfuerzo logrd en- trar en la subprefeclura , y en ella estuvo diez anos, sin conseguir pasar de mil ochocientos francos de sueldo. Desde enlonces, ansioso de los placeres que conocia y la suerte le negaba , vivid fe- bril , con el corazdn prenado de envidias , ama- sando con hiel sus concupiscentes afanes. Su ruin posicidn le exasperaba : los ciento cin- cuenta francos que recibia todos los meses, le parecian un sarcasmodela suerte. Nuncahubo hoinbre mas aguijoneado por la sed de place- res y bienestar. Felicitas , a quien contaba sus penas , no estaba descontenta de verle ham- briento, porque esperaba que la miseria fuese el LA FORTUNA DK LOS ROUfiON. 149 latigo que hostigase su pereza. Cotno el ladrda que busca el instante propicio para aprovechar una ocasion imprevista , aunque ambicionada, no perdia un momento , siempre avizor y dis- puesto a sal tar sobre una presa. A principles delano 1848, cuando Eugenio se fue a Paris, tuvo intenciones de ir con el. Pero sin dinero no podia llevar consigo a su mujer tan lejos: su hermano era soltero, y no le envidio poco por esto. Hubo de resignarse a esperar una catastrofe en la cual pudiera hallar medio de satisfacer su codicia , y resolvio aguardar. El otro hijo de Rougon, Pascual, el que seguia en orden de primogenitura a Eugenio, parecia nacido de otros padres. Era uno de esos casos que a veces dan un solemne men- tis a las leyes naturales de la herencia. La naturaleza frecuenteinente produce un indi- viduo a quien transmite todos los elementos que nego a los demas desu raza, y se muestra esplendido con el, favoreciendole y prestandole todos los impulsos de su fuerza creadora. Pas- cual no se parecia a ningun Rougon, ni fisica ni moralmente. Era alto , de fisonomia dulce, pero severa , y tenia un amor al estudio, una 150 E. ZOLA. modestia y una rectiiud de principios que con- trastaban singularmente con la febril ambicidn y con las aptitudes poco escrupulosas de los otros miembros de su familia. A pesar de las reiteradas instancias de sus maestros y de los ventajosos ofrecimientos que le hicieron, luego que terrnino sus estudios de medicina en Paris, se retire a Plassans de buen grado: gustabale la tranquila vida de provincias; sostenia que, para quien desea estudiar, es preferible al constante barullo que reina en Paris. En Plassans no se preocupd gran cosa por aumentar su clientela. Era muy sobrio, despre- ciaba la fortuna y la vanidad , y se did por con- tento con unos pocos enfermos que le depard la suerte. Todo sulujo consistia en una casita si- tuada en la parte nuevade la ciudad, muy clara, muy alegre, en donde vivia consagrado al estu- dio de las ciencias naturales. La fisiologia, so- bre todo, le sedujo. Corrid la voz de que solia comprar algiin que otro cadaver al sepulturero del hospital, y esto le hizo aborrecible para no pocas damas melindrosas y algunos burgueses pusilanimes. Por fortuna, no le echaron el sam- berrito de nigromantico , pero le tuvieron por LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 151 un excentrico, aquien las personas de la buena sociedad no debian confiar la curacion de un panadizo, so pena de comprometer la vida. Un dia dijo la inujer del alcalde : Antes consentire morirme qtie llamar ese majadero. \ Uf ! \ Huele a muerto! Desde entonces fue juzgado Pascual. Parecia divertirle aquel horror que causaba. Porque cuantos menos enfermos tenia , mas tiempo le quedaba para dedicarse a sus cien- cias queridas. Coino cobraba muy baratas las visitas, el pueblo se le conservaba fiel. Ganaba lo indispensable para vivir , y vivia satisfecho a un millon de leguas de las gentes de la locali- dad, sin mas afan ni mas objeto que sus inves- tigaciones y sus descubrimientos. De vez en cuando mandaba unaMemoria alaAcademia de Ciencias de Paris. Plassans ignoraba que aquel ente original , que olia a muerto , era persona muy conocida y muy estimada en los mas al- tos circulos cientificos. Cuando los domingos le veian salir'de la ciudad , camino hacia las colinas de Garrigues , con la caja de botanico colgada de un hombro y el martillo de gedlogo en la mano , se encogia la gente de hombros , y 152 E. ZOLA. lo comparaban con el otro medico de Plassans, tan emperejilado siempre , tan fino con las da- mas, y cuyas ropas trascendian a violetas. Tampoco su familia comprendia a Pascual. Cuando Felicitas le vio emprender aquel g6- nero de vida tan extrana y tan mezquina , se qued6 estupefacta , y le recrimino porque de- fraudaba las esperanzas que en el tenia pues- tas. Ella , que toleraba la pereza de Aristides porqne la consideraba fecimda , no pudo ver sin ruborizarse la conducta de Pascual , su amor a la soledad , su desprecio por las rique- zas y su firme resolucion de vivir ignorado, iAh! jNo seria ciertamente aquel hijo el que satis ficiera sus legitimas vanidades! Pero, ^ddnde te metes? (solfa decirle.) Por fuerza tii no eres hijo mio. Aprende de tus hermanos ; mira cdmo ellos buscan y procuran sacar provecho de la educacidn que les hemos dado. Pero tii s61o haces tonterias. \ Ah ! j Bien mal nos pagas el habernos arruinado, 6 poco menos , para educarte ! Pascual , que preferia siempre reir a enfa- darse, respondia alegremente, pero conironia: Vaya, no os quejeis ; que no quiero con- LA FORTDNA DE LOS ROUGON. 153 tribuira vuestra bancarrota. Cuaudo est6is ma- los , os curare de balde. Obediente , a pesar suyo , a sus particulares instintos, frecuentaba muy poco el trato de su familia , aunque en la forma no manifestaba repugnancia por ella. Antes de que Aristides entrara en la subprefectura, mil veces le saco de apuros, porque continuaba soltero. Mas, aparte de esto, vivia ajeno a todo. Ni remota- mente habiale ocurrido pensar en el porvenir del pais, y por ningun concepto podia sospe- char los acontecimientos que se preparaban. Hacia Ires 6 cuatro anos que se ocupaba en re- solver el problema de la herencia , comparando las especies animales con la humana , y ab- sorto en su trabajo, y orgulloso de los ade- lantos que hacia , no le quedaba tiempo para pensar en otras cosas. Las observaciones he- chas en si propio y en su familia habianle ser- vido de pun to de partida para sus estudios. El pueblo, en tanto, reconocia con su inconsciente intuicion hasta que punto era distinto de sus parientes , y le llamaba Dr. Pascual siempre, sin emplear nunca el nombre patronimico- Tres anos antes de la revolucion de 1848, 134 E. ZOLA. Pedro y Felicitas liquidaron su casa de comer- cio. Ya era tiempo. Habian pasado de los cin- cuenta , y estaban cansados de luchar. Vista su mala suerte , temieron quedarse en la mise- ria si se empenaban en seguir adelante. Sus hijos , al defraudar sus esperanzas, les habian dado el golpe de gracia. Gonvencidos de que por causa de ellos no llegarian a enriquecerse, resolvieron conservar un pedazo de pan para pasar tranquilos los uitimos anos de su vida, y se retiraron con un capitalito de unos cua- renta mil francos. Con esta-suma crearon una renta de dos mil francos : lo bastante para pa- sar mezquinamente, como se acostumbra viv ir en las provincias. Por for tuna, eran los dos solos. Sus hijas, Marta y Sidonia, habianse establecido, casadas, en Marsella la primera, y en Paris la otra. De buena gana hubieran ido a establecerse ellos en el barrio de los comerciantes retira- dos ; pero no se atrevieron : era su renta en extreino reducida , y temieron exponerse a hacer un mal papel. Para consolarse, alquilaron una habitacion en la calle de la Banne, que se- para el barrio viejo del nuevo. Colocada su LA FORTCNA DE LOS RODGON. 155 casa en la acera de las ultimas de aquel, que- daron en el barrio de la canalla ; pero desde sus ventanas, a pocos pasos de ellos , veian la ciudad de la gente rica: estaban en la frontera de la tierra prometida. La habitacion aquella era un piso segundo: se componia de tres grandes estancias, de las cuales Servian una para recibir, otra para co- medor, y de alcoba la tercera. La casa era es- trecha y de poco fondo , y constaba de solo dos pisos. En el principal habitaba el propie- tario, un comerciante de bastones y paraguas, que tenia el almacen en el portal. Guando Felicitas comenzo a remover los nmebles, sintio que se le oprimfa el corazon. En provincias , vivir en casa alquilada es una declaracion de pobreza. Todas las familias bien acomodadas la tienen propia en Plassans, por- que las fincas urbanas se venden alii muy ba- ratas. Ademas, desde el primer instante, Pedro rehuso toda idea de amueblar la nueva vivien- da con lujo: estrecho los cordones de su bolsa, y el antiguo mobiliario , viejo , en deplorable estado de conservacion, hubode servir para el caso. 156 E. ZOLA. Felicitas, que ansiaba figurar algo y se do- lia de semejante tacaiieria , aun comprendien- do la raztfn en la cual se fundaba , se ingenio para reparar en lo posible tantos desperfectos; relegtf a un rincdn algunos muebles demasiado viejos, y a los otros les Iav6 la cara como pudo. El comedor, que estaba junto a la cocina, y caia a la parte de atras , quedd medio vacio: una mesa y una docena de sillas formaban todo el mobiliario de aquella vasta habitation, cuya ventana caia a un patio, y no tenia mas vistas que la parda tapia de la casa vecina. Como nadie entraba nunca en la alcoba, eu ella escondid Felicitas todos los trastos inser- vibles: ademas de la cama, un armario, un secretaire y un tocador, habia amontonadas dos cunas , una libreria sin puertas , y una gran papelera vacia , respetables ruinas todas que la mujer de Rougon no se atrevid d tirar a la calle. Todos sus cuidados se concentraron en el salon : casi llegd a convertirlo en lugar ha- bitable. Adornabale una silleria de terciopelo amarillento con flores de raso. En medio habia un velador con tabla de marmol : dos consolas con sus espejos ocupaban los extremes de la LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 157 estancia : la alfombra no alcanzaba d cubrir todo el suelo , y del techo colgaba una arana resguardada por una gasa blanca, llena de man- chitas negras debidas a las moscas. Decora- ban las paredes seis litografias representando las rnas grandes batallas de las guerras de Na- poleon I , en consonancia con los muebles que procedian de la epoca del primer Irnperio. Por toda mejora , consiguio Felicitas del propietario de la casa que empapelara el salon de color de naranja con grandes ramos. Asi es que la sala aquella tenia un tono subido , sobre el cual la luz, al reflejar, tornabase amari- llenta y heria los ojos. El mobiliario, las cor- tinas, elpapel,todo era amarillo: hasta las planchas de -marmol de las consolas y del velador amarilleaban. Cuando las colgaduras estaban echadas, parecia aquella habitacidn casi decente, y la luz era menos desagradable. Pero estaba muy lejos aquello de lo que Felici- tas habia sonado. Veia aquella mal disimulada miseria con muda desesperacion. Por lo co- miin, en la sala, la menos fria estancia de la casa, solian estar. Una desus diversiones, gra- ta y amarga al propio tiempo , era asomarse a. 158 E. ZOLA. una de las ventanas que caian sobre la calle de Baune. Desde alii veia de soslayo la plaza de la Subprefectura. Aquel era su paraiso sona- do. Aquella plazoleta desahogada , limpita, con sus casas nuevas, la parecia un Eden. Diez anos de vida hubiera dado con gusto por ser propietaria de una de ellas. La que formaba el angulo de la izquierda , aquella en la cual vi- via el jefe economico, la atraia furiosamenle, mucho mas que las otras. La miraba con an- tojo de mujer embarazada. De vez en cuando, por alguna entreabierta venlana, veia muebles lujosos, detalles de riqueza qne la revolvian la sangre. Por aquella 6poca los Eougon atravesaban una crisis de vanidad y de apetitos insaciables. Los pocos sentimientos buenos que tenian se agriaban. Sin resignacioa ninguna, considera- bansevictimasdel hado, y cada vez estaban me- nos dispuestos a" morir sin ver satisfechos sus afanes y sus ambiciones. A pesar de su avan- zada edad, en el fondo, no renunciaban a sus esperanzas. Felicitas aseguraba que un pre- senlimiento le auguraba que moriria rica. Gada dia de miseria les pesaba mds. Guando LA FORTUNA DE LOS ROCGON. 159 recapitulaban sus inutiles esfuerzos , cuando recordaban los treinta anos de lucha sin punto de reposo , y la decepcidn que sus hijos les hicieron sufrir , viendo desmoronarse aquellos castillos construidos en el aire, en medio del salon amarillo, del cual, para que no se notara la huella de la pobreza , era menester ahuyen- tar la luz intensa , sorda rabia les ahogaba. Para consolarse, forjaban planes de fortunas colosales , hacian combinaciones fantasticas; Felicitas sonaba que le caia el premio gordo de una loteria, cien mil francos: Pedro imagina- ba que iba a inventar alguna especulacion ma- ravillosa. Su nuevo pensamiento era hacerse ricos en seguida , en pocas boras, y gozar de la for tuna, aunque fuera solo un ano. Todo su ser, brutalmente, sin reparo , a este fin cons- piraba. Todavia, aunque con cierta vaguedad, esperaban algo de sus hijos, con ese egoismo particular de los padres que no pueden acos- tumbrarse a la idea de haberlos mandado al colegio sin obtener , en cambio, algun bene- ficio personal. Felicitas parecia no haber sufrido la accitfn del tiempo : era la misma : una mujercita 160 E. ZOLA. negruzca , inquieta , zumbando siempre co mo una cigarra. Cualquiera, al verla de espal- das en la calle, la hubiese tornado por una nina de quince afios, a juzgar por su paso li- gero, por la estrechez de sus hombros y la nnura de su talle. Su cara tampoco habia cam- biado gran cosa : habiase tan solo hecho mas pronunciada la jeta, y, por consiguiente , te- nia mayor sernejanza con el hocico de una fuina : hubierase dicho que era su rostro el de una chiquilla apergaminada poco a poco , sin perder los rasgos caracteristicos de las fac- ciones. Pedro Rougon , ya era otra cosa ; habia echado panza, convirtie'ndose en un burgues respetable , al cual faltaban solo las rentas para tener todos los caracteres de la burguesia. Sus mejillas gruesas y fofas , su aspecto rudo y pe- sado , la expresion de su rostro, que parecia siempre dormido, rebosaban abundancia. Un dia oyo decir a un campesino que no le cono- cia: Ese gordote debe ser algiin ricacho; janda, que no estara muy inquieto pensando en la comida! Aquellas palabras habian ido derechas a su corazdn ; pareciale una burla in- LA FORTDNA DE LOS ROUGON. 161 fame del destine haberle dejado pobre despues de darle la gordura y la gravedad de un millo- nario. Los domingos, cuaudo se afeitaba de- lante de un espejillo de cincuenta centimes, colgado de la falleba de la ventana , pensaba que de frac y corbata blanca , en casa del Sub- prefecto, haria bastante mejor papel que mu- chos empleados de Plassans. Aquel hijo deun destripaterrones, picardeado en medio de las preocupaciones propias del comercio, gordo a fuerza de hacer vida sedentaria , ocultando sus apetitos y sus cdios so capa de una congenita bondad de caracter estereotipada en las fac- ciones , ostentaba en verdad el continente so- lemne e idiota , la facha de imbecil que suelen tener la mayoria de los hombres en el salon de un personaje. Algunos suponian que su mujer le trataba a baqueta , y se equivocaban. Era testarudo como un asno ; viendose contrariado, sin es- peranza de hacer su gusto, hubiera sido capaz de pegar a la gente. Pero Felicitas era dema- siado ladina para llevarle la contraria cara a cara. Ingeniosa, vivaz y revoloteadora , aquella enana no tenia por sistema lanzarse de cabeza TOMO I. ii 162 E. ZOLA. contra los obstaculos; cuando queria lograr algo de su marido y einpujarle por una senda que le parecia conveniente , le envolvia en los circulos de sus bruscos revuelos de cigarra , le picaba por todas paries , volvia cien veces la carga , hasta hacerle ceder , sin que el mismo se diera cuenta de ello. Pedro la reconocia mas inteligente que el, y soportaba con paciencia sus consejos. A veces, Felicitas, ganaba laba- talla , sin hacer mas que zumbar a los oidos de Rougon. Y, cosa rara, jamas el uno echaba al otro en cara un fracaso. Solo la educacidn de los hijos produjo algunas disensiones entre aquel inatrimonio. La revolution de 1848 hallo , pues , sobre aviso a todos los Rougon , exasperados por su mala suerte, y resueltos a obtener los favores de la fortuna, aunque hubiesen de lograrlos violandola , si la tropezaban en el curso de su vida. Era una fainilia de baudidos en acecho, dispuestos a desbalijar al primero que a las manos les trajeran los acontecimientos. Euge- nic vigilaba en Paris ; Aristides sonaba que estaba estrangulando a Plassans ; el padre y la madre, los mas avidos quizes, conta- LA FORTUXA DE LOS ROUGOX. 163 ban con sus propios esfuerzos y con apro- vechar en lo posible los de sus hijos : solo Pascual, aquel discrete amante de la ciencia, vivia indifereute a todo lo que no fuera objolo de sus a mores en la alegre casita del barrio nuevo. III. En Plassans, en aquella ciudad en la cual ia division de ciases era tan marcada y tan radical, el golpe de retroceso de los acontecimientos po- Uticos apenas era perceptible. Hoy mismo , la voz del pueblo se ahoga bajo el peso de la pru- dencia de la burguesfa , la muda desesperaci6n de la nobleza y la astuta conducta del clero. Aunque un rey ie robe a" otro su trono 6 una repiiblica surja de pronto en medio de las luchas de las monarqufas, la ciudad nose conmueve. Guando en Paris se bate la gente, en Plassans duermen tranquilos ricos y pobres. Mas aunque en la superficie se observa calma, librase en el fondo de la poblacion una sorda batalla, digna de estudio. Tan raros son los tiros y los comba- tes en las calles, como frecuentes las intrigas que se desenvuelven en los salones de la ciudad 166 E. ZOLA. nueva y los del barrio de Saint-Marc. Hasta 1830, el pueblo no intervino en ella. Aun hoy hdcense las cosas sin contar con 61, como si no existiera. Todo lo amasan la nobleza , el clero y los bur- gueses. Los curas, muy numerosos por cierto, dan el tono a la poh'ticade aquellos circulos; su ta"ctica es sombrfa, miedosa y prudente; iucu- bran en las tinieblas, de suerte que avanzar 6 retroceder un paso les cuesta diez aiios. Estas luchas secretas entre hombres que quieren evi- tar sobre todo el ruido, requieren un3 astucia par- ticular, una aptitud especial para las cosas pe- quenas de suyo , una paciencia propia de gentes quienes no ciegan pasiones ni entusiasmo. Por eso la lentitud que ofrece la marcha de la polf- tica provinciana, esa pereza que causa risa los parisienses, esta llena de peligros, erizada de traiciones, de cabildeos y astucias, de derrotas tan silenciosas como los merios alborotadores triimfos. Aquellos provincianos, sobre todo cuan- do tienen a la vista sus intereses materiales , ma- tan domicilio capirotazos, ni ma's ni menos que nosotros matamos canonazos pn las plazas piiblicas. La historia polftica de Plassans, igual que LA FORTUNA DE LOS RGUGON. 167 la de todas las pequenas ciudades de provincias, ofrece una particularidad rnuy curiosa. Hasta 1830, todos sus habitantes eraa catolicos fer- vientes y entusiastas realistas : los hombres del pueblo , cuando juraban, lo haci'an invo- cando a Dios y a sus reyes legitimos. De pronto sucedio ua cambio repentiao : huyo la fe , y la poblacion obrera , y gran parte de la burguesi'a, desertaron de las filas del realismo, inaugurando pocoa" poco el movimiento democra"ticb de nues- tros dias. Guando estall<5 la revolucion de 1848, encontraronse solos el clero y la nobleza para trabajar en pro del triunfo de la causa de Enri- que V. Hacia largo tiempo que les pareci'a el ad- venimiento de los Orleans un ridiculo ensayo, util nada ma's para traer de nuevo a" los Bor- bones : auaque no tenfan muchas esperanzas, lanz&ronse a la palestra, escandalizados ante la desercioa de sus antiguos partidarios , y pro- curaron atraerles de nuevo. El barrio de Saint- Marc, y con el de acuerdo todas las parroquias, pusieron manos a" la obra. Entre los burgueses, y sobre todo en el pueblo , el entusiasmo fu6 gran- de al dfa siguiente de la primera sangrienta Jornada de Febrero: aquellos aprendices de re- E. ZOLA. publicanos tenfan prisa por desahogar su fiebre revoluciouaria. Pero entre los propietarios de la ciudad, el fuego subito tan solo brillo y duro lo que una hoguera de .paja. Los pequenos comerciantes retirados, ios propietarios de poco ma's 6 me- nos, todos los que disfrutaban de sus rentas tran- quilos y sosegados , despuSs de haber hecho su for tuna bajo el regimen mona"rquico, sinti6ronse invadidos en seguida por el pa"nico : la repiiblica, con su existencia activa, llena de sacudimientos y temblores, les hizo temer por sus bolsas y su querida existencia de egoistas. ASL es que, tan luego como la reaccitfn clerical se manifesto en 1849, casi todos los burgueses de Plassans pasa"- ronse al partido conservador , siendo recibidos con los brazos abiertos. Hasta entonces nunca habfan existido vincu- los tan solidos entre el barrio nuevo y el de Saint-Marc : hubo nobles que llegaron estre- char las rnanos de algtmos abogados y no po- cos antiguos comerciantes de aceite. Esta ines- perada familiaridad entusiasmo al barrio de los burgueses, y desde entonces hicieron encar- nizada guerra la repiiblica. LA FORTCNA DE LOS ROUGON. 169 Para llegar a" este resultado, preciso fue que el clero derrochara verdaderos tesoros de habili- dad y paciencia. EQ el fondo, la nobleza de Plas- sans, semejante a* un moribundo, vivfa sumida enuna postracida invencible: conservabala fe; pero estaba aletargada coino una masa inerte, y dejaba obrar al cielo : por su gusto, s61o hubiese protestado por medio del silencio, acaso porque presentia que sus dioses habfan muerto, y ya no le quedaba mas objeto en la tierra que ir a com- partir con elios el sueno eterno. Hasta en aquellos momentos de revuelta que sucedieron a" la catastrofe de!848, cuando po- dia ver con cierto viso de posibilidad el regreso de los Borbones al trono. mostrose apdtica , in- diferente , hablando a cada paso de echarse a la calle y no abandonando el rincon al lado del fuego. El clero cornbatia sin punto de reposo aquella actitud , aquel sentimiento de impotencia y re- signacion, y en sus actos habfa cierto apasiona- miento delator de sus grandes afanes. Los curas, cuanto mas sedesesperan,ma's luchan: la polftica de la Iglesia fu6 siempre igual : caminar hacia adelante con paso firme y lento, sinimpacien- 170 E. ZOLA. cia, remitiendo la victoria acaso muchos siglos despues, pero sin perder un minuto, constante- mente ernpujando y dirigiendose al objeto pro- puesto. EJ1 clero fue, pues, el que en Plassans determine el rnovimiento reaccionario : la no- bleza era el testaferro, detrds del cual trabajaban , los curas , halaga'ndola , dirigiendola , dndola aliento y prestandola una vida flcticia. Guando consiguio veneer todas sus repug- nancias hasta liegar & hacerla formar masa co iniin con la burguesia, considero ganada la par- tida. El terreno estaba maravillosamente prepa- rado ; aquella antigua ciudad realista , aquella poblaci6n de burgueses tranquilos y de comer- ciantes poltrones, debfa tarde 6 temprano for- mar parte del partido del orden. El clero, con su astuta ta"ctica, apresuro la conversion. Despu6s de haber dominado los propietarios de la ciu- dad nueva, se apodero de los comerciantes al por menor del barrio viejp. Desde entonces , la reaccitfn fue duefia de la ciudad. En esta reac- tion estaban representadas todas las opiniones; jamas se habfa visto semejante mezcla de libe- rales resellados, de legitimistas, orleanistas, bonapartistas y clericales. Pero esto poco impor- LA FORTUNA DE LOS ROP60N. 171 taba. Todos tenfan un interns comiin contra la Repiiblica, y gozosos la vei'an agonizar. Solo una parte del pueblo bajo, un millar de-obreros entre las diez mil almas que constitufan la poblacion, todavia saludaba al arbol de la libertad , plan- tado en medio de la plaza de la Subprefectura. Los politicos ma's ladinos de Plassans , los que dirigian el movhniento reaccionario , no es- peraban el Imperio tan pronto. La popularidad de Luis Napoleon ies parecia una pasajera genialidad del pueblo, de la cual podrian dar cuenta facilmente. La persona del Principe Ies inspiraba solo cierta admiracion. Lo juzgaban inepto, iluso, incapaz de dominar a la Francia, y menos aiin de sostenerse en el poder. Tenfanle por un instrumento, del cual esperaban servir- se a su antojo para allanar el terreno, y al cual echarian abajo en cuanto llegase la ocasidn oportuna de aparecer el verdadero pretendiente. Amedida que pasaba el tiempo, fueron sin- tiendose inquietos. Entonces empezaron ^ creer con cierta vaguedad que Ies habfan enganado. Pero no Ies qued6 tiempo para ponerse en defen- sa. El golpe deEstado estallo sobre sus cabezas, y vieronse obligados^ aplaudir. La granimpura, 172 E. ZOLA. la Republics, acababade ser asesinada. Era casi un triunfo. El clero y la nobleza aceptaron los hechos, y, resignandose, aplazaron la realiza- ci6n de sus ideales para inas adelante,yse aliaron a los bonapartistas para aplastar a los ultimos republicanos que aiin quedabau. Estos acontecimientos fueron la base de la fortuna de los Rougon. Mezclados en diversas fases de esta crisis , se alzaron sobre las ruinas de la liber tad. Aquellos bandidos en acecho, cogieron una presa : la repiiblica. Luego que otros la hubieron degollado, ayudaron ellos a desbalijarla. Al dia siguiente de la Jornada de Febrero, Felicitas, que era la que tenia mejor olfato de todos ellos, comprendi6 que estaba sobre una pista buena. Como acosturabraba , empezo a revolotear en torno de su marido, y a aguijo- nearle para que se removiese. Las primeras noticias de la revolution habian asustado a Pedro : cuando su mujer le hizo comprender que de aquellas revueltas s61o podian sacar provecho, pues que poco 6 nada le es dado perder al que poco 6 nada iiene , hizose cargo de la verdad de estos pen- LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 173 samientos, y se pusoen completo acuerdo con ella. No s6 lo que puedes hacer (le decia Feli- citas). Pero me parece que hay masa aprove- chable. M. de Garnevant nos decia hace poco que si Enrique V venia , seria el rico , porque el rey ese recompensaria a los que hubiesen contribuido a su triunfo. Quizas nuestra for- tuna esta en estos sucesos. ^.Quien sabe si habrd llegado el momento de la buena suerte para nosotros, quesiempre fuimos tan desgra- ciados? El marques de Garnevant , aquel noble que, segun la cronica escandalosa de Plassans, habia conocido muy intimamente a la madre de Felicitas, de vez en cuando solia hacer una visita a los Rougon. Malas lenguas pretendian que la mujer de Pedro se le parecia mucho. Era un hombrecito delgado , activo , como de unos setenta y cinco anos , cuya fisono- mia , en efecto , se torno muy semejante a la de Felicitas , luego que esta fue entrando en anos. Deciase que las mujeres le habian comi- do los liltimos restos de una fortuna, bastante mermada ya por su padre mientras durd la 174 E. ZOLA. emigracion. Sin reparo confesaba su pobreza. Recogido por uno de sus parientes , el conde de Valqueyras , vivia como un parasito , co- miendo a la mesa de su huesped y habitando una pequena estancia de los pisos superiores del aristocratico hotel. Pequena (decia a menudo , tomandole la cara a Felicitas). Si Enrique V me devuelve una fortuna, te instituire heredera. Tenia Felicitas cincuenta anos , y aiin la llamaba el marques pequena. Cuando impulsa- ba a su marido por la senda de la politica, pensaba en aquellas caricias paternales y en aquellas promesas de herencia. Muchas veces M. de Carnavant se habia lamentado de no po- der ayudarla. Pero, sin duda, como liegase a medrar algo, se conduciria con ella cual amo- roso padre, Pedro, a quien su mujer habia ex- plicado con medias palabras la situacion, se declare dispuesto a seguir la marcha que le indicaran. La posicidn particular del Marque's hizo de el un agente activo del movimiento reacciona- rio en Plassans desde los primeros dias de la Repiiblica. Aquel hombrecillo , que todo lo es- LA FORTUNA DB LOS ROUGON. 175 peraba de la vuelta de sus reyes legitimos al tro- no, se ocupd coa febril actividad en contribuir a su triunfo. Mientras la nobleza rica del ba- rrio de Saint-Marc se adormecia en su muda desesperacion , temiendo aiin comprometerse y de nuevo encontrarse , de la noche a la mana- na, condenada al destierro, el Marques se multiplicaba haciendo propaganda y atrayen- dose voluntades y partidarios. Era un arma que obedecia sumisa a una mano invisible. Desde entonces , sus visitas a casa de Rougon fueron diarias. Necesitaba un centro de opera- ciones. Su pariente M. de Valqueyras le habia prohibido llevar adictos a su palacio , y en el apuro escogio el saldn de Felicitas. Poco tardo en hallar uu ayudante incompara- ble en Pedro. El no podia ir en persona a predi- carlas ventajas delrey legitimo alos comercian- tes al por menor y a los obreros del barrio viejo ; lo hubieran criticado. Pero Pedro, que habia vi- vido entre ellos, que bablaba como ellos y cono- cia sus costumbres , podia muy bien hacerla , y llegar a catequizarlos poco a poco. De esta suerte tornose Rougon el hombre indispensable. En menos de quince dias el y 176 E. ZOLA. su mujer fueron ma's realistas que el rey. El Marques , viendo ei celo de Pedro, se resguar- daba astutamente detras de el. &A qu6 condu- cia ponerse en evidencia cuando un hombre de buenas espaldas se prestaba a llevar el peso de la propaganda de un partido? For eso dejaba que Pedro mangoneara , henchido de orgullo, dandose importancia, hablando como amo, y, entretanto, el se limitaba a refrenarle 6 empu- jarle, segiin las necesidades de la causa. A poco el antiguo coinerciante de aceite se con- virtio en un persouaje. Guando se quedaban solos por las noches , Felicitas le decia : * Anda, y no temas. Estamos en buen ca- mino. Si esto sigue, seremos ricos ; tendremos un salon como el del jefe economico, y daremos saraos. La casa de los Rougon era un club de con- servadores, que de ordinario se reunian en el salon amarillo para perorar contra la Repii- blica. Habia entre ellos tres 6 cuatro comercian- tes retirados , que temian por sus rentas , y re- clamaban a voz en grito un gobierno prudente y fuerte. Otro, que en sus tiempos comercid en LA FORTUNA I>K LOS ROUGON. 177 alinendras , era miembro del consejo munici- pal y llamabase M. Isidore Granoux, era el jefe delgrupo. Tenia ellabio leporino, hendido a cinco 6 seis centimetres de la nariz , y con sus redondos ojos y su aspecto d la vez satisfe- cho y asustadizo, ofrecia cierta semejanza con un ganso digiriendo el cebo, saludable, pero temeroso del cocinero. Faltabanle palabras cuando hablaba, y solia guardar silencio ; es- cuchaba atento cuando acusaba alguno a los republicanos de querer robar las casas de los ricos, y entonces no hablaba tampoco ; con- tentabase con ponerse tan sofocado, que cual- quiera hubiese dicho que le atacaba una apo- plejia, y con sorda voz murmuraba invec- tivas sin cuento , en las cuaies resaltaban siempre las palabras holgazanes, pillos, la- drones, asesinos. No todos los que frecuentaban el salon amarillo eran tan torpes de lengua como aquel ganso cebado. Un rico propietario, M. Rou- dier, de cara grasienta y gesto insinuante, ha- blaba boras y horas con la pasion de un or- leanista a quien la caida de Luis Felipe sor- prendid, destruyendo todos sus calculos. TOMO i. 12 178 E. ZOLA. Era un lencero de Paris retirado a Plas- sans, antiguo proveedor de la Corte, que hizo magistrado a su hijo, contando con los Or- leans para que el chico escalara los mas ele- vados puestos. Muertas sus esperanzas de resultas de la revolucidn, habiase hecho reac- cionario en cuerpo y alma. Su fortuna , sus antiguas relaciones comerciales con las Tulle- rias, que convertia 61 en amistosas inteligen- cias , le daban cierto prestigio : el que adquiere en una provincia todo hombre que gand dinero en Paris, y se digna ir comerse las rentas en el rincdn de un departamento : habia algunos que le oian como a un oraculo. Pero el mas claro talento de la reunion era el comandante Sicardot, el suegro de Aristi- des. Era un h^rcules, de rostro color de ladri- llo , lleno de costurones y mechoncillos de rizosa barba gris , que habia figurado, 6 de ello presumia al menos, en el gran ejercito. Cuan- do las jornadas deFebrero, la guerra en las calles le sacd de sus casillas : no transigia con ella ; decia cole>ico que era vcrgonzoso batirse asi, y recordaba con orgulio el gran reinado de Napoleon. LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 179 Otro persouaje digno de estudio frecuenta- ba tambien las reuniones politicas de casa de Rougdn. Vuillet, un librero de mirada aviesa y manos siempre sudorosas, que surtia de imagenes y rosarios a todas las beatas de la ciudad. Vendia autores clasicos y autores mis- ticos: era catolico fervieute, y esto le ase- guraba la clientela de muchos conventos y parroquias. Vividor eingenioso, habiaunido a su comercio la publicacidn de un periddico bisemanal , la Gaceta de Plassans , en el cual se ocupaba solamente de los intereses del clero. Todos los anos le costaba el diario tres 6 cua- tro mil francos ; inas como era el drgano de la Iglesia , serviale de ayuda para dar salida a las mercancias sagradas de sus tiendas. Era hom- bre poco instruido y de sintaxis dudosa; pero redactaba el periddico con tanta humildad y con intention tan endiablada , que por medio de una y otra suplia la falta de conocimientos. Desde el punto en que el Marques comenzd su campana , comprendio el partido que podia sacar de aquella figura de munidor de cofra- dias , cuya pluma grosera era venal e intere- sada. Desde Febrero, los articulos contenian 180 E. ZOLA. menos disparates y menos faltas gramaticales: el Marque's los corregia. Con esta concurrencia, facil es imaginar el extrano aspecto que ofrecia el saltfn amarillo de los Rougon por las noches. Partidarios de todas las opiniones politicas, estaban revuel- tos y aullaban contra la Repiiblica. Tenian un vinculo comun: el odio. El Marqu&s, que no fal- taba ninguna noche, era el encargado de diri- mir alguna que otra querella surgida entre el coinandante y los otros politicos. Todos aquellos bellacos estaban muy or- gullosos de los apretones de mano que les pro- digaba el aristocrata al llegar a la casa y al retirarse. S61o Roudier,como libre-pensador de la calle de Saint-Honore' , decia que el Marque's no tenia un centimo, y que 1 se reia de los pobretones. Este llevaba una amable sonri- sa estereotipada en los labios : se encana- llaba con aquellas gentes, sin que un mohin despreciativp de los que cualquier otro habi- tante del barrio de Saint-Marc se hubiese con- siderado en la obligacidn de hacer , contrajera su rostro. Su vida de parasito habiale hecho flexible y adaptable a todas las circunstancias. LA FORTDNA DE LOS ROUGOX. 181 Era el alma de aquella agrupacidn. Mandaba ennornbre de persouajes desconocidos a quie- nes jamas uombro. Quieren esto. No quieren lo de mas alla, decia, y bastaba aquello para ser obedecido. Los dioses ocultos que ve- labari por el bienestar de Plassans desde el fondo de una densa nube, sin mezclarse direc- tamente en los negocios piiblicos , debian ser ciertos curas de la localidad , los grandes poli- ticos del pais. Guando el Marques pronunciaba aquel ellos misterioso, que tal y tan grande respeto inspiraba a toda la reunion, Vuillet confesaba, con su actitud hip6crita , que los conocia perfectarnente. La persona mas dichosa de todos los con- currentes a casa de Rougon era Felicitas. Por fin tenia gente en su sa!6n. Verdad es que la vejez de su mobiliario la causaba cierta ver- glienza ; pero se consolaba pensando cuan rico seria el que adquiriese cuando ocurriera el triunfo de la causa de la justicia. Ella y su marido babian tornado en serio el realisino. Felicitas llegaba hasta asegurar , cuando Rou- dier no estaba presente , que la monarquia de Orleans era la causa de que ellos no hubie- 182 E. ZOLA. sen gan ado dinero en su comercio. Era tin modo de dar caracler politico a su pobreza. Para todos tenia una trase 6 un gesto carinoso , hasta para Granoux, a quien despertaba todas las noches inventando alguna manera de hacerlo sin ofen- derle, a la hora de retirarse. El salon , aquel circulo de conservadores de todos los partidos que diariamente admitia algun nuevo adicto , adquirio una gran influen- cia. For la diversidad de sus elementos, y so- bre todo por el impulso que recibia del cle- ro, Ileg6 a ser un centro reaccionario, que se irradiaba sobre todo Plassans. La tactica del Marque's , completamente oculta detras de las acciones de Rougon , era que 6ste fuera con- siderado como el jefe del grupo politico. Como las reuniones se celebraban en su casa, todos los que no estaban en antecedentes para ver claro en el asunto, le senalaban como cabeza de todos los deinas miembros , y en 61 se fija- ba la atencidn piiblica. Le atribuyeron, paes, toda la fuerza y le consideraban como principal agente de aquel movimiento, que poco 6 poco atrajo al partido conservador a los que hacia poco fueron entusiastas republicanos. LA FORTUXA DE LOS RODGON. 183 Hay circunstancias que favorecen a los me- nos capaces de servir para nada, y a los que menos tienen que perder y fundan la fortuna de ellos en donde algunos mas aptos y de mejor posicidn no hubieran osado exponerse. Roudier, Granoux y otros mas ricos y mas a proposito para el caso, parecian los indie ados para obte- ner la jefatura de aquella agrupacion; pero nin- guno de ellos hubiera querido convertir su casaen centro politico; sus convicciones no alcanzaban hasta el punto de aconsejarles com- prometerse abiertamente: no eran mas que charlatanes, chismosos de provincia, que se satisfacian chismorreando contra la Republica en casa de un vecino , en cuanto 6ste cargaba con la responsabilidad de su chismografia. La partida pareciales demasiado arriesgada. Entre la clase media de Plassans, solo Rougon era ca- paz de entablarla , por sus apetitos insaciables, que le impulsaban a tomar resoluciones ex- tremas. En Abril de 1849 , Eugenio dejo de subito d Paris, y fu a pasar quince dias en compafiia de sus padres. Jamas llego a saberse de cierto el objeto de aquel viaje tan inesperado como 184 E. ZOLA. inexplicable. Es de suponer que tenia el de tan- tear el terrene , y ver si su candidatura para la Asamblea legislativa , que iba & suceder a la Cons tituy elite, podria ser acogida con e'xito. Pero deraasiado astuto para correr el albur, parecidle ser desde luego poco favorable la opinion, y se abstuvo de toda intentona. En Plassans nadie sabia que' hacia en Paris. Es- taba mas delgado, y parecia menos adormecido su semblante. Le rodearon muchos , ganosos de hacerle hablar; pero 61 fingia una ignorancia supina, y, sin soltar prenda, supo de todos lo que quiso. Otros mas perspicaces hubie- sen descubierto detras de su aparente indife- rencia vivo interns por saber y estudiar las corrientes politicas de la ciudad. Parecia que sondeaba el terreno, inas bien que por cuenta propia , por la de un partido. Aunque renuncid a sus esperanzas perso- nales, quedose en Plassans hasta fin de mes,, y fu6 asiduo concurrente del salon amarillo. Desde que el primer campanillazo anuncia- ba la llegada de uu tertulio , iba a tomar posi- ciones en el hueco de un balcdn, lo mas lejos posible de la luz. Alii pasaba la noche, escu- LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 185 chando atento, con la barba apoyada en la pal- ma de ]a mano derecha. Oia impasible las ma- yores estupideces. Siernpre aprobaba con la cabeza ; hasta cuando Granoux lanzaba alguna de sus diatribas semejantes a grunidos. Si le preguntaban su opinion , repetia lade la ma- yoria en terminos muy corteses. Ni los opti- mistas discursos del Marques , quien hablaba de los Borbones como en 1815, ni las serviles efusiones de Roudier, que se enternecia enu- merando los pares de calcetines que habia ven- dido al rey ciudadano, parecian impacientarle, ni causarle cansancio siquiera. Todo lo contra- rio: manifestabase muy satisfecho en medio de aquella torre de Babel. A veces , cuando todos aquellos ridiculos personajes se revolvian y alborolaban contra la repiiblica , en sus ojos se reflejaba una ex- presidn socarrona; pero sus labios couserva- ban el gesto invariable de hombre grave. Su atenciou para escuchar y su complacencia constante le atrajeron universales simpatias. Lo tenian por tonto, pero en concepto de buena persona. Guando algiin comerciante de aceite 6 de almendras no podia dominar el tu- 186 E. ZOLA. multo para explicar c6ino procederia el si fuera el amo para hacer a Fraiicia dichosa, acudia a Eugenio, y le decia al oido sus planes maravi- llosos. Eljoven Rougonmovia la cabeza, como encantado de oir cosas tan bellas. S61o Vuillet le miraba con desconfianza. Aquel librero ingerto en sacristan y en perio- dista , hablaba menos que los otros , y obser- vaba mas. Habia notado que de vez en cuando Eugenio cuchicheaba en su rincon con el co- mandante Sicardot, y se propuso oir lo que de- cian; pero no logrd sorprender ni una sola pa- labra. En cuanto se acercaba, el Abogado hacia un guino al Comandante, y 6ste se callaba al punto. Desde aquellas conversaciones , siem- pre que Sicardot hablaba de Napoleon, sonreia con aire de misterio. Dos dias antes de partir de nuevo para Pa- ris, Eugenio encontrd en el paseo de Sau- vaire a su hermano Aristides , el cual le acom- pand un poco , con la insistencia de quien busca un consejo : estaba perplejo . Desde la proclamacidn de la Republica habia mos- trado vivisimo entusiasmo por el gobierno nuevo. Su inteligencia , educada en dos anos LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 187 de estancia en Paris , le permitia ver mas claro que solian hacerlo los torpes ingeiiios de Plas- sans: adivinaba la impotencia de ios legiti- mistas y orleanistas , sin alcanzar quien seria el tercer ladron que llegaria a robar a la Repii- blica. Jugando el todo por el todo, habiase puesto de parte de los vencedores, renegando en piiblico de su padre y llamandole viejo loco, e" iinbecil vendido a la nobleza. Mi madre es una inujer inteligente (ana- dia). Nunca la hubiese creido capaz de empu- jar a su marido hacia un partido cuyos ideales son quimericos. Van a acabar de quedarse en la miseria. \ Claro! Las inujeres, &qu entien- den de politica?.... El queria venderse lo mas caro posible. Desde el primer instante, su tactica fue olfa- tear bien, para ponerse al lado de aquellos que pudieran recompensarle con magnificencia el dia del triunfo. Por desgracia, caminaba a cie- gas : reconociase desorientado en aquel rincon del mundo, sin briijula ni noticias precisas. Esperaudo que el curso de los acontecimientos lesenalaseuna ruta segura, conserve} su actitud de republicano entusiasta, que fue la primera 188 E ZOLA. que tomo". Merced a esto, continud empleado en la subprefectura , y asceudio. Ansioso de desempenar un papel importante, determi- n6 a un librero, rival de Vuillet, a que se le asociara, y fundo un diario democratico, del cual era redactor furibundo. El Indepen- diente, bajo su direccidn, hizo cruda guerra a los reaccionarios. Pero, a su pesar, la corriente le llevo mas lejos de loque se propuso , y llegd a escribir articulos incendiarios que le da- ban escalofrios cuando los leia para corregir- los. Mucho criticd Plassans aquellos ataques que dirigia el hijo a las personas que se re- unian en el sa!6n de su padre. Las riquezas de Roudier y de Granoux exasperaban a Aristides , hasta el punto de hacerle perder toda nocidn de prudencia. Im- pulsado por sus ansias de envidioso hambrien- to, hizose enemigo irreconciliable de la bur- guesia , y la llegada de su hermano Eugenio le consterno. A su juicio, aquel hombretdn, me- dio adormecido siempre, era corno los gatos que acechan una rata : dormia con un ojo y velaba con el otro. Pasaba enteras las noches en el saldn de su padre, escuchando con reli- LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 189 giosidad las estupideces de aquella grotesca asamblea , de la cual 61, Aristides , se habia bur- lado tanto y tan cruelmente. Cuando supo esto por las habladurias del pueblo, y ademas que su hermano estrecliaba la mano a Granoux y al Marques, pensd con ausiedad que quizas se ha- bria enganado. Los orleanistas 6 los legitimis- tas, ^tendrian acaso probabilidades de triunfar? La duda le aterro. Perdio el equilibrio , y, como suele suceder, cayo con mas rabia sobre los conservadores , para vengarse de su propia ce- guera. La vispera del dia que encontro y detuvo en el paseo de Sauvaire a Eugenio , habia pu- blicado en El Independiente un terrible articulo sobre las intrigas del clero, en contestacion un suelto de Vuillet , acusando a los republi- canos de querer demoler las iglesias. Vuillet era la pesadilla de Aristides. No pasaba sema- na sin que entablasen polemica y se llenaran de injurias y groserias. En provincias, en donde todavia la perifrasis esta muy en boga, las frases hechas entran por mucho en el periodisrao. Aristides llamaba a su adversario hermano Judas 6 servidor de San Antonio , y Vuil- 190 E. ZOLA. let le contestaba trata*ndole de feroz republi- cano, monstruo ebrio de sangre, a quien surtia de alimento la guillotina. Para sondear a su hermano , Aristides , fin- giendo tranquiiidad , se litnitd a preguntarle : ^Has leido mi articulo de ayer? iQue te parece? Eugenio se encogid de hoinbros. Eres un estiipido, Aristides , le replied. De modo (anadid el periodista, palide- ciendo), que le das la razdn a Vuillet. ^Crees que esta en vias de triunfar su partido? iYoli Vuillet?.... Iba tal vez a decir Vuillet es otro estii- pido como tii; pero notando la palidez de su hermano, que le miraba ansioso, apoderdse de 1 la desconfianza , y concluyd : i Vuillet?,... jNova mal!.... Despues de esta conversacidn , cuando Aris- tides quedd solo, sintidse mas perplejo que an- tes. Eugenio debia haber querido reirsede el, porque Vuillet era la bestia mas bestia que podia imaginarse. Pero se propuso ser cauto, y no comprometerse mas aiin, no fuera que se encontrase con las manos atadas si algiin dia LA KORTDKA DK LOS RODGON. 191 llegaba el caso de pasar a otro partido y con- tribuir a estrangular a la Republica. La manana misma de su partida , uua hora antes de tomar la diligencia, Eugeni o Ilev6 a su padre a la alcoba , y tuvo con 31 una larga con- ferencia.^Felicitas , que estaba en el salon, pro- bo en vano a escuchar. Hablaban muy quedo, como si temieran que una sola de sus palabras trascendiera al exterior. Cuando, por fin, sa- lieron de la estancia , parecian muy anima- dos. Despuesde abrazar a sus padres, Eugenio, cuya voz era de ordinario pastosa y lenta, dijo con vivacidad extraordinaria : 0s habeis enterado bien, padre? AM esta nuestra fortuna: es menester trabajar con todas nuestras fuerzas en ese sentido. Tened fe en mi. Seguire tus instrucciones al pie de la le- tra (repuso Rougon). Pero no olvides lo que me has ofrecido como premio de mis esfuerzos. Si salimos adelante , todos esos afanes seran satisfechos ; me comprometo a ello. Ade- mas , escribire para guiaros por la senda mas conveniente , segiin el aspecto de los aconte- cimientos. Pero nada de panico ni de entusias- 192 B. zor.A. mos preinaturos. Es preciso obedecerme cie- gainente. ^Quehabeis tratado? interrogo Felicitas con curiosidad. Madre (repuso Eugenic sonriendo). Ha- b&s dudado mucho de mi valer, para que me atreva hoy a confesaros mis esperanzas, que solo se asientan en calculos de probabilidad. Seria menester que tuvieseis una fe may gran- de en mi para poder comprenderme. Ademas, padre os enterara de todo en ocasidn oportuna. Y viendo que Felicitas se mostraba ofendida en el amor propio, murmuro a su oido, al darla otro beso : Aunque has renegado de mi en alguna ocasidn , te quiero y te estimo en lo que vales. Demasiada inteligencia echaria a perder el ne- gocio hoy por hoy. Cuando llegue la crisis, entonces tu seras la encargada de manejar el asunto. Ya se iba , cuando, volviendose , con una mano puesta en el picaporte de la puerta , re- pitid con acento imperioso : Sobre todo, desconfiad de Aristides: es un atolondrado que nos comprometeria. Le co- LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 193 nozco muy bien, y se que siempre sera el mismo. Nada de piedad: si hacemos fortuna, ya sabra robarnos su parte. Luego que Eugenic hubo partido , Felicitas tratd de sorprender el secreto que su marido la ocultaba. Conocia demasiado las condicio- nes de su caracter para interrogarle abierta- mente: la hubiera contestado con furia que el asunto aquel nada la importaba a ella. Pero, no obstante su astucia , aquella vez fracasd su tactica , porque no logro saber palabra. Cuando hacia falta una discrecidn ilimitada, Eugenio supo buscarse un confidente. Pedro, or- gulloso de la confianza de su hijo , exagerd inas todavia la parsimonia que le era habitual, y se hizo impenetrable como una masa compacta. En cuanto Felicitas comprendio que nada conseguiria,dejo de hostigarle; pero quedd pre- sa de la curiosidad, y sobre todo ansiando sa- ber una cosa especialmente.Habian concertado Pedro y Eugenio un plan , y el primero exigia un premio : &de qu6 podia tratarse? Aqui estaba lo mas interesante para ella , que no se pre- ocupaba de los acontecimientos politicos por si mismos. Sabia que su marido se habria vendido TOMO I. 13 194 E. ZOLA. caro; pero ardia en deseos de conocer bien la clase y cantidad del objeto de carnbio con el cual se realizo la venta, y sin desmayar espe- r6 uu instante oportuno. Cierta noche, despue's de acostarse, vien- do a Pedro de buen humor, hizo recaerla con- versacion sobre los disgustos que implica la pobreza. Ya va siendo tiempo de que cesen (dijo); nos arruinainos gastando aceite y lena desde que todos esos senores vienen por las noches. jY qui6n nos pagara luego la cuenta? Proba- blemente , nadie. Pedro cayo en el lazo. Sonriose con aire de complacencia y superioridad, y repuso: Paciencia, hija; \ qu6 se le va a hacer! Y mirando a su mujer fijamente, prosiguio con acento que revelaba alegria y astucia: &Te gustaria ser la mujer de un jefe eco- n6inico? La fisononiia de Felicitas sa animo , y sus mejillas se pusieron de color de piirpura. Sen- t6se en el lecho, y palmoteando como un nino con sus enjutas manos, balbuceo : ^iDe veras? positar en el Tesoro ocbenta mil francos. i Bah ! Y a mi que? Eso es cosa de Euge- nio. El se encargara de todo, incluso de hacer que un bauquero de Paris adelante la fianza. Coino ves, el destino que he elegido da mucho de si. Al principio Eugenio no queria...., ale- gando que para ocupar esos pueslos es menes- ter ser rico y persona influyente. Pero yo me mantuve firme, y al tin cedio. Para ser jefe economico no hace falta saber griego ni latin; y, en ultimo resultado, tendre uu apoderado que se encargue del despacho. Felicitas escuchaba con fruicion. Ya se me alcanza lo que hacia dudar a nuestro hijo. Aqui no nos quieren bien. Saben que somos pobres, y hablaran.... Pero.... en momentos de crisis todo pasa. Eugenio queria que fueramos a otra ciudad cualquiera ; yo me opuse: no, seiior ; ha de ser aqui, en Plassans. 196 E. ZOLA. Si, si; aqui hemos de quedarnos (ex- clamd la vieja). jAqui es donde sufrimos, y aqui es donde debemos triunfar ! \ Ya veran esos correatones del Mail que mi ran mis tra- jes de lana por encima del hombro!.... Yo no habia pensado en ese destine. Grei que desea- bas ser alcalde. jBah! j Alcalde!.... jUn destino sin suel- do! No creas que tambie'n Eugenio me lo propuso. Pero yo le dije: Acepto, si me ase- guras una renta de quince mil francos. Esta conversacion , plagada de cifras fabu- losas, entusiasmaba a Felicitas. Temblaba de placer, experimentaba una especie de 6xtasis. Por fin tom6 una actitud reflexiva, y dijo: Veamos, calculemos. ^Cuanto ganaras? Por de pronto.... el sueldo fijo son tres mil francos , segiin tengo entendido. Tres mil, cont6 Felicitas. Despue's hay que anadir el tanto por ciento de las gestiones. En Plassans puede esto producir unos doce mil francos. Que hacen quince mil. Si; unos quince mil francos, sobre poco mas 6 menos. Eso es lo que viene a ganar LA FORTUNA DK LOS ROUGON. 197 Peirotte. Pero ademas el tiene banca y giro por su cuenta. Esta permitido dedicarse a ese ne- gocio. Y yo puede ser que me arriesgue, si vco que la suerte me favorece. jEntonces calculemos veinte mil...., veinte mil francos de renta ! repitid Felicitas entusiasmada. Pero sera necesario pagar lo que nos ha- yan prestado. r&Y qu6 importa? Seremos mas ricos que muchos de los que mas presunien.... Y, ade- mas, el Marques y los otros tendran que par- tir la breva contigo. jNo! Todo sera para nosotros. Viendo que insistia denuevo, sintio Pedro que la desconfianza le tentaba. Grey 6 que tra- laba su mujer de arrancarle el secrete, y frunciendo las cejas, exclamo: Basta de conversacion. Es muy tarde, y es menester dormir. Trae mala suerte hacer cuentas galanas, y todavia DO tengo el desli- no. jSobretodo, que seas discreta!.... Apagada la lampara , Felicitas no pudo dor- mir. Con los ojos cerrados, hacia maravillosos castillos en el aire. Los veinte mil francos de 198 E. ZOLA renta bailaban delalite de ella una danza dia- bolica. Figurabase estar ya en una habitacion lujosa como la de Peirotte, dando bailesy sal- picando con sufortuna la ciudad entera. Lo que mas acariciaba su vanidad , era la posicidn en- da! que ocuparia su marido entonces. El seria quieu pagase sus rentas a Granoux 6 Roudier, a todos aquellos ricachos , que iban a su casa como quien va a uu cafe a hablar y enterar- se de las noticias del dia. Demasiado veia la manera desenfadada cdmo entraban en su sa- lon, y por ella los tenia entre ojos. Hasta el Mar- ques, con su irouica cortesia, empezaba a des- agradarla. Ademas , estar solos, guardar la breva para ellos solos, como eila decia, era una venganza muy satisfactoria. Cuando todos se presentaran , sombrero en mano, en casa del jefe economico, entonces, a su vez, lostrataria ella como merecian. Pasd la noche dando vuel- tas en su mente a aquellos placidos pensamien- tos. Por la manana , cuaudo abri6 las persianas, la primera mirada suya fue para las ventanas de M. Peirotte, al otro extreme de la calle: sonrio contemplando las anchas cortinas de damasco que colgabau detras de las vidrieras. LA FORTCNA DE LOS ROUQON. 199 Las esperanzas de Felicitas, el cambiar de objeto, hicieronse todavia mas violentas. Gomo lodas las mujeres, gustaba de los misterios. El oculto fin que su marido perseguia la apasio- naba mas que todas las intrigas legilimistas de M. de Garnavant. Sin gran disgusto abandono los calculos fundados en el exito del Marques, desde el momento en que por otros medios po- dia su marido obtener grandes beneficios. Fue admirablemente discreia y prudente. En el fondo, vivisima curiosidad la tortura- ba : deseando conocer su secreto, espiaba los menores gestos de Pedro. ^No estaria equivo- cado?^No les habria metido Eugenio en algiin laberinto, del cual saldrian nias pobres que en- traron ? Pero , a su pesar , sentia que la fe la animaba. Tanta autoridad habia en el man- dato de Eugenio , que acab<5 por creer en el. Influfa sobre ella, con extrano poderio, la idea de lo desconocido. Pedro hablaba con misterio de los altos personajes cuyo trato frecpentaba Eugeuio en Paris ; ignoraba lo que en la capital hacia, y su misterioso proceder contrastaba con las torpezas que Aristides cu- metia en Plassans. En su propio salon, trata- 200 E. ZULA. ban al periodista democrata concierta dureza. Granoux le llamaba bandido entre dientes , y dos 6 tres veces por semana repetia Roudier: Vuestro hijo escribe cada dia mas atroci- dades. Ayer atacaba a nuestro amigo Vuillet con un cinismo irritante. Todos los asistentes al salon amarillo bacian coro. El cornandante Sicardot hablaba pestes de su yerno. Pedro renegaba de su hijo con toda franqueza. La pobre madre bajaba la cabeza, devorando sus l^grimas. A veces sen- tia deseos de ponerse a gritar y decirle a Rou- dier y a sus colegas que su hijo , con tantos defectos, valia mas que todos ellos juntos. Pero estaba comprometida , y no queria perder la posicion alcanzada. Viendo como la ciudad en- tera trataba a Aristides , pensaba con de- sesperacidn que el infeliz estaba perdido. Dos veces le llamo a escondidas, y le exigitf que hi- ciera algo por no disgustar a los aniigos de su padre. Aristides la replied que ella no en- tendia de politica , y que habia cometido una gran torpeza poniendo a su marido al servicio del Marque's. Hubo de abandonarle con pena, mas no sin el proposito firrne de obligar a Eu- LA FORTCNA DE LOS ROUGON. 201 genio a partir su presa con el pobre muchacho, que seguia siendo su hijo nias querido. Despues de la partida de su primogenito, Pedro continue viviendo en plena reaccidn. Nada hacia sospechar el carabio ma's insignifi- cante en las ideas del cacique del centre reac- cionario. Todas las noches seguian visitdn- dole los asiduos a* sus reuniones y haciendo propaganda en favor de la monarquia , y Pedro seguia ayudandoles con el celo de siempre. Eugenio salid de Plassans el 1. deMayo. Pocos dias despues , vivo entusiasmo reinaba en el club de los conservadores. Comentabase la carta del Presidente de la Repiiblica al gene- ral Oudinot, en la cual se daba como cosa resuelta el sitio de Roma. Aquella carta era considerada como un triunfo de los elementos retrogrades. Desde 1848, las Camaras discutianla cues- tidn romana ; tocabale a un Bonaparte ahogar una Repiiblica naciente, por medio desu inter- vencidn, de la cual jamas la Francia se hubiera hecho cdmplice, a ser libre. El Marques declaro que no era posible hacer una labor mas fina en pro de la monarquia legitima. Vuillet escribid 202 E. ZOLA. un articulo soberbio. El entusiasmo rayo en delirio cuando, un ines despues, el comandante Sicardot eutro una noche en casa de Rougon, anunciando que el eje"rcito francos se estaba batiendo junto a los muros de Roma. Mientras los demas alborotaban de jiibilo, 61 fue a es- trechar la mano de Pedro con significativos ademanes. Despues senttfse y comenzd un ca- luroso elogio del presidente de la Repiiblica, diciendo que era el linico hoinbre capaz de salvar a Francia de la anarquia. Pues que la salve cuanto antes (dijo el Marques), y en seguida, que comprenda cual es su deber, entregandola en manos de sus due- nos legitimos. Pedro fingio que aceptaba esta respuesta como buena. Y luego que hubo manifestado asi su ardiente realismo, anadio que Luis Bona- parte merecia sus simpatias en aquel asunto. Sicardot le hizo coro, y entre uno y otro cru- zaroiise varias frases entrecortadas, que pare* cian estudiadas y convenidas de antemano, para hacer la apologia del Presidente de la Re- piiblica. Por vez primera entraba francamente el LA FORTUNA DE LOS ROUGOX 203 bonapartismo en el salon amarillo. Verdad es que desde las elecciones del 10 de Diciembre, el principe babia ido retrogradando poquito a poco. Preferiale la opinion a Cavaignac-, y la pleyade reaccionaria le voto con entusiasmo. Pero considerandole mas como un complice que como un amigo , con desconfianza , acu- sandole de querer comerse solo las castanas, despues de haberlas sacado del fuego con mano ajena. Aquella noche, sin embargo, con moti- vo de su actitud en los asuntos de Italia , los conservadores escucharon con cierta benevo- lencia los elogios de Pedro y los del Coman- dante. El grupo de Granoux y de Roudier pedia ya que el Presidente fusilara a todos aquellos bandidos republicanos. El Marques, apoyado contra la chimenea , contemplaba en actitud reflexiva un roseton destenido de la colga- dura. Guando alzo la vista, Pedro, que a bur- tadillas estudiaba el efecto de sus palabras re- velado en la expresidn de la fisonomia del aristocrata, se callo de siibilo. M. de Carna- vant se limito a sonreir, mirando a Felicitas y haciendo un gesto de inteligencia. Aquel 204 E. ZOLA. juego de gestos y de miradas pas6 inadverti- do para todos los burgueses que les rodeaban. S61o Vuillet dijo con acre acento: Asi y todo , mas me gustaria ver a vuestro Bonaparte en Londres que en Paris. Nuestros negocios andarian mas derechos y mas de prisa. El antiguo comerciante de aceite palide- ci6, temeroso de haber ido demasiado lejos. Yo no abogo por mi Bonaparte (dijo con bastante firmeza) : si yo fuese el amo de todo, veriais adonde lo mandaba ; pero no por eso dejo de reconocer que la expedicion a Roma es una gran cosa. Felicitas habia seguido los incidentes de esta conversacidn con curiosidad y extraneza. Pero de ello no dijo paiabra a su marido, lo cual prueba que en el silencio fundaba su tra- bajo admirable de investigacion intuitiva. La sonrisa del Marque's, cuyoalcance noacertaba a comprender, le dio mucho que pensar. Desde aquel dia, Rougou , de vez en cuando y muy de tarde en tarde, dejaba escapar una alabauza a los actos del Presidente de la Repu- blica, siempre que habia ocasidn para ello. En LA FORTUNA DE LOS HOUQON. 205 tales casos Sicardot hacia las veces de un corn- padre complaciente. Aiin dominaba el clericalismo en el saldn amarillo. Al ano siguiente, aquel grupo reac- cionario adquirid una influencia decisiva en la ciudad , merced al inovimiento reaccionario iniciado en Paris. El conjunto de medidas an- tiliberales llamadas la expedition de Roma al interior, asegurd en definitiva el triunfo de los Rougon. Los ultimos burgueses, entusiastas al notar la creciente agonia de la Repiiblica , se apre- suraron a reunirse a la mayoria retrdgrada. La hora del triunfo de los advenedizos habia lle- gado. La ciudad nueva les hizo una ovacidn la noche que fue aserrado el arbol de la li- bertad , que estaba en medio la plaza de la Subprefectura. Era ste un platano joven, trai- do de las orillas del Viorne, el cual habiase ido secando poco a poco, con gran desespera- cidn de los obreros republican os, los cuales iban todos los domingos a complacerse obser- vando c6mo arraigaba y cuanto crecia, y no po- dian explicarse las causas de aquella muerte lenta , a pesar de los cuidados de que era ob- 206 B.ZOLA. jeto. Un aprendiz de soinbrerero aseguraba ha- ber visto como la mujer de Rougon salia todas las noches y vertia en el alcorque un cubo de agua envenenada. Desde entonces corrio la voz de que Feli- citas se levantaba todas las noches para regar el arbol con vitriolo. Gierto 6 no este minor, fiie" el caso que el municipio declaro, al fin, que exigia la dignidad de la Repiiblica quitar aquella planta , tan mala representante de la libertad. Temiendo el descontento de la pobla- cion , escogieron una hora avanzada de la no- che para llevar a cabo su propdsito. Los pro- pietarios conservadores de la ciudad nueva se regocijaron con la perspectiva de aquella fiesta politica , y la noche en la cual sucedi6 , baja- ron todos a la plaza de la Subprefectura para ver como caia un arbol de la libertad. Cuando el platano crugio sordamente y se abatitf en la sombra con la rigidez de un h6roe herido de muerte, Felicitas agitd el pa- nuelo. La multitud aplaudio , y los espectado- res contestaron , agitando asimismo sus pa- nuelos. Un grupo acercose a la ventana, gri- tando : LA FORTCNA DE LOS ROUGON. 207 jLa enterraremos , la enterraremos!.... Sin duda hablaban de la Repiiblica. En poco estuvo que la etnocidn no produjera a Felicitas un ataque de nervios. Fu6 aquella una noche memorable para los asiduos al sa- 16n amarillo. Entretanto , el Marques seguia mirando a Felicitas con su misteriosa sonrisa . Era aquel viejecillodemasiadoastuto para no comprender cual era el derrotero de la politica francesa. Fue uno de los primeros que olfatearon el Im- perio. Mas adelante , cuando la Asamblea le- gislativa gastaba sus fuerzas en vanas discu- sioiies , inspiradas en rencillas y pequeneces, cuando hasta ios legitimistas y los orleanistas aceptaban ya tacitamente un golpe de Estado, penso que su causa estaba del todo perdida. Pero 61 solo vi6 claramente. Vuillet , a su vez, comprendia que la de Enrique V, defendida por su periodico, iba siendo detestable ; pero poco le importaba: toda su tactica se reducia a procurar meclios para vender mas estampas y mas rosarios. Cuanto a Roudier y a Granoux, vivian en absoluta obscuridad, siempre llenos de temores y dudas ; en puridad , no profesa- 208 K. ZOLA. ban una idea politica : todas sus aspiraciones patridticas se limitaban a comer y dormir enpaz. No por haber dado el postrer adi6s a sus es- peranzas dej6 de frecuentar el saldn amarillo el Marques. Se divertia en el. El choque de unas ambiciones con otras,aquelmaremagnum de pequenecesy necedades,babian acabado por servirle de entretenimiento. La idea de volver a encerrarse en su cuartito,debido a la caridad del conde de Valqueyras , le hacia temblar. Para 41 sdlo guardo , con maliciosa reserva , la certidumbre de que no habia llegado la hora de volver a ocupar el trono los Borbones. Prosi- guio a las 6rdenes del ciero y la nobleza , traba- jando en pro de la causa aquella , y tingiendo una ceguera que no existia. Desde el primer dia penetrd el alcance de la conducta de Pedro, y creia que Felicitas era su cdmplice. Una noche Ileg6 antes que los otros , y halld a e"sta en el saldn todavia sola. Conque dime, pequena (le preguntd): marchan bien vuestros negocios ? \ Que diablo ! Por qu6 te empenas en guardar inutiles reser- vasconmigo? LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 209 jQue guardo reserva! repuso la vieja, llena de curiosidad y de sorpresa. jTe figuras tii que asi como asi se enga- na a un zorro viejo como yo! Vaya, tratame como lo que soy, como a un ainigo. Estoy dis- puesto a ayudaros, sin que nadie lo note. ; Ea! Se franca. Felicitas comprendid de que se trataba. No podia decir palabra, y acaso lograse penetrarlo todo sabiendo manejarse. iSonries? (prosiguio Garnavant.) Asi se empieza la confesidn. Ya me figuraba yo que andabas de acuerdo con tu marido. Pedro es demasiado lorpe para inventar la bonita trai- cion que preparais. Apuesto cualquier cosa d que Bonaparte os da lo que yo hubiera pedido para vosotros , si los Borbones hubiesen triunfado. Estas palabras confirmaron las sospechas que Felicitas abrigaba desde hacia mucho tiempo. ^Verdad que es probable que el principe Luis gane la partida? pregunt6 con viveza. No se lo digas a nadie; pero creo que si (replied riendo el Marques). For mi parte, ya me he puesto luto por nuestro partido. Todo TOMO I. 14 210 E. ZOLA. seperdid, y acaso para sieinpre. Al fin y al cabo no rne debe gran cosa , porque yo para ti trabajaba: y coino quiera que sin nii ayuda has sabido tomar el buen camino, rne consuelo pensando que con mi derrota se asegura vues- tro triunfo. Si te ves apurada, ya sabes que a mi puedes acudircon toda connanza. Y con su sonrisita de caballero eseeptico y pervertido, anadio: i Bah ! Despues de todo, tarnbien yo puedo influir un poquito en la traiciou. En esto llegaron los antiguos coinerciantes de aceite y de aloiendras. i Ah! j pobresreaccionarios! (prosiguioen voz baja Carnavant.)Mira, en politica, toda la dificultad esta en tener bueua vista cuando los demas son ciegos. Llevas buen juego, pe- quena; todos los triunfos estaa ea tus nianos. Al dia siguiente, Felicitas, rebosando de curiosidad,ansiaba tener certeza de lo que ocu- rria. Gonienzaba el ano 1851 , y hacia diez y echo meses que Rougon recibia cartas de su hijo Eugenio con gran regularidad. Encerraba- seenla alcoba,lasleia,y en seguidalasguarda- ba en el caj6n de un viejo secretaire, cuya Have LA FORTCNA DK LOS ROUGON. 211 trai'a sieinpre en el bolsillo del chaleco. Cuan- do su mujer le hacia alguua pregunta, limita- base a responderj Eugeuio escribe diciendo que esta bueno. El eusueno de Felicitas era po- nor mano en todos aquellos documentos. Al si- gaiente dia de su conversacidn con el Marques, niieutras Pedro dormia, su niujer se levanto, y con gran tiento , andando de puntillas, tomd el chaleco, sacd la Have del mueble que guar- daba los papeles Ian codiciados , y la sustituyo con la de la cdmoda, que era de igual tamaiio, y bien podia confundirse con la otra. Cuando Rougon se levanto, no echo de ver el cambio; sal id a la calle, y no bien quedd sola Felicitas, apresurdse a encerrarse a su vez, y uaa tras otra , con una curiosidad febril , leyd todas las cartas. Sus propias sospechas y las que Garnavant le habia hechoconcebir con sus palabras, eran fundadas. En aquellas treinta d cuarenta cartas estaba descrito el movimiento del partidobona- partista para elevar a su jefe a la dignidad de Emperador. Formaban una especie de minucio- so diario, en el cual estaban expuestos detalla- damente los acontecimientos a medida que iban 212 K. ZOLA. sobreviniendo , comentados de tal suerte, que en cada uno se fundaban multitud de instruc- ciones y consejos. Eugenio tenia fe. Hablaba de Luis Bonaparte, considerandole como el unico honibre capaz de resolver el problema politico. Habia creido en el antes de que el prin- cipe pisara el suelo de Francia , cuando el bo- napartismo era considerado como una qui- mera ridicula. Felicitas comprendio que desde 1848 su hijo era un agente secreto y muy activo de aquella causa. Aunque no decia ciararnente cual era su posicion en Paris , se conocia a pri- mera vista que trabajaba por el Imperio, de acuerdo con personajes a quienes nouibraba con cierta familiaridad. Cada una de las cartas aquellas hacia referencia a un hecho notable, y explicaba los progresos del partido, haciendo presuinir un pronto y feliz resultado. Por lo coinun, acababan fijando la conducta que Pe- dro debia observar en Plassans. Entonces com- prendio . Felicitas la razon de ciertas frases y ciertos hechos de su marido , inexplicables hasta entonces para ella. Pedro obedecia a su hijo, siguiendo iogenuamente sus instruc- ciones. T.A FORTrNA DE LOS ROUSON. 213 Cuaiido acabo la lectura, estaba plenamente couvencida. Todo el plan de Eugenic pareci61e claro corno la luz. Pensaba hacer fortuna apro- vechando el barullo , y pagar a sus padres la deuda de la educacidn que de ellos recibio, aba- donandoles un andrajo de la presa cuando lle- gase la hora del botin. For muy poco que su pa:lre le ayudara, siendo util a la causa de Na- poleon, le habia de ser muy facil lograr para el la plaza de jefe economico. Nada era posible que rehusaran a quien habia puesto mano en las mas delicadas gestiones. Sus cartas eran senci- llamente uua serie de advertencias, para evitar que hiciera alguua tonteria que le privase de los futuros beneficios.Porque comprendio esto, sinlio Filicitas profunda gratitud hacia Euge- nic. Leyd varias veces distintos parrafos de alguuas cartas , todos los que hablaban espe- cialmente de la calastrofe final ; de aquella ca- lastrofe cuyo alcance y cuya gravedad no coinprendia bien , y que por ello tomaba a sus ojos las proporciones de la fin del mundo : des- pues ya creia ver a Dios colocando a los jus- tos a su dieslra y a la izquierda los reprobos; ella se ccnsideraba entre los primeros. 214 E. ZOLA. Cuando la noche siguiente consiguio vol- ver a su sitio la Have cambiada , prometiose usar de la inisma estratagema, siempre que lo hubiese menester; pero haciendo como si nada supiera. Aquella tdctica era exceleute, 6, al menos, pareciaselo a Felicitas. Desde entonces ayudo a su marido, tanlo mejor, cuanto este la consideraba ajena a sus gestiones. Guando Pedro creia trabajar solo, encontrabase con la ayuda de su mujer, que contribuia a que recayese la conversacion sobre tal 6 cual punto, y sin tregua se dedicaba a re- clutar partidarios para la causa que les era co- nnin. Haciala padecerla desconfianza de Euge- nio,y deseaba poder decirle, luego que el triun- fo fuese un hecho: Todo lo sabia ; y, lejos de comprometeros, asegure el exito. No era po- sible mayor actividad que la de aquel ignorado complice. El Marques, a quien tenia ella por confidente, estaba maravillado. Seguia inquietandole la suerte de su hijo Arislides. Desde que tenia fe en su primoge- nito, los furibundos articulos de El Indepen- diente la asustaban mas y ma's. Con todo su coraz6n deseaba convertir al bonapartismo al LA KORTUXA DE LOS HOi 215 republicano frenetico ; pero en vano buscaba medio de advertirle, sin incurriren impruden- cia, los riesgos que corria. Acordabase de la insistencia de Eugenio, recomendandoles que descontiaran de Aristides. Sometid el caso a Carnavant, y este opind como aquel. En politica , pequena , lo principal es sa- ber ser egoista. Convertir a Aristides y hacer de su periddico un defensor del bonapartismo, seria un golpe muy rudo para el partido. El Independiente esta juzgado: con solo su titulo basta para enfurecer a los burgueses de Plas- saus. Deja que Aristides pelee, que asi se forman los hombres: y no creas que es el de inadera d propdsito para dejarse martirizar toda la vida. En su afan de atraer al camino del bien a los suyos, ya que estaba a su vez sobre la pista de lo coaveniente, llegd hasta pretender que su hijo el medico tomase parte en sus iotrigas. Pascual,con ese egoismo propio de los sabios, se ocupaba muy poco de la politica. Cuando estaba entretenido con algun experi- monto, podia n may bien haberse derrumbado todos los tronos del mundo, sin que el lo advir- 216 E. ZOLA. tiese. No obstante, acabd por ceder a las ins- tancias de su madre, que le acusaba de vivir como un hurdn. Si frecuentaras el gran mundo (solia de- cide), tendrias clientes entre la gente de la buena sociedad. Al menos, venpor las noches a casa. Conoceras d Roudier, a Granoux, a Sicardot, personas todas que estan en buena posicidn, y te pagaran las visitas a cuatro d cinco francos. Los pobres no esperes que te enriquezcan. La idea de salir adelante , de ver en la opu- lencia a toda su familia , era la monomania de Felicitas. Pascual, por no disgustarla, cedid, y fue alguna que otra vez a pasar la velada en el salon arnarillo. Y se aburrid inenos de lo que esperaba. El primer dia se quedd esiupefacto al ver el grado de tonteria que pucde alcanzar un hombre bueno y sano. Los antiguos co- merciantes deaceite y de alrnendras, yhasta el Marques yel Comandante, parecidronleani- males raros , que hasta entouces no habia te- nido ocasion de -estucliar. Con ojos de uatura- lista contempld sus rostros , en los cuales un gesto revelador de sus apetitos estaba estereo- LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 217 lipado: escucho su palabreria vacia de sentido, ni mas ni menos que cuando tralaba de expli- carse el significado del maullido de un gato 6 del aullido de un perro. For aquel eutonces ocupabase de historia natural comparada , aplicando a la especie humana las observacioues que sobre la he- rencia lograba hacer en los brutos. En el salon ainarillo pareciale estar en una casa de fieras. Establecio semejanzas entre cada uno do aquellos grotescos personajes y animates que le eran conocidos. El Marques parecia- lt> un saltaniontes verde, con su cuerpo del- gado y su cabeza pequena y cuadrada. Vuillet le produjo la impresion desagradable y re- pulsiva de una babosa. Trato con ma's dulzura aRoudier, hallandole gran parecido conun car- nero cebado, y de igual suerte encontro que el Comandante tenia mucho del perro dogo ya viejo cuando le faltan los dientes. El que mas admiraciou le causo fu6 Granoux. Paso una velada eutera inidiendole el angulo facial. Guando le oia balbucear alguiia injuria contra los republicanos, aquellos bebedores de san- gre, creia oir bramar a un ternero ; siempre 218 E. ZOLA. que le veia levautarse, pareciale que iba & po- iierse a cuatro pa las para salir del salon. Habla, hombre. Di algo (murmuraba a veces su mad re por lo bajo). Habla , y procura hacer clientela entre esos senores. i Madre , si no soy veteriuario ! le repli- caba Pascual, en el colmo de la indignacidn. Una noche le cogio por su cuenta, y trato de catequizarle. Estaba rnuy contenta, porque iba al salon eon alguna frecuencia. Creiale afi- cionado ya d la sociedad , bien lejos , como esta- ba, de itnaginar el ge'nero de lacubraciones a las cuales se dedicaba en medio de aquel gru- po de burgueses ricos. Acariciaba en secreto el proyecto de convertirle en medico de moda. Para ella bastaba con que Granoux y Roudier tornaran a su cargo el trabajo de lanzarle , y antes de nada deseaba que profesase las ideas politicas de su familia 7 comprendiendo que un medico podia esperar mucho haciendose caluroso defensor del regimen politico llama- do a sustituir a la Republica. Ya que al fin has entrado en razdn, pre- ciso es que pienses en el porvenir (le dijo). Te acusan de republicano, porque cometes la ne- LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 219 cedad de asistir gratis a los pobretones de la ciudad. Se franco : ^cuales son tus opiniones politicas? Pascual miro a su madre con un gesto que revelaba sorpresa e inocencia , y sonriendo, la replied : ^Mis opiniones?.... Pues nolo sede cier- to.... ^Dices que me acusan de republicano? En verdad, no me ofenden, Si consiste eso en desear el bien para todo el mundo , republica- no soy. jBah! jNunca llegaras a ser nada! (inte- rruinpitf bruscamente Felicitas.) Te posterga- ran siernpre. Mira a tus hermanos , y aprende a buscar fortuna. Pascual calld, porque harto se le alcanzaba que no erau argumentos para su madre sus afa- nes por la ciencia. Acusabale de no especular con las ideas politicas. Con cierta tristeza se echo a reir, y cambio de conversacion. Inutiles fuerou en adelante los esfuerzos de Felicitas para hacerle calcular las probabilidades de exi- to do aquel partido , y afiliarse en el. Pero cou- tinuo frecueutando el salon amarillo. Granoux le interesaba como un animal antediluviano. 220 E. ZOLA. Entretanto, los acontecimientos seguian su curso. El ano 1851 fue para Plassans poca do constante ansiedad interminables apuros, de los que Rougon sacd no poco provecho. De Pa- ris sereciblannoticias contradictorias: tan pron- to parecia que la Repiiblica se consolidaba, co- mo que los conservadores la derribaban. El eco de las discusiones que extremecian la Asam- blea legislative , llegaba al rincon de mundo aquel, ya engrosado, ya debil,de suerte que los ma's expertos no sabian que pensar. La opinion general era que se acercaba el desenlace . Pern la ignorancia de la forma en que este sobreven- dria era causa de aquel constante desasosiego que reinaba en el aninio de todos los cobardes burgueses retirados en Plassans. Hasta los ine- nos cavilosos ansiaban que se resolviose la si- tuacion: hubieranse echado en brazos del Gran Turco , si el Gran Turco se hubiese comprome- tido a salvar la Francia de lo que ellos llama- ban anarquia. La sonrisa del Marque's era cada dia mas sarcastica. Por lasnoches, cuaado mas ininte- ligibles eran los grunidos de Granoux, acerca- base a Felicitas, y la decia al oido : LA FORTUNA DE LOS ROUGON. Vamos , pequena ; el fruto ya esta casi maduro.... Ahora, lo que hace falta es saber- selo comer.... Muchas veces habia pensado en esta nece- sidad, ella que seguia leyendo las cartas de Eu- genio, y uo ignoraba que el dia menos pensado sucederia la crisis decisiva. Ulilizar los aconte- cimientos : he aqui el propdsito y el problema. PerOfcCdmo? En esta duda decididse a consul- tar al Marques. Todo depende de los sucesos (la replied el viejoj. Si no llega hasta aqui la marea; si alguua insurreccidn no espanta a Plas- saiis, es dificiL que os hagais visibles sirviendo a la causa del gobierno nuevo. Entonces lo me- jor esquedaros quietos, y esperar que Eugenio os ayude por su cuenta. Pero si el pueblo se levanta, y todos estos cobardones se creen amenazados, nada es mas facil que representar unbuen papel.... Tu marido, aunque un poco torpe i Oh ! No importa ; yo me encargo de des- pabilarie.... ^Os parece que el pueblo se su- blevara? A mi juicio, es cosa segura. Plassans aca- 222 E. ZOLA. so no se mueva, porque en el reina la reaccidn. Pero las otras ciudades del departamento , las aldeas y la gente del campo, hace mucho tiempo que estan influidas por las sociedades secretas , y pertenecen al partido republican avanzado. Si estalla el golpedeEstado, ya ve- ras como repercute en toda esta parte de Fran- cia , en los bosques de las margenes del Seille y en la meseta de Sainte-Roure. &De modo que os parece inevitable una insurreccion? interrogo Felicitas , tras breve pausa. A mi no me cabe duda, repuso Car- navant. Y sonriendo con ironia , prosiguio : No se funda una nueva dinastia en un erial. La sangre es uii gran abono. jBuenofuera que los Rougon, como cierlas ilustres familias, nacieran a la vida politica en medio de una hecatombe!.... Aquellas palabras y aquella sonrisa hicie- ron estremecerse a Felicitas. Pero era inujer de cabeza, y la vista de las colgaduras de casa de Peirotte , que todas las mananas contempla- ba con admiracidn y envidia, la infundi6 valor. LA FORTUNA DE LOS 110UGON. 223 Cuando senlia que la faltaba animo,asomabase al balcdn, y contemplaba la casa del jefe eco- nomico, que era para ella como las Tullerias paraun priucf^e ambicioso. Estaba resuella a los inayores extremes , con tal de ir a habitar uua igual en el barrio nuevo, en aquella tierra promelida, sobre cuya frontera hacia tanto tiernpo qae vivia ardiendo endeseosyfcbrasan- dose de atnbicion. El coioquio soslenido con el Marques, acabo de aclarar el caso a sus ojos. Algunos dias des- pues leyo otra carta de Eugenio. En elia el agi- tador bonapartista manifestaba que una insu- rreccion era indispensable para dar iinportan- cia a su padre. Eugenio conocia muy bien su departamento. Touos sus consejos tendieron siempre a poner en rnanos de los reaccionarios del salon amarillo la mayor inflaencia posibie, para que los Rougon, en el momento critico, fueran quienes contuvieran las sacudidas de la ciudad entera. Y, seguii sus propositos, enNo- viembre de 1851 eran duenos de Plassans los asiduos contertulios de casa de Pedro. Roudier representaba la burguesia mas rica; su con- ducta serviria seguramente de norrna a tuda la 224 E. ZOLA. parte nueva de la ciudad. Granoux era todavia mas precioso : teiiia detras de si al Gonsejo municipal , del cual era uno de los miembros inas infLuyentes. Finalmente, Sifardot era jefe de la guardia nacional , gracias a las intrigas del Marques, y por su medio el salon amarillo contaba con la fuerza armada. Los Rougon , aquellos parias desconsidera- dos por su mala faina, habian por fin conse- guido agrupar en torno de ellos elementos para hacer fortuna. Por torpeza 6 por cobardia de sus colegas , todos debian depender de ellos y contribuir ciegainente a su engrandecimiento. El unico riesgo cousistia en que otras influen- cias, ejerciendo en igual sentido que ellos, les arrebatasen el triunfo, ganandoles la delantera. Y este era su temor : el de no quedar siendo los unicos salvadores de la cosa piiblica. Desde luego sabian que la nobleza y el clero les ayudarian,en vez de contrarrestar sus esfuerzos. Pero si el Subprefecto y el Alcalde, de acuerdo con otros funcionarios , llegaban a ponerse al freute de la ciudad y sofocaban la insurreccidn , no tan s61o quedarian sus tra- bajos eclipsados , sino que ni siquiera les LA FORTDNA DK LOS ROUGON. .228 dejarian tiempo de hacerse visibles por otro concepto. Su ensueno era la abstencion del elemento oficial, el panico mas absolute. Si el desbarajuste reinaba , y ellos eran un solo dia duenos de los destines de Plassans , la victoria era suya ; su fortuna tenia fundamento. Por su suerte, no habia entre los funcionarios un hombre bastante fiel a sus deberes, ni tan ene>gico que fuera capaz de arriesgarse en aquei juego. El Subprefecto era un buen liberal , rele- gado a Plassans por el gobierno, gracias, sin duda , al buen nombre de la ciudad : timido de caracter, incapaz de un abuso de autoridad, por fuerza habia de verse harto apurado delante de un pueblo en plena revolucidn. Los Rougon, que sabian cuan favorable era a la causa de la democracia, y que, por lo tanto, no temian su celo , s61o tenian curiosidad por adivinar cual seria su actitud en el momento critico. El ayuntamiento tampoco les daba miedo. El alcalde, M, de Gargonnet, era un legitimis- ta, nombrado, merced a la influencia del barrio de Saint-Marc, en 1849: detestaba a los repu- blicanos y los trataba con desde"n ; pero estaba TOMO 1. i6 226 E. ZOLA. muy comproinetido con una gran parte del ele- mento clerical, y mal podia prestar apoyo a un golpe de Estado en sentido bonapartista. Los demas funcionarios hallabanse enigual caso que el. Los jueces de paz , el administra- dor de correos , el recaudador de contribucio- nes , hasta M. Peirotte , teniendo su puesto en la reaccion clerical , no podian aceptar el Im- perio con grandes manifestaciones de entu- siasmo. Los Rougon , aunque ignoraban como ha- rian para desembarazarse de todos aquellos estorbos , y de que manera se colocarian para fijar bien la atencion del pais, fundaban mu- chas esperanzas, seguros casi , como estaban, de que nadie habia de disputarles con ventaja el papel de salvadores de la ciudad. El desenlace se aproximaba. A fines de No- viembre circulaba el rumor de que el Principe- Presidente preparaba el golpe de Estado para erigirse Emperador. Granoux, lleno de miedo, exclamo : i Bueno ! Que haga lo que le d6 la gana. Le nombraremos lo que quiera , con tal que ame- tralle a esos pillos republicanos.... LA FORTUNA DE LOS ROUGON. Estas palabras de Granoux, a quien to- dos creian dormido , produjo honda emocion. El Marques se hizo el sordo; pero los bur- gueses asintieron con una inclinacitfn de cabe- za a las palabras del antiguo comercianle de almendras. Roudier, que no temio aplaudir en voz alta porque era rico , declare , mirando de soslayo al Marques , que la situacion era insos- tenible, y precisaba consolidar la Francia, po- niendo correct! vo a tanto desman , y dandole medios para ello a cualquiera, fuera quien quisiese. El Marques siguio guardando silencio : to- dos interpretaron su mutismo como muestra de asentimiento. El grupo conservador, abandonando en aquel momento la causa de la legitimidad, hizo declaraciones en favor del Imperio , y se mani- festo a el propicio. Amigos mios (dijoSicardot, levantando- se) : solo un Napoletfn puede hoy poner a salvo a las personas y a sus amenazadas propieda- des.... No temais: he tornado las precauciones necesarias, y en Plassans os respondo de que no sera alterado el orden. 228 B. ZOLA. Referiase el Comandante a ciertas manio- bras llevadas a te'rmino , de acuerdo con Rou- gon. En una especie de cochera, cerca de las murallas , habian ocultado gran mimero de fu- siles y una multitud de cientos de cartuchos, despu6s de asegurarse bien sobre las opiniones que reinaban entre los guardias nacionales, con quienes esperaban poder contar en el momento critico. Sus palabras produjeron grata impre- sidn tambie'n. Al separarse aquella noche los tranquilos burgueses contertulios de Rougon, hablaban de matar a los rojos si se atrevian a mo verse. El 1. de Diciembre, Pedro recibid una car- la de Eugenio, la cual, segiin su prudente costumbre, fu6 a leer a la alcoba. Felicitas notd que al salir del dormitorio estaba agitado, y todo el dia anduvo dando vueltas alrededor del secretaire. Guando llegd la noche , ardiendo de impaciencia , no podia estarse quieta : ape- nas se durmid Pedro , se levanttf con gran si- lencio , cogid la Have del bolsillo del chaleco, y se apoderd de la carta sigilosamente. Euge- nio decia que la crisis iba a" resolverse de un momento a otro ; prevenia a su padre, dandole LA FORTUNA DE LOS ROGGOX. 229 consejos , y uno de ellos era que pusiese a* su madre al corriente de todo. Habia llegado la hora de enterarla , porque pudiera necesilar de su auxilio. Al otro dia espertf Felicitas en vano , por- que la contidencia no salid delabios de Pedro. No se atrevio a confesar sus curiosidades , y siguid tingiendo ignorarlo todo, furiosa con- tra la estupida desconfianza de su marido , qua sin duda la juzgaba tonta y charlatana como las demas mujeres. Pedro , con ese orgullo propio de los maridos , que hace creer a los hombres en una omnimoda superioridad den- tro del hogar , acabd por atribuir a su mujer todos los fracasos de su penosa existencia. Desde que, segiin el, dirigia solo los negocios, salfan a pedir de boca. Por eso resolvio pasarse sin los consejos de su companera, y no darle cuenta de nada , a pesar de las retfomendacio- nes de Eugenio. Tal era la rabia despertada por esta conduc- ta en el animo de Felicitas, que, a no desear tanto el triunfo , hubiera puesto todo lo posible de su parte para entorpecer el xito. Pero su ambicidn propia le prestd calma, y diose a 230 E. ZOLA. trabajar con entusiasmo, aunque no sin pre- meditar su venganza. jAh! (pensaba.) jSi tuviera miedo!.... i si cometiera una barbaridad ! Vendria humil- demente a pedirme'parecer, y entonces le pon- dria yo la ley.... Lo que mas la preocupaba era la actitud de senor todopoderoso que tomaria Pedro si llegaba a triunfar sin su ayuda. Guando se casd con el hijo de un patan , prefiridndole a un pasante de notario u otro hombre por el estilo, pensaba servirse de el como de un s61ido autd- mata, cuyosresortespudieramanejar a su an- tojo ; jy en el momento decisivo el autdmata, con su torpeza y su ceguera , se empenaba en andar solo ! Su espiritu astuto y su actividad febril protestaban contra aquella rebelion in- esperada 6 injustificable. Sabia que era Pedro inuy capaz de cualquier decision brutal, seme- jante a aquella que tomo cuando hizo firmar a su madre el recibo de los cincuenta mil francos : el instrumento no era muy bueno, poco escrupuloso ; pero ella reconocia la ne- cesidad de manejarle , y mas que nunca en aquellas circunstancias, en las cuales hacia LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 23( falta grandisima flexibilidad y mucho tacto. Hasta el jueves , dia 3 de Diciembre , despus ; de mediodia , no llego a Plassans la noticia ofi- cial del golpe de Estado. A las siete de latarde todos los partidarios estaban reunidos en el saldn amarillo. Aunque esperaban ansiosos la crisis, cierta vaga inquietud se reflejaba en sus semblantes. Se char!6 mucho , comentando los acontecimientos , y Pedro , un poco palido como los demas , creyd deber excusar, por un lujo de prudencia , el acto decisive del principe Luis, a los ojos de los legitimistas y orleauis- tas que estaban presentes. Segiin aseguran (dijo) , se convocara al pueblo , y la nacion quedara en libertad de es- coger la forma de gobierno que mas le cua- dre El Presidente es hombre capaz de reti- rarse delante de los legitimos duenos.... El Marque's, que conservaba la sangre fria, fue' el linico que acogitf estas palabras con una sonrisa. Los demas, preocupados s61o del pre- sente, no pensaban ni por asomo en lo que pu- diera suceder el dia de manana. Todos estaban fluctuando. Roudier, olvidando sus enterneci- mientos acostumbrados de orleanista agrade- 232 E. ZOLA. cido, internimpitf a Pedro bruscamente, y los demas le hicieron coro. Nada de discusion. Pensemos tan sdlo en conservar el orden, dijeron a una voz. Los infelices tenian un miedo cerval a los republicanos. Y eso que la ciudad sdlo habia manifestado con un ligero estremecimiento la emocidn que los acontecimientos de Paris le produjeron. Se formaron grupos delante de los partes oficiales pegados a la puerta de la sub- prefectura , y corrieron voces de que algunos centenares de obreros habian abandonado el trabajo y trataban de organizar una seria re- sistencia. Pero ningiin sintoma caracteristico de los movimientos populates se observaba en ningun barrio. Lo mas peligroso era la aciitud que podian tomar las gentes del campo y de las otras ciudades del departamento , y se ig- noraba como habian recibido la noticia del gol- pe de Estado. A poco mas de las nueve llegd Granoux jadeante: acababa de terminar la sesidn del Consejo municipal , reunido con gran urgen- cia. Con la voz ahogada por la emocion, dijo que el Alcalde, no sin hacer todo ge"nero de re- LA. FORTDNA DB LOS RODGON. 233 servas, se mostraba dispuesto a sostener el orden, empleando las medidas mas energi- cas que estuvieran d su alcance. Pero la noticia que ma's impresiond d los asistentes al salon amarillo fue la de la dimisidn del Subprefec- to : este fimcionario habiase negado rotunda - mente a comunicar al pueblo de Plassans los telegramas del ministro del Interior : acababa de salir de la poblacidn , segiin dijo Granoux, y el Alcalde se vid obligado a mandar que los despachos fueran pegados a la puerta de la sub- prefectura. Acaso fue el unico Subprefecto de toda Francia que tuvo el valor de sostener sus opiniones deinocraticas . La ene'rgica actitud del Alcalde inquietd no poco a los Rougon; pero en cambio se deshicieron en improperios contra el fugitivo Subprefecto que, les dejaba libre el campo. Aquella velada fue memorable , porque en ella el salon amarillo se declard propicio al golpe de Estado , aceptando sin reserva los hechos consumados. Vuillet quedd en publicar al dia siguiente un articulo en su periddico la Gaceta en aquei sentido. Ni 6\ ni el Marques opusie- ron ninguna objecidn. Sin duda habian recibido 234 E. ZOLA. instrucciones de los misteriosos personajes a quienes de cuando en cuando solian aludir. La noblezay el clero resignabanse, por lo visto, a prestar su apoyo a los vencedores para rema- tar al enemigo comun, la Republica. Aquella noche , mientras los asiduos al sa- 16n amarillo discutian y deliberaban , Aristi- des , ansioso y desorientado , sudaba y trasuda- ba. Nunca habra* experimentado semejante angustia el jugador que pone a una carta el ultimo dinero. Duranteel dia, di61e mucho que pensar la dimisidn de su jefe. Oydle repetir varias veces que aquel golpe de Estado , por fuerza habia de fracasar. Honrado hasta cierto limite, aquel funcionario creia en el triunfo definitivo de la democracia , sin tener por su parte fe bastante para defenderla resistiendo. Con gran frecuencia solia Aristides escuchar traves de las puertas del despacho del Sub- prefecto , para procurarse noticias : compren- dia que andaba a tientas , y buscaba luz en las noticias que robaba a la administracion. El juicio del Subprefecto le chocd, mas no por ello salia de apuros. Si el triunfo del Principe- Presidente no es seguro , por qu6 huye? (pen- LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 235 saba.) Dispuesto a jugarse el todo por el todo, y no sabiendo a qu6 carta quedarse, decidid continuar haciendola misma politica de oposi- cidn , y escribi6 un articulo violentisimo contra el golpe de Estado , que llevd en seguida a la imprenta para que fuera insertado en el niime- ro de su periddico por la manana. Despue's de corregir las pruebas , retirabase a su casa algo tranquilo, cuando acertd a fijarse en la casa de los Rougon , al pasar por la calle de Banne. Maquinalmente alzd la cabeza, mird a las ventanas, a traves de cuyos cierres se filtraba la luz, y con inquietud y curiosidad pensd: ^Qud estara*n maquinando? Invencible deseo de saber la opinion de aquella gente sobre los ultimos acontecimien- tos apoderdse de el. No concedia gran impor- tancia al grupo reaccionario aquel ; pero tal era su fluctuacidn , que hubiera sido capaz de oir el consejo de un nino de cuatro anos. Des- pue's de la campana que habia hecho contra Granoux y los demo's reaccionarios, no podia entrar en casa de su padre asi de buenas a pri- meras. Pero estaba resuelto a todo ; pensando en el jaleo que se armaria si le sorprendian en 236 E. ZOLA. la escaiera, subio ; llego junto a la puerta de entrada , presto oido atento , y solo consiguid percibir confuso inurmullo de voces. Soy un chiquillo (murmuro). El miedo me vuelve tonto. Iba a retirarse , cuando oy<5 ruido de pasos y la voz de su madre : alguien se marchaba, y Felicitas le acompanaba hasta la antesala. Solo tuvo tiempo de esconderse'en un hueco obscuro que formaba la escalerilla que condu- cia a las buhardillas : abridse la puerta , y aparecieron en el hueco Felicitas y el Marque's. M. de Carnavant solia retirarse antes que los otros tertulios , acaso por evitarse el fastidio de darles la mano en la calle. Lo dicho , pequena (murmurtf en voz muy baja el Marqu6s); la gente esa aun es mas co- bardona de lo que yo creia. Con semej antes hombres, la Francia sera siernpre del que quie- ra apoderarse de ella. Y con cierta amargura, como hablando consigo mismo, prosiguio : Decididauiente , la monarquia es dema- siado honrada para estos tiempos. Paso su epoca. LA FORTUNA DE LOS RODGON. 237 Eugenio habia anunciado la crisis (dijo Felicitas). El triunfo del principe Luis le pa- rece seguro. i Oh ! Si. Pode'is andar con todo desahogo (concluyd el viejo, comenzando a bajar). Den- tro de dos 6 tres dias el pais estara bonitamente agarrotado y con la mordaza puesta. Hasta manana , pequena. Felicitas cerrd. Aristides estaba como des- lumbrado en el fondo de aquel obscuro aguje- ro. Sin preocuparse de no ser visto por el Mar- que's, salid, j de cuatro en cuatro escalones bajd la escalera ; gand la calle como un loco, y tomd a todo correr camino de la imprenta de El Independiente. Un caos de pensamientos embargaba su animo : corriendo y pensando, renegaba de su familia, que le habia enganado. i Cdmo ! j Eugenio tenia al corriente de todo a sus padres, y su madre no le ensend d 61 las cartas, cuyas inspiraciones hubiese seguido a ojos cerrados! jA buena hora sabia que su hermano mayor consideraba el golpe de Es- tado como cosa concluida! jBien se confir- maban aquellos presentimientos , que desechd por hacer caso alimb^cil del Subprefecto! Pero 238 E. ZOIA. contra quien mas exasperado estaba era contra su padre: habiale creido bastante esUipido para ser de todo corazdn legitimista, y de bue- nas a primeras, en el oportuno momento, resultaba partidario de Bonaparte. i Y pocas necedades me nan dejado come- ter! (murmuraba.) j Bonito papel el niio! \ Ah, qu6 leccion ! j Granoux, con ser tan bruto, vale mil veces ma's que yo ! Con estrepito de tempestad entrd en el despacho del impresor de El Independiente, y con voz estrangulada por la ira , pidid su ar- ticulo. Ya estaba compuesto; rnando entregarle la forma, y no estuvo contento hasta que por su propia mano la hubo deshecho , revolviendo las letras como si fueran fichas de domino. El impresor le miraba estupefacto. En el fondo se alegraba, porque el articulo le parecia muy peligroso. Pero le hacia falta indispensable- mente otro original , so pena de no poder tirar el peri6dico. feVais a darrne otra cosa? le preguntd. jClaro esta! repuso Aristides. Sentdse a la mesa , y comenzd un caluroso panegirico del golpe de Estado. Desde las pri- LA FORTCNA DE LOS ROUGON. 239 meras lineas protestaba de su adhesion al principe Luis, Salvador de la Repiiblica. Pero no tenia escrita una cuartilla , cuando se de- tuvo, falto de ideas. Su cara de fuina revelaba honda inquielud. Me voy a casa (dijo por fin). En seguida mandare el original que hace falta. Todo sera que salgamos un poco ma's tarde....; pero no hay mas remedio. Al retirarse , ya no corria. Andaba poco a poco , sumido en profunda meditacion. De nuevo estaba indeciso. &Por que habia de re- solver tan de prisa? Eugenio era un hombre inteligente; pero acaso su madre exageraba los alcances de una frase mal interpretada. De todas maneras, lo mejor era callarse y esperar. Una hora despues , Angela llegd a casa del librero, fingiendo gran emotion. Mi marido se ha herido cruelmente (le dijo). Al entrar en casa se ha cogido cuatro dedos de la mano derecha con una puerta , y en medio de los dolores que padece , me ha dictado esta nota para que la pongan en el nii- mero de maiiana. En "efecto, al otro dia El Independientc, 240 E. ZOLA. casi todo compuesto de noticias , aparecid con unas cuanlas lineas tan sdlo en el lugar del articulo de fondo. Era una advertencia, que decia asi : Una desgracia ocurrida ayer a nuestro emi- nente colaborador M. Aristides Rougon, nos privara de sus notables trabajos por espacio de algunos dias. En las graves circunstancias por las cuales atraviesa el pais , le sera muy penoso el silencio; pero ninguno de nuestros lectores pondra en duda que, siempre patriota, hace votos fervientes por la. felicidad de la Francia. Aquellas frases ambiguas eran fruto de ma- duro examen. La ultima podia explicarse en favor de cualquiera idea politica. De esta ma- nera , luego que la victoria estuviese consoli- dacia, podia muy bien volver a la palestra, haciendo un panegirico de los vencedores. Al dia siguiente se pased por toda la ciudad con el brazo derecho en cabestrillo. Su madre, asustada , acudid verle ; pero el rehusd ense- narle la mano , y la habld con una amargura que hizo caer en la cuenta a la vieja. jBah! Me alegro de que no sea*nada (le LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 241 dijo ya tranquila y un tanto burlona). Solo te hace falta descansar unos dias para sanar del todo. Gracias a la supuesta herida y a la des- aparicidn del Subprefecto, el periddico de Aris- tides no sufrid las persecuciones que los otros organos democraticos de provincias. La rnanana del dia 4 pasd sin incidente al- guno que alterase la paz en P^assans. For la tarde hubo una manifes tacidn popular , que se disolvid con solo la presencia de la gendarme- ria.Un grupo de obreros fue al Ayuntamiento a exigir que les dieran cuenta de los despachos de Paris: el Alcalde senegd a ello con altaneria, y el grupo seretird, gritando /Viva la Rep'tibli- ca! /Viva la Constitution! Luego, lodo volvid a quedar en calma. En el salon amarillo, des- pues de comentar aquel inofensivo paseo de los republicanos, convinieron los nuevos bonapar- tistas en que todo iba a pedir de boca. Pero los dias 5 y 6 fueron mas fecundos en emociones. Siipose sucesivamente que se ha- bian sublevado las pequenas ciudades vecinas; toda la parte Sur del departamento estaba so- bre las arenas ; la Palud y Saint-Martin-de- TOMO I. 16 242 E. ZOLA. Vaulx fueron los primeros en levantarse, y arrastraron a Chavanos , Nazeres, Poujols, Val- queyras y Vernoux. En vista de esto , el panico se apodertf del saldn amarillo. Lo que mas mie- do inspiraba al grupo de Rougon era el aisla- miento de Plassans en medio del micleo de la rebelion. Partidas de insurrectos andaban por las inmediaciones, y debian interrumpir todo medio de comimicacion. Granoux repetia , con acento que revelaba su miedo , que el Alcalde no tenia noticias de Paris. Decian algunos que en Marsella habia corrido ya mucha sangre, y que una revolucion espantosa asolaba a Paris. El comandante Sicardot, f arioso al ver la pu- silanimidad de los burgueses de Plassans, ha- blaba de morir a la cabeza de la fuerza que mandaba. El domingo, 7, lleg<5 al colmo el terror. Desde las seis de la tarde , el salon amarillo, aquella especie de comite reaccionario, que estaba en sesitfn pernianente 7 se lleno de gen- tes asustadas y temblorosas , que hablaban en- tre ellas sin atreverse a levantar la voz , como si estuviesen en el cuarto de un muerto. Ha- bia llegado al mediodia la noticia de que una LA FORTONA DE LOS ROUGON. 243 columna de insurrectos , compuesta por unos 3,000 homhres , estaba reuuida en Alboise, pueblo distante tres legaas de la ciudad. Suponian que debia dirigirse a la capital. dejando aPlassans a la izquierda ; pero como el plan de campana podia ser variado , bastabales a todos aquellos propietarios , timidos y poltro- nes, saber que estaban cerca de ellos los in- surgentes, para imaginarse ya que las rudas manos de los obreros lesapretaban los pescue- zos. Por la manana habiaa ya gozado de los pre- liminares de la revolucion : los pocos republi- canos que en Plassans' estaban, convencidos de que nada podian esperar en la ciudad , re- solvieron ir a reunirse con sus herinanos de la Palud y de Saint-Martin-de-Vaulx, y un grupo salio a cosa de las once por la puerta de Roma, cantanclo la Marsellesa, y rqmpiendo algunos cristales de las casas que ballo al paso. Una de las ventanas de la de Granoux quedo hecha pedazos. Guando este contaba el hecho, estaba tembloroso y balbuciente de es panto. No obstante el miedo que reinaba , viva ansiedad notabase en todos los tertulios del salon amarillo. ElComandante habia mandado 24 i ' E. ZOLA. a su criado para saber a punto fijo el cami- no que tomaban los insurrectos , y era espe- rado aquel con mortales angustias , en medio de las inas extravagautes suposiciones. Nin- guno faltaba en la reunion. Roudier y Gra- noux , hundidos en sus butacas , cambiaban tristes miradas , y detras de ellos yacia el esparitado grupo de comerciantes retirados, muertos de miedo. Vuillet, con mas presencia de animo que los otros , reflexionaba la mejor manera de poner su tienda y su persona a sal- vo de todo peligro ; dudaba entre esconderse en la buhardilla 6 en la bodega , y se inclinaba a preferir esta ultima. Pedro y el Gomandante, paseando arriba y abajo, cruzaban alguna que otra palabra. El viejo comerciante de aceite se arrimaba a su ainigo Sicardot para cobrar un poco de valor. A pesar- de tener un nudo en lagarganta , corno esperaba hacia tanto liempo la crisis, yen ella fiaba todas sus esperanzas, hacia grandes esfuerzos para conservar la pre- sencia de espiritu. Guanto al Marques , estaba enunriucdu, mas sonriente y mas decider que nunca, hablando con Felicitas, quien pa- recia mas alegre que de costumbre tambien. LA FORT UNA DB LOS ROUGON. For fin oyeron repicar la cainpaniila. Todos dieron un salto , ni mas ni menos que si hu- biera sonado un tiro. Mientras Felicitas fue a abrir, reino sepulcral silencio en la sala : to- dos los ojos espantados , y todos los rostros pa- lidos y ansiosos , estaban vueltos hacia la puerta. De pronto aparecio en el dintel el sir- viente del Cotnandante; veaia jadeaa do , y dijo, sin mas preambulo : Senor, los sublevados estaran aqui antes de una hora. Aquella noticia cayo como una bomba en el salon amarillo. De cada boca se escapo una exclamacion; todos se pusieron en pie, y, cons- ternados, alzaron los brazes al tec ho. Tal ba- Tullo se armo, que por espacio de mucho rato fue imposible que se entendieran. Rodeaban al mensajero, y le abrumaban a pre^untas. ; Per vida de Dios vivo ! (grito, por fin, el Comandante.) Noalborotar, es lo que importa. i Gaitiia ! \ Calma ! j Muchisima ca Ima , 6 no res- pondo de nada ! Cada cual cayo sobre su asiento , lanzando uu hondo suspiro. Entonces se supieron deta- lles. El mensajero babia ballado a la columna 216 E. zor.A. en Tulettes, y se apresurd a volver corriendo. Lo meuos son tres mil (dijo). Marchan como si fueranfsoldados, porbatallones. Y me parece que en medio de ellos llevaban prisio- neros. jPrisioneros ! exclamaron los burgueses en el colmo de la consternacion. jSin dudaL... (interrurnpid el Marques, con su vocecilla aflautada.) Segiin me han ase- gurado, prenden a todas las personas conoci- das por sus opiniones conservadoras. Esta nueva concluyd la obra. El panico do- mino al saldnamarillo. Algunos se levantaron r y se fueron sin despedirse, temerosos de no tener tiempo de encontrar lugar seguro donde ocul terse. La noticia de las prisiones hechas por los republicanos impresiond, al menos en aparien- cia, a Felicitas. Llam6 aparte al Marque's, y le pregunto : iQue hace esa gente con los presos? Llevarlos con ellos (repuso M. de Carna- vant). Sin duda los conservan en rehenes. jAh! exclamo la vieja con extrano acento. LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 247 Y con curiosidad siguio observando la es- cena de panico que en el saldn sucedia. Poco a poco fueron desapareciendo todos, hasta no quedar mas que Vuillet y Roudier , a quienes la proximidad del peligro prestaba alguna energia. Guanto a Granoux, queddse hundido en el sillon tambien , porque las piernas se ne- gaban a sostenerle. iMas vale asi! (exclamtf Sicardot, al ver como desertaban todos. ) Hubieran acabado con mi paciencia. Hace dos anos no sabian hablar mas que de fusilar a los republicanos del contorno, y cuando ilega el caso, no serian capaces de dispararles ni un cohete de a cin- co centimos. Asi diciendo , cogio el sombrero, y dirigien- dose a Pedro, continuo: jEa! El tiempo vuela.... Vamos, Rou- gon.... Felicitas parecia esperar aquel momento. Gorrid a la puerta , interpiisose delante de su marido, que por su parte no se daba gran prisa por seguir al terrible Sicardot, y fingiendosu- bita desesperacidn, grito: No quiero que saigas.... No consentire 248 E. ZOLA. que me dejes sola.... jEsos canallas te mata- rian!.... El Comandante se detuvo sorprendido : jCaramba! (gruno.) &Ahora se ponen a lloriquear las mujeres?.... Vamos, Rougon. No, cien veces no (repitio Felicitas, fin- giendo un terror creciente). No ira; no le de- jare* salir, como no me lleve con 61. El Marques , sin comprender el movil de aquella escena, miraba curioso a la vieja. &Era la misrna que hacia poco hablaba contenta y despreocupada? ^Qu6 comedia era aquella? Pedro, desde que su mujer se oponia a que saliera , manifestaba gran etnpeno por seguir a Sicardot. Te digo que no saldras, repitio la vieja > aferrada a un brazo de su marido. Y volviendose hacia el Comandante, pro- siguio : ^A quien se le ocurre resistir? Son tres mil,y aqui apenas si contaremos con cien hom- bres resueltos. Vais a haceros matar iniitil- inente. Es nuestro deber, dijo Sicardot con im- paciencia. LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 249 Felicitas rompio a llorar. -Si no me lo matan , me lo cogeran prisio- nero (prosiguid, mirando fijamente a su niari- do). Y entonces, ^qu6 sucedera en la ciudad, del todo abandonada? iPero acaso no nosprenderan si dejamos que entren tranquilamente e'n Plassans? (ex- clamo el Gomandante.) Dentro de una hora, el Alcalde, todos los % empleados, Rougon y todos los que frecuentaban su casa , estaran en poder delos insurrectos. El Marques creyo notar una rapida souri- sa en los labios de Felicitas, al tiempo que respondia con acento revelador de un gran espanto: ^De veras? ;Es claro! Los republicanos (contest6 Sicardot) no son tan necios que vayan a dejar enemigos a retaguardia. Maiiana no quedara en la ciudad ni un funcionario publico, ni un hombre de provecho. Al oir estas palabras , habilmente provoca- das por ella, solt6 Felicitas el brazo de Rou- gon. Este no hizo ningiin movimiento para sa- lir. Gracias a su mujer, cuya astuta tactica no 250 E. ZOLA. habia comprendido en un principle, y cuya secreta complicidad no alcanzaba, vid claro un plan de campana completo. Gonviene que deliberemos antes de dar un mal paso (dijo, dirigie'ndose d Sicardot). Acaso esta tenga razdn , acusdndonos de no mirar por los intereses de nuestras familias. jNo ! En verdad, no va descaminada la senora, dijo Granoux , que habia oido los gri- tos de es panto de Felicitas con la alegria de un egoista que goza al ver que otros sufren como 61. El Gomandante se cald de golpe el sombre- ro, y dijo, acompanando las palabras con un gesto en^rgico y expresivo : Bueno ; tenga razdn 6 no , yo lo que se es que soy Comandante de la guardia nacio- nal, y ya debia estar en casa del Alcalde. Con- fesad que teneis miedo, y me dejais solo, y.... buenas noches, Ya tenia cogido el Gomandante el picapor- te, cuando Rougon, volviendose con viveza, le dijo : Escuchad, Sicardot.... Llevdle a un rincdn. Vuillet prestd oido, LA FORTUNA DE LOS ROUGON. pero nada pudo escuchar, porque hablaron en voz baja. Dijole Pedro que era un golpe de astucia dejar detras de los insurrectos algunas perso- iias ene>gicas que se encargaran de Testable - cer el orden eu la ciudad , y viendo que el Comandante se empenaba en no ceder su pues- to , ofreciose a ponerse a la cabeza del cuerpo de reserva. Dadme la Have de la cochera en donde tenemos las armas y los cartuchos, y mandad d cincuenta 6 sesenta de nuestros partidarios que no se muevan basta que yo les llame. Sicardot acabd por conformarse con estas prudentes medidas , y le dio la Have, compren- diendo la inutilidad de la resistencia; pero re- suelto a pagar al menos con su persona. Mientras hablabau, el Marques murmuro algunas palabras al oido de Felicitas con gesio malicioso y la sonrisa en los labios. Sin duda la felicitaba por aquella comedia tan oportuna como bien representada. La vieja, a su pesar, sonrio. Y viendo que Sicardot estrechaba la mano de Rougon y se disponia a salir, le dijo, tomando de nuevo su aspecto descoinpuesto : 252 F- ZOLA. iResueltamente os vais? Un veterano de las guerras de Napoleon no se deja intimidar por esa canalla, replied el Gomandante. Ya estaba Sicardot en el primer rellano de la escalera, cuando Granoux se precipitd a la puerta, y le dijo: Si vais al Ayuntamiento decidle al Alcal- de lo que sucede. Yo voy a* mi casa, porque mi rnujer estara con mucho cuidado. Felicitas , a su vez , se inciind al oido del Marques , y murmurd con acento discrete y picaresco : A fe mia, prefiero que ese diablo de Go- mandante vaya a dejarse prender. Tiene dema- siado celo. Entretanto Rougon habia llevado a Gra- noux al salon. Roudier, que, desde el rincdn en donde estaba, observaba en silencio los in- cidentes de aquella escena, apoyando con se- nales de aprobacidn todo lo que eran niedidas de prudencia, fue a reunirseles. Guando el Marques y Vuillet se hubieron levantado tarn- bien, Pedro dijo : Ahora que nos hemos quedado solos la LA FORTDNA DE LOS ROUGON. 253 gente tranquila, propongo que cada cual se oculte en dondey como mejor pueda, para evi- tar una prision segura , y poder estar libres cuando seamos los mas fuertes. Poco faltd para que Granoux le diese un abrazo : Readier y Vuillet respiraron con mas desahogo. Muy pronto, senores , habre' menester de Yosotros (prosiguio el comerciante de aceite, dandose importancia). A nosotros queda enco- mendado el honor de restablecer el orden en Plassans. Gontad con nosotros, dijo Vuillet, con un eiitusiasmo que disgusto a Felicitas. Urgia tomar una determinacion. Los singu- lares patriotas de Plassans que se escondian para defender la ciudad , se apresuraron a co- rrer en busca de un escondrijo. Cuando Pedro quedo a solas con su mujer, recoinendole que no cometiese el disparate de encerrarse a piedra y lodo, y que si le pregun- taban , contestara que su marido estaba de via- je. Y viendo que ella sehacia la tonta, fingien- do gran miedo , y preguntandole que iba a ser de ellos, dijole bruscamente: 254 E. ZOLA. ,A ti qu6 te importa? Dejame manejar solo mis negocios, y veras c<5mo todo marcha mejor. Pocos moinentos despu^s huia a lo largo de la calle de Banne. Al llegar al paseo de Sauvaire vi<5 salir del barrio viejo un grupo de obreros cantando la Marsellesa. i Diablo ! (penso.) \ Si me descuido ! \ Aho- ra la ciudad se insurreccionatambien! jBuena va la danza ! Y apreto el paso camino de la puerta de Roma. En ella paso un rato de ansiedad, por la lentitud del guarda para abrir la puerta. Desde que dio los primeros pasos por la carre- tera, distinguio, a la luz de la luna , la co- lumna de iusurrectos , cuyos fasiles lanzaban rapidos destellos a lo lejos. Gorriendo, gano el callejdn de Saint-Mittre , y Ileg6 a casa de su madre , en la cual no habia entrado hacia mu- chos anos. IV. Antonio Macqu.art volvio a Plassans des- pues de la caida de Napoleon. Tuvo la increi- ble suerte de no concurrir a ninguna de las ultimas sangrientas campanas dellmperio. Pa- sando de uno a otro deposito cumplio los anos de servicio, sin salir de soldado, haciendo una vida monotona y ociosa, que acabo de consolidar en el los vicios congenitos. Su pe- reza se hizo razonada ; la embriaguez , que le valio un sin numero de castigos, se convirtio para el en una verdadera religion. Pero lo que sobre todo le trocd en el peor de los bolgaza- nes , fue el desprecio que se desarrollo en su animo hacia todos los pobres diablos que ga- nan el sustento trabajando desde el amanecer hasta que el sol se pone. En mi tierra tengo dinero (solia decir a 250 E. ZOLA. sus companeros); cuando cumpla, podr6 vivir de mis rentas. Esta creencia y su crasa ignorancia le im- pidieron llegar a cabo siquiera. Desde su partida , ni an solo dia de licencia obtuvo para pasarlo en Plassans : su hernaano inventaba mil pretextos para tenerle alejado. Asi es que ignoraba completamente la astuta manera como Pedro supo apoderarse de la for- tuna de Adelaida. Esta , viviendo siempre su- mida en aquella indiferencia sinlimites, le es- cribio tres 6 cuatro veces, mas s61o para decirle que estaba buena. El silencio con que fueron acogidas sus peticiones de dinero no le extra- fid: imaginaba que la tacaneria de Pedro, y no otra causa , eran inotivo de que solo de cuan- do en cuando le mandasen una miserable pie- za de veinte francos. Esto , por otra parte, sir- vid para acrecentar el odio que profesaba a su hermano, quien le dejaba pudrirse en el servi- cio, no obstante sus promesas de ponerle un sustituto. Proponiase, luego que tornara a su casa, dejar de obedecer como un chiquillo, y pedir rotundamente su parte de berencia , para vivir como mejor le pareciese. LA FORTCXA DE LOS ROCGOV 257 Cuando volvia en la diligencia, sonaba con la famosa vida que iba a llevar. El derrumba- miento de tanto castillo de naipes fue terrible. Al llegar al arrabal y encontrarse con que no reconocia la antigua propiedad de los Fou- que , sequedo estupefacto. Tuvo que pregun- tar donde vivia su madre; se lo dijeron, y luego ocurrio una escena espantosa. Adelaidalecun- to tranquilamente coino habia verificadola ven- la de todos los bienes, y Antonio se puso fuera de si, llegando hasta levantarle la mano. La po- bre mujer repetia: Tu herinano se la llevo toda ; pero el cui- dara de ti; eso convinimos. For fin salio de casa de Adelaida, y fuese en busca de Pedro , a quien habia anunciado su llegada, y el cual estaba dispuesto a concluir poniendole en la calle encuanto dijera una pa- labrota. Oid (le dijo el comerciante de aceite, de- jando de tutearle); no mecalenteis la cabeza, si no quereis que os plante en el arroyo. Des- pues de todo, no os conozco. Ni siquiera lleva- mos el mismo nombre. jBastantees la manera como mi madre se ha portado conmigo para TOMO i. 17 258 E. ZOLA. que sufra ademas las insolencias de sus bas- tardos! Estaba bien dispuesto; pero ya que asi procedeis, no hare nada de lo que pensaba, absolutainente nada. Poco falt6 para que Antonio reventara de cdlera. &Y mi dinero? j Ladronazo ! ^Me lo de- volveras, 6 quieres que te lleve a los tribuna- les? grito. Pedro se encogio de hombros. No tengo dinero que no sea mio (le re- plicaba, cada vez mas calmoso). Mi madre ha dispuesto de su fortuna como le ha dado la gana , y no soy yo de los que se ineten en los negocios ajenos. Ha tiempo que renuncie a toda esperanza de heredar, y estoy a salvo de acusaciones infames. Y viendo que su hermano no cesaba de al- borotar , exasperado por su sangre fria , sacd el recibo de Adelaida, y se lo enseno. La lee- tura de aquel documento acabo de enloquecer a Antonio. jBueno! (exclamo, tranquilizandose de siibito.) Ya s6 lo que me toca hacer. ft En verdad, no sabia que partido tomar. Se LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 259 reconocia impotente para encontrar un medio de coger en seguida su parte de herencia y vengarse , y esta certeza le desesperaba. Vol- vid a casa de su madre, y la sometio a un inte- rrogatorio vergonzoso. La pobre rnujr solo ^podia decirle que volviesea casa de Pedro. Pero os parece que vais a traerme y llevarme como si fuera un zarandillo? (ie dijo insolentemente.) No tengais cuidado, que ya averiguare' quien de los dos tiene escondido el gato....; como no lo hayas derrochado tii, grandisima.... Y haciendo alusion a sus proverbiales de - vaneos, le pregunto si tenia algiin canalla a quien daba el dinero. Ni siquiera respeto la memoria de su padre; aquel borrachon de Macquart (decia) , que la habia despluinado hasta su muertepara dejar a sus hijos en medio del arroyo. La infeliz le escuchaba estupefacta; por sus mejillas rodaban gruesas lagrimas ; se defendia, acertando apenas a pronunciar algu nas palabras , como una chiquilla , ni mas ni menos que si fuera su hijo un j uez , jurando que vivia honradamente, y repitiendo sin cesar que no tenia ni un ce'ntimo ; que Pedro se lo habia 260 E. ZOLA. llevado todo. Acabd Antonio por creerla casi. jAh, pillo! (exclamd.) Por eso no queria librarme de ser soldado.... Precise fu6 que se conformara con acostarse aquella noche en casa de su inadre sobre un jergdn tirado en un angulo de la cocina. Habia vuelto sin un ce'ntimo, y, loque mas le deses- peraba, era verse en medio dela calle, sin oficio ni beneficio, como un perro vagabundo, mien- tras su hermano hacia buenos negocios y co- mia y bebia tranquilamente. Por no tener dinero para comprar ropa , salid al dia siguiente con el pantaldn y el kepis de uiiiforine. En el fondo de un viejisimo arma- rio tuvo la suerte de encontrar una raida cha- queta de terciopelo amarillento , llena de re- miendos, que pertenecid a su padre, y este des- echd poco antes de morir. Con semejante gro- tesco traje recorrio la ciudad , contando la his- toria a todo el que le queria escuchar , y pi- diendo justicia. Las personas d quienes fu^ a ver le reci- bieron con tal despego , que , furioso , vertid lagrimas de rabia. En las provincias es impla- cable la gente con el individuo de una familia LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 261 que viene a menos. Segiin la publica opinidn, los hijos de Adelaida se devoraban entre si porque les venia de raza ser malos ; y el vulgo, lejos de compadecerlos y aplacarlos, a lener en su mano medios delograrlo, les tmbiese encar- nizado mas. For otra parte, Pedro "comenzaba a lavarse de su pecado original. Su truhaneria hizo reir : hubo muchos que llegaron a encon- trar natural su conducta , si era verdad que se habia apoderado del dinero , y se fundaban en que su proceder serviria de leccidn provechosa a las personas de la ciudad que vi vian en el desenfreno. Antonio volvid muy desanimado a casa de Adelaida. Un abogadoa quien fue a consultar, despues de enterarse de su precaria situacion, y, por lo tanto , de que no tenia para pagar el pleito, le aconsejo que lavase en familia aque- lla ropa sucia. A su juicio , el negocio estaba muy embrollado, el litigio seria interminable, y sus resultados muy dudosos. Ademas, era menester para emprenderlo dinero, mucho di- nero. Aquella noche Antonio fue' toda^ia mas brutal con su madre: no teniendo en .quien 262 E. ZOLA. vengarse, la tom6 otra vez con ella , volviendo a empezar el capitulo de cargos : hasta inas de media noche tuvo a la infeliz sujeta al marti- rio aquel, terablando de espanto y de ver- giienza. Cuando Adelaida llegd a convencerle de que su hermano se habia comprometido a pasarle una pension, creyd por fin que, en efecto, era verdad que se habia llevado todo el dinero. Pero animado por un sentimiento in- fame, por una maldad inconcebible, hizo como si'dudase, y remachd mil veces el clavo, in- terrogandola sobre su conducta presente, y haciendo alusiones a su pasado, como si es- tuviera seguro de que seguia gast^ndose el di- nero con sus amantes. Asi pareciale que se des- ahogaba su furor. En una palabra: mi padre no era el uni- co.... , acab6 por decir con una groseria in- descriplible. Este golpe dio en tierra con el poco valor que a la pobre inujer le quedaba. Tambalean- dose, fu6 acaer sobre un arcdn viejo que en la estancia habia, y sobre el pasd llorando toda la noche. Pronto adquiri6 Antonio la certidumbre de LA FORTDNA DE LOS ROUGON. 263 que, solo ysin recursos, no estaba en condicio- nes de einpreuder una campana contra Pedro. Primero trato de interesar en su causa a Ade- laida : una acusacion contra su hijo debia traer graves consecuencias. Pero la pobremujer, de ordinario tan docil y tan indiferente todo, desde que oyd las primeras palabras de An- tonio sobre aquel proyecto , rehuso con energia y se nego rotundamente a perseguir a su pri- moge'nito. Soy una desgraciada (murmurd). Tienes razdn para enfadarte. Pero ^que quieres? Llevar a la carcel a un hijo mio me ocasionaria de- masiados remordimientos.No, no lo hare"; pre- fiero que me pegues. Gonvencido de que por aquel sistema nada mas que lagrimas conseguiria, Antonio aban- dono su proposito , limitaudose a decide que estaba justainente castigada y que no le te- nia lastima. La desdichada , aquella noche, a consecuencia de las continuas quimeras que con su hijo segundo habiatenido, sufrio uno de los ataques nerviosos que por muchas horas la dejaban como muerta , rigida y con los ojos abiertos e ininoviles. Antonio la echo 264 E. ZOLA. encima de la caraa; di6se a rebuscar por todos los riucones de la cnsa, para ver si su madre tenia escondidos en alguno sus ahorros, y al cabo hallo" cuarenla francos. Apoderdse de ellos,'y mientras la infeliz seguia privada, sa- lio a la calle inuy tranquilo, y fue a tomar un asiento en la diligencia de Marsella. Habfasele ocurrido que Mouret, el sombre- rero, casado con su hermana Ursula, debia es- tar furioso por la conducta de Pedro, y que, sin duda , querria hacer valer los derechos de suesposa. Pero se engano al juzgar asi a su cunado. Mouret le dijo lisa y llanainente que couside- raba hue"rfana a tfrsula, y de ninguna manera queria tener el mas leve roce con la familia de su suegra : era un excelente obrero , y sus asuntos marchaban viento en popa. Antonio, al ver la mala acogida que habia merecido, se apresuro a* volverse a Plassans en el mismo carruaje en que habia llegado. Pero antes de partir , su natural malevolencia le su- girio una ruin venganza del desprecio que re- velaban los actos todos de Mouret. Habiale parecido que su hermana estaba LA FORTCXA DE LOS ROUGOX. 265 palida y fatigosa siempre, y tuvo la cruel- dad de exclainar con acento de conmiseracidn al despedirse de su cunado : Cuida mucho a Ursula, Mouret. Sieinpre fu^ enfermiza , y la encuentro muy mal. Lo que es como Dios no lo remedie, pronto te queda- ras viudo. A Mouret se lellenaron de lagrimas los ojos, y esto probo a Antonio que habia puesto el dedo en la llaga. Aquellos nobles obreros hubieran sido del todo felices , si Ursula hubiese gozado de una mediana salud siquiera. La certeza de que estaba atado de pies y manos en cuanto a litigar con Pedro, hicieron mas amenazador todavia el aspecto de Antonio. Un mes entero pasd exhibiendose por doquier. Recorria las calles a todas horas, refirie'ndole las infamias de su hermano a todo bicho vi- viente, y en cuanto lograba sacarle a su madre un franco , ibase a gastarlo a la taberna , vocife- rando entre trago y trago que su hermano era un canalla , y que, a la corta 6 a la larga, ten- dria que acordarse de el. Esa dulce fraternidad que reina entre los adoradores de Baco le proporcionaba siempre 266 E. ZOLA. simpatico auditorio: todos los perdidos de la ciudad hacian suya la causa de su companero: a coro deciau que Rougon era un miserable, que dejaba sin pan a un valiente soldado , y por lo comiin se levantaba sieinpre la sesidn condenando por unaniinidad d todos los ricos. Antonio, por un refinamiento de maldad, ansio- so de vengarse, continuaba paseando con sus pantalones y su kepis de militar y la raida cha- queta de terciopeloamarillo, a pesar de los rue- gos de su madre , que queria comprarle un ves- tido mas decente. Los domingos, sobre todo, po- nia especial cuidado en exhibir sus andrajos en pleno paseo de Sauvaire. Uno de sus placeres mas sabrosos era pasar todos los dias diez 6 doce veces por delante de la tienda de Pedro. Con los dedos desgarraba mas los rotos de la chaqueta , acortaba el paso, y a veces se paraba delante de la puerta a char- lar con algiin amigo tan borracho como 61: con- tabale la historia del robo , intercalando una injuriay una amenaza entre cada dos palabras, y gritaba de suerte que le oyera todo el inun- do , procurando que sus palabrotas llegaran hasta la trastienda. * LA FORTDNA DE LOS ROUiON. 267 Acabara (decia exasperada Felicilas) por venir a pedir limosna delante de la puerta de esta casa. La vanidad de aquella mujercita sufria ho- rriblemente con el proceder de Antonio. Lie- go hasta arrepentirse de su boda con Rou- gon : tenia una familia terrible. Hubiera dado todo lo del mundo porque su cunado dejara de pasear de aquella manera sus harapos. Pero Pedro, a quien la conducta de su hermano tenia verdaderamente fuera de si , no consentia que le nombraran siquiera en su presencia. Guando su mujer le decia que valia mas desembarazar- se de el dandole algiin dinero , gritaba furioso : i No ! jDe ninguna manera ! \ Ni un centi- mo! j Anda, y que reviente!.... Pero no obstante esto , acabo al fin por con- fesar que la actitud de Antonio era intolerable. Un dia Felicitas , deseosa de acabar de una vez, llamo a aquel hombre, como ella decia, ha- ciendo un mohin desdenoso. Aquel hombre se preparaba a armarle un escandalo, llaman- dola bribona, en compania de otro companero de borrachera aiin mas harapiento que el. Los dos estaban ebrios. 268 E. ZOLA. Vamos, anda, que a hi dentro DOS llaman, dijo Antonio a su companero, con voz ronca. Felicitas retrocedio, murmurando : No ; a vos solo quiero hablar. i Bah ! (repuso el joven.) Este amigo es un buen chico. Todo lo puede oir. Es mi testigo. El testigo sentdse pesadamente en una si- lla. Sin quitarse la gorra, recorrio la estancia con la vista , sonriendo estiipidamente, como los borrachos y lagente grosera cuando se dis- ponen a decir insolencias. Felicitas , avergon- zada , se puso delante de la puerta , para que no viesen los transeuntes la clase degente que recibia en su casa. For for tuna, Ileg6 en su socorro Pedro, y entablo una cuestidn muy agria con su hermano. fiste, cuya lengua torpe balbuceaba soeces injurias , repitio mas de veinte veces los mismos argumentos. Acabo por llorar , y en poco estuvo que su camarada no le imitase. Pedro se habia defendido muy bien. Vamos (dijo por fin); eres un infeliz, y me das lastima. Por mas que me has insul- tado tanto, no puedo olvidar que somos hijos de la misma madre. Pero si te doy algo, conste LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 269 que lo hago por mi voluntad, no por miedo. iQuieres cien francos y dejarme en paz? Aquel brusco ofrecimiento de cien francos deslumbrd al companero de Antonio. Mird a su camarada , e hizo un gesto, que equivalia a decir : Desde el momento en que te* ofrecen cien francos , ya no hay por que decir tonte- rias. Pero Antonio se propuso sacar partido de las buenas disposiciones de Pedro, y le contestd que si se queria burlar de el ; recla- maba lo suyo: diez mil francos. Haces mal ; te equivocas , murmuraba el borracho que le acompanaba. Por fin, al ver que Pedro, impaciente, se disponia a echarles a los dos a la calle, Anto- nio amengud sus pretensiones , y de un golpe rebajd seis mil francos de los diez. Mas de un cuarto de hora disputaron por aquella cautidad. La gente empezaba a agruparse delante de la puerta. Vaya (dijo Felicitas de pronto), Mi mari- do os dara doscientos francos , y yo me encar- go de coinpraros un traje completo y alquilar por un ano una habitacidn para que vivais en ella. 270 E. ZOLA. Rougon se enfadtf. Pero el compafiero de Antonio, entusiasmado, dijo : Esta hecho. Mi amigo acepta. Fingiendo resignarse , declar6 Antonio que aceptaba. Comprendio que no conseguiria nada mas. Convinieron en que al otro dia le serian enviados el dinero y el traje ; que en seguida Felicitas buscaria alojamiento y pagaria un ano adelantado , para que pudiera vivir a sus anchas en su casa. Al retirarse, el borracho companero de Antonio mostrose tan respetuoso como grosero 6 insolente se habia presentado al entrar. Saludo mas de diez veces d todos, y con a ire torpe y humilde , murmuraba f rases de gratitud , ni mas ni menos que si hubiera de alcanzarle algo de lo que a su camarada le estaba ya ofrecido. Una semana despu6s , Antonio ocupaba una gran habitacidn del barrio viejo , en la cual, mas que por beneficiarle , para conseguir que cumpliera la promesa de dejarlos en paz, habia inandado poner Felicitas una cama , una mesa y varias sillas. Sin pena vi6 Adelaida salir de la casa del callejdn de Saint-Mittre a su bijo. La breve es- LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 271 tancia de este signiticaba para ella mas de tres meses de ayunar a pan y agua, si habia de nivelar su presupuesto. Pronto se comio Antonio los doscientos francos. Ni un momento siquiera se le ocurrid la idea de colocarlos, adquiriendo alguna mer- cancia que le produjera algiin interns y le ayudara a ganar la vida. Guando se le acab<5 el dinero , no teniendo oficio , y repugnandole el trabajo ademas, trato de sangrar de nuevo la bolsa de su hermano. Pero las circunstan- cias habian variado ya , y no consiguio asus- tarle. Muy al contrario: Pedro aprovecho la ocasion para echarle a la calle, y prohibirle que pusiera los pies en su casa. Iniitil fu6 que volviese a las andadas : la ciudad conocia los antecedentes todos de la esplendida conducta de Rougdn, gracias a las habladurias de Felicitas , y cuando de nuevo quiso poner en evidencia al comerciante de aceite, en vez de encontrar quien le diese la razon, hallo solo muchos que le tachaban de holgazan y desagradecido. Entretanto el hambre le apremiaba. Ame- nazo a Pedro , dicie"ndole que se haria con- 272 E. ZOLA. trabandista como su padre , y procuraria que le prendiesen, echando asi un borron sobre el nombre de la familia. Los Rougon se en- cogieron de hombros : sabian que era de- masiado cobarde para exponer la piel. For fin , rabioso contra sus parientes y contra la sociedad entera , le file" menester buscar tra- bajo. En una taberna del arrabal habia trabado amistad con un cestero que trabajaba en su casa: le ofrecid ayudarle, y en poco tiempo aprendid a tejer cestas y canastos, groseros objetos que vendia a poco precio, pero facil- mente, en el mercado. Poco tardtf en trabajar por su cuenta. Aquel oficio poco fatigoso le gustaba. Era dueno de dar 6 no rienda suelta a su pereza , y esto le iuteresaba sobre todo. Se ponia d trabajar cuan- do no tenia mas remedio ; entonces , de prisa y corriendo tejia una docena de cestas, y las vendia en seguida. Mientras le duraba el dine- ro , no hacia mas que pasear, frecuentando las tabernas, y holgazaneando a todas horas; lue- go que pasaba un dia en ayunas, tornaba a co- ger los mirnbres, y emprendia la tarea, refun- LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 273 funando maldiciones contra los ricos que vi- vian sin hacer nada. El oficio de cestero , cuando de esta suerte se toina, es muy ingrato; ni para comprar za- patos hubiese ganado siquiera Antonio, a no ser porque se proporcionaba el miinbre valien- dose de ciertas mafias. Coino no lo adquiria ja- mas en Plassans, decia que iba a comprarlo todos los mesesa una ciudad vecina, en donde lo vendian masbarato. Perola verdad era que se surtia de materiales para sus canastas en las margenes del Viorne, a provechando las sombras de la noche para robarlos. Una vez sorprendie*- ronle los gendarmes , y le costo un mes de carcel su atrevimiento. Desde entonces se hizo republicano rabioso. Aseguraba que cuando le prendieron estaba fumando su pipa tranquila- mente a la orilla del rio, y anadia: Quieren deshacerse de mi, porque saben cuales son mis opiniones politicas. Pero no me dan miedo a mi esos canallas de ricos. Al cabo de diez anos de holgazaneria , pa- reciale que tenia mucho trabajo. Su sueno do- rado era inventar ]a manera de vivir sintraba- jar; pero no por ello era capaz de pasarse la vida TOMO I. 18 274 E. ZOLA. privandose de todo, corao esos holgazaues que dan porbien empleado sufrir hambre con tal de dar gusto a su pereza. Macquart queria estar ocioso, mas no carecer de buenas comidas en sus deliciosos dias de holganza. Al principio ided entrar al servicio de algiin noble del ba- rrio de Saint-Marc; pero cierto conocido suyo, que servia a uno de aquellos en calidad de pa- lafrenero, le asust6 contandole las exigencias de su amo. Gansado del oficio, viendo que el dia de tener que adquirir & cambio de dinero los ma- teriales para hacer las cestas estaba cerca- no, iba a venderse para sustituir a algiin recluta, y en su lugar ser mililar, cosa para el mil veces preferiblea ser obrero, cuando trabo conocimiento con una mujer cuyo encuentro cambi6 sus pensamientos. Josefina Gavaudan, a quien conocian en la eiudad por el diminutive Fina , era una mo- cetona fresca y garrida , de treinta anos. Su rostro, de facciones hoinbrunas, estaba som- breado en la barba y en el labio superior por escasos pelos negros, pero sumamente largos. Gonsiderabanla como un mariraacho capaz LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 273 de andar a punetazos con cualquiera, a ser pre- cise. Su genio , unido a la robustez de sus hombros y sus enorines brazos, imponian tal respeto a los granujillas, de suyo burlones, que jamas se atrevieron a reirsele en las bar- bas, de las que en la suya obscurecian la piel, dandola cierto aspecto negruzco. A pesar de esta apariencia masculina , tenia una vocecita de nino pequeno, delgada , pero muy clara. Los que la trataban de cerca, decian que, no obstante sucontinente tremendon, era dulcey mansa como un cordero. Era muy trabajadora, tanto, que, a no ser por su aficion a la bebida, hubiera muy bien podido tener ahorros ; pero se volvia loca por el aguardiente. Muchos do- mingos por la tarde tenian sus cornpaiieras que llevarla a casa punto menos que en brazos. Desempenaba tres 6 cualro oficios , y, ocu- pada siempre , trabajaba la semana entera con asiduidad de bestia : vendia castanas 6 fruta cocida en el mercado , segiin la estacidn ; asis- tia al servicio de algunas casas de gentes bien acomodadas; los dias de convite iba tambien a otras a fregar la vajilla, y a ratos perdidos echaba asientos de anea a las sillas viejas. Esta 276 E. ZOLA. ultima ocupacion fue en la que mas se distin- guid , y habiala conquistado cierta fama en la ciudad. En el Mediodia se hace gran consutno de sillas de paja , que son las mas usadas por todo el mundo. Antonio Macquart la conoci6 en el merca- do. Guando iba a vender sus cestos durante el invierno, acercabase a calentarse al hornillo en el cual Fina asaba las castanas, y como la mas pequena tarea era para el obra de romanos, pren- ddse de su laboriosidad y del empuje que pa- ra eltrabajo revelaba la joven. Poco a poco fue' descubriendo timideces y secretas bondades en aquella mujer tan ruda,ajuzgar por sucuerpo. A veces la veia darles punados de castanas asa- das a los pilletes desharrapados que se arrima- ban al puesto y contemplaban con extasis la humeante marmita. Otras, cuando el inspec- tor del mercado la empujaba reprendidndola , observe que casi lloraba , sin acordarse siquiera de sus poderosos punos. Por fin,acabo Antonio por coinprenderque aquella era la mujer que a 61 le convenia. Ga- sandose con ella laharia trabajar por los dos, y mandaria en jefe en la casa : seria su burro LA FORTCNA DI LOS ROUGON. 277 de carga , una bestia obediente e infatigable. Guanto a la aticion al aguardiente , pareciale cosa muy natural. Despues de bien pensadas las ventajas de aquella union, un dialedeclard su amor. Fina quedo encantada. Era Antonio el primer hom- bre que se atrevio con ella. En vano fu6 que la dijeran que su novio era unbribon de siete sue- las; no tuvo valor para renunciar almatrimonio, reclamado harto energicamente por su podero- so organismo desde hacia largo tiempo. Desde la noche de la boda , Macquart se fue a vivir a* casa de su mujer, que habitaba en una casucha de la calle de Civadiere, junto al mer- cado. Gomponiase de treshabitaciones,y estaba mucho mejor amueblada que la suya de solte- ro : cuando se acostd sobre los dos magnificos colchones de la carna de Fina, exhalo un sus- piro de satisfaction. Los primeros dias, todo fue a pedir de boca. Fina trabajaba , coma siempre, en sus multi- ples oficios ; Antonio, como si su amor propio de marido le prestase valor y actividad , con gran admiracidn propia y ajena , tejio en una semana mas banastas, que antes en todo un 278 E. ZOLA. mes. Pero el doiningo estalld la guerra. Habian ganado entre los dos una regular cantidad, y se lo gastaron alegreinente. For la noche, borrachos como cubas , se zurraron de lo lindo: al otro dia no recordaban siquiera como ha- bian empezado la quimera. Hasta las diez, esluvieron carinosisimos uno y otro: luego Antonio acaricitf tan brutalmeute d Fina, que ella, exasperada,dio al traste con su ternura, y le devolvid tantas bofetadas como habia reci- bido. Al dfa siguiente volvio al trabajo como si nada hubiera pasado; pero su marido, con sordo rencor , se levanttf tarde, se fue' a la calle, y paso todo el dia fumando la pi pa y tomando el sol. Desde aquella escena,los Macquart empren- dieron el sistetna de vida que debian seguir haciendo siempre. Tacitaineute convinieron en que la mujer sudaria sarigre y agua para man- tener al marido. Fina, que porinstinto era tra- bajadora,no protest^. Cuando no estaba bbrra- cha tenia uua paciencia angelical ; encontraba naturalisiiao que Antonio fuera perezoso, y ponia todo lo posible por su parte para evitarle hasta las mas pequenas molestias. Su pecado AL FORTUNA DE LOS ROUGON. 279 venial, el aguardiente, la tornaba no mala, sino justa : los dias que se emborrachaba, si su ina- rido queria bele"n, echabale en cara su holga- zaneria y su ingratitud, y acompanaba sus recriminaciones con argumentos contundenles a fuerza de punos. Los vecinos, acostumbrados aquellas periddicas luchas, no les daban im- portancia. Se aporreaban aconciencia: Fina pegaba conio madre que corrige a un chiquiilo rebelde; pero Antonio, traidor y rencoroso, di- rigia los golpes con intencidn nialvada,y mu- chas veces, en poco estuvo que no estropease a su mujer. Pues, mira, haras buen negocio el dia que me rornpas una pierna d un brazo (le decia Fina). Entonces, &quien te inantendra, kolga- zan, pillo, granuja? Aparte estas escenas violentas, Antonio estaba muy contento con su iiueva manera de vivir: hallabala muy soportable. Audaba bien vestido , comia y bebia a su antojo, y no le fal- taba tabaco. Habia abandonado del todosuofi- cio: solo de vez en cuaiido seaburria , fonnaba el propdsito de hacer una docena de cestos para el primer dia de mercado, y comenzaba con 280 E. ZOLA. gran ardor la tarea ; pero las mas veces no aca- baba el primer canasto. Tenia debajo del sofa un fajo de mimbre, y en mas de veinte anos no lo concluyd. Los Macquart tuvieron tres hijos : dos ninas y un muchacho. Lisa , la primogenita , nacid el ano 1827, uno despue's de la boda , y paso muy poco tiempo en casa de sus padres. Era una criatura robusta, saludable, sanguinea en extrerno, parecidisima a su madre. Pero no estaba pre- destinada , como ella , d ser bestia de carga por su natural bondad. Macquart le habia legado sus aficiones al bienestar. Siendo aun muy pequena , consentia trabajar toda la se- mana a cambio de un bollo 6 cualquiera otra golosina. Aiin no contaba siete anos , cuando una vecina, casada con el administradorde co- rreos, la cobrd carino, y latomd a suservicio. En 1839 enviudd la buena senora , retirdse a Paris y llevd consigo a Lisa. Sus padres no opusieron el menor obstaculo : habianla hecho donacidn de su hija. La segundogenita , Gervasia , nacida en 1828 , era coja de nacimiento. Concebida por LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 281 su madre, presa de la embriaguez sin duda, eu alguna de aquellas vergonzosas noches en las cuales sus padres solian aporrearse, tenia la cadera mal conformada y seca la pierna. Ex- trano fendmeno, que legaba a la hija las bruta- lidades de que su padre hiciera victima a la madre en una hora delucha furiosay de bestial crapula. Gervasia secrio raquitica, y Fina, al verla tan ddbil y tan palida , la soinetio al re- gimen del aguardiente, so pretexto de que ne- cesitaba lomar fuerzas. La pobre criatura en- flaquecid mas aiin. Era una mozuela delgada como una espatula , cuyas ropas, siempre an- chas , flotaban igual que si estuvieran vacias. Sobre su cuerpo enteco y contrahecho , osten- tabase el busto, contrastando por su hermosura con la fealdad del tronco. Era su cabeza la de una muneca de porcelana , y su rostro, redon- dito, dechadu de perfecciones. La cojera, casi la agraciaba: al andar, su talle flexible se ba- lanceaba con-cierta cadencia chocante y gra- ciosa. El hermano de Lisa y Gervasia , Juan , na- cio tres anos despues que esta ultima. Era ro- busto , y se hizo un mocetdn que en nada se 282 E. ZOLA. parecia a* su herinana. Tenia, como la primo- g6nita , mucho de su rnadre, sin parecdrsele en nada fisicainente. Fu6 el primer Rougon- Macquart que nacid con facciones regulares; tenia un organismo robusto , un caracler serio y una inteligencia baslante limitada. Crecid el mozo aquel con la firme voluntad de crearse una posicidn independiente. Frecuenlo con asi- duidad la escuela , y a fuerza de calentarse la cabeza, que no era, en verdad, poco dura, lo- grd aprender algo de gramalica y aritmetica. En seguida entrd de aprendiz en una carpinte- ria , y con no menores esfuerzos y plausible terquedad , llegd a aprender en mucho tiempo lo que otros aprendian en pocos nieses. Mientras los pobres ninos fueron pequenos y eran carga para sus padres, Antonio rene- gaba de ellos. Odiaba aquellas bocas iniitiles que le quitaban una parte de su pan , y juraba, como su herrnaiio , que no queria mas hijos, mas hambrones, capaces de dejar en la rnise- ria a sus padres. Habia que oirle lamentarse desde que eran cinco a la mesa, y sobre lodo desde que la madre guardaba para los peque- fiuelos los mejores bocados. LA FORTUNA DB LOS ROCGON. 283 Eso, eso (grunia Antonio). \ A ver si re- vientan a fuerza de comer!.... Cada traje, cada par de zapatos que Fina les compraba, costabalea Macquartuna sema- na de mal humor. \ Ah ! Si hubiera sabido aque- llo, no hubiese engendrado semejante re'mora, por cuya causa veiase obligado a no gastar ma's que veinte centimes diarios en tabaeo, y con frecuencia , en el caso de comer sdlo patatas guisadas , un plato que despreciaba soberana- mente. Pero ian luego como Gervasia y Juan empe- zaron a ganar algun que otro franco, cambio de opinion, y pareciale que era bueno tener hijos. Lisa ya no estaba con ellos. Sin el menor escrii- pulo vivia Macquart a costa de los ninos, como lo hizo hasta entonces a expensas de la madre. Era una especulacion como otra cualquiera, y, sobretodo, muy comoda. Desde los ocho anos, Gervasia iba a cascar almendras en casa de un comerciante vecino: ganaba cincuenta c^ntimos diarios , los cuales se einbolsaba el padre, sin que Fina se atreviese a protestar. Luego enlro la pequeria en casa de una la van - dera, y cuando llego a ganar dos francos ya, 284 E. ZOLA. sucedio como con aquellos primeros jornales: iban a parar a* manos de Antonio, que los gas- taba sin dar cuentas a nadie. Juan, que a su vez ganaba un jornal en el taller de carpinteria, era asimismo despojado del dinero, como tropezara con su padre antes de entregarselo a Fina. Si alguna vez perdia 6s- te la ocasion y se le escapaba , andaba de un humor insoportable : durante toda la semana miraba a sus hijos y a su mujer con furiosos ojos; armabales quimera por cualquier peque- nez ; pero aiin conservaba el pudor de no ma- nifestar la causa primordial de su couducta. Al llegar el primer dia de pago, poniase en acecho, y en cuanto conseguia escamotear los jornales del pequeno , desaparecia desu casa por espacio de dias enteros. Gervasia , maltratada , educada en la calle con los chiquillos de la vecindad , qued6 en cinta a los catorce anos. El padre de la criatu- ra apenas contaba diez y ocho. Era jorna- lero de una teneria , y se llamaba Lantier, Macquart se puso furioso; mas cuando supo que la madre de Lantier, una buena mujer, queria llevarse con ella al nieto , se calmd. LA FORTUNA DK L0 ROC60N. 285 Pero se qued<5 con Gervasia , que ya ganaba un franco veinticinco ce'ntimos , y evittf hablar de boda. Cualro anos despu^s tuvo la muchacha otro hijo, que tambie'n fu6 reclamado por su abuela. Macquart esta vez cerro por complete los ojos. Y cuando Fina le dijo timidamente que convendria dar algun paso para regulari- zar aquella escandalosa situacidn , causa de inuchas hablillas , repuso rotundamente que no consentiria en separarse de su hija , y que no se la daria al seductor hasta que fuese digno de ella y tuviese ahorros bastantes para poner la casa . Aquella fue la 6poca mejor de la vida de Antonio Macquart. Se vistio como un burgues, con su levita y su pantalon de paiio fino. Gui- dadosamente afeitado , gordo casi, ya no era el ganapan desharrapado y vagabundo que re- corria las tabernas del arrabai. Frecuentaba los caf^s, leia los peri6dicos, y paseaba en la ave- nida Sauvaire. Mientras tenia dinero, andaba hecho una persona decente. Guando quedaba enlamiseria, otra vez encerrabase en casa, exasperado por aquella especie de cautiverio, 286 E. ZOLA. acusando al g^nero humano enlero de su po- breza , enfermo casi de cdlera y envidia , hasta el punto de que muchas veces Fina , por lasti- ma , le daba el ultimo franco que tenia para que pudiera pasar la noche en el cafe". Era un egoismo feroz el suyo. Gervasia ganaba unos sesenta francos al mes, y gastaba delgados vestidos de percal, mientras Antonio se man- daba hacer ricos chalecos de raso negro en casa del mejor sastre de Plassans. Juan,aquel moce- ton queganabadecuatro a cinco francos diarios, era desbalijado con mayor descaro todavia. El cafe" en donde su padre pasaba los dias ente- ros, estaba enfrente del taller en el cual el joven trabajaba, y mientras 6ste manejaba la sierra 6 la garlopa, podia ver al otro lado de la plaza el senor Macquart, tomando su caf6 y jugando al piquet con algiin propietario de la ciudad. Es decir, jugandose el dinero debido al sudor de su hijo. El joven nimca iba al caf6 , y no llevaba en- cima jamas medio franco para tomar un vaso de ponche. Antonio le trataba como a una mu- chacha, no dejandole ni un cdntimo de sus ganancias, y pidiendole estricta cuenta del LA FORTCNA DE LOS ROUGON. 287 empleo del liempo. Si, por desgracia, perdia un dia de jornal para ir a solazarse con sus amigos a orillas del rio 6 en las laderas de Ga- rrigues, su padre se ponia furioso'; amenaza- bale y leguardaba rencor por espacio de mu- chos dias por los cuatro francos menos que cobraba al acabar la quincena. Tan sujeto le tenia, a tal punto le trataba conio a un esclavo, que llego alguna veza con- siderar suyas las queridas del joven. Iban a casa de Macquart varias obreras de diez y seis a diez y ocho anos, amigas de Gervasia, mozas alrevidas y alegres,enquienes la pubertad des- pertaba con ardores provocantes , y las cuales algunas noches inundaban la vivienda aquella de juventud y alegria. El pobre Juan , privado de todo goce , re- legado al bogar paterno por la falta de diuero, miraba a las jtfvenes aquellas con ansiosos ojos; pero la vida que llevaba convertiale en un nino pequeno, y le prestaba una iimidez ex- traordiuaria : jugaba con las amigas de su her- mana sin atreverse a tocarlas con la punta de los dedos: Macquart, encogiendose de hombros, murmuraba con irdnico acentode superioridad: 288 K. ZOLA. jQu6 majadero! Y besaba en el cuello a las chicas cuando su mujer no podia verle. Con nna oficiala de planchadora , a quien Juan perseguia mas vi- gorosamente que a las otras, llego mas lejos aun. Una noche se la robd de entre los brazos. Aquel viejo bribtfn presumia de galante. Es este patrimonio de los hombres que vi- ven a expensas de su querida. Antonio Mac quart vivia a costa de su mujer y desus hijos, con tanto iinpudor y tan vergonzosamente como el que explota a una manceba. Sin reparo ni vergiienza, robaba en su casa para ir a de- rrochar fuera de ella el fruto de su rapina : cuando nada quedaba ya, aiin presumia de hombre superior, y renegaba, burlandose amar- gamente de la miseria que en su hogar le es- peraba: pareciale detestable la comida; todo le disgustaba, y decia sin cesar que Fina era una bestia , y que Juan en su vida llegaria a ser nada. Encenagado en su egoismo, restre- gabase las manos de gusto cuando se comia lo mejor que habia en la casa, y luego, mientras los dos pobres ninos, rendidos de cansancio, se dormian de codos sobre la mesa , el fumaba LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 289 beatificamente su pipa , aspirando el humo poquito a poco con delicia. Asi pasaba los dias sin hacer nada , y era dichoso. Pareciale la cosa mas natural del mundo que le mantuvieran como una doncella mimada,fomentando sus vicios, y sin mas tra- bajo para lograrlo que pasarse las horas muer- tas sentado en el divan de un cafe, dando vueltas por las calles, 6 en paseo. Llegd su impudor hasta contarle a su hijo sus escapa- torias en busca de aventuras amorosas , y go- zaba viendo cdmo Juan le escuchaba con ojos chispeantes , nambriento de placer. Acostum- brados a ver que Fina era la esclava sumisa de su 'marido, los ninos no se resistian d ser- virle como ella. Su mujer, aquella robusta moza que le despreciaba sin sentir los golpes que recibia, cuando estaban borrachos los dos , seguia hu- milde como un perro siempre que no habia bebido, y temblando a su presencia, le dejaba gobernar como un d^spota en la casa. Guando por la noche, aprovechandose del menordes- cuido , le robaba el dinero ganado a fuerza de trabajo durante el dia , permitiase solo la TOMO I. 19 290 E. ZOLA. infeliz decirle algo indirectamenle , luego que advertia la falta. A veces , despues de gastar por adelantado todo lo que tertian para pasar la semana , haciendo caso omiso de las privaciones que le costaba sostenerle a cuerpo de rey, sin reparar que se mataba a trabajar, acusabala de ser una mujer sin sentido comun, incapaz de inanejar una familia. Fina, con una mansedumbre digna de uncordero, con su vocecita clara y sonora ? tan extrana porque procedia de tan enorme cuerpo , replicaba que ya no tenia veinte anos, y que todo estaba tan mal, que ganar un poco de dinero costaba mu- chos sudores. Para consolarse, compraba una boteila de aguardiente , y se la bebia en com- pania de Gervasia, mientras Antonio estaba en el caf6. Este era su vicio. Juan acostabase temprano siempre: las dos mujeres quedaban solas , bebiendo trago a trago, y escuchando atentas para esconder la boteila y las copas en cuanto percibian el menor ruido. Guando Antonio se retrasaba, sucedia siempre que be- biendo poquito a poco, sin darse de ello cuenta, seembriagabanla madrey lahija. Con estupida mirada se contemplaban, balbuceando frases LA FORTUNA DE [.OS UOUGOX. 291 inconexas : entonces los colores subian al ros- tro de Gervasia : sucarita de muneca, tan deli- cada y tan bella , adquiria una expresion ex- trana, algo que parecia revelar estupidez y dicha al propio tiempo : era doblemente repug- nante la embriaguez en aquella pobre criatura enfermiza ypalida, abrasada por el alcohol, soisriente , entreabriendo la fresca boca con un gesto propio de un idiota. Fina caia en pe- sada somnolencia ; quedaba como clavada en su asiento. Asi olvidaban el riesgo de ser sor- prendidas, reconociendose incapaces de es- conder la botella cuando escuchaban el ruido de los pasos de Antonio en la escalera. En dias como estos , el escandalo arreciaba : me- nester era que Juan saltara del lecho , sepa- rase a sus padres , y llevase a la cama a su hermana, que de otra suerte hubiese dormido encima de los ladrillos. Cada partido tiene sus tipos ridiculos y sus hombres infames. Antonio Macquart, roido por el odio y la envidia , sonando vengarse de la sociedad entera , acogio la Repiiblica como una era de bienandanza, en la cual podria llenar- se los bolsillos apoderandose del dinero que 292 E. ZOLA.. tuvieran sus vecinos, y degollandolos si seque- jaban siquiera. La vida de cafe , ios articulos que leia en Ios periddicos , sin acertar a com- prenderlos bien, habianle trocado en un char- latan , que emitia las m&s peregrinas teorias polilicas. Precise es haber estado en una y haber escuchado perorar en cho a cualquiera de estos hombres a quienes se les indigesta la lectura, sobrexcitandoles la bilis de la envidia, para poder compren- der hasta ddnde llegaba la maldad y la picar- dia de Macquart. Como hablaba a troche y moche , y habia sido soldado , pasaba , natu- ralmente , por hombre energico , y tenia su ca- marilla de inocentes , que le escuchaban llenos de admiracio'n. Sin llegar a ser jefe de par lido , contaba con un pequeno grupo de obreros, que equivocaban su palabreria de envidioso con la exaltacidn honrada de un patriota que tiene conviccidn de sus ideas. Desde el mes de Febrero creiase amo y se- nor de Plassans , y la orgullosa mirada que di- rigia a Ios comerciantes de poco mas d menos, LA FORT UN A DE LOS ROUGOX. 293 que le contemplabau al paso con caras asusta- das, equivalia a decir : Llego el dia, corde- jos ; ya vereis que danza os vamos a hacer bailar. Habiase tornado insolente hasta no poder mas : representaba su papel de conquistador despota con gran desenfado , y ya ni pagaba el gasto en el cafe, cuyo dueno, un maja- dero que temblaba cada vez que en el fijaba Macquart los amenazadores ojos, no se atre- Yia a presentarle jamas la cuenta. En aque- lla temporada era incalculable el numero de tazas de cafe y de copas de licores que consu- mio : convidaba a los amigos, y, en medio de su auditorio, desganitabase , gritando horas y mashoras, sin decir, en resumen, mas que '*horrores de los ricos , a los cuales era rnenes- ter obligar a que hicieran reparto de sus bie- nes , para que los pobres no se muriesen de hambre. Pero 61 no era capaz de dar un centi- me a un mendigo, a pesar desuspredicaciones. Lo que mas le hacia declararse republicano acerrimo , era la esperanza de vengarse de su hermano , quien francamente formaba en las filas de los reaccionarios. \ Ah ! \ Qa6 triunfo tan E. ZOLA. sabroso seria tener a Felicitas y a Pedro bajo su mano vengativa ! Aunque habian hecho muy malos negocios, eran burgueses , mientras 61 seguia siendo obrero. Esto le ponia fuera de si. Todavia le mortificaba mas pensar que ellos tenian un hijo abogado , otro mddico , otro em- pleado, y entretanto, los suyos eran dos pro- letaries: Juan carpintero, y Gervasia plan- chadora. Cuando comparaba los Rougon con los Macquart, sentiase avergonzado, pensando que su mujer , Fina , era castanera en el mer- cado y se pasaba la mayor parte del tiempo echando asientos a las sillas yiejas de la gente del barrio. Y, sin embargo, Pedro no era mas que el; eran hermanos, y, por lo tanto, no tenia el otro mejor derecho para comerse tranquila- mente su renta ; la renta de un dinero que le habia robado y le servia para presumir de ca- ballero. Guando estas cosas pensaba, salia de sus casillas: pasaba horas enteras reproduciendo sus antiguas acusaciones , sin cansarse de re- petir : Si mi hermano estuviese en donde me- rece, a estas horas seria yo un propietario. LA FORTDNA DE LOS ROUGON. 295 Y cuando le preguntaban donde debia estar Pedro, replicaba rabioso, aprelando los dientes y bizcando los ojos : i En presidio!.... Cuando Rougon form6 el grupo de conserva- dores que le rodeaba, y hubo asi adquirido algu- na influencia en Plassans, el odio de Antonio rayd en delirio. El famoso saldn amarillo era, se- giindeciaen el cafe' a su auditorio decostumbre, una cueva de bandidos , una reunion de ladro- nes, que todas las noches, sobre la cruz de sus punales,hacian el juramentode degollaral pue- blo. Para excitar en contra de su hermano la malevolencia de los hambrientos, hizo correr la voz de que Pedro no era tan pobre como de- cia, y ocultaba sus tesoros por temor de que se los robasen. Toda sutactica se dirigia a crearle animosidades , contando anecdotas estupendas, que acababa por creer el mismo a fuerza de re- petirlas. Debajo de sus protestas de patriotis- mo , ocultabanse mal sus rencores personales y sus deseos de venganza ; pero se nmltipli- caba de tal suerte y tenia una voz tan atrona- dora , y hablaba tanto, que nadie se hubiese atrevido a dudar de sus convicciones. 296 E. ZOLA. En el fondo de su caracter , todos los indi- viduos de aquella familia tenian el mismo afan rabioso por satisfacer sus brutales apeti- tos.Felicitas, que bien comprendia cuales eran las causas de la c61era y los celos de Macquart, de buena gana hubiese comprado su silencio. Mas , por desgracia, faltabale dinero , y no se atrevia e interesarle en la peligrosa partida que tenia entablada su marido. Antonio les hacia mucho dano en punto a consideracion entre los ricachos del barrio nuevo. Bastabales para mirarle de cierta ma- nera, con que tuviera semejante hermano. Granoux y Roudier a cada paso les echaban en cara con sus desaires que pertenecia a su fa- milia aquel vagabundo sin vergiienza. Por eso Felicitas pensaba sin cesar y se desesperaba buscandrf un medio para purificarse de aquella mancha. Pareciale intolerable e indecoroso que con el tiempo un Rougon tuviera un hermano cuya inujer vendia castanas en el mercado, mientras el marido, con su holgazaneria y su conducta indecente , era el escandalo de la ciu- dad. Llegd temer que con su proceder, inspi- rado en aviesas intenciones, comprometiese el LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 297 exito de su empresa. Siempre que le contaban las diatribas que dirigia en publico contra el salon amarillo , temblaba pensando que era muy capaz de matar todas sus esperanzas a fuerza de escandalos. Gonvencido de que aquella actitud perjudi- caba a los Rougon, Antonio exageraba susopi- niones, y se proclamaba cada vez mas feroz re- publicano, para apurarles la paeiencia. En el cafe llamaba a Pedro mi hermano , en YOZ tan alta, que todos los parroquianos volvian la ca- beza: en la calle, si tropezaba con algiin reac- cionario de los que acudian a las reuniones de los Rougon, murmuraba groseras frases, que el ricacho , indignado al ver tamana audacia, repetia por la noche delante de los contertulios, haciendo a Pedro responsable en parte de su desgraciado encuentro, Un dia Granoux llegd, y tan furioso estaba, que desde el umbral del salon exclamd : Es intolerable esto, senores. A cada paso- se expone uno a que le insulte ese.... Y dirigiendose a Rougon, prosiguio: Amigo mio, cuando se tiene un her- mano como el vuestro, se le aleja de la gente. E. ZOLA. Vem'a yo por la plaza de la Subprefectura , y alpasar junto mi el grandisi mo miserable, murmurd ciertas palabras, entre las cuales entendi claramente que me llamaba bribdn y vejestorio. Felicitas palidecid , y se creyd obligada a dar satisfacciones a Granoux; pero el bueno del hombre no se daba por satisfecho , y Irasta indico que no volveria a aquella casa. El Marque's se apresurd a intervenir. Es muy extrano que ese desgraciado haya dicho eso, refiriendose avos. ^Eslais se- guro de que no se dirigia a algun otro? Granoux se quedd perplejo: acabd por reco- nocer que bien podia haber dicho: &Vas a casa de ese bribdn vejestorio ?; en cuyo caso variaban las circunstancias. M. de Carnavant se acaricid la barba para ocultar una sonrisa burlona que, a su pesar, dilatd sus labios. Ya me figuraba yo.... (dijo Rougon, con gran sangre fria). Sin duda a mi dirigia aquel insulto. Mucho me alegro de que haya expli- cado el senor Marques una mala inteligen- cia , y ruego a todos que no se hable mas de LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 299 ese hombre que Dios me di6 por hermano , y de quien reniego formalmente. Pero Felicitas tomaba las cosas mas a pe- cho , y cada escandalo de Macquart la costaba casi una enfermedad. Pasaba noches enteras sin poder cerrar los ojos, pensando lo que de- bia decir de ellos toda aquella gente que fre- cuentaba su casa. Algunos meses antes del golpe de Estado, los Rougon recibieron un anonimo: eran tres paginas de una carta llenas de injurias, entre las cuales se les amenazaba con publicar, si el partido suyo llegaba a veneer , los escandalo- sos amores de Adelaida , la historia del robode Rougon dejando en la calle a sus hermanos, y la del recibo de cincuenta mil francos firmado por la vieja, a quien los desdrdenes de su vida licenciosa habian vuelto idiota. Aquel papel cayo en casa de Rougon como una bomba : el mismo Pedro sintiose anonadado. Felicitas no pudo contenerse , y le ech6 en cara los antece- dentes de su vergonzosa familia. Porque era indudable que el infame documento procedia de Antonio. Sera menester que nos desembaracemos 300 E. ZOLA. a todo trance de ese canalla (murmuro Pedro, con acento sombrio). Es demasiado peso el suyo.... Entretanto, Macquart, siempreconlamisma tactica, seguia buscando cdmplices entre su propia familia. Al principio conttf con Aristi- des, juzgandole por los tremendos articulos de El Independiente. Pero el joven, aunque le ce- gaba su propia ambicion, no era tan necio que fuese a aliarse con un hombre como su tio. Ni siquiera se tom6 el trabajo de estar bien con el, y supo tenerle a distancia, lo que le valid ser tratado por Antonio de sospechoso. En los bodegones en donde reinaba 6ste, corrio la voz de que el periodista era un agente provocador de los incautos. Derrotado por esta parte, que- dabanle solo los hijos de su hermana Ursula. La pobre fallecio en 1839, realizando con su muerte la siniestra prediccion de Antonio. La neurosis de su madre degenerd en tisis en la hija, y lentamente la fu^ consumiendo. Dejd tres hijos: una hembra de diez y ocho anos, casada con un empleado, y dos varones , Fran- cisco y Silverio , que respectivamente conta- ban veintitres y siete. LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 301 Para Mouret, la muerte de aquella mujer, a quien adoraba , fue como un rayo que le hirid en lo mas intimo. Pas6 un ano arrastrando la existencia , sin ocuparse de sus negocios , y, por lo tanto , perdiendo tanto, que nada le que- do al cabo de aquel tiempo. For fin, una ma- nana lo encontraron ahorcado de una viga del gabinete, en el cual estaban colgados todavia los vestidos de Ursula. Su hijo primogenito, a quien habia educado tan bien como pudo, entro en calidad de comisionista en la casa de comercio de su tio Rougon, en reemplazo de Aristides , que acababa de abandonar su des- tino. A pesar del odio que por los Macquart sen- tia Rougon , aceptd a su sobrino , que tenia fama de sobrio y trabajador. Necesitaba un jo- ven inteligente y desinteresado , que le ayuda- se a rehacer sus negocios. Ademas, durante la prosperidad de Mouret, habiase aficionado a aquel matrimonio que ganaba dinero, y acabd por hacer las paces con su hermana. Acaso colocando en su comercio a Francisco, preten- dia ofrecerle una compensacion: habia despo- jado a la madre , y se consideraba cumpiido, 302 E. 70LA. dando trabajo al hijo: los bribones suelen tener rasgos , cual 6ste , de calqulada honradez. Para 61 era un buen negocio : en su sobrino encon- tro lo que necesitaba. Si los negocios no mar- charon inejor, cierlamente por ningiin con- cepto fu6 debido a la influencia de aquel mozo, laborioso y honrado , que parecia nacido para vivir detras del mostrador de una abaceria , entre una tinaja de aceite y un fardo de baca- lao. Aunque mucho se parecia en lo fisico a su madre, habia heredado de su padre aquel seniido practice y aquella j uslicia que le hacian desear por instinlo la vida arreglada del co- merciante y los pequenos negocios , pero de seguro exito, que constituyen el comercio en pequena escala. Tres meses despues de entrar en casa de Pedro, este, continuando en el mismo terreno, es decir, deseoso de compensar los danos por el causados a sufamilia, le dio en matrimonio a su hija Marta , que, por ser la mas pequena, estaba aiin soltera, y de quien Rougon no sabia como deshacerse. En pocos dias, de repente, habianse enamorado los dos jdvenes. Su termira mulua , desarrollada tan de sii- LA FORTUXA DE LOS ROUGOM. 303 bito, nacid sinduda de una circunstancia muy singular: se parecian como dos gotas deagua, como si fueran hermanos. Francisco habia nacido muy parecido d Adelaida , por la seme- janza de aquella consu madre: pero lo mas ex- tram) era que este mismo parecido existia entre la hija de Felicitas y su abuela, aunque Pedro no conservaba ni un solo rasgo en las facciones, aproximado siquiera, a los fcaracteristicos de la fisonomia de la esposa del primer Rougon : la semejanza fisica habia saltado por encima de Pedro, para manifestarse mas viva todavia en la nieta. Pero la semejanza de los dos primos no pasaba de ser un hecho puramente fisiolo- gico. Francisco, en el orden moral, era digno sucesor del sombrerero Mouret , sin mis dife- rencias de caracter entre uno y otro , que la calma y la sangre fria exageradas en el joven : Marta, antitetica de su marido, reunia igua- les condiciones morales que Adelaida: el mis- mo desconcierto cerebral ; las mismas rarezas se habian en ella reproducido con pasmosa exactitud. Acaso la semejanza fisica y la di- vergencia de sus caracteres fueron los moviles 3(H E. ZOLA. que los juntaron por impulse inexplicable. Desde 1840 hasta 1844 tuvieron tres hijos. Francisco siguio en casa de su tio hasta que ^ste dejd el ^comercio. Pedro quiso traspa- sarle la tienda ; pero el joven, buen conocedor de las pocas esperanzas que en Plassans podia ofrecerle aquella industria , rehuso desde lue- go, y con las pequenas economias que tenia hechas marchd \ establecerse en Marsella. Pronto renuncitf Macquart a sus planes de alianza contra los Rougon , tratandose del la- borioso marido de Marta , a quien llamaba el tacano y tramposo, con la envidia propia de los holgazanes. Pero, cambiando de rumbo, diri- gidse alsegundo hijo de Mouret, Silverio, para trocarle en cdmplice de sus odios , aprove- chando la sencillez natural, hija de su caracter y su juventud ; el mozo contaba tan solo quince anos. Guando Mouret aparecio una manana ahor- cado entre las sayas que su mujer us6, Sil- verio era pequenito, tanto, que aun no fre- cuentaba la escuela. Su hermano, no sabiendo que hacer de aquella pobre criatura , llevdle consigo a casa de su tio. Pero este puso mala LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 305 cara al ver ai nino : no entraba en sus calcu- los llevar el deseo de compensar a los hijos de Ursula sus desgracias , hasta el punto de alimentar una boca inutil. El pobrecillo , a quien Felicitas miraba tambien con malos ojos, vivia siempre llorando , cuando Adelaida , en una de las rarisimas visitas que hacia a su hijo , le rogo que la dejaran llevarselo a su casa. Pedro acepto con verdadero entusiasmo: dejd partir a" la anciana y a su nietecillo , sin hablar siquiera de aumentar la pension de la primera , corta de suyo , y mas corta todavia debiendo servir en adelante para cubrir las ne- cesidades de dos personas. Adelaida contaba ya muy cerca de setenta y cinco anos. Envejecida haciendo una vida monacal, ya no era la joven esbella y enjuta que se arrojaba frenetica en los brazos del co- sario Macquart. Se habia acartonado como una momia en el fondo de su casucha del callejon de Saint-Mittre, en aquella madriguera silen- ciosa y triste, en donde , completamenie sola, vivia sin salir a la calle mas que una vez al mes , alimentandose con patatas y legum- bres secas. Al verla andar, parecia una de esas TOMO I. 20 306 E. ZOLA. monjas de rostro amarillo y paso automatico, a quienes el claustro ha separado en absoluto del mundo real. Su cara, livida, sieinpre ro- deada por la cofia blanca como la nieve, pare- cia la de un moribundo ; era un rostro falto de vida , revelador de la mas completa indiferen- cia. La costumbre del silencio habiala tornado muda: la constante obscuridad de su morada y la presencia perpetua de los mismos objetos en torno de ella, habian apagado el brillo de sus ojos; en sus pupilas reinaba la calma de la superficie de un arroyo. Aquella muerte lenta en lo fisico y en lo moral , aquella ne- gacitfn eterna de si propia , habian trocado en matrona a la frenetica enamorada de otros tiempos. Cuando fijaba los ojos maquinalmen- te, mirando sin ver por aquellos dos agujeros diafanos y claros , advertiase un gran vacio en sualma. De sus ardores voluptuosos, solo quedaba un desecamieuto de las carnes y uii temblor senil de las manos. Habia amado con brutalidades de loba, y de aquel pobre orga- nismo gastado , bastante descompuestoya para merecer el descanso de una'tumba, no se exha- laban mas que insipidos olores de hoja seca. LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 307 jExtrano trabajo de los nervios, de los ardorosos deseos que la habian consumido en la imperiosa e involuntaria castidad que habia observado desde la inuerte de su amante! Lue- go que sucedio esta, falta de aquel hombre in- dispensable para su vida , sus ansias de amor habian ardido en ella , devorandola como si fuera una joven enclauslrada,pero sin que una sola vez pensara en satisfacerlos. La mas ver- gonzosa manera de vivir, los azares del lupa- nar, hubieranla gastado menos que aquella perpetua sed de goces no satisfecha , la cual destrozabaia con secretos y lentos esfuerzos, que modificaban poco a poco su economia. No obstante, a veces, en aquella muerta, en aquella anciana, palida y temblorosa, que parecia no tener una gota de sangre en las ve- nas, reuacia una sacudida nerviosa, una crisis pasajera como una corriente electrica, que la galvanizaba, por decirlo asi, ypor algunas ho- ras le volvia la vida con atroz intensidad. En- tonces quedabase en el lecho , rigida , con los ojos abiertos: luego, retorciase convulsa y des- arrollaban sus musculos esa fuerza sobrenatu- ral de los locos histericos, a quienes es menes- 308 K. ZOLA. ter atar para que no se destrocen el craneo contra las paredes. Aquellas reminiscencias de los antiguos ar- dores, aquellos bruscos ataques, conmovian horriblemente su pobre cuerpo dolorido y ani- quilaban la poca energia que le quedaba. Eran los postreros sacudimientos de las pasiones freneticas de su juventud , estallando vergon- zosamente en medio de las frialdades de la de- crepitud. Guando volvia del estupor, tamba- leabase , y a tal punto estaba descompuesto su semblante , que las mujeres del arrabal de- cian : \ Vieja loca ! \ Se ha emborrachado ! La infantil sonrisa del nino Silverio fue para ella un palido rayo de sol que calento sus ateridos miembros. Habia pedido que la deja- ran tener consigo a su nieto, aterrada ante la idea de su soledad espantosa, temiendo morir sola en uno de aquellos ataques. Aquella cria- turita , que vivia con el vigor de una planta joven junto a ella, pareciala un conjuro contra la muerte. Sin abandonar su mutismo,sin que sus mo- vimientos perdieran la rigidez automatica que- los caracterizaba, le amo con una ternura ine- LA FORTCNA DE LOS ROUGON. 309 fable. Contemplabale horas y horas sin pronun- ciar palabra, oyendo con delicia el ensordecedor ruido de sus juegos, que retumbaba en los am- bitos de su destartalada vivienda. Desde que Silverio recorria aquella tumba, montado en ei mango de una escoba,tropezando con las puer- tas, gritando 6 llorando , Adelaida existia en el mundo de los vivos ; ocupabase con pasidn del pequenuelo : elia, que cuando joven olvidaba ser madre para ser tan solo mujer amante, gozaba en aquel renacimiento a* la maternidad, vistiendole , desnudandole , cuidandole con en- tusiasmo y con una sensacion, hasta entonces desconocida para ella. Fue una nueva fase del amor , de un amor dulce y tranquilo que el cielo concedio a aquella infeliz, nacida para amar y por el amor destrozada: una conmove- dora agonia de aquel corazdn que habia vivido cediendo a furiosos deseos, y moria consagra- da a idolatrar a un nino. Tenia demasiada muerte en su vida para rebelarse con la efusion exagerada de las abue- las que existieron, sin que ningun sacudi- mienlo conmoviese las fibras mas sensibles del animo: idolatraba al huerfano sin demostrarl > 310 E.ZOLA. con exceso, le adoraba con cierto pudor, seme- jante al de las jdvenes que aman en secreto, con intensidad, pero sin hallar la manera de expre- sar con caricias lo que sienten. A veces le ponia sobre el regazo y lecontemplaba largo rato con sus mortecinos ojos. Cuando el pequenuelo, asustado de la mirada de aquellas pupilas palidas y fijas y de aquel rostro livido y mu- do,rompia d llorar, Adelaida quedaba como confusa; cual si se arrepintiera de aquellos conatos de caricia y dejabale en el suelo sin besarle. Acaso entre el nino y el cosario Mac- quart hallaba alguna semejanza. Silverio crecio en constante contacto con su abuela. Con una mimoseria infantil llamdla desde el primer instante tia Dida , y asi conti- nud llamandola siempre: tia, en Provenza, es un te'rmino carinoso. En su ternura, inuy gran- de ciertamente, habia algo de respetuoso terror. Guando era chiquito, y la infeliz caia presa de una convulsion, huia llorando, espanlado de la descomposicion de aquel semblante y de la agitacion periodica de sus miembros : luego que pasaba el ataque, volvia timidarnentea su lado, dispuesto a echar a correr, como si temiese LA FOUT UNA DE LOS ROCGON. 311 que la anciana le pegara. Ya mayor, a los doce anos, comprendiendo la razon de aquellas vio- lentas crisis t quedabase junto a ella valiente y solicito, y procuraba evitar quese cayera de la cama y se lastimase , abrazandose a su cuerpo convulso, y sujetandola asi los crispa- dos miembros. Durante los intervalos de calma, contem- plaba con lastima su faz contraida, su cuerpo escualido , sobre el cual se cenian las faldas, semejantes a un sudario. Eslos dramas secre- tos repetidos mensualmente , aquella pobre mujer rigida como un muerto , y el nino in- clinado sobre su rostro espiando en silencio la vuelta de la vida , tomaban un aspecto te- meroso y al propio tiempo conmovedor en el rincon aquel de la calleja"tle Saint-Mittre. Cuando tia Dida volvia en si, levantabase pe- nosamoute , ceniase las ropas y andaba de un lado para otro, sin dirigir una pregunta siquie- ra a Silverio : de nada se acordaba , y el ado- lescente, por instinto de prudencia , evitaba hacer la mas leve alusion a la escena pasada. Los ataques de nervios fueron una delas cau- sas mas poderosas de la adhesion reciproca en- E. ZOLA. tre la abuela y el nieto. Pero de igual suerte que la primera amaba al joven sin manifestaciones entusiastas de ternura, 6ste le pagaba querie"n- dola mucho, pero ocultandolo, como si de su cariiio se avergonzara . En el fondo , si bien es verdad que le estaba muy agradecido, porque, recogiendole y educandole , hizo mucho por 1, no lo es menos que conlinuaba viendo en ella a una mujer victima de males desconocidos, a quien debia amar, compadeciendola y respe- tandola: era poco huniana la figura de Adelai- da; habia cierto sello de muerte en sufisonomfa palida y rigida, para que Silverio deseara abra- zarse a ella y besarla en el rostro. Asi vivieron siempre , en aquel triste silencio , encubridor de una ternura infinita. Aquel ambiej|jjfrine lancdlico que respiro su alma desde la infancia , presto a Silverio ele- mentos que fortalecieron su caracter, reunien- do en su animo todos los entusiasmos. Desde muy nmo fue un hombre formal , reflexive, y procuro ilustrarse con cierta terquedad. Solo aprenditf un poco de aritme'tica y otro poco de gramatica en una escuela gratuita , porque a los doce anos sus obligaciones de aprendiz le f-A FOBTUNA DE LOS ROUGON. 313 impidieron continuar los estudios. Faltaronle siempre los primeros elementos de ciencia; pero leyd cuantos libros descabalados llegaron a sus manos , y asi formo su composicion de lugar ; tenia ideas generates de una multitud de materias , pero incompletas , mal dirigidas , que nunca logrd clasificar por completo en su cerebro. Desde muy chiquito iba a* jugar a casa de un carretero, unbuen hombre,llamadoVian, cuyo taller estaba a la entrada del callejon de Saint-Mi ttre , enfrente del solar en el cual tenia el depdsito de maderas. Subiase a las ruedas de'los carros que estaban alii para ser compuestos, jugaba, arrastrando las herramien- tas que sus manecitaspodian sostener apenas, y una de las diversiones mas de su gusto con- sistia en sostener alguna pieza en tanto que los obreros trabajaban, 6 traerles los hierros que necesitaban. Luego que pudo trabajar tambien, entro de aprendiz en casa de Vian , quien le habia to- rnado carino a fuerza de encontrarlo a cada paso en la carreteria , y el cual le pidio a tia Dida que se lo confiase, sin querer aceptar por ello la menor retribucion. Silverio acepto .314 E.ZOLA. desde luego, afanoso por llegar pronto a poder ayudar a su abuela, en cambio de lo mucho que con el llevaba gastado , y en poco tiempo con- siguid ser un excelente carretero. Pero en su animo habia mas elevadas aspiracioues. Un dia vi<5 en casa de un maestro de coches de Plas- sans una carretela nueva, cuyas inaderas, bar- nizadas, relucian como cristales, y penso que en 6poca, acaso no iejana, quizas podria hacer coches como aquel. Aquelcarruaje quedograba- do con indeleble huella en su mente: pareciale un objeto de arte unico en su geuero; era un idealhacia el cual se dirigieron todos sus afanes de obrero. Los carros que construia en casa de Vian , aquellos groseros vehiculos que hasta entonces habia cuidado tanto , parecianle in- dignos de su carino. Comenzo a frecuentar la academia de dibu- jo ; alii trabo conocimiento con uri antiguo co- legial, que le presto un tratado de geometria , y eugolfose en este estudio sin guia ni maestro, torturando el cerebro para penetrar las cosas mas sencillas del mundo. Asi llego a convertir- se en uno de esosmenestralesque apenassaben firmar, y sin embargo hablau de algebra 6 LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 315 de fisica como si trataran de gentes conoci- das. Nada es tan capaz de dislocar un talento como ese sistema de instruccion , adquirida a tontas y a locas , sin bases solidas que la sus- tenten. Las mas veces , esas migajas de cien- cia dan una falsa idea de las alias verdades, y a los cortos de ingenio bacenles insoportables y presuntuosDs de puro vanos. En Silverio solo sirvieron para sobrexcitar las generosas exaltaciones de su animo , y hacerle adquirir el conocimiento de los horizontes que para el estaban vedados. Formo una idea casi religiosa con aquellas cosas que no coinprendia bien, porque no estaban al alcance de su mano , y vivio consagrado a venerar con sencillo culto las grandes ideas y las grandes palabras cu- yos alcances no penetraba del todo. Era un inocente ; pero con su inocencia sublime, de rodillas sobre el umbral del templo, a larga dis- tancia del tabernaculo, tomaba el resplaudor de los cirios por fulgor de estrellas. La casucha del callejon de Saint-Mittre coiuponiase de un salon con el suelo enladrilla- do, sobre el cual se abria la puerta de la calle, que servia a la vez de cocina y de come- 310 K ZOT.A. dor. Una mesa , varias sillas y un area , con- vertida en divan por Adelaida , que la hahia cubierto con una colcha de lana , constituian el mobiliario. En una rinconera , a la izquier- da de la enorme chimenea , estaba una Virgen de yeso,la patrona de los viejos de la Provenza, por muy poco devotos que sean , rodeada de flores artificiales. Un corredor conducia al pa- tio , situado en la parte trasera de lacasa, y en 61 habia un pozo. A la izquierda de este pasi- llo estaba una pequena alcoba con una cama y una silla : era el dormitorio de Dida. A la de- recha , en otra estrecha habitacion , capaz s61o para un catre, dormia Silverio, quien, por me- dio de una serie detablas, colocadas en forma de estante , las cuales llegaban hasta el techo casi , pudo conseguir teiier junto a si sus que- ridos libros, comprados a fuerza de econo- mias en casa de un trapero de la vecindad. Por las noches , cuando leia , colgaba la luz de un clavo a la cabecera de la cama. Si Ade- laida sufria por la noche algiin ataque, no te- nia mas que saltar del lecho al primer grito, y ya estaba a su lado. Mozo ya , siguio viviendo como cuando LA FORTDNA DE LOS ROUGON. 317 nino. En aquei riconcito de mundo estaba con- cretada su existencia. Sentia igual repugnan- cia que su padre por las tabernas y' los jaleos del domingo. La alegria brutal de sus compa- neros heria la delicadeza de su alma. Preferia leer, romperse la cabeza resolviendo problemas degeometria. Despues de hacer algunos reca- dos que su tia Dida le mandaba , quedabase en casa ; vivia ajeno casi & los otros miembros de su familia. A veces pensaba en este abandono, y consideraba con pena que los hijos de Ade- laida , viviendo a dos pasos de su madre, con- siderabanla como si no existiera : entonces du- plicabase su carino por ella, la amaba por el y por los demas ; y si alguna vez pens6que acaso era esto justo castigo de pasadas culpas, decia para si : Yo he nacido para perdonarselas. Con estas condiciones morales y el repri- urido ardor de su juventud , las ideas republi- canas se exaltaron naturalmente en el animo de Silverio. Por la noche, en la silenciosa so- ledad de su cuchitrii , leia y releia un volumen de las obras de Rousseau, que encontro una tarde en casa del trapero vecino, -revuelto con hierrosviejos.Aquellalecturaleteniadespierto 318 E. ZOLA. hasta por la manana , sonando, como suenan los desheredados, con el bienestar universal ; las palabras lilertad, igualdad y fraternidad so- naban en su oido como las campanas del tem- plo en los de los fieles , llenandole de emocidn el animo.y obligandole a caer de rodillas. Por eso, cuando supo que en Francia habia sido proclamada la repiiblica , creyo que en todo el mundo iba a reinar una celestial tranquilidad. Casi instruido , alcanzaba con su vista mas lejos que los demas obreros; sus aspiraciones no se limitaban al pan cotidiano; pero pro- fundamente sencillo , ignorante de la manera de ser los hombres, manteniase en perpetuo ex- tasis , cerniendose en las aitas regiones de la teoria, pensando que la sociedad estaba en un Eden en el cual reinaba la justicia. Este pa- raiso fue para el largo tiempo germen de ven- tura. Cuando advirtitf que no marchaban las cosas muy bien en la mejor de las repiiblicas, sufrid un dolor agudisimo : entonces sono con > -., obligar a los hombres a ser felices, aunque fuera por la fuerza. Gada acto que le parecia atentatorio a los intereses del pueblo , encendia en su alma vengativa indignacion. Siendo LA FORTCNA DE LOS RODGON. 319 timido como un nino, sentia feroces odios poli- ticos : incapaz de matar un mosquito , hablaba de tomar las armas ; la libertad fue su pasidn, unapasidn insensata,que absorbid todo el ardor de su sangre. Ciego de entusiasmo, demasiado instruido e ignorante a la vez para pensar coa tolerancia, no contaba con la organization natural de los hombres : necesitaba un gobier- no ideal, inspirado por la mas estricta justicia y la mas lata libertad. Por aquella epoca fu6 cuando a Macquart se le ocurrid lanzarle con- tra los Rougon. Pensd que semejante loco le serviria de inucho, si lograba exasperarle bas- tante , y en su calculo no habia poca astucia. Fingiendo grande admiration por las ideas del joven, procurd atraerle a su casa. Al prin- cipio, estuvo en poco que no comprometiera el exito de su empresa , porque tenia una manera muy interesada de apreciar las ventajas de la repiiblica: considerdbala como una era favo- rable a su holgazaneria , y esto hirio la pureza de los sentitnientos y de los ideales de su sobrino. Comprendiendo que habia errado el cami- no,corrigid el yerro, hablando sin sentido, pero 320 E. ZOLA. en forma tal , mezclando tantas frases huecas y sonoras, que Silverio las aceptd como una prueba de la ilustracidn de su tio. Poco tarda- ron en intimar y reunirse dos 6 tres veces por semana. En sus largas discusiones, decidian de la suerte del pais , y, habilmente, Antonio pro- curd hacer entender al joven que la reunion de casa de Pedro era el principal obstaculo para el bienestar de la Francia. Mas otra vez se equivocd llamando a su madre bribona delante de Silverio. Llego hasta contarle las escenas escandalosas de la juventud de Ade- laida. El pobre mozo , rojo de vergiienza , le es- cuchaba sin interrumpirle. Nada le habia preguntado sobre tales asuntos , y quedo re- sentido por aquellas confidencias , que le he- rian en lo mas hondo, en su respetuoso ca- rino por tia Dida. Desde aquel dia rodeo a su abuela de mas tiernos cuidados, la acaricio mas , y tuvo para ella ma's sonrisas de perddn y de lastima. Reconociendo su torpeza, Antonio cam- bio de rumbo , sin perder el punto de mira de sus gestiones para indisponer con los Rou- gon a su sobrino. Aprovechando sus dispo- LA FORTUV\ DE LOS ROUGON. 321 siciones , haciale ver, recriminandolo, el ais- lamieuto y la pobreza en que vivia Adelaida por causa de su primogenito. A creerle, 61 siempre fue un buen hijo y su hermano un miserable , qae se condujo de una manera in- fame : primero la robo, y despues que la dejd en la calle , se avergonzaba de ella. Sobre este tema hablaba y no concluia nunca , y con gran satisfaccidn de Antonio, Silverio, escuchando- le, indignabase contra su tio Pedro. Siempre que el joven visitaba a Macquart, se repetia la misma escena. Llegaba por la no- che, a la bora de comer; Antonio solia estar atracandose de patatas guisadas y grunendo: escogia los pedazos de tocino , y seguia con los ojos el plato cuando iba a manos de Juan 6 de Gervasia. Mira, Silverio. ^Ves? Patatas, patatas y siempre patatas (decia, con acento que en vano trataba de hacer pasar por indiferente, y mal encubriendo surabia reprimida). No comemos mas que esto. La carne se queda para, los ricos. No hay manera de salir de apuros teniendo hijos que devoran como sabanones. Gervasia y Ju.:n bajabau los ojos , y no se TOM I. 21 322 E. ZOLA. atrevian ni siquiera a coiner pan. Silverio, siempre en las regiones de lo ideal, no se daba cuenta de la situation , y con voz tranquila, decia estas palabras, provocadoras de una tem- pestad en Macquart: ^Y por qu6 no trabajais, tio? jAh! (replicaba Antonio, herido en lo vivo.) Gonque irabajar ^eh? &Para que esos bri- bones de ricos me saquen el redano? Puede que matandome poco a poco, ganase un par de francos, y, como comprendes, eso no merece la pena. Gada cual gana lo que puede (anadia el mozo). Dos francos 'son dos francos, y con elios se ayuda uno. Adema's, habiendo sido soldado, nada mas facil que tener un empleo. Fina, con una vivacidad, de la cual no po- cas veces tenia que arrepentirse luego, inter- venia , diciendo : Eso mismo digo yo. Asi como asi, el Ins- pector del mercado necesita un ayudante, y esta en muy bueuas relaciunes con nosotros. Macquart la miraba echando fuego,ygrunia con mal contenida colera: i Eh! Gallate. ; Estas diantres de mujeres LA FORTUNA DE LOS ROBGON. 323 nunca saben lo que dicen!.... jQue me habian de colocar ! Son demasiado conocidas mis opi- niones. En cuanto le hablaban de empleo, se ponia furioso; pero no por ello dejaba de pretender- los a todas boras, para rebusarlos luego que le ofrecian uno, fundandose en las razones mas estrambdticas, y si le hostigaban mucho, tor- nabase terrible. Si, despues de comer, Juan se ponia a leer un periodico, exclamaba con imperio : Debate de lecturas , y vete a" la cama .... A ver si manana te levantas tarde y tenemos otro dia de pe"rdida del jornal.... jPueshom- bre! &No has traido ocbo francos de menos la semana pasada? Lo que tiene que yo s^ donde me aprieta el zapato, y no volvera d suceder. Ya le he dicho a tu maestro que, en ade- lante, yo ire a cobrar las quincenas; yo, yo mismo. Para no oir las recriminaciones injustas de su padre , Juan se iba a acostar. Simpatizaba poco con Silverio : la polftica le fastidiaba, y decia que su primo estaba tocado. Cuando s61o quedaban las dos mujeres , si por desgra- 324 E. ZOLA. cia hablaban en voz baja, despue's de levantar los manteles, gritaba Macquart : jEa ! jHolgazanas! &No teneis nada que remendar? Andamos todos llenos de andra- jos.... Y a proposito. He estado en casa de la maestra de Gervasia , y me ha contado cosas muy bonitas. Es una correntona, una inuti- lidad para todo. Gervasia , moza ya de veinte anos , se ruborizaba de verse asi tratada delante de Sil- verio. fiste, al verla , sentia cierto disgusto. Una noche que llego tarde , y en ocasidn de estar ausente su tio, hallolas , a ella y a su inadre, borrachas perdidas de aguardiente. Desde entonces, siempre que veia a su prima, sin poderlo remediar, acordabase de aquel es- pectaculo vergonzoso , de aquella carita llena de manchas rojas, y su risa estiipida. Ade- rnas, disgustabale por las historias que de ella contaba todo el barrio. Para el , que se habia criado casto como un asceta , aquella criatura resullaba repugnante : a veces mi- rabala de reojo, con la curiosidad temerosa de un colegial que se encuentra a solas con una joven bonita. LA FORTUXA DE LOS ROUGON. 325 Cuando las dos mujeres, aguja en ma no, se gastaban la vista componiendo la ropa blan- ca, Macquart, sentado en la silla inejor, re- pantigabase, canturreando y fumando , como quien saborea su holgazaneria. En aquellas ocasiones era cuando mas criticaba la picar- dia de los ricos que chupaban la sangre a los pobres. Exaltabase y vociferaba contra los miserables de los barrios nuevos, que vi- vian consagrados a la pereza , y obligaban al pueblo a darles diuero para comer y alimentar sus vicios. Pasando por sus labios, convertian- se en grotescas teoiias los girones de pensa- mientos comunistas que por la manana habia leido en el peritfdico. Hablaba de la epoca, cer- cana ya, en la cual todo el mundo viviria sin trabajar. Pero los Rougon eran el objeto de sus mas feroces y sangrientas diatribas. Por mas que hacia , no podia digerir, sin desesperarse, las patatas que habia comido. Hoy he visto (decia) a esa canona de Fe- licitas comprando un polio en la plaza. jBien comen polios esos ladrones de herencias! Tia Dida dice (exclamo un dia Silverio) que mi tio Pedro se portd bien con vos cuando 226 i. ZOLA. vinisteis del servicio. $No se gasto una por- cidn de dinero en vestiros y poneros una habi- tacidn cduioda y buena? jUna portion de dinero! (aulloMacquart.) I Tu abuela esta loca por fuerza ! Eso lo cuen- tan por ahi los grandisimos ladrones para ta- parme la boca. No he recibido ni un ce'ntimo. Fina intervino, cometiendo una torpeza, porque le recordo que habia recibido doscien- tos francos, un traje y un ano de alquiler de casa. Antonio la mand6 callar, y con furia creciente prosiguitf : i Doscientos francos ! \ Vaya un negocio! i Lo que yo queria era mi parte, diez mil fran- cos ! Mas vale que no hablemos del tabuco en donde me alojaron como si fuera un perro, y de la levita vieja de Pedro que me dieron, por- que 61 ya no se atrevia a llevarla. Menlia con toda su boca. Pero cuando es- taba cole'rico, nadie se atrevia a contradecirle. Luego, volvie'ndose hacia Silverio, prosiguio : jBuen inocente eres tii que los defien- des ! Has de saber que a tu madre la robaron como a mi , y que si hubiese tenido dinero para cuidarse mucho, no se hubiera muerto. LA FORTCNA DK LOS ROUGON 327 No , tio ; no estais en lo justo (replied el joven) ; mi madre no inurio por falta de re- cursos para cuidarse, y me consta que mi pa- dre nunca hubiese aceptado un centime de la familia de su mujer. i Bah! Dejate de tonterias. Tu padre hubiera tornado el dinero como cada hijo de vecino. Nos ban robado indignamente, yes justo que pretendamos que nos restituyan lo nuestro. Y por centesima vez tornaba a contar la historia de los cincuenta mil francos. Silverio, que se la sabia ya de memoria, con todos los accesorios que para enriquecerla le anadia Mac- quart, escuchaba impaciente. Si Ui fueras hombre (decia, para concluir, Antonio), vendrias un dia conmigo a casa de los Rougon, y verias el escandalo que les ar- ma*bamos. No saliamos de alii sin que nos die- sen nuestro dinero. Pero Silverio, con gesto grave y voz ener- gica , respondia : Si esos miserables nos nan robado, peor para ellos. Para nada quiero su dinero. No somos nosotros ios llamados a renir batalla 328 B. ZOLA. con nuestra farnilia. Han obrado'mal, y dia llegara en que tengan su merecido castigo. jAh, inocente! (giunia Antonio.) Guando seamos los mas fuerles, \eras tii si por mi mano arreglo 6 no estos negocios. j Fiate en la Virgen y no corras ! \ Familia marrana ! No hay nin- guna tan cochina y tan indecente como la nuestra. Habiamos de estarnos muriendo, y no tengas cuidado, que ningiin individuo de ella vendria a darnos un pedazo de pan. Cuando Macquart emprendia esta tarea, no acababa nunca de bablar. Ponia a la vista las sangrientas heridas de su envidia. Todo lo veia rojo cuando pensaba que era el linico de la fa- milia que no habia tenido suerte : el unico que comia palatas, mientras los otros tenian came a discrecioii. Todos sus parientes, hasta los hijos de sus sobrinos , llevaban su parte de culpa , y para todos y cada uno de ellos tenia insultos y amenazas. Si, si (decia con auiargura) ; me dejarian reveutar como un perro. Gervasia , sin levantar la cabeza ni dejar de coser, decia a veces timidameiite : Sin embargo, papa; mi primoPascual se LA FORTONA DE LOS ROUfiON. 329 portd muy bien con nosotros cuando estuviste malo el ano pasado. Te cuidd sin pedirnos un centimo (prosi- guid Fina, apoyando a su hija); y muchas veces me did dinero para poner la olla y darte caldo. Si...., fiate.... Si no hubiese sido por mi buena naturaleza...., me hubiese muerto.... Callaos. . . . , bestias. . . . , animates. . . . Capaces sois de dejaros enganar como dos estupidas.... Todos, todos darian cualquier cosa porque me muriese. Si vuelvo a estar enfermo, guardaos de ir a buscar a mi sobrino , porque no estaria tranquilo si me viera entre sus manos. Es un mediquillo de poco mas d menos ; por eso no tiene una persona decenteen su clientela. Cuando en este camino se lanzaba Mac- quart, ya no sabia detenerse. jPues y ese viborezno de Aristides?^Qu6 te parece? (continud.) Es un mal correligiona- rio, un traidor. &Te fias tu de lo-que dice en sus articulos de El Independiente , Silverio? Valiente tonto estaras si tal haces. Ni siquiera cstan escritos en frances. Siempre he dicho que ese republicano de pega estaba de acuerdo con su excelente padre para reirse de nosotros. 330 E. ZOLA. Ya veras oomo algiin dia cambia de casaca.... i Y qu me dices de su hermano, el ilustre Eu- genio, aquel animalote, de quien tan orgullosos estan los Rougon? \ Pues no tienen el descaro de decir que ocupa una gran posicidn en Paris! Que vengan a contarmelo a mi...., qae conozco la clase de ocupaciones a las cuales se dedica.... Esta empleado en la calle de Jerusalen : es un mozalbete.... &Y V. qu6 sabe de eso, tio? interrumpid Silverio , a quien las palabras mordaces y men- tirosas de su tio herian en el fondo de su recta conciencia. Conque no se, ^eh? Cuando te digo.... Pero tu eres un tipo capaz de dejarte sacar el redano, con esa benevolencia tonta que tienes para todo el mundo: no eres un hombre. Y si no , ahi esta tu hermano : no quiero ofen- derle; pero, en tu caso, estaria bien lejos de lie- var a bien su manera egoista de proceder con- tigo : gana en Marsella todo cuanto quiere, y no es capaz de mandarte una miseria de veinte francos para tus gastos. Lo que es si algiin dia caes en la miseria , no te aconsejo que a el re- curras. LA rORTCNA DK LOS ROUOON. 331 No necesito yo de nadie (repuso 1 joven con orgullo, pero ligeramente contrariado). Mi trabajo basta para cubrir las necesidades de tia Dida y mias. Sois cruel, tio..,. ^Cruel? ;Bah! ^Porque digo la verclad? Lo que tiene es que yo quisiera que abrieses los ojos y vieras claro. Nuestra familia es una colecci6n de indecentes. Triste es confesarlo; pero no es mentira. No hay uno de ella, hasta Maximito , el hijo de Aristides , que no me haga burla cuando me ve. j Ah ! Lo que es ese chi- cuelo, sera una alhaja : ha de llegar a pegarle a su madre, y la estara bien empleado. Digan lo que quieran esas gentes , DO merecen la suerte que tienen ; pero eso sucede en todas las fami- lias : los buenos sufren , y los malos hacen for- j tuna. Todas aquellas miserias y asquerosidades que delante del joven sacaba a relucir Antonio, disgustaban mucho al excelente mozo. Era muy feliz cuando sonaba. Si daba senales manifies- tas de impaciencia , su tio apelaba a" los mas en6rgicos recursos para sobrexcitarle del todo contra sus parientes. Anda, defie"ndelos (le decia); que yo me 332 E. ZOLA. he arreglado de manera que nada tengo que ver con ellos. Lo que te digo es por tu bien, por carino que os tengo a ti y a mi pobre madre sobre todo, a quien esa canalla trata de una manera tan inconsiderada. i Son unos miserables ! murmuraba Sil- verio. i Oh! No lo sabes bien. No hay calumnia que los Rougon no inventen contra la pobre abuela. Aristides le ha prohibido a su hijo que la salude siquiera , y Felicitas anda diciendo por ahi que al fin tendran que meterla en una casa de locos. El joven, palido como la cera, interrumpid bruscamente a su tio. Basta (grito). Noquiero saber mas. Fuer- za sera que esto concluya de una vez. Bueno ; ya me callo , puesto que te con- traria (grunia el viejo, fingiendo benevolencia). Pero hay cosas que conviene que las sepas, so pena de que te hagan pasar por un imbe'cil. Al paso que leexcitaba contra la familiade su hermano Pedro, Antonio experimentaba ex- trano placer viendo c6mo la rabia y la pena hacian asomar el llanto a los ojos del joven. LA FORTUNA DE LOS ROUGON 333 Acaso le detestara mas todavia que a los otros, porque le molestaba que no fuese borracho y mal trabajador como el. For eso aguzaba el in- *genio inventando atroces inentiras, que se cla- vaban como punales en el corazon de Silverio; gozaba viendole palido, tembloroso , con la vista extraviada ; sentia cierto goce, un go- ce cruel, el que experimentan las personas de mal corazon cuando hieren a su victima en lo vivo. Despues que le habia puesto en aquel estado, entonces abordaba la cuestion politica. Me ban dicbo (murmuraba , con acento niisterioso) que la cainada de los Rougon pre- para un golpe mortal para la libertad. ^.Contra la libertad? preguntaba Silverio con interns. Si. Una de estas noches van prender a todos los patriotas y a meterlos en la carcel. El joven dudaba al principio. Pero su tio le daba tantos minuciosos antecedentes , que le confundia. Hablaba delistas en las cuales figu- raban los mas avanzados en ideas politicas , y decia como, cuando y de que manera se lleva- rian a efecto las prisiones. Poco a poco aque- lla conseja apoderabase del animo del joven , y 334 E. ZOLA. le hacia delirar contra los enemigos de la Re- publica. Ellos seran los que metamos en la cdrcel, si prosiguen por esa senda de traiciones 6 in-* famias. ^Y qu6 haran con los presos? jToma! (replicaba Macquart , con una risita infernal.) Asesinarlos en los sdtanos de la carcel. Y viendo que el joven , estupefacto de ho- rror, le contemplaba sin hallar frases para ex- presarse, proseguia : i Oh ! No seran los primeros ni los ulti- mos que mueran asi. Vete, si no, por las no- ches a los alrededores de la carcel , y oiras tiros y gemidos cada paso. i Oh ! j Infames ! murmuraba Silverio. Entonces tio y sobrino se lanzaban a las re- giones de la alta politica. Fina y Gervasia apro- vechaban su distraccion para irse a acostar en silencio. Asi pasaban la noche hasta las doce, hablando de las noticias de Paris y de la prtfxi- ma 6 inevitable lucha. Macquart peroraba amar- gamente contra los hombres de su partido: Sil- verio sonaba despierto para si solo con sus idea- les de libertad ideal. Eran inter minables aque- LA PORTUNA HE LOS ROUGON. 335 lias extranas conferencias , durante las cuales el tio bebia UD sinmimero de copas de aguar- diente, y Silverio acababa por embriagarse de entusiasmo. Pero en vano tratd Antonio de forjar, con el concurso del mozo, una perfidia, un plan de guerra contra los Rougon : todas sus excitaciones y todas sus mentiras nunca lograron ma's que hacerle invocar la justicia divina , que tarde 6 temprano los castigaria. El generoso joven hablaba de tomar un fu- sil y destruir a los enemigos de la Repiiblica ; pero tan luego como estos enemigos se perso- nificaban en su tio Pedro 6 algiin otro hombre de su calafia , acudia a la celeste ira para evi- tarse el disgusto de verter su sangre. Es mas que probable que hubiese dejado de frecuentar el trato de Macquart, cuyas miserables ideas le herian en el alma , si hubiese tenido en su casa alguien con quien poder hablar de su que- rida Repiiblica. Pero, de todas suertes , Antonio tuvo una decisiva influencia sobre su porvenir: con sus constantes diatribas irrito sus nervios, y acabd por bacerle ansiar con verdadero fre- nesi la lucha con las armas para conquistar el bienestar universal. 336 E. ZOLA. Guando Silverio cumplio los diez y seis anos , Macquart lo inicid y presentd en la so- ciedad secreta de los Montaneses , asociacidn poderosa , extendidisima por todo el Mediodia de Francia. Desde entonces, el mozo acaricid con la mirada la escopeta del contrabandista, que Adelaida lenia colgada de la campana de la chimenea.JJna noche, en tanto que la an- ciana dormia, limpid cuidadosamente la vieja carabina y la puso en estado de servir. Despue's la volvid a colgar, y esperd. Eii sus ensuenos de fanatico forjaba gigantescas epopeyas , idea- les luchas homericas,semejantes a caballeres- cos torneos, de los cuales salian vencedores los campeones de la libertad , mereciendo las acla- niaciones del mundo entero. Macquart , no obstante la inutilidad de sus esfuerzos , no se desanimo. Penso que , para hacer morir de rabia a los Rougon , bastaria con obligarles a consuinirse en la obscuridad de la nada. Sus ansias de envidioso hambrien- to acrecieron por causa de varios aconteci- mientos de su vida que le obligaron a volver a trabajar. A principios del ano 1850, Fina murid casi de repente, a consecuencia de una pulmo- LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 337 nia, que la tomo por llevar a cuestas la ropa la- vada de todalafamilia desde elViorneasucasa; llego tembiando , empapada en agua y sudor; cayobajo elpesodeunfardodemasiado grande, y DO volvio a levanlarse. Su muerte consterno a Macquart , porque con ella perdio la renta mas segura. Cuando pocos dias despues vendid el hornillo en dcnde asaba la difunta las casta- nas y el caballete sobre el cual componia las si- lias, acus6 alcielo, confrases muy violentas,de haberle arrebatado aquella companerade quien se avergonzo toda la vida, y cuyo valor real no pudo medir hasta despues de verse sin ella. Desde entonces cay6 con mayor avidez sobre losjornales de sus hijos. Dos meses des- pues, Gervasia, cansada de sufrir aquel cons- tante expolio, se fue con Lantier y sus dos ninos, a quienes faltaba el apoyo de su abue- la, muerta tambien. Los amantes se refu- giaron en Paris. Antonio, aterrado, volvidse contra su hija, la maldijo, calificola deperdida, y la deseo que acabara en un hospital como sus iguales. Mas no mejoro su situaciou gravisima aquel torrente de injurias y anatemas. Juan siguio las huellas de su herinana poco tiernpo TOMO i. 22 338 E. ZOLA. despue's. Arreglose de manera que un dia de pago cobrd el sus alcances, yal partir encargd a uno de sus amigos que le dijera a su padre que no queria seguir alimentando sus vicios, y que si le reclamaba por medio de los tribuna- les , estaba resuelto A no volver a tocar siquiera una herramienta del oficio. Cuando despues de buscarle en vano se convencio Antonio de que el mal no tenia remedio, ai verse solo en aquella casa, en donde por espacio de veinte anos oblige a todos los suyos a sostenerle sin ocuparse en nada, apoderose de 61 una rabia indescrip- tible , aullando monstruosas imprecaciones. Como si el mundo hubiera caido sobre sus espaldas, se inclind hacia delante su cuer- po , y al andar arrastraba los pies lorpe y pesado como un convaleciente. El temor de verse obligado a trabajar le causd una especie de verdadera enfermedad. Cuando fue' a verle Silverio, con lagrimas en los ojos quejtfse de la ingratitud de sus hijos. No habia sido siempre un buen padre ,? Juan y Gervasia eran dos monstruos, que le pagaban bien mal por cierto los sacriticios que hizo por ellos. LA PORTUNA DE LU> KUUGON. 339 Cuando ya era viejo y nada podian sacar de el, le abandonaban : \ infames ! Pero, tio (le dijo Silverio); aiin estais en edad de ganar el pan trabajando. Macquart, tosiendo, encorvandose , movid lugubremente la cabeza , como para dar a en- tender que no resistiria mucho tiempo la mas leve fatiga. En el momento en que se iba a marchar el joven, le pidio y obtuvo diez fran- cos. Paso un mes llevando uno tras otro a casa de un trapero todos los objetos que usaron sus hijos , y vendiendo cuantos trastos habia en la casa. A poco, ya no le quedaban mas mue- bles que su cama , una mesa , una silla y la ropa que traia puesta. Luego cambiO la cama de nogal por un catre de tijera; y cuando ya agotd hasta el ultimo recurso , llorando de ra- bia , con la palidez de un hombre que se resig- na al suicidio, fu^ a buscar el fajo de mim- bres olvidado en un rincon por espacio de un cuarto de siglo. Al cogerle, pareciole que le- vantaba una montana. Reuegando de todo el genero humano, se puso a tejer cestas, y en- tonces, mas que nunca, habl6 de repartir los >ienesdelos ricos. Se manifestd terrible. Pro- 340 K. ZOLA. imneiaba discursoseu la taberna, aconsejaiido el incendio y el asesinato , y con sus furibun- das miradas ganaba un cre'dito ilimitado con el tabernero. Trabajaba solo cuando Silverio 6 algun otro no le daban un franco. Ya no era senor Macquart ; ya no existia aquel obre- ro afeitado y vestido con el traje de los domin- gos , haciendo el papel de propietario que se come sus rentas; volvio a ser el vagabundo sucio , asqueroso , que especulaba con sus ha- rapos. Desde que casi a diario andaba ven- diendo cestas por el mercado , Felicitas no se atrevia a comprar en 61. Siempre,y a todas horas, juraba que se tomaria la justicia por su mano , ya que los ricos se ponian de acuer- do para obligarle a trabajar. En semejante estado de animo, sorpren- ditfle el golpe de Estado: le recibio, pues, con el gozo de un lobo que husmea la presa. Los pocos liberales dignos y respetables de la ciu- dad no pudieron ponerse de acuerdo, y, natu- ralmente, ^1 se convirlio" en uno de los agentes ma's notables dela revolucion. A pesar del mal concepto quede el teniaii formado los obreros, hubieron de aceptarle como elemento que les LA FORTCNA 1>E LOS ROCGOX. 341 sirviera de base para agruparse. Pero luego que vio la calma reinante en la ciudad dii- rante los primeros dias, creyd fracasados todos sus planes. La insurreccidn de las gentes del campo le devolvio la esperanza. For nada del mundo hubiese salido de Plassans ; asi es que invento una excusa para no seguir a los gru- pos de obreros que el domingo por la manana partieron a incorporarse a los insurrectos del Palud y de Saint-Martin-de-Vaulx. Por la no- one de aquel mismo dia , estando con otros va- rios individuos de su calana en un bodegdn del barrio viejo, llego un companero, para avi- sarle que se encontraba a pocos kilometres de Plassans la columna insurrecta. La noticia ha- biala traido un propio que logrd penetrar en la ciudad, y llevaba la orden de abrir las puer- tas y dar entrada en ella a la columna. El en- tusiasmo estalld entre los republicanos que rodeaban a Antonio : este , sobre todos , pare- cia delirar de gozo. La imprevista llegada de las fuerzas insurrectas le parecia un delicado favor de la Providencia. Pensando que dentro de poco tendria agarrado por el pescuezo a Rougon , temblaba de placer. 342 E. ZOLA. Seguidc de ios que le rodeaban, salid del cafetin. Pronto estuvieron reunidos en el paseo de Sauvaire todos Ios republicanos que no ha- bian corrido al encuentro de sus hermanos. Aquellaera la columnaquevioRougon cuan- do iba a esconderse a casa de su madre. Cuando la partida estuvo en lo alto de la calle deBanne, Macquart, que se babia quedado a la cola en compaiiia de cuatro mocetones ligeros de cas- cos , a quienes tenia doaiinados con su char- latanismo de cafe , persuadioles de que era preciso detener en seguida a todos Ios eneini- gos de la repiiblica, si querian evitar gran- des males ; pero lo que a proceder asi le iinpul- saba, era el tenior de que Pedro se le escapara, aprovecbando el tumulto que la llegada de Ios insurrectos debia producir. En aquellas criti- cas circunstaucias, Felicitas estuvo admirable de valor y prudencia. Bajo a abrir la puerta de la caile. Queremos subir, dijo brutalmente An- tonio. Subid Ios que querdis, senores, repuso ella con ironica cortesia, fingiendo no conocer a su cunado. LA FORTONA DE LOS ROUGON. 343 Cuando llegaron arriba , Macquart mandole que liamase a Rougon. No esta mi inarido (dijo Felicitas con gran serenidad). Ha salido de viaje, a negocios , en la diligencia de Marsella, a las seis de la tarde. Al oir esto, Antonio hizo un gesto de rabia. Entr6 violeutainente en el salon, luego regis- tr6 la alcoba, revolvid las ropas de la cama y los colchones, mirando detras de los nmebles y de las cortinas. For espacio de un cuarto de hora estuvo recorriendo la casa. Felicitas, sen- tada tranquilamente en el sofa de la sala , se ataba las cintas de las enaguas , como persona que, sorprendida en lo mejor del sueno, no tuvo tiempo de vestirse bien. ^Conque es verdad que ha huido? jGo- barddn ! grito , balbuciente , Antonio , volvien- do a entrar en el salon. Pero seguia mirando a su alrededor con desconfianza. Tenia el presentiiniento de que no podia Pedro haber abandonado el campo en el instante decisivo. Acercose a Felicitas, que bostezaba, y le dijo: Dinos en donde esta escondido, y te pro- metemos no hacerle dario. 344 K.ZOLA. jSi os he dicho la verdad! (repuso con iinpaciencia Felicitas.) Mai puedo entregaros a mi marido no estando en casa. &No lo hab6is registrado todo? Pues ahora , dejadme en paz. Macquart, exasperado ante aquella sangre fria, iba acaso a pegarla, cuando un gran rui- do llego a sus oidos desde la calle. Era la celumna de insurgentes que desem- bocaba en Ip calle de Banne. For fuerza hubo de abandonar el sa!6n ama- rillo , no sin llamar vieja zorra a Felicitas , y prometerle volver luego , alzando el puno con ademan amenazador. Al llegar abajo, llamo aparte a uno de los que le habian acompanado, sepulturero de ofi- cio , torpe de inteligencia , pero robusto como un toro, y le mando quedarse sentado en el ul- timo tramo de la escalera hasta nueva orden. Si ves entrar al granuja de mi hermano, ven en seguida a avisarme , le dijo. El hombron aquel sentdse pesadamente. Cuaudo Antonio llegd a la calle , alzd los ojos, y vio a Felicitas decodes eii uno de losbalco- nes del saldn aiuarillo, mirando con curiosidad a los insurrectos que por debajo de sus pies LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 345 desfilaban, ni mas ni menosque si se tratara de un regimiento de verdaderos soldados. Tan- to le irritd aquella ultima serial de tranquili- dad completa, que de buena gana hubiera subido otra vez y la hubiese arrojado a la calle. Pero era menester seguir a la columna , y asi lo hizo , murmurando con voz sorda : Si, si; mira cdmo pasan, que manana ya veremos si te quedan ganas de asomarte al balcdn. Gerca de las once eran ya cuando los in- surrectos entraron en Plassans por la puerta de Roma. Los obreros que habian quedado dentro de la ciudad les abrieron las puertas, a pesar de las lamentaciones del guarda , que por fuerza solid las Haves a su cuidado enco- mendadas. Aquel hombre, que no dejaba pasar a uno s61o sin previo reconocimiento, vio anona- dado penetrar aquel torrente de personas des- conocidas que saltaban por encima de su celo y su no desmentida vigilancia , murmurando con ainargura que estaba deshonrado. A la cabeza de la columna iban los que procediaii de la poblacion, guiando a sus com- paneros: en primera fila , Mietta , con Silverio 346 E. ZOLA. a la izquierda, alzaba la bandera con mas en- tusiasmo todavia, notando que a las ventanas se asomaban medrosos los vecinos , sorprendi- dos en lo mejor del sueno. Con profunda len- titud recorrieron los insurrectos las calles de Roma y de Banne, temerosos deque eii alguna esquina fueran recibidos a tiros por los habitan- tes dePlassans, no obstante estar todosconven- cidos de la proverbial prudencia que les dis- tinguia. Pero cualquiera hubiese dicho que era aquel un pueblo rnuerto; alguna que otra excla- macion ahogada que de vez en cuando resona- ba detras deciertas persianas, revelaba la exis- tencia de seres vivos; solo cinco 6 seis venta- nas fueron abiertas; algunos vecinos, en cami- sa , y con una luz en la mano, osaron asomarse a ellas.y estos pocos, apenaspercibian la negra fila, que juzgaban escuadron de trasgos, ce- rraban de golpe las vidrieras, aterrorizados por tan tremendo espectaculo. El silencio de la adormecida ciudad tranquilizo a los insu- rrectos, los cuales, descuidados ya, se atre- vieron a invadir las calles adyacentes a la plaza del Mercado, que todas vienen a desem- bocar en aquel cuadrilatero irregular, divi- LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 347 dido por otra calle. Las dos plazoletas esta- ban iluminadas vivamente por la pdlida luz de una luna clarisima. Los arboles proyecta- ban sobre el suelo sombras monstruosas; el Ayuntamieuto, recientemente revocado , des- tacabase blanquisimo sobre el diafano azul del cielo , y en la fachada , el gran balcon corrido , dibujaba con delgados pernles sus arabescos. El Alcalde, el comandante Sicardot, tres 6 cuatro consejeros municipales y otros varies funcio- narios, ocupaban este balcon. Las puertas esta- ban cerradas: delante de ellas se detuvo la co- lumna, semejante a una gruesa serpiente ; tres mil cabezas se alzaron , fijando en el balcon las miradas, y un estremecimiento recorri6 desde_ uno d otro extremo al monstruo aquel , como si seapercibiera a romper el obstaculo con solo una sacudida. La llegada de la partida de insurrectos a se- mejante bora , habia sorprendido a las autori- dades. Antes de ir al Ayuntamiento, Sicardot corri6 a ponerse el uniforme ; luego , a escape, acudio a casadel Alcalde ; despertole , y cuando el guarda de la puerta de Roma llego con la noticia de que los sublevados estaban dentro 348 E. ZOLA. de la ciudad , aiin no habia logrado reunir el Comandante una docena de nacionales. Ni siquiera le quedo tiempo de avisar a los gen- darmes , cuyo cuartel estaba a dos pasos de la alcaldia. Fu6 menester cerrar las puertas para deliberar , y aiin no hacia cuatro minutos que duraba la discusidn sobre lo que era mas con- veniente hacer , cuando un ruido parecido a un trueno lejano les anuncid la inmediata llegada de la columna a la plaza. For odio a la Repiiblica , de buena gana hu- biera el Alcalde entablado la lucha. Pero, pru- dente , comprendid que hubiera sido iniitil resistir, no viendo en torno de si ma's que unos cuantos guardias nacionales , palidos y medio dormidos. No fue, pues, largala discusidn, por mas que, terco y mas terco , el comandante Sicardot queria batirse, y aseguraba que con los doce hornbres que tenia le bastaba para meter en cintura aquellos tres mil canallas. El Alcalde se encogi6 de hombros , y declard que no habia mas remedio que capitular de la manera mas honrosa posible. Viendo que acrecian los gritos de la multi- tud, asomdse al balcdn, seguido de todos los LA FORTUNA DB LOS ROUGOIf. 349 quo con el estabau en el Ayuntainiento: algiin silencio impuso su presencia: entre la negra masa de insurrectos, los fusiles y las guadanas relucian a la luz de la luna con siniestros re- flejos. ^Quienes sois y que quereis? grittf el Alcalde con voz energica. Un hombre que traia puesto un gaban , un propietario de las inmediaciones de la Palud, se adelanto, y repuso : Abrid la puerta , y evitad asi una lucha este'ril y fratricida. En nombre de la ley protesto , y os inti- mo para que os retire'is , replied el Alcalde. Un rugido ensordecedor salid de la masa de la columna; luego que se calmd un tanto el tumulto, interpelaciones violentas llegaron a oidos de los que estaban en el balcon : algunos gritaron : i A nombre de la ley venimos nosotros ! Otro exclam6: Gumplid con vuestro deber, haciendoque se cumpla esa ley que invocais a nombre de la Gonstitucion que acaba de ser violada. Y muehos gritaron con entusiasmo : 350 E. ZOLA. jViva la Constitucidn! jVivala Republica! Y viendo que el Alcalde trataba de impo- ner silencio para lograr ser escuchado , el pro- pietario que ya antes uso de la palabra excla- m6 con gran energia : No sois mas que el representante de otro funcionario que ha caido : venimos a destitui- ros por eso: callad , pues , y entregadnos el po- der que no os pertenece. El comandante Sicardot , mascullando te- rribles injurias, mordiase los bigotes con ra- bia: viendo los palos de las guadanas, sentia que la cdlera desbordaba en su pecho. Ha- ciendo esfuerzos inauditos aguantd hasta que el propietario pronuncio aquellas palabras: pero , al escucharle , la ira y el deseo de tratar como merecian a aquellos villanos, soldados de tres al cuarto, que ni siquiera tenian todos fu- siles, le sacd de sus casillas. Oir hablar d un quidam vestido con gaban de destitiiir a un Alcalde en el uso de sus funciones, di6 al tras- te con su prudencia, y, sin poderlo remediar, gritd : i Bribones ! Si tuviera yo siquiera cuatro soldados y un cabo, \ vive Dios que bajara y LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 351 agarrandoos por las orejas habia de poneros en razon ! Menos que esto era raenester para producir uii grave conflicto. Otro rugido mas amenaza- dor que el primero salio de entre aquella mul- titud, que, arremolinandose, se abalanzd con- tra la puerta . El Alcalde , consternado , se retir6 del balcon , rogando a Sicardot que usara ma's prudencia , si no queria ser causa de la muerte de todos. En pocos minutos cedieron las puertas, y los insurgentes penetraron en la casa, desarmando a los nacionales que encontraron dentro del por- tal. Sicardot, que se negaba a entregar la espa- da , debi<5 la vida a la sangre fria del jefe del grupo procedente de Tulettes. Por fin quedo el Ayuntamiento en poder de los insurrectos, y el Alcalde y todos los demas prisioneros fueron llevados a un caf6 de la plaza del Mercado, y encerrados en 41 bajo la vigilancia de varios ceiitinelas. A no ser porque los jefes reconocieron la necesidad de dar a su tropa un descanso y algo de coiner , la columna no hubiera hecho alto. Por una falta de pericia y de energia en el 352 E. ZOLA. iuipruvisado general, daiido aquel rodeo , eu vez de dirigirse a la capital a marchas forza- das , caininaba a su derrota el pequeno eje"r- cito. Pero hasta la tneseta de Saiiit-Roum faltaban lodavia doce leguas, y la perspectiva de aquella marcha tan larga fue la que hizo de- tenerse en Plassans , a tan avanzada hora de la noche, a los insurgentes. Cuando llegaron serian las once y media. Luego que supo el Alcalde que la partida s61o pedia raciones, prestoseaproporciondrse- las. En tan dificiles circunstancias, M.Gargon- net did pruebas de una inteligencia muy clara. Aquellos tres mil hambrientos debian quedar satisfechos para que partieran luego.La ciudad no convenia que se encontrara con ellos dise- minados por las calles cuando abriese los sono- lientos ojos : su presencia debia quedar redu- cida a un recuerdo, al de una pesadilla que se disipa con la llegada de la aurora. Sin dejarde estar prisionero M. Gorgonnet, acompanado por dos insurrectos, recorrid las calles llaman- do a las puertas y recogiendo cuantas raciones de pan pudo encontrar. A la una, acurrucados por doquier, con el LA PORTUNA DE LOS ROUGON. 353 fusil entre las piernas , aquellos tres mil hombres comian tranquilamente. La plaza del Mercado y la del Ayuntamiento asemejaban enormes refectories. No obstante el frio inten- so que hacia , en muchos de aquellos grupos iluminados por la luna clara como un pequeno sol, reinaba la alegria. Los pobres hambrien- tos comian sus raciones de pan , soplandose los dedos de cuando en cuando : por todas las ca- lles adyacentes veianse negras masas pegadas a las puertas : eran hombres sentados en los umbrales, y por aqui y aculla resonaban ri- sas, que parecian recorrer el conjunto de aquel barulio. Los mas valientes curiosos, atrevian- se a asomar por las ventanas las cabezas cu- biertas con panuelos : contemplaban la extrana cena de aquellos tremendos insurrectos bebe- dores de sangre, que por entonces, al menos, solo bebian agua en la fuente, aguardando vez y sirviendose del hueco de la mano a guisa de yaso. Mientras unos se apoderaban del Ayunta- miento, otros hacian lo mismo con el cuartel de gendarmes, situado cerca de la alcaldia, en lacalledeCanquoin,que sale al mercado.Sor- TOMO I. *3 354 E. ZOLA. prendieronlos en el lecho, y facilmenle les quilaron las armas. Una oleadade la muititud habia llevado a aquel lado a Mietta y Silverio. Ella estaba apoyada contra el muro del cuar- tel , siernpre con el asta de la bandera en las manos, apretada contra el pecho: el joven habia penetrado en el interior y ayudaba asus' companeros a desarmar a la gendarmeria. Em- briagado por aquel ambiente de combate, ha- biase tornado feroz , y luchaba cuerpo a cuerpo con un gendarme, tin moceton llamado Ren- gade, que ponia niiedo y defendia como una fiera su carabina. En una de las sacudidas escaposele el arma de las inanos, el canon le dio en el rostro, y reventdle un ojo. Corrio la sangre, y salpico la cara y los dedos de Silve- rio. En el acto recobro este la raztfn, y con la mirada errante y confusion extrana en el es- piritu , sali6 corriendo y sacudiendo las manos. ^Estas herido'? grito Mietta. No, no (repuso el, con voz ahogada). Es que he matado a un gendarme. jMuerto, dices!.... No lo se.... La cara tenia llena de san- gre.... Ven, ven corriendo. LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 355 Y la arrastro hasta la plaza del Mercado, en donde la hizo sentar sobre un banco de pie- dra. Dijola que no se moviera de alii, y sin dejar de sacudir las manos , balbuceando, la miraba lleno de susto. Mietta comprendio por sus palabras entrecortadas que deseaba dar un beso a su abuela antes de partir. i Bueno ! Ve (le dijo). For mi no te apu- res. Pero antes limpiate la sangre. Rapidamente se alej6 el joven, con los dedos separados , sin ocurrirsele siquiera la- varse en cualquiera de las fuentes que al paso halltf. Desde que habia sentido sobre la piel el tibio contacto de la sangre de Rengade, s61o pensaba una cosa : huir , correr mucho hasta llegar a casa de tia Dida , y alii sumergir las manos en la pila del pozo que estaba en el fondo del patiecillo : solo en aquel sitio le pa- recia posible borrar la huella de la sangre. El recuerdo de su infancia tranquila , saturada de ternura, llenaba su alma ; sentia la necesidad de refugiarse, aunque solo fuera por un mo- mento, junto a su abuela. Halld a tia Dida le- vantada, cosa que en otras circunstancias le hubiera causado gran extraneza; pero en aque- 356 E. ZOLA. lias no lo advirtid siquiera , ni tampoco se tijd en su tio Pedro, que estaba sentado en un rin- cdn sobre un baul viejo. Sin esperar las pre- guntas de la pobre vieja , entrd diciendo : Abuela , perdonadme ; pero estoy com- prometido, y he de partir con los otros obre- ros.... Mirad...., sangre.... Creo que he mata- do a" un gendarme.... iQue has matado a un gendarme?.... repitid tia Dida, con extrano acento. Ensusojos, siempre apagados , brilld un relampago; los fijd con insistencia sobre aque- llas manchas rojas ; de pronto volvid la cara, y mird a la campana de la chimenea. ^Has cogido la escopeta? ^Qiie has hecho de ella? Silverio, que habia dejado el arma al lado de Mietta , la dijo que estaba en lugar seguro. For primera vez hizo la anciana alusidn al contrabandista Macquart delante de su nieto. ;.La volveras a traer? ^,Me lo prometes? (preguutd con extraordinaria energia.) Es lo unico que me queda de el.... Has matado a un gendarme.... A el le niataron tambie'n ellos.... Y asi diciendo, miraba a Silverio fijamente LA FORTUNA DE LOS UOUGOH. 337 con una satisfaccidn cruel , sin manifestar deseo de que se quedara. Ni le pedia explica- ciones, ni lloraba como suelen hacerlo las abuelas que creen ver agonizar a sus nietos si se hacen una rozadura 6 un aranazo. Todo su ser se dirigia d una sola idea , la cual for- mulo con ardiente curiosidad : <;,Has matado al gendarme con la escope- ta? le preguntd. Silverio no comprendid bien el sentido de la frase , porque repuso : Si.... Me voy a lavar las manos. Hasta que volvid del patio no advirtid la presencia de su tio. Pedro habia oido las pala- bras del j oven, y estaba palido como la cera. Era verdad lo que Felicitas decia ; su fami- lia tenia gusto en comprometerle. \ Primero Macquart, con sushabladurias; despue's uno de sus sobrinos, matando gendarmes!.... Jamas lograria su plaza de jefe econdmico , si no im- pedia que aquel diablo de chiquillo se reuniese con los insurrectos. Resuelto a no dejarle salir, se colocd delante de la puerta. Oye tu, mocoso (dijo, mirando a Sil- verio, que le contemplaba , asombrado deverle 358 E. ZOLA. en casa de suabuela). Soyel jefe de la familia, y te prohibo salir de aqui. Se trata de tu honra y de la nuestra. Mariana ya procuraremos que puedas huir al extranjero. Silverio se encogio de hombros. jBah! Dejadme pasar (repuso tranquila- mente). No soy un nino, como decis.... Y si lo que temeis es que os delate , podeis estar tranquilo , que no dire donde esta vuestro escondite. Y viendo que Rougon seguia hablando de la dignidad de la familia 7 y de la autoridad que debian todos reconocer en el que era el priino- g^nito , prosigui6 : Pero.... ^acaso somos de la misma fami- lia*? Siempre habdis renegade de mi, y si hoy no lo haceis una vez mas , sera por miedo, por el miedo que aqui os trajo , por el terror que os causa ver que Ileg6 el dia de la justicia. j Ea ! A un lado , que yo no soy de los que se esconden cuando tengo un deber que cumplir. Rougon no se movid. Pero tia Dida, que oia las vehementes palabras de Silverio extasiada, cogi6 con su escualida mano a Pedro por un brazo, y le dijo : LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 359 jQuita, Pedro ! Deja salir al nino. El joven einpnjd a su tio, y se lanzo fuera de la estancia. Rougon cerro la puerta cuida- dosamente , y con voz que revelaba cdlera y envolvia una amenaza , exclamd : Si le sucede una desgracia, vos tendreis la culpa. j Ah! \ Vieja loca ! No sabeis lo que acabais de hacer. Pero Adelaida no daba senales de en ten- derle ; con una vaga sonrisa en los palidos la- bios, echo un sarmiento en el fuego, que estaba casi extinguido, murmurando: No es esto nuevo para mi.... Tamblen 61 pasaba lejos de mi meses enteros, y volvia luego mas sano todavia.... Hablaba sin duda de Macquart. Silverio llego corriendo al Mercado. Cuan- do estaba ya muy cerca del sitio donde habia dejado a Mietta , percibitf un violento ruido de voces; vi6 que la gente se arremolinaba, y apretd el paso. Muchos curiosos rodeaban a la multitud de insurrectos mientras comian. Entre ellos estaba Justino,el hijo deRebufat, mozo de unos veinte anos , malo de suyo , y traidor por na- 360 K. ZOLA. turaleza, que tenia un odio implacable a la in- feliz Mietta. En su casa la echaban en cara el pan que comia , y la trataban como a una miserable recogida por caridad al borde de un camino. Era probable que su aversion naciera de la negativa de la nina, cuando rehuso ser su querida. Aquel ser raquitico, flaco, con las extremidades demasiado largas y la cara torci- da , se vengaba en ella de su propia fealdad y del desprecio que la nina le inanifestaba. Su sueno dorado era ver como su padre la echaba a la calle por cualquier causa, y para lograrlo espiabala sin darse punto de reposo. Hacia al- giin tiempo que sorprendio una de las citas de Mietta con Silverio , y solo esperaba ocasidn propicia para delatarla a Rebufat. Aquella no- che, cuando la vio salir de la casa a las ocho, cegole el odio, y ya no pudo callar mas. Rebu- fat, al oir el relate que le hizo su hijo , mont6 en coleray juro que despediria a puntapies a la perdida de su sobrina,si seatreviaa volver. Justino se acosto saboreando ya el placer que la escena preparada para el dia siguiente debia proporcionarle. Pero ansioso de acelerar el goce, levantose y salid, esperando encontrar a LA >ORTUNA DE LOS RODGON. Mietta : proponiase insultarla , martirizarla, ammciandola lo que le iba a suceder inevita- blemente algunas horas despues. For esta causa asistid a la entrada de los in- surgentes en Plassans, los siguio hasta el Ayuntamiento , presintiendo que en aquella di- recci6nencontrariaalosenamorados,y,enefec- to , por fin hallo a su prima sentada en el banco donde Silverio la habia dejado esperandole. Al verla vestida con su ancho manto , con la ban- dera roja al lado, apoyada contra un pilar, co- menzo a burlarse de ella groseramente. La jo- ven , sobrecogida , no sabia que decir para de- fenderse, y sollozaba bajo el peso de sus inju- rias. Mientras ella gemia con la cabeza baja y el rostro oculto entre las manos, Justino la llama- ba hija de presidiario , y la decia que el tio Re- bufat la iba a hacer bailar una famosa danza, si nose decidia a volver al Jas-Meiffren. Durante un cuarto de hora la tuvo asi,temblando, acon- gojada. Las gentes habian hecho corro, ri6ndo- se estupidamente de esta dolorosa escena. Al- gunos insurrectos intervinieron al fin , y ame- nazaron al joven con administrate una paliza, si no dejaba tranquila a Mietta. Pero Justino, 362 retrocediendo , declard que no les tenia miedo. En aquel momento aparecio SiLverio. El joven Rebufat, al verle, dio un salto brusco como para escapar: le temfa , porque no ignoraba que era mas vigoroso que 61. No pudo , sin em- bargo , resistir al vivo placer de insultar una vez mas a la joven en presencia de su amante, y exclain6: i Ah ! jya sabia yo que el carretero no an- daria muy lejos! &Por seguir a semejante lo- co nos has abandonado? \ Desdichada ! j Y eso que aiin no tiene diez y seis afios! ^Cuando es el bautizo? Retrocedi6 todavia algunos pasos, al ver que Silverio apretaba los punos. Y, sobre todo (continue con infernal son- risa), no vengas a soltarlo a casa, porque no tendrias necesidad de comadrona: mi padre te haria parir a pun tapirs, &lo oyes? Y escapo dando aullidos , con el rostro ba- nado en sangre. Siiverio , de UD salto, se habia lanzado sobre 61 , sacudiendole en medio de la cara un terrible punetazo. Pero no lo persiguid. Cuando volvi6 al lado de Mietta , la encontro erguida , secando febrilmente sus lagrimas con LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 363 ia palma de la mano. Al notar que la miraba dulcemente para consolarla , hizo un gesto brusco, y con energia dijo: No, no lloro; ya lo ves.... Prefiero esto. Ahora ya notengo remordimientos de haber- me escapado. Soy libi'e. Volvio a coger la bandera,y atrajo a Silverio en medio de los insurrectos. Eran proxima- inente las dos de la madrugada. El frio se iba haciendo tan violento, que los republicanos se habian levantado, acabando de comer en pie, y se calentaban marcando el paso gimnastico a lo largo de la plaza. Los jefes dieron al fin la orden de partir, y la columna volvio a formar. Los prisioneros fueron coiocados en medio; ademas de M. Garconnet y del comandante Sieardot, los insurrectos habian detenido y los llevaban con ellos a Peirotte, al Recaudador, y a otros muchos funcionarios. En este momento aparecitf Aristides por entre los grupos. Astuto y perspicaz, ante aquel formidable levantamiento habia pen- sado que era una imprudencia no seguir siendo amigo de los republicanos; pero coino, por otra parte , no queria comprometerse mu- 364 E. ZOLA. cho , habia ido a despedirse de ellos , con el brazo en cabestrillo, quejandose amarga- mente de la maldita herida que le impedia empunar un arma. Entre la muchedumbre balloa su hermano Pascual, provisto de una cartera de cirugia y de un pequeno botiquin. El me'dico le anuncid con voz tranquila que iba a seguir a los insurrectos. Aristides lo lla- m6 inocente en voz baja, y acab6 por desapa- recer sin ser notado, temiendo que se le con- fiase la custodia de la poblacidn, cuidado que consideraba harto peligroso. Los insurrectos no podian pensar en tener a Plassans en su poder. La ciudad estaba ani- mada de un espiritu muy reaccionario para que intentasen siquiera establecer alii un co- mit6 democratico, como habian hecho en otras partes, y se hubieran retirado desde Juego, si Macquart, ardiendo en odio, no hubiese ofre- cido que conservaria en Plassans el respeto a la Repiiblica , si dejaban d sus ordenes veinte hombres resueltos. Se le dejo la fuerza que pedia, y 61 se fue' triunfalmente a la cabeza de ella a ocupar el Ayuntamiento. Entretanlo, la columna bajaba por el paseo LA. FORTUSA DE LOS ROCGON. 365 de Sauvaire y salia por la Gran Puerta , aban- donando, silenciosas y desiertas , las calles que poco antes habia atravesado como una tem- pestad. A lo lejos se extendian los caminos blanqueados por la luna. Mietta habia rehusado el brazo de Silverio, y marchaba gallarda, firme y erguida , soste- niendo con las dos manos la bandera roja, sin quejarse del frio que la helaba los dedos. TIN DHL TOMO PRIMEBO. LA FORTUNA DE LOS ROUGON TOMO SEGUNDO TOMO II. Es Q q*c mam la ley. Madrid: 18S8. Imp. de A. Prez : Flor B^a, oAm. 22. LA FORMA DE LOS ROUGON V. A lo lejos se extendian los caminos blan- qneados por la luna. La banda insurrecta volvio a emprender su ma re ha heroica por la campina, Mayclara. Era como una poderosa corriente de entusias- mo. El aliento de epopeya qne arrastraba a Mietta y dSilverio, dos ninos grandes, avidos de amor y de libertad, contrastaba por su ge- nerosidad santa con las vergonzosas comedias de los Macquart y de los Rougon. La poderosa voz del -pueblo resonaba por inlervalos sobre la charlataneria del salon amarillo y las dia- tribas del tio Antonio. Pero la farsa vulgar, la meutira innoble, influla en el gran drama de la historia. E. ZOLA. Al salir de Plassans, los insurrectos toma- ron el camino de Orcheres. Debian llegar a esta ciudadaeso de las diez de la manana. El camino que llevaban remonta la margen del Viorne, si- guiendo los accidentes de las colinas porcuya falda corre el torrente. A la izquierda ensan- chase la llanura, inmenso tapiz verde, matiza- do por las manchas grises de los pueblecillos. Aladerecha, la cordillera de las Garrigues alza sus escuetos picos y mueslra sus campos pedregosos, sus bloques ferruginosos como en- rojecidos por el sol. Aquella carretera, paralela al rio, pasa por en medio de enormes rocas, por entre las cuales descubrense a cada paso pedazos del valle. Nada mas salvaje, masex- traordinariamente grandiose que este camino tallado en el flanco mismo de las colinas. Sobre todo por la noche, aquellos lugares ofrecen un aspecto tetrico. A la palida claridad, los insu- rrectos avanzaban como por la avenida de una poblacidn asolada , llena de ruinas de templos; la luna trocaba cada roca en el fuste de una columna truncada, en un capitel hecho pedazos, 6 un muro abierto por misteriosos porticos. En lo alto, la masa de las Garrigues dormia, blan- > LA FORTUNA DE LOS ROUGON. queada apenas de color lechoso, semejante a una inmensa ciudad ciclopea , cuyas torres, cuyos obeliscos, cuyas casas de alias terrazas ocultaban la mitad del cielo; y en el fondo, hacia el lado de la llanura, extendiase un oceano de claridades difusas , vago, sin limites, donde flotaban olas de reflejos luminosos. La banda insurrecta hubiera podido creer que marchaba por una calzada gigantesca , por un camino a orillas de un mar fosforescente , rodeando una desconocida Babel. Aquella noche, el Viorne, por debajo de las rocas del carnino , mugia con voz ronca. En. tre el continuo rodar del torrente , escuchabase el agudo toque de rebate. Las aldeas esparci- das por la llanura 7 al otro lado del rio , se alzaban , tocando alarma y encendiendo ho- gueras. Hasta el amanecer, la columna en marcba . que parecia seguida durante la nocbe por funerario doblar de campanas, vi6 asi correr la insurreccion a lo largo del valle como un reguero de pdlvora. Las hogueras salpica- ban la sombra de manchas sangrientas; leja- nos cantos llegaban debilitados por el viento : toda la yaga extension , anegada en los blancos E. ZOLA. vapores de la luz de la luna , moviase ruda- mente con bruscos estremecimientos de c6- lera. Duraute leguas, el espectaculo sigui6 siendo el mismo. Aquellos hombres , que marchaban con la ceguedad que la tiebre de los acontecimientos de Paris habia llevado a los corazones repu- blicanos, exaltabanse con el espectaeulo de tan larga franja de tierra sacudida por la re- volucidn. Embriagados por el entusiasmo del levantamiento general que sonaban, creian que la Francia les seguia, e" imaginabanse ver, por encima del Viorne , en el vasto mar de claridades difusas , filas interminables de horn- bres que corrian , como ellos, d la defensa de la Repiiblica. Y su espirilu rudo , con la can- didez y la ilusion de las muckeduinbres , creia en una victoria facil y segura. Habrian cogido y fusilado como Lraidor al que hubiera dicho, en tales momentos , que ellos eran los unicos que tenian el valor del deber , mientras que el reslo del pais , dominado por el miedo , se de- jaba cobardemente agarrotar. Dabales todavia mayores energias y mas ardimiento la acogida que les hacian las aide- LA FORTDNA DE LOS ROUGON. huelas de la falda de las Garrigues , a orillas del camino. A la aproxynacion del pequeno ejercito, los habitantes selevantabanenmasa; acudian las mujeres deseandoles una pronta victoria; los hombres, a medio vestir, unian- se a ellos, de spue's de haber cogido la primer arma al alcance de su mano. Aquello era, en cada pueblo, una nueva ovacion: por doquier resonaban gritos de bienvenida , adioses repe- tidos durante mucho tiempo. Hacia elamanecerdesaparecidlaluna detras de las Garrigues ; los insurgentes continuaron su rapida marcha envueltos en las negras som- brasdeuna noche de invierno; ya no distin- guian ni el valle , ni las margenes del rio ; solamente escuchaban los secos lamentos de las campanas , sonando en el fondo de las ti- nieblas, como tambores invisibles, ocultos no se sabia ddnde , y cuyo llamamiento desespe- rado los fustigaba sin descanso. Mietta y Silverio marchaban envueltos en la vertiginosa carrera de la banda . Al amanecer, lajoven estaba destrozada por la fatiga. Andaba precipitada y trabajosamente, no pudiendo se- guirlos largos pasos delos mocetones quela ro- 10 E. ZOLA. deaban. Pero ponia todo su orgullo en no que- jarse : nadie hubiera dicho que no tenia la re- sistencia de un hombre. Desde el principle, Sil- verio la habia dado el brazo ; despues , viendo que la bandera se escapaba poco a poco de sus heladas manos, habia querido cogerla, para descansarla ; pero ella se resistitf , y solo le per- mitid sostener la roja ensena con una mano, continuando ella llevandola sobre el hombro. La nina conservaba su heroica actitud, con una terquedad infantil, sonriendo al joven cada vez que el la miraba con inquieta ternura. Pero cuando la Juna se oculto , eedio en la obs- curidad. Silverio la sentia pesar mas en su bra- zo. Tuvo que coger la bandera , y sostener a Mietta por la cintura para impedir que cayera. Ella no se quejaba, sin embargo. a Vas inuy cansada , mi pobre Mietta? la preguntd su companero. Si, un poco cansada, contestd con voz jadeante. ^Quieres que descansernos? Ella no dijo nada; pero el comprendio que estaba rendida. Entonces contio la bandera a uno de los insurrectos, y se salio de las filas, LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 11 llevando casi en brazos a la nina, que se resis- tid un poco, avergozada de ser tan debil. Pero 1 la calmd, y la dijo que conocia un atajo que acortaba en la mitad el camino. Podian descan- sar una hora, y llegar a Orcheres al mismo tiempo que la banda. Eran proximamente las seis. Una ligera niebla subia del Viorne. Las soinbras parecian condensarse mis. Los jdvenes subieron a tien- tas a lo largo de la pendiente de las Garrigues, hasta una roca, en la cual se sentaron. Alre- dedor de ellos se abria un abismo de tinieblas. Encontrabanse como perdidos en la punta de un arrecife, encima del vacfo. Y en aquel vacio, cuando el sordo rumor del pequeno eje>cito se hubo apagado, no oyeron otra cosa que dos campanas; la una vibrante, sonando, sin du- da, a sus pies, en alguna aldea situada al borde del camino; la otra, lejana , ahogada, respondiendo a los febriles lamentos de la pri- mera con lejanos sollozos. Parecia que las dos campanas se contaban el fin siniestro del mundu. Mietta y Silverio, calentados por su rapida carrera, al pronto no sintieron el frio. Guar- 12 Ji. ZOLA. daron silencio , escuchando con indecible tris- teza el toque de rebato que estremecia las tinieblas. Ni siquiera se veian. Mietta tuvo miedo ; busco la mano de Silverio, y la guard6 entre las suyas. Despues del febril impulse que durante dos horas los habia sacado de si mismos, el pensamiento extraviado, la brus- ca parada , la soledad en que se encontrabau reunidos, los habia dejado destrozadosy som- brios, como si despertaran de pronto de un sue- no tumultuoso. Pareciales que una ola los habia lanzado a la orilla del camino , y que el mar se habia retirado en seguida. Una invencible reaction hundiales en su profundo estupor; olvidaban su entusiasmo ; ya no se acorda- ban de la banda a que debian reunirse ; es- taban, por complete, bajo el triste encanto de hallarse solos en medio de la densa sombra, cogidos de las manos. iEstas disgustado conmigo? (pregunto al fin la joven.) Yo hubiera andado bien contigo toda la noche; pero corrias tanto, que no podia respirar. I Por qu6 me habia de disgustar contigo? No s6 ; pero he teinido que no me ama- LA FORTtLNA DE LOS ROUGON. 13 ses. Hubiera querido andar de prisa como tu; marchar siempre sin pararme. Vasacreerque soy una nina. Silverio sonrio. Es precise quo no me trates como a una hermana : quiero ser tu mujer, prosiguio Mietta. Y ella misma atrajo a Silverio contra su pecho, y le apretd entre sus brazos , murmu- rando : Vamos a tener frio; calentemonos asi. Reino el silencio. Hasta aquel momento, los jovenes se habian amado con una ternura fra- ternal.... En su ignorancia, continuaban to- mando por tierna amistad la atraccidn que los llevaba sin cesar a estrecbarse entre sus brazos y a abrazarse con mas fuego y por mas tiempo que lo hacian los hermanos y las hermanas. Pero en el fondo de estos candidos amores, ru- gian con mas fuerza cada dia las tempestades de la ardiente sangre de Mietta y del tempera- mento de Silverio. Con la edad, conla experien- cia,una pasion volcanica conun fuego meridio- nal debia nacer de aquel idilio. Toda joven que se cuelga del cuello de un mozo, es ya mujer, 14 E. ZOLA. mujeradormecida,ala cualpuededespertar una caricia. Cuando los enamorados se besan en las mejillas , es que andan buscandose los labios. Un beso constituye amantes. En aquella obscu-' ra y fria noche de Dicieinbre, fue cuando, al compas de los agudos toques de rebato, Mietta y Silverio cambiaron una de esas caricias que llaman a la boca toda la sangre del corazdn. Permanecian mudos , estrecharnente apre- tados el uno contra el otro. Mietta babia dicho: Caiente'monos asi, y esperaban inocente- mente encontrar calor. Bien pronto fue pene- traudoles a travel de sus vestidos; sintieron poco a poco que su abrazo los abrasaba , y sintieron que sus corazones latian isdcro- nos. Invadidles una languidez , que los su- mergio en febril somnolencia. Ya tenian calor; por delante de sus ojos cerrados pasaban ful- gores extranos, y subian a sus cerebros ruidos confusos. Aquel estado de doloroso bienestar, que duro algunos minutos , parecioles que no acababa nunca. Y entonces fue' cuando, como en un sueno, se encontraron sus labios. Su beso fue largo, ansioso. Les parecid que jamas se habian besado. Sufrian , y se separaron. Des- LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 15 pues , cuando el frio de la noche refresco su fiebre , quedaron a alguna distancia el uno del otro, en profunda confusion. Las dos campanas hablabanse siempre , en el fondo del negro abismo que se abria alrededor de los jdvenes. Mietta, lemblorosa , asustada, no vio acercarse a Silverio. Ni siquiera sabia que estuviese alii, pues no le oia hacer ningiin movimiento. Los dos estaban anegados en la acre sensacidn de su beso; subianles efusiones a los labios; hubieran querido darse las gra- cias,pero sentian vergiienza de su profunda felicidad, y antes hubiesen preferido no gus- tarla por segunda vez, que hablar de ella en alta voz. Por mucho tiempo todavia , si la rapida caminaia no hubiera estimulado su san- gre, y si la obscura noche no hubiera sido su complice, habrian seguido besandose en las mejillas como buenos amigos. Surgia el pudor en Mietta. Despues del ardiente beso de Silve- rio en aquellas dichosas tinieblas en que se abria su corazdn, acorddse de las groserias de Justino. Algunas horas antes habia escuchado sin ruborizarse a su primo, que la llamaba mujer perdida; preguntabala que cuando seria 16 E. ZOLA. el bautizo ; la decia que su padre ia echaria a puntapi6s, como se atreviera a volver al Jas- Meiffren, y ella habia llorado sin comprender, habia llorado porque todo aquello debia ser innoble. Luego, convertida en mujer, pensaba, con sus postreras inocencias, que el beso que aiin sentia abrasarla, bastaba acaso para su- mirla en aquella verguenza de que la acusaba su primo. Apoderdse entonces de ella el dolor, y estallo en gemidos. -^,Que tienes? &Por que lloras? pregunto Silverio con voz inquieta. Nada, dejame (balbucetf Mietta) ; no lo se. Despu6s, como a pesar suyo, en medio de sus lagrimas : jAh, soy una desgraciada! A los diez anos me apedreaban. Hoy se me trata como a la ultima de las criaturas. Justino ha tenido razon al despreciarme delante de todo el mun- do. Acabamos de obrar mal, Silverio. El joven, consternado, volvida cogerla en- tre sus brazos, intentando consolarla. jYo te amo! (murmuraba.) Soy tu her- mano. ^Por que dices que hemos obrado mal? Nos hemos abrazado porque teniamos frio. LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 17 Ademas: ^acaso no nos hemos besado siempre todas las noches al separarnos? i Oh, pero 110 como ahora! (dijo ella en voz muy baja.) Esto no debemos hacerlo mas; no debe ser cosa buena , porque he sentido algo extrano. Ahora se van a reir los hombres cuan- do pase, y no me atrevere a defenderme , por- que estaran en su derecho. El joven callaba , no encontrando una pa - labra para tranquilizar el iurbado espiritu de aquella nina de trece anos, temblorosa y asus- tada por el primer beso de amor: estrechabala dulceinente, adivinando que la calmaria, si pudiera comunicarla el tibio calor de su abra- zo. Pero ella, resistiendose, continue: Si tu quisieras , nos iriamos ; abandona- riamos el pais. Yo no puedo volver a Plassans; mi tio me pegaria, y toda la gente me senala- ria con el dedo.... Despues, como acometida por una brusca irritacion : No, yo estoy maidita. Te prohibo dejar a tia Dida para seguirme. Debes abandonarme. jMietta, Mietta (implord Silverio); no digas eso ! TOMO ii. 2 18 E. ZOLA. Si; yo te desembarazare de mi. Soy razo- nable. Se me ha echado como a una vagabun- da. Si viviera contigo, tendrias que andar batie"ndote todos los dias. No quiero. El jovenla dio un nuevo beso en la boca, murmurando: Seras mi inujer, y nadie se atrevera ofenderte. jOh, yo te lo suplico! (dijo ella, lanzando un debil grito.) No me beses asi. Me haces dano. Luego , despues de una pausa : Bien sabes que no puedo ser tu mujer. Somos muy jtfvenes. Tendria que esperar, y me moriria de verguenza , y lii le verias obli- gado a dejarme. Entonces Silverio , agotadas sus fuerzas, rompio a llorar. Los sollozos de un hombre tienen una sequedad que hace daiio. Mietta, conmovida al sentir al pobre muchacho estre- mecerse en sus brazos, le bes6 en la cara, olvidando que sus labios abrasaban. Esta fue su falta. Era una simpleza no haber podido soportar la dulzura de una caricia: No sabia por que habia pensado en cosas tristes en el LA FORTUNA BE LOS RODGON. 19 mismo momento en que su amante la abra- zaba como hasta entonces no lo habia hecho. Y lo apretaba contra su pecho, para pedirle perddn por haberle enlristecido. Los dos , llo- rando, oprimie'ndose con sus brazos inquietos, cooperaban a* un nuevo motivo de desespera- cion en aquella triste nocbe de Diciembre. A lo lejos, las campanas continuaban lamentandose sindescanso, con voz presurosa. Vale mas morir (repetia Silverio, en medio de sus sollozos); vale mas morir.... No llores mas; perdoname (balbucea- ba Mietta). Yo sere fuerte, y hare lo que tii quieras. Cuando el joven hubo secado sus lagrimas: Tienes razon (dijo); no podemos volver a Plassans. Pero aiin no ha llegado la hora de acobardarse. Si salimos vencedores de la lu- cha , ire" a buscar a tia Dida , y la llevaremos lejos con nosotros. Si somos vencidos.... Se detuvo. &Si somos vencidos?.... re pi tid Mietta dulcemente. Entonces, hagase la voluntad de Dios (concluyo Silverio, en voz baja). No podre* 20 E. ZOLA. estar aqui, sin duda, y tri consolaras a la pobre vieja. Esto serd mejor quizas. Si, hace poco lo decias (murmuro la jo- ven); vale rods morir. Ante esta idea de la muerte, se abrazaron mas estrechamente. Mietta contaba morir con Silverio; este solo habia hablado de el; pero ella sentia que el la arrastraria consigo a la tierra. Alii se amarian mas libremente que en el mundo. Tia Dida moriria tambien 6 iria a reunirseles. Aquello fu6 como un rapido present! miento; el deseo de una extrana vo- luptuosidad, que el cielo, por medio del to- que de rebato , les prometia satisfacer bien pronto, j Morir! \ Morir! Las campanasrepetian esta palabra con un sollozo creciente, y los amantes se dejaban arrastrar atraidos por el llamamiento delas sombras; creian tomar un anticipo del ultimo sueno, conaquella somno- lencia en que los hundian el calor de sus iniernbros y el fuego de sus labios, que vol- vian a* encontrarse fatalmente. Mietta ya no se defendia. Ella era quien pegaba su boca a la de Silverio, quien buscaba con un mudo ardor este placer, cuyo acre sabor LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 21 DO habia podido soportar al principle. El pen- samieuto de una muerte proxima la ponia fe- bril ; ya no se ruborizaba; se apretaba a su amante, y parecia querer agotar, antes de mo- rir, estas nuevas voluptuosidades , en las cua- les acababa de humedecer apenas los labios, y se irritaba por no poder penetrar de una vez en aquel mundo desconocido. Mas alia del beso, adivinaba otra cosa que la espantaba y le atraia; era el vertigo de sus sentidos de siibito desper- tados. Y se abandonaba ; hubiera suplicado a Silverio que desgarrase el velo con la impudica candidez de las virgenes, fil, enloquecido por las caricias que ella le prodigaba , lleno de una dicha completa , sin fuerzas, sin otros deseos, no parecia ni aun creer en voluptuosidades mayo res. Guando Mietta no tuvo mas alien to. y sintid debilitarse el acre placer del primer abrazo : No quiero morir sin que me ames (rnur- murd) ; quiero que me ames mas todavia.... Faltabanle las palabras , no porque tuviera conciencia de la vergiienza , sino porque no sabia lo que queria. Sentiase sencillamente sa- 22 K. ZOLA. cudida por una sorda rebelidn interior y por una uecesidad inexplicable para ella. Hubiera, en su inaccitfn, pateado contra el suelo, como el niflo a quien se rehusa un juguete. |Te amo, te amo ! repetia Silverio, des- falleciendo. Mietta movia la cabeza, y parecia decir que aquello no era verdad; que el joven le ocultaba alguna cosa. Su naturaleza poderosa y libre tenia el secreto instinto de las fecundidades de la vida. Por eso rehusaba la muerte, si habia de morir ignorante. Yesta rebelidn de su san- gre y de sus nervios se revelaba candida- mente por la crispacidn de sus manos, por sus frases balbucientes y sus ruegos. Despue's, calindndose, reclind la cabeza en el hombro del joven, y guardd silencio. Silve- rio besabala y abrazabala con transporte ; y ella saboreaba estos besos, buscandoles el sen- tido, el sabor oculto. Interrogabalos 7 los sentia correr por sus venas, y les preguntaba si eran todo el amor, toda la pasion. Domindla una gran languidez, y se durmib dulcemente, sin dejar de gustar, en su sueno, las caricias de LA FOftTUNA DE LOS ROUGON. 23 Silverio. fiste la habia envuelto en el gran ca- pote rojo, echando al mismo tiempo una punta de ste sobre si. Ya no sentian el frio. Cuando Silverio, por la respiracion regular de Mietta, comprendio que dormia, se alegro de aquel reposo, que le iba a permitir continuar su ca- mino, yse decidio a dejarla dormir unahora. El cielo seguia obscuro ; hacia levante , una linea blanquecina indicaba la proximidad del dia. Detras de los amantes debia haber un pinar, a juzgar por el rumor que producia la brisa ma- tinal. Ylos lamentos de las campanas se hacian cada vez mas vibrantes, arrullando el sueno de Mietta, del mismo modo que habian acompana- do su fiebre de amor. Hasta la noche aquella habian vivido los joveues en uno de esos candidos idilios que se desarrollan en la clase obrera, entrelosdeshe- redados , esos pobres de espiritu , que todavia reproducer! muchas veces los amores primiti- vos de los antiguos cuentos griegos. Mietta tenia apenas nueve anos cuando su padre fue condenado a presidio por haber ma- tado a un gendarme de un tiro. El proceso de Chantegreil era celebre en el pais. El cazador 24 E. ZOLA. furtivo confesd claramente su criinen ; pero jtiro que el gendarme iba a matarlo. No he hecho inas que impediilo (dijo); me defend!: file" un duelo, y no un asesinato.)) Y no hubo quien lo sacara de aqui. El Presidente del tri- bunal no le pudo hacer compreiider que si un gendarme tien^ el derecho de disparar contra un cazador furtivo, el cazador furtivo no tiene el derecho de disparar contra un gendarme. Ghantegreil escapo a la guillotina , gracias a su actitud convencida y a sus buenos antece- dentes. Llord como un nino cuando le llevaron a su hija antes de partir para Toldn. La peque- na, que habia perdido a su mad re siendo muy pequenita, quedtf con su abuelo en Chavanoz, unaaldea situada en las gargantas de la Seille. Cuando perdieron al cazador, vivieron de li- mosna. Los habitantes de Ghavanoz, todos ca- zadores, ayudaron a los infelices que el presi- diario dejaba en la indigencia. El viejo murid de pena. Mietla , al quedarse sola , habria men- digado por las calles, si los vecinos no hubieran recordado que tenia una tia en Plassans. Un alma caritativa la condujo a casa de esta tia, que la acogio bien inal, por cierto. LA FORTUXA DE LOS ROUGOK. 25 Eulalia Chantegreil, casada con Rebufat, era una mujer voluntariosa, que goberuaba su casa y que hacia lo que queria de su rnarido, segun se decia en el barrio. La verdad era que Rebufat, avaro y duro para el trabajo, respe- taba a esta mujer de un vigor poco comuu y de una sobriedad y de una economia rari- simas. Gracias a ella , prosperaba la casa. El ma- rido gruno el dia en que al volver del trabajo encontro a Mietta en su casa. Pero su mujer le cerro la boca , dicie'ndole con voz ruda : jBah! La pequena es fuerte; nos servira de criada, y nosotros la ali men tare mos y nos ahorraremos el trabajo. Este calculo agrado a Rebufat. Hasta llego a examinar a la nina , declarandola , con satis- faccidn , muy fuerte para su edad. La utilize desde el dia siguiente. El trabajo de los campe- sinos en elMediodia es mas dulce que en el Nor- te. Raras veces trabajan las mujeres la tierra, .y menos aiin transportan fardos 6 hacen faenas de hombre. Atan los haces, cogen la oliva y las hojas de morera ; su ocupacion ma's penosa es arrancar las rnalas hierbas. Mietta trabajo ale- J6 E. ZOtA. gremente. La vida del campo era su alegria y su salud. Mientras que vivio su tia , no tuvo mas que risas. La buena mujer, a pesar de su rudeza, la amaba como si fuera su hija; evita- ba que hiciera los duros trabajos de que su raa- rido intentaba ocuparla, y gritaba a este ul- timo: jOh! jeres un estiipido! ^No compjendes que si la fatigas hoy mucho, no podra bacer na- da manana ? Este argumento era decisive. Rebufat ba- jaba la cabeza , y llevaba el mismo el fardo que queria cargar a la joven. fista hubiera vivido perfectamente dicbosa bajo la proteccidn secreta de su tia Eulalia, sin las brutalidades de su primo, entonces de edad de diez y seis anos, que ocupaba sus ocios en detestarla y en perseguirla sordamen- te. Las mejores boras de Justino eran aquellas en que la hacia llorar con sus mentiras. Cuan- do podia pisarla 6 tropezarla de un modo bru- tal , Gngiendo no baberla visto, reiase, y expe-' rimentaba ese maligno placer de las gentes que gozan con el mal de ios demas. Mietta mi- rabaie entonces con sus grandes ojos negros, LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 27 con una mirada brillante de c61era y de fiere- za muda, que contenia al galopin. En el fondo, tenia dste miedo de su prima. La joven iba a cumplir once anos cuando su tia Eulalia murid de repente. Desde este dia, todo cambio en la casa. Rebufat, poco a poco, llego a tratar a Mietta como a una verdadera criada. La fatigo con trabajos groseros , y se sirvi6 de ella como de una bestia de carga. Creyendo pagar una deuda de reconocimiento, Mietta no se quejaba. For la noche, rendida de fatiga , lloraba a su tia, a aquella terrible mu- jer, a la cual reconocia despu6s de muerta toda su oculta bondad. For lo demds, ni aim el tra- bajo mas duro la disgustaba; amaba la fuerza, y tenia orgullo por sus robustos brazos y por sus stflidas espaldas. Lo que la disgustaba era la vigilancia desconfiada de su tio , sus conti- nuas recriminaciones, su actitud de amo irrita- do. Ella era una extrana en la casa: acaso si en realidad lo fuese, hubiera sido menos maltra- tada. Rebufat abusaba sin escnipulos de la po- bre nina , que conservaba consigo por una can- dad bien entendida. Ella le pagaba diez veces con su trabajo la dura hospitalidad, y no pasaba dia 28 E. ZOLA. sin que se la echase en cara el pan que comia. Justino, sobre todo, se excedia en maltratarla. Desde que murid su madre, viendo a la nina sin defensa, ponfa todo su maldito ingenio en hacerla insoportable la casa. La tortura mas in- geniosa que invento fu6 el hablar a Mietta de su padre. La pobre nina, que habia vivido fuera del in undo bajo la proteccitfn de su tia , que ha- bia prohibido que se pronunciasen delante de ella las palabras presidio y presidiario, apenas compreudia la significacion de estas palabras. Justino fu6 quien la hizo saber, contandolo a su manera , el asesinato del gendarme y la con- dena de Ghantegreil. No callaba ni aun los de- talles mas odiosos : los forzados llevaban una cadena al pie, trabajaban quince horas por dia, morian todos en la prision ; el presidio era un lugar siniesiro, del cual describia minuciosa- mente todos los horrores. Mietta le escuchaba atontacla , con los ojos llenos de lagrimas. Al- gunas veces la sublevaban bruscas nerviosi- dades , y Justino se apresuraba a dar un salto hacia atras, ante sus punos crispados. Cuando su padre, por la menor negligencia , se irritaba contra la joven , poniase de su parte, feliz por LA. FORTUNA DE LOS ROUGON. 2f poder insultarla sin peligro. Y si ella intenta- ba defenderse : i Btfh! (decia.) La sangre no puede des- mentirse : tu acabaras en presidio como tu padre. Mietta sollozaba , herida en el corazon, niuerta de vergiienza, sin fuerzas. For aquella 6poca , Mietta se acababa de for- mar. Era una mujer precoz, y resistid el mar- tirio con extraordinaria energia. Rara vez decaia su espiritu , a np ser en aquellas horas en que susfierezas nativas se debilitaban antelos ultra- jesde su primo.Bien pronto soporto conlosojos secos las incesantes injurias de este ser co- barde, que la observaba al hablar, temiendo que ella le castigase. Mietta sabia hacerle ca- ll ar, mirandole fij amen te. En muchas ocasio- nes sintio ganas de escapar de Jas-Meiffren. Pero no lo hizo, por valor, por no confesarse vencida ante las persecuciones de que era ob- jeto. En s'uma: ganaba su pan, y no robaba la hospitalidad de los Rebufat : esta certeza bas- taba a su orgullo. Quedtfse, pues , para lu- char, viviendo con el continue pensamiento de resistir. Su linea de conducta fue hacer el 30 E. ZOLA. trabajo en silencio, y vengarse de las malas palabras con un mudo desprecio. Sabia que su tio se aprovechaba deinasiado de ella'para BS- cuchar las insinuaciones de Justino, que pen- saba en que la echase a la calle. For eso procu- raba no dejarse llevar de sus arrebatos. Sus largas horas de voluntario silencio es- taban llenas de ensuenos extranos. Pasando los dias encerrada, separada del mundo, cre- cia rebelandose, y forj6 opiniones que habrian asustado a las buenas gentes del barrio. La suerte de su padre la preocupaba sobre todo. Tenia presentes todas las malas palabras de Justino , y acabd por aceptar la acusacion de asesinato, y por aceptar que su padre habia hecho bien en asesinar al gendarme que queria matarle. Gonocia la verdadera historia por un jornalero que habia trabajado en el Jas-Meif- fren. A partir de aquel momento, ni siquiera volvio la cabeza , las pocas veces que salia, cuando los pilluelos del barrio la seguian gri- tando : jEh! jLa Ghantegreil! Tan solo apresuraba el paso, con los labios apretados y los ojos ardientes de colera. Cuan- LA FORTUNA DE LOS ROUGON. do cerraba la verja, al volver, lanzaba una in- sistente mirada sobre labanda de galo pines. Se habria hecho mala , y hubiera caido en el cruel salvajismo de los parias, si no hubiese recorda- do algunas veces su infancia. Tenia once anos, y era accesible a debilidades de nina. Poreso a veces lloraba, y se avergonzaba de si y de su pa- dre. Entonces corria a ocultarse en el fondo de un establo para llorar a sus anchas , compren- diendo que, si veian sus lagrimas, la martiri- zarian mas. Y cuando habia llorado bastante, iba a la cocina a lavar sus ojos , y recobraba su muda rigidez. No era solo su interes el que la hacia ocultarse ; sentia orgullo por sus ener- gias precoces, hasta no querer aparecer nina. A la larga debia agriarse su caracter ; pero dichosamente fue salvada , volviendo a encon- trar las ternuras de su naturaleza carinosa. El pozo del patio de la casa que habitaban tia Dida y Silverio era medianero. El muro de Jas-Meiffren lo dividia. Antiguamente , antes que el recinto de los Fouque fuese reunido a la propiedad vecina , los hortelanos servian- se ordinariamente de este pozo. Pero despues de la compra del terreno, como estaba lejos 32 E. zor.A. de las tierras labradas, los habitantes del Jas, que tenian a su disposicion grandes deposi- tos, no sacaban ni un cubo de agua al mes. Al otro lado, por el contrario, todas las ma- nanas se oia el ruido de la polea ; era que Silverio sacaba el agua necesaria para la casa. Un dia rompiose la polea. El joven hizo por si inismo una hermosa y fuerte gamicha de encina, que colocd por la noche despues de su trabajo. Le fue precise subirse sobre el muro, y cuando hubo acabado su tarea, quedose a" horcajadas sobre la tapia , descansando y mi- rando curiosamente la amplia extension del Jas-Meiffren. Una campesina que arrancaba cerca de 61 las malas hierbas acabo por lla- inar su atencidn. Era el mes de Julio y el aire abrasador, a pesar de estar ya ocultandose el sol. La campesina se habia quitado el corpino. En cors6, con el panuelo de color echado sobre los hombros, las mangas de la camisa subidas hasta el codo, inclinabase, envuelta en los plie- gues de la saya de algodon azul, que sostenian dos tirantes cruzados en la espalda. Andaba de rodillas, arrancando activamente la broza, que iba echando en una espuerta,de suerte que LA FORTUNA DK LOS ROUGON. 33 el joven no veia de ella sino los desnudos bra- zos, tostados por el sol, alargandose a derecha e izquierda para coger alguna hierbecilla olvida- da. Seguia con complacencia este juego rapido de los brazos de la campesina, experimentan- do un singular placer en verlos tan firmes y tan prontos. Habiase vuelto ella ligeramente, no oyendolo trabajar, y habia bajado de nuevo la cabeza, antes de que el pudiese distin- guirsu fisonomia. Este mov'; -iento lodetuvo. Como muchacho curioso , preguntabase quie'n serfa aquella mujer, silbando maquinalmente y golpeando con un martillo que tenia en la mano, cuando 6ste escaposele. La herramienta cay6 dentro del Jas-Meiffren , sobre el brocal del pozo , y fue a rebotar a algunos pasos del muro. Silverio lo miro, inclinandose, dudan- do si bajaria. Mas sin duda la campesina exa- minaba al joven de reojo, porque se levan- 16 sin deciruna palabra, y cogiendo el marti- llo, se lo alargo a Silverio. Entonces vio este que la trabajadora era una nina. Quedd sor- prendido y un poco intimidado. Banada por la roja luz del crepusculo, alzabase hacia 61 la joven. El muro en aquel sitio era bajo, pero TOMO 1U 3 34 E. ZOLA. aiin de bastantealtura. Silverio inclin6se ,y la campesina se alzo sobre las puntasdelos pies. No decian nada, y mirabanse con un aire con- fuso y sonriente. Ei joven hubiera , por otra parte, querido prolongar la actitud de la nina. Alzaba hacia el su cabeza adorable, unos gran- des ojos negros y una roja boca , que le asoin- braban y le conmovian singularmente. Jamas habia visto Ian de cerca a una joven ; ignoraba que pudiera exislir tanto placer en contemplar una boca y unos ojos. Pareciale que todo tenia un encanto desconocido : el panuelo de color, el corse" bianco, la saya de algodon azul, sos- tenida ppr los tirantes estirados por el movi- miento de los hombros. La mirada se deslizd a lo largo del brazo con el cual le presentaba el martillo: hasta el codo, el brazo era de un mo- reno palido,como envuelto enun aire caldeado; mas alia, en la sombrade la manga de la camisa remangada , Silverio vi<5 una desnuda redon- dez blanca como la leche. Turbose , inclinose mas, y pudo por tin coger el martillo. La nina coinenzaba a sentirse contrariada. Per- manecieron en la misma actitud , sonrie'ndose todavia, la nina abajo, con el rostro siempre LA FORTPNA DK LOS ROUGON. 3S levantado ; el joven , medio tendido sobre el horde del muro. No sabian como separarse. No habian cambiado una palabra. Silverio hasta olvidaba dar las gracias. ,C6mo te llamas? preguntd al fin. Maria (respondiola campesina); pero todo el mundo me llama Mietta. Irguidse ligeramente, y con su voz clara pregunto d su vez: -iYtii? Yo me llamo Silverio , contesttf el joven. Reino el silencio , y durante el parecia que escuchaban complacidos la musica de sus nombres. Yo tengo quince anos (dijo Silverio): tytdf Yo cumplire' trece por Todos los Santos. El joven hizo un gesto de sorpresa. jVaya! jYyoque te habia tornado por una mujer!.... Tienes unos brazos muy gordos. Mietta rio, inirandose los brazos. Despue's nodijeron nada, y siguieron mirandose y rien- do. Como Silverio no la preguntase nada, Miet- ta alejdse, y volvi6 a su tarea de arrancar las 36 E. ZOLA. malas hierbas, sin levantar la cabeza. El per- manecid un instante sobre el muro. Ocult^ba- se el sol; una masa.de rayos oblicuos enrojecia las tierras delJas-Meiffren, que brillaban has- ta el punto de asemejar un incendio corrien- do al ras del suelo. Y en esta ardiente atmds- fera, Silverio miraba a la pequena carapesina en cuclillas, cuyos brazos habian vuelto a em- pezar su rapido juego: la saya de algoddn azul blanqueaba , y a lo largo de los morenos brazos distinguianse fagitivos reflejos. Peroacabtf por avergonzarse de permanecer alii , y bajd del muro. Por la noche, Silverio , preocupado con su aventura, intentd preguntar a tia Dida. Acaso sabria ella quien era aquella Mietta , que tenia unos ojos tan negrosy una boca tan roja. Pero desde que habitaba aquella casa , la anciana no habia echado una sola mirada al otro lado del muro del corral, que era para ella como una valla infranqueable que encerraba su pa- sado. Ignoraba, queria ignorar lo que exis- tia al otro lado del muro, en aquel antiguo re- cinto de los Fouque, donde habia enterrado su amor, su corazdn y su cuerpo. A las primeras LA FORTCNA DE LOS ROUGOX. 37 preguntas de Silverio, lo miro con un espanto infantil. ^Iba a remover las cenizas de aquellos fuegos extinguidos y a hacerla llorar como su hijo Antonio? No se (dijo con tono seco); no salgo, y no veoa nadie. Silverio espero el dia siguiente con alguna impaciencia. Apenas llego a su taller, hizo pre- guntas a sus coinpaneros, sin contar su entre- vista con Mietta, y hablo vagamente de una muchacha que habia visto de lejos en el Jas- Meiffren. i Ah ! j Es la Ghantegreil ! exclamo uno de los obreros. Y sin que Silverio tuviese necesidad de in- terrogates , sus companeros le contaron la historia del cazador furtivo Ghantegreil y de su hija Mietta , con ese odio ciego de las mul- titudes contra los parias. Hablaron, sobre todo, de esta ultima de un modo grosero; y siempre les venia a los labios el insulto de hija de presidiario, como una razon sin replica, que condenaba a lainocente a eterna vergiienza. El carretero Vian, un buen hombre, les impuso silencio. 38 E. ZOLA. jEh ! jCallaos, malas lenguas! (dijo, sol- tando las varas de un carricoche que eslaba exa- minando.) ^No os da vergiienza de encarniza- ros con una nina? Yo ia conozco, y tiene un aire muy honrado. S6 , ademas , que es muy trabajadora , y que hace las faenas de una mujer de treinta anos. Hay aqui maldicientes que no valen lo que ella. La deseo un buen marido, que haga callar a los murmuradores. Silverio, a quien las bromas y las injurias groseras de los obreros habian dejado frio, sin- tio agolparsele a los ojos las lagrimas al oir las palabras de Vian. For lo demas , no desplego sus labios. Volvid a coger el inartillo, que ha- bia dejado a un lado, y se puso a martillar con todas sus fuerzas en una rueda que estaba com- poniendo. For la noche , asi que volvio del taller, co- rri6 a escalar el muro. Encontro a Mietta ocu- pada en su trabajo de la vispera. La llamd. Acercose ella con embarazosa sonrisa y su adorable cortedad de nina crecida entre penas. ^Tu eres la Ghantegreil? la preguntd bruscamente. Mietta retrocedio ; ces6 de sonreir, y sus LA FORTDNA. DE LOS ROUGON. 39 ojos tomaron un aire duro y de descontianza. i Aquel muchacho iba a insuliarla como los de- mas! Volvid la espalda sin responderle, cuan- do Silverio, consternado por el siibito cambio de su rostro, se apresurd a anadir : No te vayas , te lo suplico.... No quiero entristecerte.... \ Tengo tantas cosas que de- cirte ! Ella volvid, desconfiando aiin. Silverio, cuyo corazdn rebosaba , y que se habia prome- tido desahogarlo , permanecid mudo, no sa- biendo por ddnde comenzar, teiniendo cometer alguna nueva torpeza. Al fin, puso todo su co- razon en una frase : iQuieres que sea tu amigo? la dijo, con voz conmovida. Y como Mietta , llena de sorpresa , alzase hacia 61 sus ojos , que se habian humedecido y sonreian, continuo vivamente : Se que te hacen sufrir, y es preciso que eso acabe. Yo te defendere ahora. ^Quieres? El rostro de la joven se ilumind. Aquella amistad que se la ofrecia apartaba de ella to- dos sus malos pensarnientos , apagaba todos sus odios. Bajo la cabeza, y respondid : 40 K. ZOLA. No; yo no quiero que rinaspor mi; no acabarias nunca. Ademas, hay gentes contra las cuales no puedes defenderme. Siiverio quiso exclamar que el la defende- ria contra todo el mundo; pero ella Iecerr6 la boca con un gracioso gesto, anadiendo : Me basta con que seas mi amigo. Hablaron durante algunos minutos , ba- jando la voz todo lo que pudieron. Mietta ha- b!6 a Siiverio de su tio y de su primo. For nada del mundo hubiera querido ella que lo viesen subido en el muro. Justiuo seria implacable como encontrase uu arma contra ella. Con- taba sus ternores con el espanto de una cole- giala que encuentra a una amiga con quien su mad re la ha prohibido hablar. Siiverio com- prendid tan sdlo que no podria ver a Mietta siempre que quisiera. Esto le entristecio mu- cho. Prometid, sin embargo, no volver a es- calar el muro. Andaban buscando un medio para volver a verse, cuando Mietta vida Jus- tino que atravesaba el huerto, dirigie'ndose hacia el pozo. Siiverio se apresuro a bajar. Guando estuvo abajo , permanecio al pie del muro, escuchando, e irritado de su coharde LA FORTCNA DE LOS RODGON. 41 huida. Al cabo de algunos minutes, seatrevid a subir otra vez y a echar una ojeada por el Jas- Meiffren ; pero vid a Justino hablando con Miet- ta , y retire apresuradamente la cabeza. Al dia siguiente no pudo ver a su amiga, ni aim de lejos: debia haber concluido su tarea en aque- lla parte delJas. Asipasaron ocho dias,sin que los dos ninos tuvieran ocasidn de cambiar ni una sola palabra. Silverio estaba desesperado; pensaba en ir sencillamente a preguntar por Mietta a casa de los Rebufat. El pozo medianero era un gran pozo, muy profundo. A cada lado del muro extendiase el brocal en amplio semicirculo. El agua se encontraba a tres d cuatro metres a lo mas. Esla agua durrniente reflejaba las dos abertu- ras del pozo, dos medias lunas que la sombra del muro separaba con una linea negra. Mi- rando bien , se hubiera creido percibir en la vaga claridad dos espejos de una limpieza y de un briilo singulares. En las mananas de sol,cuandoel gotear de las cuerdas no tur- baba la superficiedel agua , estos espejos, estos reflejos del cielo, se recortaban blancos sobre el agua verdosa, reproduciendo con extrana E. ZOLA. precision las hojas de una yedra que se desli- zaba a lo largo de la tapia por encima del pozo. Una inanana muy temprano, Silverio, que venia a sacar agua para tia Dida, inclinose .maquinalmeute en el rnomento en que cogia la cuerda. Estremeciose, y quedo encorvado, inmdvil. En el fondo del pozo habia creido ver una cabeza juvenil que le miraba sonriendo; pero habia movido la cuerda, y el agua,agitada, convirtiose en un espejo movible, sobre el cual nada reflejaba claramente. Espertf qae el agua se serenase , no atreviendose ni a respirar, con el corazdn palpitando fuertemente. Y, a medi- da que las ondas del agua se ensanchaban y se desvanecian, vi6 que la aparicidn se forma- ba de nuevo, oscilante todavia con un balanceo que daba a sus rasgos una gracia vaga y fantas- tica, y se fijo al fin. Era el rostro sonriente de Mietta, con su panuelo de color, su corse bianco, sus tirantes azules. Silverio se vio tambie'n en el otro espejo. Entonces , sabiendo los dos que se veian , se hicierou senas mo- viendo las cabezas. En el primer momento, ni siquiera pensaron en hablar. Despues se sa- ludaron. LA FORTUNA DE LOS ROUOON. 43 Buenos dias, Silverio. Buenos dias, Mietta. El extrano sonido de sus voces les asom- bro : habian tornado en aquel hiimedo hueco una sorda y singular dulzura. Les parecia que sus voces venian de muy lejos, con el ritmo ligero de las que se escuchan de noche en el campo. Comprendieron que les bastaria ha- blar bajo para entenderse. El pozo resonaba con el mas leve soplo. Con los codos apoyados en los brocales , inclinados y conlempiandose, hablaron. Mietta dijo cuanta pena experimen- taba desde hacia ocho dias. Trabajaba en el otro extremo del Jas , y no podia hacer una es- capada sino por las mananas temprano. Di- ciendo esto, hacia una mueca de despecho, que Silverio distinguia perfectamente, y a la cual contesto con un movimiento de cabeza que mostraba su irritacidn. Hacianse sus confiden- cias, como si estuviesen frente d frente, con los gestos y las expresiones de rostro que exi- gian las palabras. Iinportabales poco el muro que los separaba , pues que se veian alia abajo, en aquella discreta profundidad. Yo sabia (continue Mietta , con un gesto 44 B. ZOLA. picaresco) que tii sacas agua todos los dias a la misma hora, porque oigo desde la casa chi- rriar la polea ; y he inventado un pretexto, asegurando que el agua de este pozo hace cocer mejor las legumbres. Pensaba que ven- dria a sacar agua todas las mananas al mismo tiempo que tii, y que podria darte los buenos dias, sin que nadie se enterase. Se rio con la risa de la inocencia que cele- bra sus travesuras, y termino diciendo : Pero no imaginaba que nos veriamos en el agua. Aquel descubrimiento inesperado les lie- naba de jiibilo. Apenas hablaban, mas que para ver como se movian sus labios ; tanto les di- verlia este juego, siendo, como eran todavia, unos ninos. Prometieronse en todos los tonos no faltar nunca a la cita matinal. Guando Mietta declare que tenia que irse, dijo a Sil- verio que podia sacar su cubo de agua. Pero Silverio no se atrevia a mover la cuerda: Mietta seguia inclinada, y veia siempre su rostro sonriente, y le costaba mucho trabajo borrar la dulce sonrisa. A un ligero rnoviniiento que hizo el cubo , estremecidse el agua , y la LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 45 sonnsa de Mietta palideci6. Detiivose sobre- cogido por un extrano temor : imagina'base que acababa de contrariarla y que lloraba. Pero la nina le gritd : Vamos, vamos, con una risa que el eco hacia mas prolongada y mas sonora, al mismo tiempo que dejo caer un cubo con estrepito. Aquello parecia una tempestad: todo desaparecio bajo las negras aguas. Silve- rio se decidio entonces a llenar sus dos vasi- jas , escuchando los pasos de Mietta , que se alejaba al otro lado del muro. A partir de este dia , los jovenes no faltaron ni una vez a la cita. El agua serena , aquellos blancos espejos donde contemplaban sus ima- genes, daban a sus entrevistas un encanto infinite, que llenaba por mucho tiempo sus infantiles imaginaciones. No tenian ningiin deseo de verse cara a cara , porque les parecia mas divertido aquello de toinar un pozo por espejo y confiar a sus ecos el saludo matinal. Bien pronto trataron al pozo como & un amigo antiguo. Gustabales inclinarse sobre aquella masa inmovil, parecida a la plata en fusitfn. Abajo, en una semiclaridad misteriosa , corrian fulgores verdosos que parecian cambiar el hii- 46 B. ZOLA. medo hueco en asilo escondido en el corazon de un monte. Veianse asi en una especie de verde nido, tapizado de musgo, enmediodela frescura del agua y de las hojas. Y todo lo ignorado de este profundo manantial, de este agujero sobre el cual se inclinaban, atraidos, con ligeros estremecimientos , anadia a su ale- gria de sonreirse, un temor delicioso no confe- sado. Acometiales la loca idea de bajar a sen- tarse en unas piedras que formaban como una repisa circular a algunos centimetres del agua; mojarian sus pies y hablarian durante largas horas, sin que jamas viniese nadie a buscar- les en este escondite. Despue"s, cuando se pre- guntaban que es lo que podria haber alld aba- jo, volvian a acometerles sus vagos terrores, y pensaban que ya era bastante el dejar bajar sus ima'genes al fondo, entre aquellos verdo- sos fulgores y aquellos ruidos singulares que subian de los obscuros rincones. Estos ruidos, sobre todo, venidos de lo invisible , les inquie- taban; con frecuencia les parecia que a las suyas respondian otras voces, y entonces ca- llaban y escuchaban mil debiles lamentos que no se explicaban ; trabajo sordo de la hume- LA FORTUXA DE LOS ROUQON. 47 dad , suspires del aire, gotas de agua cayendo sobre las piedras, y cuya caida tenia la grave sonoridad de un sollozo. Para tranquilizarse, hacianse signos de cabeza afectuosos. El atrac- tivo que les retenia apoyados en el brocal , te- nia tambie'n, como todo vivo encanto, sus puntas de secreto horror. Pero el pozo seguia siendo su antiguo amigo. \ Era un pretexto tan excelente para sus citas ! Jamas Justino , que espiaba todos los pasos de Mietta , sospecho de aquel afan por ir a sacar agua todas las mananas. Algunas veces mirabala de lejos inclinarse y entretenerse. jAh! jLa holgaza- na ! (murmuraba): jdecir que esto la divierte! jConio habia de sospechar que al otro lado del muro habia un galan que miraba en el agua la sonrisa de la joven, dicie'ndola : Si ese borri- co de Justino te maltrata , dile que se vera con mi go ? Este juego dur6 mas deun mes. Era el mes de Julio; en aquellas mananas calurosas, daba gusto acudir alii, aquel hiimedo rincon. Pla- cia recibir en el roslro el frio aliento del pozo, y amarse junto a un manantial la hora en que la atmtfsfera ardia. Mietta llegaba toda so- 48 E. ZOLA. focada; eii su carrera , despeinabanse los rici- llos de su frente y de sus sienes ; dabase ape- nas el tiempo para dejar en el suelo su vasija, e" inclinabase , roja , en desorden , estallando en risas. Y Silverio , que llegaba casi sietnpre el priinero , experimentaba, al verla aparecer en el agua con tan loco apresuramiento, la viva sensacidn que habria experimentado si ella se hubiese echado bruscamente en sus brazos en la encrucijada de un sendero. Alrededor de ellos parecia que cantaban las alegrias brillantes de la manana, y una ola de luz , sonora como rumor de insectos, estrellabase contra el viejo muro , los pilares y el brocal. Pero ellos no veian ni el brillo del sol , ni escuchaban los mil ruidos que subian del suelo; encontra- banse en el fondo de su verde gruta, bajo la tierra , en aquel agujero inisterioso e imponen- te, olvidandose de gozar de la frescura y de la sombra , con una alegria llena de estreraeci- mientos. Ciertas mananas , Mietta , cuyo tempera mento no se acomodaba a una larga contem- placidn , mostrabase traviesa ; movia la cuer- da , y hacia caer gotas de agua que llenaban LA FORTDNA DE LOS ROUGON. 49 de ondas los claros espejos y deformaban las imageries. Silverio la suplicaba que se estu- viese quieta. fil, de un ardor mas concentra- do, no conocia placer mas vivo que mirar el rostro de su amiga , reflejado con toda la pu- reza de sus rasgos. Pero ell a no le escuchaba; bromeaba y ahuecaba la voz , a la que el eco daba una dulzura ronca. No, no (decia riendoj; hoy no te quiero, y te ha go gestos ; mira que fea estoy. Y se divertia , viendo las formas extrava- gantes que tomaban sus caras , aumentadas, bailando en el agua. Una manana se enfado mucho. No encontro a Silverio, y le esperd cerca de un cuarto de hora, haciendo sonar en vano la polea. Iba a alejarse, exasperada, cuando llego el. En cuanto le vio, desencadeno una verdadera tempestad en el pozo ; agitaba el cubo con mano irritada , y la negruzca agua se arremo- linaba, estrellandose contra las piedras. Silve- rio le explicd que tia Dida le habia entrete- nido ; pero a todas las excusas respondia ella : Me has disgustado, y no te quiero ver. El pobre muchacho interrogaba con deses- TOMO II. 4 50 E. ZOLA. peracion aquel sombrio agujero lleno de ruidos, donde le esperaba otros dias una vision tan hermosa en el silencio de las aguas estancadas. Tuvo que retirarse sin ver a Mietta. Al dia si- guiente, habiendo avanzado la hora de la cita, miraba melancdlicamente al fondo del $pzo, no escuchando nada, y pensando que acaso no vendria aquella mala cabeza, cuando la nina, que estabaya al otro lado, ocultando cuidado- samente su llegada , se inclind de pronto, lan- zando una carcajada. Todo fu6 olvidado. De este modo, hubo dramas y comedias en que el pozo fue complice. Aquel bienhadado agujero, con sus blancos espejos y su eco mu- sical , acrecid singularmente sus ternuras. Dieronle una extrana vida ; lo llenaron de sus juveniles amores , de suerte, que mucho tiempo despuds , cuando ya no venian junto a su brocal, Silverio todas las mananas, al sa- caragua, creia ver aparecer la riente fisono- mia de Mietta en la vacilante semiobscuridad, conmovido todavia por las alegrias que alii habia encontrado. Aquel mes de gozosa ternura salvo a Miet- ta desu desesperacidn. Sintid despertarse otra LA FORTUXA DE LOS ROUGON. 51 vez sus afecciones , sus dichosas ninerias, que habia coinprimido la odiosa soledad en que habia vivido. La certeza de que era ama- da por alguien , y de que ya no se encontraba sola en el mundo , le hizo tolerables las perse- cuciones de Justino y de los pilluelos del ba- rrio. Siempre tenia dentro del corazon una musiea que no la dejaba oir las injurias. Pen- saba en su padre con tierna piedad , y ya no se abandonaba con tanta frecuencia a pensa- mientos de venganza implacable. Sus nacien- tes amores eran como una fresca alborada que calmaba sus fiebres. Al mismo tiempo, adqui- ria cierta prudencia de muchacha enamorada. Pensaba que debia guardar su actitud muda y fiera,si queria que Justino no sospechase nada. Pero a pesar de sus esf uerzos , cuando 6ste la molestaba , no perdia la dulzura que rebosaba en sus ojos: no sabia como hacer para mirar sombria y dura como otras veces. Justino la oia cantar entre dientes a todas horas. ;0h, estas muy contenta, Ghantegreil! (la decia con desconfianza , examinandola con suaire maligno.) ^Habras dado algiin mal paso? Ella se encogia de hombros, pero temblaba 52 E. ZOLA. interiormente; esforzabase en desempenar su papelde martir. For lo demas, aunque advir- tiese las alegrias secretas de su victima , Jus- tino busco mucho tiempo antes de conocer como se le habia escapade. Silverio, de su parte, saboreaba dichas intimas. Sus citas diarias con Mietta basta- ban para llenar las horas ociosas que pasaba en la casa. Su vida solitaria, las largas horas que transcurrian en silencio al lado de tia Dida , las empleaba en repasar uno a uno los recuerdos de la manana , y en gozar con sus menores detalles. Experimentd desde entonces una plenitud de sensaciones que le maduro mas todavia en la existencia claustral que lle- yaba al lado de su abuela. For temperamento amabalosparajes ocultos , las soledades , donde podia vivir a su gusto con sus pensamien- tos. En esta epoca se habia ya dedicado avi- damente a la lectura de todos los libros in- completos que encontraba en las tiendas del barrio , y que debian inspirarle una generosa y extrana religidn social. Esta instruccion , mal digerida , sin base stflida , le proporcionaba so- bre el mundo , sobre las mujeres en particular, i A FomrxA DK f.os Hoi;r,n\. o3 vanidades y voluptuosidades ardientes, que habrian turbado singularmente su espiritu, si su coraztfn hubiera estado vacio. Encontro Mietta, y la tomd desde luego como un camara- da, y despu6s como objeto de la alegria y la am- bicion de su vida. For la noche , retirado eu su alcoba, despu^s de acercar la lampara a la ca- becera de su cama , volvia a encontrar a la nina en cada pagina del viejo y polvoriento libro que habia tornado del estante , al azar , por encima de su cabeza, y que leia con verdadera devocitfn. No podia encontrar en sus lecturas una joven , una criatura buena y hermosa , sin que la reemplazara inmediatamente con su amada. Y 61 mismo se ponia en escena. Si leia una historia novelesca , casabase al final con Mietta , 6 moria conella. Si leia , por el contrario, algun folleto politico , alguna grave disertacion sobre economia social , libros que preferia a las novelas, por ese singular carino que los que saben a medias tienen hacia las lecturas dificiles, tambien encontraba medio de intere- sarla en cosas mortalmente aburridas , que con frecuencia no llegaba a entender; queria apren- der la manera de ser bueno y amante con ella, 54 E. ZOLA. para cuando estuvieran casados. Mezclabala de estemodo a los ensuenos mas estupendos. Pro- tegido por esta ternura contra las obscenidades de ciertos cuentos del siglo xvm que cayeron entre sus manos , complaciase , sobre todo, en encerrarse con eila en las Utopias imagina- rias de los mas grandes espiritus, enloquecidos por la quimera del bien universal, que son sue- nos nada mas en nuestros dias. Mietta hacia- sele necesaria para la abolition del pauperisino y para el triunfo definitive de la revolucidn. Aquellas noches de febriles lecturas, durante las cuales su espiritu en tension no podia se- pararse del libro , que dejaba y volvia a tomar veinte veces, fueron su encanto; noches llenas de uii voluptuoso enervamiento , del cual goza- ba, hasta que amanecia , como deuna embria- guez prohibida , con el cuerpo encerrado entre las paredes de su reducido cuarto , turbada la vista por la rojiza y vacilante luz de la lampa- ra , entregandose con placer a los ardores del insomnio y fabricando proyectos de nueva so- ciedad, absurdos de generosidad, en que la mujer, siempre con el rostro de Mietta , era adorada derodillas por las naciones. LA FORTUNA DE LOS ROCGON. 55 Encontrabase predispuesto al amor a la uto- pia por ciertas influencias hereditarias; en e"l, las agitaciones nerviosas de su abuela se con- vertian en entusiasmo cronico , en arrebatos por todo lo que era grandiose e imposible. Su infancia solitaria , su incompleta instruction, habian desenvuelto singularmente las tenden- cies de su naturaleza. Pero no estaba todavia en la edad en que la idea fija se clava en el ce- rebro deun hombre. Por la manana, asi que babia refrescado su cabeza en un cubo de agua, ya no se acordaba sino confusamente de los fantasmas de la vispera ; de sus suenos con- servaba unicamente una sencillez primitiva llena de Candida fe y de inefable ternura. Vol- via a ser niiio. Corria al pozo, con el solo in- tento de volver a encontrar la sonrisa de su amada y de saborear la alegria de la luminosa manana. Y durante el dia , si le ponian pensa- tivo los cuidados del porvenir, con frecuencia tambien , cediendo a subitas efusiones , be- saba a tia Dida, que le miraba llena de in- quietud al ver sus ojos tan brillantes y tan llenos de una alegria que ella creia reconocer. Mietta y Siiverio quisieron ya ver algo mas 56 E. ZOLA. que su imagen. Habian jugado bastante, y pre- sentian placeres mas vivos, que el pozo no podia darles. Era una necesidad de realidades que les acometia; habrian querido verse cara a cara, correr por los campos, y volver sofoca- dos, cogidos por la cintura, apretados uno con- tra otro, para sentir mejor su amistad. Silverio propuso una manana saltar la pared , e ir a pasearse al Jas con Mietta. Pero la nina le su- plico que no hiciese una locura , que la pondria a merced de Justino. fil prometio buscar otro medio. La pared donde estaba situado el pozo for- inaba, a algunos pasos, un brusco recodo, que abria una especie de nueco, donde los enamo- rados se hubieran encontrado al abrigo de las miradas; bien podian refugiarse alii. Trala- base de llegar a este hueco. Silverio no podia pensar en el escalo , del cual se habria asus- tado Mietta ; abrigaba secretamente otro pro- yecto. La puertecilla que Macquart y Adelaida habian abierto en otro tiempo en una noche, quedo olvidada en un rincon oculto de la vasta propiedad vecina ; no se habia pensado en con- denarla ; ennegrecida por la humedad , ver- LA FORTCNA DE LOS ROUGON. 57 deando de musgo, enmohecidos la cerradura y los goznes, parecia que formaba parte de la vieja pared. Sin duda se habia per dido la Have; las hierbas crecidas junto a las tablas, contra las cuales habianse formado pequenos talu- des , probaban suficientemente que nadie pasa- ba por alii hacia muchos anos. Esta Have per- dida es la que trataba de encontrar Silverio. Sabia con que devocidn guardaba tia Dida todas las reliquias del pasado. Sin embargo, rebuscd por toda la casa, sin fruto, durante ocho dias. Todas las noch.es la buscaba sigilosamente por todas partes. Probd mas detreinta, que prove- nian sin duda del antiguo recinto de los Fou- que, las cuales encontro en diversos lados, colgadas en las paredes , sobre las mesas , en el fondo de los cajones. Comenzaba a desanimar- se, cuando hallo al fin la dichosa Have , colgada de la puerta de entrada. Alii estaba hacia cerca de cuarenta anos. Todos los dias debia haberla cogido tia Dida, sin decidirse jamas a hacerla desaparecer, ahora que ya no podia mas que pensar en sus muertos placeres. Guando Silve- rio estuvo seguro de que abria bien la puerte- cilla, espero, pensando en las alegrias de la 58 E. ZOLA. sorpresa que preparaba a Mietta. La habia ocultado sus investigaciones. Al dia siguiente , asi que oyo a la nina de- jar en el suelo su vasija, abri<5 dulcemente la puerta, de la cual se desprendieron largas hierbas que cubrieron el suelo. Al alargar la cabeza, vio a Mietta inclinada sobre el brocal, mirando al fondo del pozo, absorta , esperando- le. Entonces cruzo en dos brincos el hueco formado por el muro, y desde alii llamo: jMietta! \ Mietta!, con voz tan dulce, que la hizo estremecerse. La nina levanto la cabeza, creyendole en lo alto del muro. Luego, cuando le vio en el Jas, a algunos pasos de ella, lanzo un debil grito de asombro, y corrio hacia el. Cogieronse las manos , y se contemplaron , en- cantados de estar tan cerca el uno del otro, encontrandose mas hermosos asi , envueltos en la luz del sol. Era el 15 de Agosto, el dia de la Asuncion ; a lo lejos sonaban las campanas, con ese acento alegre de las grandes fiestas que parece tener notas particulares, armonia dulce. i Buenos dias , Silverio ! i Buenos dias, Mietta! Y la entonacion ternisima de aquel saludo LA FORTCNA DE LOS ROUGON. 59 matinal los dejd asombrados. No conocian sus sonidos, sino velados por el eco del pozo , y encontraronlos claros como el canto de las alon- dras. j Ah, qu6 bien se estaba en aquel rincdn, impregnado del aire de la fiesta! Y seguian cogidos de las manos, Silverio apoyado contra el muro, Mietta un poco inclinada hacia atras. Su sonrisa revelaba en ellos la efusidn. Iban a decirse todas las buenas cosas que no se ha- bian atrevido a confiar a las sonoridades del pozo , cuando, Silverio , volviendo la cabeza al percibir un ligero ruido, palidecio y soltd la mano de Mioaa. Acababa de ver delante de si a su abuela , erguida 7 parada en el umbral de la puerta. La anciana habia ido al pozo por casuali- dad. Al ver en la vieja y ennegrecida pared el hueco luminoso de la puerta que Silverio habia abierto del todo , sintid como un golpe violento en el corazdn. Aquel hueco luminoso le parecia un abismo de luz abierto brutal- mente en su pasado. Volvidse en medio de las claridades matinales, corriendo, deslizdndose sobre el suelo con todo el arrebato de sus ner- viosos amores : vid a Macquart que estaba alii 60 E. ZOLA. esperandola. Ella se cogia a su cuello y se apretaba contra su pecho, mienlras que el sol naciente, entrando en el huerto por la puerta que no se cuidaba de cerrar, los banaba en sus rayos oblicuos. La brusca vision sacabala cruel- mente del sueno de su vejez , como un castigo supremo , despertando en ella abrasadores re- cuerdos. Jamas se la habia ocurrido que aque- lla puerta pudiera abrirse aun ; para ella la habia tapiado la muerte de Macquart. Si el pozo y la pared entera hubieran desaparecido debajodetierra, no se hubiera asombrado mu- cho mas. Y, en su estupor, habfe una especie de sorda colera contra la mano sacrilega que, despues de haber violado el sitio, habia de- jado detras de si aquel hueco luminoso , como una tumba abierta. Adelantose, atraida por una especie de fascinacion , y se quedd inmovil en el quicio de la puerta. Mird delante de si con dolorosa sorpre- sa. Se le habia dicho que el recinto de los Fouque se encontraba reunido al Jas-Meiffren; pero jamas habia pensado que su juventud hu- biera muerto hasta este punto. Parecia que un huracan se habia llevado todo lo que era caro LA FORTUNA DK LOS ROUGON. 61 a su memoria. La vieja casa , el vasto jardin, con sus verdes cuadros de legumbres, no exis- tian. Ni una piedra , ni un arbol de otro tiempo quedaban. Y en el lugar de aquel rincdn, don- de nabia crecido, y que aiin veia la Tispera cerrando los ojos, extendiase un trozo de te- rreno desnudo, una ancha faja de tierra , deso- lada como un paramo desierto. Ya , cuando, con los ojos entornados , quisiera evocar las cosas del ayer , se le apareceria siempre aquel erial como un sudario echado sobre su juven- tud muerta. Enf rente de este horizonte banal e indiferente , creyo que su corazon moria por segunda vez. Desde este momento todo habia concluido. Se le quitaban hasta los suenos de sus recuerdos. Entonces lamentose de haber cedido a la fascinacidn del hueco luminoso, de la puerta que se tragaba los dias perdidos para siempre. Iba a retirarse y a cerrar la maldita puerta, sin intentar siquiera conocer la mano que la habia violado , cuando yio a Mietta y a Sil- verio. La vista de los dos ninos enamorados, que espiaban sus miradas, confusos, con la cabeza inclinada , la retuvo , presa de un dolor 62 E. ZOLA. mas vivo. Lo comprendid todo. Hasta el fin debia ver reproducida la escena : alii estaban Macquart y ella, en brazos el uno del otro, en la luminosa manana. For segunda vez era cdm- plice la puerta. El amor pasaba de nuevo por donde ya habia pasado. Aquello era un rena- cimiento, con sus alegrias presentes y sus la- grimas futuras. Tia Dida no vid mas que las lagrimas , y sintid como un rapido presenti- miento , que la mostrd los dos ninos heri- dos en el corazdn. Estremecida por.el recuerdo de los sufrimientos de su vida,que estos luga- res acababande despertar en ella, llord porsu querido Silverio. Ella era la unica culpable ; si ella no hubiera abierto el hueco en la pared, Silverio no estaria en aquel sitio, a los pies de una joven , buscando una dicha que irrila a la muerte y la hace celosa. Al cabo de un momento , acercose , sin de- cir nada , a coger al joven por la mano. Acaso los hubiera dejado alii al pie del muro , si no se hubiese creido complice de aquellas dulzuras mortales. Guando regresaba a su casa con Sil- verio, volvidse, al oir los ligeros pasos de Mielta , que se habia apresurado coger su va- LA FORTUNA DE LOS ROOGON. 63 sija y huir de aquel sitio , corriendo dichosa por haber escapado tan bien. Tia Dida son- riose involuntariamente al verla atravesar el huerto coino una corza escapada. Aiin es bien joven (murmuro). Tiene tiempo. Queria decir , sin duda , que Mietta tenia tiempo de sufrir y de llorar. Despues, vol- viendo sus ojos hacia Silverio, que habia se- guido con extasis la carrera de la nina en aquella limpida atmosfera , anadio sencilla- mente : Ten cuidado, hijo mio : esto mata. Estas fueron las unicas palabras que pronun- ci<5 refiriendose a una aventura , que removio todos los dolores adormecidos en el fondo de su ser. Se habia creado una religidn : la del silen- cio. Guando Silverio hubo entrado, ella cerro la comunicacidn con dos vueltas de Have , y tiro esta al pozo. Asi estaba segura de que la puer- ta no la haria nunca complice. Volvio dexami- narla un instante, y quedo satisfecha al verla tomar otra vez su aspecto sombrio de inmovi- lidad. La tumba se habia vuelto a cerrar ; el hueco luminoso estaba tapado para siempre 64 E. ZOLA. por algunas tablas ennegrecidas por la hume- dad, verdosas de musgo, sobre el cual los caracoles habian llorado lagriinas de plata. Por la noche tuvo tia Dida una de las crisis nerviosas que aun la agitaban de tarde en tarde. Durante estos ataques hablaba COD frecuencia en voz alia, sin ilacidn, como aco- metida de una pesadilla. Aquella noche, Sil- verio , que la sostenia en su lecho , sintiendo viva lastima de aquel pobre cuerpo extenuado por las convulsiones , la oyo pronunciar ja- deando las palabras aduanero, disparo, asesi- nato. Defendiase, pedia gracia, sonaba en la venganza. Guando la crisis toco a su fin, ex- perimentd, como sucedia siempre, un espanto singular, un temblor que hacia chocar sus dientes. Levantabase a medias, miraba con ojos extraviados todos los angulos de la habi- tacitfn, y despu6s se dejaba caer sobre la al- mohada , lanzando agudos gritos. Sin duda la acometia alguna alucinacidn. Atrajo entonces a Silverio contra su pecho , y pareci6 comen- zar a reconocerlo, |habiendolo confundido por instantes con otra persona. jAhi estan! (balbuced.) Miralos ; van a LA FOUTUNA DE LOS ROUGON. 65 prenderte , y te mataran.... Yo noquiero.,.. Echalos ; diles que no quiero ; que me hacen dano mirandome asi.... Y volvio la cara hacia la pared , para no ver a aquellos de quienes hablaba. Despues de una pausa , continue : ^Estas cerca de mi, hijo mio? No me de- jes.... He creido morir Hemos hecho mal en abrir la pared. Desde ese dia he sufrido mucho. Bien sabia que esta puerta nos traeria la desgracia.... jAn! jPobres inocentes, cuantas lagriinas! Tambien a ellos los mataran a tiros, como a perros. Y caia en un estado de catalepsia , y no sa- bia siquiera que Silverio estaba alii. Levantdse bruscamente , y miro a los pies de la cama con una horrible expresion de terror. I For qae no los has echado? (grit6, ocul- tando su encanecida cabeza contra el pecho del joven.) Alii estan siempre. El que tiene el fusil me hace senas de que va a disparar.... Poco despues durmidse con el sueno pesado que terminaba la crisis, Al dia siguiente, pare- cia haberlo olvidado todo. Jamas volvio a ha- blar a Silverio de la manana en que lo habia TOMO II. 5 66 E. ZOLA. encontrado con una joven al pie del muro. Los jovenes estuvieron dos dias sin verse. Cuando Mietta se atrevio a ir al pozo , pro- metie'ronse no volver a hacer lo que la antevis- pera. Sin embargo, su entrevista, tan brusca- mente cortada , les habia hecho concebir vivos deseos de volver a encontrarse a solas en cual- quier dichoso rincon. Gansados de las alegrias que les proporcionaba el pozo , y no queriendo disgustar a tia Dida viendo a Mietta al otro lado de la pared , Silverio suplico a la niiia que le concediese citas en otra parte. Ella no se hizo rogar inucho, y aceptd esta proposicidn, riendo ante la idea de que iba a chasquear el espionaje de Justino. Cuando estuvieron de acuerdo, dis- cutieroncnucho sobre la elecciou del sitiodonde habian de verse. Silverio propuso escondites imposibles ; sonaba con hacer verdaderos via- jes, 6 bien con ir a ver a la nina a media noche en los graneros del Jas-Meiffren. Mietta, mas practica , se encogio de hombros , diciendo que ella buscaria. Al dia siguiente, solo estuvo en el pozo un minuto , el tiempo suficiente para sonreir a Silverio y decirle que a las diez de la noche se encontrase en el solar de Saint-Mittre. LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 67 jCalciilese si el joven seria exacto! Durante el dia le tuvo muy intranquilo la eleccion de aquel sitio. La curiosidad aument6 cuando en- tro en la estrechasenda.Ellavendra poraqui, se decia , mirando hacia el camino de Niza. Despues oyo un gran ruido de ramas , y vio aparecer una cabecita risuena, que le grito aicgivinente : iSoyyo! Era, en efeclo, Mielta, subida como un pi- lluelo en lo alto de una morera. En dos saltos se puso en el suelo. Silverio la miro descender con asombro y encanto, sin pensar siquiera en ayudarla. Gogiola las manos, y la dijo : ; Que agii eres! Trepas mejor que yo. De esta manera se encontraron por primera YCZ en aquel ocuLto rincon, donde debian pasar tiiu bmmos ratos. A partir de estH noche , vie- roase alii casi todas. El pozo no les servia mas que para advertirse los obslaculos imprevistos para sus citas , los cambios cle hora , y todas las peque&eces , irnportantes para ellos , que no aduiitian espera ; bastaba que el quo tenia que comunicar algo al otro moviese la polea, ouyo ruido estridenle se oia de muy lejos. 68 E. ZOLA. Pero aunque algunos dias se llamasen dos 6 ires veces para decirse ninerias de enorme importancia , no experimentaban verdaderos goces inas que por la noche en la discreta senda. Mietta acudia con rara puntualidad. Dichosamente dormia encima de la cocina, on un cuarto en donde se guardaban las pro- visiones para el invierno, y al cual conducia una escalerilla excusada. Podia asi salir a cualquiera hora sin ser vista por el lio Rebu- tat ni por Justino. Pensaba, adeinas, si esle ultimo llegaba a verla , contarlecualquier his- ioria, mirandole con aquel aire duro que le ce- rraba la boca. jAh! jque noches tan dichosas! Era enton- aprincipios deSetiembre. del mashermoso aies en Provenza. Los amantes no podian re- unirse antes de las nueve. Mietta llegaba por inuro. Bien pronto adquirio tal habilidad para franquear este obstaculo , que estaba siempre en el suelo antes de que Silverio hu- biera tenido tiempo de teriderla las brazos. Reia con toda su alina , y permauecia alii uu laomeiilo, sofocada , despeinada , dando gol- itbs en su falda para hacerla caer. Su LA KOUTQXA DK LOS ROUGON. amante la liamaba riendo pillete. En el fondo, agradabale la travesura de la nina. Mi- rabala saltar el muro con la complacencia de un herinano mayor que asiste a los ejercicios de uuo de sus hermanos menores. jHabia tanta puerilidad en su ternura naciente ! Al cabo de t.-U-ciias discusiones, acordaron un dia ir a co- ger nidos a orillas del Viorne. i Ya veras como subo a ios arboles ! (decia Mietta orgullosamente.) Guando estaba en Cha- vaii'jz, ilegaba hastala copa de los nogales del tio Andres. ^Has cogido alguna vez nidos de urracas? Eso si que es dificil. Y ernprendieron una discusion sobre la ma- nera de trepar por las ramas. Mietta daba siempre su opinion practicainente , como un iuuchaeho. Pero Silverio, cogieodola por lass.ro dillas, la bajaba a Lierra, y marchaban juntos, abra- zados por las ciuturas. Guestionando siempre subivi la manera de poner los pies y las manos en el riacimiento de las rainas, apretabanse mas y sentian que fuegos desconocidos los in- flamaban de extranas alegrias. Nunca el pozo les habia proporcionado placeres semejautes. 70 E. ZOI.A. Sin dejar de ser ninos, y sin abandonar los juegos y la charla de los pequefios , experi- mentabau goces de enamorados, sin saber hablar de amor y sin tocarse mas que la punta de los dedos. Buscaban el calor de sus manos, arras Irados por un deseo instintivo, e igno- rando lo que querian sus sentidos y sus cor#zo- nes. En estos mementos de dichosa candidez, hasta se ocultaban la emocion singular que s& producian inutuamente al menor contacto- Sonrientes , asombrados mucbas veces de las dulzuras que experirnentaban al locarse, abandonabanse en secreto al placer de sus nuevas sensaciones, continuando, sin embar- go, sus coloquios, como dos colegiales, sobre los nidos de urracas, tan dificiles de coger. Y asi camiuaban por el silencioso sendero entre los arboles y el muro del Jas-Meiffren. Jamas traspasaban estos limites ; estaban en su casa. Con frecuencia, Mietta, feliz por es- tar tan bien oculta , se detenia y se felicitaba de su descubrimiento. He tenido buena eleccion , decia muy sa- tisfecba. Andariamos una legua sin encontrar rnejor escondite. LA FORTUXA DE LOS ROUGON. 71 La espesa hierba ahogaba el ruidu de sus pasos. Andabaii euvueltus en tinieblas, entre dos orillas sombrias , sin ver mas que una banda de cieio salpicado de estrellas por en- cima de sus cabezas. Y en esta vjguedad del suelo que pisaban. en esta semejanza del sen- dero a an array o de sombra corriendo bajo el cielo negro y oro , experimentaban una indefi- nible eniocion, y bajaban la voz, aunque na- die podia escucharios. Entregandose al silen- cio de la noche , donde flotaban sus cuerpos y sus almas, conta"banse las mil pequeneces que les habian ocurrido durante el dia , con es- treruecimientos de enamorados. Otras veces , en las noches claras , cuando la luna dibujaba las lineas de la pared y de las ramas, Mietta y Silverio se dejaban llevar de sus pocos anos. El sendero prolongabase ilu- minado por rayas blancas , lleno de alegria y sin parajes desconocidos ; y los dos camaradas se perseguian , riendo como dos colegiales en las horas de recreo , y aun trepaban por las ra- mas. Era preciso que Silverio asustase a Miet- ta , diciendola que acaso estaba Justino al otro lado del muro, ;> que la vori.i. Entouces, 1 - 72 K. ZOLA. davia sofocados , marchaban el uno al lado del otro, prometie'ndose ir un dia a correr por el prado de Santa Clara , para saber cual de los dos cogeria al otro mas pronto. Sus nacientes amores se acomodaban lo mismo a las noches obscuras que las noches claras. Despiertos siempre sus corazones, bas- tabales un poco de sombra, para que su abra- zo fuese mas dulce y su risa mas blanda- mente voluptuosa. El querido retiro, tan riente en las noches de luna, y tan lleno de emocio- nes en las noches sombrias, les parecia inago- table en fulgores de alegria y en silencios es- tremecedores. Y estaban alii hasta media no- che. mientras que la poblaciori dormia y las luces del barrio iban apagaudose una a una. Jamas fueron turbados en su soledad. A esta avanzada hora, los ninos no jugaban al escondite entre el rainaje. Algunas veces, cuan- do los jovenes oian algiin ruido, el canto de los obreros que pasaban por el carniuo, 6 voces que venian de las calles vecinas, atrevianse a echar una uiirada hacia el solar de Saint-Mittre. El cainpo extendiase solitario, lleno de sombras. En las uoches templadas solian ver alguna LA FORTUNA DE LOS ROCGON 73 pareja de enamorados 6 algiin viejo sentado ea las pilas de inaderos , al borde del camino. Guando las noches eran frescas no veian en aquel espacio melancolico y desierto mas que alguna hoguera de gitanos, ante la cual pasa- ban grandes sombras negras. El aire sereno de la noche les traia palabras y sonidos perdidos, el saludo de algiin vecino que cerraba su puerta, el ruido de algiin cerrojo, las graves campanadas de los relojes, todos esos ruidos espirantes de una poblncion de provincia que se entrega al descanso. Y cuando Plassans es- taba dormido, oian todavia las disputas-de los gitanos, los chisporroteos de su hoguera, en medio de los cuales se alzaban brusca- mente las voces guturales de las jovenes can- tando en una lengua desconocida , llena de rudos acentos. Pero los enamorados no miraban mucho tienipo hacia fuera ; apresurabause a volver a su retiro , y proseguian sus paseos por el sen- dero sileiicioso. \ Bastante les importaba a ellos el pueblo entero ! Las ramas que los separaban de las geutes les parecian una valla infran- queable.Seencontraban tan solos, tan libres en 74 E. ZOLA. este rinc6n, situado en pleno arrabal, a cin- cuenta pasos de la puerta de Roma , que algu- nas veces se imaginaban estar mny lejos, en el fondo de algiin recodo del Viorne, en campo raso. De todos los ruidos que llegaban hasta ellos, el linico que escuchaban con inquieta emocion era el de las campaiias de los relojes, repetido lentamente en el silencio de la noche. Cuando x sonaba la hora, alguuas veces fingiau no escucharla , y otras se detenian de pronto como para protestar. Sin embargo , giistabales conce.derse una prdrroga de diez minutos; pero era preciso despedirse. Habrian j ugado, habrian charlado hasta la manana, enlazados losbrazos, a fin de experimentar hasta el fin aquel secreto placer que gustaban con continuas sorpresas. Mietta decidiase al fin a subir sobre el irmro ; pero no habia acabado todo, porque las despe- didas se llevaban todavia un buen cuarto de hora. Cuando la nina se habia montado sobre el muro, aiin permanecia alii apoyada en las ra- mas de la morera que le servia de escala. Sil- verio, subido sobre una piedra, podia cogerla las inanos, y aiin hablaban a media voz. Repe- tian mas de diez veces : hasta manana, y f.A FORTUNA DE LOS ROUGON. 75 encontraban siempre palabras nuevas. Silverio decia : Vamos, baja , que ya es mas de media noche. Pero con terquedades de nina, Mietta que- ria que el bajase primero : queria verle irse. Y como el joven se resistiese, ella acababa por decide bruscamente, para castigarle, sin duda: Voy a saltar; vas a verlo. Y saltaba desde lo alto de la morera , con gran susto de Silverio, que oia el ruido sordo de su caida. Luego ella huia soltaudo una carcaja- da, siu querer contestar a su ultimo adios. El permanecia aiin algunos instantes, rnirando su sojnbra vaga perderse en la obscuridad, ydes- cendiendo lentamente a su vez, se marchaba. Durante dos anos fueron al sitio aquel todos los dias. En sus primeras citas, gozaron de al- gunas bellas noches templadas todavia. Pudie- ron creerse en Mayo, en el mes en que subela savia y en que el aire esla lleno de un fuerte olor de tierra y de hojas nuevas. Esta prima- Tera tardia fuepara eilos coi'jo uaa gracia del cielo, que les permitio correr libremente por el 76 E. ZOI.A. senclero y estrech-.tr su ami- :i aprotado lazo. Despues llegaron las lluvias, las nieves y las heladas. Estas inciemeiicias del invierno no los retrajeron. Mietta so puso su faerte abri- go, y los dos se buiiaroa del tiempo. Cuando la iiocheestaba seca y clara, y suaves soplos de aire levantaban a su paso un polvillo bianco y holado quo les azotaba el rostro, guardabanse bien de sentarse: ibau y venian mas de prisa, envueltos en el abrigo, con la cara amoratada y los ojos llorando de Mo ; se reian Renos de alegria de su andar rapido en aquella helada atmosfera. Una noche de nieve , entretuvieronse en ha- cer una enornie bola, que rodaron a un rincon, donde estuvo mas de un ines, io que les asom- braba a cada nueva cita. La lluvia no les asus- taba tampoco. Sopurtarou terribles aguaceros que los calaron hasta los huesos. Silverio acu- dia, pensando que Mietta no haria la locura de ir; y cuando esta llegaba a su vez , no sabia como renirla. En el fondo, la esperaba. Acu- bo por buscar un abrigo contra el nial tieinpo, coinprendiendo que no dejaria de salir, a pe- LA FORTUXA DK LOS ROUGON. sar de su mutua promesa de no hacerlo cuando lloviese. Para procurarso un techo,no tuvomas que cruzar unas cuanlas tablas y retirar algu- nos maderos, de mode que pudiera colocarlos facilmente otra vez. Desde entonces tuvieron a su disposition una especie de garita baja y es- trecha, un agujero cuadrado, donde no podian estar sino apretados el uno contra el otro, seu- ladorv en la punta de un madero que dejabaa en el foudo. Cuando llovia , refugiabase alii el que primero llegaba; y cuando estaban reuni- dos , escuchaban con gozo infinito el chaparron, que sonaba en las tablas con sordo redoblar de tambor. Delante y alrededor de ellos , en la obscuridad de la noche , senliase susurro do una corriente que no veian, y cuyo continuo ruido parecia el rumor de una multitud. En- contrabanse bien solos, sin embargo, fuera del rnundo y en el fondo de las aguas. Jamas se sentian tan dichosos , tRn aislados de los de- raas, como en medio de aquel diluvio, debajo del mont6n de tabias , amenazados a cada ins - tante de ser arrastrados por los torrentes del cielo. Sus rodillas llegaban casi hasta la aber- tura , y las encogi-rin todo lu posible, con la cara 78 E. ZOLA. y las manos banadas en ima fina lluvia. A sus pies, gruesas gotas, caf'ias de las tablas, so- naban acompasadamente. Sentiau color en- vueltos en su abrigo, y estaban tan estrechos, que Mietta sentabase a medias sobro las rodillas de Silverio. Charlabau , y callabanse luego, llenos de languidez y ccino adormecidos por el calor de su abrazo y el monotone sonar de la lluvia. Permanecfan alii horas y horas , con ese amor a la lluvia que hace andar con mu- cha gravedad a los ninos, en los dias de tern- pestad , con una sombrilla en la mano. Acaba- ron por preferir las noches lluviosas; solo que su separacidn era entonces mas penosa. Era precise que Mietta franquease la pared bajo la lluvia y que atravesase el Jas-Meiffren en ple- na obscuridad. Desde que ella dejaba su brazo, Silverio la perdia en las tinieblas y en el ruido del agua , escuchando en vano, ensordecido y cegado. Pero la inquietud con que se sepa- raban era un encanto mas; hasta el dia siguien- te preguntabanse si les habria ocurrido algo con aquel tiempo de perros; acaso habrian res- balado y se habrian hecho dano ; estos tetno- res, que les hacian ocuparse tiranicamente al LA FORTUNA DE LOS UOUGON. 79 uno del otro, les hacian mas agradable la si- guiente eulrevista. Al fin volvieron los hermosos dias : Abril trajo noches dulces , y la hierba del sendero crecio de un modo rapido. En aquellas olas de vida que bajaban del cielo y subian de la tierra , en medi.j de la enibriaguez de la nueva estacion , muchas veces los enamorados echa- ron de menos su soledad del invierno, las no- ches de lluvia , las noches de Mo, durante las cuales se encontraban tan* aislados y tan lejos de los rnidos humanos. Ya no acababa el dia tan pronto ; nialdecian los largos crepuscu- los , y cuando la noche se hacia bastante obs- cura para que Mietta pudiera trepar al muro sin peligro de ser vista , cuando ya se encon- * traban en su querido sendero , no hallaban aislamiento que agradara a sus amores. El so- lar de Saint-Mittre se poblaba ; los chicuelos del barrio andaban corriendo y grilando hasta las once ; y aun sucedio alguna vez que uno de ellos viniera a ocultarse detras de las ta- bias , lanzando a Mietta y a Silverio la risa burlona de un pilluelo de diez anos. El temor de ser sorprendidos , el despertar y los ruidos 80 E. ZOLA. de la vida que crecia alrededor de elios a me- dida que el tiempo inejoraba , llenaron de in- quietudes sus entrevistas. Luego coinenzaban a sofocarse en la estre- cha avenida. Jamas se habia estreniecido con tan ardientes agitaciones ; jamas el suelo ha- bia dejado escapar alientos mas encendidos. Y ellos eran todavia rnuy ninos para gustar el voluptuoso encanto de aquel rincon per- dido, lleno de las fiebres de la primavera. La> hierbas subianles hasta las rodillas ; iban y venian con dificultad , y cuando aplastaban los nuevos retoiios , ciertas plantas exhalaban acres olores que los embriagaban. Acometidos entonces de extranos desfalleciinientos, tur- bados yvacilantes, como si las hierbas les enredasen las pieruas , se apoyaban en la pa- red, con los ojos inedio cerrados, no pudiendo avanzar mas. Pareciales que les penetraba toda la languidez del cielo. Acomodandose mal su petulaucia de cole- giales con estas subitas debilidades , acabaron por acusar a su retiro de falta de aire, y por decidirse a pasear sus ternuras mas lejos , eii campo abierto. Entonces comenzaron nuevas LA FORTUNA DB LOS ROUGON. 81 escapatorias cada noche. Mietta vino con su abrigo ; ocultabanse los dos en 61 , y se desli- zaban a lo largo de las paredes, y salian a la carretera, a los campos libres y anchos , don- de el aire corria con faerza, como las olas en alta mar. Alii no se ahogaban : volvian a en- contrar su infancia , senlian disiparse los ver- tigos de su cabeza, las embriagueces que les causaban las alias hierbas de la era de Saint- Mittre. Asi recorrieron durante dos anos esta parte del pais. Cada roca , cada banco de musgo co- nociolos bien pronto; no habia ni un grupode arboles en el cual todos no fuesen amigos suyos. Realizaron sus suenos : corrieron locamente por los prados de Santa Clara, yMietta corria tanto, que Silverio se veia apurado para alcanzarla. Fueron a coger nidos de urraca , y Mietta , em- peiiada en mostrar como trepaba a lo alto de los arboles enChavanoz, se ataba las faldas con la punta de un panuelo , y subia a las ra- mas mas altas; abajo Silverio temblaba, con los brazos extendidos , como para recibirla si resbalaba. Estos juegos calmaban sus sentidos, hasta el punto que una noche poco faltd para TOMO II. 6 82 E. ZOLA. que se pegaran como dos chicuelos al salirde la escuela. Pero aiin habia en el dilatado campo sitios que no conocian. Mientras que paseaban, aquello era un continue estallar de risas , de juegos, de bromas; andaban leguas, iban al- gunas veces hasta la cordillera de las Garri- gues , siguiendo los senderos mas estrechos y tomando con frecuencia los atajos ; la comarca les pertenecia , y vivian en ella como en pais conquistado, gozando de la tierra y del cielo. Mietta , con esa ancha conciencia de las mu- jeres , no se contenia para coger un racimo de uvas, una rama de almendras tiernas, de las vinas y de los almendros cuyas ramas la tro- pezaban al pasar, lo que contrariaba las ideas absolutas de Silverio, sin que, por otra parte, se atreviera a renir a la nina para no desespe- rarla. jAh, malvada! (pensaba, dramatizan- do la situacion puerilniente) : hara de mi un Iadr6n. Y Mietta le ponia en la boca su parte de fruta robada. Las mafias de que se valia, cogie'ndola por el talle, evitando los arboles frutales, haciendose perseguir lejos de las vi- nas, para estorbarla este deseo instintivo de merodeo , la hacian caer pronto en la cuenta LA FORTDNA DE LOS ROUGOJf. 83 de lo que trataba. Obligabala a sentarse, y volvian a comenzar sus luchas a brazo partido. Los recodos del Viorne, sobre todo, estaban para ellos llenos de sombras que los ponian fe- briles. Cuando la fatiga los coiiducia al borde del torrente, perdian sus alegrias infantiles. Bajo los sauces flotaban tinieblas espesas, pa- recidas a perfumados crespones de un traje de mujer. Los ninos sentian estos crespones, que parecian tener aiin el perfume y el calor de los voluptuosos hombros de la noche, acari- ciarles las sienes y envolverles en una inven- cible languidez. A lo lejos cantaban los grillos en los prados de Santa Clara , y el Viorne sonaba a sus pies amorosamente con ruidos de suaves besos de labios humedecidos. Del sereno cielo parecia caer una calida lluvia de estrellas. Y bajo el influjo de este cielo, de estas aguas, de esta sombra, los ninos, recostados sobre la hierba, el uno junto al otro, embebecidos y con las miradas perdidas en la obscuridad, busca- ban sus manos, y se las estrechaban febril- mente. Silverio, que comprendia con cierta vague- dad el peligro de estos entasis , se levantaba 84 E. ZOLA. algunas veces repentinamente , proponiendo pasar a alguna de las islillas que las aguas ba- jas descubrian en medio del rio. Aventurabanse a pasar los dos con los pies desnudos ; Mietta se burlaba de los guijarros, y no queria que Sil- verio la sostuviese, suspendie'ndola una vez que se sentd en medio de la corriente. Luego, cuando estaban ya en la isla , tendianse boca abajo sobre una lengua de arena, con los ojos al nivel de la superficie del agua , en la cual mi- raban a lo lejos, en las noches claras , estre- mecerse las argentadas conchillas. Entonces decia Mietta que iba embarcada , y que la isla flotaba ; sentia muy bien que la conducia ; y este ve'rtigo que les daba el estremecimiento de las aguas , los divertia un instante y los retenia alii , en la orilla , cantando a media voz , como los batelerosa compas de los remos. Otras ve- ces , cuando la isla ofrecia un ribazo escarpado, sentibanse como sobre un banco de verdura, dejando mojarse sus pies desnudos en la co- rriente. Y durante horas hablaban, batiendo el agua con los pies , divirtie'ndose en desencade- nar tempestades en las tranquilasondas, cuya frescura calmaba su fiebre. LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 85 Estos banos de pies hicieron nacer en el espiritu de Mietta un capricho que debia hala- gar sus inocentes amores. Ecupentfse entomar banos completes. Un poco mas arriba del puen- te del Viorne habia un sitio muy a propdsito, decia ella , de una profundidad de tres 6 cuatro pies , y muy seguro; hacia tanto calor, que se estaria bien sumergiendose hasta los horn- bros; ademas , hacia tanto tiempo que deseaba aprender a nadar...., y Silverio la ensenaria. Silverio hacia algunas objeciones: de noche era una imprudencia , y no estaria bien que los vieran; pero no decia la razon verdadera: ins- tintivamente alarmabase ante la idea de este nuevo juego , y se preguntaba cdmo se des- nudarian , y de que modoharia para sostener a Mietta en el agua en susdesnudosbrazos. fista no parecia reparar en tantas dificultades. Una noche , llevo un traje de bano que se ha'bia hecho de un vestido viejo. Silverio tuvo que volver a casa de tia Dida en busca de unos calzoncillos. Mietta no se escoudi6, des- nudandose naturalmente la sombra de un sauce, tan obscura, que su cuerpo de nina dibujd en ella durante algunos segundos una 86 E. ZOLA. vaga blancura. Silverio, de pi el morena, apa- recia eu la obscuridad como el obscuro tronco de una joven encina , mientras que las piernas y los brazos de la joven, desnudos y redondos, parecian blancas canas de los canaverales de la orilla. Despues, ambos, como vestidos de inanchas sombrias que el follaje proyectaba sobre ellos, entraron en el agua alegremente, llamandose , gritandose , sorprendidos por la frescura. Y los escnipulos , las vergiienzas no confesadas , los pudores secretos , fueron olvi- dados. Estuvieron alii una hora larga, jugan- do, echandose agua a la cara ; Mietta asustdn- dose } 7 luego ri6ndose , y Silverio dandola su priinera Iecci6n , chapuzandola de vez en cuan- do la cabeza para darla valor. Mientras que el la sostenia con su inano por el cintur6n de su traje , pasandole la otra bajo el vientre, ella moYia furiosamente brazos y piernas, creyendo nadar ; pero asi que la soltaba , moviase gri- tando, y con las manos extendidas , agitando el agua , se agarraba adonde podia, a la cin- tura del joven 6 a sus munecas. Abandonabase un instante sobre 61 , y descansaba, sofocada, jadeante, mientras que sus ropas mojadas di- LA FORTUNA DE LOS RODGON- 87 bujaban las gracias de su torso de virgeu. Luego exclamaba : Otra vez ; pero tu lo haces intenciouada- mente; no me sostienes. Y nada vergonzoso les hacian pensar ni los abrazos de Silverio, inclinado para soste- nerla , ni los arranques de Mietta , colgan- dose al cuello del joven. El frio del bano les daba una pureza de cristal. Eran en la tem- plada noche, en medio delfollaje dormido, dos inocencias que reian. Siiverio reprochose, des- pues de los primeros banos , el haber pensado mal. jMietta se desnudaba tan de prisa y es- taba tan fresca entre sus brazos , y reia tan francameute....! Pero al cabo de quince dias , la nina supo nadar. Libre en sus movimientos , mecida en las ondas, jugando con el, dejabase invadir por la serenidad del rio, por el silencio del aire, por suenos melancdlicos. Cuando nadaban sin ruido, Mietta creia ver en las dos orillas espesarse las hojas , in- clinandose sobre ellos y ocultandolos como detras de enornies cortinas. Y por entre los troncos penetraban los rayos de la luna , y pa- E. ZOLA. recia que por las ma*rgenes se deslizaban dul- cemente blancas aparicioues. Mietta no tenia miedo; siguiendo los juegos de las sombras, experimentaba uua emocio'n indefinible. Mien- Iras que ella avanzaba lentamente , las tran- quilas aguas , que reflejaban la luna como un claro espejo , rizabanse a su aproximacion como una tela de plata : sus circulos se ensan- chaban , perdiendose en las tinieblas de las orillas , bajo las ramas de los sauces, donde se escuchaban rumores misteriosos; y a cadabra- zada eucontraba rincones llenos de sonidos, ne- gros recodos , ante los cuales pasaba mas de prisa, ramas de arboles, cuyas masas soinbrias cambiaban de forma, y se agrandaban , pare- ciendo que la seguian desde lo alto de las mar- genes. Guando se ponia boca arriba , atraianla las profundidades del cielo. Del campo, de los horizontes que no veia en aquel momento, sen- tia alzarse una voz grave, prolongada, forinada con todos los suspiros de la noche. Gomo no era de naturaleza sonadora, go- zaba con todo su cuerpo y todos sus sentidos, del cielo, del rio, de las sombras y de las cla- ridades. El rio, sobre todo, aquella agua, aquel LA FORTUNA DE LOS ROUGON. terreno movible, arrastrabanla en medio de infinitas caricias. Guando remontaba la co- rriente, experiruentaba un inmenso placer, sintiendo cdmo la ola rozaba mas rapida su pecho y sus piernas; produciale un cosquilleo dulcisiino, que soportaba sin risas nerviosas. Sumergiase hasta la boca, para que la corriente pasara sobre sus hombros y la envolviera de un golpe, de la barba a los pies , con su beso fugitive. Sentia languideces que la dejaban inmdvil en la superficie, inientras que peque- nas oleadas penetraban suavemente por entre su piel y su traje, inflando el lienzo; luego de- jabase rodar sobre las aguas tranquilas , como una gala sobre una alfombra ; y pasaba del agua luminosa, donde se banaba la luna, al agua obscura, sombreada por el ramaje, tiri- tando como si abandonara un paraje inundado de sol, y sintiese el frio de las ramas en la nuca. Ocultabase para desnudarse entonces. Ya en el agua, permanecia silenciosa; no queria que la tocase Silverio , y se deslizaba suave- mente su lado, nadando con el suave rumor de un pajaro atravesando por entre el ramaje, 90 E. ZOLA. (5 daba vueltas alrededor de 61 , acometida de vagos temores que no se explicaba. Alejabase cuando 61 la rozaba uno de sus miembros. El rio no tenia para ellos mas que una suave ein- briaguez, una voluptuosa languidez , que los turbaba extranamente. Guando salian del bano, experimentaban somnolencias, desfallecimien- tos. Sentianse como sin fuerzas. Mietta tardaba mas de una hora en vestirse. Desde luego, po- niase solo la camisa y una enagua , y perma- necia asi, sentada sobre la hierba, quejandose de cansancio, llamando a Silverio, que se en- contraba a pocos pasos de alii , con la cabeza vacilante y los miembros sumidos en una ex- trana y excitante laxitud. Y a la vuelta , habia mas ardor en sus abrazos, sentian mejor a trav6sde sus vestidos sus cuerpos suavizados por el bano, y se detenian lanzando profundos suspiros. El mono de Mietta, humedo todavia, sunuca, sus hombros, despedian un fresco perfume, un puro aroma, que acababan de trastornar al joven. Felizmente, declaro" la nina una noche que no se banaria mas; que el agua fria la subia la sangre a la cabeza. Sin duda decia esto con sinceridad y con inocencia. LA FORTUWA DE LOS ROUfOJf. 91 Volvieron a sus largas conversaciones. Del peligro que acababan de correr sus inocentes a mores , no quedo en el espiritu de Silverio otra cosa que una gran admiracitfn por el vi- gor fisico de Mietta. En quince dias habia aprendido ella a nadar, y con frecuencia, cuando entablaban luchas de velocidad , la habia visto cortar la corriente con brazo tan ligero como el suyo. El, que adoraba la fuerza y los ejercicios corporales, se enternecia al verla tan fuerte , tan potente y tan diestra ; y en su animo penetraba una estimacidn sin- gular hacia sus hermosos brazos. Una noche, despu6s de uno de aquellos primeros banos que los ponian tan contentos , habianse cogido por la cintura , en una lengua de arena , y lu- charon durante algunos minutos , sin que Sil- verio pudiese veneer a Mietta; luego, el joven perdio el equilibrio, y qued6 encima la nina. Su enamorado la trataba como a un chico, y aquellas marchas forzadas , aquellas carreras locas a traves de los prados , aquellos nidos cogidos en las cimas de los arboles , aquellas luchas, todos aquellos juegos violentos, fueron lo que les protegid durante tanto tiempo, 6 92 E. ZOLA. impidieron que sus ternuras estallasen. Habia tambie'n en el amor de Silverio , ademas de su admiracidn por las gracias de su amada, las dulzuras de su tierno coraz6n por los desgra- ciados. fil, que no podia ver un ser abandona- do, un pobre, un nino andando descalzo por los polvorientos caminos sin experimental un sentimiento de piedad, amaba a Mietta porque nadie la amaba, porque llevaba una ruda exis- tencia de paria. Guando la veia reir, se conmo- via profundamente ante su alegria. Ademas, la nina era un salvaje como el, y encontraban otro punto en que entenderse ; en el odio a las comadres del barrio. Sus suenos , cuando du- rante el dia trabajaba en su taller, en las ruedas de los carros , estaban ilenos de gene- rosa locura. Pensaba en Mietta como un reden- tor. Subiansele al cerebro todas sus lecturas; queria llegar a* casarse con su amiga para levantarla a los ojos del mundo ; tomaba como una misidn santa la salvacidn de la hija del presidiario. Tenia la cabeza tan llena de cier- tas Utopias, que no decia sencillamente estas cosas; lanzabase en pleno misticismo social, imaginaba revelaciones de apoteosis , veia a LA FORTDNA DE LOS ROUGON. 93 Mietta sentada en su trono , y a todo el pueblo inclinandose, pidie'adola perdon, cantando sus alabanzas. Dichosamente olvidaba estas cosas asi que Mietta saltaba el muro y le de- cia en el camino : iQuieres que corramos? Apuesto a que no me alcanzas. Pero el joven sonaba despierto la glorifica- ci6n de su amada, y sentia tales ansias de jus- ticia , que con frecuencia la hacia llorar , ha- blandola de su padre. A pesar de los profundos enternecimientos que la amistad de Silverio habia despertado en ella , sentia a veces irri- taciones bruscas, horas malas, en que su natu- raleza sanguinea se rebelaba , haciendola mirar con dureza y apretar los labios. Entonces sos- tenia que su padre habia hecho bien en matar al gendarme, que la tierra es de todo el mundo, y que se tiene el derecho de disparar tiros don- de se quiere y cuando se quiera. Y Silverio, con su voz grave, la explicaba el codigo como el lo comprendia, con extranos comentarios, que habrian hecho ruborizarse a toda la inagis- tratura de Plassans. Estas conversaciones las tenian con frecuencia, en cualquier paraje es- 4 E. ZOLA. condido del prado de Santa Clara. El tapiz de hierba , de un verde obscuro , extendiase hasta perderse de vista, sin que un solo arbol man- chase la inmensa superficie. y el cielo parecia enorme, llenando de estrellas la desnuda re- dondez del horizonte. Los ninos encontrdbanse como mecidos en este mar de verdura. Mietta luchaba mucho tiempo; preguntaba a Silverio si habria sido mejor que su padre se dejase ma- tar por el gendarme, y Silverio guardaba un instante silencio; luego decia que, en tal caso, valia mas ser la victima que el asesino, yque era una gran desgracia matar a un semejante, aun en propia defensa. Para el, la ley era cosa santa ; los jueces habian tenido razon en en- viar a Chantegreil a presidio. La joven se exal- taba; habria pegado a su amigo, y le decia que tenia tan mal corazon como los demas. Y como elcontinuase defendiendo firmemente sus ideas de justicia, acababa la nina por estallar en sollozos , balbuceando que sin duda el se aver- gonzaba de ella , pues que siempre la estaba recordando el crimen de su padre. Estas dis- cusiones terminaban en lagrimas , en una emo- ci6n comun, Pero la joven guardaba siempre, LA FORTUNA DK LOS RODflON. 95 aun llorando , sus salvajes arrebatos. Una vez conto riendo que un gendarme se habia caido del cabaiio y se habia roto una pierna. For lo demas, Mietta no vivia mas que para Silve- rio. Cuando este la preguntaba acerca de su tio y de su primo , contestaba que no sabia nada, y si insistia , por temor de que la hi- cieran muy desgraciada en elJas-Meiffren, de- cia que trabajaba mucho y que nada habia cambiado. Creia , sin embargo , que Justino habia averiguado algo, porque cantaba por las mananas y tenia siempre alegria en los ojos. Pero anadia: fcQue importa? Si alguna vez viene a es- torbarnos, le recibiremos de modo que no le queden ganas de volver a mezclarse en nues- tros asuntos. Sin embargo, algunas veces dejaban los pa- seos por el campo. Volvian siempre al cercado de Saint-Mittre , a la estrecha alameda, de donde los habia n echado las noches calurosas de verano los fuertes olores de las hierbas y las brisas sofocantes. Ciertas noches , la ala- meda estaba mas agradable refrescada por el viento, y podian permaneeer alii sin sentir 96 E. ZOLA. ve>tigos. Experimentaban entonces una calma deliciosa. Sentados sobre una piedra, cerrando sus oidos al ruido de los chicuelos y de los bohemios , encontrdbanse como en su casa. Silverio habia amontonado con mucho traba- jo los pedazos de huesos y de craneos , y se complacian en hablar del antiguo cementerio. Vagamente , con su viva imaginacion, decianse que su amor habia arraigado como planta robusta en aquella tierra fertilizada por la muerte. Habia crecido alii del mismo modo que aquellas hierbas , y habia florecido como aquellas ainapolas que la menor brisa agitaba en sus tallos , parecidas a corazones abiertos y sangrando. Yse explicabanlos tibios soplos que rozaban sus frentes, los crujidos que se escu- chaban en la sombra, el estremecimiento que sacudia la alameda, diciendo que eran los muertos, que les hablaban de sus pasiones heladas; los muertos, que les coutaban su noche de bodas ; los ruuertos , que se movian en la tierra acometidos de un furioso deseo de amar , de volver a comenzar su amor. Aquellas osamentas estabanllenas de ternura para ellos; los rotos craneos se caldeaban al fuego de su LA FORTUXA DE LOS ROUGON. 97 juventud; los menores restos los rodeaban de murmullos de una inquieta solicitud, de unos celos qua los estremecian. Y cuando se alejaban, el viejo cementerio lloraba. Aquellas hierbas que se les enredaban en los pies , que los hacian vacilar, eran dedos delgados, afila- dos en la tumba , salidos de la tierra para rete- nerlos, para echarles a uno en brazos del otro. Aquel olor acre y penetrante que exhalaban los tallos rotos, era el perfume fecundante , la sa- yia poderosa de la vida que elaboran lenta- mente los feretros, y que enciende en deseos a los amantes perdidos en la soledad de los senderos. Los muertos, los viejos muertos, querian la boda de Mietta y de Silverio. Jamas sintieron miedo los jdvenes. La teriiura flotante que adivinaban en derredor los penetraba, haciendoles amar a los seres invisibles, cuyo murmullo creian sentir con frecuencia, parecido a un ligero batir de alas. Sentianse entristecidos sencillamente por una dulce tristeza , y no comprendian qne querian de ellos los muertos. Contiuuaban viviendo en sus inocentes amores, en medio de aquella oleada de savia,en aquel rincondel abandonado TOMO II. 7 98 E. ZOLA. cementerio, donde la tierra grasienta sudaba la vida,y que exigiaiinperiosamentesu union. Las voces que siinulaban en sus oidos, los calores siibitos que hacia acudir toda su sangre alros- tro, se lo decian bieu claro. En aquellos dias en que el clamor de los muertos se acentuaba mucho, Mietta, llena de fiebre y de languidez, medio tendida sobre la piedra sepulcral , mi- raba a Silverio con mirada tierna , como dicien- dole: <^Que quieren? &Por qu6 infiltran este fuego en mis venas? Y Silverio , destrozado, trastornado , no se atrevia a repetir las ardien- tes palabras que creia escuchar en los aires, los locos consejos que le daban las altas hier- bas, las siiplicas de la alameda entera, de las tumbas mal cerradas, ansiosas de servir de talamo a los amores de aquellos dos ninos. Interrogabanse con frecuencia acerca de las osamentas que descubrian. Mietta, con su ins- tinto de mujer, adoraba los asuntos lugubres. A cada nuevo hallazgo, hacian suposiciones iuterminables. Si el hueso era pequeiio , ella hablaba de una joven tisica , 6 arrebatada por una tiebre la visperadel matrimonio; si el hueso era grande, pensaba en algiin viejo,unsoldado, LA FORTUNA BE LOS ROCGON. 99 un juez, algun hombre terrible. Sobre todo, se ocuparon nmcho tiempo de la piedra sepulcral. Una noche de luna, Mietta habia distinguido en una de sus caras letras a medio borrar. Fue' precise que Silverio , coil su cuchillo , quitase el musgo que las cubria , y leyera esta inscrip- tion : Aqui yace.... Maria.... muerta.... Y Mietta , encontrando su nombre en aquella piedra, se estremecid. Silverio la llamo tonta; pero ella no pudo contener sus lagrimas. Dijo que habia sentido un golpe en el pecho, que moriria muy pronto , que aquella piedra seria para ella. El joven se sintio estremecer a su vez. Sin embargo, tratd de burlarse de la joven. jComo ! j Ella, tan valiente, pensaba en pareci- das ninerias! Acabaron por reirse; y despues evitaron volver a hablar de esto. Pero en las horas de melancolia, cuando el cieio nublado entristecia la alaineda, Mietta no podia dejar de nombrar a aquella muerta , aquella Maria desconocida, cuya tumba les habia servido tanto tiempo de punto de cita. Los huesos de la pobre joven estaban acaso alii; y una noche tuvo el extrano capricho de que Silverio le- vantase la piedra para ver lo que habia debajo. 100 B. ZOLA. Silverio rehuso cometer aquel sacrilegio, y aquella negativa mantuvo los pensamientos de Mietta sobre el querido fantasma que llevaba su nombre. Queria absolutamente que hubiera muerto a su edad, a los trece anos, en pleno amor. Apiadabase hasta de la piedra , de aque- lla piedra que ella pisaba, donde se habian sentado tantas veces, piedra helada por la muerte, y que ellos habian calentado con su amor. Mietta anadid : Ya veras c6mo esto nos acarrea alguna desgracia.... Si tii murieras, yo vendria amo- rir aqui, y querria que echaran esta piedra sobre mi cuerpo. Silverio, con la garganta oprimida, la renia por pensar en cosas tristes. Y asi fu6 como durante dos anos se amaron en la estrecha alameda y en la abierta campi- na. Su idilio atravesd las heladas lluvias de Diciembre y las ardientes solicitaciones de Ju- lio , sin descender a la verguenza de los amo- res comunes ; ella conserve su exquisito en- canto de cuento griego, su ardiente pureza, todos los inocentes balbuceos de la came que desea y que ignora. Los muertos , los mismos LA FORTUNA BE L8 ROUGON. 101 viejos muertos , murmuraron en vano a sus oidos. No sacaron del antiguo cementerio mas que una tierna melancolia y el vago presenti- miento de una corta vida ; una voz les decia que moririam con sus ternuras virgenes antes de sus bodas , el dia en que quisieran entre- garse el uno al otro. Alii fue, sin duda, sobre aquella piedra sepulcral, en medio de las osa- mentas escondidas entrelas alias hierbas, don- de respiraron su amor de la muerte , aquel agudo anhelo de dormirse juntos en el seno de la tierra que les hacia balbucear a la orilla del camino de Orcheres , aquella noche deDiciem- bre, mientras que las dos campanas cambiaban sus tristes lamentos. Mietta dormia tranquila , con la cabeza en el pecho de Silverio , mientras que 61 sonaba en las citas lejanas, en aquellos hermosos anos de continue encanto. Al amanecer despertd la joven. Ante ellos extendiase el valle lleno de luz bajo un cielo puro. El sol no habia su- bido aiin sobre las colinas. Una claridad de cristal, limpida yhelada como aguadefuente, dibujaba los horizontes belados. A lo lejos, el Viorne, parecido a una cinta blanca ; perdiase 112 E. ZOLA. en mediodelas tierras rojasy amarillas. Aque- llo era una perspectiva de masas grises de olivares , de vinedos parecidos a grandes pie- zas de tela rayada, toda una comarca agran- dada por la pureza del aire y la setenidad del frio. El viento que soplaba tenuemente habia helado el rostro de los jovenes. Se levanta- ron vivamente, animados , contentos por la claridad del amanecer. La noche se habia lle- vado sus tristezas , y miraban con ojos en- cantados el circulo inmenso de la llanura , y escuchaban el sonido de las canipanas, que les parecian anunciar alegremente la alborada de un dia de fiesta. i Ah ! j qu6 bien he dormido ! (exclamo Mielta.) He sonado que me abrazabas.... Di, ^,me has abrazado? Es posible (conlesto Silverio riendo). No tenia calor. Hace un Mo atroz. Yo no siento frio ma's que en los pies. Puesbien, corraiuos.... Aun tenemosque andar dos leguas largas. Asi te calentaras. Brijaron la cuesta , y ganaron el camino corriendo. Luego, cuando estuvieron abajo, alzaron la cabeza, como para decir adids a aque- LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 103 lla roca sobre la cual habian llorado , al abra- sarse los labios con un beso. Pero no volvieron a hablar de aquella ardiente caricia que habia puesto en sus ternuras un deseo nuevo, vago todavia, que no se atrevian a formular. Ni se cogieron del brazo con el pretexto de andar inas de prisa. Andaban alegremente, algo con- fusos, sin saber por que, cuando se encontra- ban sus miradas. El dia avanzaba. El joven, a quien su maestro habia enviado aigunas veces a Orcheres , tomaba sin vacilar los buenos senderos, los mas directos. Hicieron asi mas de dos leguas. Mietta acusaba a Silverio de haberla extraviado. Con frecuencia, durante cuartos de hora enteros , no veian ni un trozo de horizonte, sino largas filas de almendros, cuyas ramas desnudas se destacaban sobre el palido cielo. De pronto desembocaron precisamente de- lante de Orcheres. Gritos de jiibilo, rumor de muchedumbre llegaban hasta ellos, distintos en el aire sereno. La banda insurrecta aca- baba de entrar en el pueblo. Mietta y Silverio entraron con los rezagados. Nunca habiau vis- to un entusiasmo parecido. En las calles se 104 E. ZOLA. hubiera dicho que era dia de procesidn, & cuyo paso se cuelgan las ventanas con las mas ricas telas. Se festejaba a los insurrecios como a libertadores. Los hombres los abrazabaii, y las mujeres les traian viveres. En las puer- tas lloraban los viejos. Alegria completamen- te meridional, que se manifestaba de un modo ruidoso, cantando, bailando, gesticulando. Al pasar Mietta, fue envuelta en un corro que bailaba en la Plaza Mayor. Silverio la siguio. En aquel momento no se acordaba de sus ideas de muerte. Queria batirse, vender, al menos, cara su vida. La idea de la lucha lo embriagaba de nuevo. Sonaba en la victoria, en la vida fe- liz con Mietta, en la gran paz de la Republica universal. Este fraternal recibimiento de los habitan- tes de Orcheres, fue la ultima alegria de los insurrectos. Pasaron el dia en una gran con- fianza y en una esperanza sin limites. Los prisioneros, el comandante Sicardot, los seno- res Gargonnet, Peirotte y los demas, que ha- bian sido encerrados en una sala del Ayunta- miento, cuyas ventanas daban a la Plaza Mayor, miraban con sorpresa y susto aque- LA FORTUtfA DE LOS ROOGON. 105 lias danzas, aquellas corrientes de entusiasmo. jQue" descamisados ! (murmuraba el Go- mandante, apoyado en el aDtepecho de la reja coruo en el palco de un teatro) : \j decir que no vendran una 6 dos baterias para barrer esta canalla ! Cuando vid a Mietta , anadid , dirigiendose al senor Gargonnet : Mirad, senor Alcalde, aquella muchachue- laroja. Esto es una vergiienza. Se han traido con ellos a sus hijos. For poco que esto conti- nue , vamos a ver buenas cosas. El senor Garconnet movia la cabeza , ha- blando de las pasiones desencadenadas y de los peoresdias de nuestra historia. M. Peirot- te, bianco como el papel, permanecia silen- cioso: solo abrid la boca para decir aSicardot, que continuaba hablando amargamente : ;Mas bajo, por Dios! j Vais a hacer que nos destrocen ! La verdad era que los insurrectos irataban a aquellos senores con la mayor dulzura. Has- ta les hicieron servir por la noche una exce- lente comida. Mas para miedosos como el jefe econdmico , tales atenciones eran espantosas : 106 E. ZOLA. los insurrectos no debian tratarlos tan bien, mas que con el objeto de encontrarlos mas gordos y mas tiernos para coune'rselos. Ai obscurecer, Silverio se encontrd frente a frente con su primo , el doctor Pascual. El sabio habia seguido a la coluinna a pie, hablando en medio de los obreros que le veneraban. Desde el principio se habia esforzado en disuadirlos de la lucha; despues, como convencido por sus discursos : Acaso teneis razdn (les habia dicho con su sonrisa de indiferencia afectuosa ) ; batios, que yo estar6 a vuestro lado para componeros los brazos y las piernas. Y por la manana se puso tranquilamente a recoger por el camino guijarros y plantas. Des- esperdbase por no haber traido su martillo de gedlogoy su caja de botanico. A aquellas horas llevaba los bolsillos llenos de piedrasy debajo del brazo grandes paquetes de largas hierbas. jCallel^Eres tii, muchacho? (exclamd al ver a Silverio.) Yo creia ser aqui el unico de la familia. Pronuncid estas ultimas palabras con al- guna irouia. Silverio se alegrd mucho de en- LA FORTUNA D* LOS ROUGON. 107 contrar a su primo. El Doctor era el rinico de los Rougon que le estrechaba la mano en la calle y que le mostraba una sincera amistad. Asi , al verlo cubierto todavia del polvo del ca- mino , y creyendole adicto a la causa republi- cana, el joven manifesto un vivo placer. Ha- blole de los derechos del pueblo , de su causa santa, de su triunfo asegurado, con enfasis ju- venil. Pascual lo escuchaba sonriendo : exa- minaba con curiosidad sus gestos , la ardiente expresidn de su fisonomia, como hubiera es- tudiado a un eiifermo , diciendo con entusias- mo , al ver lo que habia en el fondo de aquella generosa fiebre : iC6mo hablas, como hablas! jEres el nieto de tu abuela ! Y anadid en voz baja, con un tono de qui- mico que toma uotas : Histerismo 6 entusiasmo, locura vergon- zosa 6 locura sublime. jSiempre esos diablos de nervios ! Despues , concluyendo en voz alta , y como resumiendo su pensamiento : La familia est completa (anadio). Ten- dra un h^roe. 108 E. ZOLA. Silverio no habia oido; seguia hablando de su querida Repiiblica. Mietta se habia detenido a algunos pasos , envuelta siempre en^su gran capote ; no abandonaba a Silverio ,y habian recorrido toda la poblacidn cogidos del brazo. Aquella muchacha acabd por despertar la cu- riosidad de Pascual , que interrumpid brusca- mente a su primo, preguntandole : ^Quien es esa joven que esta contigo? Es mi mujer, respondid Silverio grave- mente. El Doctor abrid desmesuradamente los ojos ; no comprendia. Y como era muy timido con las mujeres, envid a Mietta, al alejarse, un saludo con su sombrero. La noche fue intranquila; corria mal vien- to para los insurrectos. Las tinieblas parecian haberse llevado el entusiasmo y la confianza de la vispera. Por la manana, los rostros esta- ban sombrios ; cambiabanse miradas tristes , y reinaba el silencio del decaimiento. Corrian rumores espantables ; las malas noticias que los jefes habian tratado de ocultar, se habian esparcido sin que nadie hubiesehablado, difun- didas por esa boca invisible que con su alien to LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 109 infunde el panico en las multitudes. Corrian voces de que estaba vencido Paris , y que se habian rendido las provincias; y anadian que numerosas tropas , partidas de Marsella, bajo las drdenes del coronel Masson yM.de Ble- riot , prefecto del departamento , avanzaban a marchas forzadas para destruir Jas partidas insurrectas. Aquel fu6 un despertar lleno de c61era y desesperacion. Aquellos hombres, que el dia antes ardian en tiebre patriotica, se sin- tieron helados con el gran frio de la Francia sometida, arrodillada vergonzosamente. \ So- los ellos habian tenido el heroismo del deber! En aquel instante encontrabanse perdidos en medio del espanto de todos, en el silencio mortal del pais : eran unos rebeldes ; se les iba a cazar a tiros como a bestias feroces. Habian sonado en una gran guerra , en la revolution de un pueblo , en la conquista gloriosa del de- recho. Ante la derrota y el abandono , aquel punado de hombres Ilor6 su fe muerta , su sue- no de justicia desvanecido. Hubo quien, inju- riando a toda la Francia por su cobardia , tiro sus arinas , y fu^ a sentarse a la orilla del ca- mino, diciendo que alii esperaria las balas de lit B. ZOLA. la tropa, para mostrar c6mo morian los repu- blicanos. Aunque aquellos hoinbres no teniaii delante de si mas que el destierro 6 la muerte, hubo pocas deserciones. Una admirable soli- daridad unia aquellas filas. La cdlera era contra los jefes , que eran incapaces realmente. Habian cojnetido faltas inseparables ; y luego, acobardados, sin disciplina, protegidos apenas por algunos centiiielas, bajo las tfrdenes de bombres irresolutos , los insurrectos se encon- traban a merced de los prirneros soldados que se presentasen. Todavia permanecieron dos dias en Orche- res , el martes y el miercoles , perdiendo el tiempo y agravando su situacion. El general, el hombre del sable, que Silverio habia mos- trado a Mietta en el cainino de Plassans, va- cilaba bajo la terrible responsabilidad que pesabasobre 61. El jueves juzgtf que decidida- mente era peligrosa la posicion de Orcheres. Hacia la una dio la orden de partir , y condujo su pequeno ej6rcito a* las alturas de Sainte- Roure. Aquella era, por lo dema's, una posi- ci6n inexpugnable para quien bubiera sabido defenderla. Sainte-Roure esparce sus casas LA FORTUNA DE LOS ROUGON. Hi por la falda de una colina; detras del pueblo, enormes rocas cierran el horizonte ; no se pue- de subir a esta especie de ciudadela sino por la llanura de Nores, que se extiende por bajo de la meseta. Una explanada, de la que se ha hecho un paseo, plantado de soberbios olmos, domina la llanura. En esta explanada acampa- ron los insurrectos. Los presos tuvieron por carcel una posada, el hotel de la Mula-Blanca, situada en medio del paseo. La noche fue me- drosa y obscura. Se habld de traicidn. Por la manana , el hombre del sable , que habia olv ; - dado tomar las mas sencillas precauciones, paso una revista. Las fuerzas estaban alinea- das, volviendo la espalda a la llanura , con su extrana inezcla de trajes de todas formas y colores, cenidos por rojos cinturones; las ar- mas, bizarramente confundidas, brillaban al sol, cuando en el momento en que el improvi- sado general pasaba a caballo por delante del pequeno ejercito, un centinela, colocado entre unos olivares, corrio gesticulando y gritando: i Los soldados ! \ los soldados ! La emocion fue indecible. Al priucipio cre- yose una falsa alaruia. Los insurrectos , olvi- t 112 E. ZOIA. dando toda disciplina, se lanzaron hacia ade- lante y corrieron al horde de la explanada para ver a los soldados. Se rompieron las filas. Y cuando aparecid la linea obscura de la tropa correcta , con el brillo de las bayo- netas, detras de la cortina gris de los olivos, hubo un mtfmento en que todo el mundo retro- cedid, y se produjo una confusidn , que hizo recorrer un estremecimiento de panico de un extremo a otro de la llanura. Sin embargo, en el centro del paseo, La galud y Saint-Martin de Vaulx, se habian rehe- cho y se mostraban firmes y valientes. Un car- nicero, ungigante, cuya cabeza sobresalia por encima de la de sus companeros, gritaba agi- tando una bandera roja: ;A nosotros, Gha- vanoz, Graille, Poujols, Saint-Eutrope ! jA nosotros, las Tulettes! jAnosotros, Plassans! Por la llanura atravesaban grandes corrien- tes de muchedumbre. El hombre del sable, rodeado de las gentes de Faverolles, se alejo rodeadode campesinos de Vernoux, Gorbiere, Marsanney Pruinas, para envolver al enemigo yatacarlodeflanco.Por otra parte,Valqueyras, Nazere , Gastel-le-Vieux , las Roches-Noires, LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 113 Murdaran, se lanzaron por la izquierda, y se dispersaron en guerrillas por la llanura de Nores. Y mientras que el paseo quedaba desierto, los pueblos , las aldeas que el carnicero habia llamado en su ayuda, sereunian, formando bajo los olmos una masa obscura , irregular, agru- pada fuera de todas las reglas de la estrategia, pero que habia rodado alii como una roca, para impedir el paso 6 morir. Plassans se encontraba en medio de este heroico batallon. En la mancha gris de las blusas y de las cha- quetas, en la masa de azulado brillo de las armas, el capote deMietta, que sostenia la ban- dera con las dos manos , era como una mancha roja, semejante a una herida recien hecha y sangrando. Reino de pronto un prof undo silencio. En una de las ventanas de la Mula- Blanca apa- recitf la cabeza de M. Peirotte , hablando y ges- ticulando. Escondeos, cerrad la ventana (gritaron con furia los insurrectos) : vais a haceros matar. Cerrose apresuradamente la ventana, y ya TOMO II. 8 U4 E. ZOLA. no se oy6 mas que el cadencioso paso de los soldados que se aproximaban. Transcurritf un minuto interminable. La tropa habia desaparecido , ocultandose en un repliegue del terreno, y bien pronto vieron los insurrectos , por el lado de la llanura , al ras del suelo, las puntas de las bayonetas que se movian y se agrandaban , brillando a la luz del sol naciente, como un campo de mieses de espigas de acero. Silverio, en aquel mo- mento de fiebre que le estremecia , creytf ver pasar ante si la imagen del gendarme cuya sangre le habia manchado las manos; sabia t por los relates de sus companeros, que Ren- quede no habia muerto, que solo tenia un ojo saltado; y lodistinguia claramente, con su or- bita vacia , sangrienta , horrible. El recuerdo de aquel hombre, en el que no habia pensado desde su salida de Plassans, le era insoporta- bie. Temia tener miedo, y apretaba violenta- mente sucarabina, con los ojos velados por una nube , ardiendo en deseos de descargar su ar- ma, de hacer pedazos a tiros aquella imagen. Las bayonetas seguian subiendo lentamente. Cuando las cabezas de los soldados apare- LA. FORTCNA DE LOS ROUGON. ilo cieron al horde de la explanada , Silverio , con un movimiento instintivo, volvidse hacia Miet- ta. Alii estaba ella, erguida , con su cara de rosa, destacandose sobre los rojos pliegues de la bandera ; alzabase sobre la punta de los pies para ver la tropa; una contracci6n nerviosa hacia estremecer su nariz , y mostraba sus blancos dientes de lobezno entre el rojo de sus labios. Silverio la sonreia, y aiin no habia vuelto la cabeza, cuando estallo una descarga. Los soldados , de los cuales apenas se veian todavia los hombros , acababan de hacer sus primeros disparos. Pareciole a Silverio que un huracan pasaba sobre su cabeza , al mismo tiempo que una lluvia de hojas cortadas por las balas caia de los olmos. Un ruido seco, semejante al de una rama seca que se troncha, la hizo mirar a su derecha , y vio al carnicero, cuya cabeza sobresalia por encima de las de los demas , con un agujero negro en medio de la frenle. Entonces descargtf su carabina, sin apuntar, la volvio a cargar, y tiro de nuevo. loco, furioso, como una fiera que no piensa en nada , que sdlo trata de malar. Ni siquiera veia a los soldados ; entre los olmos flotaba una hu- i!8 E. ZOLA. mareda semejante a un trozo de muselina gris, Las hojas seguian lloviendo sobre los insurrec- tos; la tropa tiraba muy alto. A cada instante, enire el estre'pito de las descargas , el joven oia un suspiro, un sordo gemido ; en el centro de la banda formo'se una especie de cuadro, en donde se hacia sitio al desgraciado quecaia, agarrandose d los hombros de su yecino. El fuego durd diez mioutos. Despues, enlre dos descargas, un hombre grito : jSalvese quien pueda!, con acento de terror. Escucharonse rugidos, murmullos derabia, que decian: jCobardes ! ;0h! jCo- bardes!Circulabanrumores siniestros: eljefe habia huido; la caballeria acuchillaba a los in- surgentes disperses en la llanura de Nores. Y los disparos no cesaban , rasgando la huma- reda con resplandores subitos. Una voz ruda re- p3tia que era precise morir alii. Pero otra voz r la voz del terror, gritaba mas alto: <^Salvese quien pueda! Unos huyeron, arrojando sus armas , sal- tando por encima de los muertos ; otros estre- chaban las filas. Quedaron unos diez insu- rrectos. Dos de ellos huyeron 'tambien, y de I..V FORTCXV DE [,0* !lOUGOX. t i r los otros ocho, tres fueron muertos a la vez. Los dos ninos se habian quedado maqui- nalmente v sin comprender nada. A medida quo el batallon disminuia , Mietta alzaba mas la bandera , y la tenia como un gran cirio , de- lante de si, con los pufios apretados. Estaba acribillada a balazos. Guando Silverio no tuvo ya mas cartuchos en los bolsillos, ceso de dis- parar, y miro su carabina con aire estiipido. En aquel mismo momento paso una sombra por delante de sus ojos, como si un pajaro colosal le hubiera rozado la frente con sus alas; y alzando los ojos, vio que la bandera caia de las manos de Mietta. La nina , con los dos punos apretados sobre el pecho y el rostro ex- presando un sufrimiento atroz , se retorcia convulsa. No lanzd ni un grito, y desplomose sobre la roja ensena. jLeyantate, y ven pronto ! dijo Silverio, tendiendola la mano, con la cabeza perdida. Pero Mietta no se movid; tenia los ojos muy abiertos, y no decia una palabra. Silve- rio comprendio, y se arrodilld. feEstas herida? (dijo.) ^En donde? Mietta no contesto; mirabale con los ojos 118 E. ZO!,A. desmesuradamente abiertos, sacudida por li- geros estremecimientos. Entonces 61 la separo las manos. Es aqui, ^no es verdad? Y desgarrandola el corpino , descubrio su pecho. Bused, y no encontrd nada. Sus ojos se llenaron de lagrimas. Despues , bajo el pecho izquierdo, noto ua agujerito rosado; una sola gota de sangre manchaba la piel. Esto no sera nada (balbuceo); voy a bus- car a Pascual, y te curara. jSi pudieras levan- tarte!.... &No puedes? Los soldados ya no disparaban ; se habian lanzado por la izquierda en persecucion de los grupos que seguian al hombre del sable. En medio de la explanada solitaria , solo estaba Silverio, arrodillado ante el cuerpo de Mietta. Con la terquedad de la desesperacidn , la habia cogido entre sus brazos. Queria ponerla en pie; pero la nina experimento tal sacudida de do- lor, que volvid a dejarla en el suelo. Silverio la suplicaba : jHablame, te lo ruego! ^Por que no dices nada ? La infeliz no podia. Agito las manos con un L\ FORTDNA DE LOS ROUGOX. 119 movimiento dulce y lento, para decir que no te- nia la culpa. Sus labios , apretados , se adelga- zaban ya bajo el dedo de la muerte. Con los cabellos sueltos y la cabeza entre los pliegues sangrientos de la bandera , ya no tenia vida mas que en sus negros ojos, que brillaban sobre el bianco rostro. Silverio sollozaba. Aquellas miradas le hacian dano. Veia en ellasunades- pedida de la vida. Mietta le decia que partia sola, antes de sus bodas; que se iba sin ser su mujer ; deciale tambien que era ei quien habia querido esto, que debi<5 amarla como todos los mozos aman a las jdvenes. En su agonia, en aquella ruda lucha que su naturaleza san- guinea sostenia con la muerte , lloraba su vir- ginidad. Silverio, inclinado sobre ella , com- prenditf los amargos sollozos de aquella carne ardiente. Oyo a lo lejos las solicitaciones de las viejas osamentas; recordd las caricias que habian quemado sus labios por la noche a ori- llas del camino: ella se colgaba a su cuello, le pedia todo el amor , y el no habia sabido dar- selo; dejaba partir a aquella nina desespe- rada por no haber gustado las voluptuosidades de la vida. Entonces , desolado por veria no 120 E. ZOLA. llevar de el mas que un recuerdo de nino y de buen camarada , beso su pecho de virgen, aquella gargaiita casta y pura que acababa de descubrir. Jamas habia visto aquel seno que se estremecia , aquella admirable pubertad. Las lagrimas abrasabansus labios, y apreto suboca, sollozando, sobre la piel de la nina. Sus besos de amante animaron con una postrera alegria los ojos de Mietta. Se amaban , y su idilio se desenlazaba en la muerte. Pero no podia creer que ella muriese , y decia : No; ya veras como esto no es nada.... No babies si te duele.... Espera ; voya levantarte la cabeza ; despu6s te calentare : tienes las ma- nos heladas. Las descargas volvian a comenzar por la izquierda , entre los olivares. Sordo rumor del galopar de la caballeria subia de la llanura de Nores. Y a cada instante oianse gritos dehom- bres a quienes se acuchillaba sHi piedad. Lle- gaban espesas humaredas arrastrandose bajo los olmos de la explanada. Pero Silverio ni oia, ni veia. Pascual, que bajaba corhendo hacia la llanura , lo vid, y creydle herido. Asi LA PORTUNA DE LOS ROUGOV. 121 que el joven lo reconocio , se agarro a el y le mostro a Mietta. Miradla (decia) : esta herida , aqui , debajo del seno.... jAh! jQuebueno sois por haber ve- nido; vos la salvareis! En aquel momento la moribunda tuvo una ligera convulsion. Una sombra dolorosa pas6 por su rostro , y de sus apretados labios , que se abrieron , salio un debil suspiro. Sus ojos, siempre muy abiertos , quedaron clavados en el joven. Pascual , que se habia inclinado , se levan- td, diciendo a media voz: Esta muerta. i Muerta ! Aquella palabra hizo tambalear- se a Silverio. Se habia vuelto a arrodillar, y cayd como derribado por el debil suspiro de Mietta. i Muerta! jrnuerta ! (repetia.) No es ver- dad, me mira.... Ved bien como me mira. Y cogid al medico, pidiendole que no se fue- se , atirmandole que se enganaba ; que Mietta no estaba muerta , y que el podia salvarla si queria. Pascual lucho dulcemente , diciendo con su voz afectuosa : 122 15. ZOLA. Nada puedo hacer ; otros me esperan.... D6jame, pobre nino; esta muerta. Silverio volvid a caer. j Muerta ! \ muerta ! i Esta palabra resonaba en su cabeza vacia ! Cuando estuvo sdlo , se arrastrd hacia el cadaver. Arrojdse sobre el, puso la cabeza sobre aquella garganta desnuda, y la band con sus lagrimas. Estaba loco. Apretd furio- samente sus labios sobre la redondez naciente de aquellos pechos ; les transmitia con un beso todo su fuego, toda suvida, como para resuci- tarla. Pero la nina permanecia fria a sus cari- cias. Sentia aquel cuerpo inerte abandonado entre sus brazos. Le acometio el espanto , y acurrucandose, con el rostro trastornado y los brazos caidos , permanecid alii , repitiendo es- tupidamente : Esta muerta , pero me mira ; no cierra los ojos; me ve, me ve.... Aquella idea le infundid una gran dulzura. Cambid con Mietta una larga mirada : leyendo siempre en aquellos ojos, hacia la uiuerte mas profunda la ultima despedida de la nina llo- rando su virginidad. Entretanto , la caballeria seguia acuchi- LA FORTUSA DE LOR ROUGON. 123 llando a los fugitives en la llanura de los No- res ; el galope de los caballos , los gritos de los moribundos alejabanse, iban desvaneciendose como una musica lejana, llevadospor elaire pu- ro. Silverionosabiayaque continuabala lucha. No vio a su primo que subia la cuesta , y que atravesaba de nuevo el paseo. Al cruzar Pas- cual junto a el, cogio la carabina de Macquart, que Silverio habia arrojado ; la conocia , por haberla visto colgada en la chimenea de tia Dida , y pensaba salvarla de las manos de los vence- dores. Apenas habia entrado en la posada de la Mula-Blanca, donde habian sido conducidos muchos heridos , cuando una oleada de insu- rrectos, a quienes daba caza la tropa como a fie- ras, invadio la explanada. El hombre del sable habia huido ; solo- se batian ya los ultimos dis- persos en la campina. El coronel Masson y el prefecto M. Bleriot se apiadaron, y ordenaron vanamente la retirada. Los soldados, furio- sos, continuaban tirando y clavando a los fu- gitives contra las paredes abayonetazos. Cuan- do ya no tuvieron enemigos delante, acribi- llaron a balazos la fachada de la Mula- Blanco, . Los pestillos saltaban ; una ventana, que estaba 124 entreabierta, fue arrancada con ruido estriden- te. En el interior gritaban : j Los prisioneros! jLos prisioneros ! Pero la tropa no oia, y se- guia disparando. Vidse un momento al coman- dante Sicardot aparecer y hablar , moviendo los brazos. A su lado el jefe econdmico , M. Pei- rotte, mostrd su cuerpecilloy su cara asustada. Todavia sond otra descarga, y el burgues cay6 a tierra como una masa. Silverio y Mietta se miraban. El joven se- guia inclinado sobre la muerta , en medio de las descargas y de los gemidos de agonia, sin vol- ver siquiera la cabeza. Solo sintid que por alii habia hombres, y experimentd un sentimiento de pudor : echo sobre Mietta los pliegues de la bandera , cubriendo su pecho desnudo. Pero la lucha habia acabado. La muerte del jefe econdmico calm6 a los soldados , que re- corrian todos los rincones de la explanada para no dejar escapar a ningun insurrecto. Un gen- darme vid ^ Silverio, acercdsele, y al verle tan nino , le preguntd : tQue' hapes ahi, galopin? Silverio , con los ojos puestos en los ojos de Mietta, no contestd. LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 125 jAh, bandido; tienes las manos enne- grecidas por la pdlvora! (grit6 el gendarme, que se habia inclinado.) jVamos, arriba, ca- nalla ! Y como Silverio , sonriendo vagamente, no se moviera, el gendarme se fijo en que aquel caddver que se encontraba envuelto en la ban- dera era el cadaver de una mujer. i Una hermosa joven ; bien esta ! . . . . (mur- murd.) iTu querida , eh? jPerdido ! Despues anadio con su sonrisa de gen- darme : i Vamos , arriba ! . . . . Ahora que esta muer- ta, ya no puedes dormir con ella. Y tiro violentamente de Silverio ; lo puso en pie , y lo arrastro como un perro al cual se lleva por una pata. Silverio se dejo conducir, con una obediencia de nino. Volvitfse , y mir6 a Mietta. Se desesperaba por dejarla sola bajo los arboles. Mirola de lejos por ultima vez. La muerta quedaba alii , casta , con la cabeza ligeramente inclinada sobre la roja bandera y los grandes ojos fijos en el espacio. VI. A las cinco de la manana se atrevio Rougon a salir de casa de su madre. La anciana habfase dormido en una silla. Poco a* poco avanzo el pri- merohasta la esquina del callejdnde Sain t-Mittre. No se percibfa el ma's leve rui'do, ni se vefa una sombra. Sigui6 hastalapuerta de Roma.Elhueco de la puerta , abierto de par en par , se hundia en la ciudad adormecida. Plassans dormfa a* pier- na suelta , sin preocuparse gran cosa de la im- prudencia que cometfa dejando asf abandonadas las puertas. Parecfa una poblacidn muerta. Pe- dro , cobrando cada vez mayores a*nimos, se aventur6 por la calle de Niza. Desde lejos escu- drinaba todas las bocacalles , y en cada portal pareciale ver una partida de insurrectos resuel- 428 E. ZOLA. ta a echa*rsele encima. Asi Ileg6 al paseo de Sauvaire , sin ma's tropiezos que los sobresaltos consiguientes su pusilanimidad. Era induda- ble : los insurrectos se habfan desvanecido en las tinieblas como una pesadilla. Pedro se par6 un instante en la desierta ca- lle. Lanzd un largo suspiro de desahogo y de triunfo. For fin, los vagabundos aquellos le de- jaban libre a Plassans. La ciudad le pertenecia. Durmiendo como una tonta, obscura, tranquila y muda, se le ofrecia de suerte que, para obte- nerla, bastbale alargar la mano. Aquel peque- no reposo,aquella investigacitfn de hombre supe- rior en medio del suenode toda una subprefectu- ra, le llenaron el animo de regocijo. Cruzado de brazos, en la actitud de un famoso capital la vfspera deuna gran batalla, permanecio* breve espacio. En su alrededor, solo se percibia el ruido de los chorros de agua de las fuentes , cayendo sonoramente en las pilas. De pronto Je asaltd viva inquietud. jSi por desgracia el golpe estuviera ya dado sin su con- curso! jSi los Sicardot, los Gar Bonnet y los Pei- rotte , en vez de ser presos por la partida insu- rrecta, la tuviesen ya a" buen recaudo en las LA FORTCNA DE LOS RODGON. 129 ca*rceles de la ciudad! Frfo sudor empapo su frente, y ech6 a andar, ganoso de oir de boca de Felfcitas noticias ma's exactas. Pegado a las ca- sas,adelant6 rapidamente por la calle de Banne, cuando un extrano espectaculo que se le ofrecio una de las veces que aizo la cabeza, le dej6 in- movil como una estatua. Una de las ventanas del salon amarillo estaba iluminada, y,en medio de aquel resplandor, una forma negra, en la cual reconocio Felfcitas , se agitaba con muestras de desesperaci6n. Sin saber qu6 le pasaba, ha- cia las mds absurdas suposiciones , lleno de miedo, cuando un objeto duro y sonoro cayo ^ sus pies. Era que su mujer ie echaba la Have del pajar en donde tenfan escondidas las armas. Deshizo el camino, sin comprender por qu6 su mujer le indicaba que no subiera y pensando cosas terribles. Fue derecho a" casa de Roudier, que estaba levantado y dispuesto a salir, pero ignorante de los sucesos de aquella noche. Vivfa en un ex- tremo de la ciudad nueva , en un sitio muy soli- tario , adonde no llego ni el eco ma's leve de la presencia de los insurgentes. Pedro le propuso ir juntos a" buscar ^ Granoux,cuya casa haciaesqui- TOMO II. 9 4 HO ' E. ZOLA. na la calle de Recollets , que fue una de las que atravesaron los insurrectos. Antes de consen- tirles entrar, la criada del consejero parlamentd largo rato, y hasta ellos llegaba la voz del in- quilino, que gritaba desde el primer piso : No abras , Gatalina , que esta~n las calles .infestadas de ladrones. Estaba a obscuras en su alcoba. Guando reco- noci6 a sus dos amigos, se tranquilizo ; pero no quiso que su criada lievase la lmpara, temero- so de que la claridad sirviera de bianco algiin balazo. Pareciale que todavia estaban en la ciu- dad los irisurgentes. Tendido en un sil!6n,en calzoncillos, y con la cabeza envuelta en un pa- nuelo, gemfa : ;Ay, arnigos mfos! Probe ^ dormir, pero hacian tanto ruido, que me tuve que levantar, y me sente en esta butaca. Todo lo he visto. jQue caras! Erari una partida de escapados de presi- dio. For aquf pasaron ; llevaban presos al bravo comandante Sicardot, al digno M. Garconnet yal Inspector de correos, gritando como sal- vajes. Rougon sentfa grande alegria al oir esto. Ofa repetir Granoux que ^ todas las autoridades LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 131 las habfa visto entre las bayoaetas de los insur- gentes. jCuaudo yo os lo digo! (soilozaba el infeliz Granoux). A Peirotte tambien lo prendieroa , y cuando pasaban por debajo de la ventana , le of decir : ;Por Dios , no me hagais dano ! j Debi'an martirizarle!.... jAh! \ Que vergtienza y qu6 horror! Boudier procure tranquilizar Granoux, di- ciendole que la ciudad estaba libre de invasores. Y cuando Pedro le dijo que iban buscarle para salvar a' Plassans, apodertfse de el guerrero en- tusiasmo. Los tres futuros salvadores de la salud piibli- ca deliberaron y resolvieron despertar cada cual todos sus amigos y citarles en el pajar, arsenal secreto de la reaccion. Pedro seguia acord^ndose de los aspavientos de Felfcitas, viendo en todos puntos un peiigro inminente. Granoux, que era, sin duda , el ma's torpe de los tres , t ue el primero quien se le ocurrio que podfan haber quedado algunos republicanos en la ciudad. Rougon, al oirle , tuvo un presenti- miento, y pens6 : En esto debe andar mi hermano Antonio. 132 E. ZOLA. Una hora despues estaban reunidos en el pajar, situado en una calle solitaria. Procurando hacer el menor ruido posible, fueron de puerta en puerta despertando a" todos sus amigos. Pero no lograron reunir mas que cuarenta , que acudie- ron a" lacita sin corbata, con los rostros pdlidos y los ojos sonolientos todavfa. El pajar, arrenda- do por un tonelero , estaba lleno de cascos de barriles y cubas iniitiles. Los fusiles estaban en tres cajones. Unalinternacolocada encimadeuna pipa alumbi aba aquella extrana escena con sus reflejos vacilantes y tenues. Guando Roagon le- vanto ias tapasdelos cajones, ei espectaculo de aquella reunion era a lavez grotescoysiniestro. Sobre los montones de fusiies inclinabanse todas las caras, revelando espanto, y sobrelas paredes ia luz de la linterna dibujaba descomunales nari- ces y mechones enorraes de cabellos erizados. La banda reaccionaria paso re vista, y a I ver cuan pocos eran, un movimiento de vacilacion se expreso en todas ias miradas. Eran treinta y nueve, y si se arriesgaban, corrfau gran peligro deser asesinados ; un padre de farnilia hablo de sus hijos : muchos, sia alegar ningiin pretexto, se encaiainaron hacia la puerta. Pero llegaron LA FORTDNA DE LOS ROUGON. 133 otroS dos conjurados que vivfan en la plaza del Hotel de Ville, y dijeron que no quedaban en el Ayuntarnieato taas que unos veinte republica- nos, y esto did origen nueva deliberaci6n. Guarenta y uno contra veintinueve eran bas- tantes para intentar un golpe de mano. Guando ge distribuyeron los fusiles, hubo un general es- tremecimiento. Rougon entregaba cada cual un fusil, y el contacto de los canones helados produciales a* todos un escalofrio que los penetraba hasta las entranas. Las sombras de los cuerpos se proyec- taban sobre la pared, semejantes a* esos reclutas que pintan los ninos con los diez dedos abiertos y el arma entre ellos. Pedro cerro de nuevo las ca- jas con penajdejaba en ellas ciento nueve fusiies, que de muy buena gana hubiera distribuido; en segaida coinenzo el reparto decartuchos. En un rinc6n de la cuadra habfa dos toneles llenos de municiones, suficientes para defender a* Plassans contra ua ejercito. Gomo estaba obscuro aquel lado del local, uno de los conjurados cogio la linterna para alumbrar; pero otro (un choricero con unas manos^como un gigante) se enfado", diciendo que era una imprudencia acercar la 134 E. ZOLA. luz la poivora. Todos los demas asintieron. Los cartuchos fueroa distribuidos en medio de las ma's profundas tinieblas. Llena>onse todos los bolsillos, hasta haceiios reventar. Luego que estuvieron dispuestos y con los fusiles carga- dos en medio de infinitas precauciooes, pernia- necieron un momenta mirandose entre si, con rostros que revelaban crueldad, cobardi'a y estu- pidez al misino tiempo. For las calles andaban silenciosos, pegados las piaredes. en fila, conio los sal^ajes cuando van a la guerra. Rougon habiase puesto & la cabeza, por ser el sitio de honor; era llegada la hora de exhibir su persona, si queria realizar todos sus planes: & pesar del frio, sudaba y tra- sudaba; pero, por un esfuerzo enorme, conser- vaba un aspecto bastante marcial. Roudier y Granoux le seguian. Dos veces la coluuma se par6 en seco , creyendo oir rnido lejano de corn- bate; pero al convencerse de que procedfa sen- cillamente de las bacfas colgadas en la muestra de un peluquero , que se movi'an agitadas por el viento, ios salvadores de Plassans volvieron a ponerse en marcha, prudentemente , recatdn- dose en la sombra , pero afectando valor y con- f LA FORTCNA DE LOS ROUGON. 135 flanza. Asf llegaron a la plaza del Hotel de Ville. Agrupa'ronse alrededor de Rougon, y de nuevo deliberaron. Eran cerca de las siete de la mana- na; coinenzaba a" rayar el dia , y en la fachada del Ayuntamiento se veia luz en una ventana tan solo. Despues de mas de diez minutos de discusion en voz baja y temblorosa, resolvieronse a ade- lantar hasta la puerta, para enterarse de lo que significaba aquel silencio y aquella obscuridad poco tranquilizadoras. La puerta estaba entor- nada. Uno de los conjurados asomo la cabeza , la re tiro en seguida , y dijo que en el portal habia visto sentado un hombre durmiendo, con el fu- sil entre las piernas. Rougon, viendo ocasi6n de hacer la primera heroicidad, entro el primero, acercose al hombre y le sujeto , mientras Rou- dier le tapaba la boca con un panuelo. Este pri- mer exito, logrado en el silencio, envalenton6 a la partida reaccionaria, que esperaba una morti- fera lucha, hasta el punto de verse Rougon obli- gado hacer gestos , imponiendo silencio , para que la alegria de sus soldados no fuera en ex trenio ruidosa. Siguieron andando de puntillas, y a mano 136 E. ZOLA. izquierda, en el cuerpo de guardia, vieron quin- ce hombres tumbados en el camastro, roncando 3 pierna suelta la moribunda luz de un farol fi jo en la pared. Roug<5n, que por ins! antes iba descubriendo mayores aptitudes para la milicia, dividio su fuerza : dej6 unos cuantos hombres, al mando de Roudier, en la puerta del cuerpo de guardia, con orden de no despertar a" los dor- midos enemigos; pero advirtiendoles que Jos tuvieran a* raya , y en caso de que se movie- sen, los cogieran prisioneros, y con el resto de la fuerza, veinte h&roes, subio poquito a* poco al piso principal. Inquietabale aquella luz que haWa visto, porque seguia viendo en todo aquello la rnano de Macquart , y comprendiendo que era menester apoderarse tambien de los que arriba velaban, prefiri6 hacerlo por sorpresa, antes que el ruido de un combate entablado en el patio los pusiera sobre aviso. En efecto: Antonio estaba en el despacho del Alcalde, arrellanado en la poltrona y de codos sobre el escritorio. DespuSs de la partida de los/ insurrectos, con esa confianza que es patrimonio de la gente grosera , creyose el amo de Plassans. Para 61 aquella partida de tres mil hombres era LA FORTUNA DE LOS ROUGOW. 137 un ej^rcito invencible. Solo su proximidad debia, su juicio, imponer miedo a" la ciudad en masa. Adema"s , los gendarmes estaban encerrados ; los nobles, temblando de miedo ; los burgueses del barrio nuevo, ninguno de ellos era capaz de co- ger un fusil, y , aunque iueran capaces, no tenian armas, y, por io tanto, no habia soldados posi- bles. Pensando asi, ni tuvo la precaucion de cerrar la puerta, y mientras sus secuaces lieva- ban todavia mds lejos la confianza durmiendose como lirones, 61 esperaba tranquilamente la He- gada del dia para reunir alrededor de si a* todos los republicanos del contorno. Trazaba ya el plan de medidas revoluciona- rias : el nombramiento de una asamblea comu- nista, de la cual seria el presidente: la prisi6n de todos los malos patriotas, y, sobre todo, de los que ma's antipticos le eran: todo esto acariciaba sonando despierto. Pensando que los Rougon es- taban vencidos, desierto el salon amarillo, y toda la camada en visperas de arrastrarse a sus pies implorando gracia, sentiase destallecer de gozo. Para matar el tiempo, habfa resuelto dar un bando a* los habitantes de Plassans. Guatro se pusieron a" redactarlo , y a* fuerza de fuerzas lo 138 K. ZOLA. consiguieron. Cuando estuvo corriente , hizo que se lo ieyesen, y escuchaba la lectura en actitud digna, antes de enviarlo a la imprenta de El In- dependiente, con cuyo civismo contaba. Uno de los redactores empez6 con gran entasis: Habi- tantes de Piassans : La hora de la independencia ha sonado;el reinadodela justiciaha veneido.... El ruido que hacia la puerta abriendose len~ tamente, le hizo volver la cabeza. ^Eres tii, Cassoute? pregunt6 Macqaart, interrumpiendo la lectura. La puerta siguio abriendose ; pero uadie res- pondio. Entra, hombre (prosiguio Aotonio, impa- ciente). ^Estaba en su casa el ladron de mi her- mano 1 ? De siibito lasdos hojasde la puerta, empujadas con violericia, chocaron contra la pared, y una oleada de hombres, entre los cuales estaba Rou- gon, rojo , con los ojos fuera delas orbitas, se precipitaron en el despacho, blandiendo sus fusi- les como si fueran gar rotes. ;Ah, canallas! (aullo Macquart.) jTenfan armasl Trat6 de coger un par de pistolas que tenia LA PORTUNA DE LOS ROUfiON. 139 enciraa de la mesa , pero ya cinco hombres le tenian cogido. Los otros, los redactores de la proclaina, se defendieron un instante: hubo em- pujones, sordos porrazos y sendos revolcones. Los combatientes vefanse embarazados por los fusiles, que no querfan soltar tampoco. En esto, el de Rougon, 'A quien trataba un insurrecto de arrebatarselo, se disparo con gran estrepito, lle- nando de humo el cuarto: la bala fue a dar en el espejo que sobre la chimenea adornaba la pared, llegando hasta el techo, y tenia fama de ser uno de los mejores de la ciudad. La detonation en- sordeci61es a todos, y puso fin al combate. Mientras los de arriba jadeaban , en el patio sonaron tres disparos. Granoux corrio a ima de lasventanasdelgabinete, y otros varios, comoel, se asomaron, esperando, hasta ver que era, poco aniinados para empezar la pelea con los de aba- jo, a* quieues en el calor de su victoria habfan olvidado. Roudier grit6 que todo habfa conclui- do. Granoux cerro ia ventana radiante de jubilo. La verdad era que el disparo del fusil de Rougon habfa desp^rtado a los dormilones , quienes se rindieron, viendo que toda resistencia seria in- litil. Pero tres de los vencedores, sin saber por 140 B. ZOLA. qu6, como contestando at disparo del piso prin- cipal, hicieron fuego al aire. Hay mementos en los cuales los fusiles , en poder de cobardes , se disparan solos. Rougon mando atar Macquart con los alza- panos de seda de las cortinas del balcon. Este grunfa, llorando de rabia : i Adelante...., adelante!....(balbuceaba): que esta noche, cuando vueivan los otros, hablare- inos y ajustaremos cuentas. Aqaella alusion a la partida insurrecta hizo sentir un escalofrio en laespalda a todos los ven- cedores. Sobre todo Rougon , sintio que la gar- ganta se le anudaba. Macquart , furioso de ver- se cogido por aquellos cobardones , a quienes desdenaba a* ti'tulo de antiguo soldado , rugfa y los desaflaba con ojos brillantes de odio. Bonitas cosas s6 yo.... Eso....; enviadme ^ la Gour d'Assisses, y vereis que historias para hacer reirlescuentoyodevosotrosdlosjueces.... Rougon se puso Kvido. Temi6 que Macquart hablase y le hiciera perder en el concepto de aquellos senores que le ayudaban a" salvar a* Plassans. Todos haWanse retirado a" un rincoo, azorados por el encuentro de los dos hermanos. LA FORT UN A DE LOS ROUGON. 141 y comprendiendo que entreellos iba entablar- se algun altercado borrascoso. Rougon tom6 una medida heroica. Avanzo hacia el grupo, y dijo con energico acento : Encerremos aquf a este hornbre; y cuando haya reflexionado sobre ia situacion en que se ve, podrasuministrarnospreciososantecedentes. Y con acento mas digno todavia, prosiguid: He jurado salvar la ciudad , y cumplire con mi deber, aunque hubiera de convertirme en verdugo de mi pariente ma's proximo. Oyendole , euaiquiera le hubiese tornado por un romano de la antigua edad , sacrificando su familia entera en aras de la patria. Granoux, lleno de emocidn , corrio a estrecharle la ma- no con aspecto tan compungido, que parecia de- cir : Comprendo ese heroism o ; eso es sublime. Y en seguida ie hizo el grandisimo favor de llevarse al patio a todos los demas, so pretexto de escoltar a los otros cuatro prisioneros. Cuando Pedro quedo solo con su hermano, recobro todo su aplomo ? y exclamd : No me esperabas, ^verdad? Por lo visto me tendias un lazo. jlafeliz! Ve adonde te han eonducido tus vicios y ins desordenes. 142 E. ZOLA. Dejame en paz (replied Antonio, encogi6n- dose de hombros). Eres un grandfsimo pillo...., y a I freir sera* el reir. Rougon , que no tenfa formado plan con res- pecto la suerte de su hermano , lo encerr6 en un gabinetito que M. Garpnnet usaba rara vez. Aquel recibfa la luz por una claraboya practicada en el techo, y no tenfa ma's salida que la puerta. Dos butacas , un lavabo de m^ir- mol y un divan, constituian el mueblaje. Pe- dro cerro la puerta con dos vueltas de Have, des- pues de haber aflojado un poco las ligaduras de las manos de Antonio. Este dej6se caer sobre el diva"n , y entono el !a ira (1) con voz formida- ble, como si con aquel trernendo canto deseara adormecerse. Al verse por fin solo, sent6se Rou- gon en la poltrona del Alcalde, Ianz6 un suspiro, y enjugo el sudor que inundaba su frente. Ruda prometfa ser la lucha por la fortuna y los hono- res. Por fin estaba vencida la primera dificul- tad ; sentfa hundirse debajo de su peso la mue- lle butaca; maquinalmente acariciaba con la mano el escritorio de caoba, y su contacto pa- (1) Himno popular que entonaba el pueblo en la epoca del en 1793. LA FORTUNA DE LOS ROUGON". 143 reciale suave y delicado, como el del cutis de una mujer bonita. Se arreliano mas, y tomando la digna acti- tud que poco antes tem'a su hermano Macquart, escuchaado la lectura de la proclama , giro los ojos en torno suyo. El siSencio del gabinete tenia para el cierto perfume religioso,que le llenaba el aima de inefabies goces. Hasta el oior al polvo y a" los papeies viejos q ue i m pregnaba el aire del des- pacho deleitaba sus abiertas narices, como si f uera aromoso incienso. Aqueila habitaci6n , las tintas descoioridas de los muebles, apestando a" coin- plicados negocios y a miserables preocupaciones de un municipio de tercer orden , era el teinpio ansiado, en ei cual el representaba ei idolo. En el fondo no era rnuy afecto a los curas ; pero en aquelios instantes habfa algo sagrado en todo lo que le rodeaba , y en su mente se reanimaba el delicioso recuerdo del extasis en que habia que- dado sumido cuando hizo la primera comunion, creyendo que se tragaba el cuerpo de Jesucristo. De vez en cuando, aquel delicioso estado del nimo era alterado por las voces de Macquart, y, sin poder evitarlo, Rougon saltaba nervioso sobre el asiento. Laspalabrasarisfocrada, farol. 144 E. ZOLA. las amenazas de muerte, llegaban hasta 61 tra- vel de la puerta del gabinete, 6 interrumpi'an con violencia su triunfal ensueno. Siempre aquel hombre cruza"ndose en su camino. Sus ilusiones de ver a* Plassans 3 sus pies se desvanecian de sii- bito, y apareciasele la Gour d'Assisses, los jueces, los jurados y un numeroso piiblico, escuchando las vergonzosas revelaciones deMacquart, la histo- ria de los cincuenta mil francos , y otras por el estilo ; 6 Men la poltrona, en la cual estaba sentado muellemente, desaparecfa y encontr- base ahorcado de un farol de la calle de Banne. 2,Quien le desembarazan'a de aquel miserable?.... Al cabo , Antonio se durmio , y Pedro pudo , por espacio de diez minutos, consagrarse sus ensue- nos sin que le interrumpiera nadie. Roudier y Granoux le hicieron volver la realidad. Veni'an de la ca>cel. en donde habian encerrado A los insurrectos. El dia avanzaba; pronto la ciudad estaria despierta, y era menes- ter tomar una determinacion. Roudier opin6 que antes de nada convenia dirigir una alocu- ci6n d los habitantes de Piassans. Precisamente en aquei momen to estaba Pedro leyendo elbando que los insurgentes habian dejado sobre la mesa. LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 145 Aquf tenemos uno que nos sirve como ani- Jlo al dedof solo hay que cambiar unas cuantas palabras. < Un caarto de hora despuSs, Granoux lefa con voz conmovida : Habitantes de Plassans: Ha llegado la hora de la resistencia y el reinado del orden.... Decidieron tirar la proclama en la imprenta de la Gaceta,y fijarla luego en todas las es- quinas. Ahora, senores, va"monos a* mi casa. Entre tanto, Granoux convocara" los consejeros mu- nicipales que no han sido presos , y les con- tara las terribles ocurrencias de esta noche. (Y con majestuoso tono } prosigui6): Dispuesto estoy & aceptar la responsabilidad de mis actos; y si lo que he hecho es bastante garantia de mi amor al orden, no tengo inconveniente en presidir el consejo municipal hasta el regreso de las legfti- mas autoridades. Pero como no quiero ser ta- chado de ambicioso , no volvere & pisar el Ayun- tamiento mientras mis conciudadanos no me llamen. Granoux y Roudier protestaban. Plassans no seria ingrato con quienes habian salvado a" la TOMO II. 10 146 E. ZOLA. ciudad dela demagogia. Y recordaron uno por uno todos los m6ritos que ha Man contrafdo por la causa del orden , sin olvidar la acogida cor- dial que sierapre hizo el sa!6n atnarillo a" todos los elementos conservadores ; la prevision con que en el se concert6 el acopio de armas, y , sobre todo , los prodigies de heroism o y de prudencia que hicieron en aquella memorable noche. Granoux ariadid que desde luego esta- ba seguro de que Pedro merecerfa la admiracidn y la gratitud de todos los consejeros municipales, y concluy6 aclamando. Id en buena hora a* vuestra casa, que ella iremos buscaros para sacaros en triunfo. Roudier asegur6 que nadie podrfa tachar de ambicioso al modesto patriota, cuya con- ducta comprendia y aprobaba. Era muy digno, muy noble y muy grande no querer aceptar nada sin el asentimiento de sus conciudadanos. Rougon bajaba la cabeza ante aquella grani- zada de elogios, y con mal contenida alegria y peor disimulada modestia , murmuraba: No, vais demasiado lejos. Gada frase dellencero re- tirado y del antiguo comerciante de almendras, acariciaban su ofdo suavemente ; y recostadoen LA FOBTCNA DE LOS RODGON. 147 la poltrcma del Alcalde, embriagado por los aro- mas administrativos que impregnaban el aire del despacho, saludaba a" derecha e izquierda como un prfncipe pretendiente qukm un goipe de Estado va d elevara !a categorfa de empe- rador. Cuando todos se cansaron de manejar el incensario , bajaron a* la calle. Granoux se mar- cho a' buscar a' los consejeros. Roudier dfjole 3 Rougon que fuera hacia su casa, que ya le al- canzarfa en cuanto diese las 6rdenes necesarias para que el Ayuntamiento quedara bien custo- diado. El dia segufa avanzando. Pedro gan6 la calle de Banne , taconeando militarmente , sombrero en mano, no obstante el trio, y con el rostro en- rojecido por las oleadas de sangre que desde su coraz6n hacia partir el orgullo. En el primer tramo de las escaleras tropezo con Cassoutte. El enterrador, no habierido visto entrar a nadie, habia pasado alif toda la noche con la cabeza entre las manos, sentado en el pri- mer escaldn, mirando inditerente a* la calle con la terquedad estupida de un perro fiel. ^Me esta's esperando, verdad? (le dijo Pe- 148 E. ZOLA. dro, comprendiendo la razon de su presencia all/.) Pues, raira, vefce al Ayuntamiento, pregun- ta por Macquart , y dile que aqui lo espero. Gassoutte levantdse, y salio, saludando torpe- mente. Ei enterrador fue como un cordero a de- jarse prender, mientras Pedro, riendose, subfa las escaleras de su casa, sorprendido de su pro- pia conducta, y pensaba : Valor tengo: &tendre tambiea talento? Felicitas no se habia acostaclo; encontr^base vestida con la ropa de los dfas de fiesta y la cofia de cintas amarillas, como mujer que espera visi- tas. Estaba muerta de cariosidad; cien veces se habia asomado ai balc6n, y otras tantas se retir6 desesperada v sin saber lo que sucedia. iQue pasa? preguato, apenas vi6 ^ Pedro. Este entroen el salon amarillo jadeando; si- gui61e su mujer, y cerrando cuidadosamente las puertas, acerc6se a* 61, que se habfa dejadocaer sobre una butaca , y dijo con voz ahogada : Todo esta" hecho. Tendremos lo que de- seamos. iDe veras, de veras? (exclamo Felfcitas, abraz^indojie.) Yo no he oido nada; cuSntarae, maridito; cu^ntanae. LA FORTUNA DE LOS ROCCON. ii9 Parecia una nifia mimosa ; revoloteaba con su vuelo brasco de cigarra , ebria de iuz y de ca~ lor. En roedio de tanta efusion, Pedro conto cuanto sabfa, sin oinitir un detalie. Liego hasta descubrir todos sus futures proyectos, olvidn- dose de que, a" su juicio, las mujeres no servfan para nada, y la suya debfa igaorarlo todo, si el habfa de ser el amo. Felicitas, abrazada a su cuelio, devoraba sus palabras. Perfodos bubo de ague! relato que se los hizo repetir varias ve- ces, diciendole que no habia comprendido bien. Enefe;to: tal era su alegr/a, tanto entorpecfa su espiritu el gozo, que habi'a instantes en que no se daba cuenta de lo que los nervios transmi- tfan & su cerebro. Las escenas del Ayuntamiento la hicieron reir como ana loca, y andar deun lado para otro, removiendo los muebles 6 inca - paz de estarse quieta. Despues de cuarenta anos de esluerzos continues, por fin agarraban la suerte por la garganta. Tan aturdida estaba, que olvido* toda prudencia. Pues mf me debes todo eso (exclam6, ra- diante deorgullo). Si te hubiera dejado hacer lo que querfas, a estas horas los insurrectos te hu bieran lievado con ellos. Tonto , jno compren- 150 E. ZOLA. diste que lo conveniente era entregar a* Gar$on- netya Sicaniot en manos de aquellas bestias feroces? Y, enseiiando los retnovidos dientes de vieja, anadio, riendo como una chiqailla : i Viva la Repiiblica ! \ Bien se ha lucido ! Siempre has de ser tii la que lo haces todo (gruno Pedro, de siibito preocupado). La idea de esconderme fue mfa. Las mujeres, $, qu6 enten- deis de poh'tica? Si tii manejaras el cotarro, ya nos hubieramos ido pique. Felfcitas comprendi6 que habfa ido dema- siado lejos, olvidando su papel de hada muda 6 invisible , y se inordi6 los labios. Pero se sinti6 herida, y aquella rabia que de ella se apode- raba cuando su raarido trataba de hollarla iin- poniendole su superioridad, invadi6 todo su ser, y se propuso vengarse cruelmente y de modo que Pedro quedara prosternado & sus pies tail luego como llegase el iustante oportuno. jAh! Se me olvidaba. Tambi6n Peirotte anda en la danza. Granoux le vi6 entre los in- surrectos. A FeiMtas le di6 un vuelco el coraztfn. Pre- cisamente eu aquel momento estaba en el bal- LA FORTDKA DE LOS ROUGON. 151 cx5n, mirandoa las ventanas de la casa del re- caudador. La idea del triunfo, y el deseo de vivir en aquellas habitaciones , cuyo mobiiiario usaba con la vista hacfa tanto tiempo,eran com- plementarios en su a'nimo. Volviose ra"pidamen- te , y, con extrano acento, murmuro : I Dices que Peirotte tanabien fue secues- trado ? Sonri6, y vivo rubor enrojecio su cara. Pen- saba con espantosa brutalidad : n el foudo del alma sentfa abrasadora cu- :dad, y hubo de hacer no pocos esfuerzoss para resistir 1 los deseos que sentfa de ir a! salon amarillo y ver como se desarrollaban sus intriffas en aquellos instantessupremos. Poreso, cuando un criado subio ^ decirle que habfa en la calle varios sefiores que deseaban verle & hora tan desusada como intempestiva, no pudo contenerse ya , y vistieridose escape, baj6 sin demora. Mi querido Marques (le dijo Pedro, presen- t^ndole a' los consejeros municipals que le acompanaban) : veniraos a' pediros un favor. ^Teneis ioconveniente en dejarnos entrarenel jardfn del hotel? $ Por qu6 no? (replied el aristocrata, con ex- traneza.) Venid conrnigo: yo mismo os acompa- fiar6. 488 E. ZOLA. Andando y hablando un tiempo , se enter6 de lo que sucedfa. En el ibndo del jardin, el des- nivel del terreno formaba una a Ha terraza, desde la cual se dominaba todo el llano ; y como por aquella parte un ancho lienzo de muralla estaba derruido, iiada ocultaba, ni el punto ma's peque- no del dilatado horizonte. Rougon habfa pensado que era aquella unamagnfficaatalaya. Losguar- dias nacionales habfanse quedado a^ la puerta. Poquito d poco fueron llegando los consejeros la plazoleta del jardin, y uno a* uno se pusieron de codos sobre la barandilla de la terraza. El extrano espectdculo que d sus ojos asusta- dos se ofreci6 , dejoles mudos todos. A lo lejos, en el valle del Viorne, en aquella inmensa cuen- ca que se hundfa casi insensiblemente entre las canteras del Seille y la pequena cordillera de Garrigues, resbalaban los rayosde la luna como la mansa corriente de un rfo de pa*lida claridad. Los grupos de drboles, lo sombrio de las rocas, sembraban ac y aculla* de islotes y lenguas de tierra aquel mar luminoso,como si a*impulsos de una fuerza sobrenatural hubiesen surgido unos y otras. Los accidentes del terreno, las tortuosida- des del cauce del Viorne, dejaban d descubierto LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 189 en algunos sitios la rugidora linta que briiiaba con reflejos de arnes en medio de la impalpable polvareda luminosa que del cielo descendfa. Era aquelloun mundo, unoceano, el cual,por cau- sa de la noche, del trfo y deloculto ruido, ad- quirfa inconmensurable anchura en los a"nimos de todos aquellos que, extaticos, lo contempla- ban. En un principio ninguno vio ni oyo nada ma's que un inextinguible reMmpago en el cielo, ylejanas y difusas voces que les deslumbraron y ensordecieron. Hasta Granoux, que de suyo era refractario a la poesi'a, dominado por la se- rena paz de aquella hermosa noche de invierno, no pudo menos de murmurar : ; Qu6 noche tan hermosa , senores ! Resueltamente (dijo Rougon, con cierto desden) , Roudier ha soriado que se nos venian encima los insurrectos. Pero el Marques, que tenfa un oido finisimo, le interrumpio, exclamando con voz clara : No hay duda ; oigo el toque de rebato. Conteniendo el aliento, inclinose sobre elpre- til de la terraza para oir mejor. En efecto : con perfecta claridad, puro como las vibraciones de un cristal, percibiase en la llanura lejano cam- 190 E. ZOLA. paneo. No era posible negario : era el toque de rebato. Rougon crey6 distinguir el timbre de la campana de Biage, un pueblecillo distante poco mds de una legua de Plassans. Pero, en verdad, no lo dijomas que para tranquilizar a suscolegas. Old , old (interruinpio" el Marqu6s). Ahora suena la campana de Saint-Maur. Y asi diciendo, senalaba otro punto del ho- rizonte. En efecto : otra campana interrumpia con su gemido el silencio de la noche. Bien pronto , diez , veinte campanas enviaron a* los ofdos de Rougon y sus companeros sus deses- perados acentos. Siniestra voz de alarma se ele- vaba por doquier, y poco despues el llano entero sollozaba. Ninguno se atrevio ya einbrornar a Roudier. El Marques, que gozaba infundiendoles miedo , explico asi la causa de aquel incesante campaneo : Sin duda es que los pueblos del valle se convocan para atacar Plassans en cuanto co- mience romper el di'a. 2,No v6is nada all lejos? interrumpi6 Roudier , entornando ios ojos. Nadie miraba. Todos tenfan cerrados los pdr- pados para oir mejor. LA FORT UN A DE LOS ROUGOX. 191 Alii (prosiguio Roudier, senalando hacia la cuenca del no) , junto al Viorne, cerca de aque- lla masa negra : &no veis asf como fuego? . Sf (replied desesperado Rougon). Es una hoguera recientemente encendida. Gasi inmediatamente otra fogata brillo en- frente de la primera , y otras dos fueron encen- didas despu6s , tambien casi al mismo tiempo. A lo largo del valle, y distancias casi iguales, semejantes los faroles de una avenida colosal, destacaronse una porcidn de puntos rojos. La luaa, amortiguando sus fulgores en parte , les prestaba cierto aspecto de gotas de sangre. Aquella triste iluminacion acabo de conster- nar ai consejo municipal. I Caramba! (murmuro ei Marques, con su ma!6vola intencioa de siempre.) Esos bribones se hacen senales. Y conto una trds otra las hogueras, para calcular, decia, sobre poco masomenos, con cuanta gente habria de luchar la valiente guar- dia nacional de Plassans. Rougon, para conso- larse en parte, queria creer, y para lograr- lo aseguraba que lo crefa, que las senales no siguih'caban la proxiinidad de los insurrecfcos J92 E. ZOLA. con intenciones de atacar 3 Plassans, sino el ar- mamento de losrezagados en los pueblos, para ir reunirse con los pritneros en la capital. El si- lencio que todos guardaron demostr<5 que te~ nfan formada la resolucion de no consolarse por nada, y todos los consuelos serfan este" riles. Ahora se oye can tar la Marsellesa, dijo Granoux con voz ahogada. Y era verdad. Una banda de insurgentes debia seguir el cauce del Viorne, y en aquellos me- mentos cruzaba por debajo de la ciudad. La frase A las armas, ciudadanos; formad vuestros bata- llones, llego clara y distinta a los oidos de todos. Fu6 una noche cruel ; una noche que todos aquellos egoistas burgueses pasaron de codes contra el parapeto, como clavados a* el, no obs- tante el frio que helaba el aliento, atrafdos a su pesar por el espectaculo del llano, conrnovido ai toque de rebato , a" los acordes de la Marsellesa, 6 inflamado por las hogueras que servfan de se- nales. Los ojos de todos ellos estaban llenos de aquel mar luminoso matizado de gotas san- grientas; fuerza de oir aquel vago clamor, sa- tur^ronse de el; y al cabo pervirtieronse sus LA FOHTUNA DE LOS ROUGON. 193 sentidos, y vefan y escuchaban espantosas esce- nas y tremendos ruidos. For nada del mundo hu- bieran abandonado su puesto ninguno de ellos: si alguien hubiese vuelto la espalda, habriale parecido que le iban a clavar un arma a traicion. Como ciertos cobardes, querian ver acercarse el peiigro , para ernprender la f uga con mas opor- tunidad sin duda. For eso al amanecer, cuando se puso la luna y solo qued6 delante de sus ojos un negro abis- mo, sufrieron congojas indescriptibies. Greianse rodeados de enemigos que trepaban a la terraza, dispuestos a" degollarlos. El menor ruido pare- ciales murmulio de voces amenazadoras. Y en vaoo buscaban tranquilidad relativa , exacta me- dida del riesgo, en medio de aquel mar de obscu- ridades. El Marqu6s, por via de consuelo, les decia con ir6nico tono : No, no hay que temer por el momento. No atacara"n hasta que rompa el dia. Rougon cejaba* Sentfa que el miedo se apo- deraba de el. Los cabellos de Granoux acabaron de encanecer. Por fin comenzo a rayar el dia con mortal leo- titud. La ansiedad de aqueilos heroicos defen^o- TOMO II. i'j 194 E. ZOLA. res del orden rayo en locura. A medida que cla- reaba, pareciales distinguir ya todo un ej6rcito formado en Ifnea de batalla delante de la ciudad. Aquel dfa precisamente fue la aurora ma's pere- zosa, y con los ojosmuy abiertos y la lengua pas- tosa, amarga y pegada al paladar, Rougon y sus cornpaneros creian ver horribles siluetas; en la- go de sangre torna"base el llano ; en flotantes ca- da*veres las rocas, y en amenazadores batallones los grnpos de a>boies. Luego que el sol empez6 a" salir entre brumas, quedose la manana tan triste , tan p^ilida, que hasta el Marques sentfa el corazon oprimido. Pero en todo io que la vista alcanzaba no se vefa un insurrecto : los caminos estaban expedites, solitario el llano ; pero tan abundante en tintas grises , tan desierto y tan t6trico, que, pesar de la voluntad, sentiase el masen^rgico del mundo bajo el peso de inexplicable malestar. Las ho- gueras habfanse extinguido, pero seguia el cam- paneo. Serf an las ocho, cuando un peloton de hombres cruz6 la carretera y siguio el curso del Viorne. Los consejeros municipales estaban muertos de frfo y de cansancio. Gonvencidos de que nin- LA FORTTJNA DE LOS ROUGON. 195 gun inmediato peligro les amenazaba , deeidie- ronse d tomar un punto de reposo. Un guardia nacional quedo de atalaya en la terraza, con la consigna de avisar inmediatameate a Roudier si veia aproximarse alguna banda de insurgen- tes. Granoux y Rougon, destrozados por las emociones de aquella noche, sosteniJ adose en- tre si, ganaron sus respectivas rooradas, que estaban cerca. Con todo genero de precauciones acost6 Feiicitas a" su marido, llamandole mo- rrongo mio conternura, y diciendoie que no se preocupase tanto, porque todo concluiria a pedir de boca. Pero tenia serios temores Pedro, y sa- cudfa la cabeza en serial de duda, sin hacer caso de las tranquiiizadoras frases de su mujer. Esta dejole dormir hasta las once. Luego que le di6 de comer , ayuddle d vestir , y con gran dulzura le dijo que era preciso llegar hasta el fin. Hi- zole saiir, y encaniinole ai Ayuntamiento. Solo cuatro consejeros estaban en el despacho del Alcalde : los otros se excusaban de acudir por razones de salud: estaban realmente enfer- mos. Desde por la manana circulaba el pani- co por la ciudad con ma's rudeza que nunca. Ninguno de ios testigos de aquella noche cruel 196 E. ZOLA. pasada en la terraza del conde de Valqueyras, fu6 dueno de guardar el secreto de lo ocurrido, y las criadas de sus casas salieron a* la cornpra propalando lo que sabian, corregido y aumentado contra"gicos detalles. Deciase que aquella noche en el llano habfan sucedido horrores : danzas de canibalesdevorandoasus prisioneros; aquelarres debrujas bailando alrededor de las calderas, en donde cocfan chiquillos; interminables desflles de partidas insurrectas, cuyas armas reluci'an he- ridas por los rayos de la luna : todo esto era co~ mentado por Plassans con espanto y zozobra sin cuento. Unos hablaban de campanas que tocaban solas a* rebato; otros, en fin, contaron que los in- surgentes habi'an incendiado losbosques todos de las cercanfas de la ciudad, y que el departamento entero estaba hecho una brasa. Era martes, dfa de mercado en Plassans; Roudier creyo prudente abrir de par en par las puertas, con objeto de que pudieran entrar los campesinos qae llevaban huevos, manteca, le- gumbres y verduras para el consumo de la po- blaci6n. En cuanto la coinision municipal, compuesta de cinco individos , contando el Presidente , es- sfio LA FORTUNA DE LOSffcOUGON. 197 tuvo reunida , declare que el hecho de franquear asf las puertas era una imperdonable ligereza, tan iruprudente coino innecesaria. Aunque el centinela de la terraza del hotel de Valqueyras no denunciara el menor peligro, convem'a tener cerrada la poblacion. Pedro dispuso que el pre- gonero, acorn panadoporun tambor, recorriera la ciudad, declarandola en estado de sitio, y ad- virtiendo al vecindario que quedaba prohibido salir a" las afueras , so pena de no volver a en- trar quien incurriera en tamana imprudencia. A las doce del dia fueron cerradas oficialmente las puertas. Esta medida, cuyo objeto era tran- quilizar los a"nimos , colmo el espanto que por doquier reinaba. Nada mas curioso que aquella ciudad cerrada con Have y cerrojos en pleno siglo xix , a la iuz del esplendido sol. Luego que Plassans se hubo cenidoy abrocha- do el cinturon viejo de murallas que tenfa, ni m^ls ni menos que una fortaleza sitiada en vfe- peras de un asalto, tristeza enorme penetro en todas las viviendas. Acada instante, los que den- tro de la ciudad estaban, creian oir fragor de descargas de fusileri'a en los arrabales. Nadie sabia lo que pasaba , desde el f ondo de aqueila R. ZOLA. especie de cueva, de ague! agujero amurallado 5 en el cual todos esperaban ser puestos en libertad 6 recibir el golpe de gracia, sin razones para con- siderar la una ma's probable que el otro. Hacia dos dfas, las partidas de insurgentes que reco- rrian los campos haWan interrumpido las cornu- nicaciones. Plassans, arrinconada en el callej6n sin salida que ocupa, estaba como si no pertene- ciera la Francia y de ella la separaran millares de leguas. Halldbase en pleno foco de la insu- rrection. Ell toque de rebato resonaba en todos los alrededores; por todos lados llegaban a ella los ecos de la Marsellesa, semejantes al rugido de un torrente desbordado. La ciudad abaudonada parecia botfn prometido los vencedores, y el vecindario pasaba cada instante del raiedo a* la alegrfa, y viceversa, creyendo ver en la Grand- Porte, ya blusas de insurgentes, ya uniformes de soldados. Jama's hubo subprefectura que pade- ciese mayores angustias ni ma's dolorosa agonfa que Plassans en su envoltorio de muros rui- nosos. Por espacio de veintidos horas circuit el ru- mor de que habia fracasado el golpe en Pans, y que el principe Luis estaba preso en Vincennes. LA KORTUNA DE LOS ROIV.ON. 199 Decfase que la capital era presa de la ma's tre- menda demagogia ; que Marsella, Tolon, Dra- guignan , todo el Mediodia de Francia , en fiD, pertenecfa 3 los insurrectos , victoriosos , los cuales llegarian a Plassans aquella noche. Una comision acudio al Ayuntamiento, pro- testando de la clausura de las puertas, util solo para irritar a los vencedores. Rougon, que ya comenzaba d perder la cabeza , defendio a* me- dias sus disposiciones; pareciale que la de ence- rrarse en Plassans con Haves y cerrojos era la ma's notable de todas las medidas que tomo du- rante su administraci6n interina , y hallo para demostrarlo convenientes argumentos. Pero le acosaban, pregunta'ndole d6nde estaba el re- gimiento que habfa prometido; y, sin saber qu6 contestar , decidiose mentir , negando rotun- damente haber hecho ningiin ofrecimiento. La ausencia de aquella fuerza armada, que el miedo habfa hecho creer ^ todos prtfxima ^ llegar, era la causa primordial del panico. Los que presu- mian de bien informados , determinaban exac- tamente el sitio pf^ciso en donde ocurrio el en- cuentro con los insurrectos , y la degollina de la tropa. 200 E. ZOLA. A las cuatro , Rougon, seguido por Granoux, volvi6 a* casa de Valqueyras. A lo lejos, por la parte del Viorne , pasaban sin cesar grupos de obreros y campesinos que iban a* incorporarse al grueso de la insurreccitfn, junto a* Orcheres. Todo el dfa las mural las estuvieron frecuentadas por pilluelos que trepaban hasta Ionia's alto, y vecinos de Plassans que acudfan observar por las troneras. Unos y otros, voluntarios centine- las , se encargaron de sostener vivo el espanto, contando en voz alta las partidas que distingufan y consideraban como numerosos batallones. Aquel pueblo cobarde crefa asistir desde su rin- c6n a" los preparatives de una cata*strofe univer- sal. Al obscurecer , igual que el dfa anterior, acrecio el p^nico. Al volver al Ayuntamiento, Rougon, siempre segnido de su inseparable Granoux , convinieron en que la situation era insostenible. Durante su ausencia , habfa desaparecido otro consejero. Ya s61o quedaban cuatro. Pasando horas ente- ras sin decir palabra, mira'ndose unos otros con amarillos rostros y tristes ojos, comprendfan que representaban un papel harto ridfculo. Ade- ma*s, tenfan verdadero miedo de pasar otra no- LA POI\TONA DE LOS ROTT.OV. 201 che como la anterior, en la terraza del hotel de Valqueyras. Rougon declar6 con voz grave que , no ocu- rriendo novedad que lo requiriese , era imitil continuar en sesion perraanente. Si sucediera algiin acontecimiento grave , se avisarfa do- micilio los consejeros. Y por decision toraada justamenta en consejo , declino en Roudier las responsabilidades de su administration. Este, recordando que fu6 nacional en Parfs bajo el reinado de Luis Felipe, lleno de convic- ci6n, segm'a vigilando la Grand-Porte. Con la cabeza cafda sobre el pecho, desliza*n- dose por la sombra de las calles , torn6 Rougon d su cf\sa. Notaba que por momentos la ciudad se volvfa contra 61. Su nombre circulaba mez- clado con frases despreciativas 6 co!6ricas. Su- dando y tarnbaledndose, subi6 su vivienda. Felfcitas recibi6le silenciosa , con rostro que revelaba inquietud y consterriaciori. Tambien ella comerizaba deaesperar. Sus esperanzas se derrurnbaban. Silenciosos, mir^indose oara cara, estaban los dos en el salrtn amarillo. La luz iba cediendo su puesto las sombras de lanoche;aquella luz tenue y sucia prestaba tintes 202 E. ZOLA.. fangosos al papel de color de naranja rameado de la estancia ; nunca les habfa parecido aquella habitacion tan vergonzosa , ni el mobiliario ma's ruin y ma's ajado. Estaban solos cornpletamente ya no les rodeaba , como el dfa antes , una corte aduladora y orgullosa de lisonjearlos. En un dia tan solo , cuando ya coinenzaban dar por ter- minada la victoria, habian cafdo desde la cuspi- de de sus ilusiones al fondo de un abisino sin fondo de crueles realidades. Si al dfa siguiente no cambiaba\ la situation , estaban perdidos para siempre. Feh'citas, que la tarde anterior pensaba en el llano de Austerlitz , contemplando las rui- nas del saldn amarillo, al verle tan triste y tan desierto, acorddbase de los campos malditos de Waterloo. Viendo que su marido no pronunciaba una palabra , levantose $ f u6 colocarse detr^s de la vidriera de aquel balcon en donde el dfa antes aspiro con delicia inefable el incienso que en aras de su gloria quemaba la gente ma's impor- tante de una subprefectura. En la plaza habi'a varios grupos : viendo que muchos miraban al balcon, cerrd las persianas, temerosa de que la silbaran. Sin duda estaban LA FORTUXA DB LOS RuUGON. 203 hablando de su marido y de ella: lo presentfa; adema's, hasta sus ofdos llegaban paiabras dis- tintas. Un abogado decfa con acento de conviction, como si informara seguro del triunfo : To lo dije desde luego. Los insur rectos se fueron cuando les parecio , y no consultara*n la voluatad de los cuarenta y uno para volver, si se les antoja. \ Los cuarenta y uno ! j Valiente co- media!.... j Puede que fueran ma's de doscientos ! No, eso no (replied un comerciante de acei- te, gordo, muy gordo, gran politico y gran dis- cutidor). jNi siquiera diez eran ! Si no, decidme: fccdmo fue que no ha quedado hueila ninguna del combate tan decantado? Yo fai al Ayunta- mien to para convencerme, y me convencf. Nada, ni una gota de sangre habfa en el patio. Un obrero que se acerco tfmidamente al gru- po , anadid : No hacfa falta ser muy iisto para apode- rarse del Ayuntamiento. Ni siquiera estaba ce- rrada la puerta.... Una carcajada acogio estas paiabras, y el obrero, envalentonado a I ver que causaban risa sus comentarios, prosiguid : 204 E. ZOLA. Despu6s de todo, nada es ma's natural que lo ocurrido. De gente de poco ma's 6 menos como los Rougon, aque se podfa esperar? Este iasulto fue derecho al coraztfn de Felfci- tas. La ingratitud de aquel pueblo, porque habfa llegado a* creer que en efecto tenfa su marido algo grande que cumplir, la crispaba. Llamo a* Pedro; queria darle una leccion pra*ctica sobre la insta- bilidad de las multitudes. fcPues y lo del espejo? (prosigui6 el aboga- do.) jNo ban hecho poco ruido con la tal rotura del espejo ! Gapaz es Rougon de haberle pegado el balazo para hacernos creer lo de la batalla.... Pedro reprimio un grito de dolor. \ No crefan ni siquiera lo del espejo!.... Por aquel camino llegarian a* dudar de que hubiese oi'do silbar una bala. La leyenda de los Rougon estaba prtfxima a* quedar reducida a* la nada , igual que su gloria. Pero aiin no habia llegado la cima de su calvario. Los maldicientes se encarnizaban tan- to como habian aplaudido el dfa antes. Un anti- guo fabricante de sombreros, entrado ya en los setenta anos , cuya fa*briea tuvo en el arrabal, empezo revolver el pasado de los Rougon. A grandes rasgos, y como de cosa que fa*cilmente LA FORTUNA BE LOS ROUGON. 205 se olvida, hablo del cercado de los Fouque, de Adelaida y de sus amores con el contrabandista. Dijo lo bastante para impulsar ma's a los malevo- lentes, que se acercaron entre si y mezclaban en su relato las palabrasc*ma//a, ladrdn, intrigante y otras anlogas, de suerte que a traves de la persiana herian los oidos de Felicitas y de Pe- dro , quienes , sadaado de c61era y de miedo, es- cuchaban tamanos horrores. Llegaron hasta compadecer a* Macquart. Este fue el golpe de gracia. La vfspera Rougon era un nuevo Bruto : un alma estoica que sacriflcaba la patria todas sus afecciones : en aquellos momentos, Bruto quedaba reducido un vil ambicioso, que saltaba sin piedad por encima de su pobre hermano, sirviendose de 61 como de un escabel para asal- tar la for tuna. iOyes? ^Ctyes? (murmur6 Pedro, con voz estrangulada.) jAh, pilios! jComo nos hunden! jNunca lograremos levantarnos ya!.... Felicitas , crispada , redoblaba sobre las per- sianas con los dedos , y repuso : jDejalos! jQue si llegamos d triunfar, ya les dire yo como las gasto! \ Bien se ve de donde sale el tiro ! La ciudad nueva nos aborrece. 206 E. ZOLA. Estejuicio era exacto. La im popular idad de Rougon procedia de un grupo de abogados, muy oiendidos ai ver la importancia que habfa ad- quirida un comerciante de aceite sin instruccitfn, y cuyo comercio por muy poco no hizo quiebra. El barrio de Saint-Marc no daba senates de vida haci'a ya cuarenta y ocho horas. Solo los barrios nuevo y viejo se rnanifestaban uno en- frente de otro. El primero aprovech^base del pdnico para hundir al saidn amarillo en el con- cepto de los comerciantes y los obreros. Roudier y Granoux decfan que eran excelentes personas, honrados ciudadanos , quienes las intrigas de Rougon habfan logrado enganar. Pero ya les harian ver claro el case. En lugar de aquel ba- rrig<5n tronado, debiera haber ocupado la poltro- na de la alcaldia ei senor Isidoro Granoux. La acerba critica de todos los actos de la adminis- tration de Pedro , que solo iiabfa durado un dfa, se tundaba, primero, en que no debi6 ocupar aquel puesto , habiendo personas ms idoneas que el y m^s dignas de asumir todas las respon- sabilidades. No debia haber contado con el mis- mo consejo municipal (decian). La clausura de las puertas fue una estupidez; y por hacer caso LA FORTCNA DE LOS ROCGON. 207 de sus besti alidades , cinco consejeros habian enfermado de pulmonia la noche que pasaron en la terraza de Vaiqueyras. Tambien los repu- blicanos aizaban la cabeza, y hablaban de un gol- pe de mano preparado contra el Ayuntamiento por losobreros del arrabal. La reaction fallaba. Al ver derrumbarse todas sus esperanzas, Pedro penso en algunos elementos que acaso pu- dieran sostenerle, y con los cuales querfa contar. No iba a venir esta noche Aristides para hacer las paces? pregunto. Si (repuso Felicitas). Me prornetio publicar un buen articulo en El Independiente ; pero no ha parecido por aqui.... Su marido la interrumpio, diciendo : iNo es aquel que sale de la subprefectura? La vieja miro, y al instante dijo: Si , el es.... Y se ha vueito a poner el cabes- trillo.... En efecto: de nuevo Aristides traia entrapaja- da la mano. El Imperio no se consolidaba, ni la Repiiblica se reconstitute tampoco, y juzgoopor- tuno recobrar su actitud de mutilado. Atraveso la plaza de ia Subprefectura , haciendose el dis- traido, sin alzar la cabeza; y habiendo ofdo sin 208 E. ZOLA.. duda que en los grupos se pronunciabanfra- ses peligrosas, capaces de comprometerle , se apresurd escapar del riesgo por la calle de Banne. Ya no subira (dijo con amargura Fel/citas). Somos perdidos.... Hasta nuestros hijos nos aban- don an. Gerro con vioiencia la ventana , para no ver ni oir nada mas ; y cuando hubo eucendido la la"mpara , senta*ronse a* la mesa ella y Rougon, comiendo sin gaua , dejando en los platos la mi- tad de los manjares. Solo podian contar con unas pocas horas para tomar una determination. Para no tener que renunciar en absolute a la fortuna sonada, era menester que al despertar, Plassans, dominado, yaciera sus pies pidiendo gracia. La unica causa de su indecision era la total caren- cia de noticias exactas. Felicitas , con su claro talento, lo comprendio desde el primer instante. Si hubiesen sabido con certeza lo que en Pan's sucedfa , se hubiesen resueito a* proseguir des- empenando su papel de salvadores de J . situa- ci6n , 6 desde luego, con audacia y jnergia , se hubieran dedicado a preparar las cosas de modo que lo antes posible pudiera la gente oividar LA PORTUM\ DE LOS ROUGON. 209 aquelia campana en la cual se jugaban ellos el todo por el todo. Pero nada sabi'an de cierto; se perdfan en un dedalo de conjeturas, y eon verdadero espanto corrian aquel albur, ignoran- tes de los acontecimientos , y entregados en ab- solute al azar. jYese diablo de Eugenio sin escribir! exclamo Pedro, en un momento de desespera- ci6n , sin pensar que descubria asi FeHcitas el secreto de su correspondencia. Pero la vieja hizo como si nada hubiese ofdo. La exclamaQi6n de su marido habiale llegado al alma. En efecto: por que no escriWa Euge- nio 1 ? Despues de haber tenido a* su padre al co- rriente de todo lo que hacfa referenda al golpe de Estado, debia haberse apresurado a partici- parle el triunfo 6 la derrota del bonapartismo. Solo por mera prudencia procedfa avisar con tiempo y mmuciosamente. Guando callaba, serial inequivoca era de que la Repiiblica vencedora le habia enviado a hacer compania al principe Lufs en los calabozos de Vincennes. Felfcitas se qued6 helada de terror : el silencio de su hijo desvanecia sus postreras esperanzas. En aquel momento fu6 recibida en casa de TOMO II. 14 210 E. ZOLA. Pedro la Gaceta, todav/a hiioaeda y oliendo aiin a" la imprenta. iQue es esto? (exciam6 Rougon, lleno de sorpresa.) ^Vuillet ha tirado al fin el periodico? Desgarrd la faja, leyo el artfculo de fondo , y al concluir , estaba plido como un rnuerto y me- dio desvanecido. Toma, lee, dijo , acercando el peri6dico a* su mujer. Era aquel un soberbio artfculo violentfsimo, poniendo de oro y azul a" los insurrectos. Nun- ca semejante torrente de injurias , de mentiras y de adulaciones al Imperio brotode pluma de pe- riodista. Comenzaba Vuillet relatando la entrada de los insurgentes en Plassans. Era una obra maestra. Bandidos patibularios , heces de los presidios, invadieron la ciudad. Ebrios de aguardiente, de lujuria y de afan de robar*. Luego los retrataba, exhibiendo su cinismo por las calles , asustando a los vecinos con sus gritos salvajes , y no deseando ma's gue la violacidn y el asesinato. Despues, la ebcenaen el Ayunta- miento y el secuestro de las autoridades, estaba descrita con detalles aterradores de drama es- pantoso." Entonces cogieron por el cuello a* los LA FORTUNA BI LOS ROUGON. 211 hombres ma's respetables , y, como Jesiis , el Al- calde, el valiente comandante de la Guardia na- cional, el Administrador de correos, aquel fun- cionario tanproboy tan active, tueron coronados de espinas por los raiserables , y suirieron las mayores injurias*. El parrafo dedicado Mietta y su traje rojo era el colmo del lirisino. Vuillet habi'a visto una porcidn de doncellas sangrientas: $Y quien no vio (decfa) en medio de aquellos monstruos, infames criaturas vestidas de encar- nado, que debfan haberse revolcado, sin duda, sobre la sangre de los ma"rtires asesinados por aquellos bandidosen los caminos? Agitaban ban- deras rojas, y en las encrucijadas de las cailes se entregaban a las innobles caricias de la hor- da entera. Con 6nfasis bfblico, anadfa rads ade- lante Vuillet : La Repiibiica no marcha bien como no sea rodeada de prostitucion y asesina- tos. Esta era la primera parte del artfculo, que terminabacon una irnprecacion , en la cual decfa el librero : ^Y sufrir^i el pafs mas tiempo toda- via la vergtienza de esas bestias salvajes, que no respetan ni a" la propiedad ni a las personas? Invocaba el concurso de todos los valerosos ciu~ dadanos, diciendo que tolerarlo por mas tiempo 212 E. ZOLA. serfa punible debilidad que envalentonarfa los insurgentes , resolviendoles 2 volver para to- mar a la hija en los brazos de su madre, y la esposa entre los del esposo. Una frase,enla cual decfa , 6 poco menos , que Dios deseaba ver exterminados los insurreetos , redondeaba aquel trabajo polf tico-literario : Parece que esos miserables esta*n de nuevo & nuestras puertas (escribfa). Pues bien : que cada ciudadano em- pune un fusil , y matemos como perros los canallas : yo el primero , volar6 ocupar un puesto en las filas, feliz por contribuir a* la des truccion de esa infame polilla*. Aquel articulo, en el cuai la pesadez del esti- lo periodfetico deprovincias agiomeraba las perf- frasis ms petulantes, consterno ^ Rougon, quien murmuro, cuando d su vez Feifcitas, enterada de el, dejd el periodico sobre la mesa : I Ah , desdichado ! Vuiliet nos ha dado elgol- pe de gracia: todos creerdn que yo fui el inspi- rador de esa diatriba. fcPerono me dijiste que noqueria publicar- lo esta manana? (interrogo Felicitas, muypre- ocupada.) Las noticias ultimas le tenfan lleno de miedo, y, segiin tu rnismo aseguraste, cuando se LA. KORTCNA DE LOS ROCGON. 213 nego rotundamente a" atacar a los repub'icanos, estaba palido como un cadaver. Si, lo dije, y era verdad. Y cuando vi6 quo insisti'a, llego hasta echarrne en cara el que no hubiese matado a* todos los republicanos.... Ayer, bueno queescribiera el artfculo; pero hoy, 61 sera" causa de que nos asesinen. Felfcitas no sabfa qu6 pensar. &Qu6 mosca le habrfa picado Vuillet? La idea de ver al sa- cristan aquel, fusil en mano, haciendofuegodesde la mural la, le parecfa la cosa ma's ridfcula del mundo. Indudablemente algo le impulsaba expresarse asf ; algo que ella ignoraba, y era in- dispensable averiguar. Vuillet era demasiado cobarde para insultar los insurrectos, si tan cerca de la ciudad estuviera la partida. Esun mal hooabre; siempre io he tenido por tal (prosigui6 Rougon, despu6s de releer el arUculo). Por lo visto, no tiene ma's objeto que hacernos daiio. \ Ah! jque necio fuf encarga"ndo- le de la administracidn de correos! Al oir esto Felfcitas, vi6 un rayo de luz. Le- vant6se de siibito, como iluminada por una idea feliz, se puso una cofia, y echo un chal sobre sus hombros. 214 E. ZOLA. -selas con los tribunales de justicia. Desde entonces ansiaba con verdadera furia ganar otra vez la perdida protecci6n. FeKcitas qued6 admirada al ver cun modes- tas eran las ambiciones del librero. Imposible le parecfa que por vender UQOS cuantos dicciona- rios se arriesgase nadie d ir d presidio por viola- ci6n de la correspondencia. ~Es un bonito negocio (dijo Vuillet con frui- ci6n); equivale d una renta segura de cuatro cinco mil francos anuales. Yo no soy como otras personas, que suenan imposibles. La mujer de Rougon no volvid hablar de las cartas por 61 abiertas. Tcitamente convinie- ron en que Vuillet no propagarfa m2s ninguna noticia sin contar con los Rougon , y que 6stos, LA FORTUNA DR LOS ROUGON. 221 por su parte, se encargarfan de que en su esta- blecimiento se expendieran los libros de texto. Al marcharse, Feli'citas ie recomend6 que no se comprometiera ma's aun. Bastaba con rete- ner las cartas y no distribuirlas hasta tres dfas despue"s. jHabra bribon! murmuraba Feli'citas al salir a" la calle , sin pensar que tambi6n ella in- tervenfa en un delito penado por el Godigo. Preocupada , andando lentamente , dirigiose d su casa, atravesando por elpaseo de Sauvai- re, para reflexionar ma's a" sus anchas. Debajo de los drboles encontro al marques de Carna- vant, que salia de noche para husmear lo que pasaba sin conaprometerse. El clero de Plas- sans, aunque contrario al golpe de Estado, des- de el anuncio de este se mantenia en la ma's absoluta neutralidad. Gomprendiendo que era un hecho la consolidacion del Imperio, esperaba la hora oportuna de dar nueva direcci6n a* sus secu- lares intrigas. El Marques, iniitil ya como agen- te de los clericales , no tenia Ola's interes que la viva curiosidad de saber en qu6 pararia todo aquello y de que manera se arreglarian los Rou- gon para llegar hasta el objetode sus ambiciones. 222 E. ZOLA. jHola , pequena! (dijo, reconociendo a" Fe- Ifcitas.) Pensaba ir d verte.... Parece que tus ne- gocios se enredan. No ; todo marcha bien.... replied la Rou- gon , muy preocupada. Mucho me alegro. Ya ire para que me cuen- tes c6mo es eso.... jAh! Laotranoche, no te puedes figurar el miedo que por mi causa tuvie- ron tu marido y sus colegas. | Si supieras qu6 rato pasaron en la terraza , mientras yo me en- tretenfa en hacerles ver una partida de insu- rrectos en cada grupo de los a"rboles del valle!.... Supongo que me lo perdonara*s.... Es ma's; os lo agradezco. Ojala" los hubierais asustado mas todavia. Mi marido es un camas- tr6n.... Venid 2 verme cualquier dfa deestos, a" hora en que me halleis sola. Y asf diciendo, despidi6se del Marques, y echo andar ra*pidamente, como si aquella con- versaci6n hubiera desvanecido todas sus zozo- bras. Implacable, rebosaba en su cuerpecilio el deseo de vengarse de las desconfianzas de Pedro, humilla"ndole y conquistando para siempre el omnfmodo poder dentro del hogar. Preciso era representar una comedia, y de antemano gozaba LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 223 ya, pensando en el efecto que producirfa aquel golpe escenico cuyo plan habfa madurado con todos los refinamientos que su amor propio de mujer ofendida le sugerfa. Hall6 Pedro sumido en pesado sueno; acer- cole la luz, y con expresi6n de testima contem- pt aquellas facciones groseras , contrafdas a* in- tervalos por nerviosos movimientos ; despuSs sentdse a la cabecera de la cama , se quit6 la cofia , se descompuso el peinado, torno* el aspecto de una persona desesperada, y empezd a sollozar recio. i Eh! $ Que tienes?^Por que lloras? pre- gunto Pedro, bruscamente despertado. Felfcitas, en vez de responder, redoblo sus gemidos. Hazme el favor de contestar (prosigui6 Rougon, espantadoal verlamuda y desesperada). 2,De donde vienes? ^Te has encontrado con los insurrectos? La vieja hizo con la cabeza una serial nega- tiva , y replico con voz ahogada : Vengo del hotel de Valqueyras. Quer^a aconsejarme del senor Marques.... jAh, Pedro de mi alma; todo se ha perdido!.... 224 E. ZOLA. De un salto quedo Rougon sentado sobre la cama; cubrfa su rostro densa paiidez; por entre la camisa desabrochada erguiase su cuello ro- busto como el de un toro, y la blanda carne es- tremeciase a impulses del miedo. En medio del lecho revuelto se hundfa como un idolo chino, li'vido y compungido. El Marques (continue Felfcitas) eree que el prfncipe Luis debe habersidoderrotado.... Nos hemos hundido, Pedro; jama's llegaremos te- ner un centimo. Como sucede siempre los cobardes cuando tratan con un debii , Rougon monto en cdlera. jGlaro! : la culpa no era suya, sino del Marques, de su mujer y de toda la familia. fc Acaso pensaba en la polftica 61 cuando entre Garnavant y FeK- citas ie metieron en aquellos enredos? Por mi parte, me lavo las manos (grito). Vosotros fuisteis los culpables. ^No hubiera sido mucho ma's prudente comernos nuestras rentas sin meternos con nadie? Estas son las consecuen- cias de tu afa*n de dominar. \ Mira al extreme adonde hemos llegado ! Perdido el seso, no se acordaba de que fue el tan arabicioso como su mujer. Solo sentfa un in- LA FORTUNA DE LOS HOUGON. 225 menso deseo de desahogar la ctflera , echando so- bre los dema's las responsabilidadesdeladerrota. aQu6 habia de suceder con hijos corao los nuestros? Eugenio nos abandona ; Aristides nos ha arrastrado al lodo, y hasta ese majadero de Pascual nos compromete, echandoselas de fildn- tropo y marcha'ndose con los insurrectos. jPara eso nos hemos arruinado, dandole cada uno su carrera ! En el paroxismo de la desesperacidn , em- pleabapalabras, de las cuales nunca habfa hecho uso. Felfcitas aprovecho un instante en qae Pe- dro dej6 de gritar para tomar aliento, y mur- uiur6: $Te olvidas de Macquart ? Es verdad (continu6 Rougon , con mis vio- lencia). Ese es otro que, cuando pienso en el, me saca de mis casillas.... Pues , i y Silverio? iQue me dices de ese? Le encontre en casa de mi madre, con las raanos lienas de sangre. Se- giin parece, le habfa reventado un ojo un gen- darme. No te dije nada, por no asustarte ; pero, figiirate si es justo qua ese demontre de chiqui- llo haga por que tengan que ver con el los tri- bunales.... jOh! ;que familial Lo que es el tal TOMO II. 15 E. ZOLA. Macquart, te aseguro que el otro d(a, cuando me vi con un fusil en la ma no , y recorde todas las molestias que nos ha ocasionado , ganas me dieron de pegarle un tiro. Felfeitas dejaba que la tornaenta descargara. Con una caima angelical, bajando la cabeza, como si se reconociera culpable, y ocultando asf la expresi<5n radiante de sus ojos, escuchd las recriminaciones de su marido. Aquella actitud humildfsima, excitaba a' Pedro hasta enloque- cerle. Guando ya le faltaban aliento y voz, la vieja suspiro, haciendo gestos que revelaban arrepentimiento , y , con fingido desconsuelo, murmur6 : $Y quevamosa' hacer, jDios mfol,quevamos a' hacer 1 ?.... jEstamos agobiados de deudas!.... Tii tienes la culpa, grito Rougon, ha- ciendo el ultimo esfuerzo. Era verdad : todo el mundo debfan dinero. Esperanzados con un prdximo triunfo, perdieron hasta el ultimo resto de prudencia. Al comenzar el ano 1851 , llegaron hasta ofrecer todas las no- ches & los tertulios del sa!6n amarillo refrescos, ponche, pastas, y hasta cenas, en las cuales se brindaba por la muerte de la Republica. Adema's, LA FORTUNA DK LOS ROF7GON. J27 Pedro empled en fnsiles y cartuchos para defen- der la causa de la reaocidn, la cuarta parte de su capital. La cuenta del pastelero sube lo menos mil francos ( prosiguid Felicitas con triste acento); y al licorista le debemos casi el doble. Adema's, quedan el carnicero, el panadero, el frutero.... Pedro agonizaba. Feifcitas le did el golpe de gracia, anadiendo : Y no quiero hablar de los diez mil francos que diste para comprar armas. jLos diez mil francos que me robaron, enga- na"ndome! (gritdRougon.) Ese imbe"cii de Sicar- dot me metid en el ajo, jura"ndome que vencerfa Napoledn. Yo cref que se trataba de un anticipo, y precise ser& que ese vejestorio me devuelva mi dinero. jBah! jqu6 te hade devolver!.... (replied Felicitas, encogie~ndose de hombros.) Sufriremos las consecueucias de la guerra. DespuSs de pagar ^ todos los acreedores, no nos quedara ni lo pre- ciso para comer un pedazo de pan.... \ Ah! jQue bonita campana! Luego, ya podemos irnos a" vi- vir a alguna casucha del barrio viejo. Estas palabras sonaron lugubremente. Eran 228 E. ZOLA. el flel retrato de la existencin que les aguarda- ba. Pedro vi<5 la casucha del barrio viejo tal y como su mujer la piritaba. En ella morirfa , en una niala cama, despu^s de haber pasado la vida entera aspirando & realizar sus ensuenos de for- tuna. En vano habfa robado a* su madre y pues- to la mano en los mas sucios negocios, mintien- do por espacio de anos enteros. Ellmperio no pa- garfa sus deudas; aquel Imperio , linico capaz de salvarle de la ruina, En camisa salto de la cama, gritando : No ; mejor quiero coger un fusil, y hacer que me maten los insurrectos. Pues eso lo podrs conseguir manana 6 pasado , porque los republicanos no estdn lejos de Plassans. Es un medio de concluir como otro cualquiera. Pedro se quedo" yerto , como si de pronto le hubieran echado un jarro de agua frfa por la cabeza. Acostdse lentamente, y cuando sinti6 el dulce calor de la cama, rompiti 2 llorar. Aquel hombr6n se deshacfa en llanto. Vertia Idgrimas, que sin esfuerzo salfan de sus ojos. Opera'base en 61 una reaccion fatal ; toda su cdlera se tro- caba en abandono y lamentaciones dignas de un LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 229 nino. Felicitas, que esperaba esta crisis, llego al colmo de Ja alegrfa, viendole rendido a" sus pies. Conservtf su actitud y su mutisrao, y ai cabo de nna larga pausa, obtuvo lo que deseaba. Ei silencio, la resignation aparente de su mujer sumida en profunda melancolfa , exasper6 las la"grimas de Pedro. i Di algo, mujer! (exclamo con dolorido acento.) Pensemos juntos, a* versi encontramos la solucidn. $No hemos de hallar una tabla sal- vadora? Ninguna (replied Felfcitas). Hace un mo- mento, tii misrao exponfas la gravedad de la si- tuacion. Nada podemos esperar de nadie ; hasta nuestros hijos nos han abandonado. i Huyamos !.... ^Quieres que esta noche misma salgamos de Plassans? jHuir!... i Pero no comprendes quemana- na seriamos objeto de las hablillas de toda la ciudad? Adema"s, ^no recuerdas que tii mismo mandaste cerrar las puertas? Pedro se desesperaba. Ponia en tensi6n ex- traordinaria su espfritu , y , por fin , vencido, con tono suplicante murrnur6 : 230 E. IOLA. I For favor ! Dame una idea ; todavfa no has dicho una palabra. Felfcitas alzo la cabeza, flngiendo sorpresa, y con un gesto que revelaba absoluta impoten- cia , dijo : fcY que entiendo yo de estas cosas? &No me has dicho cien veces que no es la polftica asunto para ser tratado por mujeres? Y viendo que su marido se callaba avergon- zado, sin atreverse a" mirarla , continud : Si me hubieras puesto al corriente de tus negocios, acaso.... Pero como no se ana palabra de ellos, imposible es que te aconseje. Adema"s, has hecho bien ; las mujeres veces son char- iatanas , y por eso es bueno que los hombres di- rijan la nave solos. Pronuncio estas palabras con tan disimulada ironia , que su rnarido no advirtio la crueldad que encerraban. Pero sintio remordimiento, y se lo conto todo. Hablole de las cartas de Eugenio. Le expiico sus planes y la conducta que el habfa seguido , con locuacidad de hombre que confiesa de piano y requiere que le saqueu de apuros. A cada paso se interrumpfa para preguntarle : hubieras hecho tii en mi caso? LA FOKTUNA DE LOS HOUGON. 231 bien exclamaba : &No es verdad? fcTenia razon? No podfa proceder de otra manera. Felicitas no se dignaba hacer im gesto siquie- ra : escucha'bale con la rigidez inflexible de un juez , y en el fondo del animo experimentaba in- comparable jiibilo ; por fin habfa iogrado domi- narle, y jugaba con el como una gatacon una bola de papel. Tendiendole las manos para que le pusiera las esposas: Espera (dijo por fin, saltando de la cama). Voy leerte la correspondencia con Eugenio, para que puedas juzgar mejor. Ella trato en vano de detenerle por un faldtfn de la camisa ; Pedro coloco las cartas encima de la mesita de noche, volvitfse acostar, y le Jey6 paginas enteras , obligandola a recorrer- las con sus propios ojos. Felicitas hacfa esfuer- zos para no sonreir, y cornenzaba sentir l^s- tima. ^-Ahora que estas enterada de todo (dijo Rou- gon con ansiedad , luego que hubo leido la ulti- ma carta), &no se te ocurre alguna manera de salvarnos de la ruina? 232 E. ZOLA. La vieja parecfa reflexionar profundamente, y no contesttf. Tu eres una mujer inteligente (prosiguio Pedro, para adularla). y yo cometi la torpeza de ocultartela verdad. Ahora lo reconozco. No hablemos ma's de eso (repuso Felfcitas). A mi juicio, si tienes mucho valor.... Y viendo que Ja miraba con avidez, interrum- piose, y le dijo sonriendo: Pero es menester que me prometas no vol- ver a* desconflar de mi. ^Me lo dirds todo? $,No dars ningiin paso sin consultarme? Rougon le prometitf obedecerla, y acepto in- condicionalmente hasta las imposiciones ma's duras. Entonces ella se acosto tambi6n. Se habfa enfriado; acercdse su marido, y en voz baja, como si terniera ser ofda, leexpuso detallada- meote el plan de campana que habia concebido. A su juicio, era indispensable que el pa*nico se difundiera m^is y ma's porlaciudad, para que el resaltase con su heroico valor ante la piiblica consterriacion. Un secreto presentirniento la ad- vertfa, segiin dijo , de que los insurrectos esta- ban aiin muy lejos. Adem^s , tarde 6 temprano, LA FORT UNA DE LOS ROUGON. 233 el partido del orden llegaria aimponerse, y en- tonces obtendrian ellos la ansiada recompensa. El papel de ma"rtir , despues de haber desempe- nado el de heroe, le convem'a mucho. Con tanta conviccidn hablaba , y tales razones expuso, que Rougon, sorprendido en un principio por la sen- cillez del plan, que solo requer/a audacia, acab6 por reconocei* en 61 ventajas indudables : se con- formo , y comprometio'se a* desarrollar todo el valor posible. Pero no olvides que mi me deberas la salvation (murmuro" la vieja,con acento zalame- ro), ^Ser^s bueno? Bes^lronse, y se dieron las buenas noches. Aqueila conversation fue un descanso para los dos viejos , abrasados por el fuego de la ambi- tion. Pero ni uno ni otra pudieron conciliar el sueno. No habia pasado un cuarto de hora,cuan- do Pedro, que tenia los ojos fijos en la redonda sombra que proyectaba la lamparilla sobre el te- cho, se volvid, y, en voz muy baja, comunic6 su mujer una idea que habia brotado en su ce- rebro. iOh, no! (murmuro Felicitas estremecien- dose.) Sena demasiada crueldad. 234 E. ZOLA. i Diablo! (prosigui6 Rougon.) ^No quieres que la ciudad entera tiemble consternada?.... Si lo que te digo sucediera , todo el mundo tendrfa que tomar muy en serio mi actitud. El plan se completaba en su meote. Para eso Macquart podia servirnos (excla - m6); y aun puede ser que logra'semos deshacer- nos de 61. Esta idea se grab6 en la inteligencia de Felf- citas. Reflexiono , y despues de un instante de duda, balbuceo: Puede que teiigas raz6n... : merece pensar- se....; despues de todo, seria una estupidez andar con escriipulos trata*ndose de una cuestidn de vida 6 muerte para nosotros.... Manana ireyo ^ ver Macquart, y quien sabe si podremos entendernos.... Ir6 yo, porque tii de fijo te pe- lean'as con 61, y lo echarfas a perder.... jEa! Ruenas noches, y que duermas bien.... Ya vera"s como al fin y al cabo todo se arregla. De nuevo se besaron,yse durmieron. En el techo la mancha lumiuosa se redondeaba seme- jante ^ un ojo colosal fijo en aquellos dos seres de rostros amarillos que combinaban el crituen al calor de la cama , y que vefan en suenos caer LA FOBTUNA DE LOS ROUGON. 235 dentro de su alcoba una lluvia de sangre, cuyas anchas gotas se trocaban en monedas de oro al chocar contra el pavimento. Al siguiente dfa , antes de amanecer, Feiici tas fue al Ayimtamiento, advertida por Pedro de la manera como podrfa llegar hasta Macquart. En una toalla llevaba envuelto el unifornie de guardia nacional de su marido. Al entrar en la alcaldia, encontr6 los que montaban la guardia durmiendo pierna suel- ta. El portero, a cuyo cargo estaba la vigilancia del prisionero , la acompantf hasta el tocador convertido en calabozo , y liiego baj6 tranquila- mente. Dos dias con sus noches hacfa que Macquart estaba alii encerrado. Tiempo habia tenido de reflexionar. Las primeras horas de prision las paso entregado a la c61era que le causaba su iin- potencia, Ganas le dieron de echar abajo la puerta , pensando que en la estancia inmediata estaba su hermano hecho un personaje, y desde luego se prometta estrangularle con sus propias manos , cuando los insurrectos le devoivieran la libertad. Al anochecer recobro la caluia, y dejo de pasearse por el estrecho gabinete. Aqueila $36 E. ZOLA. atmOsfera impregnada de aromas delicados le producia indecible bienestar y calmaba sus ner- vios . Gargonnet era rico , sibarita y coque- t6n en sus aficiones , y habfa arreglado aquel re- trete con exquisito gusto y elegancia; el divn era muelle y c6modo; multitud de pomadas j jabones ordenados sobre el lavabo de mrmol saturaban de perfumes el aire, y la luz palidecfa atravesando los cristales,semejante ai tenue res- plandor de la lmpara de una alcoba. Macquart se durmi6, respirando aquel am- biente aromtico , y pensando que los demon- tres de ios ricos eran muy felices : cubrid su cuerpo con una colcha que le habfan dado, y des- cans6 hasta la manana, apoyando la cabeza, las espaldas y los brazos sobre los mullidos cojines. Guando abri6 los ojos , un rayito de sol penetra- ba por la claraboya; tan caliente estaba y tan comodo, que no quiso levantarse, y sigui6 echa- do, mirando distraMo en torno suyo, y pensando que tarde 6 nunca se verfa en un sitio semejan- te para lavarse la cara. El lavabo, sobre todo, le interesaba. ISo era mucho andar siempre lim- pio, pudiendo disponer de tanto tarrito y tanto frasco. Esto le hizo pensar con amargura en su LA FORTUNA Dli LOS ROUGON. 237 pasado. Acaso habi'a seguido raal camino; DO se adelanta nada tratando a Jos vagabundos ; ma's Jehubiera valido dejarse de tonteriasy ponerse bien con los Rougon. Pronto se reacciond, pen- sando que su hermano era un bribon, que le haWa robado. Pero el tibio arabiente y la blan- dura del diva'n dulcificaban sus acritudes, y 2 su pesarexperimento cierta melancolia. Despues de todo, los insurrectos le abandonaban y se deja- ban matar como unos imbeciles, Acabo" por con- venir en que la Republica era un engano. Pens6 que los^Rougon tenfan buena suerte, y record6 con pena la inutii malevolencia que con el habian empleado y la sorda guerra que le bicieron ; nin- guno de los individuos de su familia le habia favorecido, ni Arfstides, ni Silverio, que era un tonto, entusiastade las ideas republicanas , y nunca llegaria ser nada, ni el hermano de este,queestaba olvidadoportodos. Encontra'base solo ; muerta su mujer y abandonado por sus hijos , restabale morir en un rincon , como un perro , sin dinero, sin una mano amiga que le favoreciese. Discurriendo asf, miraba el lavabo y le entraban ganas de lavarse las manos con ciertos polvos de jabdn que habia en un tarro de 236 B. ZOLA. cristal. Macquart, como todos los holgazanes a* quienes una raujer 6 sus hijos sostienen , tenfa aficiones femeniles. Aunque llevara los panta- lones llenos de remiendos, gnstbale inundarse la cabeza de aceite aroma"tico. Pasaba horas y horas en casa del barbero hablando de polftica, y haciendo que lo peinaran en los intervales de las discusiones. La tentacion fue invencible, y Macquart se install delante del lavabo. Se Iav6 la cara y las manos, se pein6, se perfum6 , se hizo un tocado perfecto. Us6 un poco de cada frasco, todos los jabonesy todas las clases de pol- vos que tenfa a" mano. Pero lo que le produjo mayor emoci6n, fue secarse con las toallas del Alcalde, extraordina- riamente gruesas y flexibles. Con deiicia envoi- vio en una de ellas el hurnedo rostro, respirando ansioso aquellos olores que representaban la ri- queza. Despues de haberse puesto pomada y ha- berse perfumado la cabeza, volvi6 a echarse en eldiv^n, rejuvenecido, con la mente ilena de ideas conciliadoras. Desde que acerco las narices a los frascos aquellos , sentfa mayor desprecio por la Republica; hasta llego ^ pensar que acaso todavla fuera tiempo de hacer las paces con su LA FORTCNA DE LOS ROLT.ON. 239 herrnano, y calculo* lo que podrfa valerle una traicitfn. Su odio por los Rougon segufa mordiendole; pero estaba en uno de esos mementos durante los cuales el silencio, una postura comoda y un es- tado especial del a"nimo, son otros tantos agentes que impulsan pensar amargas verdades; y lamento no haberse creado un rinc6n donde po- der ser feliz , olvidando las debilidades del alma y del cuerpo, aun trueque de los ma's profundos odios. Por la tarde , Antonio estaba resuelto a" procurarse una entrevista con su hermano al dfa siguiente. Pero cuando vio entrar a Felfcitas, comprendid que le necesitaban, y se puso en guardia. La negotiation fue larga , llena de traiciones y manejada con extraordinaria astucia. Los dos cunados empezaron dandose mutuas quejas. Fe- h'citas, admirada de ver tan amable d Antonio, despues de la escena ocurrida en su casa el do- mingo ultimo , comenzo hablar, recrimin^ndole carinosamente por los odios quehabfafomentado, caiummando Pedro hasta sacarle de sus ca- siilas. jCaramba ! (dijo Macquart, procurando en 240 E. ZOLA. vano coDtenerse) : lo que es Pedro, nunca se porto conmigo como un hermano : $,cundo me ha socorrido? Si de el solo hubiese dependido mi suerte , estas horas habrfa ya reventado en mi tabaco. Mientras fae bueno conmigo , ya te acordars , cuando me di6 los doscientos francos, se me figura que mi conducta nada dejaba que desear. For todas partes decfa yo que era hom- bre de muy buen coraz6n. Esto equivalfa decir : Si hubieseis conti- nuado d^ndome dinero, hubie>amos sido muy buenos amigos, y os hubiese ayudado en vez de combatiros; vosotros tuvisteis la culpa, porque bien podiais haberme entendido. Felfcitas le cornprendio tan bien , que repuso : No extrano que nos juzgases malos herma- nos, porque creias que vivfarnos con mucho desahogo ; pero te equivocabas, porque e>amos y seguimos siendo pobres, y esa fu6 la razon de que no proeedi6ramos contigo tan bien como era nuestro deseo. Dud6 un instante, y prosigui6 : En rigor, podrfamos hacer un sacriflcio si lo exigiera la gravedad de las circunstancias; jpero somos tan pobres!.... LA FORTUNA DB LOS ROUGON. 241 Macguart aguzo" el ofdo. Ya caigo, penso; y sin darse por entendido del indirecto ofreei- miento de sucunada, pinto" vivamentesumiseria con voz dolorida, conto la muerte de su mujer y lahuida de sus hijos. Felfcitas, por su parte, lamento la crisis que experimentaba el pai's, asegurando que la Repiiblica los habfa acabado de arruinar, y de palabra enpalabra, llego maldecirlaepoca, en la cual, por ideas politi- cas, se vefa su marido en el caso de prender un hermano suyo. Si la justicianoqueria entre- gar su presa, j cu^n grandes serfan los sufri- mientos que experimentase al ver 2 un ser que llevaba su propia sangre, perseguido y confi- nadoenalgunaislalejanaydemortfferoclima!.... Lo que es eso....,~ dijo tranquilamente Macquart. Felicitas prosigui<5 : Capaz seria, antes de consentirlo, de dar la vida para rescatar la honra de mi familia ; y la prueba de que no miento, de que estoy dis- puesta probarte que no te abandonamos , es que vengo a facilitarte el medio de que te es- capes. Los dos cunadoss^miraron cara cara, tan- TMO II. Jg 242 E. ZOLA. teando el terrene antes de entablar la iucha. ^Sin condiciones? pregunto Antonio. Sin condiciones (repuso Felfcitas. Y sen- tndose junto a el en el diva*n, continu6 con tono resuelto) : y antes de que pases la frontera, ten- go tambien arreglado el modo de que ganes mil francos, si quieres. Si el negocio es limpio (murmuro Antonio, tras breve silencio) , porque te advierto que no estoy de humor de mezclarme envuestros chan- chullos. No se trata de ningun asunto peligroso (dijo Felicitas, sonriendo al ver los escriipulos de aquel zorro viejo ) ; la cosa es bien sencilla: en cuanto saigas de aquf vas a* esconderte a* casa de tu madre, y esta noche reunes a" tus amigos y venfs todos a* apoderaros del Ayunta- miento. Macquart no pudo ocultar la sorpresa que le produjeron aquellas palabras, cuyo alcauce no comprendfa. Yo pens6 que habfais triunfado, dijo. No es esta ocasion , ni tengo tiempo para enterarte de todo (replied la vieja con impacien- cia). jAceptas 6 no? LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 243 Paes bien: no acepto....:quiero reftexionar. Serfa una estupidez que por mil francos per- diera quizes una fortuna. Felicitas se levanto. Gomo quieras (dijo frfamente); pero en verdad te digo, que no tienes idea exacta de tu posicidn. Viniste a" mi casa a" insultarme, y cuan- do, en cambio de tus palabrotas, tengo la bondad de tenderte la mano para sacarte del atolladero en el cual cometiste la estupidez de caer , me re- cibes con altaneria y desconfianza.... jBueno! Qu6date aqui, esperando a que vengan las auto- ridades, y de lo que te suceda no te quejes. Por mi parte, me lavo las manos. Dijo esto, dirigi6ndose hacia la puerta. Pero, mujer, dame algunas explicaciones. aComovoya hacer contrato ninguno sin saber lo que me comprometo? Hace nueve dias que ignoro lo que pasa por el mundo. &Quien me asegura que no trata"is de robarme? Eres un estiipido (replied Felfcitas, ^ quien aquel grito del corazon de Antonio hizo volver sobre sus pasos). Haces mal, no poni6ndote cie- gamente de nuestra parte. Mil francos no son cantidad tan pequena que pueda arriesgarse, no 244 E. ZOLA. trata"ndose de una jugada hechaya; acepta, y no seas tonto. Antonio dudaba. Pero cuando vengamos a* apoderarnos del Ayuntamiento, $nos dejara*n entrar tranquila- mente? pregunto. iPsch! jquien sabe! (replic6 Felfcitas son- riendo.) Puede que os reciban a" tiros. Macquart la mir6 fijamente, exclamando: Y dime, chiquita: $no tendr6is la intencidn de meterme una bala en la cabeza? La vieja se ruborizo: precisamente en aquei instante estaty* pensando que una bala durante elataque al Ayuntamiento, podia hacerles un gran servicio , desembaraza"ndoles de Antonio y ahorra"ndoles mil francos. For eso se enfado, y dijo: I Vaya una idea ! Es atroz tener pensamien- tos como ese. ^Aceptas? ^Te has hecho cargo del asunto? Macquart habfa comprendido perfectamente. Se trataba de una emboscada, y como a" primera vista no se le alcanzaban ni el objeto de ella ni sus consecuencias , se decidio regatear. Des- pues de hablar de la Repiiblica como de una que- LA FORTCNA DE LOS ROUGON. 245 rida a quien estaba desesperado de no amar ya, puso de manifiesto los peligros que correria , y acab6 pidiendo dos mil francos. Pero Felfcitas no cedio, y discutieron hasta quedar conformes en que, adema's de la suma convenida , cuando voi- viese de la emigration , le seria proporcionado un empleo de poco trabajo y muchas utilidades. En seguida vistitfse Antonio el uniformede gaar- dia nacional que su cunada habia trai'do. Inme- diatamente debfa ir a" casa de tf a Dida , y a eso de la media noche conducir 'A la plaza del Ayunta- miento a todos los republicanos que encontrara, asegurSndoles queaquel estaba abandonado,y bastaria empujar lapuerta para apoderarse de 61. Antonio pidio senal, y recibitf doscientos fran- cos, comprometi6ndose Felicitas a entregarlelo restante al dia siguiente. Aquella suma repre- sentaba todo el dinero que tenfan disponible los Rougon. Guando Felicitas llego a la calle, detiivose un instante para ver salir Macquart. Este paso tranquilamente por delante de la guardia , so- n^ndose para recatar el rostro con el panuelo. Antes de salir , rompio de un punetazo la vi- driera que en el techo del tocador habia, para 246 E. ZOLA. hacer creer que por ella se habfa escapado. Ya esta* hecho el negocio (dijo la vieja a* su marido , al entrar en casa ) : esta noche a* las doce.... Lo que es mi no me ha de causar nin- gun remordimiento.... De buena gana los verfa fusilados a" todos. Asf como asi , bien nos desolla- ban ayer en la calle. Es una tonteria qae dudases (repuso Rou- gon, que se estaba afeitando); en nuestro caso, cualquiera harfa lo mismo. Era aquella la manana de un martes : Pedro se acicalo con gran esmero. Su inujer le pein6 y le anudo ei lazo de la corbata, haciendole girar en- tre sus manos como si fuera un nino quien vis- tiera para presentarle en la distribuci6n de pre- mios. Guando termin6 el tocado , le mir6 atenta , y declar6 que harfamuy buenpapel en los graves acontecimientos que se preparaban. En efecto: su rostro palido, de rudas facciones, expresaba mucha dignidad y una terquedad heroica. Acom- panole hasta el primer rellano de la escalera; repitiendole lo que tenfa que hacer : era preciso que conservase su valeroso continente, aunque el pa"nico rayase en locura; convenfa cerrar las puertas a" piedra y lodo, para que la poblacitfn LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 247 agonizase de miedo detrs de las murallas ; y si lograba que todo el mundo se opusiera estas medidas , quedando unico voluntario para morir por la causa del orden , entonces el efecto de la sangrienta comedia serfa admirable. jQue Jornada aquella! Todavfa la recuerdan los Rougon, como si fuera una batalla gloriosa y decisiva. Pedro se dirigio al Ayuntamiento , sin parar mientes en las miradas de que era objeto ni en las murmuraciones de los grupos que hallaba al paso, en los cuales se hablaba mal de 61. Gomo hombre resuelto 2 no abandonar su puesto, se instalo en la alcaldia. A Roudier le dirigio cua- tro letras, previni6ndole que de nuevo recobraba el mando: Velad en laspuertas de la ciudad (le decia, sabiendo que su carta habrfa de ser cono- cida por el publico), que yo me encargo de ha- cer respetar las propiedades y las personas. Cuando en momentos como estos las malas pasio- nes renacen y se desenfrenan, los buenos ciuda- danos deben tratar de ahogarlas, aunque sea a costa de su vida. Las ialtas de ortografia y el estilo , hacian mas heroico aun aquel documento cldsicamente laconico. 248 E. ZOLA. Ni uno s6lo de los consejeros municipales acudio su puesto; hasta los ma's fieles , incluso el mismo Granoux, se quedaron prudentemente en sus casas. Del comit6 aquel , cuyos miembros fueron desapareciendo a" medida que el pnico aumentaba , solo Rougon habia quedado, ocupan- do la poltrona presidential. Nisiquiera se digno convocarles: bastaba 61 solo para hacer frente todas las necesidades de la ciudad. Sublime es- pectdculo, que ma's adelante un peri6dico local caracterizo con la siguiente frase: E1 valor dan- do la mano al deber. Toda la manana estuvo Pedro llenando de ac- tividad el Ayuntamiento con sus idas y venidas. Se hallaba completamente solo en aquel gran ediflcio,por cuyasespaciosashabitaciones vaci'as retumbaba el ruido de los pasos del heroe. Todas las puertas estaban abiertas. Paseaba su presi- dencia sin consejo por aquel desierto con tal en- fasis y tan penetrado de sf mismo, que dos 6 tres veces le hallo el conserje en los pasillos, y le sa- ludo respetuoso y sorprendido. Veiasele detrds de las vidrieras, y, no obstante el frio que hacfa, varias veces asom6se al balcon , llevando en las manos carpetas llenas de papeles, como hombre LA FORTCNA DE LOS ROUGON. 249 muy atareado, queespera importantesmensajes. Al mediodfa recorrio la ciudad; visito las guardias , hablando de la posibilidad de un ata- que , y dando entender que los insurrectos no estaban lejos. Pero contaba , segiin decia , con el valor de los guardias nacionales, quienes , & ser precise, debian dejarse matar, hasta no que- dar uno, en defensa de la buena causa. Guando volvfa de esta visita oficial , andando con gravedad y aspecto de heroe que ha puesto en orden los negocios de la patria y solo espera la muerte , observd que todos le miraban con estupor. Los comerciantes retirados, a quienes no habfa catastrofe que fuera capaz de impedir tomar el sol ciertas horas , le contemplaban con ojos asustados , como si no le conocieran, cual si no les cupiera en la cabeza que uno de ellos , tambien inercader de aceite en otro tiem- po, tuviese animos para hacer trente un ej6r- cito entero. En la poblacidn la ansiedad habfa llegado al colmo. De un momento otro se esperaba la partida de insurrectos. La evasi6n de Macquart produjo gran espanto, y por doquier era comen- tada. Deciase que los rojos, sus amigos, le habfan 250 E. ZOLA. ayudado escapar, y que esperaba escondido la llegada de la noche para caer sobre las casas de los ricos y poner fuego a* la ciudad. Plassans, enloquecido dentro de sus murallas, ya no sa- bfa que inventar para aumentar su miedo. Los republicanos desconfiaron al ver la energica ac- titud de Rougon. Los habitantes de la poblaci6n nueva, abogados y antiguos^comerciantes, que la noche anterior se deshacfan en censuras con- tra el sa!6n amarillo, se mostraban tan sorpren- didos en presencia de aquel valiente, que no se atrevfan a" atacarle con franqueza. Gontentdban- se diciendo que era una locura desaflar de tal manera los insurrectos victoriosos, y que tan externpora'neo heroismo serfa causa de grandes males para la ciudad. A eso de las tres de la tarde nombraron una comision , encargada de hacer presentes Rou- gon los sentimientos del vecindario , y es induda- ble que ni consults" ndole de antemano hubiesen hecho nada ms prop6sito para darle motivo de exhibir delante de sus conciudadanos su abnega- ci6n. Dijo frases verdaderamente sublimes. Recibio la diputacion de la ciudad en el despacho del LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 251 Alcalde. Los comisionados, despues de darle las gracias por su patriotismo , le suplicaron que no pensara.en hacer resistencia. Pero el, con gran exaltacidn, les habld del deber, de la patria, del orden y de otra multitud de cosas. Dfjoles que nadie obligaba a imitarle; que solo se proponfa cumplir lo que le ordenaban su corazon y su conciencia. Ya lo veis , senores ; estoy solo (anaditf para concluir), y a mi cargo queda toda la responsa- bilidad para que nadie ma's que yo se compro- meta. Si hace falta una vfctima, me ofrezco 2 serlo : mi unico deseo consiste en salvar con la mfa la vida de los habitantes de Plassans. Un Notario, que era la persona mas impor- tante de todos los comisionados , le bizo notar que corrfa en pos de una muerte segura. Lo se (exclamo Rougon) ; y ella estoy dis- puesto. Los comisionados se miraron llenos de asom- bro. Aquella frase los dej6 parados: resuelta- mente aquel hombre era un he>oe. El Notario le aconsejo que recurriese los gendarmes; pero el repuso que la vida de aquellos soldados era preciosa , y no la expondria ma's que en ultimo 252 E. ZOLA. extreme. La diputacion se retire emocionada. Una hora despu6s , todo Plassans consideraba Rougon como un ser heroico , y hasta los ma's cobardes le llamabaa viejo loco. For la tarde , Pedro vio con asombro llegar Granoux. El antiguo cornerciante de almen- dras le estrechtf entre sus brazos, llama~ndole grande hombre, y dici6ndole que querfa morir con 61. La i rase aquella estoy dispuesto, que habfa llegado ^ su noticia por medio de la cria- da, ^ quien la frutera refiritf lo ocurrido, le habia entusiasmado. EQ el fondo , aquel cobar* d6n grotesco tenfa cosas encantadoras. Pedro le acepttf, pensando que esto en nada le perjudi- caba; hasta sintio cierto enternecimiento viendo su adhesidn , y se prometio hacer que piiblica- mente le felicitara el Prefecto, para que rabiasen de envidia todos los dems que tancobardemente le habfan abandonado. Rougon y Granoux es- peraron hasta la noche en el desierto Ayunta- miento. Arfstides andaba muy inquieto mientras esto pasaba en la alcaldfa. El artfculo de Vuillet ha- Wale sorprendido extraordinariamente , y la actitud de su padre tenfale estupefacto cuando LA FORTONA DE LOS ROUGON. 253 le vio en una ventana vestido de levita negra y corbata blanea , tranquilo y satisfecho, no obs- tante la inminencia del peligro, Seguu de pii- blico se decia , los insurrectos , victoriosos , se acercaban. En su pobre cabeza surgian tremen- das dudas : de suyo desconfiado , hacfa inflnitas cabalas, y, en extreme suspicaz, presentfa algu- na liigubre comedia. No atrevi6ndose & presen- tarse en casa de sus padres, en vio su mujer, y cuando esta volvio , dijole con voz calurosa : Tu madre te espera : no esta" enfadada, pero me parece que se burla de ti. Me ha repetido va- rias veces que harfas muy bien si te quitaras el cabestrillo. Arfstides sintidse horriblemente humillado. Sin perder un momento fue ^ la calle de Banne, dispuesto d todo g^nero de sumisiones. Su ma- dre se content6 con decirle, prodigdndole desde- nosas sonrisas : i Ah, pobrete! Resueltamente no eres listo. fcPero puede uno serlo en un rincdn del mundocomoPlassans? (replied el joven, con vio- lencia y despecho.) Gonozco que en esta atmds- fera me embrutezco; jno hay noticias !...., y no sabe uno qu6atenerse.... Esto de estar ence- 254 E. ZOLA. rrado entre esas malditas murallas.... jAh! jSi hubiera podido seguir a* Paris a mi hermano Eugenio! Y viendo que Felicitas seguia rie'ndose, prosiguid con amargura : La verdad es que no fuiste muy buena conmigo; tarde lo supe.... Eugenio os tenia al corriente de cuanlo sucedia, y nunca se os ocurrid hacerme ninguna indicacidn litil. ^Todo eso sabes? (dijo Felicitas, formali- zandose y con cierla desconfianza.) Entonces eres menos tonto de lo que creia. ^Acaso seras tu de los que abren las cartas, como cierta per- sona que yo conozco? No; pero escucho detras de las puertas, replied Aristides con gran aplomo. Esta franqueza agrado a Felicitas. De nue- vo sonrio , y exclamo con mas dulzura : Entonces, majadero, ^por que no has ^cambiado antes de conducta? jPseh!.... (dijo el j oven con embarazo.) No tenia gran confianza en vosotros , francamente; porque como os rodeabais de estiipidos como Granoux, mi suegro y otros por el estilo...., y, adem&s , no queria ir demasiado lejos LA FORTUNA DE LOS ROUGON. Dudo un instante , y prosiguid con recelo : Al menos , hoy por hoy, &estais segura del exito del golpe de Estado? jYo! (replied Felicitas, herida por las du- das de su hijo.) No estoy segura de nada. Sin embargo, me has dicho que podia quitarme el vendaje. Si, porque todo el mundo se burla deti. Aristides, con la mirada inquieta y fija en la pared , como si estuviese entretenido en con- templar los ramajes del papel, guardd silencio. Su madre, impaciente al verle dudar todavia, exclamo : Me ratifico en lo dicho. jNo eres muy listo, que digamos !.... ^Y tu eras el que querias que te leyesemos las cartas de Eugenio^Pero no comprendes, jinfeliz!, que contus constan- tes dudas lo hubieras echado todoa perder?.... Ahora mismo.... Si, dudo (interrumpid Aristides, fijando en su madre una mirada investigadora y fria); no me conoceis. Gapaz seria de poner fuego a la ciudad, si tuviera ganas de calentarme los pies; pero comprenderas que no es cosa de comprometerme dando un golpe en vago. Es- 256 E. ZOLA. toy harto de comer pan duro , y no quiero ten- tar la suerte. Cuando yo d un paso, he de estar seguro del terreno que piso. Pronuncid estas palabras con tanta crude- za , que su madre , presa tambien de abrasador afan por triunfar, reconocid en ellas la voz de su propia sangre , y murmurd : Tu padre tiene buenos animos. Si, ya lo he visto (prosiguid Aristides con acento socarrdn) : tiene buen aspecto , y me ha parecido Lednidas en las Termdpilas.... Oye, madre: ^fuiste tii quien le puso aquella cara? Y resolvie'ndose de siibito , concluyd : Esto es hecho; soy bonapartista.... Papa no es hombre de exponer la pelleja sin la se- guridad de ganar mucho. jHaces bien! Hoy nada puedo decirte; pero creo que manana no te arrepentiras de haber fiado en mi. No insistid mas . Jurdle que muy pronto estaria orgullosa de el , y se marchd , mientras Felicitas , sintiendo en su animo la preferencia que tenia por Aristides , le miraba por la ven- tana , pensando que poseia un talento de todos LA FORTCNA DE LOS ROUGON. 257 los diablos, y que seguramente no le hubiera dejado marchar sin ponerle en buen camino. For tercera vez la noche prenada de an- gustias caia sobre Plassans. La ciudad agoni- zante estaba en las ultimas ansias. Los bur- gueses se retiraban a sus casas recelosos, y al cerrar las puertas percibiase ruido de cerrojos y barras de hierro. Parecia que todo el mundo abrigaba el temor de que aquella noche se tra- garia la tierra a la poblacion , 6 de que esta se evaporaria. Cuando Rougon se encaminaba a su casa a la hora de cenar, las calles estabau abso- lutamente desiertas. Aquella soledad le puso triste y melancolico. Al llegar d los postres, sin- tidse desfallecer, y pregunto a Felicitas si era de todo punto necesario dar pabulo a la insu- rreccion que Macquart preparaba. Ya no murmuran (le dijo). jSi hubieras visto con que respeto me saludaban las gentes del barrio nuevo! A mi juicio, no hay necesidad de inatar a nadie: ^que te parece"? Harenios nuestro negocio sin tener que apelar a esos extremes. i Cuidado que eres blanducho ! (exclamo Felicitas colerica.) Tu fuiste el inventor de la TOMO II. 17 258 E. ZOLA. idea, &y ahora retrocedes? jCuando te digo que nunca seras capaz de hfccer nada sin mi! Sigue tu cainino, de"jate de tonterias, y esta seguro de que si los republieanos te tuvieran en su poder, no andarian con requilorios. Rougon , despues de comer, se fue a la al- caldia , y prepar6 la emboscada. Granoux le fue utilisimo ; le mando a llevar ordenes a to- dos los guardias de las murallas; ios guardias nacionales debian acudir al Ayuntainiento en pequenos grupos y con el mayor sigiio posi- ble. Roudier, el parisien-, extra viado en una provincia , era capaz de estropear la anagaza predicando humanidad, y no fu6 avisado. A .poco mas de las once de la noche, el pa- tio del Ayuntamiento estaba lleno de guardias nacionales. Rougon los asusto, diciendoles que por medio de su policia secreta habia sido avisado a tiempo de que los republieanos de la ciudad preparaban un golpe de inano a la desesperada, para apoderarse de la casa con- sistorial. Despu6s de describir con sornbrios colores el sangriento cuadro de horrorosos asesinatoi, los cuales se entregarian aquellos miserable^ LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 239 si iograban hacerse duenos de la poblacion , mando guardar silencio y apagar todas las lu- ces, fil mismo tomo un fusil. Desdepor la ma- nana pareciale que estaba sonando ; no se re- conocia; sentia detras de si a Felicitas, duena absoluta de su voluntad desde la crisis de aque- lla noche: estaba tan seguro de su mujer, que se hubiera dejado ahorcarsin inmutarse, pen- sando: No importa; ella me descolgaria. Para aumentar el barullo y causar mayor espanto en la ciudad , rogo a Granoux que se trasladase a la catedral, y tocase a rebate en cuanto oyera el primer tiro. El nombre del Marques bastaria para que le franquearan el campanario. Con los ojos fijos en la puerta, impacientes por tirar, como si estuvieran acechando una manada de lobos,los guardias nacionales, a quienes la ansiedad tenia azorados , esperaban en el obscuro y siiencioso patio del Ayunta- miento. Macquart habia pasado el dia en casa de tia Dida, acostado sobre un area vieja, echan- dode menos el divan de Mr. Gargonnet. Varias veces sintitf vivos deseos de irse a cualquier 260 E. ZOLA. cafe y gastarse los doscientos francos que tenia guardados en un bolsillo del chaleco j le abrasaban el costado ; mas pudo contener- se, y se conformo gastandolos con la imagi- nacidn. Su madre,acuya casa acudian sus hijos desde hacia algunos dias, desalentados, palidos , sin lograr que rompiera el silencio, ni que en su fisonomia se alterase la inmovi- lidad que le era habitual , andaba de un lado para otro, moviendose automaticamente, coma si no hubiese advertido siquiera la presencia de Antonio. Ignoraba los temores que tenian amedrentada la ciudad , ni mas ni menos que si viviese a mil leguas de Plassans, sin mas idea que aquel pensamiento fijo , objeto unico de toda su actividad. Sin embargo, cierta inquietud , cierto hu- mimo interns hacian pestanear en aquellos inomentos sus ojos fijos y sin expresion. An- tonio, no pudiendo resistir el deseo de comer un buen bocado, la envio a buscar un polio a casa de un pastelero del arrabal. Luego que estuvo sentado a la mesa, la dijo: jEh! 2,Qu6 te parece? Tii no comes polio con frecuencia ; eso se queda para los que tra- LA FORTUXA DE LOS ROUGON. 201 bajan y saben manejar sus negocios.... Apues- to que todas las economias se las das a ese mosquita muerta de Silverio. Y tiene una que- rida el bribonzuelo. Si has guardado el gato en algiin rincon, veras como el dia menos pen- sado te quedas sin el. Bromeaba: sentiase abrasado por malig- na alegria. El dinero que tenia en el bolsillo, la traicion que preparaba , la certidumbre de haberse vendido a buen precio, le causaban ese gozo propio de los infames, que, cuando se disponen a hacer alguna maldad, experimen- tan el placer de verse en su elemento. Tia Dida no oyo mas que el nombre de Silverio. iLe has vislo? dijo por fin, saliendo de su mutismo. i,K quien? &A Silverio? (replied Antonio.) Si, le vi andar entre los insurrectos, del brazo de una mozuela vestida de Colorado. Si le arri- man un chinazo, el se tendra la culpa. Adelaida le mir<5 fijamente, y exclamo con voz grave : .Por que? ;Toma ! Porque es una estupidez exponer la pelleja por estas 6 las otras ideas (repuso 262 E. OZLA. Macquart con cierto embarazo). Yo, como no soy un chiquillo, he arregladc bien mis ne- gocios. Tia Dida ya no le escuchaba; ensimismada, murmurd: Tenia llenas de sangre las manos: me lo matara'n como al otro ; sus tios le entregaran a ios gendarmes. &Qu6 estais grunendo ahi? (exclamd An- tonio , entretenido en roer el caparazdn del polio.) A mi me gusta que las cosas me las digan cara a cara. Si aiguna vez hable con 61 de la Repiiblica , fue para traerle al buen cami- no, porque estaba medio loco. A mi me gusta la libertad, siempre y cuando no degenere en libertinaje. Cuanto a Eugenio, merece mi es- timacion : es un muchacho valiente y de ta- lento. ^Llevaba la escopeta, verdad? pregunto tia Dida , cuya debil inteligencia se concentra- ba para seguir aSilverio a lo largo del camino. ^ Una escopeta? Si, la de Macquart (re- puso Antonio, mirando a la campana de la chimenea, en donde acostumbraba estar col- gada el arma). Me parecid v^rsela entre las LA FORTDNA DE LOS ROUGON. 263 manos. jBuena herramienta para andar por el mundo con una muchacha del brazo! jQue imbecil ! Y pareciole oportuno decir unas cuantas chocarreiias. De nuevo andaba tia Dida de un lado para otro, silenciosa y ajena a cuanto la rodeaba. For la noche, Antonio salio, despues de haberse puesto una blusa y encasquetadose una gorra , que su madre iu6 a comprar por orden suya. Entro en la ciudad como habia salido, enganando a los guardias nacionales que guardaban la puerta de Roma. Interndse en el barrio viejo , y deslizandose de portal en portal, llego a un cafetucho, en donde todos los republicanos exaltados que no siguieron a la partida insurrecta le esperaban a las nueve. Guando hubo reunido como unos cincuenta, les pronuncio un discurso, hablandoles de una yenganza personal que queria realizar, y de una victoria facil de conseguir; exaltoles mas, di- ciendoles que era llegada la hora de sacudir un yugo vergonzoso , y acabd asegurandoles que se comprometia a entregarles el Ayuntamien- to en diez minutos. Les dijo que venia de alii, y que estaba seguro de que nadie le ocupaba; 264 E. ZOIA. que, si querian, al dia siguiente la bandera roja ondearia en 41. Los obreros se consullaron; creian que la reacci6n agonizaba , que estaban proximos a llegar los insurgentes , y que seria muy honroso para ellos no esperar su llegada para hacerse cargo del poder, y recibirlos con las puertas abiertas de par en par y las calles empavesadas. Ninguno desconfiaba de Mac- quart ; su proverbial odio contra Rougon y la venganza personal de que les habia hablado, abonaban su lealtad. Convinieron en reunirsea las doce en punto en la plaza del Ayuntamien- to, y en llevar sus escopelas todos los que eran cazadores y las tenian. En poco estuvo que un pequeiio detalle no los detuviera : no tenian balas ; pero, considerando que no habian de hallar resistencia , decidieron cargar sus armas con perdigones. Nuevamente cruzaron las calles de Plas- sans, iluminadas por la luna, grupos de hom- bres armados. Cuando estuvieron reunidos en ellugar de la cita, kacquart, que no las tenia todas consigo, se adelantd resueltainente hacia la puerla del Ayuntamiento. Llamd. El portero, aleccionado de antemano, pregunto LA FORTUNA DE LOS ROU60N. 265 quie'n era el que deseaba entrar ; y al ver las espantosas amenazas de Antonio , fingiendo miedo, apresurdse a abrir. Las puertas giraron lentamente. El portal se ofrecid a la vista de los obreros negro y silencioso. Macquart gritd : ;A ellos ! Era la serial convenida. Mientras los repu- blicanos avanzaban , el se echo a un lado , y el negruzco hueco del portal se ilumind con un torrente de llamas y vomitd una granizada de balas. Los guardias nacionales, exasperados y deseosos de librarse de aquella pesadilla que les oprimia el corazon en medio del silencio y la obscuridad durante varias horas de espera, disparaban todos a un tiempo con una prisa febril. El relampago fue tan vivo, que Mac- quart, a la livida luz de los fogonazos, vid cla- ramente a Rougon , que procuraba apuntarle a el. Acorddse del rubor de Felicitas , y murmu- rd, echando a correr: Nada de tonterias; el muy bribdn me debe ochocientos francos , y seria muy capaz de matarine. Entretanto , multitud de gritos habian in- 266 E. ZOLA. terrumpido el silencio. Los republicanos , sor- prendidos, hicieron fuego tambie'n. Un guardia nacional cayo muerto. Ellos huyeron, dejando tres tendidos en tierra, y gritando locos de terror: jQue asesinan a nuestros hermanos!, conacentos desesperados , que no encontraron eco. Los defen sores del orden cargaron otra vez sus armas , salieron a la plaza , y furiosos dis- pararon h acia todos los sitios en donde una sombra 6 un guardacanton les parecia un in- surrecto. Mas de diez minutos pasaron ha- ciendo fuego al aire. La emboscada produjo el efecto de un rayo en los habitantes de Plassans. Los que vivian en las calles inmediatas , despertados por aque- llas descargas , saltaron sobre el lecho , casta- neteando los dientes de miedo. Por nada del mundo hubiesen asomado las narices a la ven- tana. Mientras tanto , la campana de la catedral tocaba a rebato con son irregular y extra- no compas ; parecia un caldero colosal gol- peado por el brazo de un nino furioso. Aquella campana aulladora , cuyo timbre no reconocie- LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 267 ron los vecinos, atemorizoles mas que las de- tonaciones de los fusiles , y muchos de ellos creian percibir el fragoroso estrepito de una fila interminable de canones maniobrando so- bre el empedrado. Volvieronse a acostar, ta- pandose bien , como si sentados en la cama denlro de sus alcobas corriesen algun peiigro; con el embozo subido hasta los ojos , la respi- racion entrecortada y los cuernecillos del nudo de la cinta del gorro de dormir caidos sobre la nariz , acurrucabanse , mientras sus esposas, apretandose contra ellos, hundian la cabeza en las almohadas, temblando de espanto. Los guardias nacionales que estaban en la muralla, al oir los disparos, acudieron a la desbandada en grupos de cinco 6 seis , creyen- do que los insurrectos habian penetrado en la ciudad por alguna mina , y con sus carreras redoblaron el terror. Roudier fue uno de los primeros en acudir. Rougon los despidid, reprendiendoles , porque no se dejaban asi abandonadas las puertas de una ciudad. Cons- ternados por aquella justa reprensidn , porque, efectivamente , dominados por el panico , ni un solo defensor dejaron en las puertas, vol- 268 E. ZOLA. vie'ronse a ellas a todo correr , produciendo en las calles un ruido infernal. For espacio de una hora, Plassans pudo creer que un ejer- cito enloquecido la recorria en todos senti- dos. Las descargas, el toque de rebate, las Idas y venidas de los guardias nacionales, sus gritos y el estruendo de las armas , producian un barullo semejante al que reina en una ciu- dad tomada por asalto y entregada al pillaje. Este fue el golpe de gracia para los desdi- chados habitantes , que creyeron ser ya presa de los insurrectos. Bien hicieron al decir que aquella seria una noche suprema; que antes del amanecer, a" Plassans se lo habria tragado la tierra, 6 se habria evaporado; y, locos de terror, imaginando a cada instante que ya se removian las casas , esperaban la catastrofe, sin animo siquiera para abandonar el lecho. A todo esto, Granoux seguia tocando a rebato. Guando se restablecid el silencio en la ciudad, las vibraciones de aquella cainpana resultaban fatidicas. Rougon, a quien abra- saba la fiebre, sinti(5se exasperado escuchando aquellos lejanos sollozos. Corri6 a la catedral, y encontro abierto el LA FORTONA. DE LOS ROUGON. 269 postigo. El campanero estaba junto a la puerta. j Basta, hombre, basta ! gritd Rougon. jPero si no soy yo el que toca , senor! (re- plied el campanero, con voz compungida.) El que esta arriba es elSr. Granoux; precisamente para evitar que tocasen a rebato quite el badajo de la carapana por orden del senor Vicario. Pero, a pesar de eso, subid, y no se como dia- blos se las compone para meter tanto ruido. Rougon subid precipitadamente las escale- ras del campanario, gritando: i Basta, hombre, basta; por el amor de DiosL... Al llegar arriba , a la luz de un rayo de luna que penetraba por una de las ojivas, vid a Granoux, sin sombrero, con aire furioso, golpeando en la cainpana con un gran martillo. i Y vaya si pegaba con gusto! Se echaba atras, tomaba impulso , y caia sobre el sonoro bronce como si quisiera hacerlo pedazos. Todos los musculos de su rollizo cuerpo se contraian , y cuando descargaba el martilio sobre la inmd- yilcampana, la vibration le rechazaba; pero el volvia con mas furia todavia. Parecia un herrero machacando sobre el yunque; pero un 270 E. ZOLA. herrero con levita , pequenito, calvo, de ino- vimientos torpes y pesados. La sorpresa detuvo un momento a Rougon delante de aquel hombre peleandose con una campana a la luz de un rayo de luna. Entonces comprendio en que" consistian aquellos extranos sonidos de caldero que tanto le molestaban. Gritdle para que se detuviera; pero el martilleo ahogo su voz , y fue menes- ter que , agarrandose a los faldones de la levi- ta de Granoux , le atrajera hacia si , para que cesara de tocar. jEh! (dijo este , radiante de alegria.) iQue os parece?... ^Habeis oido?... Al princi- pio probe a golpear la campana con los punos; pero me hacia dano , y, buscando cosa mas a proposito , hal!6 este martillo.... Voy a dar unos cuantos golpecitos mas.... Rougon no se lo consintio. Granoux estaba radiante, enjugando el sudor que banaba su frente : hacia prometer a su compaiiero que contaria de qu rnanera con un triste martiilo habia el provocado tamano alboroto. \Q\i6 ha- zana! jQu6 importancia le daria a los ojos de todo el mundo aquella furiosa tocata ! LA FORTDNA DB LOS ROUGON. 271 De madrugada , Rougon pens6 en tranqui- lizar a Felicitas. Los nacionales estaban recon- centrados en el Ayuntamiento por orden suya ; ademas , habia prohibido levantar los cadave- res , so pretexto de que era menester que su presencia sirviese de escarmiento a los revol- tosos del barrio viejo. Cuando para ir a la calle de Banne atrave- s6 la plaza , la luna se habia ya puesto, y, sin querer, apoyo el pie en la crispada mano de uno de los muertos que yacian sobre las ace- ras. Poco le faltd para caer. Aquella mano blanda que aplasttf con el tacon , causole una sensacitfn inexplicable , mezcla de horror y asco. A todo correr cruzd las calles desier- tas, creyendo que e^ ensangrentado puno le seguia. Hay tres muertos, dijo al entrar en su casa. Pedro y Felicitas se miraron, coino sorpren- didos de su propio crimen. La lampara daba a sus rostros un tinte amarillento. iLos has dejado? (preguntd Felicitas.) Conviene que la gente los vea. Si, no he querido que los recogiesen.... 272 E. ZOLA. Ahi estan, patas arriba.... Me parece que he pi- sado a uno. Mirdse a los pies , y vid que tenia un tacdn lleno de sangre. Mientras se ponia otro calzado. Felicitas prosiguid : Negocio concluido , entonces.... Ahora no diran que rompes espejos a tiros. La hecatombe que los Rougon habian pre- parado para hacerse aceptar definitivamente corno salvadores de Plassans , puso a sus plan- tas la ciudad entera, huinilde y consternada. Amanecid un dia triste y melancdlico de invierno. Los vecinos , al ver que todo reve- laba calma , cansados de temblar tapados en sus lechos hasta los ojos, se atrevieron a aso- niarse a las calles, primero unos pocos, y des- pues que circuld el rumor de la completa de- rrota de los insurrectos, el vecindario entero. Toda la manana durd el desfile de curiosos por delante de los cadaveres que yacian en la pla- za del Ayuntamiento. Estaban horriblemente mutilados : uno, sobre todo , tenia tres balazos en la cabeza : por las aberturas del craneo des- trozado se le veia el cerebro. Pero el mas atroz de todos era el cadaver del guardia na- L\ FORTUNA DE LOS ROUGON. 273 cional muerto en la puerta misma del Ayunta- miento. Habia recibido en la cara una perdi- gonada a boca de jarro casi , y su rostro, agujereado como una criba, destilaba sangre por ua sinnumero de agujeritos. Con esa avi- dez por los especta'culos repugnantes que es propia de los cobardes, la multitud se harto de ver aquel siniestro espectaculo. Todos reconocieron al guardia nacional : era el choricero Dubruel, el mismo a quien recri- niinaba Roudier el dia antes por haber dispa- rado con una vivacidad punible. De los otros tres muertos, dos eran oficiales de sombrere- ro, y el tercero, desconocido , no fue identifi- cado. En torno de cada muerto, banado en un charco de sangre , haMa un grupo de vecinos contemplando el cuerpo inanimado con ojos asustados , y mirando a todas paries con des- confianza, como temerosos de que la misma mano justiciera que durante la noche restable- cio el orden a tiros , descargara sobre ellos otra granizada de balas, si no se postraban delante de quien acababa de salvarles de los horrores de la demagogia. El panico que habia dominado al vecinda- TOJIO II. 18 274 E. ZOLA. rio durante la noche, aumento el efecto de la decoration que aparecio delante de su vista por la manana. La verdad de lo sucedido nunca lle- go a saberse. El tiroteo, el tanido de la campa- na,las carreras de losnacionales por las call es, habian llenado los cerebros de pavorosos re- cuerdos , y todo el mundo pens6 siempre que se habia librado aquella noche una batalla ho- merica dentro de Plassans. Guando los vence- dores, por natural jactancia, aumentaron el niimero de los enemigos hasta quinientos, casi los desmentian; habia muchos que sostenian haber visto pasar por debajo de las ventanas una multitud de insurrectos huyendo, muy superior, desdeluego, a la cifra aquella. No habia uno s61o que no hubiese oido correr a los bandidos por las aceras, y seguramente qui- nientos hombres no eran capaces de sobresal- tar de aquel modo a* una ciudad entera. La valiente milicia national de Plassans habia derrotadoaun verdadero eje'rcito, enterrdndo- lo. Esta frase era de Rougou , y a todos pareci6 muy justa , porque los guardias de las puertas juraban y perjuraban no haber visto salir uno solo de los fugitivos. Esto v >, sonreia , creyen- do que le aludian galantemente. Cuando esta- ban levantando los cadaveres , acudid a verlos Aristides. Contempldlos por todas partes, olfa- teando 6 interrogando A sus palidos y ensan- grentados rostros. Tenia el semblante inmovil y los ojos brillanfes. Con la mano que la vis- pera traia entrapajada , levantd la blusa de uno de los muertos, para ver mejor la herida. Aquel examen le tranquilizo, apartando de su animo hasta la menor sombra de duda. Con- vencido, apret6 loslabios, permanecio en la plaza un momento sin decir palabra, y se fue a la iinprenta, para apresurar la tirada de El Independiente , en el cual publicaba aquel dia un articulo raagnifico. Cuando iba por la ace- ra, recordaba las frases que su madre habia pronunciado la vispera del coinbate : Ya veras manana. Y, en efecto, habia visto, y, aunque con cierto miedo, pensaba que el golpe estaba bien combinado. LA PORTCNA DE Los HOUGON. 279 Entretanto, Rougon empezaba a sentirse in- quieto , no obstante su victoria. Solo, en el des- pacho del Alcalde, escuchaba el murniullo de la muchedumbre, y experimentaba cierto ex- trano malestar, que le impedia asomarse al bal- con. La sangre que habia pisado le entorpecia las piernas. Preguntabase que haria hasta lano- che, y en vano ponia en tortura su pobre cere- bro, desconcertado por la crisis de aquella noche, para hallar una ocupacion, una orden que dar, algo , en fin , 'que le distrajera. En su cabeza se extraviaban las ideas. ^Habria con- cluido todo? No seria precise matar mas gen- te? iAddnde le conduciria su inujer? El miedo se apoderaba de 61 , y le asaltaban terribles dudas. Veia las murallas rotas y derribadas por el einpuje del ejercito vengador de los re- publicanos, cuando a sus oidos llegaron gritos y voces que decian : Los insurrectos , los in- surrectos. Levantose de un salto, alzo una cortinilla, y vio a la multitud, corriendo de- solada por la plaza. Parose, como si un rayo hubiera caido a sus pies. En un segundo se vio yaarruinado, robado, asesinado, y mal- dijo a su mujer y a la ciudad entera.... Cuando ii80 E. ZOLA. con inquietos ojos buscaba en torno suyo un sitio donde esconderse 6 por donde huir, la mullitud estallden aplausosygritos de jiibilo, que estremecieron los vidrios de los balcones. Corrio a la ventana. Las mujeres agitaban los panuelos, y los hombres los sombreros; algu- nos habia que bailaban de gozo. Con la mente extraviada, eslupefacto, sin saber que le su- cedia, quedd parado. Aquel gran edificio de- sierto le daba miedo. Nunca supo decirle a Felicitas cuanto tiem- po duro su suplicio , y eso que fue muy franco con ella. Recordaba solo que le saco de su estupor ruido acompasado de pasos, que repercutia en los angulos de los salones. Espe- raba hombres de blusa , armados de bieldos y guadanas , y encontrdse frente a frente con el consejo municipal en pleno, de etiqueta y ra- diante de jiibilo. Ni un solo consejero faltaba. Una fausla noticia habia curado a un tiempo a todos los enfermos. Granoux echose en bra- zos de su querido Presidente, balbuceando : jLa tropa!.... \ La tropa! En efecto: un regimiento , al mando del co- ronel Masson y bajo las ordenes del Prefecto LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 281 del departamento, senor de Bleriot , acababa de llegar. En un principle , el grupo de hombres y el resplandor del sol en los canones de los fusi- les, hizocreer a los atalayas de la muralla que se trataba de una partida de insurrectos. Tal fue la emocion de Rougon , que dos gruesas la- grinias resbalaron por sus lividas mejillas. jLloraba aquel gran patricio! Los miembros todos delConsejo le contemplaron con admira- cidn respetuosa. Pero Granoux le abrazo, ex- clamando : jAh! jQue dicha! Soy franco, y, lo con- fieso: todos hemos tenido miedo; &verdad, se- fiores? |S61o vos conservasteis el animo sereno! jGuanta energia habeis desenvuelto ! Hace un momento se lo decia a mi mujer. Rougon es un grande hombre, y merece ser condecorado. Pensaron en salir al encuentro del Prefecto. Rougdn, aturdido, sofocado, dando apenas credito a lo que vela, ^ su completo triunfo, balbuceaba como un nino. Cobr6 fuerzas, y baj6 con aparente calma y con la dignidad que requeria aquel solemne acto. Pero el entusias- mo con que fueron recibidos 61 y el Gonsejo 282 E. ZOLA. municipal, en poco estuvo que no diera al traste con su gravedad de magistrado. Su nom- bre corria de boca en boca en medio de los mas calurosos elogios. For sus propios oidos escu- chaba repetir lo que Granoux habia dicho : que 61 fue el unico valeroso en medio del panico general. Hasta la plaza de la Subprefectura , en donde encontraron al Prefecto , bebio su pro- pia gloria y su popularidad , con espasmos de rnujer enamorada cuyos deseos estan ya satis- fechos. M. de Bleriol y el coronel Masson de- jaron a la tropa acampada sobre el camino de Lyon,y entraron solos en la ciudad. Enganados por las noticias que del itinerario de los insur- gentes les habian procurado, perdieron mucho tiempo. Por eso, sabedores de que los encontra- rian en Plassans , no pensaban permanecer en 61 mas que una hora, el tiempo preciso para calmar los animos harto contristados , y publi- car el bando , en el cual se decretaban la con- fiscacion de los bienes de los insurrectos , y la sentencia de muerte para todo el que fuera he- cho prisionero con las armas en la inano. Cuando el Gomandantede la Guardia nacio- LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 283 nai mandd descorrer los cerrojos de la puerta deRoma, con un estrepito espantoso de hierro viejo, el Coronel sonrio. La guardia hizo los honores, acompanando al Prefecto y al jefe del regimiento. Mientras cruzaron por el paseo de Sauvaire, Roudier conto a* aquellos senores la epopeya de Rougon , los tres dias de panico ter- minados por la victoria de la noche ultima : asi fue que cuando los dos cortejos se encontra- ron, M. Bleriot se adelanto, y estrechando la mano del Presidente interim) del consejo municipal, le felicito, rogandole que siguiera velando por el orden en la ciudad hasta el re- greso de las autoridades. Mientras Rougon sa- ludaba , a su vez , llegaron d la puerta de la subprefectura , en donde el Prefecto queria descansar un momento, y todos pudieron oir que e'ste elogiaba la conducta del he'roe en voz alta , prometiendo hacerla presente en su infor- me, para que fuera premiado como su valeroso proceder merecia. A pesar del frio que hacia , toda la pobla- cion se encontraba en la calle 6 en los bal- cones. Felicitas, asomada al suyo, a riesgo de caer, 284 R. ZOLA. estaba palida de gozo. Precisamente hacia un momento que habia llegado Aristides con un mimero de El Independiente y en el cual se declaraba partidario del golpe de Estado, con- sider&ndole aurora de la libertad en el orden, y del orden en la libertad. Asimismo, hacia alusidn al salon amarillo , y reconociendo sus errores , decia que la juventud es presun- tuosa,yque los grandes ciudadanos callan, reflexionan en silencio , desprecian los insul- tos , y , en el momento precise , se levantan heroicos, y entablan la lucha. Esta era la fraseque mas le gustaba. Su madre encontrd el articulo magistralmente escrito. Abraz6 a su hijo , y piisole a su derecha. El Marque's, harto de clausura y ansioso de saber lo que pa- saba, habia ido a verla, y ocupaba un lugar en el balcon a su izquierda. Guando, en medio de la plaza, M. Bleriot tenditf la mano a Rougon, Felicitas lloro. iOh ! Mira, mira (dijo, dando con el codo a su hijo). Le ha dado la mano.... , y se la es- trecha con gran entusiasmo. Yrecorriendo de una ojeada las ventanas en dondetantas cabezas se agrupaban, prosiguid: LA PORTUNA DE LOS ROUGON. 285 jAh! jCdmodeben rabiar! Mira la mu- jer de Peirotte cdmo muerde el panuelo. Y las hijas del Notario, y la de Massicot, y la fa- milia Brunett, j mira qu caras tienen , cdmo estiran las narices! jAh ! jPor fin nos toca a nosotros la vez!.... Con ansiedad seguia observando la escena que ocurria a la puerta de la subprefectura , y su cuerpecillo de cigarra ardiente se estreme- cia. Interpretaba todos los gestos, adivinaba las palabras que no podia escuchar , y decia que Pedro era muy buena figura. Cuando el Prefecto babld a Granoux , que andaba a su al- rededor esperando un elogio, hizo ella un ges- to de disgusto: sin duda M. Bleriot conocia ya la historia del martillo , porque el antiguo comerciante de almendras se puso encendido comouna doncella, y, ajuzgar por sus gestos, replicaba que solo cumplid con su deber. Pero lo que mas la disgusto fue el exceso de bon- dad de su marido , que presentd a Vuillet al Prefecto y ai Goronel: verdad es que el librero se cold en el grupo, y Pedro no tuvo mas re- medio que presentarle. ~iQu6 entremetido! (murmurd Felicitas): 286 E. ZOLA. se mete en todas partes. El pobre Perico debe estartan turbado.... jAhora le habla el Coro- nel! ^,Qu6 le dira? jBah, pequena! iQu6 ha de hacer mas que felicitarle por haber atrancado bien las puertas? repuso el Marques con ironia. Mi padre hizo algo mas : salvd a la ciu- dad(dijo Aristides con aspereza). ^No visteis los muertos? M. Carnavant no respondio. Retirdse de la ventana , haciendo un gesto y meneando la cabeza con disgusto , y fue' a sentarse en el sofa. Rougon, tan luego como dejo al Prefecto, corrio a su casa, y se echd en brazos de su mu- jer, exclamando: jAh! Querida mia.... Y no pudo concluir. Felicitas le hizo abra- zar a Aristides , hablandole del magnifico ar- ticulo &Q Ellndependiente. Pedro, tan emocio- nado estaba 7 que hubiera sido capaz de besar al Marques. Pero su mujer le llamo aparte, le did la carta de Eugenio que habia guardado en un sobre, la cual dijo que acababa de llegar. Rougon, triunfante, se la devolvid, despues de LA FORTUNA DK LOS ROUGON. 287. haberla leido , exclamando con grandisimo gozo: j Eres una hada ! Todo lo adivinaste. j Ah! Sin tu consejo, jque tonteria hubiera hecho yo! Desde ahora, todos los negocios los haremos a medias. Dame un abrazo; eres una gran mujer. Y la tomd entre sus brazos , mientras ella cambiaba con el Marques una mirada y una sonrisa de inteligencia. VII. Hasta el domingo , dos dias despues de la malanza de Sainte-Roure, no volvieron a pasar las tropas por Plassans. El Prefecto y el Go- ronel, a quienes M. Gargonnet habia convi- dado a comer , entraron en la poblacidn ; pero los soldados rodearon por las fortificaciones , y fueron a acainpar en el arrabal, alrededor de la carretera. El sol llegaba a su ocaso: el cielo , nubia - do desde por la manana, reflejaba los rayos poslreros del astro del dia sobre las uubes, con tintes cobrizos, como los que se obser- van cuando va a eslallar una tormenta. Los habitautes de la ciudad recibieron con miedo TOMO II. 19 2 ( JO E. 7.01. A. a los soldados aquellos, ensaDgrentados toda- via , que, rendidos defatiga y silenciosos, des- filaban a la tenue luz del triste crepusculo por delante de los tirnidos btirgueses de Plassans. Mirabaulos con terror, retrocedian luego, yen voz baja referianse al oido, la historia de los fusilamientos , de las feroces represalias , que dejaronen el pais imperecedera meraoria. Co- menzaba la terrible epoca del golpe de Es- tado una etapa de panico abruinador, que por espacio de muchos meses hizo temblar a todo el Mediodia de Francia. Por odio a los insurrectos, y a impulsos del ternor que ellos le inspiraban , Plassans recibid con entusiasmo a las tropas cuando iban en persecution de los que imaginaban capaces de quitarles su adorada tranquilidad: pero al regreso, en aquella hora melancolica, en presencia del regimiento que bacia fuego a la voz de su jefe, los propietarios, y hasta los que no lo eran, bacian examen de conciencia llenos de rniedo, y pensaban que algiin pe- cadillo politico de los que coinetieron mere- ceria quizas un balazo. Las autoridades llegaron a Plassans el dia LA. FORTUNA DE LOS I'.uUGON. 291 antes en dos carricoches alquilados enSainte- Roure. Su iinprevisto regreso no fue acogido con grandes muestras de entusiasmo. Sin gran pesadumbre devolvid Rougon la poltrona que habia ocupado aquellos dias, a su natural pro- pietario: estaba hecha la jugada, y esperaba con febril impaciencia el premio que desde Paris debian enviarle en recompensa de su he- roismo. El domingo llegd una carta de Eugenio, la ctial no esperaba el antes del lunes. Felici- tas habia tenido el cuidado de mandarle a su hijo los mimeros de la Gaceta y El Indepen- diente, loscuales, enun extraordinario, publi- caron el relato de la batalla de aquella famosa noche y la noticia de la llegada del Prefecto. Eugenio, a vuelta de correo, contestaba, anun- ciandoles que el nombramiento de Rougon se- ria rirmado de un momento a otro: y anadia que se apresuraba a darle unabuena nueva: la de haber obtenido para 61 la cruz de la Legidn de Honor. Felicitas lloro de gozo. jSu marido habia sido condecorado! Semejante honra so- brepujaba con ventaja lo que sono en punto d satisfacciones desu orgullo. Rougon, palido de 292 E. ZOLA. alegria , dijo que era menester dar una gran co- mida aquel mismo dia. Su tacaneria conge'nita habia sido derrotada por el amor propio: para celebrar su fortuna , hubiera sido capaz de ti- rar por la ventana las piszas de a cinco fran- cos que le quedaban. Oye (le dijo a su mujer): convidaras a Sicardot : hace mucho tiempo que me fastidia con su roseta en el ojal. Ademas, quiero que vengan Granoux y Roudier , para demostrarles que con todo su dinero no son capaces de ob- tener lo que yo con mis me'ritos. Vuillet es un hipocritdn ; pero deseo que el triunfo sea com- plete. Gonvidale tambie'n, como a todos los demas contertulios.... jAh! Se me olvidaba: es precise que vayas tambien a casa del Mar- que's. Le pondremos a tu derecha, y hara muy buen efecto sentado a nuestra mesa. Ya sabes que GarQonnet ha convidado al Prefecto y al Coronal: lo ha hecho para hacerme entender que no valgo nada, y le he de dar en la cabe- za. Me rio yo de su alcaldia, que no produce un ce'ntimo.... Me ha convidado; pero le dire" que tambie'n espero gente a comer.... Mamma vere- mos si tiene gauas de reir.... Toda la comida LA FORIUNA DB LOS ROUCON. quiero que la traigan del Hotel de Provenza, oyes? Es menester eclipsara Gargonnet. Felicitas puso manos alaobra sinperderun instante. En medio de su alegria , Pedro abrigaba todavia ciertos temores. Aunque su engrande- cimiento, debido al golpe de Estado,le perrniti- ria pagar lodas las deudas que le acosaban, no obstante el arrepentimiento de Aristides y a pesar de que sin duda iba a verse libre de su hermano Antonio , temia que alguna locura de su hijo Pascual le comprornetiera , y estaba muy preocupado, pensando en la suerte que a Silverio le esperaba ; no porque sintiese la des- gracia de 6ste, sino porque era muy probable que las heridas del gendarme le obligaran a comparecer ante los tribunales de justicia. jLastima de bala providencial e inteligente ! jQu6 bien les hubiera venido a todos, si se le hubiese clavado en los sesos al pillete aquel ! Gomo su mujer le habia hecho notar por la manana , los obstaculos se desvanecian : aque- lla familia que antes le desbonraba, babia con- tribuido a su eugrandecimiento : sus liijos, Eugenio y Aristides, los hambrones , cuyos estudios costeo tan a reganadientes, le paga- 294 K. ZOLA. ban con creces el capital que le hicieron derro- char. ; A no ser por aquel miserable Siiverio que se le crnzaba delante en el momento del triunfo !.... Mientras Felicitas se atosigaba preparando la comida, Pedro supo la llegada del regi- miento , y salio a husmear : Sicardot no sabia una palabra de nada : Pascual debio quedarse cuidando heridos;yen cuanto a Siiverio, el Comandante le conocia apenas, y no recordaba haberle visto en ninguna parle aquel treinendo dia. Rougon se traslado al arrabal, con propd- sito de entregar a Macquart los ochocientos francos, que a duras penas logro reunir. Pero cuando se metio entre el barullo del campa- mento y vio desde lejos a los prisioneros, sen- tados en largas filas sobre las maderas del solar de Saint-Mittre entre centinelas arma al brazo, temeroso de comprometerse, encami- nose a casa de su madre , con intencion de enviaiia en busca de noticias. Al penetrar en la casucha del callejdn , era casi de nuche. Solo hallo en la puerta a Mac- quart, bebiendo copitas de aguardiente y fu- mando. LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 295 jAh! ^Eres tii? jMenos mal! (murmu- rd Antonio, entrando tras el.) jOh! jque abu- rrimiento ! Estoy consumido. ^Traes el di- nero? Pedro no contestd. Acababa de fijarse en su hijo Pascual, inclinado sobre ellecho de Ade- laida. Acercdse a 61, y le interrogd con preste- za. El medico, sorprendido de verle tan inquie- to, atribuyendolo a la ternura paternal, le dijo tranquilamente que le habian cogido los sol- dados, y le hubieran fusilado sin duda, a no ser por la intervencion de un buen hombre a quien no conocia. Su titulo de Doctor le habia salvado la vida y perrnitidole volver con la tropa. Rougon se tranquilizd mucho : era uno inenos, capaz de comprometerle. Manifestaba su alegria estrechando las manos del medico, cuando e"ste le interrumpid, diciendo con tris- teza: No os alegreis, padre. La pobre abuela est^ muy mala. Le traia esta escopeta , que ella estimaba mucho, y, miradla, jinfeliz! jNi si- quiera se movid al acercarme a. ella ! Los ojos de Pedro se habian ido acostum- brandoala obscuridad,y, fijandose mucho, lo- 296 E. ZOLA. gro ver a tia Dida echada en la cama , rigida, como irmerla. Aquel pobre organismo, victima dela neu- rosis desde la cuna, habia cedido a una crisis demasiado violenta. Los nervios parecia qne habfan absorbido la sangre: el sordo irabajo de un temperamento ardiente de suyo, al extin- guirse , al corisumirse , victima de nna tardia oastidad , habia convertido a la infeliz mujer en nn cadaver galvanizado por algunas sacu- didas electricas. Un acerbo dolor acelerd aque- lla desorganizacitfn lenta. Su palidez de raon- ja , de mujer absorbida por la sombra y las privaciones del claustro, se habia matizado de mancbas rojizas. Con el rostro contraido , la boca encajada, los ojos horribleinente abier- los, las manos gafas y crispadas, tendida, con las ropas cefiidas a las piernas , parecia una muerta, cuyos perfiles enjutos se dibujaban a trav^s de las sayas. En el rincon de aquella obscura alcoba,ofre- ciaso el triste cuadro de una cruel pero muda agonia. Rougon hizo un gesto de disgusto. Aquel espectaculo le fue muy desagradable : tenia LA FORTUNA DE LOs ROUGON. 297 gente a comer por la noche, y le disgustaha estar triste. Su madre no sabia ya que* inven- tar para ponerle en un apuro. Bien podia ha- ber escogido dia menos senalado. Por eso, con acento que revelaba grande confianza en sus palabras , dijo : i Bah ! Eso no sera nada . \ Tantas veces la hemos visto asi! Dejala descansar, y con el reposo basta para que se ponga bien. Pascual mene6 la cabeza como quien duda, y contesto: jNo! Este ataque no es, por desgracia, como los otros. Muchas veces la he asistido, y jamas observe los sintomas de ahora. Mirad esas pupilas, que tienen un brillo y una va- guedad singulares. Ved su faz , qu6 espantosa torsidn de todos los miisculos ofrece. Y acercandose , mirando desde mas cerca las facciones, prosiguio en voz baja, como si hablara consigo mismo : Fisonomias como esta s61o las he visto en personas muertas en medio del espanto que les produjo la presencia del asesino. Por fuerza debe haber sufrido alguna emocidn te- rrible. E. ZOLA. (j.Pero cuando le ha dado el ataque? in- terrogd Rougon impaciente, sin saber cdmo haria para marcharse a la calle. Pascual loignoraba. Macquart, sirviendose una copa , contd que le vinieron ganas de beber aguardiente, y la mandd a comprar una bote- lla. Que estuvo largo rato fuera de casa , y que al volver cayd en tierra , rigida y convulsa, sin pronunciar palabra. Entonces (anadid) la tom6 en brazes y la lleve a la cama. Lo que me choca es cdmo fue que no hizo pedazos la botella. El joven me'dico reflexiond un momento, y luego dijo: Al venir oi dos tiros. Acaso esos misera- bles hayan fusilado algunos prisioneros , y si pasd cuando tal hacian , la vista de la sangre bien pudo causarla el ataque.... De todos mo- dos, preciso es que haya sufrido mucho. For for tuna, traia encima el botiquin que llevaba cuando se incorpord con los insurrec- tos. A costa de grandes esfuerzos procure ver- ter en la boca de la enferma algunas gotas de un licor sonrosado. Entretanto, Macquart re- pitidsu pregunta. LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 299 Si, lo traigo. Vamos a acabar nuestro ne- gocio, replied Rougon, gozoso al ver que se le ofrecia un pretexto para escapar. Entonces , Macquart, viendo que iba a pa- gaiie , empezo a lamentarse. Habia compren- dido demasiado tarde las consecuencias de su traicion : a no ser asi, hubiese pedido tres ve- ces mas dinero. En verdad, mil francos no era casi nada. Sus hijos le habian abandonado; es- taba solo en el mundo , proximo a un gran con- flicto. En poco estuvo que-no llorase hablando de los horrores del destierro. jAcabemos! iQuieres los ochocientos francos? dijo impaciente Rougon , que estaba deseando marcharse. jNo ! Dame el doble. Tu mujer me enga- nd. Si francamente me hubiese dicho lo que deseaba que yo biciera , no me hubiera com- prometido tanto por una miseria. Rougon amontono los ochocientos francos en oro sobre la mesa, diciendo: Repito que es todo lo que teugo. Mas ade- laiite me acordar6 de ti. Pero vete esta noche. Macquart, grunendo, mascullando sordas lamentaciones, llevo la uiesita delante de la 300 E. ZOLA. ventana, y se puso a contar las monedas a la moribunda luz del crejnisculo. Sonabalas, ha- cie'ndolas caer desde lo alto , y gozando con el cosquilleo que le producian en la punta de los dedos, escuchaba con delicia su argenlino ruido distinto como una miisica en medio de las tinieblas que envoi vian la estancia. De pronto se interrumpio, y dijo: Acue'rdate que me ofreciste un empleo.... Quiero volver a Francia. Me gustaria ser guar- dabosque en undepartamento elegido por mi.... Bueno. Conforme. ^Has contado ya tus ochocienlos francos? interrumpio Rougon. Macquart empezo a contarlos de nuevo. Al sonar el tintineo del ultimo luis, una estri- dente carcajada les hizo volver la cabeza a los dos hermanos. Tia Dida estaba de pie delante del lecho, medio desnuda, con losblancos ca- bellos en desorden y la palida faz jaspeada de manchas rojas. Pascual procur6 en vano su- jetarla. Extendid los brazos, eslremecidse de pies a cabeza, convulsa y delirante, agitando la cabeza a uno y otro lado. Ese es el dinero de la muerte.... Una venta de sangre.... (dijo varias veces). He oido LA FOHTUNA DE LOS ROIH.OX. 301 1 el ruido del oro.... Ellos...., ellos le vendie- ron.... jOh! Asesinos.... Pareceis lobos.... Separd los cabellos de su frente , pasandose las descarnadas manos, como para leer en ella. Luego prosiguio : Hace mucho tiempo que le veia con la cabeza atravesada por una bala.... Siempre tenia yo en la imaginacidn hombres que le apuntaban con los fusiles.... Y por senas me decian que iban a tirar.... jOh! Estoes espan- toso Me rompen los huesos, y me vacian el craneo.... jPiedad!.... ; Favor!.... ;Por com- pasion ! . . . . No le volvere' a ver , no le amare'. . . . Yo le encerrar6 , le tendre siempre cosido a mis faldas.... Pero no tire'is.... No es culpa mia.... Si supierais.... Poco a poco habia ido doblando las rodillas, y estaba casi de hinojos,llorando, suplicante, con los escualidos brazos extendidos hacia un ser imaginario, al cual debia ver con horror. De pronto se irguid , sus ojos se agrandaron mas todavia, y de su garganta convulsa dejd escapar un grito estridente, como si un espec- taculo, para ella sola visible, la llenase de horror. 302 B. ZOLA. jOh! EL... gendarme..., dijo, ahogando- se casi; retrocediendo hasta caer olra vez sobre la cama, agitada brutalmente por carcajadas histericas que la dejaban sin aliento. Pascual, con atenta mirada , observe todos los detalles de la crisis. Los otros dos herma- nos, espantados, no logrando comprender mas que frases incoherentes, se habian retirado a un angulo de la estancia. Guando Rougon oyo la palabra gendarme, creyo entender a quien se referia : desde la muerte de su amante en la frontera , tia Dida aborrecia implacable a los gendarmes y a los aduaneros , que en su muer- te se confundian en un solo enemigo, causa de todos sus males. j Bah ! Esta delirando con el contraban- dista, dijo. Pascual le hizo sena para que callara. La moribunda volvi6 a levantarse penosamente. Giro en torno suyo los ojos con estupor: es- tuvo un instante sin decir palabra , como si hiciera grandes esfuerzos para reconocer los objetos que la rodeaban. Luego , con viveza, revelando siibita inquietud , preguntd: ^Donde esta la escopeta? LA KOHTCXA UK UJS ROL'GON. 303 El medico se la entrego. Al verla y tocarla, lanzd un grito de alegria ; la miro detenida- mente, y con voz semejante a la de una nina pequena, canturreaba niuy quedito: Si, esta es, la reconozco.... Esta toda manchada de saugre.... Hoy las rnanchas son frescas. Sus manos ensangrentadas se graba- ron en la culata.... jAh! jPobretia Dida!.... De nuevo se escapo la luz de su inteligen- cia, y quedtf pensativa otra vez. El gendarme que estaba muerto (mur- muro), ha vuelto. Lo he visto.... No mueren nunca R LOS RODGON. 325 de un lobo, asomando sus rostros asustados por la puerta de su carromato y morada al propio tiempo, animaban aquel desierto. Antes de llegar a la oculta calleja, Silve- rio giro la vista en torno suyo. Acordabase de undomingo:el ultimo. Tambien entonces cruzd la explanada a la luz de la luna. Pero jquedi- ferencia ! Entonces , los palidos rayos del astro de la noche aluinbraban los montones de ma- dera ; del cielo helado descendia soberano si- lencio, y en inedio de el , la bohemia de los cabellos crespos cantaba con extraiia voz una balada en lengua incomprensible. Hacia ocho dias que fue a despedirse de Mietta...., y le pa- recia un siglo aquella semana: jun siglo, que transcurrid sin que el pisara el solar de Saint- Mitt re! Al entrar en la desierta calle , oculta detras de los montones de tablas , desfallecid su co- razon. Reconocio el olor de las hierbas, la som- bra que la envolvia, los agujeros del muro.... De todos aquellos objetos se desprendia una voz sobrenatural : la del recuerdo. La calle se prolongaba triste, vacia ; sintio que un aire frio, helado, envolvia su cuerpo. Aquel rincon 326 K. ZOLA. de mundo, jcuanto habia envejecido! Veia el muro roido por el musgo, la hierba abrasada por el hielo, las tablas podridas por la humedad: jqne* cuadro tan desolador! El melancolico cre- pusculo, aquella luz amarillenta, caia como un sudario sobre aquellos objetos impregnados de tristesrecuerdos....Cerr<5 losojos, yvio la calle sembrada de fresca hierba, el cielo claro y se- reno, y percibio el tibio ambiente de la prima- vera, y vi6 a Mietta viva y amante. Luego cayeron heladoras las lluvias de Diciembre ; 61 seguia acudiendo a las citas de la enamorada nina , se ocultaba entre la sombra de los tallos, y esperaba, oyendo caer el agua con delicia: Mietta saltaba el muro y se juntaba con 61, riente y feliz : la veia con su cuerpo esbelto y su cabello de ebano. A lo lejos oia el rugido del Viorne , el canto de las cigarras y el vien- to que gemia entre las hojas de los alamos de Sainte-Claire. jCuanto habian gozado debajo de su dosel de verdura ! \ Guan dolorosos llegaban a su co- raz6n aquellos recuerdos ! \ Aprendio a nadar en quince dias ! Era una criatura valiente como un hombre. Solo tenia undefecto, merodeaba: LA FORT UNA DE LOS ROUGOX. 327 pero se le hubiese corregido. Aquellos lugares le recordaban sus primeras caricias. Siempre habian ido a reuuirse en aquel rincdn. Al fin llegaba la hora de separarse; ique pronto! Mietta volvia a saltar la tapia, y 1 la despedia enviandole besos con la mirada. jLa perdia de vista!.... Una terrible angustia le anudo la garganta.... Ya no la volveria a ver....: jamas, jamas, jamas.... Vamos , a tu gusto ha de ser ; escoge el sitio donde quieres morir. Silverioanduvotodavia algunos pasos. Ade- lanto por la callejuela ; sobre su cabeza solo veia una franja de cielo, en el cual el dia se apagaba. Alii habia concretado su vida por es- pacio de dos anos. Aproximarse a la muerte por aquel sendero lleno de recuerdos , le hala- gaba. Gozaba dando el postrer adiosatodos aquellos objetos amados, la hierba, las made- ras , las piedras de la tapia , mudos testigos del amor de Mietta. De nuevo se extra vio su mente. Esperaba la edad precisa para ca- sarse. Entonces tia Dida hubiera vivido con ellos. j Ah ! ; Por que no huyeron a algiin rincon del mundo, en donde los vagabundos del arra- 328 E. ZOLA. bal no hubieran ido a" echar en cara la hija de Chantegreil el crimen de su padre ! \ Qu6 dichosa vida gozarian ! fil hubiera instalado un taller de carreteria en la margen de algiin camino. Ya no envidiaba la gloria de un maes- tro de coches que fabricaba carruajes de ma- deras relucieutes como espejcs. En su deses- peracion, no alcanzaba por que aquellos en- suerios de felicidad eran imposibles. &Por que no se iba con Mietta y tia Dida? Prestaba oido atento, y escuchaba horrisono ruido de descar- gas ; veia caer delante de el una bandera con el asta rota y la tela colgante como el ala de un pajaro herido por el cazador. Era la Repiiblica, que yacia envuelta en un giron rojo como Mietta. jAh! jMiseravida! Los dos cayeron heridos por la misma bala. Ella, con un agu- jero en el pecho ; el, con una punalada en el corazon. Ya no le quedaba nada en el mundo; ]bien podia morir! Desde la matanza de Saint- Roure estaba como idiota : le hubieran pegado, y no hubiese lanzado un gemido. No era un vivo; era un harapo de hoinbre, herido, des- trozado, a quien los seres queridos robaron la vida al hallar la muerte. LA FORTCNA DE LOS ROUGON. 329 El tuerto se impacientaba : empujo a Mour- gue, que se dejaba arrastrar, y exclamo : Adelante. No quiere morir aqui. Silverio tropezd , miro al suelo , y vio un pedazo de craneo que blanqueaba entre la hierba. Pareciole que la callejuela se llenaba de vida. Le llaniaban los muertos , los viejos muertos, cuyos ardorosos alientos les turbaban tanto en las calidas noches del estio , a el y a 2u amaute Mietta. Reconocia sus discretes mur- mullos ; estaban gozosos, y le ofrecian devol- verle a su amada en la tierra , en un rincon todavia mas oculto que aquella oculta calle- juela. El cementerio, que habia llenado de de- seos los corazones de los dos jovenes, con sus olores acres y su negra vegetacion, sin lograr echarles al uno en brazos del otro , ofreciendo- les fresco lecho de humeda hierba , ansiaba helar la sangre de Silverio. Hacia dos veranos que esperaba a los jovenes desposados. iAqui quieres morir? interrogo el tuecto. El joven miro delante de si. Habian llegado al extremo de la calle ; vio la losa funeraria , y se estremecid. Tenia razdn Mietta: aquella 332 E. ZOLA. rodd inerte. Su cadaver quedd pegado contra un montdn de tablas. La violencia de la caida habia roto la cuerda que a su cooipanero le unia. Silverio cayd de rodillas sobre la losa funeraria. Rengade matd primero a Mourgue para ha- cer mas cruel su venganza. Jugando cou la otra pistola, la levantaba poco a poco, gozan- dose en la agonia de Silverio. Esle, tranquilo, le miraba cara a cara, aunque el semblante feroz del tuerto le producia malestar. For eso volvid los ojos, temeroso de morir como un cobarde si seguia contemplando la faz de aquel hombre teinbloroso de tiebre, con el sangriento venda- je y los bigotes llenos de sangre coagulada. Al levantar la cabeza , vid el rostro de Justino al nivel dela barda de la tapia por la cual saltaba Mietta en mas felices tiempos. Cuando el gendarme cogid a los dos prisio- neros, el joven Justino estaba presente. De- seoso de presenciar la ejecucidn, corrid cuanto pudo, dando la vuelta alrededor del Jas-Meif- fren. Tal prisa llevaba por verla desde lo alto de la tapia como desde un balcdn, que se cayd dos veces. LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 333 A pesar de su desenfrenada carrera, llego tar- de para ver morir a Mourgue. Pero aiin queda- ba Silverio, y sonrid. Sabia per los soldados la muerte de-la nina, y para completar su alegria, le faltaba gozarse en la agonia del carretero. Con aquel placer que experimentaba al ver su- frir a olros,duplicado porel horror de laescena, aguardd el disparo. Silverio, al ver sobrelatapia aquella cabeza repugnante, de faz amarillenta y gozosa, con los cabellos crespos sobre la fren- te", experimentd una sorda rabia ; la necesidad de vivir. Fue la postrera protesta de su genio, pero una protesta que durd solo un segundo. Volvid a arrodillarse y a mirar al cielo. En el fondo de la callejuela aparecidsele una vision: creyd distinguir la figura de tia Dida , palida e inmovil com o una estatua de piedra, que le contemplaba en la agonia. Sintio sobre la sien el frio contacto del canon de la pistola. Justino sonrid. Silverio cerrd los ojos, y oyo que los muertos le llama- ban con premnra. Solo veia a Mietta, debajo de los arboles, caida encima de la bandera, con los ojos inmoviles. El tuerto disparo : el craneo del joven estallo como una granada 332 E. ZOLA. rodd inerte. Su cadaver quedo pegado contra un mont6n de tablas. La violencia de la caida habia roto la cuerda que a su coiupanero le unia. Silverio cayd de rodillas sobre la losa funeraria. Rengade mat6 priinero a Mourgue para ha- cer mas cruel su venganza. Jugando con la otra pistola, la levantaba poco a poco, gozan- dose en la agonia de Silverio. Esle, tranquilo, le miraba cara a cara, aunque el semblante feroz del tuerto le producia malestar. For eso volvio los ojos, temeroso de morir como un cobarde si seguia contemplando la faz de aquel hombre teinbloroso de tiebre, con el sangriento venda- je y los bigotes llenos de sangre coagulada. Ai levantar la cabeza , vi6 el rostro de Justino al nivel de la barda de la tapia por la cual sallaba Mietta en mas felices tiempos. Cuando el gendarme cogio a los dos prisio- neros, el joven Justino estaba presente. De- seoso de presenciar la ejecucion, corrio cuanto pudo, dando la vuelta alrededor del Jas-Meif- fren. Tal prisa llevaba por verla desde lo alto de la tapia como desde un balcon, que se cayo dos veces. LA FORTUNA DE LOS ROUGON. 333 A pesar de su desenfrenada carrera, llego tar- de para ver morir a Mourgue. Pero aiin queda- ba Silverio, y sonritf. Sabia por los soldados la muerte de-la nina, y para completar su alegria, le faitaba gozarse en la agonia del carretero. Con aquel placer que experimentaba al ver su- frir a otros,duplicado por el horror de la escena, aguardo el disparo. Silverio, al ver sobrelatapia aquella cabeza repugnante , de faz amarillenta y gozosa, con los cabellos crespos sobre la fren- te", experimenttf una sorda rabia ; la necesidad de vivir. Fue la postrera protesta de su genio, pero una protesta que duro solo un segundo. Volvio a arrodillarse y a mirar al cielo. En el fondo de la callejuela apareciosele una vision: creyo distinguir la ngura de tia Dida , palida e inmovil corno una estatua de piedra, que le contemplaba en la agonia. Sintio sobre la sien el frio contacto del canon de la pistola. Justino sonrid. Silverio cerro los ojos, y oyo que los muertos le llama- ban con preinura. Solo veia a Mietta, debajo de los arboles, caida encima de la bandera, con los ojos inmoviles. El tuerto disparo: el craneo del juven estallo como una granada 334 E. ZOLA. madura, y su cuerpo cayo con la cara pegada a la piedra funeraria , con los labios sobre el sitio en donde Mietla puso tantas veces los pies, en aquella losa que conservaba algo del ser de la enamorada joven. Entretanto, en casa de los Rougon reinaba la alegria en torno a la mesa aquella , sembrada de los despojos de las viandas. For fin gozaban los placeres de los ricos. Sus apetitos, aguza- dos por las privaciones de muchos anos, les hacian mostrar los agudos dientes. Aquellos insaciables glotones, aquellos hambrientos, aclamaban al Imperio naciente, la epoca de las concupiscencias. Coino reconstituyo la fortuna de los Bonaparte, Torino la base de la de los Rougon. Pedro se levanto, y, alzando la copa llena de vino , dijo : i Brindo por el principe Luis , nuestro digno Einperador ! Sus comensales, que habian ahogado en champagne la envidia, se levanlaron a su vez, y brindaron con entusiasticos gritos. Era aquel un chocante espectaculo. Los burgueses de Plassans , Roudier, Granoux, Vuillet y todos LA FORTCNA DE LOS ROCGON. 335 los demas , lloraban y se abrazaban delante del cadaver aiin caliente delaRepiiblica. Sicardot tuvo una idea feliz : temo del tocado de Feli- citas un lazo de raso de color de escarlata que llevaba encima de la oreja izquierda , cortole una punta con el cuchillo de postre, y, acer- candose a Rougon, se lo puso soleinnernente en el ojal. El anfitrion, tingiendo modestia, se defendia , exclamando: No ; por favor : aiin no. Es preciso que el decreto confirme la noticia. jCaramba! (exclamo Sicardot.) &Que- reis estaros quieto? Soy un veterano de Na- poleon el Grande, y en su nombre os con- decoro. Un nutrido aplauso retumbo en el salon amarillo. Felicitas estaba medio desmayada. Vuillet se encaramo en la silla , y prouuncio un discurso, que se perdio en medio del tunmlto. El saldn amarillo estaba en el delirio del triunfo. Aquel pedazo de cinta roja que ostentaba Pedro en el ojal, no era la unica inancha san- grienta de su vida. Debajo del lecho que en la estancia inmediata estaba, un zapato, con el ta- 336 E. ZOLA- con nsang , recordaba su infamia; en- f rente , el ' . v que ardia junto al feretro de Peirotte , sangraba como una herida abierta ; y a lo lejos, en el solar de Saint-Mittre, sobre la piedra funeraria , se coagulaba un charco de sangre. FIN DEL SEGUNDO Y ULTIMO TWO. fti' 1 ".iiiiip' : ''ffii't!!'^ rnKtSmlL UNIVERSITY OF ILLINOI9-URBANA 30112047321408 w >>" o